“Fidel es todo hombre y mujer
Que en el mundo esté dispuesto a luchar
Y luche porque un mundo mejor sea posible”
Felipe Pérez Roque
Querido Pablito Guayasamín;
Queridos compañeras y compañeros de la Presidencia;
Amigos queridos;
Compañeras y compañeros:
Queridos amigos, desde los demás diversos confines de la Tierra, han venido no solo a celebrar el cumpleaños 80 de Fidel, sino también a dar un nuevo testimonio de solidaridad y de cariño con la Revolución Cubana, con el pueblo noble y generoso que ha desafiado tempestades, bloqueos y agresiones sin perder el optimismo, sin que le hayan podido matar la esperanza y la alegría, y los recibe a ustedes, en este momento peculiar de nuestra historia en el que los cubanos, tranquilos, firmes, esperanzados, acompañamos la convalecencia de Fidel, hecho inédito en estas casi cinco décadas de bregar, porque Fidel ha tenido, además, la suerte de una salud de hierro, que probablemente es el resultado de un cuerpo obligado por la idea a ni siquiera tener derecho a enfermarse, y ha podido capear enormes tensiones, con apenas algún que otro eventual catarro o padecimiento menor. Por lo tanto, estos meses han sido para nosotros una experiencia nueva, y nuestro pueblo los ha enfrentado con una madurez y una confianza en sí mismo, que se inscribe ya también como un resultado de las enseñanzas y el ejemplo de Fidel, y como una página de aprendizaje para las actuales y futuras generaciones de cubanos; nuestro pueblo, en esta circunstancia peculiar, le da más valor a la presencia de ustedes entre nosotros.
Sabemos el esfuerzo personal que cada uno ha hecho para estar aquí, y créanme que hablando no como Ministro del Gobierno Revolucionario, sino como hijo de este pueblo, sentimos en la presencia de ustedes aquí un deseo especial de alentarnos, de darnos fuerza, además de venir a celebrar y a desear mejoría y felicidad al compañero Fidel.
Cuando pensaba qué decir aquí en esta tarde tenía dudas, porque la mayoría de los que están aquí han estado probablemente en Cuba otras veces, son cercanos al tema de las luchas de la Revolución Cubana, de la acción solidaria que desde su triunfo ha ejercitado y que desde antes de su triunfo había proclamado. Muchos han dicho aquí las palabras que yo no podría ni improvisar ni decir aunque lo intentara. Muchos nos han hecho un nudo en la garganta a los que estamos aquí y a los millones de cubanos que por la televisión han podido seguir los debates que han tenido lugar en estos paneles.
Por lo tanto, más que intentar un discurso hecho y rehecho, y tratar de revisarlo intentando la perfección, o arreglarle los mínimos detalles, decidí que mejor era abrir en torrente los sentimientos y decir lo que cualquier cubano, en cualquier esquina de Cuba, podría decirles a ustedes sobre lo que para nosotros es Fidel, la Revolución y nuestra independencia, que, a fin de cuentas, todo eso es lo mismo y está profundamente mezclado hoy y para siempre.
De ahí que garabateé estas ideas, que no pretenden, por supuesto, dictar cátedra ni dar por concluido este tema, y que tienen la virtud solo de la honestidad, el respeto y el cariño por ustedes, que han venido a testimoniar en nuestra patria sus simpatías con nuestra lucha, su firme creencia en nuestra capacidad de defender ahora y en el futuro, y de hacer trascender más allá de nuestras vidas, las ideas por las que hemos luchado.
Por eso identifiqué 14 ó 15 ideas que considero que, siendo cualidades personales de Fidel, han terminado siendo cualidades de la Revolución Cubana e incluso del pueblo cubano, porque un aporte indiscutible del bregar y el magisterio de Fidel en estos casi 50 años es que algunas de sus cualidades, de sus concepciones y de sus ideas han terminado siendo parte de una nueva nación, que es la Cuba que tomó la herencia, por supuesto, que tiene de los siglos anteriores, pero que está marcada por los últimos 50 años, en que una profunda, genuina y autóctona revolución social se llevó a cabo y se defendió victoriosa en esta pequeña isla.
La primera cualidad que considero que Fidel aportó a la Revolución y que es hoy centro y brújula de la acción de nuestro pueblo es su concepto de la unidad , el aporte de Fidel a la unidad; la unidad como condición básica para la defensa y la sobrevivencia de una revolución e incluso para el triunfo de una idea. No puede triunfar una idea, por justa que fuere, si no se unen los que creen en ella para sumar y defender juntos la idea.
La Revolución Cubana se salvó, se ha salvado y se ha mantenido victoriosa porque supo construir y defender la unidad, y solo podrá permanecer y salvarse en el futuro si conserva la unidad.
Otras revoluciones se perdieron precisamente porque faltó la unidad; porque en el momento culminante en que surgen, como es natural en procesos de tal intensidad y de tanta hondura, divergencias, puntos de vista distintos, pueden hacer que se fracture la unidad, o que no fragüe en el momento y la hora en que era necesario y pueden dar al traste con una revolución.
La unidad en Cuba es especialmente el aporte del carácter y las ideas de Fidel. No es una unidad lograda a base de la imposición de los criterios de un hombre o de un grupo, sobre otros hombres y otros grupos.
En esta sala hay sentados algunos de los protagonistas que podrían, con más autoridad que yo, dar fe de cómo surgió en Cuba la unidad de las fuerzas revolucionarias, la construcción de un solo Partido, y cómo este no es el resultado de la persecución de los que tenían la opinión distinta, o de la imposición, o del negociado de las cuotas de poder o participación, sino el resultado de un proceso que está íntimamente ligado a la personalidad y al aporte de Fidel.
Eso que surgió al calor de la Revolución es hoy cualidad de los revolucionarios cubanos y el pueblo cubano, y dondequiera que haya uno de nosotros estará propugnando siempre la unidad. Surgen, como es lógico, entre nosotros, a veces, disensiones
—broncas les llaman en Cuba—, pero siempre todos bajo la idea definitiva y clave de que la unidad es precondición para el triunfo y la victoria. Ese es un aporte de Fidel. Eso no fue así en Cuba antes de Fidel.
Anteriores guerras y jornadas de lucha por los derechos del pueblo cubano a la independencia, a la soberanía se frustraron por la falta de unidad. La primera gran guerra de los cubanos por su independencia del poder colonial español, que duró 10 años de cruenta lucha, entre 1868 y 1878, se frustró por la falta de unidad, y había en ella líderes y hombres con no menos compromisos y no menos cualidades que Fidel; sin embargo, aquella guerra heroica no terminó en el triunfo, en particular, por la falta de unidad, y muchas otras veces eso ocurrió en la historia de la Revolución Cubana hasta el momento en que Fidel convirtió, en tarea esencial, desde su modestia, desde su capacidad de escuchar a los otros, desde su capacidad de convencer, persuadir y no imponer o dictar la construcción de la unidad.
Cómo sería para que un hombre como el Che Guevara decidiera aquella noche en la casa de María Antonia, en México, sumar su vida a aquella epopeya después de conocer a Fidel, solo en la primera conversación, un hombre de la agudeza del Che, del nivel, de la capacidad, la honestidad y la pureza del Che, cómo pudo aquella noche, en la primera conversación decidir seguir a aquellos hombres que proponían la idea que parecía imposible de venir en un pequeño barco a Cuba a desarrollar una lucha guerrillera y derrotar a un ejército apoyado por Estados Unidos que tenía nada más y nada menos que 80 000 hombres, 1 000 por cada uno de aquellos expedicionarios que se lanzaron al Granma …
No sé si a ustedes les ha pasado, si alguna vez han intentado pararse frente al yate Granma y contar a ver cómo es posible que 82 hombres, más las armas y el parque quepan en aquel pequeño barco diseñado para 12 ó 15 pasajeros. Dicen que cuando el barco sale de las tranquilas aguas del río, en la noche oscura, a las 2:00 de la mañana, el Che preguntó: “¿Pero, bueno, cuándo llegamos al barco en que iremos hacia Cuba?” (Risas.) Creía que el Granma era el barquito en el que llegarían al barco más grande. Eran secretos los preparativos, lógicamente, era muy compartimentado todo, y el Che y seguro que otros lo pensaron aunque no preguntaron, creía que habría un barco más grande para viajar a Cuba.
Hoy es un día en que se cumplen 50 años de aquel navegar. Un día como hoy faltaban todavía dos días para llegar a Cuba.
La unidad es la primera idea que anoté entre mis garabatos; la segunda, la ética.
La ética. Aquí se dijo —creo que fue Gilberto López y Rivas—, que Fidel y la Revolución Cubana habían convertido la ética en razón de Estado. La ética tiene raíces en el pensamiento de Martí, pero es la práctica de Fidel a lo largo de 50 años lo que convierte la ética en una cualidad imprescindible de la Revolución Cubana. Con la práctica de Fidel y la concepción de la ética como componente esencial de la actuación política y revolucionaria, no se asume la idea de que el fin justifica los medios. Para Fidel, el fin no justifica los medios. No se puede lograr el objetivo o la victoria a cualquier precio. Es por eso que no se ha torturado nunca en Cuba a un prisionero, aun cuando su conocimiento valioso, la información que podía dar, hubiera podido evitar otros crímenes, hubiera podido evitar un nuevo ataque terrorista
Los viejos combatientes cuentan esa prédica de Fidel a los luchadores cubanos, a los combatientes de la Seguridad, muchas veces los fundadores eran campesinos que recién se alfabetizaban. Nadie recuerda nunca la idea de que se permitiera, se estimulara, se tolerara la idea de la tortura o del asesinato como método de lucha, y por eso la Revolución Cubana hizo el centro de su actuación la derrota del ejército enemigo y de sus tropas invasoras, y no acudió a otras tácticas de lucha, ni “al ojo por ojo y diente por diente”.
La ética hizo a los revolucionarios cubanos, pese a la propaganda adversa y tendenciosa, hacerse querer, y respetaron siempre la idea de que no se les podía confiscar a los campesinos lo que tuvieran, y el pequeño ejército guerrillero, hambriento y descalzo, pagaba a los campesinos la gallina o el poco de arroz y frijoles que pedían para su sustento.
La idea de que se pierde la autoridad moral si falta la ética en la actuación, es un aporte indiscutible de Fidel a la Revolución, y en momentos de enfrentamientos muy duros, porque hay que recordar que más de 3 500 cubanos cayeron víctimas de actos terroristas y que en Cuba hay más de 2 000 cubanos con limitaciones físicas debido a bombas, a actos terroristas, a bombardeos contra poblaciones civiles de la aviación o de buques en las costas, la ética presidió siempre la actuación de la Revolución.
Eso es Fidel, y por eso la Revolución se defendió, pero dentro de unos límites en los que no cupo nunca la idea de imitar los métodos del enemigo o de que, como ya dije, el fin justifique los medios. Ese es un aporte de Fidel, los cubanos lo saben bien.
Se le pueden llevar a Fidel propuestas de cómo actuar, pero se sabe de antemano que si se le propone salirse un milímetro de lo que constituye la ética, los principios, las ideas en las que la Revolución cree, se obtendrá, cuando menos, una negativa, y casi siempre un huracán de ideas.
La tercera, el desprendimiento. El desprendimiento de Fidel por las cosas materiales, por los homenajes, por las vanidades de los que todos —dicen— llevamos algo dentro, en Fidel alcanza categoría de cualidad esencial. No es solo su conducta personal, casi espartana; no es solo su total ausencia de vanidad. Dicen que pudo ser un excelente abogado, brillante estudiante; dicen sus primeros compañeros de bufete —acabados de graduar de la Facultad de Derecho, fundaron con él un bufete otros dos compañeros de estudio— que rápidamente propusieron a Fidel dejar el bufete y dedicarse a otra cosa, porque los contrataba un rico dueño de un terreno para hacer un pleito para desalojar a unos pobres que estaban en las tierras, y Fidel terminaba defendiendo a los pobres y el bufete perdía el contrato (Risas).
Pero ese desprendimiento de Fidel termino siendo cualidad esencial de la Revolución Cubana. Aquí se han dado hoy testimonios: la idea de la solidaridad entregada como deber y no como arma de influencia política. Por eso uno y otro testimoniante dijeron aquí: “Cuba ayudó sin pedir nada a cambio.”
Muchas veces en el mundo se ayudó, pero a cambio se pidieron favores o la toma de determinadas decisiones. Nadie puede decir nunca, no hay un solo ejemplo, que la Revolución Cubana pidió algo a cambio. Ejerció generosa y puramente la solidaridad; entregó no lo que le sobraba, sino compartió lo que tenía sin pedir nunca nada a cambio, y yo creo que eso explica la presencia de ustedes y de muchos como ustedes que quizás no han podido estar aquí.
Nos podemos equivocar como todo ser humano, nuestra obra no es perfecta; podemos errar y de hecho lo hacemos, pero no nos hemos equivocado nunca, pienso, en el ejercicio de la solidaridad como deber, y nunca como instrumento del interés. Esa es una cualidad que alcanza hoy al pueblo cubano, al que se le reconoce por los visitantes. Fue, quizás, cualidad en sectores de nuestra población, algunas de esas cualidades estaban en la idiosincrasia del cubano; pero en la Revolución la idea de compartir se hizo masiva. Por eso, en Cuba se hizo un festival de estudiantes y de jóvenes, en un momento de crisis muy dura del período especial, alojando a los visitantes en las casas. Por eso todo el mundo reconoce como cualidad del pueblo y de la Revolución la idea del compartir.
Tenemos otros defectos, pero no el de la falta de desprendimiento, y por eso hemos defendido como pueblo la idea de que vale más la dignidad y la independencia que las cosas materiales; por eso no hemos pactado ni hemos negociado nuestro derecho a ser libres rindiéndonos para que nos levanten el bloqueo, y por eso hemos sabido decir que no, y yo creo que eso es esencialmente el resultado de un magisterio y un aporte de Fidel.
En cuarto lugar, la coherencia. No es solo que si usted lee lo que Fidel dijo en el año 1961 sobre un tema encontrará, con admiración y sorpresa, que son ideas que volvió a repetir
muchas veces —no todas, porque hay cosas que cambian,
lógicamente—, sino que cuando hablo de la coherencia, hablo, por ejemplo, de que nunca un diplomático cubano ha tenido que defender en una tribuna una causa en la que no cree, un principio con el que no esté de acuerdo. Nunca un diplomático cubano ha tenido que pasar la dura y amarga experiencia que nosotros vemos a diario en otros diplomáticos, de tener que decirle a alguien: “Perdóname, yo no estoy de acuerdo con eso que me mandaron a decir; mi gobierno me mandó a decir eso, pero yo personalmente no estoy de acuerdo”, nunca hemos sido puestos en esa situación. Y digo un diplomático, puedo decir cualquier representante de nuestra Revolución, de nuestro pueblo.
La idea de que la Revolución ha tenido una coherencia en los principios y de que nunca nos ha puesto en la disyuntiva de si defender un principio en el que creemos o responder a una razón de Estado. La coherencia ha sido también razón de Estado en Cuba y los principios por encima de los intereses han sido también razón de Estado en la Revolución Cubana. Eso es obra de Fidel.
El ejemplo personal es la quinta de mis anotaciones.
Fidel entronizó en Cuba la idea de que no se le puede pedir a la gente lo que uno no está dispuesto a hacer antes. Quizás uno no lo hace, pero los que lo siguen tienen que saber que uno está o estuvo dispuesto a hacerlo. Por eso Fidel, desde que recibió al primer ciclón en Cuba, después del triunfo, en el lugar probable por donde el ciclón llegaría —y lo hizo así durante 45 años y el pueblo lo vio allí, en el medio del huracán, dirigiendo, arriesgándose con los que estaban ahí—, desde ese momento lo convirtió en práctica para los cubanos.
No hay un dirigente cubano que no esté cortado con esa tijera, que no entienda la idea de que el ejemplo personal es esencial y es deber, y que los jefes han de ir delante; que los jefes solo tienen derecho a más sacrificio, y que el único privilegio que puede dar un cargo o una militancia en Cuba, porque militar en nuestro Partido es resultado de un proceso que incluye también el que los compañeros, la masa de los que no son militantes, consideren que ese aspirante tiene ejemplaridad y autoridad suficientes, por eso no es masivo nuestro Partido; la idea de que militar en el Partido de la vanguardia o tener una responsabilidad da solo derecho a más sacrificios y más restricciones, es un legado de Fidel. Por eso no hubo en Cuba combate, huracán, trabajo que requiriera sacrificio y esfuerzo, en el que Fidel no estuviera.
Bueno, las misiones internacionalistas; por razones obvias Fidel no podía salir. No tuvo el privilegio que tenía el Che, era un compromiso con él desde aquella conversación de México de que un día no se le reclamarían esas razones. La misión internacionalista de Fidel fue convertir a Cuba, como se dijo aquí, no en una isla perdida en el mar, sino en tierra firme para todos los que lucharon por la justicia y la dignidad en cualquier parte del mundo.
El ejemplo personal, la autoridad que emana de ir delante, de dar el ejemplo, de guiar con la actuación propia es un aporte de Fidel; la idea de que uno no se puede quedar atrás y lanzar a los otros porque después no habría cómo mirarles a los ojos.
Recuerdo cuando Fidel dijo: “Yo veo a los hombres de mi escolta que se preparan para si un día hay un nuevo atentado contra mí; se preparan para evacuarme a mí, sacarme del lugar, y ellos quedarse allí combatiendo. Yo los dejo, no les digo nada, pero ellos no saben que el día que eso pase, a mí hay que matarme allí junto con ellos, porque después, ¿con qué cara yo podría venir a mirarlos si los dejo combatiendo por mí en el lugar?” (Aplausos.)
Esa cualidad llevada a todos los actos de la vida ha sido una de las razones esenciales de la autoridad de Fidel en Cuba y explicación del cariño del pueblo por él. El pueblo sabe, el pueblo sabe más de cuatro cosas y no puede ser engañado; y al cubano, que conoce el sacrificio, pero conoce también —y es un elemento de su nacionalidad— el disfrute del placer, que es alegre, es expansivo, le gusta la fiesta, le gusta la alegría y la disfruta, y está dispuesto a renunciar a ella, y lo ha hecho más de una vez, pero al cubano no le gusta que lo engañen, o que lo manden delante y se queden detrás.
Para guiar a este pueblo hay que encabezarlo, y encabezarlo quiere decir ir en la punta de la vanguardia (Aplausos). Ese es un legado de Fidel, es el resultado del magisterio de Fidel, porque no es que cuatro o cinco lo hagan como él, eso ha alcanzado la masividad, se ha convertido en fenómeno de masas, y vale tanto para una fábrica como para una empresa agrícola o un ministerio del gobierno. Los jefes tienen que ir delante, los jefes dan el ejemplo, guían el camino con su conducta personal.
El Che, ministro del gobierno del que Fidel era Primer Ministro, es paradigma.
En sexto lugar, la verdad. La verdad es el arma; la verdad, condición para ser respetado.
Recuerdo cuando se le propuso no decir una parte de la verdad. Él no estuvo de acuerdo, se le insistió: “Pero, bueno, no decir toda la verdad no es decir mentira.” Fidel dijo: “Bueno, cuando no se dice toda la verdad, eso es una media verdad, y estamos hablando de decir la verdad”, y por eso nunca el enemigo ha podido hacer con nosotros lo que tantas veces nosotros hemos hecho, que es decir: “Mire, miente; aquí está la prueba de que usted miente.” Nunca la Revolución ha tenido la debilidad de tener que reconocer una mentira. Esa es práctica y enseñanza de Fidel.
En séptimo lugar —escribí aquí en mis desordenados garabatos— la sensibilidad. Fidel trasladó esa cualidad personal a las políticas y a la actuación de la Revolución.
Recuerdo que cuando siendo su joven e inexperto ayudante secretario, en el año 1992 ó 1993, yo, abrumado por el hecho de que era la media noche, y había no menos de 30 visitantes que querían reunirse con Fidel, y yo veía que eso no era posible, y después de una reunión larga y agotadora, Fidel no había comido en todo el día, de una en otras reuniones; estábamos en pleno período especial, eran muy duros los años: los apagones, la falta de electricidad, de alimentos, de medicamentos, el país puesto ante el reto de enfrentar una situación inédita y repentina que cortó el 85% de nuestro comercio exterior, lo que nos hizo tener que buscar nuevos mercados, todo eso bajo la presión de un bloqueo que se hizo más duro en aquellos años, Fidel no paraba, era el día entero… Así cumplió sus 70 años en el año 1996, aquí con Guayasamín, que le hizo aquel retrato de las manos, y Fidel le protestó durante el retrato: “¡Pero, Oswaldo, esas manos que me estás pintando están muy flacas y muy pálidas!” Y Guayasamín le decía: “¿Pero es que no entiendes, Fidel? Estas no son manos, ¿no te das cuenta?, son palomas, son puras, nunca han robado ni se han manchado de sangre” (Aplausos).
En esos años duros era uno de esos días, y yo le dije: “Mire, tiene estos visitantes, le propongo ver a este mañana, a este otro…, y ahora le propongo que vaya a descansar. Solo quedaría sin resolverse este señor, Trudeau, que se va mañana, a primera hora” —el exprimer ministro canadiense, había venido a Cuba, lo unió siempre una amistad con Fidel—, y dice Fidel: “Pero, ¡cómo! ¿Está aquí Trudeau y tú no me lo has dicho? Y se va mañana, ¡tengo que verlo!” Digo: “Pero, bueno, es que son muchos; además, usted no ha comido hoy en todo el día.” Dice Fidel: “No, hay que verlo.” Digo: “Pero, bueno, mire, además, él no es ya Primer Ministro”, dije yo. Aprendí ese día para siempre la lección (Risas); pero ese día dije: “Si en definitiva él es un exprimer ministro. Si él fuera el Primer Ministro… pero él fue, ya no es…” Y Fidel dio media vuelta y a dos milímetros de mi cara me dijo: “Nunca más me propongas eso; no me interesan los cargos, sino los hombres. Es más, me interesan más los hombres cuando no están en los cargos” (Aplausos).
Esa sensibilidad no es la cualidad de un hombre o de unos pocos hombres o mujeres, me refiero a cómo eso caló profundamente junto con la obra social de la Revolución.
Esa sensibilidad fue la que hizo a Fidel entrar al cuarto donde Ana Fidelia Quirot, la corredora destacada, la campeona cubana de atletismo, se debatía entre la vida y la muerte y llevó a Fidel a ocuparse con pasión de salvarle la vida a Ana Fidelia. Esa sensibilidad personal, esa capacidad de sentir por los otros, de sentir como propio el dolor o la angustia de otros es una cualidad que Fidel convirtió en patrimonio de millones en Cuba.
En octavo lugar —no sé si demoro y abuso de ustedes, no están organizadas estas ideas y me da pena (Aplausos)—, la modestia y la ausencia total de vanidades. Por eso Fidel usa en lo esencial el mismo uniforme, muchas veces raído. Por eso no hay una condecoración en el pecho de Fidel, por eso nunca ha tenido una condecoración, y solo su autoridad personal hizo que compañeros con muchos méritos en Cuba aceptaran recibirla; por ejemplo, Raúl y Almeida aceptaron solo la estrella de Héroes de la República de Cuba que llevan hoy en sus pechos, porque Fidel impuso su argumento y su persuasión, porque no la querían recibir, decían: “Si Fidel no la ha recibido”, y Fidel los convenció. Bueno, se sabe que el que se deje tirar el brazo de Fidel por el hombro y oiga sus argumentos, con mucha probabilidad será convencido (Risas).
Fidel ha hecho de esa modestia, de esa ausencia total de vanidad una aspiración para nosotros.
A Tomás Borge, que está sentado aquí y que dijo en la mañana palabras que nos emocionaron a todos, Fidel le recordó la frase de Martí: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.” Esa ha sido su brújula, esa ha sido la frase siempre lista para ser citada de memoria por Fidel, no como consigna vacía, sino como práctica permanente en su vida. Por eso su grado es el que tenía en la Sierra, grado de Comandante; por eso el pueblo le dice Fidel, y es cuando él se siente más cómodo, cuando le dicen Fidel, no cuando le citan los cargos.
Por eso Fidel se ha enfrascado en una discusión profunda sobre un tema de medio ambiente con el chofer de un automóvil, o con el camarero de un hotel a donde ha ido, tomándolo totalmente en serio.
Por eso Fidel nunca ha dicho: “No, esta persona no está a mi nivel para discutir conmigo”; Fidel está ausente de todo eso. Por eso Fidel nunca ha creído en ningún protocolo y por eso el protocolo que se usa en Cuba más o menos es el que acomoda a esta sensibilidad. Hoy está más organizado, pero, bueno, Fidel nunca ha aceptado la idea de que no se puede ir a ver a un visitante, por razones protocolares, por eso se apareció la noche antes en que el visitante iba a ser recibido oficialmente y por eso esa cualidad de tener una ausencia total de vanidades. La modestia como conducta diaria, que millones de cubanos aspiramos a imitar y tomamos como modelo hoy, es un aporte de Fidel también a las cualidades de nuestra Revolución, diría que de nuestra nación.
En noveno lugar escribí: “El deber de un político revolucionario es aprender” , por lo tanto, en Fidel la curiosidad infinita, las cien y mil preguntas de un tema hasta saber los detalles; el afán de leer que llevó a que siempre haya un libro a mano en su auto con una pequeña lamparita. El afán de leer, de estudiar; no es solo afición por los libros o por un tema, sino deber de revolucionario y de político.
En Fidel aprender, saber, leer, estudiar, es deber y no solo afición o hobby, y por eso dondequiera que él esté hay libros, pero en la oficina usted puede abrir los libros que dicen: “Teoría del pasto y el forraje para el ganado”, porque era pueblo en el gobierno intentando mejorar la ganadería, producir, multiplicar los panes y los peces. Usted toma cualquiera de esos libros y tiene las anotaciones de Fidel: “Ojo, revisar; debo ver esto con Fulano; preguntar en la universidad el resultado del estudio.” Así ve: Teoría del pastoreo , André Voisin; Mejoramiento de suelos ; Indicadores principales de la industria mecánica . Cualquier tema de la biología, la química está ahí, no como afición para tiempo libre, sino como escalón de aprendizaje para un revolucionario que considera aprender y saber, un deber y no una afición.
En décimo lugar escribí: “El rigor personal”, la aspiración a la perfección no como asunto de vanidad personal, sino de deber con sus responsabilidades. Por eso en lo que esté involucrado Fidel, él tratará de que eso sea lo mejor. Muchas veces lo que él hizo no se sabe; muchas veces me han felicitado por un discurso, la mitad del cual o las dos terceras partes las escribió Fidel; claro, no lo puedo decir ahí donde lo digo, porque sería un problema, pero… (Aplausos).
Muchos de nosotros hemos sido testigos de esa aspiración de Fidel, muchas veces anónima, no ligada a la vanidad ni mucho menos, y que no es ni será reconocida, porque no se sabe.
Su aspiración a que las cosas queden bien; ese rigor, ejemplar para nosotros, de hacerlo bien, porque es el compromiso con el pueblo, porque es la manera de ayudar a la causa que estamos defendiendo, porque es lo que nos toca hacer como revolucionarios o como cuadros en la Revolución.
En onceno lugar: “La derrota no es tal hasta que no es aceptada”, mientras que no se acepte se está en plena lucha para revertir la derrota y es solo episodio temporal que podrá ser convertido en victoria. Esa es una cualidad —en Cuba dicen: “A Fidel no le gusta perder ni a las postalitas”—, la idea de que no se acepta la derrota, y yo creo que eso es cualidad hoy, más allá de Fidel, de los revolucionarios cubanos, de nuestro pueblo. Por ahí se dice: “Ustedes los cubanos son como son”, y por eso los atletas y por eso nuestro pueblo, y la idea de que se puede hacer más, de que no se acepta la derrota.
García Márquez escribe en su prólogo al libro de Gianni Miná, al que veo allí en el público, que la idea de Fidel de no aceptar la derrota es lo mismo si es para ensartar una aguja que para librar una batalla en Angola a 10 000 kilómetros, y lo intentará una y otra vez hasta que logre hacerlo. Ese no es el ejemplo que él cita, pero es algo así como eso. Eso ya es una cualidad de la Revolución.
Si no hubiéramos creído en que la victoria es posible mientras se luche por ella y se crea en ella, quizás no estaríamos aquí, no habríamos resistido casi 50 años de bloqueo, agresiones, actos terroristas; la agresión de la potencia imperial más poderosa que ha existido en la historia.
A la pregunta de cómo pudo resistir el pequeño país cuando se quedó solo —porque durante 30 años hubo el apoyo de la Unión Soviética, pero después, en los últimos 15 años, solos nosotros aquí; muchas veces los amigos creían que no era posible que pudiéramos enfrentar la adversidad que vino ante nosotros—, habrá que responder: Porque Fidel convirtió en patrimonio de millones en Cuba la idea de que la derrota no es tal hasta que no se acepta, de que siempre existe la posibilidad de revertir una derrota temporal. Por eso el Granma no terminó en derrota final, fue solo derrota temporal, como antes lo había sido el Moncada. Y siempre fue el volver a empezar, el empezar de cero otra vez, y por eso estamos aquí.
Número doce, escribí: “La aspiración a la justicia para todos”. Hay quienes aspiran a la justicia solo para sí mismos, luchan quizás por ser ricos o por alcanzar una determinada meta personal; hay quienes piensan en la justicia para su familia o para su entorno más cercano, digo la justicia entendida como el logro de las metas. Hay quienes la han aspirado incluso para su pueblo, para su nación; pero para Fidel la idea de luchar por la justicia no tiene fronteras y por eso ha luchado por ella no solo para los cubanos, que ya era bastante: el sentido de dedicar su vida a la lucha por la justicia de un pueblo, sino la ha convertido en causa universal.
Por eso cuando en Cuba había 6 000 médicos y 3 000 se fueron, estimulados, pagados por el gobierno de Estados Unidos que trató de que no quedara ninguno, quedaron 3 000 médicos en Cuba en el año 1959 —eran 6 millones los cubanos—, ayer se recordaron aquí las palabras de Fidel: “Formaremos muchos médicos.” Hoy tenemos 25 médicos por cada uno de aquellos que se fueron, y Fidel dijo: “Formaremos, porque los necesitaremos en Cuba y en el resto del mundo.” Si esa idea de aspiración universal a la justicia no hubiera estado presente, Cuba no tendría hoy casi 30 000 colaboradores de la salud, de los cuales 21 000 son médicos, trabajando en 69 países.
Por eso esa aspiración a la justicia para todos, más allá de nuestra tierra, de nuestra nación, de nuestra condición de Estado, hace que los científicos cubanos trabajen arduamente, y Fidel ha estimulado todos esos proyectos personalmente, por una vacuna contra la malaria, que es una enfermedad que no existe en Cuba.
Las transnacionales no gastan dinero en investigación para eso, porque dan más dinero los productos cosméticos o las pastillas para bajar de peso, que las vacunas contra la malaria, porque esas son medicinas de pueblos pobres y, por lo tanto, no están destinadas a tener un gran mercado. Los científicos cubanos han trabajado por vacunas para curar enfermedades que no existen en Cuba, y trabajan hoy bajo la idea de que la aspiración a la justicia es a la justicia para todos, y creo que eso es una enseñanza y un aporte también de Fidel.
Número 13, escribí aquí, “la fuerza de las ideas”. La convicción personal, que es martiana también, de que una idea justa, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército. Por eso nuestra batalla se llama batalla de ideas, el terreno clave donde librar la lucha.
En el número 14 escribí otra cualidad de Fidel que se ha trasladado, digamos, como patrimonio de nuestro pueblo, “la idea de que nunca ha dejado de sentirse un ser humano”. A Fidel, ni el reconocimiento, ni el apoyo, ni el mito en que terminó siendo convertido, en particular, por el acoso enemigo; ni su autoridad inmensa, emanada de su ejemplo; ni su experiencia, ni su conocimiento superior a los que le rodean, nunca lo hizo, ni lo ha hecho, dejar de sentirse un ser humano capaz de ponerse en el lugar del otro, de imaginar lo que el otro está pensando o sintiendo, de compartir y comprender el dolor, la duda, el temor de los otros.
Recuerdo bien también el día en que yo, abrumado por un error que cometí —yo había cometido un error, no me había dado cuenta— al tramitar una indicación de Fidel, me había equivocado, y Fidel me vio tan abrumado, y de pronto empezó: “¿Quieres que te diga una cosa, ahora que lo veo bien? Al final creo que ha sido muy positivo esto que ha pasado, y esto que tú has hecho me parece que va a terminar ayudándonos.” Mi depresión aumentaba, porque veía que él trataba de convencerme de una cosa distinta a lo que era evidente para mí. Ahí no estaba actuando el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, ahí no estaba actuando el Presidente del Consejo de Estado de nuestro país, ahí no estaba actuando siquiera el luchador curtido, que sabe que un error en un pequeño detalle puede dar al traste con un gran proyecto; ahí estaba actuando el ser humano que comprendía que yo quería que me tragara la tierra, pero la tierra no me acaba de tragar como yo quería, y yo me moría de la vergüenza y ya no podía arreglar aquello que había pasado, y Fidel se empeñó —muchas veces lo he visto también con otros compañeros— en demostrarme a mí que mi error, a fin de cuentas, iba a ser muy positivo para el resultado final del trabajo. Ese es el Fidel ser humano, que aun cuando él se propone la perfección para sí y se flagela si no la obtiene, sin embargo es capaz de no exigírsela a un grado de injusticia a los otros, y es capaz de comprender que el otro puede equivocarse y Fidel tiene una frase de aliento para él. Y eso es su magisterio, porque en Cuba el que no haga eso, que los cubanos en millones han visto hacer a Fidel, es un “pesado”, un atorrante, los cubanos no lo aceptan, porque eso es cualidad ya hoy, derecho, digamos, que reclama el pueblo en la conducta de los demás.
Por último, escribí el número 15, “la ausencia total de odio hacia cualquier persona”. El Che había dicho que una revolución es una profunda obra de amor. Fidel solo tiene odio para la injusticia, odio profundo hacia la injusticia, hacia el hambre, hacia la discriminación racial, pero no hacia las personas, aun si han sido o son sus enemigos. No ha actuado nunca la Revolución Cubana llevada por sentimientos de odio, como no sea odio a la injusticia, pero no hacia los que han provocado, digamos, o son responsables de la injusticia. La Revolución cubana, por eso, no se basa en odios, ni siquiera para los traidores. Hay que ver a Fidel respondiéndole a Ramonet —que lo veo también ahí en el público—, cuando Ramonet le pregunta por traidores. No destila odio, no hay una palabra de odio en más de 700 páginas de respuestas de Fidel a Ramonet. Y así es en el libro de Gianni Miná y así es en el de Tomás Borge. Le pregunta por traidores, le pregunta por hombres que atentaron contra su vida, y Fidel apenas dice una frase. No es en eso donde se concentra, no hace la gran descripción de ese que mereció el castigo.
Por eso viven muchos de los terroristas que hicieron sufrir y todavía hoy son responsables del sufrimiento de miles de familias cubanas. Porque la Revolución ha sido muy fuerte; y podía ir, guiada por el odio, a perseguir a hombres que cometieron asesinatos muy graves y actos de terrorismo contra nuestro país, y la Revolución no lo ha hecho, no lo hizo. Esa es una herencia del pensamiento de Fidel, la idea de que no hay que intentar ajusticiar a los instrumentos, pues al final pueden surgir otros, sino que hay que derrotar al imperialismo, que es el que los creó y los apoyó. Y, por eso, asesinos, torturadores que escaparon de Cuba en la alborada del Primero de Enero, la Revolución no los persiguió, e incluso no los ajustició cuando regresaron como invasores a nuestra patria. Algunos están vivos y lo pueden testimoniar. Hay ausencia total de odio en Fidel.
Se le pregunta a Fidel por los presidentes de Estados Unidos, se le pregunta por Kennedy, por su hermano Robert. Kennedy fue el Presidente de la época de la Operación Mangosta, de los planes —no fue el único, porque eso duró décadas, no ha terminado hasta hoy—; usted no ve odio en Fidel.
Recuerdo el día en que la hermana de John y de Robert, Eunice, pidió a Fidel que diera un testimonio, porque se cumplían 30 años de la Crisis de Octubre. Fidel tenía mucho trabajo, no quería, y ella le dijo: “Se lo vengo a pedir en nombre de nuestra familia, Presidente, que, sabiendo la manera en que nuestros hermanos lo adversaron a usted, y no estando de acuerdo con algunas cosas de las que ellos hicieron, respetamos en usted su ausencia total de odio, y el hecho de que usted nunca ha tenido hacia nuestros hermanos, que le dieron motivos para ello, sentimientos de odio.” Fidel terminó accediendo y dio una entrevista que es uno de los testimonios más completos sobre la Crisis de Octubre y sus antecedentes.
Fidel ha sembrado esas cualidades en nosotros, eso no es patrimonio sólo de la conducta de Fidel. Los revolucionarios cubanos no actúan llevados por el odio, aun cuando fueron más de 350 000 cubanos a luchar en el sur de África —aquí se habló de eso—, a enfrentar a las tropas poderosas del apartheid, que tenían incluso varias armas nucleares. Dos mil cubanos cayeron allí. Nuestros combatientes enfrentaron allí un ejército poderoso. Quince años duró aquella guerra que se selló con la integridad territorial de Angola preservada y la independencia de Namibia. No existiría hoy Angola y hubiera demorado mucho más la derrota del apartheid, si las tropas cubanas no hubieran enfrentado allí, en el sur de África, a miles de kilómetros de nuestra patria, que tiene más mérito todavía cuando eso se hizo en un momento en que ya se derrumbaba la Unión Soviética, se desintegraba el campo socialista, solos.
Piero Gleijeses habló aquí y escribió un libro revelador sobre esos temas, y cuando esa guerra terminó y regresaron nuestros combatientes, y se cumplió lo que había dicho Amílcar Cabral: que los cubanos regresarían de África llevándose solo los huesos de sus muertos, porque no somos allí dueños de minas, ni de pozos petroleros, ni de tierras, ni de bosques, porque no fuimos allí buscando diamantes, petróleo, fuimos luchando por una idea de justicia, cualidad y herencia de Fidel a nuestro pueblo, se puede decir que no hubo ni un solo momento de odio, ni nuestras tropas actuaron, sino con un gran altruismo. Así había sido en la Sierra Maestra, donde se curaba primero a los heridos del ejército enemigo. Así fue en Girón, así fue siempre, y así fue en Angola.
Esa ausencia total de odio, como no sea odio a la injusticia, al imperialismo, a la exclusión, como fenómenos, es una cualidad también de Fidel. Por eso, esa ausencia total de rencor. Usted le pregunta y él no dice una frase de odio al que traicionó, al que agredió. Yo creo que ese es otro legado de Fidel.
No he querido —ya lo dije— que esto se vea como un ensayo, ni una pieza académica o rigurosa. Si tiene una virtud, es su honestidad total.
Yo no diría estas palabras aquí si no fuera por creer, como cualquier otro cubano lo haría, profundamente en ellas, porque Fidel también nos ha enseñado el rechazo total a todo lo que sea vanidades, adulonerías. No hay nada que moleste más a Fidel que un adulón. Y si tienen otra cualidad estas palabras, es un profundo cariño que es, diría, el sentimiento mayor que nuestro pueblo siente por Fidel, en el que ve al padre, hermano mayor, familia propia, más allá de sus responsabilidades y de sus méritos.
Los enemigos de la Revolución Cubana, que es decir los enemigos de la justicia, de la verdad, de la dignidad, los enemigos cuentan los minutos esperando y deseando la muerte de Fidel, sin comprender que Fidel ya no es solo Fidel, que Fidel es su pueblo y que Fidel es, a fin de cuentas, todo hombre y mujer que en el mundo esté dispuesto a luchar y luche porque un mundo mejor sea posible.
Los enemigos sueñan y se equivocan con la idea de que la ausencia de Fidel puede significar la ausencia de sus ideas, y que las convicciones y los principios que Fidel ha sembrado a nivel masivo en su pueblo y en el mundo pueden desaparecer; Fidel, que aspira a que de él solo queden las ideas y que, convaleciendo, recuperándose y regresando al combate propinará a esos enemigos asentados en el odio y la mediocridad una nueva derrota.
Gracias a todos por venir.
Gracias por habernos permitido celebrar de esta manera el cumpleaños de Fidel. A los cubanos solos, Fidel no nos lo hubiera permitido.
Gracias a la Fundación Guayasamín, a Pablito, al resto de sus familiares, a Cachito Vera.
Gracias a la Fundación que, como lo había hecho antes, logró imponerle a Fidel la celebración de su cumpleaños y convencerlo de que su cumpleaños no era solo su cumpleaños, sino una oportunidad para dar otra vez, en el terreno de las ideas, una batalla a favor de la justicia y la solidaridad.
Si ustedes no estuvieran aquí, nuestra celebración habría tenido que ser íntima y modesta, y Fidel no la habría permitido; pero un deber de caballerosidad, de simpatía y agradecimiento con los que vienen, le ha impedido a él oponerse a esta celebración nacida del —nosotros lo sabemos bien— más puro cariño y solidaridad con nuestro pueblo y con Fidel.
Les damos las gracias a ustedes y les prometemos que nosotros seguiremos luchando por las ideas y los sueños a los que Fidel ha dedicado su vida. Que lo haremos con él otra vez al frente de nuestro pueblo; pero que cuando él y los hombres de su generación no estén, nosotros tenemos la convicción de que nuestro pueblo habrá hecho para siempre ya suyas esas ideas y esos principios.
Ese es nuestro regalo mayor a Fidel: defender y combatir cada día de nuestra existencia por esas ideas.
Muchas gracias.