Partes de historia
Escrito por Geovani Galeas / Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
Martes, 10 agosto 2010 00:00
Para algunos, sobre todo en los países ricos, el punto era que los viejos habían hecho todo mal y había que transformar la vida en su sentido cotidiano. “Desconfía de quien tenga más de treinta años”, gritaba Bob Dylan en sus conciertos. “Preferimos morirnos de hambre que de aburrimiento”, coreaban los universitarios de París, Berlín, Washington y Londres.
Era el malestar ante las insuficiencias de la democracia. La insatisfacción que se expresaba en rebeldía individual y se agotaba en las drogas, el rock y el amor libre. Eran los hijos de James Dean y los hermanos de Jim Morrison, ansiaban la paz espiritual y enfilaban sus búsquedas por los rumbos del budismo zen y del Tao Te Kin.
Para otros, sobre todo en los países pobres, el problema residía en la desigualdad económica y en la represión política, en el abuso de los imperialistas y los oligarcas locales. “La paz de los ricos ha terminado, la guerra de los pobres ha comenzado”, proclamaba Víctor Jara en sus conciertos. “Alerta que camina la lucha guerrillera por América Latina”, repetían los universitarios de Lima, Montevideo, Caracas, Sao Paulo, Guatemala, Managua y San Salvador.
Era la indignación ante los excesos de las dictaduras. La ira que se expresaba en rebelión subversiva y trascendía en protesta social organizada. Eran los hijos de Sandino y los hermanos del Che Guevara. Querían la guerra revolucionaria y se nutrían del marxismo y los manuales guerrilleros de Carlos Mariguella.
Para entonces el Partido Comunista, que se había hecho fuerte en la Universidad de El Salvador, y se las arreglaba siempre para controlar las directivas de las organizaciones estudiantiles, empezaba a ser seriamente cuestionado por su legalismo pacifista y su adhesión dogmática a la ya anacrónica versión soviética del marxismo.
Eterno estudiante de Jurisprudencia, Schafik Hándal había establecido su puesto de mando en el recinto universitario. Se le miraba por todos lados y a toda hora en incesantes reuniones conspirativas, casi siempre relacionadas con las maniobras para volcar a favor de los comunistas la correlación de fuerzas en las asambleas generales.
Contaba la leyenda que no había nadie capaz de ganarle a Schafik una discusión sobre marxismo. Pero desde Argentina llegaron a la universidad tres sociólogos, Esther Alonso, Daniel Slutsky y Jacobo Waiserfield, que contribuirían a cambiar la historia.
Mientras Schafik continuaba anclado en la vieja y burocrática interpretación soviética del marxismo, porque en ella se había formado directamente en Moscú, los argentinos traían la fresca revisión crítica de Marx que habían iniciado en Europa Althusser, Marcusse, Poulantzas y Castoriadis, entre otros.
Y la leyenda cuenta que Jacobo Waiserfield fue el primero en derrotar a Schafik en un debate sobre marxismo. En todo caso, la apertura intelectual de los sociólogos argentinos estimuló, en la universidad, el estudio de nuevos enfoques teóricos y en consecuencia un saludable pluralismo ideológico.
De hecho, en 1970, cuando los comunistas presentaron a Jorge Federico Baires como candidato a la presidencia de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS), la oposición más beligerante provino de diversos grupos de izquierda, desde los moderados, que eran los socialcristianos, hasta los radicales que ya en la clandestinidad se preparaban para la guerra de guerrillas.
En aquel momento, un muy pequeño grupo de jóvenes socialcristianos estaban en tránsito acelerado hacia la radicalización. Se habían convertido en discípulos de Jacobo Waiserfield, y estaban en posesión de un secreto peligroso: Waiserfield estaba vinculado al Ejército Revolucionario del Pueblo, de Argentina, una organización básicamente trotskista y por tanto antisoviética.