Rafael Meza Ayau

El joven guatemalteco Rafael Meza Ayau decide abandonar su país natal para establecerse en El Salvador en 1886, con la clara intención de hacer fortuna valiéndose de muy pocos recursos que, sin embargo, nada tenían que ver con la grandeza de su esperanza, visión y determinación.

Llega recién cumplidos los 20 años de edad al Puerto de La Libertad procedente de Champerico, Guatemala, donde tomó el barco junto con su madre Rafaela de Meza y un perro danés llamado “Lord”.

Otros 20 años tuvieron que pasar antes de que don Rafael fundara la exitosa empresa cervecera La Constancia, montada específicamente en 1906, y cuya marca Pilsener se ha convertido en 100 años de historia de la compañía en una verdadera joya.
En esos días, El Salvador comenzaba a construir su infraestructura, especialmente en Santa Ana, donde madre e hijo decidieron vivir. Sin olvidar a “Lord”, por supuesto.

La Ciudad Morena era considerada por muchos y por largo tiempo como la verdadera capital del país, dada la influencia que ejercía en esa época el cultivo y comercialización del café.
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FAMILIA MEZA AYAU. De izquierda a derecha: Arturo Meza Ayau, Rafael Meza Ayau h., Manuel Meza Ayau y Rafael Meza Ayau p.

Se edificaba casi simultáneamente, por ejemplo, la infraestructura ferroviaria, la de acueductos y alcantarillados y la de la telegrafía.

El inquieto joven guatemalteco también se las ingeniaba para edificar la fortuna por la cual se había subido al barco.

En sus memorias, una verdadera biblia para sus familiares y sucesores en los negocios, se registra que instaló primero una fábrica de fósforos y luego una de cigarrillos.

Qué valioso un fósforo en ese entonces de escasa energía eléctrica.

Pero desistió de la empresa cuando el Gobierno declaró este producto como un estanco, o lo que es lo mismo, lo cargó con un buen porcentaje de impuestos que al final encareció no solo el fósforo, sino que también su producción.

La luz de su esperanza no se apagaría ni aunque le vaciaran en la cabeza los ocho millones de cajas de cerveza fría que, se supone, consumen los salvadoreños al año en la actualidad.

Mientras tanto, su madre, de quien el hijo casi seguro heredó ese tino para los negocios, montó una pensión en Santa Ana con la idea de atender de lo mejor a los extranjeros que llegaban al país para trabajar en las construcciones.

Lo que hacía ella era que, para atender mejor a las personas, se valía de las carretas que llegaban del Puerto de Acajutla transportando café para comprar víveres que ese entonces se les conocía como ultramarinos.

Entre estos destacaban alimentos enlatados y cervezas europeas.

“Su pensión se destacó por el hecho de que atendía muy bien a los clientes y les daba buenos ultramarinos”, cuenta Roberto Murray Meza, uno de los nietos de don Rafael y quien fungió como presidente de La Constancia por unos 25 años.

“Y les daban la mejor cerveza que había en El Salvador”, agrega, al tiempo que da fe de lo que dice con las memorias de su abuelo en mano. La biblia de la familia.

Algo pasó por la imaginación de la madre de don Rafael para que le explicara a su hijo que se había creado un pequeño mercado cervecero, productos que para la época resultaban caros por su condición de importados.

“Mirá, si nosotros abaratamos el producto y mantenemos la calidad es posible que tengamos aquí un producto con mucho porvenir. Logrémoslo producir en El Salvador”, le habría sugerido la señora al joven emprendedor, según Murray Meza.

Y vaya que no se equivocó.

Construye el panal
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Flotilla. Equipo de distribución cuyos

empleados tenían que usar corbatín.

“¿Morir? Nadie tiene derecho a morir. Empezar de nuevo. Sí, mil veces sí. Empezar siempre y siempre vencer. Y la abejita, cantando saluda la aurora y empieza de nuevo. Tal es el espíritu de La Constancia”. Ese es el final de un poema escrito con puño y letra de Meza Ayau —que aparece en sus memorias— y que refleja el espíritu con el que después de ver sucumbir sus primeros intentos con la fábrica de fósforos y cigarrillos, entre otras empresas fallidas, asintió al instinto de su madre y emprendió el camino hacia la creación de la compañía cervecera.

Cien años después, ese espíritu, reflejado en el trabajo que supone para una abeja la creación de un panal, sigue vigente en la familia cuando deciden no seguir en el rubro de las bebidas para emprender y desarrollar nuevas estrategias de negocios.

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EQUIPO. Maquinaria antigua para el proceso de

producción de la cervez

La sexta generación que le sobrevive a don Rafael es la que cambia las cervezas por un nuevo portafolio de negocios que está a cargo de Agrícola Industrial Salvadoreña (AGRISAL), presidida actualmente por Roberto Murray Meza, y que ya maneja un hotel y un centro comercial, por mencionar algunos negocios.

“El verdadero apego no es a los edificios, a la fábrica o a las acciones. El verdadero apego es a los valores que hemos recibido de ese legado. Esa capacidad de empezar de nuevo”, manifiesta el presidente de AGRISAL cuando, sin ocultar la nostalgia, se refiere al adiós a las bebidas.

“Esa capacidad de empezar de nuevo. Morir nunca dice él. Empezar, siempre empezar”, añade.

Don Rafael empezó la fábrica cervecera en 1906, ubicándola en la casa de su madre, cerca de la iglesia El Carmen, en el barrio Santa Cruz, Santa Ana.

En esa casa, que aún existe y sigue en propiedad de la familia, se utilizó el patio y la cocina para preparar las primeras cervezas.

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1928. Fachada principal de Fábrica de Cerveza La Constancia frente al actual Reloj de Flores.

El danés “Lord” tuvo su marca Perro, también existió Abeja y Extracto de Malta, y la famosa Pilsener se mantiene vigente al fusionarse las tres primeras conservando la fórmula original.

En la aventura acompañaron al guatemalteco Pedro José Escalón, Jaime Matheu y Benjamín Bloom, quienes aparecen en la historia como los fundadores de la fábrica cuyo nombre fue R. Meza Ayau y Cía.

Comercialmente se le denominó Fábrica de Cerveza La Constancia.

La inversión inicial fue de 26 mil pesos plata, dinero que fue prestado por Benjamín Bloom, quien en esa época figuraba como dueño y presidente del Banco de Occidente.

Los primeros meses fueron difíciles, de pérdidas. Entre otras cosas, porque tuvieron que regalar el producto para ir ganando mercado, propiciando que la gente lo probara.

Meza Ayau había contratado a un maestro cervecero guatemalteco para que les preparara las bebidas. Diez años antes que El Salvador, 1896, Guatemala ya contaba con un negocio de estos, con Cervecería Centroamericana.

Con el tiempo, la compañía salvadoreña tiene éxito y se da a conocer en todo el país. Don Rafael entonces tiene otra visión: aprovecha la red de distribución de carretas y de caballos para montar allí otros productos que no sean cervezas, como las bebidas gaseosas.

Empezaban a llegar a América Latina los productos carbonatados y es así como empareja el negocio cervecero con la de comercializar bebidas gaseosas, particularmente de la mundialmente famosa marca Coca Cola.

Su empresa se convierte en unas de las primeras franquicias de los norteamericanos. La produjo, la distribuyó y la vendió con éxito en el país. Corría 1920.

“Para mí, eso fue un modesto ejercicio de globalización de los años veinte”, afirma con orgullo el presidente de AGRISAL.

la capital de la competencia

En 1928, es trasladada la cervecería a San Salvador por la lógica de expandir el negocio en todo el territorio nacional y ante el aparecimiento de un competidor llamado Polar.

La Constancia es ubicada enfrente de lo que se conoce como el Reloj de Flores, con la intención de aprovechar que allí estaba la estación del ferrocarril que los ingleses montaron en el país. Así garantizaba la distribución nacional.

Lo que no garantizaba ya su crecimiento fue la Polar. Por los años treinta, ambas cervecerías inician una lucha codo a codo por vender su producto, llegando a los extremos de bajar los precios al público casi al costo y renunciando por un buen tiempo a las ganancias.

En tiempos modernos, La Constancia y Coca Cola viven algo similar con los distribuidores de la también popular gaseosa Pepsi y más reciente aún con la llegada de Cervecería Río, instalada en Guatemala, para producir la marca brasileña Brahva.

Con la Polar, que se instaló contiguo a la terminal de Oriente en San Salvador, la pelea incluía llegar a las últimas consecuencias con el afán de no perder mercado.

Murray Meza cuenta que después de un buen tiempo entre mil batallas, sus competidores pierden fuerza y quedan al borde de la quiebra.

Allí su abuelo les da otra lección a sus sucesores. Sabedor de que era guatemalteco y agradecido por la oportunidad que le dieron los salvadoreños de triunfar lejos de su tierra natal, toma la decisión de ofrecer a la Polar el 25% de las acciones de La Constancia.

Estos acceden y la competencia terminó de un tajo.

Don Rafael les enseñó a sus familiares que más valía un mal arreglo que un buen pleito.
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Santa Ana. Fábrica de Cerveza La Constancia.

Tras soportar la guerra de principios de los ochenta hasta inicios de los noventa, época en la que a los empresarios salvadoreños no les tocaba más que tratar de sobrevivir, esa enseñanza del abuelo sirvió para que Murray Meza alejara de peligros a la compañía cuando tras los Acuerdos de Paz en 1992 empiezan las grandes transnacionales cerveceras a invadir el mercado salvadoreño.

Las armas callaron y el país se abre al mundo.

La economía tiene repuntes de crecimiento hoy deseados de entre 6% y 7% y aparecen las cervecerías de la talla de Modelo (con su popular Corona), también la Budweiser, Guiness y toda una gama de cervezas de etiqueta global.

“Más vale un mal arreglo que…”, se recordaba para esos días el presidente de AGRISAL.

Murray Meza se les acerca y consigue blindar su mercado al ofrecerles su sistema de distribución y su conocimiento del mercado para que dejen en paz sus cervezas e incorpora así las extranjeras a su portafolio de productos.

Luego, en 1999, los norteamericanos propietarios de Cervecería Hondureña deciden vender y tras fallar en un intento porque este negocio sea comprado por el resto de empresas cerveceras del área, creando un grupo regional, La Constancia hace una alianza con South African Breweries (SAB) en 2001.

Los sudafricanos de SAB, la segunda cervecera por volumen en el mundo, en efecto compran la compañía de Honduras por más de $500 millones, y junto a la salvadoreña montan Beverage Company (BevCo), valorado en unos $883 millones.

Después del acuerdo que da surgimiento a BevCo, SAB se fusiona con Miller Brewing en 2002 y se convierte en SABMiller, incursionando de esta manera en la plaza anglosajona.

Murray Meza preside BevCo para estar por encima de los ejecutivos sudafricanos que presiden la cervecería en Honduras y El Salvador.

Sin embargo, el nieto de don Rafael decide no continuar en este proceso de globalización y opta, sin revelar las cifras que supuso la operación, dejar a los sudafricanos el control total del negocio.

Surge un acuerdo en el que se analiza que a los sudafricanos, cuya casa matriz está en Londres, Inglaterra, les conviene quedarse con todo lo que es BevCo y a los fundadores de La Constancia, salirse.

Pero descarta de plano que esta operación se deba a dificultades financieras de la empresa salvadoreña.

“Todo lo contrario. Porque estábamos bien y porque no teníamos que hacerlo, tuvimos la fuerza para hacerlo bien”, afirma Murray Meza.

Y reflexiona que cuando las empresas están débiles, las poderosas transnacionales las adquieren por lo que quieren.

“Supimos no dejarnos llevar por ese remolino. Sino que saber cuándo entrar y cuándo salir. ¿Para qué? Para volver a empezar”, subraya Murray Meza.

¿Morir? Nadie tiene derecho a morir. Empezar de nuevo. Sí, mil veces sí. Empezar siempre y siempre vencer…

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