Volver a Marx en el mundo; volver a Schafik en El Salvador

Volver a Marx en el mundo; volver a Schafik en El Salvador∗

Roberto Regalado**

«Si estamos profundamente convencidos de que el socialismo
será el futuro para América Latina, debemos aceptar el reto
de renovarlo, de liberarlo de toda clase de dogmas
y estrecheces y convertirlo en el ideal de las masas».

Schafik Hándal

En las postrimerías del siglo XX colapsaron los postulados ideológicos tradicionales de las dos vertientes del movimiento socialista internacional nacido en la Europa decimonónica, a saber, el comunismo y la socialdemocracia.

En el caso del comunismo, se produjo la crisis terminal del llamado socialismo real, errónea pero muy extendidamente considerado —por sus partidarios, enemigos y gran parte de la izquierda no marxista—, como la encarnación de las ideas de Marx, Engels y Lenin. Esta crisis, causada por el insoportable agravamiento de las contradicciones político‑ideológicas, económicas, sociales y culturales de ese esquema de matriz estalinista, desembocó, entre 1989 y 1991, en el derrumbe del bloque de países europeo orientales, incluida la Unión Soviética, y en la redefinición de sus respectivos proyectos de nación que realizan los partidos comunistas y los gobiernos de China, Vietnam y Cuba.

En el caso de la socialdemocracia, esta trató de que el colapso de sus postulados ideológicos pasara inadvertido, ocultándolo tras la defenestración del «socialismo real», atribuyéndose una falsa victoria en el arcaico enfrentamiento dicotómico entre reforma y revolución, y presentando la renuncia definitiva a su proyecto original de reforma social progresista como un supuesto salto cualitativo renovador, cuando en realidad era un cambio cualitativo retrógrado porque asumía en cuerpo y alma el neoliberalismo, doctrina que impone el crecimiento desenfrenado de la concentración del poder y la riqueza, sustentado en el crecimiento también desenfrenado de la explotación y exclusión social. Esta apropiación del neoliberalismo la reconocía, abiertamente y sin sonrojo, la llamada Tercera Vía del Partido Laborista Inglés, mientras que la Comisión Progreso Global de la Internacional Socialista intentaba presentarla como una actualización programática supuestamente alternativa a esa doctrina.[1]

El cambio de esencia de la socialdemocracia obedece a que en el transcurso del siglo XX rompió con sus ideas fundacionales y se convirtió en un elemento orgánico del capitalismo monopolista, cuya crisis sistémica la obliga a hacerse copartícipe del agigantamiento de la brecha entre ricos y pobres, las guerras de recolonización del Sur, la depredación del planeta y otros estertores decadentes de la senil formación económico‑social capitalista.

La fraudulenta asociación de ideas entre «socialismo real» y marxismo que le fue inculcada a varias generaciones de revolucionarios y revolucionarias, incluida la mía, hizo que, a corto plazo, la bancarrota del «socialismo real» sembrara en muchos la duda sobre el carácter científico y la vigencia del marxismo y, en otros, provocara el rechazo o la renuncia a él. Sin embargo, no tardó en abrirse paso la necesidad de lo que Néstor Kohan llama volver a Marx.

Ahora bien, la duda, la renuncia, el rechazo y la negación del marxismo no fueron resultado de una lucha solo ideológica. En apoyo a esta afirmación, me permito hacer una cita algo extensa de la obra de Néstor titulada Nuestro Marx:

Desde nuestro punto de vista la necesidad de reinstalar la discusión y el debate sobre Marx en la agenda contemporánea de las ciencias sociales se torna una urgencia inaplazable. Durante el último cuarto del siglo XX lo que predominó en el terreno del pensamiento social fue un abanico de relatos —principalmente el posmodernismo, el posestructuralismo y el posmarxismo— que condujeron al abandono de todo horizonte crítico radical y a la deslegitimación de todo cuestionamiento de la sociedad capitalista.

Esa hegemonía complaciente no surgió de manera espontánea. Convergieron diversas circunstancias.

En Argentina y América Latina, las salvajes y feroces dictaduras militares de los años setenta no solo secuestraron, torturaron y asesinaron a miles y miles de militantes políticos, investigadores, estudiosos, pedagogos y difusores del marxismo, instalando el terror en su máxima crudeza en toda la población, también desmantelaron programas de investigación, incendiaron bibliotecas completas, destruyeron universidades públicas, promovieron universidades privadas y confesionales, exiliaron a numerosos intelectuales de izquierda (aquellos que no lograron matar) y persiguieron toda huella de marxismo catalogado bajo el rótulo de «delincuencia terrorista y subversiva». Ese dato que marcó a fuego nuestro país y nuestro continente, aparentemente «externo» a la producción, desarrollo, circulación y consumo de la misma teoría, muchas veces resulta soslayado a la hora de reflexionar sobre los avatares del marxismo.

Pero no solo hubo hoguera, violación, picana y fosas comunes a la hora de perseguir el marxismo en Argentina y América Latina. También hubo mucho dinero.

Una vez que pasó el huracán represivo y su lluvia torrencial de balas, plomo, capucha y alambre de púas, las cenizas de marxismo que habían logrado permanecer encendidas se intentaron asfixiar y apagar con becas, editoriales mercantiles, suplementos culturales en los grandes multimedias, cátedras, programas de posgrado, revistas con referato, una fuerte inserción académica y toda una gama de caricias y dispositivos institucionales destinados a desmoralizar a los viejos rebeldes, vacunar de antemano a los nuevos, neutralizar la disidencia, cooptar conciencias críticas y fabricar industrialmente el consenso.

Así, con el león y la zorra, con la violencia y el consenso, el fantasma satanizado y demonizado del marxismo revolucionario fue conjurado durante casi treinta años.[2]

Para evitar que se repita la usurpación del marxismo y el leninismo por parte de una persona, grupo de personas o escuela de pensamiento, y para resaltar su carácter de ideología siempre viva, siempre en interacción con la praxis, siempre abierta a la crítica y la autocrítica, en constante autocorrección y autorenovación, que necesariamente ha de ser resultado de la labor de lo que Gramsci llamó el intelectual colectivo revolucionario, al hablar hoy del marxismo y el leninismo, se ha acuñado el término teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, el cual refleja la diferencia y, a la vez, establece el nexo dialéctico, entre:

El cuerpo de ideas elaborado por Marx y Engels en la etapa de despliegue de la gran industria capitalista, labor que abarca desde la década de 1840, hasta la muerte de Marx, en 1881, y la de Engels, en 1995
La actualización, adecuación y desarrollo de las ideas de Marx y Engels realizada por Vladimir Ilich Lenin en la etapa en que el sistema capitalista da el salto del capitalismo de libre competencia al capitalismo monopolista o imperialismo, producción teórica que se extiende desde la década de 1890 hasta meses antes de su muerte en 1924
El amplio, diverso, complejo y hasta contradictorio horizonte de autores y autoras que, a lo largo de las etapas históricas transcurridas desde la vida de los clásicos hasta hoy, utilizan el método de Marx como el instrumento fundamental de su propia producción teórica y política

Hobsbawm llama la atención sobre el hecho de que mucho de lo que se discutió sobre la revolución en el siglo XIX es posterior a la muerte de Marx y Engels, por lo cual, lo más que puede decirse es que quienes primero debatieron esos temas, a raíz de la polémica sobre revisionismo y reformismo iniciada en la década de 1890, estuvieron en contacto personal con Marx y Engels o, en la mayoría de los casos, solo con este último. Ello implica que toda la elaboración teórica y política de fundamento marxista realizada con posterioridad a la muerte de los clásicos está basada en interpretaciones o revisiones póstumas;[3] con otras palabras, Marx y Engels no participaron en esa elaboración y carece de sentido especular sobre cuáles habrían sido sus consideraciones al respecto.

Siguiendo el razonamiento de Hobsbawm, podemos añadir que casi todos los líderes y pensadores bolcheviques que estuvieron en contacto personal con Lenin fueron ejecutados por órdenes de Stalin y sus obras censuradas. Esto implica que no solo desapareció la riqueza de la producción teórica y de los debates de los hombres y mujeres que lideraron la Revolución de Octubre y fundaron la URSS, sino también que la concepción estalinista de su obra predominó en los partidos comunistas de todo el mundo hasta la apertura ideológica y cultural de la década de 1960, y que siguió predominando en una parte importante de esos partidos hasta el momento mismo del derrumbe.

En esencia, teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista es la producida por sucesivas generaciones de científicas y científicos sociales mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Marx, Engels y Lenin, con el objetivo de:

Analizar las características y contradicciones de la sociedad capitalista
Estudiar las regularidades sociales
Identificar a los sujetos sociales revolucionarios
Formular leyes de tendencia a partir de las cuales elaborar los objetivos, estrategias y tácticas de la revolución4

Insistimos en la urgencia de volver a Marx porque metamorfosis ocurrida en el mundo a raíz del agravamiento de la crisis sistémica del capitalismo y de la desaparición del llamado campo socialista, plantea la necesidad de dar respuestas actualizadas y contextualizadas a los cuatro elementos antes enunciados. En el caso de América Latina, incluido el caso de El Salvador, en el que Schafik concentró su atención principal, los cambios ocurridos en las condiciones y características de las luchas populares están determinados por cuatro factores externos y cinco procesos continentales.

Los factores externos que ejercen influencias determinantes en la actual situación política, económica y social de América Latina son:

El salto de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político –proceso generalmente conocido como globalización–, identificable a partir de la década de 1970, que cambia la ubicación de América Latina en la división internacional del trabajo y modifica la estructura socio‑clasista de la región
La avalancha universal del neoliberalismo, desatada en la década de 1980, que impone y legitima la híperconcentración transnacional de la riqueza y el poder político
El derrumbe del bloque europeo oriental, incluida la URSS, ocurrido entre 1989 y 1991, que destruyó la bipolaridad mundial, la cual sirvió durante la posguerra de muro de contención de la agresividad imperialista y coadyuvó a la descolonización del Medio Oriente, Asia y África subsahariana.
La «neoliberalización» de la socialdemocracia europea, proyectada a escala internacional en la segunda mitad de la década de 1990, que permeó a partes de la izquierda latinoamericana con una reelaboración light de esa doctrina

A su vez, los procesos continentales en desarrollo desde el colapso de la bipolaridad mundial de posguerra son:

La sujeción a un nuevo sistema continental de dominación imperialista, un sistema de dominación de naturaleza transnacional, proceso dominante entre 1989 y 1994
La crisis del Estado neoliberal recién impuesto y el auge de la lucha de los movimientos sociales, una parte de los cuales se convierten en movimientos social‑políticos, procesos dominantes entre 1994 y 1998
La elección de gobiernos nacionales de izquierda y progresistas, proceso dominante entre 1998 y 2009
La contraofensiva del imperialismo norteamericano y la derecha local, que intentan recuperar el espacio perdido, proceso caracterizado por su flujo y reflujo desde 2009 hasta hoy5

En virtud de todos los cambios derivados de lo que se ha dado en calificar con un cambio de época, Volver a Marx es el imprescindible primer paso para trascender el abanico de relatos posmodernos, posestructurales y posmarxistas mencionados por Néstor, cuyo fin es evitar que se cumpla la premisa marxista de conocer el mundo para transformarlo. En este contexto, tal como se expresa en la convocatoria a este seminario:

El pensamiento de Schafik es una herramienta teórica y política de sumo valor para realizar el imprescindible balance de las luces y sombras que la izquierda latinoamericana en general y la salvadoreña en particular, han dejado a su paso en el camino transitado a todo lo largo del siglo XX e inicios del XXI, y para trazar la ruta en pos de las transformaciones sociales que permitan colocar el bienestar y desarrollo de los pueblos como la prioridad absoluta de las naciones latinoamericanas.

Entre los múltiples atributos de la obra de Schafik resaltan: su enfoque marxista de la historia, que sienta las bases para comprender la actual situación política, económica y social del mundo, de América Latina como región y de El Salvador como país; y su análisis crítico de las fracasadas experiencias de construcción socialista del siglo XX, de las que se extraen oportunas lecciones para delinear nuevos paradigmas emancipadores, enraizados en las condiciones y características de la América Latina del siglo XXI. Por esos y otros motivos, es un formidable referente para la elaboración estratégica y táctica de la izquierda revolucionaria latinoamericana, en particular, del FMLN, y para la educación político‑ideológica de l@s dirigentes, militantes y bases sociales de esa izquierda regional, en especial, del FMLN.

Schafik fue un dirigente y pensador revolucionario con una larga trayectoria nacional y latinoamericana. Iniciado en la lucha política como participante en la Huelga de Brazos Caídos de 1944 que derrocó a la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, ingresó en el Partido Comunista de El Salvador (PCS) en 1950 y dos años después sufrió su primer exilio, que fue también su primer contacto con las fuerzas revolucionarias de otros países. Ese contacto incluyó una estancia en Honduras, durante la cual apoyó a los grupos marxistas que años más tarde fundarían el Partido Comunista de ese país, y un exilio de cuatro años en Chile, en cuyo Partido Comunista, un partido con una fructífera historia y una fuerte inserción en el Movimiento Comunista Internacional, fue miembro de la Comisión de Propaganda de Regional Santiago.

Tras ser electo secretario general del PCS en 1973, a finales de esa década fue uno de los líderes de partidos comunistas latinoamericanos que protagonizaron el llamado viraje, consistente en la ruptura con la línea soviética de rechazo a la lucha armada revolucionaria, el cual desemboca en su activa participación el proceso de construcción del FMLN. Junto a los secretarios generales de los partidos comunistas de Argentina, Guatemala, Honduras y República Dominicana, en 1990 fue firmante de la «Carta abierta a los partidos comunistas y revolucionarios de América Latina», conocida como la Carta de los Cinco que, ante el inminente derrumbe de la URSS, ratificaba la vigencia de las ideas de la revolución y el socialismo, posición que defendió en diversas tribunas nacionales e internacionales como dirigente del FMLN, entre ellas el Foro de Sao Paulo. Schafik es autor de una extensa y valiosa producción teórica y política, gran parte de ella asequible en libros y folletos, y en artículos y entrevistas publicados en periódicos y revistas, y otra parte en fase de investigación en el instituto que lleva su nombre.

A Schafik Hándal se le calificó de «ortodoxo». ¿Cómo reaccionó él ante eso?

Nos han puesto el nombre de «ortodoxos» –dice Schafik–, que desde el punto de vista de su contenido etimológico es correcto: defendemos la pureza de nuestras ideas. Como suena mal al oído, la burguesía lo ha utilizado como instrumento publicitario en contra nuestra.[6]

¿Y cuáles son las ideas cuya pureza defendió? ¿Son acaso los postulados ideológicos tradicionales que desembocaron en el derrumbe de la URSS y el resto del bloque europeo oriental de posguerra»? ¿Qué análisis hizo al respecto?

La causa principal del fracaso del socialismo en la URSS –afirma Schafik–se debe a que la dirigencia dejó de ser revolucionaria. Anuló la democracia, redujo a cero las opiniones de la sociedad, instauró el verticalismo y el burocratismo. En la dirección de aquellos partidos que estaban en el poder, se impusieron los intereses personales.[7]

A ello añade que:

Se han derrumbado no solo regímenes, se han derrumbado dogmas. El socialismo no puede seguir siendo el mismo. Está sacudido por estallidos revolucionarios, en cuya base hay una crisis estructural, provocada por las relaciones de producción estatistas, la gestión de la economía rígidamente centralizada y burocrática.[8]

Sobre este aspecto, advierte:

Surge una interrogante. Si son estallidos revolucionarios: ¿por qué dan origen a tendencias antisocialistas muy fuertes, a veces hasta dominantes? Pienso que esto se explica por los factores siguientes:

En primer lugar, es necesario recordar que en todo proceso de revolución también surge la tendencia a la contrarrevolución. Esto tiene carácter objetivo. Triunfa, en definitiva, la corriente que logra la mayor fuerza, la que se guía por un plan más acertado, más inteligente. El predominio de la revolución o de la contrarrevolución se decide en el terreno subjetivo: depende de la conducción de una o la otra. En medio de situaciones revolucionarias, a veces se presenta el viraje de las masas hacia el rumbo contrarrevolucionario.

[…]

En segundo lugar, los partidos del socialismo, al fundirse con el Estado, se separaron de las masas (me estoy refiriendo a los ex países socialistas), se colocaron por encima de ellas, se infestaron de corrupción y se desprestigiaron desacreditando al socialismo. Esto deja un enorme espacio a fuerzas de diversos matices, incluso contrarrevolucionarias, para que confundan y atraigan a las grandes masas.[9]

¿Hay trazas de dogmatismo en el pensamiento de Schafik? Los fragmentos citados sobre la esencia antidemocrática del «socialismo real», demuestran, de modo fehaciente, que no las hay. También antidogmáticas son sus ideas sobre la renovación del socialismo, como botón de muestra de las cuales, destacamos:

Si estamos profundamente convencidos de que el socialismo será el futuro para América Latina, debemos aceptar el reto de renovarlo, de liberarlo de toda clase de dogmas y estrecheces y convertirlo en el ideal de las masas. Nuestro compromiso es irrenunciable. Nuestro punto de partida es reconocer que la fusión del Estado y del partido del socialismo nunca fue la idea de los creadores del socialismo científico, ni voluntad de los pueblos. El fundir en un solo puño el aparato administrativo del Estado y del partido, la propiedad de los medios de producción y distribución, el ejército, los órganos de seguridad, las organizaciones sociales, el arte y la cultura es estatismo, verticalismo, autoritarismo, burocratismo, y de ninguna manera es socialismo auténtico.

El socialismo debe ponerlo todo en manos de la sociedad, y no en manos exclusivas del Estado, excepto lo que contribuya a garantizar la supremacía de la justicia social y de la libertad del individuo. El compromiso irrenunciable de los revolucionarios es defender incansablemente el socialismo real incluso si es defectuoso, ir rectificándolo.[10]

A ello añade:

Al socialismo se le puede defender solo renovándolo, lo cual implica compartir esta tarea con el pueblo, abriéndole la posibilidad de participar en su crítica y reestructuración. La renovación del socialismo real implica un tránsito tenso, preñado de contradicciones que pueden sumergirlo en una crisis de debilitación, facilitar su aprovechamiento por los imperialistas y toda clase de fuerzas antisocialistas generar una gran confusión en las masas y perder el rumbo. Así el socialismo puede liquidarse. Superar esa contradicción es un gran reto: renovar el socialismo y defenderlo son compromisos revolucionarios irrenunciables e inseparables. Nosotros sabemos que la clave está en el trabajo de los revolucionarios con el pueblo.

En su renovación, el partido en un país socialista debe desembocar en un partido que conciba la respuesta al reto de un descomunal esfuerzo por incorporar a las fuerzas populares y sociales, tanto a la rectificación renovadora del sistema económico y político del socialismo, como a la depuración y reconstrucción del mismo partido. Hacerlo de tal manera que el partido revolucionario pueda ocupar legítimamente un lugar de sujeto político, sostenido en el reconocimiento del sujeto social frente a otras corrientes y partidos que inevitablemente hacen surgir este proceso, y cuya existencia se vuelve una necesidad de la nueva democracia socialista.

La justeza y popularidad del sistema socialista debe ser tal que cualquier grupo o partido solo pueda ser fuerte si está por el socialismo y lucha por perfeccionarlo. Solo puede lograrlo el socialismo desestatizado, el socialismo socializado en manos de la sociedad civil, basado en múltiples formas de propiedad y autogestión social. Los ritmos más convenientes para este proceso contradictorio de reestructuración están determinados por la correlación interna de fuerzas y por el imperialismo.

No hay, ni puede haber una medida pareja, un molde único. La cuota de rectificación y la cuota de defensa no pueden mantenerse fijas. Están determinadas por la situación concreta de cada país y momento. El socialismo debería defenderse y al mismo tiempo renovarse en manos de la propia sociedad.[11]

De una de las citas anteriores extraemos la clave de las ideas cuya pureza defendió Schafik: «Nuestro punto de partida es reconocer que la fusión del Estado y del partido del socialismo nunca fue la idea de los creadores del socialismo científico […]». No cabe duda de que la ortodoxia de Schafik no es apego a postulados ideológicos colapsados, sino apego a la actualización, adecuación y desarrollo creativo teoría de la revolución de fundamento marxista y leninista, tal como ha sido definida en esta ponencia.

En el caso de El Salvador, de acuerdo con el método de Marx, Schafik parte del análisis de su ubicación como país subdesarrollado y dependiente dentro de la división internacional del trabajo, la cual:

Adquiere significación en la segunda mitad del siglo XVIII con la exportación del añil, a partir de la cual se conforma el capitalismo salvadoreño
Cambia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la exportación del café sustituye a la del añil como centro de la economía monoproductora.
Vuelve a cambiar en las dos décadas de gobierno de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), 1989‑2009, cuya política neoliberal destruyó la matriz productiva de El Salvador, de modo que la mayor fuente de ingresos del país pasó a ser la exportación de emigrantes ilegales, emisores de las remesas que sostienen a sus familias y a la nación

Del lugar que ocupa El Salvador en la división internacional del trabajo, se deriva su estructura socio‑clasista y su sistema de dominación y subordinación:

Con la economía del añil se corresponde el desempeño de los hacendados añileros como sujeto social dominante, cuyas contradicciones con el monopolio comercial colonialista español los lleva a asumir el liderazgo del proceso de independencia, que no resolvió, sino agravó, los antagonismos de la sociedad salvadoreña, entre otros factores, porque pronto se desató la primera expropiación de tierras indígenas realizada en tiempos de la república
Con la economía del café se corresponde el desempeño de la oligarquía cafetalera como sujeto social dominante, que construye un Estado, un sistema de dominación política, económica, social y cultural, y una infraestructura en función de sus intereses, sobre la base de la polarización y la exclusión social exacerbadas por una nueva y aún más feroz de expropiación de tierras indígenas y ejidatarias, y por la brutal proletarización de sus antiguos ocupantes. Con palabras de Schafik:

El cultivo y exportación del añil a Europa, acrecentado desde la segunda mitad del siglo XVIII, fue el precursor e iniciador del capitalismo agroexportador en El Salvador. Pero fue el cultivo y la exportación del café, desde la segunda mitad del siglo XIX, el motor de los cambios económicos, clasistas, jurídicos, políticos, culturales, de la configuración del capitalismo étnicos, financieros, monetarios, que configuraron el despliegue de ese modelo para El Salvador de hoy, más allá de la agroexportación con su extrema desigualdad, el tipo de capitalismo que exhibe tristemente su riqueza concentrada en pocas familias y la pobreza cada vez más extensa, la emigración y la dependencia igualmente crecientes.[12]

Tras describir la construcción del Estado salvadoreño en función de los intereses de la oligarquía cafetalera, Schafik concluye:

Con estas características configuró nuestro país su economía hacia afuera, su capitalismo dependiente, inducido y condicionado desde afuera, desde Europa primero, desde los Estados Unidos después, encabezado por una oligarquía muy rica, que constantemente aumentaba su capital, y en el otro extremo un pueblo pobre, constantemente corriendo hacia la miseria. La clase media era inestable y, en su mayoría, estaba al borde del despeñadero de la pobreza.

[…]

Así se fue configurando estructuralmente el funcionamiento de la economía y, sobre esta base, la sicología e ideología de la clase dominante: un espacio donde todo se puede, se compra, se vende, si favorece los intereses oligárquicos, sin importar si se viola la Constitución.[13]

A partir de firma de los Acuerdos de Paz de 1992, y sacando partido del desconocimiento del que adolecía el recién desmovilizado FMLN en materia económica, ARENA se lanza a la apertura, desregulación y descapitalización de la economía salvadoreña.

Con respecto a la expulsión de personas hacia los Estados Unidos como pilar de esta nueva ubicación en la división internacional del trabajo, Schafik denuncia que las remesas de los emigrados son canalizadas por conducto de los bancos de la oligarquía salvadoreña y captadas por las tiendas de la misma oligarquía. Además, caracteriza la emigración hacia los Estados Unidos como el agigantamiento de una válvula de escape de la fuerza de trabajo excedente que en épocas anteriores se dirigía a Honduras:

Yo resumo en una pequeña frase –dice Schafik– esa relación migratoria con Honduras: constituyó una válvula de escape del vapor de la caldera social salvadoreña. Hacia allá salía el excedente de mano de obra, de producción de mercancías, de pequeña empresa. Esa válvula de escape contuvo por decenios la lucha por la tierra en El Salvador. Cuando en 1969 se produjo en Honduras la expropiación y expulsión masiva de salvadoreños, estalló de nuevo aquí la lucha social y, en particular, la lucha campesina por la tierra. La válvula de escape de nuestra caldera social es hoy la emigración hacia los Estados Unidos y el envío creciente, multimillonario, de remesas de nuestros compatriotas desde allá.[14]

El sostén del Estado oligárquico salvadoreño ha sido sus aparatos represivos, el más antiguo de los cuales es el ejército. Sobre este tema, Schafik expone que:

Desde la fundación de la república hasta la primera década del siglo XX, los altos mandos del ejército eran personajes de la oligarquía
Durante la segunda década del siglo XX comienza la profesionalización del ejército, que no elimina ni atenúa su subordinación a la oligarquía
La masacre de la insurrección popular de 1932 hace que el imperialismo norteamericano y la oligarquía salvadoreña asuman al general Maximiliano Hernández Martínez como defensor de sus intereses y le den el visto bueno a su inicialmente indeseada dictadura
Tras la dictadura unipersonal de Hernández Martínez, comienza lo que él llama «la etapa electorera de las dictaduras militares», en la que el partido castrense cambia de nombres, sus candidatos rotan en la presidencia sin posibilidad de reelección, e impera el derecho al golpe de Estado cuando un presidente intenta adjudicarse un segundo mandato
Los fraudes electorales y las represiones cometidos en las elecciones presidenciales de 1972 y 1977, y en las legislativas de 1974, seguidos del derrocamiento del gobierno del general Carlos Humberto Romero por el golpe de Estado de la Juventud Militar y de la instalación de la primera Junta Revolucionaria de Gobierno indicaron el agotamiento de ese esquema y crearon las condiciones para le insurgencia revolucionaria

Cabría preguntarnos: ¿qué funciones cumplen hoy estos análisis y reflexiones de Schafik sobre la historia de El Salvador que hemos sintetizado? ¿Para qué le sirven esos análisis y reflexiones al pueblo? Le sirven para conocer las características y contradicciones de la sociedad capitalista salvadoreña, para estudiar sus regularidades sociales, para identificar a los sujetos sociales revolucionarios del país y para formular leyes de tendencia a partir de las cuales elaborar los objetivos, estrategias y tácticas de la revolución salvadoreña.

En un mundo, un continente y una nación en los que las oligarquías y sus partidos reaccionarios no han podido evitar la irrupción de fuerzas políticas y sociales de izquierda en la lucha política‑electoral, recurren a la usurpación de conceptos que nunca respetaron ni respetarán, como democracia, participación, transparencia y otros. De modo que una de las muchas razones por las cuales es importante estudiar y divulgar los análisis y reflexiones histórico‑sociales de Schafik, es para que el pueblo sepa quién es quién.

Cuando ubicamos quién es quién en El Salvador, queda claro que hay una oligarquía que históricamente monopolizó el poder político y económico a sangre y fuego, y que hubo cinco organizaciones revolucionarias que, como reza la conocida frase de Schafik, se vieron obligadas a hacer la guerra para construir la paz.

Sobre la convergencia de las cinco organizaciones revolucionarias existentes en El Salvador en la década de 1970, que desemboca en la fundación del FMLN en 1980 y en el inicio de la guerra revolucionaria en 1981, Schafik señala que la represión contra los movimientos sociales populares en pie de lucha y el vaciamiento del liderazgo de dichos movimientos provocado por la necesidad de cuadros militares provocó el reflujo de la situación revolucionaria que se había configurado en El Salvador en 1979, por lo que la llamada ofensiva final de enero de 1981 fue tardía y no podía dar el resultado esperado. No obstante, fue el inicio de casi doce años de guerra revolucionaria en un país en el que, debido a la pequeñez de su territorio, la elevada densidad poblacional y la inexistencia de bosques y montañas, se estimaba que solo una insurrección relámpago podría tener éxito.

La combinación de formas de lucha –política, social, militar, comunicacional y diplomática– asumida por el FMLN desde el primer momento demostró ser una estrategia acertada, que no solo le permitió contar con los apoyos nacionales e internacionales necesarios para mantener la guerra revolucionaria e imponer límites y condicionamientos a la actuación de los gobiernos de los Estados Unidos y El Salvador, sino que logró abrir la puerta a una solución política negociada cuando el cambio en el mapa político mundial provocado por el derrumbe de los países del «socialismo real», en lo externo, y el cansancio de la sociedad salvadoreña provocado por más de una década de guerra, en lo interno, apuntaron a que esa era su mejor opción estratégica.

El pensamiento estratégico y táctico de Schafik –fundado en su conocimiento, comprensión y utilización del método de Marx– hizo que él fuera el candidato natural de la Comandancia General para encabezar la delegación del FMLN participante en el proceso de diálogo y negociación con el gobierno, en especial, desde el momento en que este entra en su recta final, en virtud de los resultados político‑militares de la ofensiva «Hasta el Tope», de noviembre de 1989.

Como por regla general sucede en todos los movimientos de lucha antidictatoriales, el fin de la dictadura es «la meta final» para algunos y el cumplimiento de un «objetivo parcial» para otros. En el caso del FMLN, esa decantación ocurre en un momento de extrema polarización, entre 1989 y 2004.

Repárese en que ese es, precisamente, el momento en que se manifiesta el máximo impacto de los cuatro factores externos que ejercen una influencia determinante en las condiciones y características de la América Latina actual, esbozados al inicio de esta ponencia, a saber: la transnacionalización del capital; la avalancha universal del neoliberalismo; el derrumbe de la Unión Soviética y la «neoliberalización» de la socialdemocracia. Fue en este momento que se desató en El Salvador lo que Néstor Kohan caracteriza como «toda una gama de caricias y dispositivos institucionales destinados a desmoralizar a los viejos rebeldes, vacunar de antemano a los nuevos, neutralizar la disidencia, cooptar conciencias críticas y fabricar industrialmente el consenso». Sobre esta problemática, Schafik dice:

[…] los que fueron nuestros enemigos en la guerra, con fuerte apoyo del extranjero, del gobierno de los Estados Unidos principalmente, desarrollaban sobre nosotros una intensa y aguda ofensiva ideológica mediante foros, conferencias, seminarios, cursillos y otros, en medio de una sostenida práctica de exquisitas cenas y tertulias en las residencias de los líderes más protagónicos de la gran empresa privada. Comenzaron así a aparecer al interior del frente lenguajes, conceptos y categorías propios del pensamiento en boga del capitalismo neoliberal y globalizante.[15]

Nótense en las últimas líneas de esta cita las trazas indelebles de la neoliberalización de la socialdemocracia europea y de su influencia en sectores de la izquierda latinoamericana a las que hicimos referencia en la introducción a este trabajo.

Y en este punto cabría preguntarnos: ¿qué funciones cumplen hoy estos análisis y reflexiones de Schafik sobre la trayectoria del FMLN y sobre las escisiones que sufrió tras la firma de los Acuerdos de Paz? ¿Para qué le sirven esos análisis y reflexiones al pueblo? Le sirven para ganar conciencia de que la lucha por la transformación social revolucionaria de El Salvador sigue en pie, aunque esa lucha se desarrolle en otras condiciones y con otras características, de lo cual se deriva un replanteamiento programático, estratégico y táctico del FMLN.

Schafik hablaba de la necesidad de un salto cualitativo en la lucha política y electoral del FMLN. Ese salto era ganar el control del Estado para avanzar en pos de la transformación revolucionaria de la sociedad salvadoreña. Se avanzó hacia ese salto con su campaña presidencial de 2004, pero sin lograr el triunfo en aquella ocasión. Tras la desaparición física de Schafik, un salto cualitativo parcial se produjo con el ascenso a la Presidencia de Mauricio Funes, en 2009, y otro con el ascenso a la Presidencia de Salvador Sánchez Cerén, en 2014.

Digo saltos cualitativos parciales porque si bien el ejercicio del Poder Ejecutivo, el contar con la mayor fracción en el Poder Legislativo y el control de un elevado número de alcaldías, todo ello unido al crecimiento de la organización y combatividad de los movimientos sociales populares, son importantes cuotas de poder con las que cuenta el FMLN, también importantes cuotas de poder político, económico y mediático conserva la oligarquía.

Desde el gobierno, hace más de cinco años que el FMLN trabaja en las tres grandes misiones históricas planteadas por Schafik: la solución del problema agrario, y de la economía en general; la democratización política, económica y social; y la defensa de la soberanía, la autodeterminación y la independencia.

Hoy se cumplen nueve años de la desaparición física de Schafik. Mucho ha avanzado el FMLN desde entonces en el fortalecimiento político, ideológico y organizativo que él definía como una necesidad imperiosa. Y la convocatoria al Primer Congreso del FMLN, a efectuarse en octubre del presente año, indica la conciencia y la voluntad de la dirección del partido para continuar ese fortalecimiento cuya ruta Schafik Hándal contribuyó a trazar, junto al hoy presidente, Salvador Sánchez Cerén, junto al hoy secretario general del FMLN, Medardo González, junto a todas y todos los miembros de la Comisión Política y el Consejo Nacional del partido y, sobre todo, en constante y estrecha interacción con el pueblo.

En conclusión, el pensamiento marxista de Schafik es dialéctico, dinámico, fresco, innovador y profundamente democrático y apegado al pueblo. «Habrá socialismo —decía Schafik— si la gente quiere que haya socialismo; si no, no habrá socialismo». De ahí parte su insistencia en retomar el pensamiento humanista y democrático de los clásicos, y de ahí se deriva la esencia y el título de esta ponencia: «Volver a Marx en el mundo; volver a Schafik en El Salvador».

NOTAS

  • Doctor en Ciencias Filosóficas, miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), asesor del Instituto Schafik Hándal (ISH) y del Centro de Estudios de El Salvador (CEES), es autor de libros, folletos y artículos sobre los Estados Unidos, América Latina, y la izquierda y los movimientos sociales populares latinoamericanos.

[1] Para conocer las caracterizaciones de la Tercera Vía y la Comisión Progreso Global de la Internacional Socialista hechas por el autor, véase a Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda, Ocean Sur, México D.F., 2006, pp. 86‑98.

[2] Néstor Kohan: Nuestro Marx, en (http://www.rebelion.org/docs/98548.pdf), consultado el 17/01/2015).

[3] Véase a Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxims, Little Brown Book Group, London, 2011, p. 7.

[4] Véase a Néstor Kohan: ob. cit.

[5] Para conocer los análisis y reflexiones del autor sobre los factores externos y los procesos continentales que determinan las condiciones y características de las luchas populares en América Latina hoy, véase a Roberto Regalado: La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México D.F., 2012.

[6] Schafik Hándal: Legado de un revolucionario: ob. cit., t.3, p. 55.

[7] Ibídem: p. 40.

[8] Ibídem: p. 47.

[9] Ibídem: pp. 48‑49.

[10] Ibídem: p. 54.

[11] Ibídem: pp. 55‑56.

[12] Schafik Jorge Hándal: Legado de un revolucionario (en tres tomos), Ocean Sur, México D.F., 2014, t.1, pp. 27‑28.

[13] Ibídem: pp. 30‑31.

[14] Ibídem: p. 41.

[15] Ibídem: pp. 125‑126.

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