Vicente Romano, el profesor que nos enseño la comunicación y el socialismo
Pascual Serrano
La noche del pasado viernes nos dejaba Vicente Romano, doctor en Ciencias de la Información por la Complutense de Madrid y doctor en Comunicación social por la Universidad de Münster (Alemania), pero sobre todo, para muchos, ese gran maestro de la comunicación que nos enseñó a ver con nuestros propios ojos. A dudar de la versión dominante, a pensar con crítica e independencia. Como debe hacerlo un sólido y coherente comunista como lo que él fue.
Y todo eso con una vitalidad y una alegría que nos contagiaba a todos. Una de las paradojas de las universidades es que fuimos coetáneos en la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Madrid, él como profesor y yo como alumno, pero nunca me dio clase. Sin embargo, luchas, causas y principios comunes me
han permitido, con toda seguridad, aprender de él mucho más que algunos alumnos a los que la normativa universitaria les dio la oportunidad de tenerlo como docente.
Comencé a trabajar, o debiera decir a aprender, o mejor dicho a disfrutar, de Vicente Romano el año 1992, cuando, siempre a contracorriente, un “comando” armado sólo de la palabra, nos dedicábamos a desmontar la campaña oficial de bombo y platillo
del gobierno municipal sobre el Madrid Cultural del 92, por entender que sólo eran unos fastos sin contenido.
Aquello lo hacíamos en un antiquísimo apartamento de un centenario e histórico edificio, donde tenía su sede en la capital de España la Fundación de Investigaciones Marxistas. Fue entonces cuando pude comprobar el privilegio que disfrutaba por poder tener de profesor y compañero a Vicente.
Poco después se publicó una de sus obras más populares La formación de la mentalidad sumisa. Y como Vicente era tan irreverente, cuando le hacías algún comentario sobre el libro nunca precisaba ni lo importante que era este texto, ni lo ameno y pedagógico, ni nada parecido que sirviese para hacerle campaña publicitaria.
Siempre decía que se había divertido mucho haciéndolo, lo cual en términos de mercadotecnia (Vicente no me dejaría decir marketing) no tenía mucha utilidad, nadie compraba un libro
seducido por el argumento de que el autor dijese que se había divertido al escribirlo. A Vicente le alegraba cada que vez que yo le contaba que había descubierto una nueva edición pirata de ese libro en algún país de América Latina.
Aquel texto, utilizando palabras del propio autor, es sencillamente un libro para explicarnos cómo buscan meter en las mentes de la gente al guardia de la porra en lugar de tener que pagar un costoso
sistema de represión. O cómo el poder capitalista recurre a instituciones como la Iglesia, la escuela, los medios de comunicación y los de entretenimiento para ya no tener que reprimir y encarcelar a anarquistas, socialistas, comunistas, sindicalistas y todo tipo de rojos irreverentes. Si esto Vicente fue capaz de analizarlo hace veinte años, podemos apreciar el mérito de la obra.
A lo largo de su trabajo, después llegaría La intoxicación lingüistica, Vicente Romano nos demuestra cómo el
sistema mediático e ideológico puede lograr que las preferencias de las masas puedan ser, paradójicamente, diametralmente opuestas a los lógicos intereses de esas masas.
Fue también el que fusionó el concepto de la ecología con la comunicación para reivindicar un carácter más saludable (Ecología de la comunicación).
Vicente no podía evitar escribir de todo lo que le sucedía, pero no para contarnos superficiales experiencias, sino para encontrar reflexiones profundas y moralejas brillantes como las que recogió en Estampas, donde nos presenta sus observaciones a lo largo de los lugares que visitó por motivos académicos principalmente.
En sus últimos trabajos se introdujo en la antropología con Sociogénesis de las brujas, todo un tratado sobre la discriminación de la mujer por parte de la Iglesia y los sectores más oscurantistas de nuestra sociedad. Su exilio en la República Democrática Alemana sirvió para que Vicente Romano nos tradujera y trajese a España las poesías de Bertolt Brecht (Poemas y canciones) o nos diera a conocer a ese otro gran comunicador que era Lothar Bisky, posteriormente conocido como líder político de Die Linke, el Partido de la Izquierda alemana.
La irreverencia de Romano la he podido ir descubriendo donde quiera que el destino le llevara. Primero en esa Universidad Complutense de Madrid, pero también en las organizaciones sociales y políticas donde hemos compartido militancia, donde siempre mi amigo profesor fue la conciencia crítica de arribistas,
oportunistas y mediocres. También en la Universidad de Sevilla, donde fue posteriormente destinado.
En cambio, ha sido en América Latina –cuando lo encontraba en La Habana o en Caracas o escribía de sus viajes a Brasil- donde, a alguien tan díscolo y exigente como él, siempre lo percibí feliz, entusiasta e ilusionado.
Quizás también en ese aspecto, él intuía el esperanzador futuro que este continente albergaba para todos los que en Europa nos asfixiábamos por el nivel tan evolucionado de formación de mentalidad sumisa.
Vicente me contagió algunas de sus obsesiones reivindicativas: la de los espacios públicos y la del ocio. Le indignaba cómo nos estaban dejando sin lugares comunes para compartir físicamente y sin tiempo para disfrutar de nuestras relaciones.
La última vez que me visitó me regaló el libro ABC de la guerra, un trabajo, traducido por Vicente, donde Bertolt Brecht recorta imágenes de la prensa durante la Segunda Guerra Mundial y las comenta en apenas cuatro líneas. Todo un alarde de ironía y genialidad que tanto gustaba y compartía Vicente.
Quiero pensar que está en compañía de Bertolt Brecht, firmes y disciplinados como buenos comunistas, pero siempre burlándose y rebeldes ante todo el que les quiera gobernar sin justicia.