Sandino y su experiencia en México

Sandino y su experiencia en México

“México significó, para él, mucho más que una experiencia laboral. Era una tierra sagrada y amada”, explica Jorge Eduardo Arellano
Jorge Eduardo Arellano | Especiales
Sandino y su experiencia en México
Sandino en Mérida, Yucatán (1929). Cortesía / END

Sin México no se explica la actuación histórica de Sandino, quien en 1921 —a sus 26 años— ya era un joven honrado y de buenos modales, según el diario La Noticia del 24 de junio del mismo año. Hijo de un mediano hacendado adscrito al partido liberal, se dedicaba al comercio de granos de la región. Pero un incidente con otro joven comerciante de filiación conservadora —al que hirió en una pierna— lo llevaría a buscar fortuna como trabajador emigrante en la Costa Caribe de Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, terminando el 17 de agosto de 1925 como empleado de la Huasteca Petroleum Co., en Cerro Azul, Veracruz. Cinco pesos diarios era su salario. El 1° de septiembre fue ascendido a expendedor de gasolina ganando seis. Para sus patronos estadounidenses, era “laborioso, sobrio, aparentemente de buen carácter”. De 30 años, medía 5 pies 5 pulgadas y su peso era de 134 libras. El oficio de tornero mecánico constituía su especialidad.

“Tierra sagrada y amada”

Pero México significó, para él, mucho más que una experiencia laboral. Era una “tierra sagrada y amada”, como la calificara el 30 de junio de 1929. Allí había madurado como hombre y aprehendido, entre 1923 y 1926, novedosas ideas a través de la lectura y la relación personal. Se familiarizó entonces con la visión continental de José Vasconcelos [el Ministro de Educación del gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924)] y su raza cósmica, sustentada en el mestizaje como herencia cultural española; con el sindicalismo desarrollado en los campos petroleros que lo condujo a compartir principios del socialismo libertario y con la teosofía. Su último maestro espiritual o espiritista, para satisfacer su ansiosa búsqueda religiosa, había sido Justino Barbiaux.

El apoyo de Calles a la causa constitucionalista

Más aún: México desempeñó un papel protagónico en la coyuntura que determinaría el retorno de Sandino a Nicaragua: para su incorporación a la causa liberal de la guerra civil en 1926, llamada también Revolución constitucionalista. Iniciada el 2 de mayo de ese año, cuando liberales de la Costa Atlántica —al mando de Luis Beltrán Sandoval— se alzaron en Bluefields contra los conservadores, esa revuelta reclamaba la presidencia de la república para el doctor Juan B. Sacasa, vicepresidente del legítimo y destituido presidente Carlos J. Solórzano por el coup’ de État encabezado por el caudillo conservador Emiliano Chamorro el 25 de octubre de 1925.

Así el 9 de mayo de 1926 Sandino renunció a su cargo de expendedor de gasolina antes de regresar a su patria, donde el 13 de julio ya se hallaba en la mina San Albino. Mientras tanto, el gobierno de Plutarco Elías Calles había decidido apoyar la causa constitucionalista de Sacasa.

En oposición al “Corolario Coolidge” de la Doctrina Monroe, aplicado por el gobierno estadounidense en su apoyo al gobierno del conservador Adolfo Díaz, el presidente Calles manifestó en enero de 1927: “el gobierno mexicano, por razones que ha estimado justas y suficientes, apoya al señor Sacasa por medio del uso diplomático creyendo que el señor Sacasa es el presidente legal y constitucional de Nicaragua y que representa un concepto de gobierno más republicano y progresista que su rival”. De manera que esta confrontación entre Estados Unidos y México repercutiría en la prensa del continente.

“México es nuestro por el corazón”

Opinando sobre dicho conflicto, el poeta y ensayista nicaragüense Santiago Argüello, de filiación liberal como Sandino, afirmó que habría que declarar muy en alto: “que México no es para nosotros (como lo ha estado afirmando la tartamudez repetidora de los gestores políticos en Washington), una intervención extraña. Porque no es intervención ni es extraña. No es intervención, porque solo se limita a prestar auxilio moral a la justicia; y no es extraña, porque no lo es en el pueblo hermano que, aunque separado de nosotros por divisiones geográficas y administrativas, está unido a nosotros por la sangre, por las tradiciones, por la lengua, por la identidad de los peligros y, sobre todo, por el amor (…) México no es un intruso que, abusando de sus fuerzas, va a imponernos gobiernos vendidos a mercaderes extraños. México es nuestro por el corazón. México es Nicaragua”.

Como se sabe, en ese contexto Sandino actuó exitosamente al mando de su columna segoviana durante la guerra constitucionalista y, luego, a raíz del pacto Stimson-Moncada el 4 de mayo de 1927, inició su tenaz resistencia antintervencionista. También se sabe que, tras la elección presidencial de José María Moncada el 4 de noviembre de 1928, sobrevino la ruptura con su representante en el exterior, el hondureño Froylán Turcios, quedando aislado. Así, desesperadamente, concibió viajar a México con dos objetivos: obtener apoyo militar y económico de su gobierno, y dar mayor resonancia continental a su resistencia. Nada de lo primero y muy poco de lo segundo obtuvo en dicho viaje que duró más de un año —saliendo de su cuartel general en las Segovias y regresando al mismo—: entre el 24 de mayo de 1929 y el 10 de junio de 1930.

“Yo no negocio con la sangre de mis hermanos”

En mi obra Guerrillero de nuestra América (2006 y 2008), refiero detalladamente las peripecias de esa segunda estada mexicana de Sandino, sustentado primordialmente en uno de sus escritos más extensos: “Descripción de los motivos que nos impulsaron ir a México en busca de apoyo para el sostenimiento de nuestra lucha emancipadora en Nicaragua”. Suscrito el 16 de julio de 1931, todavía se conserva inédito.

Según este documento y otras fuentes —como el “Manifiesto a los pueblos de la tierra”— existió una aprobación verbal para que Sandino y su comitiva se trasladase a México, recibiendo quinientos dólares para gastos, pasaportes del gobierno de Honduras y la anuencia de El Salvador y Guatemala. Pero dicho viaje entrañó para él, de acuerdo con sus propias palabras, una terrible batalla moral. Identificándose con los nombres falsos de Toribio Pérez primero y de Crescencio Rendón después, fue recibido con simpatía delirante en Veracruz, donde permaneció once días. Y, ante la pregunta si era cierto que los Estados Unidos le habían ofrecido medio millón de dólares para deponer las armas, declaró: “Nadie se ha atrevido a hacerlo y al que lo haga le deshago la cara de dos balazos. Yo no negocio con la sangre de mis hermanos”.

Pronto se encontró con una invitación oficial: que se dirigiera a Mérida, Yucatán, mientras esperaban noticias del gobierno mexicano. Para éste, Sandino se había exiliado. Desde entonces fueron múltiples sus actividades en Mérida: colaboraciones en el Diario de Yucatán (ensayos, relatos, manifiestos, entrevistas); correspondencia con simpatizantes, personalidades y gobiernos de diversos países latinoamericanos; reuniones con dirigentes del Partido Socialista del Sureste, relación con la Logia Masónica, en cuya sede depositó en doce paquetes una parte considerable de su archivo, etc. Poco después se vio obligado a declarar que se quedaría por un tiempo en Yucatán trabajando con sus hombres una propiedad rural. De hecho, era víctima del plan de Portes Gil —y de su representante Pedro José Zepeda— de mantenerlo políticamente cautivo en México y desarticular su Ejército.

Sandino ante el coloso

En agosto satisfizo a Sandino ver editado un folleto con los documentos y el testimonio personal que, a su llegada a Veracruz, le había confiado al periodista Emigdio Maraboto. Con esa publicación lograba, en parte, el segundo objetivo de su viaje. No en vano constituía un buen resumen de su protesta bélica y de sus convicciones e ideas políticas. Se titulaba Sandino ante el coloso. Ante la dificultad de su retorno, lanzó un “Manifiesto a los nicaragüenses”, firmado en Mérida el 6 de septiembre de 1929. Mientras Nicaragua tenga hijos que la amen —proclamó—, Nicaragua será libre.

Mientras tanto, le había llegado la noticia de que una de las columnas de su ejército, abandonando las Segovias, se hallaba en Tegucigalpa desde el 2 de agosto de 1929, dispuesta a partir hacia México. No la podía dejar estacionada allí, menos aún si, como explicaba Sandino a Zepeda, la idea de sacar la columna de las Segovias y de trasladarla a México era iniciativa de Portes Gil. Cincuenta mil pesos aportó este para sufragar los gastos de la travesía.

Angustiado ante su fracaso de conseguir apoyo para proseguir su lucha, Sandino hizo el último intento para llegar al Distrito Federal. Escribió cartas a Portes Gil el 4 de diciembre de 1929 y a Zepeda el 25 de enero de 1930. Al parecer, el tono doliente de la primera y el terminante de la segunda hicieron posible su presencia en la “Ciudad de los Palacios”.

Entonces desde Mérida, por vía aérea a Tejería y de allí, por ferrocarril —sin entrar a la ciudad de Veracruz—, llegó a la capital de México el 28 de enero de 1930. Al día siguiente, todos los diarios hablaban de su visita. He venido a México por asuntos personales —declaró en uno de ellos—. Para nosotros México es nuestra escuela. Durante su estancia en la capital, la Embajada de los Estados Unidos designó uno de sus agentes para vigilar los pasos del guerrillero antimperialista. Por su lado, el gobierno mexicano le asignó seis ayudantes de la seguridad nacional, más dos de sus acompañantes.

Hospedado en la casa de habitación del doctor Zepeda (esquina de las calles Ontario y Alpes, Altos de Chapultepec), Sandino depositó, tras hacer guardia de honor, una ofrenda floral en el monumento de la Independencia. Luego fue a otro monumento: el de los “Niños Héroes” de Chapultepec. El 30 recibió la visita de unas cincuentas personas (oficiales del ejército, senadores, diputados y algunos aviadores) en la oficina de Zepeda (Balderas, 24). El 31 cenó en casa de un simpatizante: Guillermo Olivares.

En su testimonio a José Román de marzo, 1933, Sandino recordó: Me habían soplado que el embajador de los Estados Unidos, Mr. Morrow, en combinación turbia con Portes Gil y algunos de mis allegados, trataban únicamente de retenerme como secuestrado y desacreditarme. En otro texto, fue específico en relación a su entrevista con Portes Gil en el Castillo de Chapultepec, a principios de febrero de 1930: le expuse mis proyectos…, los que comprendí por su semblante, que ningún aprecio le merecían. Sin embargo, puse en sus manos un ejemplar de nuestro bosquejo de proyecto PLAN DE REALIZACIÓN DEL SUPREMO SUEÑO DE BOLÍVAR, el que secamente tomó, prometiéndome leerlo y devolverme el ejemplar, pero no lo hizo.

Entrevistas con Calles y Portes Gil

A continuación, el doctor Zepeda llevó a Sandino donde Calles en su retiro de Cuernavaca, habiendo el líder revolucionario de México ordenado que le donasen a Sandino dos terrenos ejidales. La escritura se hizo cuando el líder nicaragüense se hallaba en Nicaragua y el doctor Pedro José Zepeda firmó en su nombre. Posteriormente Zepeda se quedaría con ambas propiedades.

Al día siguiente de la decepcionante entrevista de Sandino con Portes Gil, éste entregó la presidencia al ingeniero Pascual Ortiz Rubio, pasando aquél a ocupar la Secretaría de Gobernación y su representante Zepeda le consiguió otra entrevista, también decepcionante, pues Sandino al final dijo entre dientes para sus adentros: chingue a su madre, cabrón.

Injurias del Partido Comunista

Otro aspecto del embrollo que significó para Sandino su fracaso intermezzo mexicano (en el que solo yo tuve la culpa de haberme metido —aclaró tres años después) fueron las injurias y, sobre todo calumnias, que le lanzaron militantes políticos de la izquierda “por no aceptar [Sandino] sus credos doctrinarios. El más enconado fue el Partido Comunista mexicano, que enseguida se convirtió en abanderado del antisandinismo con su secretario general Hernán Laborde a la cabeza, y el periódico El Machete como órgano de difamación”.

De manera que el 21 de abril de 1930 saldría de Veracruz hacia las Segovias, no sin entregar el archivo de su Ejército a Zepeda (su hermano Sócrates antes lo había rescatado de la Logia Masónica de Mérida). Así el 10 de 1930 se hallaba en el cerro “El Tamalaque” rindiendo los informes de su viaje.

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