Setenta años de lucha de clases mundial a través de la vida de un revolucionario consecuente

Setenta años de lucha de clases mundial a través de la vida de un revolucionario consecuente
Olmedo Beluche · · · · ·

24/08/14

El compañero y amigo Mario Hernández me ha hecho llegar desde Buenos Aires, a través del camarada Jaime Dri, un paquete de libros que recibo con la emoción de un niño en cumpleaños. Uno de ellos es Hugo Chávez y la revolución bolivariana, compilación realizada por Mario de ensayos de diversos compañeros que están en la lucha diaria y que reflexionan sobre el legado histórico del comandante venezolano; otro es El peronismo que no fue. La (otra) otra historia, basado en entrevistas que hace el propio Mario al ex dirigente montonero Gerardo Bavio.

Pero en esta ocasión dirijo mi atención al libro “Militante crítico” de Guillermo Almeyra, que es una mezcla de autobiografía con historia política del siglo XX, de la que participó activamente como militante revolucionario y socialista.

“Fui, antes que académico, un militante político y mi libro es también, por lo tanto, una forma de militancia a posteriori de la militancia activa. Simplemente quiero reflexionar con mis eventuales lectores sobre una parte mínima de la historia pasada y sobre algunas experiencias. Ni más pero tampoco ni menos”.

En 383 páginas y 18 capítulos Almeyra hace un repaso, desde los años 30 hasta la primera década del siglo XXI, de la lucha de clases en Argentina, América Latina (deteniéndose particularmente en Brasil, Perú y México), de Europa (Italia sobre todo) y la lucha de liberación nacional en el mundo árabe.

Al ser esencialmente autobiográfico, el libro conserva la amenidad que mantiene el interés del lector que no lo suelta hasta llegar al final. Como confiesa el autor, está dirigido a los jóvenes, a la nueva generación de luchadores y revolucionarios que se están formando hoy, quienes dirigirán las revoluciones del siglo XXI, agrego yo.

Para quienes hemos crecido en la militancia revolucionaria del trotskismo, es un libro muy interesante que nos ayuda a conocer un poco más a los dirigentes de la IV Internacional y las luchas intestinas que los dividieron, tras la muerte de Trotsky. Pero advierto que hay que leerlo desprejuiciadamente, tratando de comprender las opiniones políticas del autor, duras pero francas, como debe ser entre revolucionarios.

Al lector desprevenido le podría pasar como me sucedió cuando conocí personalmente a Guillermo, en un seminario de la revista Sin Permiso, en 2009. Desayunando juntos le pregunté su opinión sobre Nahuel Moreno (me formé en el morenismo panameño) y lanzó una serie de caracterizaciones y epítetos que me dejaron entre perplejo e irónico. Para mis adentros pensé: “y esto lo dice un ¡¡posadista!!”.

Pero seguimos conversando y yo seguí escuchando porque, por un lado, después de 40 años de militancia yo también había desarrollado mis propias críticas; por otro, porque quería aprender de un hombre que tiene mucha experiencia, siguiendo el consejo que me diera el propio Moreno, en los únicos 10 minutos que conversamos íntimamente: “trata de comprender hasta la última consecuencia la lógica de la otra persona”.

No nos quedemos en generalizaciones, entrémosle a algunas partes del libro que me hicieron reflexionar. Focalizo cuatro temas que me interesaron: 1. Quién era Perón y qué el peronismo; 2. Derivado de lo anterior, que son los gobierno bonapartistas progresivos, populistas, nacionalistas de hoy (como el de Chávez); 3. La herencia lamentable del stalinismo y los partidos comunistas; 4. La IV Internacional y sus fracciones.

1. Perón, un conservador con apoyo obrero

El prestigio de Juan D. Perón y la conformación del régimen peronista, que empieza construirse a partir de 1943, constituye el punto de inflexión que divide tanto a la izquierda como a los intelectuales argentinos, hasta el día de hoy. La izquierda tradicional, socialistas y comunistas, lo clasificaron bajo el rótulo de “fascista”, lo que los llevó a apoyar el golpe proimperialista y oligárquico de 1955 (“La Libertadora”).

En Panamá, el Partido del Pueblo (comunista) y el Partido Socialista (de Demetrio Porras) tuvieron la misma caracterización sobre Arnulfo Arias, líder burgués que gozó de amplias simpatías populares y que nunca pudo gobernar vetado siempre por la oligarquía criolla y el imperialismo yanqui. En el mismo sentido, el PC mexicano clasificó a Lázaro Cárdenas y el PC brasileño a Getulio Vargas.

Almeyra dice: “Perón era un hombre del establishment, conservador y defensor del capitalismo y trató al comienzo de su gobierno de apoyarse en la Iglesia católica más fundamentalista y anticomunista… Pero la jerarquía de dicha Iglesia estaba dividida y tenía fortísimos lazos, hasta familiares, con la oligarquía terrateniente y rechazaba al advenedizo, para colmo hijo natural, que ostentaba su relación de concubinato con una actriz de segundo plano, pero también nacida fuera del llamado sacramento matrimonial” (Pág. 68-69).

La clase obrera que se convirtió al peronismo era un proletariado joven, proveniente de las provincias (“cabecitas negras”) atraídos por la creciente industrialización de las ciudades argentinas. Era distinta a la clase obrera de fines del siglo XIX y comienzos del XX, que era inmigrante de Europa, especialmente Italia, y cuyos dirigentes (socialistas) seguían pensando como europeos.

A mitad de la década de los 40: “La clase obrera, subjetivamente, no era anticapitalista, estaba sometida a la hegemonía cultural de la clase dominante y buscaba progresar dentro del régimen y no se oponía al sueño peronista de que la Argentina fuese potencia mundial. Pero, objetivamente, arrancaba conquista tras conquista al capital, lo debilitaba y se oponía al imperialismo inglés y al estadounidense… Había una contradicción entre el pensamiento burgués antiimperialista y antioligárquico de los obreros y el pensamiento prooligárquico y proimperialista de la pequeñaburguesía “democrática” y de sus partidos: la ideología peronista, procapitalista pero con referencias continuas a los trabajadores, daba forma inestable a ese conflicto” (Pág. 70).

Más adelante se describe al régimen peronista como el intento bonapartista (no usa el concepto) de promover la industrialización (que convertiría a Argentina en potencia económica), incluso de crear la “ilusión” de desarrollar una burguesía nacional deseosa de romper la dependencia del imperialismo, transfiriendo parte de la renta agraria de la oligarquía exportadora de granos hacia la industria.

Almeyra, que empezó su militancia en el Partido Socialista, el cual calificaba a los trabajadores que apoyaban a Perón como “hordas desclasadas”, inició su ruptura política con dicho partido cuando el 17 de octubre de 1945 miles de trabajadores llegaron desde los barrios hasta el centro de la ciudad en defensa de de su secretario de Trabajo que había sido obligado a renunciar por un sector reaccionario de las fuerzas armadas.

El trotskismo también se dividió en torno a la caracterización y la política que debía seguirse frente al régimen de Perón. Almeyra señala que el Grupo Obrero Marxista (GOM), dirigido por Nahuel Moreno, a fines de los 40 y principios de los 50, caracterizaba a Perón como “agente del imperialismo inglés”, para pasarse al otro extremo con posterioridad al golpe de 1955, durante el período de Palabra Obrera, cuando se presentaba ante los trabajadores bajo la conducción directa del general.

Su organización, una ruptura por la izquierda de sectores juveniles y sindicales del Partido Socialista, el Movimiento Obrero Revolucionario, en proceso de fusión con el grupo de Posadas (“no existía el posadismo todavía”), Grupo Cuarta Internacional, caracterizaba que existía una crisis histórica del bloque oligárquico aliado al imperialismo inglés, que era llenado por la burguesía industrial y la fracción de las fuerzas armadas dirigidas por Perón.

“…desde fines de los cuarenta nuestra tendencia definió al peronismo como una tendencia burguesa y explicó su apoyo obrero por la aceptación del capitalismo como marco natural de una lucha por reformas políticas y sociales… La tarea que nos asignamos desde 1946 era, por lo tanto, desarrollar la contradicción entre el peronismo de Perón, burgués, y el peronismo de un movimiento obrero poderoso pero aún bajo la hegemonía de la burguesía…” (Pág. 216).

Por lo descrito, el obrerismo de su grupo y esa caracterización les permitió trabajar con la base en los sindicatos, pero muy críticamente a la conducción peronista, lo que políticamente les impidió constituirse en su dirección más allá de luchas concretas.

Lejos del esquema sectario que echa en el mismo saco a todos los gobiernos, sin realizar el “análisis concreto de la realidad concreta”, como sugería Lenin, los gobiernos “nacionalistas”, “populistas” o “desarrollistas” de la América Latina de mitad del siglo XX expresaron una coyuntura en la que, gracias a la crisis capitalista y a las guerra, estuvo realmente planteado (así fuera por breve tiempo) una industrialización independiente de la tutela imperialista. No era socialismo, era capitalismo nacional.

En ese sentido, aunque procuraron controlar a la clase obrera desde arriba, como parte de su proyecto político, e incluso no vacilaron en reprimirla cuando creyeron que hacía falta, regímenes como el de Perón, o Getulio Vargas en Brasil, incluso Omar Torrijos en Panamá, expresaron un elemento de la realidad política mundial: la contradicción entre el imperialismo y el estado nacional colonial, semicolonial o dependiente.

Fueron gobiernos claramente distintos a las tradicionales oligarquías agrarias importadoras/exportadoras, directamente sumisas al imperialismo inglés o norteamericano. Las dictaduras militares promovidas por el Pentágono de los 50 y 60 estuvieron dirigidas a cortar de raíz cualquier sueño autonomista en Sudamérica.

El autor dedica un capítulo a cómo se fue conformando la CGT de Córdoba, con posterioridad al golpe del 55, justo por eso relativamente libre de la tutela de la burocracia peronista, lo que permitió unir una nueva generación de dirigentes sindicales (como Tosco) aunados con el naciente movimiento juvenil y estudiantil políticamente inclinados al socialismo por influencia de la Revolución Cubana. Esta nueva generación maduraría hasta producir las grandes luchas obreras de fines de los 60, Cordobazo y Rosariazo, que derribaron a la dictadura y permitieron el retorno de Perón en los 70.

En el penúltimo capítulo, Almeyra traza una comparación entre los gobiernos de Perón y el kirchnerismo actual, señalando que “hay más rupturas que continuidades”, pese al pretendido neodesarrollismo de los últimos y un lenguaje nacionalista, considera que los últimos “jamás conspiraron dentro de un régimen oligárquico y proimperialista, como habían conspirado Perón y el Grupo de Oficiales Unidos, sino que se incorporaron directamente a la alianza con los radicales, liberales y prooligárquicos y el menemismo conciliador” (Pág. 361).

2. Los gobierno producto de revoluciones nacionales o democráticas

Una consideración particular merecen los gobiernos producidos por auténticos procesos revolucionarios, ya sean de liberación nacional (Almeyra vivió una experiencia personal en la República Popular Democrática de Yemen del Sur luego de su independencia), o revoluciones democráticas, como los de Chávez, Correa y Evo en Latinoamérica en los últimos 15 años.

Aunque se trate de estados indudablemente capitalistas, pero encabezados por gobiernos “nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses”, el ser producto de un proceso de movilización popular que los confronta directamente con el imperialismo, requieren una política específica que no puede ser la planteada por el trotskismo sectario de que pretende que al ser estado capitalistas son iguales a todos los gobiernos.

“… la evolución de los procesos revolucionarios en Bolivia y en Venezuela que habían creado, por un lado, grandes ilusiones “evistas” y “chavistas” y, por otro, en los grupos dogmáticos seudotrotskistas, toda clase de calificaciones sectarias a los gobierno nacionalistas-“progresistas” resultantes de verdaderas revoluciones democráticas de masas en países que continuaban siendo capitalistas y tenían estados burgueses, pero en los cuales la política de los gobernantes impuestos por los movimientos sociales choca con los intereses del imperialismo y el capital financiero internacional que los ven como advenedizos no funcionales y potencialmente peligrosos, por su base de apoyo social, y buscan sabotearlos” (Pág. 353).

Respecto a la política revolucionaria hacia este tipo de gobiernos: “En la línea de lo escrito por Trotsky sobre el gobierno de Cárdenas apoyaré cada medida de esos gobiernos que reduzca el poderío del capital financiero internacional y que pueda ayudar a aumentar la autoconfianza, la autoconciencia, la organización y las condiciones generales de vida y cultura de los trabajadores en el sentido más amplio del término y manteniendo siempre mi independencia política, criticaré todo lo que, por el contrario, refuerce la explotación y la dominación capitalista, reduzca su margen de independencia política y organizativa, fortalezca la influencia de la ideología burguesa sobre las clases dominadas” (Pág. 372).

3. La herencia desastrosa del estalinismo y los Partidos comunistas:

Muchos luchadores del siglo XXI desconocen la desastrosa herencia de sangre, represión, derrotas y desprestigio en que el régimen de la Unión Soviética, desde José Stalin hasta Gorbachov, sumió al movimiento obrero y comunista a nivel internacional. Para ellos también es muy útil el libro de Guillermo Almeyra pues pone al desnudo las actuaciones del régimen estalinista soviético y sus títeres Partidos Comunistas.

Compañeros y compañeras jóvenes, por no haberlo vivido, por desconocimiento histórico o por una historia mal contada, o basada en suposiciones erróneas, no saben que Stalin disolvió la III Internacional para utilizar a los Partidos Comunistas del mundo como un mero instrumento de sus intereses geopolíticos que no eran los mismos de la clase trabajadora.

Para no mencionar que Stalin liquidó al grueso del Partido Bolchevique de Lenin en los llamados Juicios de Moscú de 1936 a 1938, nos referiremos a algunas (subrrayado) de las traiciones del estalinismo al movimiento obrero mundial. Mandó a asesinar a Trotsky, exiliado en México. Liquidaron por orden de Moscú, durante la Guerra Civil española (1936-39), a la dirección del POUM en Cataluña, empezando con Andreu Nin; y son sospechosos de haber asesinado al líder anarquista Durruti.

Muchos jóvenes no saben, por ejemplo, que en la fase de llamada política ultraizquierdista del “Tercer Período”, Stalin ordenó al Partido Comunista alemán a combatir centralmente a los socialdemócratas, negando la acción común necesaria para derrotar al fascismo, lo que facilitó el triunfo de Hitler en 1933. Para colmo, posteriormente Stalin pactó la división de Polonia con Hitler, y ejecutó a miles de activistas y militares polacos que se refugiaron en Rusia frente a la ocupación alemana.

Cuenta Almeyra que durante el inicio de la ocupación de Francia en 1940, la Resistencia fue dirigida por el trotskismo porque el PC francés obedecía la línea soviética basada en el pacto Hitler-Stalin, que no se rompería hasta que Alemania invadió a la URSS.

Posteriromente la política estalinista dio un giro de 180 grados para ordenarle a los PC’s en todos lados que se aliarán a la las “burguesías democráticas” contra el fascismo. Fase que en América Latina se llamó “browderismo”, porque fue impuesta por el secretario general del PC de Estados Unidos, Earl Browder. Esta política llevó al PC argentino a combatir a Perón y aliarse con el frente político prooligárquico y proimperialista.

Por esa misma razón, el PC cubano de los años 50 no apoyó la revolución dirigida por Fidel Castro, y coqueteó con Batistas. Lo que permitió que el primer Comité de Solidaridad con la Revolución Cubana, en Argentina, estuviera presidido por el propio Almeyra. Con la represión a los alzamientos obreros en Polonia y Hungría en los años 50 y, particularmente con el aplastamiento de la Primavera Roja en Checoslovaquia en el 68, terminó de desprestigiarse no sólo el régimen estalinista, sino conceptos como “socialismo” y “comunismo” que la URSS decía representar.

“Sé, en efecto, que Stalin eliminó con un sectarismo suicida al Partido Comunista alemán, abrió el camino a Hitler, le dejó conquistar Checoslovaquia, pactó con él, dividió Polonia con la Alemania nazi, llevó al Partido Comunista chino a su casi desaparición, disolvió la Internacional Comunista y puso los Partidos Comunistas de Occidente al servicio de los imperialismos aliados. Conozco que el estalinismo asesinó en la URSS decenas de millares de opositores de izquierda, mientras otros millares morían en China y en Vietnam o en la Resistencia europea, asesinados por quienes se decían comunistas…” (Pág. 368).

4. Luces y sombras en la IV Internacional:

Como se puede apreciar, la IV Internacional, fundada en 1938, nació no sólo en “la larga noche del nazifascismo” (como titula un capítulo Almeyra), sino también en la larga noche del estalinismo, en que una actitud marxista crítica (como debe ser) te podía costar la vida, no sólo a manos de la burguesía, sino de los supuestos “compañeros comunistas”.

Aún en vida de Trotsky hubo debate de sí esa coyuntura histórica, de derrotas continuas para el movimiento obrero, era la más adecuada para fundar una internacional. Pero Trotsky insistió, incluso previendo su muerte, que la misión fundamental de “la Cuarta” era la de preservar los principios del marxismo revolucionario (internacionalismo, independencia política de clase, democracia obrera, etc.) hasta la nueva oleada revolucionaria.

El balance es contradictorio porque, por un lado, la pléyade de dirigentes totskistas que asumieron la tarea tras la muerte de Trotsky desde diversas trincheras, mal que bien preservaron dichos principios que nos llegan hasta la presente generación gracias a ellos. Por otro lado, circunstancias nuevas, que obviamente Trotsky no podía predecir, requirieron las respuestas políticas de esos dirigentes, y aquí fue donde respondiendo a esos desafíos, vinieron los desacuerdos, las disputas, las divisiones y los errores.

Por las páginas de “Militante Crítico” pasan las personalidades y los debates cruciales de esos dirigentes: Pablo-Raptis, Mandel-Gemain, Pierre Frank, Livio Maitán, Posadas, Nahuel Moreno, M. Lowy y tantos otros fundadores del trotskismo argentino, brasileño, peruano y mexicano.

Me llamó la atención Posadas, de quién hasta 2005 sólo había oído, entre risas, sobre su tesis acerca de “la revolución interplanetaria”, hasta que ese año, en medio de las luchas contra la reforma a la seguridad social panameña, el MLN-29, organización que pretendía “vacunar” a FRENADESO de toda influencia trotskista, publicó un discurso de Fidel Castro de los años sesenta en que atacaba al trotskismo que se había atrevido a sugerir que él había fusilado al Che Guevara. Ante la contundencia del discurso de Fidel, me puse a averiguar quién en nombre del trotskismo había dicho tan tremenda estupidez, y descubrí que era el famoso Posadas.

Almeyra se refiere al hecho: “Aquí debo consignar otro motivo de roces políticos con Posadas. En 1965 –“el año en que Guevara estuvo en ninguna parte” pues tras su derrota política en Cuba en la discusión económica con los prosoviéticos y su crítica a los países “socialistas” en el Discurso de Argel había quedado en minoría-, la CIA y los comentaristas políticos reaccionarios comenzaron a decir que el “Che” había sido asesinado en Cuba en una discusión con Fidel. Posadas no sólo creyó esa versión sino que la propaló y sus seguidores lo imitaron, lo cual provocó, como es lógico una ola de fundadas protestas cubanas contra esa calumnia” (Pág. 232).

Esas críticas del Che Guevara a los estalinistas soviéticos y esos debates sobre la economía socialista están recogidos en los libros póstumos que ha empezado a publicar la editorial Ocean Sur, cuya lectura recomiendo también. De todos modos los cubanos siempre se han cuidado de echar a todos los trotskistas en el mismo saco, una evidencia al respecto es que en 1967, el propio Almeyra recibe a través de Pedro Asquini una propuesta para que él y Juan Gelmán (que había roto con el PC argentino) se sumaran al grupo del Che Guevara en Bolivia (Pág. 233).

Volviendo a J. Posadas (Homero Cristalli) la visión que da Almeyra es peyorativa: un hombre poco disciplinado, que no leía prácticamente y que era incapaz de escribir por sí mismo, teniendo que usar una grabadora en la que dictaba para sus secretarios. El autor señala que no sabe cómo él y Adolfo Gilly aguantaron tanto tiempo en dicha corriente. Almeyra supone que los años pasados en el trabajo internacional lo alejaron del entorno cercano de Posadas.

El otro dirigente destacado de la Cuarta que me llamó la atención es Michel Raptis, alias Pablo, quien parece el verdadero referente político para Almeyra: “… ingeniero griego nacido en 1911 en la cosmopolita Alejandría, Egipto,…, era diferente a los demás miembros del Secretariado Internacional por su edad, ya que entonces tenía 40 años, como pocos “viejos”, por ejemplo, el francés Pierre Frank, y era mayor que el joven belga-alemán Ernest Mandel, a quien había formado… También se diferenciaba de ellos por su formación de revolucionario balcánico de entre las dos guerras, por su experiencia (era el único sobreviviente del Congreso de Fundación de 1938 y había sido miembro del Secretariado Europeo durante la ocupación nazi, organizando la Resistencia, ya que Frank, ex secretario de Trotsky, había pasado la guerra preso en Inglaterra en un campo de concentración) y también por su cultura amplia, abierta y viva” (Pags. 101 y 102).

Almeyra dedica algunas páginas (Pág. 141-149) a explicar las circunstancias del IV Congreso Mundial de la IV Internacional, que terminó en su división. El congreso se reunió en 1954 en el sur de Francia con la intención de reagrupar a una infinidad de grupos trotskistas esparcidos por todo el mundo. Hubo una buena representación asiática con militantes de China, Vietnam, Indonesia, Sri Lanka, Japón, además de los conocidos de Sudamérica y Europa. Se destacaba por Europa, la sección belga de Mandel; por Asia la sección ceilanesa y América Latina el POR boliviano que había participado destacadamente en la Revolución del 52.

La mayoría del congreso, con Pablo a la cabeza, caracterizó: 1. El capitalismo mundial se debilitaba por las revoluciones anticoloniales; 2. El estalinismo lejos de debilitarse, como había previsto Trotsky, se fortaleció tras la guerra, lo que agudizaba las contradicciones entre esa dirección y las masas que luchaban, pero bajo su dirección; 3. Era probable una Tercera Guerra Mundial (estaba la Guerra de Corea y la Guerra Fría).

Conclusión: se propuso la política de insertarse (entrismo) en los movimientos de masas dirigidos por comunistas, socialistas y de liberación nacional, dejando fuera sólo un pequeño grupo en cada país que editara un periódico con las posiciones. Esta decisión le pareció un desastre al Socialist Workers Party (SWP) de Estados Unidos, a Nahuel Moreno y a los lambertistas. Produciéndose la ruptura.

En la década siguiente las disputas principales girarían en torno a la estrategia del foquismo guerrillero en América Latina, contra la que estaban tanto el morenismo como el posadismo o grupo de Almeyra, pero que fue apoyada por Mandel y la dirección de la IV Internacional- Secretariado Unificado.

En su último capítulo, Guillermo Almeyra trae a colación un viejo debate sobre el carácter de URSS y el que fuera el “bloque socialista”. A su juicio, muy lapidario, nunca hubo socialismo en ninguno de ellos. Lo que había era “capitalismo de estado” (ojo que es una caracterización de Lenin poco antes de morir). Por supuesto que eso no lo convierte a Almeyra en un “antidefensista” (ver debate de Trotsky en 1939-40), pues: “no necesité nunca creer que Cuba era “socialista” para defenderla del imperialismo…” (Pág. 366).

En esto tengo mi diferencia con Almeyra, pues esos países tampoco son o fueron países “capitalistas” exactamente, por lo que me parece más adecuada la caracterización de sociedades de “transición”, lamentablemente burocratizadas o degeneradas.

Se quedan muchos temas en el tintero que seguro serán de interés para los lectores, como por ejemplo: en México, la experiencia del zapatismo sus pros y contras, el debate sobre la naturaleza del PRD, las personalidades de Cuahutemoc Cárdenas y López Obrado; en Argentina, el debate sobre el ERP de los 70, ahora el kirchnerismo, el frente electoral de izquierda; sobre Italia, las experiencias de Democracia Proletaria y Refundación Comunista; el tema del partido tipo leninista que Almeyra señala como error de Trotsky; y un largo etcétera. Pero ya desbordé el espacio para mi comentario.

Concluyamos en que Almeyra a los ochentaitantos años dice: “no tengo fe en el triunfo del socialismo, que no es de ninguna manera inevitable, ni en el Progreso con P mayúscula, ni en un futuro humano cada vez mejor. Lo que no obtengamos con la lucha y lo volvamos a reconquistar cada día en la mente de nuestros contemporáneos y en la relación de fuerzas entre opresores y oprimidos no nos será dado por nadie… Por consiguiente, tengo esperanzas, como las de Ernest Bloch, que alientan mi optimismo frío, que está muy lejos de ser ciego” (Pág. 368).

Olmedo Beluche es un sociólogo y analista político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular

http://www.kaosenlared.net/america-latina/94469-setenta-años-de-lucha-de-clases-mundial-através-de-la-vida-de-un-revolucionario-consecuente

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