Justicia de género y feminismo socialista. Regina Larrea. 2013

I am (s)he, as you are (s)he, as you are me,  and we are all together.

—The Beatles, “I Am The Walrus”

¿Qué es más estructurante en términos de opresión y dominación sociales: el género o la clase, el patriarcado o el capitalismo?

Las feministas socialistas trascendieron esta dicotomía y lograron integrar ambas formas de dominación en sus análisis. Al incorporar el estudio del género al de clase, señalaron a la familia como una estructura social central para entender la actual constitución del mercado, el Estado y la sociedad civil. En este ejercicio, criticaron a la teoría marxista por no abordar la dominación de los hombres hacia las mujeres, obviando así las dinámicas de subordinación dentro de la familia y la apropiación gratuita del trabajo de las mujeres dentro del hogar.

En México el mercado y el Estado parecen seguir operando, al menos parcialmente, bajo las premisas de que el cuidado de la familia 1) no es su responsabilidad y 2) es primordialmente responsabilidad de las mujeres. Desde esta perspectiva un proyecto socialista democrático que no aborde esta dimensión de dominación no será transformativo de la desigualdad, sino seguirá perpetuándola bajo el manto de la justicia social.

La familia es la otra pieza del rompecabezas Estado-mercado-sociedad civil.

Según Joan Williams, la sociedad se encuentra regida actualmente por dos normas incompatibles: la norma del cuidado familiar y la norma del trabajador ideal. Conforme a la primera, las y los niños deben ser cuidados por su familia, y no por personas extrañas. Según la segunda, el mercado laboral en el capitalismo presupone un trabajador ideal, que no tiene ninguna responsabilidad doméstica —fuera de proveer económicamente a su familia— y no tiene necesidad, por tanto, de tomar tiempo libre para atender asuntos familiares.[1]

De forma que en “muchos trabajos, particularmente en aquellos de ‘alto nivel’, un progenitor no puede desempeñarse como trabajador ideal sin violar la norma del cuidado familiar —a menos de que el otro progenitor se encargue de dicho cuidado”.[2] Este conflicto suele resolverse con la división sexual del trabajo.

Estas normas son interiorizadas por las personas y condicionan en muchas ocasiones sus decisiones y preferencias. A su vez, las instituciones también las absorben y reproducen, generando incentivos a su favor. Lo anterior provoca que ciertas situaciones de desigualdad y opresión, como las descritas en este artículo, se asuman como elegidas y no se cuestionen los contextos y estructuras que las condicionan.

De acuerdo con el sistema de género dualista que desde el siglo XIX opera en las sociedades occidentales, u occidentalizadas como la mexicana, “[…] se esperaba que las personas estuvieran organizadas en familias nucleares heterosexuales, encabezadas por un hombre, que subsistían principalmente del salario del mercado laboral de éste. El hombre jefe de familia recibía un salario familiar, suficiente para mantener a sus hijos y a una esposa-madre, que llevaba a cabo el trabajo doméstico sin remuneración alguna”.[3]

Es difícil sostener que todas las familias mexicanas se organizan según ese modelo. Una sexta parte de los hogares familiares en México están encabezados por un jefe o jefa de familia —la mayoría son mujeres—, y no una pareja.[4] En los hogares familiares en los que cohabita una pareja, las mujeres participan en un 37.4% en el mercado de trabajo remunerado; esto es, no se dedican exclusivamente al hogar.[5]

Entre las personas fuera del mercado de trabajo remunerado, más de 75% de las mujeres lleva a cabo trabajo doméstico y de cuidado, mientras que sólo 24.4% de los hombres realiza quehaceres domésticos y 8.9% trabajo de cuidado.[6]

En los hogares familiares en los que cohabita una pareja las mujeres dedican 75:36 horas semanales a las labores domésticas y de cuidado y los hombres sólo 23:54 horas, incluso cuando ambos realizan trabajo remunerado.[7]

En los hogares uniparentales las mujeres dedican más del doble de tiempo a la semana al trabajo doméstico y de cuidado (55:54 horas) que los hombres (27:06 horas).[8] En este tipo de familias el tiempo dedicado al trabajo remunerado es casi el mismo entre ambos sexos.[9]

Por otro lado, el mercado de trabajo remunerado difícilmente aporta salarios suficientes en todos los niveles económicos para mantener a una familia con sólo un trabajador ideal, pues los gastos promedio por hogar superan el salario mínimo mensual.[10] Por tanto, ambos progenitores deben ser trabajadores ideales para sufragar sus gastos.

Consecuentemente, resulta difícil sostener que el modelo del trabajador ideal y la cuidadora de tiempo completo es la realidad de todas las familias mexicanas; además de que la necesidad económica junto con la persistente división sexual del trabajo provoca que la incompatibilidad de dichas normas aumente.

Las estadísticas aquí mencionadas indican que el sistema de género ha cambiado sólo parcialmente: las mujeres han ingresado en mayor medida al “mundo masculino”, que los hombres al “mundo femenino”. Así, si bien el ingreso masivo de las mujeres al trabajo remunerado ha posibilitado su autonomía económica en cierta medida, les ha generado jornadas dobles de trabajo: la remunerada y la doméstica.[11]

Ello se refuerza con la insuficiencia de legislación y políticas públicas que ayuden a modificar estos patrones. Tómese como ejemplo las licencias de maternidad y paternidad o la provisión del seguro de guarderías dentro del régimen de trabajo privado.

Socialismo democrático

La disparidad entre el seguro de maternidad y las licencias de paternidad es muy significativa. El primero es de 12 semanas, mientras que las segundas sólo de cinco días. Lo anterior no se justifica por el hecho de que las mujeres sufren procesos físicos y los hombres no (el embarazo y el parto). Por el contrario, ello es parte del proceso de reproducción humana y justifica con mayor razón la necesidad de licencias de paternidad suficientes para cuidar de la pareja y del nuevo o nueva integrante de la familia.[12]

En el supuesto de adopción, la Ley Federal del Trabajo otorga a las madres trabajadoras seis semanas de descanso posteriores a la adopción con goce de sueldo, y sólo cinco días a los trabajadores hombres.[13] En este caso se agudiza la legitimación y reproducción jurídicas de la división sexual del trabajo, pues a pesar de que el cuerpo de la mujer no se está recuperando físicamente, cuenta con más tiempo que el hombre para atender al hijo o hija.

Por su parte, el seguro de guarderías es insuficiente y discriminatorio, pues cubre a todas las trabajadoras, pero sólo a los trabajadores viudos, divorciados o que judicialmente tienen la custodia de sus hijos e hijas.

Además, la misma ley condiciona su disfrute a los hombres que caen en el supuesto normativo mencionado al hecho de que no contraigan matrimonio nuevamente o se unan en concubinato. De nuevo, la presuposición del Estado de que el trabajo de cuidado siempre estará a cargo de las mujeres, incluso cuando no son las madres biológicas, se atrinchera y reproduce jurídicamente. Además, dicha ley establece que el servicio de guarderías se presta hasta que los niños cumplen cuatro años, siendo incompatible con las jornadas laborales que rebasan el horario escolar.[14]

Así, la igualdad de derechos para realizar trabajo remunerado y algunas medidas de protección social como las aquí descritas no resultaron en la emancipación de las mujeres. El costo de la reproducción humana sigue siendo transferido a las mujeres, quienes para poder sufragarlo acaban marginadas económicamente, pues las tareas domésticas y de cuidado limitan, en términos de tiempo o tipo de trabajo, las opciones laborales compatibles con sus responsabilidades en casa;[15] políticamente, ya que están confinadas a la esfera de lo privado, lo doméstico, incluso cuando trabajan en el mercado remunerado, pues el tiempo fuera de éste lo suelen ocupar para trabajar en el hogar; humanamente, pues al enfrentar dobles jornadas laborales  —la remunerada y la doméstica— tienen menos tiempo para el ocio.

Dentro del feminismo el principal debate que se ha dado para resolver esta problemática es el de la igualdad (sameness) y la diferencia. Las feministas de la igualdad, asociadas al feminismo liberal, apuestan a la igualdad formal: a reconocer los mismos derechos a mujeres y hombres y abrir así las puertas del mundo masculino a las mujeres. En términos de Williams: permitir a todas las mujeres ser trabajadoras ideales.

El problema con este feminismo es que no cuestiona al sistema de género, pues acepta al sujeto masculino como paradigma de lo humano. Este sujeto no asume ninguna responsabilidad de cuidado, así que cualquier política adoptada desde esta perspectiva será insuficiente para hacerse cargo del ámbito doméstico de la vida humana. Además, castiga —económica y políticamente— a las mujeres que no se asimilan a los hombres, y que decidan ser cuidadoras de tiempo completo.

La otra postura, sostenida por las feministas de la diferencia, apuesta al reconocimiento de la diferencia: mujeres y hombres son diferentes y ello no debe modificarse. El problema no es la diferencia, sino la desigualad que produce su jerarquización. Su propuesta es la de la revalorización de lo femenino: el ámbito doméstico y de cuidado humano.

Ellas buscan que el sistema normativo descrito por Williams perdure, pero con igual valoración. El problema de esta postura es que implica que hay esencias femeninas y masculinas, no involucra a los hombres en la tareas de cuidado, reduce a las mujeres a madres y promueve que se les valore únicamente como tales, afectando así a aquellas mujeres que optan por un camino distinto.

Nancy Fraser, dentro del feminismo socialista, ha intentado sobrepasar el impasse que este debate parece haber producido.[16] Fraser propone como criterios de análisis y de diseño de la política social un principio normativo complejo de “justicia de género”, compuesto a su vez por los principios de antipobreza, antiexplotación, igualdad en el ingreso, igualdad en el tiempo de ocio, igualdad de respeto, antimarginalización y antiandrocentrismo,[17]así como retomar la idea de emancipación.[18]

Al reconocer que el cuidado de la sociedad ya no puede ser concebido como una responsabilidad privada,[19] esta autora propone el modelo de “cuidador o cuidadora universal”. Éste presupone que “[…] los actuales patrones de vida de las mujeres son la norma para todas las personas”.[20] Es decir, asume que todas las personas se benefician y participan en la reproducción humana y el cuidado y redistribuye sus costos equitativamente entre ellas y todas las esferas de la vida social.[21] De forma que el Estado, el mercado y la sociedad civil deben modificarse hacia adentro y en sus relaciones entre sí y con la familia.

Considerar la desigualdad entre los sexos como parte de un proyecto de transformación social, entonces, no pasa únicamente por otorgar iguales derechos o protección social a las mujeres. Si bien es verdad que la familia ha sido un espacio de reforma constante desde el siglo pasado, es imprescindible dejar de verla como una esfera desconectada del mercado, el Estado y la sociedad civil. De otra forma, el rompecabezas de la [des]igualdad continuará incompleto, y la redistribución seguirá siendo inalcanzable.

Regina Larrea Maccise. Abogada por el ITAM, doctoranda en derecho por la Universidad de Harvard, y feminista.


[1] Williams, Joan, “Restructuring Work and Family Entitlements around Family Values”, Harvard Journal of Law and Policy, vol. 19, 1995-1996, p. 753.

[2] Ídem.

[3] Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, en Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis, Verso, Londres y Nueva York, 2013, p. 111. Ello, claro, sin importar si de hecho todas las personas se adaptaban a dicho modelo. En este sentido, es posible observar que los sistemas de género están inevitablemente atravesados y estructurados, a su vez, por otros órdenes clasificadores tal y como la raza y la clase. Sin embargo, el modelo de género del grupo poderoso es el que con frecuencia acaba siendo legalizado y que define el diseño institucional del Estado, el trabajo, la familia y la sociedad civil.

[4] INEGI, Mujeres y hombres en México 2012, México, 2013, p. 57. Es importante mencionar que estas estadísticas no están cruzadas con datos de ingreso o escolaridad, por lo que es difícil saber cuál es el nivel económico de estos hogares.

[5] Ídem. Las estadísticas sufren el mismo problema señalado en la nota anterior.

[6] 75.6% y 91.1%, respectivamente. Ídem., p. 123.

[7] Ídem., p. 57.

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] En las localidades de menos de dos mil 500 habitantes los gastos promedio mensuales por hogar son de cuatro mil 608 pesos y en las de más de dos mil 500 de ocho mil 807 pesos. INEGI, op. cit., p. 60. El salario mínimo promedio vigente en México es de 63.12 pesos mexicanos diarios. Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, Salarios Mínimos, http://www.conasami.gob.mx/pdf/salario_minimo/sal_min_gral_prom.pdf, fecha de consulta: 21 de julio de 2013.

[11] En total, 53.5% de las personas que trabajan —ya sea en el mercado remunerado o fuera de él— son mujeres, mientras que 46.5% son hombres. INEGI, op. cit., p. 115.

[12] Artículo 101, de la Ley del Seguro Social y artículo 132, fracción XXVII bis, de la Ley Federal del Trabajo.

[13] Artículos 132, fracción XXVII bis y 170, fracción II bis.

[14] Artículos 201, 205 y 206.

[15] Es importante precisar que aunque en algunos casos, como el de las familias uniparentales, las mujeres trabajan casi lo mismo que los hombres fuera del hogar, dadas las responsabilidades domésticas y de cuidado a su cargo, pueden tender a buscar trabajos con mayor flexibilidad, que frecuentemente pagan menos. Igualmente, en los casos de mujeres casadas o en pareja, tienden a buscar trabajos flexibles y de tiempo parcial para poder cumplir con su trabajo no remunerado. En este sentido, la marginación económica no sólo se da por el menor tiempo dedicado al trabajo remunerado, sino también por el tipo de trabajo al que pueden acceder.

[16] Una crítica más detallada y concreta del debate sobre igualdad/diferencia y sus propuestas de reforma puede encontrarse en Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, op. cit., pp. 111-135.

[17] Para una descripción detallada de dicho principio ver ídem., pp. 115-121

[18] Fraser, Nancy, “Between Marketization and Social Protection: Resolving the Feminist Ambivalence”, op. cit., pp. 232-241.

[19] Fraser, Nancy, “After the Family Wage: A Postindustrial Thought Experiment”, op. cit., pp. 121-123.

[20] Ídem., p. 134.

[21] Para una descripción más detallada de dicho modelo, ver ídem., pp. 134-135.

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