“El discurso posmoderno pasa, el marxismo queda”: Terry Eagleton
13/07/2016 Deja un comentario Go to comments
Terry EagletonLas teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea así, habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello. Indudablemente, el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que un método crítico; es una práctica política, explica el crítico literario y escritor marxista Terry Eagleton.
Eagleton es un destacado teórico marxista, crítico literario, escritor y Profesor Distinguido de Literatura Inglesa en el Departamento de Literatura Inglesa y Escritura Creativa de la Universidad de Lancaster, Inglaterra. Nacido en una familia de clase obrera irlandesa de tradición católica y republicana, y formado teóricamente con Raymond Williams, es en la actualidad uno de los más destacados críticos literarios. Su perspectiva marxista le ha valido una importante influencia en el panorama de debate ideológico y político marxista, así como enconados ataques de conservadores y liberales, entre ellos el mismo Príncipe Carlos, quien ha recomendado evitar al “terrible Terry Eagleton”. Ha publicado diversos artículos en la New Left Review desde la década de 1970 hasta la actualidad.
Entre sus más de cuatro decenas de libros escritos sobre teoría marxista, crítica y teoría literaria, y abundantes polémicas (es conocido por sus irónicos y fundamentados argumentos en el debate ideológico), algunos publicados en español son Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria, Las ilusiones del posmodernismo, La estética como ideología, Después de la teoría, Por qué Marx tenía razón, Introducción a la teoría literaria, y el reciente El marxismo y la crítica literaria. Ha publicado sus memorias con el título de El portero.
Eagleton concedió la siguiente entrevista exclusiva a las periodistas Alejandra Ríos y Ariane Díaz, sobre uno de sus últimos libros, The event of literature. Además de exponer algunas de las ideas centrales de este libro, el autor remite a conceptos tratados ya en otros trabajos publicados en español, como La estética como ideología, Después de la teoría o Por qué Marx tenía razón.
Su libro The event of literature plantea que la teoría literaria ha estado en declinación durante los últimos 20 años, y que históricamente existe una relación entre las vicisitudes de la teoría y determinados momentos de conflictividad social. ¿Por qué cree que la teoría se desarrolla y alcanza sus picos más altos en períodos en que la conflictividad social es mayor?
En nuestra época, la teoría literaria alcanzó su punto más álgido, a grandes rasgos, en un momento en el cual la izquierda política se encontraba en ascenso. Hubo un auge de dicha teoría en el período que abarca, aproximadamente, desde 1965 hasta mediados o finales de la década de 1970, lo que coincide más o menos con el momento en el que la izquierda era mucho más militante, y tenía mayor confianza en sí misma, que en la actualidad. De 1980 en adelante, con el endurecido control del capitalismo postindustrial avanzado, estas producciones teóricas empezaron a ceder lugar al posmodernismo, que entre otras cosas es –como lo ha señalado Fredric Jameson– la ideología del capitalismo tardío.
La teoría radical no se ha desvanecido, es cierto, pero fue empujada hacia los márgenes, y gradualmente se fue volviendo menos popular entre los estudiantes. Las grandes excepciones a esto fueron el feminismo, que continuó atrayendo una gran cantidad de interés, y el poscolonialismo, que se convirtió en algo así como una industria en crecimiento, y aún sigue siéndolo. Uno no debería concluir, de esto, que la teoría es inherentemente radicalizada. Hay muchas formas de teoría literaria y cultural que no son radicales.
Pero la teoría como tal plantea algunas cuestiones fundamentales –más fundamentales que la crítica literaria de rutina–. Donde la crítica se pregunta “¿Qué significa la novela?”, la teoría se pregunta “¿Qué es una novela?”. Hace que la pregunta retroceda a un paso previo. La teoría es también una reflexión sistemática sobre las suposiciones, procedimientos y convenciones que gobiernan una práctica social o intelectual. Es, para decirlo de algún modo, el punto en el cual la práctica es empujada a una nueva forma de autorreflexividad, tomándose a sí misma como objeto de su propia indagación. Esto no tiene necesariamente efectos subversivos, pero puede significar que la práctica esté obligada a transformarse, habiendo examinado algunas de sus consideraciones subyacentes, en una nueva forma crítica.
En el mismo libro comenta que el concepto de “literatura” es relativamente reciente, surgido durante un período de turbulencias sociales, y que reemplazó a la religión como refugio de valores estables. Pero también señala que la literatura puede ser vista como una actividad capaz de desmitificar las ideas dominantes. En La estética como ideología, planteaba también que la estética ha sido tanto una forma de interiorización de valores sociales –y en este sentido un elemento de disciplinamiento social–, así como también un vehículo de utopías y cuestionamientos a la sociedad capitalista. ¿Sigue cumpliendo el arte ese papel doble y contradictorio?
Desde un punto de vista político, tanto el concepto de literatura como la idea de la estética son, sin duda, conceptos de doble filo. Hay sentidos en los que se ajustan a los poderes dominantes, y otras formas en las cuales los desafían –una ambigüedad que es también verdad para muchas obras artísticas individuales–. El concepto de literatura data de un período en el cual había una sentida necesidad de proteger ciertos valores creativos e imaginativos de una sociedad que era cada vez más filistea y mecánica. Está relativamente hermanada con la llegada del capitalismo industrial. Esto luego permitió que esos valores actúen como una crítica poderosa a dicho orden social, pero al mismo tiempo los distanció de la vida social cotidiana y algunas veces ofreció una compensación imaginaria por ello. Lo que quiere decir que se ha comportado de una manera ideológica. La estética encontró un destino similar.
Por un lado, la así llamada autonomía del artefacto estético brindó una imagen de autodeterminación y libertad en una forma autocrática, a la vez que desafió su racionalidad abstracta con su naturaleza sensorial. En este sentido puede ser utópica. Al mismo tiempo, sin embargo, esa autodeterminación era, entre otras cosas, una imagen de un sujeto de clase media, que no obedecía a la ley sino a sí mismo.
Creo que esas ambigüedades permanecen en la actualidad. En las sociedades capitalistas avanzadas, donde la idea misma de las Humanidades está bajo amenaza, es vital promover actividades como el estudio de las artes y la cultura precisamente porque las mismas no tienen ningún propósito pragmático inmediato, y en este punto cuestionan la racionalidad utilitaria e instrumentalista de tales regímenes. Esta es la razón por la cual el capitalismo en realidad no tiene tiempo para ellas, y por la cual las universidades, actualmente, quieren desterrarlas. Por otra parte, todo socialista tiene claro que el arte y la cultura no son, en última instancia, los escenarios de lucha más importantes. Tienen su importancia, en particular porque la cultura, en el sentido cotidiano de la palabra, es el lugar donde el poder se sedimenta y reposa. Sin esto, es muy difícil y abstracto ganar la lealtad popular. Sin embargo, el culturalismo posmoderno está equivocado en creer que la cultura es lo básico en los asuntos humanos. Los seres humanos son en primer lugar naturales, animales materiales. Son el tipo de animal que necesita de la cultura (en el sentido amplio del término) para sobrevivir; pero eso se debe a su naturaleza material como especie –lo que Marx llama “ser genérico”–.
En el libro propone la noción del trabajo literario como “estrategia”, esto es, una estructuración determinada por una funcionalidad, propuesta como un especial tipo de “respuesta” a una pregunta planteada en la realidad social. ¿Cómo se lleva esta definición con la idea de autonomía de la obra, en tanto un fenómeno autorregulado?
No creo que exista necesariamente una contradicción entre estrategia y autonomía. Una estrategia puede en sí misma ser autónoma, en el sentido que es una pieza distintiva de una actividad cuyas reglas y procedimientos son peculiares e internos a sí misma. La paradoja de la obra artística, al respecto, es que de hecho va a trabajar en algo que está fuera de sí misma, concretamente, problemas en la realidad social, pero esto lo hace “autónomamente”, en el sentido de que “reprocesa” o “retraduce” estos problemas en sus propios y sumamente peculiares términos. En este sentido, lo que empieza como algo externo o heterónomo a la obra, termina como algo interno a la misma. Una obra realista debe respetar la lógica heterónoma de su material (no puede decidir que Nueva York esté en el Ártico, como una obra modernista o posmodernista podría), pero al hacerlo simultáneamente arrastra este hecho a su propia estructura autorregulada.
Varias veces en este libro señala que las teorías posmodernas y posestructuralistas terminan en un fundamentalismo antiesencialista simétrico a aquellos “fundamentalismos” que se pretendían minar. ¿Siguen siendo estas definiciones posmodernas las dominantes en la discusión cultural e ideológica, o la nueva situación de crisis capitalista y cierto reemerger de la lucha de clases han dado pie a nuevos intentos teóricos que no sean teórica y socialmente escépticos?
El posmodernismo es, supuestamente, antifundamentalista, pero se podría afirmar que simplemente sustituye ciertos fundamentos tradicionales por uno nuevo: concretamente, la cultura. Para el posmodernismo, la cultura es la base más allá de la cual no se puede excavar, dado que para ello se necesitaría recurrir a la cultura (concepto, métodos y demás). En este punto, cabría sostener entonces que este antifundamentalismo es bastante falaz. En cualquier caso, todo depende de lo que se considere por “fundamento”. No todos los fundamentos necesitan ser metafísicos. Existe, por ejemplo, la posibilidad de un fundamento pragmático, como podemos encontrar, pienso, en el último Wittgenstein.
Respecto de la cuestión de si el discurso posmoderno sigue siendo dominante o no en nuestros días, me inclino a pensar que mucho menos. Desde el 11/9 hemos presenciado el despliegue de una nueva –y bastante alarmante– gran narrativa, justo en el momento en el que se decía con complacencia que las grandes narrativas habían terminado. Una gran narrativa –la de la Guerra Fría– se había de hecho acabado; pero, por razones relacionadas sutilmente a la victoria de Occidente en dicha lucha, ni bien terminó esa narrativa, se desató otra. El posmodernismo, que juzgaba la historia como posmetafísica, posideológica, incluso en un sentido poshistórica, fue tomado por sorpresa. Y no creo que se haya recuperado realmente.
A lo largo del libro repasa, en lo que considera sus aportes y debilidades, diversas teorías literarias desarrolladas en del siglo XX y más contemporáneamente. La perspectiva marxista parece haber tenido en esta historia un importante peso. ¿Cuáles son en la actualidad los nuevos aportes que se ubican desde esta perspectiva? ¿Sigue siendo fructífera hoy esta tradición en este terreno como lo es en otros, según plantea por ejemplo en Por qué Marx tenía razón?
La respuesta breve a la pregunta sobre cuáles son las nuevas contribuciones marxistas críticas es: son casi inexistentes. Simplemente, el contexto histórico no es el adecuado para este tipo de desarrollos. La obra de quien, desde mi punto de vista, es el crítico más eminente del mundo –Fredric Jameson– sigue en curso. Produce un libro brillante tras otro en una época en la que muchos críticos muy reconocidos han caído en el silencio. Pero no hay un nuevo cuerpo de crítica marxista, y dado que no se dan las circunstancias históricas propicias, uno casi no esperaría que lo haya.
Al mismo tiempo, indudablemente el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que un método crítico. Es una práctica política, y si lo que tenemos es una grave crisis del capitalismo, es inevitable que de algún modo éste se encuentre en el aire. Lo mismo puede afirmarse del feminismo, cuyo momento culminante está unas décadas atrás, pero que ha sobrevivido de manera modificada, porque las cuestiones políticas que plantea son vitales. Las teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea así, habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello.
Entrevista realizada por Alejandra Ríos y Ariane Díaz.
Fuente: Lobo Suelto!