Las generaciones de Liliam Jiménez
Liliam perteneció al Grupo Saker-ti y a la Generación Comprometida. Poeta, periodista y ensayista. Su producción literaria es poco conocida en El Salvador.
Luis Canizalez
I- Con los Saker-tí
No eran diez, ni treinta, ni cincuenta. Era un centenar de personas refugiadas en la embajada de Ecuador, instalada en una pequeña residencia de la Ciudad de Guatemala, a finales de junio de 1954. El país vivía un caos político. El presidente Jacobo Arbenz había sido derrocado por un grupo de militares guatemaltecos liderados por el coronel Carlos Castillo Armas, quien había invadido la nación con el apoyo de agentes de la CIA. Muchas personas fueron apresadas. Otras salieron exiliadas. Destacados políticos e intelectuales se asilaron en las sedes diplomáticas de algunos países. La embajada de Ecuador se hacinó en pocos días. Ahí, entre esa muchedumbre, se encontraba la escritora salvadoreña Liliam Jiménez.
Liliam se fue de El Salvador en 1945. Un año antes había participado en las luchas contra la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez. Pero las cosas no cambiaron como ella lo esperaba: una dictadura militar fue sustituida por otro gobierno militar con tintes autoritarios. Liliam decidió irse. Sus planes eran radicarse en México. Pero, mientras cruzaba territorio guatemalteco, se topó con un estallido cultural que la deslumbró. Era lo que buscaba: una atmósfera para cultivarse intelectualmente. El presidente Juan José Arévalo, quien recién había llegado al poder, le apostó al desarrollo de las artes. Creó instituciones y apoyó a los artistas. Eso entusiasmó a los intelectuales centroamericanos. Muchos escritores llegaron a Guatemala y participaron en certámenes literarios. Algunos se quedaron residiendo en ese país. Liliam fue una de ellas.
Nueve años después, en 1954, cuando el presidente Jacobo Arbenz fue derrocado, Liliam se exilió en la embajada de Ecuador. Fueron días duros. Dormían en el suelo, apretados, en un espacio limitado. El frío de invierno penetraba sus huesos. La comida era escasa. Casi siempre servían frijoles. La rutina era la misma: hacían fila, con plato en mano, para recibir su porción de comida.
En esa misma embajada se había refugiado el poeta cubano Nicolás Guillén, quien días antes había llegado a Guatemala para dar conferencias y recitales de poesía. No los alcanzó a pronunciar. Tuvo que escudarse en el consulado de Ecuador. El embajador lo trató con respeto. Incluso, le ofreció de su comida: leche, huevos y mantequilla. Al inicio aceptó. Pero, días después, se levantó de la mesa e hizo fila al igual que todos sus compañeros de asilo. En cierta ocasión se le acercó a Liliam para decirle: “Tengo tanta hambre que tengo ganas de comerme una nalga”. Ella lo tomó con humor. En 1976, 22 años después, se encontró con Nicolás en La Habana, Cuba, durante una premiación literaria en Casa de las Américas. Otra vez se le acercó y le dijo: “Esa nalga no me la comí”.
En Guatemala conoció al poeta Raúl Leiva, uno de los pilares del reconocido grupo Saker-tí, que a finales de los años cuarenta e inicios de los cincuenta realizó una importante labor cultural en ese país. Raúl era un intelectual que había ganado varios premios de poesía. Su nombre pesaba en el ambiente cultural guatemalteco. Era un prominente literato.
Raúl se enamoró de Liliam, le propuso matrimonio y se casaron. Tuvieron tres hijos. Pero esa relación comenzó a derrumbarse después del golpe de Estado contra Arbenz. Raúl se asiló en la embajada de México y meses después se radicó en ese país. Liliam llegó meses después. Pero ya nada fue igual. La relación se rompió.
A mediados de los años cincuenta, Liliam hizo maletas y se fue con sus hijos para El Salvador. Nada era igual. Muchas cosas habían cambiado. Los militares continuaban en el poder. Eso sí: las condiciones sociales habían mejorado.
“Salí de mi país, por primera vez, en 1945, muy joven, herida por la fría realidad del medio ambiente, sin ninguna experiencia, ávida de conocimientos, alentada por sueños y poblada de anhelos profundos. Once años lejos de mi patria me enseñaron a ver, con claridad, que la persona que se dice humanista debe vivir, debe luchar, debe soñar en función de su propio pueblo. Y solamente así es capaz de sobrevivir y de vencer a la muerte”, escribió años después en un artículo publicado en la revista salvadoreña La Universidad.
Liliam Jiménez con el Grupo Saker-tí.
Liliam Jiménez con el Grupo Saker-tí.
II- Con los comprometidos
Liliam regresó a El Salvador en 1956. Ese año se realizaron unas polémicas elecciones: el Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD) impuso a su candidato, el coronel José María Lemus. Algunos sectores de la sociedad se desilusionaron. Se sintieron engañados. Las elecciones libres que habían prometido los prudistas fueron un fiasco. Eso generó un descontento generalizado.
Con ese escenario se encontró Liliam Jiménez. Pero no le costó adaptarse. Traía una formación más amplia y, además, tenía muchos amigos que le tendieron la mano. Por ese tiempo comenzó a trabajar en el recién creado Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS). También tuvo contacto con miembros del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) y participó en algunas actividades clandestinas. Ahí se relacionó con varios de los poetas de la Generación Comprometida.
En 1958 viajó a Moscú para participar en el IV Congreso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres. Visitó el Kremlin y conoció al presidente Nikita Kruschev. Liliam fue elegida para que leyera el discurso en representación de las mujeres latinoamericanas. Aceptó. Subió a una tarima y dijo: “Procedemos de un mundo en el que la mujer es discriminada, en el que la mujer no puede hablar abiertamente. Nuestros derechos están quebrantados en el sentido económico, jurídico y social”.
El discurso lo finalizó con las siguientes palabras: “Gran parte de las mujeres de los países latinoamericanos hoy aquí presentes saben que a su regreso a la patria posiblemente van a ser objeto de represiones por parte de sus gobiernos. Pero esto no nos asusta. Tenemos conciencia de lo que hacemos, sabemos que forjamos el futuro de nuestros hijos”.
No se equivocó. Cuando regresó a El Salvador fue despedida del ISSS. Entonces se fue a trabajar a la Editorial Universitaria que dirigía Ítalo López Vallecillos, poeta y periodista, teórico de la Generación Comprometida. Ahí también trabajaban la mayoría de los poetas de esa generación: Roberto Armijo, Manlio Argueta, José Roberto Cea, Tirso Canales y otros.
Liliam no era neófita en las letras. Su vocación surgió cuando era una niña. En la casa de su padre, el Mayor Javier Consuegra, había una enorme biblioteca donde descubrió otros mundos. Cuando se unió a los comprometidos, Liliam ya tenía publicados algunos poemas y ensayos. En México y Guatemala había trabajado en periódicos y editoriales.
Muchos de sus colegas la admiraban por su capacidad intelectual. Armijo, por ejemplo, estuvo enamorado de ella. Le escribió un extenso poema donde le manifestaba su amor. Pero Liliam seguía amando a su esposo y no pudo aceptar de Armijo más que su amistad.
En el círculo de los escritores comprometidos, Liliam no solo era una destacada poeta, sino que también, al igual que Ítalo López Vallecillos, trató de darle una dirección a ese movimiento literario. En un extenso ensayo, titulado El arte, la poesía y su función social, Liliam expuso su visión sobre el universo literario.
“Yo nunca he sido sectaria, tampoco quiero serlo; pero las actitudes del artista alejado de los movimientos renovadores que andan en búsqueda de lo humano, son inhumanas. El artista que del pueblo emerge, sabe humanizar los objetos inertes, se convierte en un mago que contagia todas las cosas de humanidad”.
También creía que el arte no debía oficializarse, pero sí veía legítimo que ante el nacimiento de un talento o un genio el Estado le diera todo tipo de apoyo.
“Ahora se encuentra de moda hablar de un arte comprometido y de un arte no comprometido. Yo creo que no existe el arte no comprometido, porque todo arte conlleva un compromiso, pues no puede escaparse del artista que lo crea ni huir del ambiente en que se produce. Si el arte es producto del hombre tiene que llevar una corriente ideológica, una experiencia, una vivencia”.
Influenciada por Nazin Hikmet, pensaba lo siguiente: “Hacer poesía social como algunos sectarios la entienden no consiste en estar declinando a cada momento la palabra pueblo. Llegan a exigirle al poeta que se desdoble de tal manera, que pierda hasta su acento, que lo haga impersonal, cuando todo poeta busca, en el incansable ejercicio de su poesía, la propia voz que lo exprese”.
Con el poeta de la Generación Comprometida que Liliam no tuvo una relación tan cercana fue Roque Dalton. Tuvieron algunos roces intelectuales. Liliam era una mujer seria, culta, más dedicada al estudio que a la bohemia. En ese sentido chocaba con la personalidad de Roque Dalton.
Liliam regresó a México en los años sesenta. Allá continuó con su trabajo literario y periodístico. Nunca le perdió la pista a los acontecimientos políticos y sociales de El Salvador. La guerra de los años ochenta la sufrió intensamente: uno de sus hijos, Raúl Leiva, se sumó a la guerrilla y combatió en las montañas del país. Liliam falleció en la playa del Carmen, en Quintana Ro, en 2007. Tenía más de ochenta años y estaba lejos de su patria.