De forma recurrente, cada cierto tiempo, en el seno de la izquierda latinoamericana se plantea el debate acerca de la pertinencia o no de impulsar la creación de una burguesía patriótica. La discusión incluye la conveniencia o no de que los partidos comunistas clásicos formen parte activa de esa creación e incluso la lideren mediante una buena infiltración en las filas de la burguesía y del sistema de acumulación de capital. Este enfoque incorpora la idea de que la acumulación de riqueza individual es lícita y pueden llevarla a cabo quienes están en las filas revolucionarias.
Nótese la diferencia entre conformar alianzas con la burguesía patriótica y progresista, algo muy positivo, con la decisión de crear una nueva burguesía, parte de la cual sería un sector del FMLN o una parte desgajada del mismo. Es lo que ya propuso Villalobos en 1992.
La misión histórica de esa burguesía patriótica es ser agente decisivo en el desarrollo de las fuerzas productivas para cumplir con los requisitos clásicos de la revolución por etapas. Objetivo que puede incluir ser parte del poder en confrontación con las oligarquías que son el muro conservador frente al progreso y la revolución democrática. Este enfoque está detrás, como telón de fondo, del acercamiento al poder de la burguesía liberal a la que se valora como potencial aliado.
La tesis que sirve de punto de apoyo al desplazamiento de la izquierda posibilita hacia las esferas de poder, defiende que el capital debe completar su tarea de conformar una sociedad burguesa que impulse condiciones objetivas y subjetivas (fuerzas productivas), que termine por colocar en primer plano la contradicción burguesía-proletariado, momento en que la etapa socialista tendrá su oportunidad.
Un ejemplo de esto que escribo es el desastroso comportamiento del Partido Comunista de Nicaragua, que desde el primer minuto del 19 de julio de 1979 criticó la revolución sandinista por no encajar con el esquema convencional de la revolución por etapas que debía concretarse en ese momento de la historia de Nicaragua en un poder de la burguesía liberal. La idea de que un país pobre tiene que alcanzar primero un desarrollo global en todos los sectores, del que nazca un acto proletario, vanguardia de la revolución, estaba en la mente de los comunistas nicaragüenses. Esta posición los llevó a fundar, junto con otras trece organizaciones, la mayoría de derechas, la Unión Nacional Opositora que con Violeta Chamorro de candidata ganó las elecciones de 1990.
El enfoque de las etapas, es mecanicista, pretende sujetar la realidad en una camisa de fuerza ya establecida para siempre. En el caso de Nicaragua “su revolución no podía ser y no podía ser”. Daba igual que hubiera una buena disposición de organizaciones y fuerzas populares y que la toma del poder fuera accesible: las fuerzas de la revolución debían dejar paso y ceder a la prioridad de lo que el etapismo decía que ha de hacerse.
No es buena idea universalizar la ruta hacia el socialismo con un modelo único, incluso para los países periféricos. Las revoluciones no se escriben primero en una pizarra para luego aplicarlas de acuerdo a lo pre-establecido. Como decía Lenin “la teoría es gris y verde el árbol de la vida”, lo que quiere decir que la vida real nos da y nos quita oportunidades y las revoluciones no son apuestas cerradas.
Además, la idea de crear una burguesía patriótica plantea el peligro de la desnaturalización de las fuerzas de izquierda. Se puede creer tanto en ello que muchos militantes y sobre todo cuadros, terminan cambiando radicalmente su tipo de vida para convertirse en miembros fieles de la burguesía.
En cuanto al PCS (Partido Comunista Salvadoreño) en 1979, después del golpe de Estado que derribó al general Romero, entró al Gobierno junto a los demócratas cristianos de Duarte y a los militares reformistas encabezados por el coronel Majano. Sin hacer un juicio de valor, lo cierto es que los comunistas salvadoreños tienen detrás una historia de alianzas con la vista puesta en el poder. No sería nada nuevo que en la actualidad el PCS busque una nueva correlación de fuerzas tirando del hilo de la tesis de una burguesía patriótica. Pero este enfoque, de ser cierto supondría un regreso al pasado.
Como es sabido el PCS cambió de orientación a partir de la idea-fuerza de que la revolución democrática y antiimperialista son inseparables y, juntas, son una parte de la revolución socialista. La revolución salvadoreña, entonces, no podrá lograrse a través de una vía pacífica al poder. Fue entonces que el PCS se incorporó a la guerrilla, lo que en la práctica fue una enmienda severa a partidos comunistas tradicionales.
Respecto a ello, en una entrevista con la periodista chilena Marta Harnecker, Schafik Hándal desarrolla una crítica a la política de los PCs en América Latina: “Es curiosamente sintomático, que los partidos comunistas hayan demostrado en las décadas pasadas, una gran capacidad para entenderse con sus vecinos de la derecha, mientras que no hemos sido capaces, sin embargo, en la mayor parte de los casos, de establecer relaciones y alianzas progresistas estables con nuestros vecinos de la izquierda; no somos capaces de comprender el fenómeno de sus existencias, sus características y su significado histórico”.
En la misma entrevista y sobre el carácter de la revolución en América Latina, Hándal, tras afirmar claramente que la revolución democrática antiimperialista y la revolución socialista no podían existir separadas, y que se trata de “dos facetas de una misma revolución”, dice lo siguiente: “Yo no sé de dónde nos ha venido la idea, que nuestro partido, y me parece que otros partidos y dirigentes comunistas en América Latina, han trabajado durante decenas de años con la idea de las dos revoluciones, y que hemos considerado a la revolución cubana como una experiencia particular”.
De todos modos, el alegato a una burguesía patriótica y se supone que progresista, tiene en Nayib Bukele una contraparte sospechosa. Un tipo autócrata como él, que corrompe la política, destroza la división de poderes y pretende la militarización de la gobernanza, difícilmente puede clasificarse como progresista y patriota, calificación que sólo puede aplicarse a quienes creen en la justicia social y respetan la democracia.
Apostar por Bukele y buscar por debajo de lo que se ve, oscuros “acuerdos” que contemplan la desaparición del FMLN y su sustitución por el liderazgo de una nueva oligarquía populista, es más que un error. Es una traición.