Un Lobo que viste piel de cordero
Por María Laura Carpineta
Si las urnas no dan una sorpresa mañana, Porfirio Lobo será el próximo presidente de Honduras. Dirigirá un gobierno que la mayoría de los países vecinos no reconocerá, enfrentará la incómoda situación de tener a su antecesor preso dentro del país, en una embajada, y tendrá que reunificar una sociedad dividida entre la democracia y el statu quo. No es un contexto fácil, pero su carisma y su pragmatismo ya le permitieron llegar como favorito a las elecciones de la mano de la dictadura, sin romper con sus viejas amistades dentro de la izquierda. “Los compañeros que aún tienen contacto con él dicen que sigue siendo la persona accesible que conocimos”, contó vía telefónica Ramiro Vázquez, comandante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y uno de sus antiguos compañeros de estudio en la Escuela Superior de Cuadros Políticos de la desaparecida Unión Soviética.
A Lobo no le gusta hablar de ese pasado. No lo niega, simplemente hace como que nunca sucedió. Hace casi treinta años representa los pilares conservadores de la pobre y violenta Honduras y defiende el neoliberalismo impartido desde Washington para toda la región. En su página web, su biografía destaca su paso por la universidad de Miami, su vasta experiencia como uno de los principales productores hondureños de maíz y soja y su inquebrantable compromiso con la Iglesia Católica. Lobo tiene la hoja de vida de un digno hijo de la oligarquía hondureña, si no se escarba demasiado en la violenta década de los setenta.
En 1970 había recién vuelto de Miami con un diploma de administrador de empresas bajo el brazo. Tenía todo para empezar a escalar dentro de la empresa de su padre, pero la cruenta represión de las juntas militares de ese momento y los aires revolucionarios que recorrían Centroamérica lo envolvieron y lo arrastraron hacia un mundo diferente. No hay muchos relatos de la época, pero miembros del ya extinto Partido Comunista hondureño sostienen que Lobo era su tesoro mejor escondido.
“En aquellos tiempos llegaban a la URSS dirigentes y militantes que vivían bajo la clandestinidad. El amigo Lobo formó parte de la delegación del PC de Honduras”, recordó Vázquez, un comandante del FMLN, la guerrilla salvadoreña que a principio de este año alcanzó el poder a través de las urnas. El curso se dictó en 1974 y duró seis meses. Vázquez lo recuerda como un tiempo de efervescencia política y de idealismo extremo, en el que el compromiso de personas como Lobo hacían creer que la revolución era posible. “Todos discutíamos qué hacía Porfirio Lobo entre los revolucionarios. Era un hombre dedicado a la lucha; había renunciado a su clase por la brutalidad de la dictadura y se había puesto del lado del pueblo desprotegido”, relató el salvadoreño.
Pero además de su compromiso, Lobo se destacaba entre sus camaradas por su imperturbable buen humor y su amabilidad. El joven hondureño nunca se enojaba durante las discusiones políticas, recordó Ramírez, y siempre tenía ganas de conversar y conocer gente nueva. “Tenía pinta de buena persona y la sigue teniendo”, resumió su ex compañero.
Y ése parece ser el secreto de Lobo. Aun después de pasarse de bando, cambiar por completo su discurso y convertirse en el dirigente favorito del establishment golpista y neoliberal de su país, el candidato del Partido Nacional consigue mantener buenas relaciones con la derecha más reaccionaria que impulsó el golpe de Estado hace cinco meses y, al mismo tiempo, conservar un buen diálogo con los funcionarios zelayistas y las organizaciones de derechos humanos.
“Pepe Lobo es ante todo un hombre pragmático y con un hombre pragmático siempre se puede hablar”, le repitió varias veces a este diario un negociador zelayista durante los meses que duró el fallido diálogo entre el presidente derrocado Manuel Zelaya y el dictador Roberto Micheletti. Según la misma fuente, Pepe, como lo conocen los hondureños, les habría garantizado a los negociadores norteamericanos el voto de sus diputados para restituir al presidente legítimo. Pero Micheletti y sus hombres consiguieron retrasar la votación hasta después de las elecciones y el acuerdo fracasó antes de que pudiera cumplir con su parte.
Una y otra vez, Lobo logró reinventarse y relegitimarse ante los ojos de sus aliados y rivales. La primera vez fue cuando dejó abruptamente la clandestinidad y las filas comunistas. La segunda, apenas cuatro años atrás, cuando se presentó por primera vez como candidato a la Presidencia. Asesorado por un ex escritor de discursos de Ronald Reagan y George Bush padre, el sonriente terrateniente recorrió el empobrecido y violento país centroamericano blandiendo una escultura de un puño de hierro. Sin sutilezas. Su mensaje era mano dura y su propuesta, reinstalar la pena de muerte.
La estrategia falló y un desconocido Manuel Zelaya ganó en un recuento muy cuestionado. “La decisión la tomaron los grupos de poder económico porque para ellos Pepe era comunista o, por lo menos, menos confiable que Zelaya”, recordó recientemente al diario La Jornada de México el único candidato presidencial progresista que participará mañana, Carlos Ham. A Lobo le tomó cuatro años y un giro inesperado de Zelaya hacia el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez convencer a sus colegas empresarios de su compromiso incondicional con el mercado. Logró reafirmar su pertenencia de clase, como dirían sus viejos camaradas.
Como líder de la oposición, criticó las medidas redistributivas de Zelaya, pero no fue su más férreo rival. Un mes antes del golpe, Pepe había aceptado a regañadientes la consulta popular para convocar una Asamblea Constituyente. “Hay que escuchar al clamor popular”, había señalado. Más tarde apoyó la dictadura, pero siempre jugando con la ambivalencia. “No voy a tomar partido ni por Zelaya ni por Micheletti”, repetía cada vez que la prensa le preguntaba su postura frente al golpe.
Sus detractores no tienen duda de que Pepe tomó posición por Micheletti y su dictadura, pero aun así lo separan del resto. “No me generó ninguna sorpresa que Pepe apoyara el golpe, después de todo milita en un partido conservador. Es una persona de cierta nobleza, pero ligada al statu quo”, lo definió Andrés Pavón, presidente del Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras. Pavón conoce bien a Lobo de su juventud, cuando militaba en esa organización. “Mantenemos un vínculo personal, antes del golpe platicábamos. Lo llamé un día antes del golpe para preguntarle qué estaba pasando, pero no me contestó. No volví a intentar”, contó en diálogo telefónico con este diario.
Si gana mañana, Lobo prometió liderar un gobierno de unidad nacional y reconciliar a los hondureños. Uno de sus viejos compañeros no cree que esta vez su sonrisa y su incuestionable carisma lo logren. “Es muy difícil que pueda reunificar a su país. Para hacerlo debería tomar mucho aire y recordar muchísimo sus años de juventud y de contacto con los más pobres y desprotegidos”, sugirió desde la vecina nación salvadoreña, su ex compañero de aula Ramiro Vázquez.