Tres tareas de la izquierda:
socialismo, unidad y lucha armada
Ruy Mauro Marini
Fuente: Correo de la Resistencia, órgano del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile en el exterior, número 21, febrero-abril de 1979, (Editorial).
Ya nadie duda que América Latina ha ingresado en un nuevo período de la lucha de clases. Los nuevos patrones de desarrollo económico que se impusieron en la región, a partir de la década pasada y que al acelerar la industrialización, acentuaron el desarrollo de la burguesía y el proletariado y promovieron la liquidación creciente de las viejas burguesías, así como de capas pequeño-burguesas y semiproletarias; la ruptura o los cambios sustanciales en las alianzas de clases, con el consiguiente derrumbamiento de los antiguos sistemas de dominación y formas de organización estatal; los efectos de la crisis económica mundial, que obligan al gran capital nacional y extranjero a apurar el tranco en la reconversión de los aparatos productivos en nuestros países para asegurarse un lugar en la nueva división internacional del trabajo; el desarrollo del movimiento revolucionario en Asia, Africa y Oriente Medio, con su profunda incidencia en la correlación mundial de fuerzas; el resurgimiento de las grandes luchas obreras en los países capitalistas avanzados, y el impacto que han tenido en la izquierda; la tirantez creciente entre el bloque imperialista y los países socialistas, que, al mismo tiempo que vincula a éstos más estrechamente al desarrollo del movimiento revolucionario mundial, produce allí desgarramientos y empuja a algunos, como China, por el camino del revisionismo y la traición, al campo del enemigo, todo esto ha implicado transformaciones de tal envergadura en nuestros países que los viejos esquemas se hacen inservibles para hacer frente a las exigencias que nos está planteando todos los días la realidad latinoamericana.
En este contexto, se impone la reflexión sobre la experiencia del movimiento popular y de la izquierda, particularmente en los últimos quince años; el estudio de las nuevas condiciones económicas y sociales en que se basa la lucha política latinoamericana de nuestros días; la adecuación de la estrategia y la táctica, de los programas y las plataformas de lucha; el examen de los problemas organizativos y de la práctica concreta del movimiento de masas y de la izquierda; la consideración a la luz de los nuevos hechos de nuestros métodos de trabajo y de las formas de lucha.
Pero esta labor no puede cumplirse al margen de la lucha de clases. Tanto más que ésta nos está planteando en todo momento las grandes tareas a resolver, cuya solución proporciona la única base sólida a partir de la cual es posible seguir avanzando. En particular, los revolucionarios latinoamericanos se encuentran hoy enfrentados a tres cuestiones claves: la conducción revolucionaria de la clase obrera, la unidad de la izquierda y la lucha armada.
Conducción obrera
El problema de proporcionar una conducción revolucionaria a las luchas de la clase obrera no es ya, en América Latina, una simple cuestión de principios, sino una exigencia práctica de la lucha de clases. El desarrollo económico de las dos últimas décadas ha tenido como contrapartida la aceleración de la extensión del capitalismo en nuestros países, que se ha traducido, inevitablemente, en cambios significativos en lo que se refiere al proletariado. Este ha crecido, en la industria, aumentando su peso social y su concentración (que es la otra cara de la centralización del capital a que hemos asistido). Aun en países donde antes era relativamente débil, como Perú, Colombia o los países centroamericanos, la clase obrera se ha vuelto un contingente numeroso, concentrado y crecientemente organizado.
Esa fuerza social de la clase obrera se ha acrecentado por la proletarización del campo, con la consiguiente emergencia de un proletariado agrícola importante, que constituye la fracción sobre la que recae con mayor peso la superexplotación del trabajo que impone el capital. Al mismo tiempo, se ha ampliado la masa de las capas medias asalariadas, las cuales se desprenden cada vez más de su entorno pequeño-burgués para adoptar formas de organización y de lucha que las acercan a la clase obrera. El rápido crecimiento demográfico se ha traducido además por un aumento notable de los jóvenes, cuya expresión más visible es la masa de estudiantes de enseñanza media y superior, que, por sus condiciones de vida, su nivel cultural y su organización propia, constituyen un importante destacamento social, junto a los intelectuales de todo tipo (maestros, periodistas, artistas). Finalmente, la modernización de nuestras sociedades empieza a hacer avanzar el movimiento de las mujeres, quienes vanguardizan las luchas contra las distintas formas de discriminación sexual y reciben de manera más visible, la influencia de la ideología proletaria.
Situada en el centro de ese vasto movimiento social, la clase obrera ha entablado su lucha contra el desempleo, los bajos salarios, las largas jornadas y la intensificación del trabajo. Pero, lo decisivo es que lo hace en un marco político transformado: la ruptura de las antiguas alianzas de clases y el derrumbamiento de los populismos la enfrentan hoy a un Estado que es el órgano desnudo de la dominación de clase de la burguesía. Aun allí donde esa desnudez no llega a revestir el disfraz del uniforme, como suele ser la norma, aun allí el Estado ha dejado de ser para los trabajadores un elemento de confusión. Su carácter de clase se ha acentuado al ritmo de las transformaciones económicas y sociales de estas dos décadas y ha dado como resultado un movimiento obrero mucho más conciente y, por ello mismo, mucho más capaz de plantear sus luchas en el terreno del socialismo.
Es responsabilidad de la izquierda asegurar que esto sea así. La vigencia que empieza a adquirir, para amplios sectores de la burguesía latinoamericana, la ideología socialdemócrata es una prueba de que ya las clases dominantes se dan cuenta de la evolución política que observa el proletariado y tratan de desviarlo hacia nuevos engaños. Sólo un planteamiento programático claro y la propaganda socialista sin concesiones asegurarán a la izquierda la correcta conducción del movimiento obrero, hoy día, en América Latina.
Unidad de la izquierda
Pero la izquierda no lo podrá hacer si no avanza en la clarificación de sus propias dudas, si no suprime las desviaciones que la aquejan desde hace mucho tiempo, si no hace frente con decisión a la confusión que se trata de introducir, bajo las formas sofisticadas que exporta el moderno revisionismo europeo en sus filas. La izquierda latinoamericana tiene una rica y variada experiencia en materia de errores: de las desviaciones anarcosindicalistas, pasó al ultraizquierdismo propiciado por los partidos comunistas de la primera fase, luego trastocado en su reformismo y colaboración de clases; el intento de superar esas desviaciones la condujo al militarismo y al vanguardismo, a lo cual se pretende hoy oponer como remedio la vuelta al reformismo.
El análisis de esa experiencia es útil, al demostrarnos que aquellos que pretenden hoy dar a la izquierda lecciones de política llevan ya casi sesenta años sin hacer una sola revolución en nuestro continente.
Pero la superación no depende sólo y ni siquiera principalmente de este análisis, sino de la apreciación correcta de lo que es la burguesía supuestamente progresista que el reformismo privilegia como aliado y la dinámica real de la clase obrera, que la conduce por el camino de la autonomía de clase, y, pues, del socialismo. La vida misma, a través del fraccionamiento que sufren en este momento varios partidos comunistas, y su estancamiento o achicamiento en un sinnúmero de países, es suficiente para demostrar que no es el retorno al reformismo un antídoto seguro contra las desviaciones izquierdistas, capaz de garantizar un desarrollo orgánico y político adecuado.
La unidad de la izquierda no puede lograrse a través de polémicas estériles ni del intento de conducir a los revolucionarios a la autoflagelación. La unidad de la izquierda sólo puede lograrse en la lucha diaria con las masas, que implica la discusión ideológica sobre los problemas concretos, la búsqueda de tácticas de lucha correctas y formas de lucha que permitan el pleno desarrollo de esas prácticas. Es allí, en las bases, codo a codo con los obreros, como la izquierda dirimirá sus problemas internos, al insertarlos en la dinámica más amplia que le abre el desarrollo del movimiento popular.
En ese camino, se plantean alianzas de alcance más o menos limitado, según la disposición revolucionaria de las fuerzas que las contratan. Esta es una exigencia en el plano nacional, para asegurar un frente común contra la represión estatal y los intentos burgueses de dividir e infiltrar al movimiento popular. Pero es una exigencia también en el plano internacional, donde la integración de los aparatos productivos latinoamericanos a la economía imperialista tiende a expresarse en la internacionalización creciente de la solidaridad interburguesa y de sus aparatos armados y de seguridad. La revolución latinoamericana se perfila cada vez más como un proceso continental, con más fuerza aún que el mismo proceso revolucionario que se está llevando a cabo en Africa, Medio Oriente o el Sudeste asiático.
Lucha armada
La revolución continental ha sido siempre, desde que el Che la levantó como bandera en América Latina, sinónimo de lucha armada. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero, más que negar, no hacen sino afirmar el inevitable carácter armado que asumirá la revolución latinoamericana, en su fase decisiva. La lección que nos dan los revolucionarios africanos, palestinos, iraníes, vietnamitas, no tiene por qué ser; menospreciada. No hay razón alguna para sostener que América Latina es excepción; quien lo dude, consulte la experiencia reciente de Nicaragua. Y ¿qué hacer entonces? ¿sostener que Nicaragua no es Chile? Esto apenas nos dice que los revolucionarios chilenos tendrán que enfrentar las tareas de la lucha armada con las variantes que les impone su específica situación nacional.
El curso que está tomando el proceso de institucionalización burguesa e imperialista en América Latina no hace sino confirmar esto. El nuevo Estado que la clase dominante está gestando pone límites mucho más estrechos a la acción de las masas y trata de proveerse de seguridades militares mucho mayores que antes, para enfrentar dicha acción. ¿Cuestiona el imperialismo, cuestiona la burguesía la preeminencia de las Fuerzas Armadas en el Estado? ¿No existen o se están creando Consejos de Seguridad Nacional, Centros Nacionales de Información, Estados Mayores conjuntos de las Fuerzas Armadas? ¿No se enfatiza cada vez más la necesidad que las FFAA preserven el orden interno y la seguridad para que el imperialismo y la burguesía sigan llevando a cabo su explotación? ¿No ha alentado la OEA, el imperialismo yanqui y los gobiernos latinoamericanos (con raras excepciones, que ya desaparecen, como el de Costa Rica) la campaña de aniquilamiento desatada por la dictadura somocista contra la insurrección nicaragüense de septiembre?
La izquierda no tiene ningún derecho de hacerse ilusiones al respecto: la lucha armada es la fase superior de la revolución latinoamericana. Pero esa fase no llegará en un mañana lejano, separado del presente por concepciones etapistas o mecanicistas. La lucha armada es ya una dimensión de la lucha de clases en América Latina, aquí y ahora, aunque no adquiera todavía, salvo en algunos pocos países, al carácter dominante. Pero el desarrollo mismo de la lucha de masas la pondrá cada vez más en primer plano y resolver los problemas que ella plantea se irá convirtiendo crecientemente en exigencia sine qua non para que esa lucha pueda seguir avanzando. La cuestión militar es ya una cuestión actual para la izquierda latinoamericana y lo será cada vez más, por las leyes de hierro de la lucha de clases.
Es obvio que eso plantea a la izquierda una gran cantidad de problemas más políticos que técnicos, aunque estos tengan también su lugar. Empezar a enfrentarlos ahora, cuando comienzan a presentarse, es la forma correcta para que no pase mañana lo que pasó, hace cinco años en Chile. Hay que aprender de las derrotas. Y, en este sentido en lo que a lucha armada se refiere, la derrota de la izquierda chilena en 1973 fue mucho más terrible y tuvo consecuencias mucho más importantes que las derrotas que la guerrilla venezolana, brasileña o uruguaya experimentaron en su tiempo. Pues, independientemente de los errores que cometieron, y en parte por ellos mismos, éstas no tuvieron, como lo tuvo la izquierda chilena, la posibilidad histórica, al alcance de la mano, de triunfar.
Estrategia socialista
Esas cuestiones claves forman, como todo lo que se refiere al movimiento revolucionario, una sola: la cuestión de desarrollar una táctica correcta, que asegure la organización más amplia y más eficaz de la clase obrera y del movimiento popular, en un proceso que abra lugar a todas las fuerzas de izquierda. Esa estrategia implica una política de alianzas de los revolucionarios con los revolucionarios, en el plano nacional e internacional. Exige una lucha ideológica severa, llevada sin contemplaciones en el seno del movimiento de masas, en que los obreros participen de manera cada vez más amplia y decidida. Exige capacitación militar, a todos los niveles, de los cuadros de izquierda y de masas y el adueñarse de los métodos de lucha que el análisis político indique como más eficaces, en cada momento, sin excomuniones ni exclusiones, de manera totalmente desprejuiciada y creativa.
Es sobre esta base y no sobre ninguna otra, como la izquierda estará reivindicando su pasado y su papel en la historia. Es así, y sólo así, como estará conquistando su lugar en el presente, aquel lugar por el que siempre luchó: el de ser el destacamento de avanzada del movimiento revolucionario de la clase obrera y las amplias masas trabajadoras de América Latina, en su lucha por el poder y por el socialismo.