¿Cuándo se jodió Arena?
15 DE AGOSTO DE 2017 06:51 | por Geovani Galeas
Arena está agonizando, pero sus dirigentes aún no se han enterado. En primer lugar porque en realidad no son dirigentes sino solo gerentes o administradores del aparato partidario, delegados corporativos de los grandes financistas o dueños de esa formación política. En segundo lugar porque en Arena hay mucha agitación pero ya no hay movimiento.
Una cosa es desplazarse desde atrás y desde abajo hacia adelante y hacia arriba, que eso es el movimiento, y otra cosa muy distinta es revolverse de modo compulsivo en el mismo sitio, que eso es la agitación. Y ya se sabe que esto último no es más que el simple calambre o estertor que precede al colapso final.
Si comprar o administrar un partido no equivale a dirigirlo políticamente, tampoco la sola salvaguarda de los intereses de una minúscula élite económica, por poderosa que sea, puede construir mayoría social. Arena se quedó sin proyecto histórico y sin dirigencia política, que son los dos factores imprescindibles para garantizar el rumbo y la cohesión interna de un partido.
Pero hubo un momento en que Arena si tuvo un rumbo estratégico claramente definido, y una jefatura política indiscutida.
En la formidable novela “Conversación en La Catedral”, de Mario Vargas Llosa, hay un personaje que obsesivamente repite una y otra vez la misma pregunta: “¿cuándo se jodió el Perú?” Hace varios años realicé un vasto esfuerzo periodístico para investigar y relatar cómo fue que el mayor Roberto d’Aubuisson concibió y forjó un proyecto político capaz de construir mayoría social. Ahora, ante la evidente agonía de ese proyecto, me pregunto ¿cuándo se jodió Arena?
La presente investigación, que a partir de este día se publicará por entregas semanales en este periódico, es una tentativa de respuesta y tiene por punto de partida la reflexión que una de nuestras mentes políticas más lúcidas, Salvador Samayoa, consultado por los financistas de Arena sobre las causas de su derrota en las elecciones presidenciales de 2009, condensó en una sola frase coloquial tan sencilla como profunda: “El principal problema de Arena es su tufo a rico”, les dijo.
Pero es necesario recordar que Arena no nació en cuna de oro ni entre ríos de dinero. Sus fundadores fueron gente de clase media, y su base social original estaba constituida, en su inmensa mayoría, por pequeños y medianos agricultores y ganaderos vinculados a la Organización Democrática Nacionalista, ORDEN, la vasta red anticomunista fundada por el general José Alberto Medrano y el mayor Roberto d’Aubuisson a finales de los años sesenta.
Arena surgió en el extremo de violenta aspereza de la lucha clandestina contrainsurgente, sobre todo en cantones y caseríos remotos, y entre los rigores y las miserias de un exilio bajo acoso y desesperado en Guatemala. Si a algo olía aquella Arena era a sudor campesino y a uniforme de guardia nacional. Todo so no es un verso ni un análisis, es información histórica perfectamente verificable.
Entonces, poco o nada que ver tenía Arena con los exclusivos perfumes de los señorones, señoritos y señoritingas de la Escalón, San Benito y Santa Elena. Desde estos últimos lugarejos encumbrados no se construyen las mayorías populares necesarias para ganar cuatro elecciones presidenciales consecutivas. Pero todo capital político está expuesto a la disolución si lo derrocha un grupito de advenedizos.
¿Pero cuándo se jodió Arena? Todo esto tiene su historia y eso es lo que voy a contar en este reportaje..
Un rifirrafe entre el guardia y los señorones
A principios de junio de 1980, uno de los hombres más ricos de El Salvador, banquero para más señas, abordó un vuelo de Miami a Guatemala. No bien llegó a su destino se dirigió presuroso al hotel Dorado Americana. Sabía que ahí se reunían algunos grandes empresarios salvadoreños que, acosados por las guerrillas y duramente golpeados por las políticas de la Junta Revolucionaria de gobierno, encabezada por el demócrata cristiano José Napoleón Duarte, se habían establecido en el país vecino. Otros de sus pares se habían movido hacia los Estados Unidos, sobre todo a Miami.
El hombre encontró a sus amigos en una de las terrazas aledañas a la piscina del hotel. Como siempre, comentaban la caótica situación salvadoreña y discutían qué hacer al respecto. Pero cada cabeza era un mundo y no había consenso.
Todos ellos habían perdido gran parte de sus fortunas con la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior. Algunos estaban obsesionados con la idea de un contragolpe de Estado, otros se inclinaban por la posibilidad de revertir las reformas a fuerza de presiones y chantajes, y más de algún insensato proclamaba sin más que el camino era mandar a matar al mayor número posible de comunistas.
En suma, todos aquellos altos empresarios constituían algo parecido a un grupo de generales que al calor de los tragos planificaban grandes batallas, pero sin contar con soldados a su disposición.
El hombre recién llegado de Miami se sentó junto a unos amigos y pidió un doble de whisky. Entre todos aquellos señorones millonarios había uno que no lo era: el mayor Roberto d’Aubuisson, que estaba en otra mesa con sus allegados más cercanos (varios de los cuales me contaron y confirmaron años después esta historia). El banquero en cuestión gritó de pronto, para que todos los presentes lo oyeran: “Ahora va a saber Napoleón Duarte quién soy yo”. Y como quien empuña un arma ya dispuesto al combate, echó mano a su ataché, saco un talonario y firmó un cheque por una suma más que considerable.
-Oye d’aubuisson volvió a gritar de mesa a mesa, agitando en alto el cheque, aquí te doy una buena contribución para la lucha.
Roberto d’Aubuisson no se inmutó. Echado hacia atrás en su silla sonrió irónicamente y le respondió, también en tono alto y también para que todos los presentes lo escucharan:
-Mire usted don señor, mejor cambie todo ese dineral por billetes de a peso, luego los hace rollito y después se los mete por donde mejor le quepan, pendejo.
El hombre era uno de los millonarios a los que Roberto d’Aubuisson había llamado “LC”, queriendo decir “lameculos”, en uno de sus famosos programas televisivos de denuncia que enviaba desde la clandestinidad. Antes de que José Napoleón Duarte iniciara las reformas económicas, algunos grandes empresarios le habían ido a pedir garantías para sus propiedades e inversiones. Duarte, según ellos, los había engañado al ofrecerles garantías que después no cumplió.
Ahora que te afectan tu propia bolsillo venis a ofrecerme dinero, siguió gritándole Roberto d’Aubuisson-, ¿pero dónde estabas vos y tu amigos cuando comenzamos la lucha en la clandestinidad, dónde estabas cuando nos persiguieron y nos metieron a la cárcel?… Que te quede claro a vos y a todos que yo no soy mandadero de ningún burro cargado de pisto, ¿me entendiste bien, pendejo?
Cuando se habla de la lucha anticomunista de esa etapa suele hacerse referencias al Grupo Miami, un círculo de magnates salvadoreños, refugiados en aquella ciudad estadounidense, que supuestamente habrían hecho correr ríos de dinero para financiar esa causa. Cuando yo le pregunté sobre esa cuestión a Fernando Sagrera, uno de los colaboradores más cercanos de Roberto d’Aubuisson y que estuvo a su lado en aquél altercado en el Dorado Americana de Guatemala, me respondió con sarcasmo:
-¿El Grupo Miami? Esos señorones muy bien, gracias, pero en Miami. Nada que ver con nuestra lucha. (Continuará).