Sobre Nancy Fraser y Fortunas del feminismo. Sonia Arribas. 2016

Por fin disponemos de la traducción de la última recopilación de ensayos de la filósofa feminista norteamericana Nancy Fraser. Los artículos aquí reunidos ya habían aparecido en distintas versiones en inglés y cubren los debates más relevantes en los que participó en los últimos veinticinco años. Sitúan a ambos lados del Atlántico Norte las múltiples mutaciones y variantes de la teoría feminista.

El libro es importante porque es un ejercicio fundamental de historización. Fraser se ha caracterizado siempre por la creación de conceptos y claves de interpretación para intervenir políticamente en los debates feministas. Su rasgo más definitorio es que ha realizado esta tarea reflexionando sobre el devenir histórico del feminismo como movimiento y como teoría.

Los problemas del presente solo los confrontamos cuando investigamos la manera en que hunden sus raíces en el pasado. En esta edición se incluye un prefacio escrito para la ocasión que da cuenta de la dificultad principal a la que se enfrenta hoy en día el feminismo: el que sus críticas al sexismo hayan sido cooptadas por el sistema neoliberal, de manera que se termina interpretando en términos meramente individualistas y meritocráticos, sin cuestionar en lo más mínimo las bases de explotación que sustentan dicho sistema.

El feminismo contemporáneo tiene un dilema: el de dejarse arrastrar por la corriente ideológica de nuestro tiempo y optar por una versión liberal del sujeto, defensora del mercado, o decantarse por la democracia radical. Fraser prefiere lo segundo y su apuesta se enmarca en la justicia normativa.

La autora tiene además la virtud de sintetizar y ordenar la historia del feminismo con una claridad expositiva notable. El objetivo no es descriptivo sino crítico: diferenciar entre cuáles han sido sus conquistas y cuáles sus errores y fracasos, poniendo la mirada en estos para apuntar a formas posibles de corregirlos y superarlos.

El prólogo habla de un drama en tres actos. El primero se remonta a los nuevos movimientos sociales y la nueva izquierda de los años 60 y 70 y sus críticas a la función de redistribución del Estado de Bienestar: el que subyaciera a este cierto androcentrismo y una organización burocrática represora. El movimiento feminista se dedicó a politizar “lo personal” y a mostrar la desigualdad interna de la familia burguesa.

El segundo tiene como protagonista el giro del feminismo en la década posterior hacia las políticas de la identidad y las luchas por el reconocimiento. Coincide con el auge del neoliberalismo: su sospecha de lo público y su desmantelamiento del Estado de Bienestar. Finalmente, el tercero observa al feminismo del presente y diagnostica su vínculo peligroso con la mercantilización en nombre de las libertades.

Las tres partes del libro se corresponden con estos tres actos. La primera contiene textos que reflejan la explosividad de los movimientos sociales que ampliaron la noción de la política progresista que hasta los 60 estaba circunscrita, como dijimos, al Estado de Bienestar. Se lanza una crítica al poder opresor localizado en esferas como la sexualidad, el ocio y la vida cotidiana. Reina el optimismo ante la constatación de que se estaba cambiando el mundo más allá de la socialdemocracia.

Destaca un ya clásico texto sobre Habermas (“¿Qué hay de crítico en la teoría crítica? El caso de Habermas y el género”) como muestra de ese espíritu de cambio. Aquí, Fraser reconoce la labor crítica y constructiva de Habermas en dos terrenos complementarios: la diagnosis de los males del capitalismo tardío —en particular la “colonización del mundo de la vida por el sistema”— y el haber sacado a la luz los intereses postmaterialistas de los nuevos movimientos sociales.

Pero Fraser también hace ver que a Habermas le faltan recursos para criticar adecuadamente la dominación masculina. Sus distinciones analíticas entre lo público y lo privado, entre la reproducción simbólica y la reproducción material, o entre la integración en sistemas y la integración social deben ser reexaminadas a la luz de una perspectiva radical de género.  El objetivo es ampliar el ámbito de la crítica a aquellos nichos ignorados por Habermas.

Otro texto que se ha convertido ya en referencia ineludible es el que escribió junto a Linda Gordon, “Genealogía del término dependencia”. Examina los distintos usos de esta palabra en el marco del Estado de Bienestar y en un momento —los años 90— en que se producían desde la derecha numerosos ataques contra la dependencia respecto de las políticas sociales. Combate usos de este término tendentes a estigmatizar a la mujer, resignificándolo para superar la dicotomía entre dependencia e independencia por medio de la cual pensamos habitualmente.

La segunda parte, confiesa Fraser, supone un cambio en el estado de ánimo. Los textos de las últimas dos décadas del siglo XX perciben que la izquierda y los movimientos sociales no están en una etapa tan boyante y se limitan a defender políticas identitarias y culturales, ignorando las cuestiones de economía política.

“Contra el simbolicismo: usos y abusos del lacanismo en la política feminista” es un texto de 1990 que critica ciertas formas anglosajonas de apropiación de Lacan, lo que Fraser denomina lacanismo, para mostrar que no sirven a la causa feminista.

En una línea similar, “La política feminista en la era del reconocimiento” (2001) diagnostica el progresivo declive de la imaginación feminista con el cambio de siglo y propone salir de los muchos impasses a los que se ve sumida mediante una reelaboración conceptual normativa cuyo objetivo sea el de superar dicotomías y enfrentamientos poco productivos.

Así, el concepto de plena paridad de participación supone una forma de articulación de las dimensiones de la economía y de la cultura en el marco común de la (re)distribución y el reconocimiento. Contamos aquí también con los muy famosos artículos “Merely Cultural” y “Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo” (1997), acalorados debates con Judith Butler. Se ve claramente que a Fraser le incomoda el modo en que Butler pone en segundo plano la lucha emancipadora anticapitalista en favor de las luchas por el reconocimiento.

La tercera y última parte nos sitúa en la crisis económica neoliberal que ha asolado gran parte del planeta en los últimos años. Fraser testimonia con agrado el renacer del interés por la economía política entre las filas feministas. Pretende conseguir que las propuestas de lucha por la emancipación tengan en cuenta las múltiples y contradictorias vertientes de la injusticia y la desigualdad ocasionadas por la crisis.

Le sirve a su elaboración teórica la noción de “marco” de la justicia que había desarrollado en un artículo escrito poco antes, en 2005, “Replantear la justicia en un mundo en globalización”. Si hasta ese momento su teoría normativa había consistido en la doble articulación de las cuestiones sociales de la distribución y las luchas culturales por el reconocimiento, la pregunta por el quién de la justicia la lleva a cuestionarse si la forma en que se enmarcan los problemas de justicia no debería replantearse en sus mismos fundamentos.

Se trataría de una tercera dimensión de la justicia, sobreimpuesta a las otras dos, y que Fraser denomina “política” en sentidos bien definidos: primero, el de la pertenencia de los sujetos a una comunidad (las fronteras); segundo, el de su representación.

En esta tercera parte está el artículo “El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia”, publicado originalmente en la New Left Review al poco del estallido de la crisis financiera y uno de los mejores ejemplos de la capacidad sintética, historizante, y por supuesto política (y un poco provocadora) de Fraser.

Aquí revitaliza la teoría feminista socialista con la que creció intelectualmente para pensar una integración entre “la mejor teoría política feminista reciente” y “la mejor teoría crítica reciente sobre el capitalismo” (p. 244). También nos recuerda cómo gran parte de las fortunas del feminismo actual han tenido lugar en el campo de las mentalités y en el plano de la cultura, sin traducción alguna en las instituciones. La solución a esta cuestión no pasa, sin embargo, por una mera transformación de las instituciones para ponerlas al compás de la cultura y así hacer caso a las demandas planteadas por el feminismo.

El problema es otro, más grave: “los cambios culturales fomentados por la segunda ola, saludables en sí mismos, han servido para legitimar una transformación de la sociedad capitalista que se opone directamente a las esperanzas feministas de alcanzar un sociedad justa” (p. 245).

El argumento es el siguiente. Remontándose de nuevo un cuarto de siglo, Fraser considera que el feminismo de la segunda ola entrelazó las tres dimensiones de la injusticia de género: la económica, la cultural y la política. Progresivamente y a lo largo de los años, sin embargo, con la fragmentación de la teoría feminista, estas tres dimensiones se han ido desanudando de manera que algunas de sus líneas han pasado a ser absorbidas por el reciente capitalismo posfordista, transnacional y neoliberal. El objetivo del feminismo del presente consistiría pues en volver a encontrar ese holismo emancipador característico de sus orígenes.

¿Pero de qué modo se ha llegado a convertir el feminismo en un “nuevo espíritu del capitalismo”? (La expresión proviene, como es bien sabido, de Luc Boltanski y Ève Chiapello). Fraser constata con tristeza el modo en que el feminismo ha prosperado en condiciones neoliberales.

Los motivos son varios y se reúnen en un punto común: el que las críticas feministas que antes sirvieron para denostar ciertos aspectos del Estado de Bienestar, bien para ampliarlo, bien para buscar nuevas esferas de la vida diaria en que vivir libremente, fueran luego resignificadas para pasar a funcionar ideológicamente como herramientas útiles para el neoliberalismo.

Así, el antieconomicismo de las feministas y su giro hacia las luchas por el reconocimiento terminó dejando de lado las luchas económicas y, en último término, la lucha anticapitalista. Por otro lado, el antiandrocentrismo feminista, sus críticas al salario familiar, por ejemplo, ha contribuido al orden económico actual. También Fraser menciona que el antiestatismo del feminismo acabó proclamando la reducción del Estado como lo hace el neoliberalismo.

Pone como ejemplo el microcrédito —basado en buena medida en el ideario feminista del empoderamiento y la participación desde abajo—, que ha sido empleado en tiempos neoliberales como argumento para justificar el abandono por parte de los Estados de los esfuerzos macro para combatir la desigualdad.

Finalmente, el giro transnacional del feminismo, su construcción de una sociedad civil planetaria, ha enarbolado a veces causas justas y legítimas (como la lucha contra la violencia) pero ha dejado otras veces aparcada la lucha contra la pobreza. El resultado es toda una serie de ambigüedades que han servido para dar rienda suelta a las nuevas prácticas económicas, y que permiten concluir que en efecto ha habido una afinidad electiva entre feminismo y neoliberalismo.

El feminismo actual, sostiene con firmeza al final de su artículo Fraser, se encuentra en una encrucijada de la que solo podrá salir con un poco de éxito si mantiene su actitud “anti-” de siempre, pero ahora claramente dirigida contra el sistema neoliberal, recuperando el ímpetu transformador para la causa feminista. Fortunas del feminismo vibra con energía mencionando a las muchas feministas jóvenes que quieren saber de su historia para combatir en el presente.

El capítulo que cierra el libro regresa a la preocupación del prólogo: el que se haya producido un vínculo peligroso entre el neoliberalismo, la defensa a ultranza del mercado y determinados logros feministas. Pone las bases sobre las que debería funcionar a partir de ahora cualquier feminismo que no quiera dejar de lado la lucha social por la emancipación. Fraser sugiere que no basta solo con combatir la mercantilización, también hay que criticar aquellas formas de protección social que se erigen como vehículos de exclusión de “los de fuera”. En este sentido, el feminismo debería sentar una nueva alianza de principios con la protección social, pero sin perder de vista los mecanismos de dominación que está a veces genera.

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