Crítica a la izquierda crítica (Noticias UCA, Ricardo Ribera, 18 de septiembre de 2009)

Maquiavelo, pensando en Savonarola, quien a puras arengas religiosas había implantado en la ciudad de Florencia una dictadura popular, hizo la observación de que cuando estaba armado el profeta triunfó, pero una vez desarmado caminó a su ruina. Retomando en el siglo XX esta reflexión, Isaac Deutscher le puso a su trilogía sobre Trotski los títulos El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado. En tonos menos dramáticos, también hoy en nuestro país está presente en el escenario político la figura del profeta.

Debo antes que nada confesar que comparto el aprecio y admiración que muchos sienten por Dagoberto Gutiérrez. Considerado uno de los más brillantes analistas políticos del país, es asimismo uno de los pocos que utilizan el método dialéctico en sus reflexiones, las cuales suelen tener además un alto valor pedagógico. Aunque él modestamente se presenta como «un luchador social», se sabe que es dirigente de una corriente de izquierda radical llamada Tendencia Revolucionaria. Lo que sí me molesta un poco de Dago —también eso debo confesar— es ese tono de sermón religioso, de prédica esotérica, de orador de púlpito, que a menudo adopta cuando habla en público. Por eso me parece que le resulta apropiado el calificativo de «profeta» que aquí le endoso.

También Dagoberto fue en su momento «profeta armado» (quién no lo recuerda en la colonia Escalón, al frente de la fuerza guerrillera durante la ofensiva de 1989); después pasó a ser «profeta desarmado» en su paso fugaz por la Asamblea Legislativa como diputado (díscolo) del FMLN. Muy pronto se separó de su partido, protagonizando su única escisión de izquierda. Hoy, tras la asunción del gobierno de Mauricio Funes, lo veo más bien como el «profeta desairado». Enseguida explicaré por qué.

El movimiento que encabeza no ha querido organizarse como partido y se presenta vinculado y conduciendo a una parte del movimiento social. Critica al FMLN por su reformismo y por haberse integrado «al sistema» desde que se legalizó y participa en las instituciones. Le achaca haberse alejado de la gente y de sus reivindicaciones, las que intenta organizar y dirigir la Tendencia Revolucionaria. En mi opinión, ésta debe ser caracterizada como «izquierda extraparlamentaria». Es su derecho actuar desde la sociedad civil y no hacerlo desde las instituciones e instancias del «sistema político» al que critica. Es una fuerza política real, con la que hay que contar, al margen por voluntad propia de la formalidad de las instituciones.

No necesariamente ello la convierte en una izquierda revolucionaria, al igual que participar en la escena parlamentaria y en las instituciones no hace automáticamente reformista a la otra izquierda, la que representa el Frente. Hay que ver los contenidos concretos de la política, el rumbo y la estrategia para juzgar a una y a otra izquierda. Aparte del hecho de que en el propio FMLN coexisten varias corrientes diferentes. Las cosas no son en blanco y negro o, si se prefiere, en rojo y rosadito. Hay muchos más matices en la realidad compleja de la izquierda salvadoreña actual.

El grave problema que enfrenta en el actual período una izquierda con voluntad y vocación revolucionarias es que desde los Acuerdos de Paz la época está signada por la reforma. En 1992, la negociación logró por esa vía lo que la revolución no había alcanzado en los ochenta: reformas a la Constitución y al sistema político que abrieron paso a la democracia.

No es fácil ser revolucionario cuando la época no es de revolución, sino de reforma. De hecho, en cada coyuntura electoral esta izquierda radical se ha visto enfrentada al dilema de oponerse a las elecciones, arriesgando ser vista como un factor del gane de la derecha, o participar apoyando la opción del Frente, a riesgo de caer en una incoherencia de estrategia y de discurso.

En medio de los procesos eleccionarios del presente año, Dago aclaró públicamente que había votado por el FMLN en las elecciones de alcaldes y diputados, y que votaría por Mauricio Funes en las de marzo. O sea, esta izquierda extraparlamentaria sí participó en la contienda electoral, aunque no haya participado en la campaña. Ha sido un componente del triunfo, parte del torrente por el cambio que al fin se impuso, poniendo término a dos décadas de Gobiernos areneros. No negoció ni condicionó su apoyo, lo cual honra sus principios.

Pero poco tardó en empezar a enviar señales de querer ser incluida a la hora del reparto de cargos en el gabinete y en las instituciones. Para el área del medio ambiente fueron propuestos, por ciertas bases del movimiento social, nombres de expertos cercanos a la Tendencia Revolucionaria. No fueron tomados en cuenta. Queda la sospecha de que pueda ser este uno de los motivos de las actuales movilizaciones contra la proyectada presa El Chaparral. No me parece coherente. Si uno se proclama antisistema y quiere hacer lucha extraparlamentaria, ¿por qué de pronto este afán en ser parte del sistema político y en querer impulsar cosas desde las instituciones del Estado?

Por otro lado, los medioambientalistas conocen muy bien la gran contaminación que producen las plantas eléctricas que trabajan quemando bunker fuel y su elevado costo de funcionamiento. ¿Cómo puede decirse que «el país tiene capacidad instalada de sobra» sin ver la conveniencia de superar la dependencia de la combustión de hidrocarburos? ¿No han de ser las energías limpias y renovables, como la hídrica, las que deben promoverse? El mayor reto del país es alcanzar el desarrollo. Y no podrá haber desarrollo sin crecimiento económico, el cual requerirá aumentar la producción de energía. Si llegase a sobrar, se exporta: ¿cuál es el problema?

En mi opinión, al hacer a un lado el interés nacional y anteponer los intereses de unos pocos cientos de familias, esta izquierda comete un grave error; pierde credibilidad y seriedad, actuando más como grupo de presión que como alternativa política ante la sociedad. El afán por mostrar capacidad de movilización, independientemente de lo racional y razonable de las demandas, no es aceptable. Los pobladores de la zona deben exigir ser debidamente indemnizados, reubicados y auxiliados; merecen el apoyo total a esas justas demandas. Pero no puede pretenderse paralizar la realización de una obra estratégica para el desarrollo y hacer que el interés de un pequeño grupo prevalezca sobre el de la nación entera.

El incidente puede ser sólo anécdota, una simple reacción ante el «desaire» de no ser tomados en cuenta por el Ejecutivo. Pero fuera bueno que le sirva a esta izquierda «radical» para reflexionar y rectificar. También para abordar lo que a mi modo de ver es una debilidad: el no haberse constituido en partido político. Movimientos sociales como los Verdes en Alemania o los que fundaron el PT brasileño terminaron por dar ese paso, sin que ello significase el abandono de su ideario. ¿Por qué no trabajar en formalizar una estructura, un programa, una estrategia que sirvan para unificar el pensamiento, para hacer una propuesta concreta a la población y competir con las demás fuerzas políticas del país?

Mientras esta izquierda de vocación revolucionaria, extraparlamentaria y verbalmente antisistema no dé pasos en tal dirección, me temo que seguirá contribuyendo más a la confusión que a la clarificación, a la protesta sin propuesta, a la crítica sin alternativas ni soluciones. Y así se condena a la automarginación, a ser vista como parte del problema y no de la solución, a participar en una tenaza política por la que el Gobierno se ve atacado simultáneamente por el flanco derecho y por el izquierdo. Un escenario que recuerda mucho, demasiado, al que se configuró contra Allende en el Chile de inicios de los setenta, que ya sabemos cómo terminó.

Hace poco Dago expresaba: «El 15 de marzo el FMLN ganó el Gobierno; el 1° de junio lo perdió». Está diciendo lo mismo —aunque mejor expresado— que dice Cristiani, el jefe de Arena: «Veo división entre el Gobierno y el partido de Gobierno; no está claro quién decide». Me parece preocupante esta coincidencia entre la extrema izquierda y la extrema derecha. Creo que a los miembros de la Tendencia Revolucionaria debería preocuparles también.

Por eso mi llamado al profeta desairado, o a quienes puedan sentirse desairados en sus aspiraciones, a que mejor avancen en definir y estructurar la opción política que representan sin caer en demagogias ni populismos. Así su participación podrá verse como contribución que suma y no que resta; que lejos de dividir, multiplica y acrecienta; que ayuda en asegurar el rumbo y prepara para las nuevas etapas del proceso que ya se adivinan en el horizonte. En ellas tocará caminar juntos, codo con codo.

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