Días pasados se desató una feroz campaña contra el diputado Juan Carlos Giordano, de Izquierda Socialista – Frente de Izquierda. El “pecado” de Giordano fue criticar al sionismo y al Estado de Israel. Organizaciones sionistas, periodistas y políticos (en primera fila, los de Juntos por el Cambio) lo acusaron de antisemita y algunos hasta pidieron su expulsión del Congreso. Los acusadores sostienen que “estar en contra del sionismo equivale a ser antisemita”. En otros términos, según esta gente Giordano es un nazi, o poco menos que un nazi. Por supuesto, ninguna de las lumbreras de esta campaña puede explicar cómo es que un partido trotskista que ha luchado contra dictaduras militares, que siempre se opuso al nazismo y al fascismo, tenga ahora a diputados y dirigentes defendiendo a nazis y antisemitas. Menos todavía explican cuáles son las causas, históricas, políticas y sociales, que subyacen al enfrentamiento entre palestinos e israelitas. ¿Será que los palestinos tienen, por nacimiento, el gen del antisemitismo?
A los efectos de proporcionar elementos para el análisis y debate de estas cuestiones, en esta nota resumo lo principal de The Ethnic Cleansing of Palestine, del historiador israelí Ilan Pappe. El libro de Pappe está enfocado en la limpieza étnica de Palestina, llevada a cabo en 1948 por las unidades militares judías. Un hecho que, como veremos, es revelador de la naturaleza del sionismo y del Estado de Israel.
La orden del 10 de marzo de 1948
Pappe comienza señalando que el 10 de marzo de 1948 veteranos líderes sionistas, acompañados de jóvenes oficiales judíos, dieron la orden a las unidades de combate de iniciar la limpieza étnica de Palestina. O sea, ejecutar el llamado plan D, o plan Dalet, consistente en la expulsión de palestinos de vastas áreas del país.
Con ese objetivo, la dirección sionista realizó una detallada descripción de los métodos que deberían emplearse para la expulsión forzada de los palestinos: intimidación en gran escala; cerco y bombardeo de poblados y centros de población; incendio de viviendas, propiedades y bienes; expulsiones; demoliciones; y finalmente, la colocación de minas entre los escombros para impedir que los expulsados retornaran. A cada unidad militar se le asignó su lista de objetivos, consistentes en poblados y barrios. Era el plan elaborado por la dirección sionista para lidiar con la presencia de tantos palestinos que vivían en la tierra que codiciaba el movimiento nacional judío.
Pappe plantea que el plan de limpieza fue tanto el producto inevitable del impulso ideológico sionista a tener una presencia exclusivamente judía en Palestina, como la respuesta a los desarrollos en el terreno una vez que el gabinete británico hubo decidido finalizar el mandato. Los choques con milicias palestinas locales proveyeron el contexto perfecto y el pretexto para implementar la visión ideológica de una Palestina étnicamente limpia. Pappe señala que la política sionista se basó primero en represalias contra los ataques palestinos de febrero de 1947, y se transformó, en marzo de 1948, en una iniciativa para limpiar étnicamente al país de conjunto. Llevó seis meses completar la operación. Cuando terminó, más de la mitad de la población palestina nativa, cerca de 800.000 personas, había sido desarraigada; 531 villas o aldeas destruidas y 11 barrios urbanos vaciados de sus habitantes. O sea, la mitad de la población indígena que vivía en Palestina había sido expulsada; y la mitad de sus aldeas y ciudades destruidas. Muy pocos de los expulsados pudieron regresar. Solo unos 150.000 palestinos permanecieron dentro del nuevo Estado de Israel.
“El plan decidido el 10 de marzo de 1948, y sobretodo su sistemática implementación en los meses que siguieron, fue un caso claro de una operación de limpieza étnica, considerada bajo la actual ley internacional como un crimen contra la humanidad. Un crimen de esta magnitud, sin embargo, ha sido casi totalmente borrado de la memoria pública global: la desposesión, en 1948, de los palestinos por Israel. Este evento, el más formativo en la historia moderna de la tierra de Palestina, ha sido negado sistemáticamente, y todavía hoy no es reconocido como un hecho histórico. La limpieza étnica es un crimen contra la humanidad y las personas que la perpetran hoy son consideradas criminales de guerra que deben ser llevados delante de tribunales especiales. Sin embargo, muchos de los que decidieron y participaron de esa limpieza tuvieron roles principales en la política de Israel y en la sociedad hasta su muerte. Para los palestinos, eran criminales que nunca serían llevados a juicio” (énfasis agregados).
La historiografía oficial y la “nueva historia”
La versión historiográfica oficial israelí pretende que en 1948 miles de palestinos abandonaron sus hogares y poblados por voluntad propia, con el propósito de dar paso a un ejército invasor árabe que destruiría al Estado de Israel. Esta historia fue luego embellecida por los defensores del programa sionista de múltiples formas. Por caso, el libro Exodus, de León Uris, en el que se afirma que los líderes árabes querían que la población palestina abandonara el territorio. Este relato, una épica sionista, fue llevado al cine en 1960. Allí se ve al comandante israelí, encarnado por Paul Newman, intentando convencer a los palestinos que permanecieran en sus viviendas.
La historia oficial fue desmentida por historiadores palestinos, quienes utilizando transcripciones de transmisiones radiales demostraron que no fueron los líderes árabes quienes impulsaron la salida de los pobladores árabes palestinos, sino los dirigentes sionistas. La propaganda israelí intentó borrar esas denuncias, insistiendo con “el abandono voluntario de los árabes”. Sin embargo, en las décadas de 1980 y 1990 apareció la llamada “nueva historia”, que comenzó a revisar el relato sionista. El contexto inmediato fue la invasión del Líbano, en 1982, y la intifada en 1987. Este último año se publicaron en inglés The Birth of Israel – Myths and realities de Simha Flapan, periodista e historiador israelí; The Birth of the Palestinian Refugee Problem, de Benny Morris, también israelí y dirigente del partido Mapam. Asimismo ese año se publicó The Palestinian Catastrophe del investigador estadounidense Michael Palumbo. Los israelíes Pappe, Tom Segev y Avi Shlaim son otros representantes de la historiografía revisionista.
Pappe sostiene que, si bien los nuevos historiadores israelíes pasaron a segundo plano la limpieza étnica, de todas maneras, utilizando principalmente archivos militares israelíes, demostraron cuán falsa y absurda es la afirmación israelí de que los palestinos abandonaron voluntariamente sus hogares y poblaciones. Pudieron confirmar muchos casos de expulsiones masivas de villas y ciudades y mostraron que las tropas israelíes habían cometido un considerable número de atrocidades, incluyendo masacres. Por ejemplo, aunque Morris se basó exclusivamente en documentos de los archivos militares israelíes y concluyó con una visión muy parcial de lo ocurrido, fue suficiente para que algunos de sus lectores israelíes se dieran cuenta de que “el vuelo voluntario” de los palestinos era un mito, y que la autoimagen israelí de haber librado una guerra “moral” en 1948 contra el mundo árabe “primitivo” y hostil estaba más bien en bancarrota. Pero por otra parte, sigue Pappe, Morris ignoró atrocidades tales como envenenar el suministro de agua de la ciudad de Acre con tifoidea; pasó por alto numerosos casos de violaciones; y docenas de masacres que perpetraron los judíos. Morris también continuó afirmando que antes del 15 de mayo de 1948 no hubo desalojos forzados. Sin embargo, observa Pappe, fuentes palestinas muestran cómo meses antes de la entrada de tropas árabes en Palestina, y mientras los británicos todavía eran responsables de la ley y el orden en el país, las fuerzas judías ya habían tenido éxito en expulsar por la fuerza casi a un cuarto de millón de palestinos. Por eso Pappe concluye que si Morris y otros hubieran utilizado fuentes árabes o se hubieran vuelto hacia la historia oral, podrían haber tenido una mejor comprensión de la planificación sistemática detrás de la expulsión de los palestinos en 1948 y brindar una descripción más ajustada a la verdad de la enormidad de crímenes cometidos por soldados israelíes. Agreguemos que Morris, como otros revisionistas, nunca cuestionó seriamente el proyecto sionista. Aun así, y como señala Pappe, contribuyeron a desacreditar el relato sionista (sobre los nuevos historiadores, así como las represalias y amenazas que recibieron, véase también Palumbo, 1990; Gijón Mendigutia, 2008; González, 2020).
Definición de limpieza étnica
A fin de despejar malentendidos o falsas críticas, Pappe define a la limpieza étnica como el esfuerzo para hacer homogéneo a un país étnicamente mezclado, expulsando a un grupo particular de gente y transformándolos en refugiados al demoler las viviendas de las que fueron sacados. Puede haber un plan maestro, pero la mayoría de las tropas empeñadas en la limpieza étnica no necesitan órdenes directas: saben de antemano qué se espera de ellas. Las masacres acompañan a las operaciones, pero no son parte de un plan genocida: son una táctica clave para acelerar la huida de la población destinada a la expulsión. Más tarde, los expulsados son borrados de la historia oficial y popular, y extirpados de su memoria colectiva. Pappe sostiene que desde el estadio de planeación a la ejecución final, lo que ocurrió en Palestina constituye un claro caso, según las definiciones académicas e informadas, de limpieza étnica. En los tratados internacionales la limpieza étnica es considerada un crimen contra la humanidad.
En Palestina la limpieza étnica fue planificada y dirigida por los próceres del Estado de Israel, empezando por el líder sin disputa del movimiento sionista, David Ben-Gurion, y por funcionarios de primera línea del futuro ejército israelí, como Yigael Yadin y Moshe Dayan. En el mismo sentido que Pappe, Gijón Mendigutia escribe: “Hay numerosas pruebas basadas en documentos de archivos israelíes que revelan que los principales políticos como Chaim Weitzman, primer presidente de Israel, David Ben Gurión, primer ministro, y Moshe Sharret, ministro de Asuntos Exteriores, habían aprobado previamente ‘el traslado’ entre 1937-1948 y previsto la ‘limpieza de la tierra’ en 1948. Además, intentaron por todos los medios influir en las propuestas de la Comisión Peel en 1937, en la cual se proponía una partición de Palestina entre árabes y judíos, algo que conllevaba de por sí la idea de la transferencia”.
Desde los orígenes del movimiento sionista, la expulsión de los palestinos
La idea de “limpiar el territorio”, o “transferencia de población” fue considerada una opción válida para los fundadores del movimiento sionista. Pappe cita a uno de sus pensadores más liberales, Leo Motzkin, quien, en 1917, escribía: “Nuestro pensamiento es que la colonización de Palestina tiene que ir en dos direcciones: Judío en Eretz Israel [el nombre de Palestina en la religión judía] y reasentamiento de los árabes de Eretz Israel en áreas fuera del país. La transferencia de tantos árabes puede parecer en principio inaceptable económicamente, pero de todas maneras es práctica. No requiere mucho dinero reasentar una aldea palestina en otra tierra”. En la consideración del movimiento sionista, Palestina estaba ocupada por ‘extraños’, y debía ser recuperada. ‘Extraños’ significaba todo aquel no judío que había estado viviendo en Palestina desde el período romano.
Para muchos sionistas Palestina no era siquiera una tierra ‘ocupada’ cuando llegaron por primera vez, en 1882, sino una tierra ‘vacía’: los palestinos nativos eran en gran medida invisibles para ellos o, si no, eran parte de la adversidad de la naturaleza y como tal sería conquistada y removida. Tengamos en cuenta que, en una versión apenas distinta, el mito sionista pasó por “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Pero en Palestina había un pueblo.
Gijón Mendigutia también destaca que la expulsión de los palestinos fue inherente al proyecto sionista. El plan de expulsiones “es el propio concepto sionista, su aplicación tiene su origen en el pensamiento estratégico del sionismo. Las pautas trazadas y los objetivos marcados llevaban a un mismo fin: la creación de un Estado judío. Y sabían que si querían alcanzarlo era preciso hacer desaparecer la comunidad que había previamente, destruyendo las bases que la sustentaban, expulsando a sus habitantes y cometiendo asesinatos para que ese éxodo fuera más rápido y eficaz”. La ejecución del plan “inició una interminable y dramática situación aún sin resolver y parte indispensable de la solución del conflicto, los refugiados”.
En el mismo sentido, González (2020) escribe: “…dada la demografía de Palestina en 1947, el establecimiento de un Estado judío requería inexorablemente retirar a los palestinos de sus aldeas y ciudades. La decisión crucial fue evitar a toda costa el regreso a sus hogares de los palestinos árabes, ignorando las circunstancias en las que los habían abandonado, y sin importar el hecho de que su salida se había previsto inicialmente de modo explícito como un traslado temporal hecho bajo coacción en el medio de la guerra. Hubo, por supuesto, expulsiones deliberadas y masivas. La Operación D, llevada a cabo entre el 10 y el 14 de julio de 1948, que acabó en una masacre en Lydda y con el traslado forzoso de toda la población de las ciudades de Ramla y Lydda -diez millas al sudeste de Tel Aviv- a Jordania, fue un ejemplo pertinente. Pero la decisión realmente crucial, plenamente consciente y explícita, fue asegurar que el hundimiento de la comunidad palestina, que se reveló bajo la presión de una guerra abierta entre Israel y los Estados árabes, fuera irreversible” (énfasis añadidos).
Para que no queden dudas: en diciembre de 1947 Ben Gurion decía: “Hay un 40% de no judíos en las áreas otorgadas al Estado judío. Esta composición no constituye una sólida base para un Estado judío. Y debemos enfrentar esta nueva realidad con toda su severidad y diferencia. Tal balance demográfico cuestiona nuestra capacidad para mantener la soberanía judía… Solo un Estado con al menos el 80% de judíos es un Estado viable y estable” (citado por Pappe).
Colonialismo y militarismo sionista bajo protección británica
Según Pappe, hasta la ocupación de Palestina por los británicos, en 1918, el sionismo fue una mezcla de ideología nacionalista y práctica colonialista. Era de dimensiones limitadas: los sionistas conformaban no más del cinco por ciento del total de la población del país en aquel momento. Vivían en colonias y no afectaban ni eran particularmente notables para los palestinos. Pero el movimiento apuntaba a formar un Estado judío en Palestina. En 1917 el Secretario de Exteriores británico, Lord Balfour, prometió al movimiento sionista establecer un hogar nacional para los judíos en Palestina. En 1920 se crea la Haganah, la principal organización paramilitar de la comunidad judía.
En los años siguientes, y con ayuda de los británicos, los sionistas fueron avanzando en posiciones, aumentó la inmigración judía (la población judía de Palestina pasó a representar el 30% en 1947), y los palestinos perdieron territorios. Esta situación generó sublevaciones palestinas, algunas de gran envergadura: la rebelión popular de 1936 fue tan profunda que obligó al gobierno británico a estacionar más tropas en Palestina que las que tenía destinadas a India. Solo después de tres años de luchas, y brutal represión, el movimiento fue sofocado. En tanto, el sionismo había organizado más enclaves y colonias independientes. La defensa y ulteriores avances de esos enclaves – y el consiguiente desalojo de palestinos- exigían el respaldo de las armas, esto es, militarismo y ejército. Por lo tanto la Haganah fue fortalecida, y muchos de sus miembros recibieron entrenamiento militar británico. En 1947 la ONU decidió la partición de Palestina en dos Estados independientes, uno árabe palestino y el otro judío (Jaffa sería un enclave árabe en el Estado judío y Jerusalén quedaba sometida a un régimen internacional especial). Los palestinos rechazaron esta partición.
¿David contra Goliat?
El 14 de mayo de 1948 se proclamó Israel como Estado independiente. Según Pappe, en ese momento la fuerza militar judía consistía en unos 50.000 efectivos, de los cuales 30.000 eran de combate y el resto auxiliares que vivían en diversos asentamientos. Estas tropas podían contar con la asistencia de una pequeña fuerza aérea y naval, y unidades de tanques, vehículos acorazados y artillería pesada. Enfrente estaban las fuerzas irregulares palestinas, no más de 7000 efectivos, sin organización y pobremente equipada en comparación con las fuerzas judías. En febrero de 1948 llegaron unos 1000 voluntarios provenientes del mundo árabe, y en los meses siguientes alcanzaron los 3000 efectivos. Hasta mayo ambas fuerzas estaban pobremente equipadas. Pero entonces el ejército israelí recibió, con ayuda del Partido Comunista, grandes envíos de armas enviados por Checoslovaquia y la URSS. Los ejércitos árabes, por su parte, aportaron algo de artillería pesada a los palestinos. Ambos ejércitos aumentaron en número, pero los palestinos nunca superaron los 50.000 efectivos, en tanto el ejército israelí aumentó a 80.000, bien entrenados. En las siguientes etapas la fuerza judía casi duplicó el número de todas las fuerzas árabes combinadas. Además, en los márgenes de la fuerza militar judía operaban dos grupos, Irgun (un desprendimiento de Haganah) y Stern Gang. Por otra parte, estaba Palmach, que eran unidades de comando. En las operaciones de limpieza étnica estas organizaciones fueron las que efectivamente ocuparon las aldeas y ciudades palestinas. Irgun y Stern cometieron innumerables actos de terrorismo para amedrentar y expulsar a árabes palestinos de sus hogares.
Escribe Pappe: “Inmediatamente después de la adopción por la ONU de la Resolución 181 (partición de Palestina) los líderes árabes declararon oficialmente que enviarían tropas para defender Palestina. Sin embargo, ni una vez entre el final de noviembre de 1947 y mayo de 1948 Ben Gurion y el pequeño grupo de líderes sionistas que lo rodeaban sintieron que su futuro Estado corría algún peligro, o que la lista de operaciones militares fuera tan abrumadora que afectara la expulsión de los palestinos. En público los líderes de la comunidad judía retrataban escenarios apocalípticos, y alertaban a sus audiencias de la inminencia de un ‘segundo Holocausto’. De todas formas, en privado, nunca usaron ese discurso. Eran plenamente conscientes de que la retórica de guerra árabe de ninguna manera era emparejada por una preparación seria. (…) Los dirigentes sionistas confiaban en que militarmente tenían ventaja y que podrían llevar a cabo la mayor parte de su ambicioso plan. Y tenían razón”.
Estos datos desarman entonces el mito de un frágil Israel frente a un poderoso enemigo árabe. En este respecto, Gijón Mendigutia sostiene que con ese mito se busca presentar la fundación de Israel “como heroica al verse como una ‘victoria milagrosa’ de ‘personas desvalidas’, pues era común difundir la idea de que la comunidad judía estaba formada por un gran número de supervivientes del holocausto a duras penas capaces de combatir”. El viejo relato de David contra Goliat. “Pero nuevamente, la apertura de los archivos ha determinado esta línea de investigación con un nuevo enfoque y contrario al relato sionista predominante: el Yishuv y el resto de judíos en Palestina no estaban en inferioridad de condiciones y su poder no era menor que el de los ejércitos árabes”.
Destacamos también que inmediatamente después de proclamado el nuevo Estado, Israel “amplió su control más allá de las fronteras que se le habían asignado, ocupando territorios que correspondían al Estado árabe en virtud de la resolución de partición. Jaffa fue ocupada, al igual que ciudades como Acre, Haifa, Tiberias y parte de la zona internacional de Jerusalén” (González, 2020).
¿Quién empezó la guerra de 1948?
Una de las cuestiones que más ha tratado de ocultar la historiografía israelí es la responsabilidad sionista en el origen de la guerra de 1948. Como afirma Palumbo (1990), la causa subyacente del conflicto fue la toma de conciencia de los sionistas de que no se podía formar el Estado de Israel sin desplazar a la gran población árabe. Cita a Flapan, quien recuerda que Ben-Gurion y la dirección sionista rechazó varias propuestas de paz. Sin embargo, observa Palumbo, la guerra no podía ser indefinidamente evitada. Es que el Estado judío creado por la resolución de la ONU de 1947 no era viable sin el desplazamiento de los palestinos. Por otra parte, Morris sostuvo que la principal responsabilidad por el inicio de la guerra es de los palestinos, que querían destruir el Estado de Israel. Pero Palumbo muestra que en 1947 las manifestaciones palestinas, contrarias a la partición, y armadas con palos y piedras, fueron represaliadas por las organizaciones terroristas judías Irgun y Stern, escalando el conflicto. Incluso en diciembre de 1947 el Alto Comisionado de la ONU reportó que la Agencia judía también era responsable por el terrorismo “disidente” de Irgun y Stern.
Por otra parte, y contra el discurso sionista, Palumbo señala que no hay razón para creer que los Estados árabes planearan el exterminio de los colonos judíos en 1948. No existe ningún elemento que permita sostener tal cosa. Con excepción de la represalia por la masacre de Deir Yassin (véase el siguiente apartado) los judíos capturados por los árabes en 1948 fueron bien tratados. Esto incluso fue reconocido por la radio de la Haganah.
Una muestra de la crueldad en la “limpieza”
El libro de Pappe está lleno de datos y descripciones de la limpieza étnica de 1848. A fin de no hacer excesivamente larga esta nota, reproduzco algunos pasajes referidos a lo ocurrido en el poblado Deir Yassin. Pappe considera que es representativo del sentido de la operación.
El 9 de abril de 1948 tropas judías ocuparon Deir Yassin. A medida que irrumpían en ella, los soldados judíos rociaban las casas con fuego de ametralladoras, matando de esta manera a muchos de sus habitantes. Los aldeanos restantes fueron reunidos en un lugar y asesinados a sangre fría, y sus cuerpos fueron abusados. Un número de mujeres fueron violadas y posteriormente asesinadas. Fahim Zaydan, que en ese momento tenía 12 años, recordó cómo vio que asesinaban a su familia. “Nos llevaron de a uno; mataron a un hombre anciano y cuando una de sus hijas gritó, también fue asesinada. Luego llamaron a mi hermano Muhammad y lo mataron delante de nosotros, y cuando mi madre gritaba inclinándose hacia él, llevando a mi pequeña hermana Hudra en sus brazos, todavía amamantándola, también la mataron”. A Zaydam le dispararon estando en una fila con otros niños. Todos fueron baleados por soldados judíos, “solo por diversión”. Zaydam tuvo la suerte de sobrevivir a sus heridas.
Pappe informa que investigaciones recientes llevaron el número de masacrados en Deir Yassin de 170 a 93. Por supuesto, además de las víctimas de la masacre, decenas de otros fueron muertos en la lucha y no fueron incluidos en la lista oficial de víctimas. Sin embargo, dado que las tropas judías consideraban a todo aldeano palestino como un enemigo militar, era tenue la distinción entre masacrar gente y matarla “en batalla”. Siempre según Pappe, 30 bebés fueron asesinados. Escribe: “En ese momento la dirección judía anunció con orgullo que había un alto número de víctimas, de manera de hacer de Deir Yassin el epicentro de la catástrofe, una advertencia a todos los palestinos de que les esperaba un destino similar si se negaban a dejar sus hogares y luchaban”. Palumbo cita a Morris, quien admite que las atrocidades de Deir Yassin tuvieron “el más duradero efecto de un solo evento de la guerra en precipitar la huida de los aldeanos árabes de Palestina”. Morris, de todas formas, trata de disminuir la responsabilidad del mando sionista en la masacre. En este respecto Palumbo cita el testimonio de un oficial de Irgun diciendo que el Stern Gang “propuso liquidar a los residentes de la aldea después de la conquista para mostrar a los árabes qué ocurre cuando Irgun y Stern Gang realizan juntos una operación”.
Más en general, Pappe señala que fuentes palestinas, combinando archivos militares israelíes con historias orales, establecen 31 masacres confirmadas, comenzando por la de Tirat Haifa el 11 de diciembre de 1947, y terminando con Khirbat Ilin en el área de Hebron, el 19 de enero de 1947; y pude haber habido al menos otras seis matanzas.
Nunca se puso fin
Las masacres israelíes no pararon en 1949. Escribe Pappe: “A 15 minutos con auto desde la Universidad de Tel-Aviv está la aldea de Kfar Oassim, donde, el 29 de octubre de 1956, las tropas israelíes masacraron 49 aldeanos que volvían de sus campos. Luego fue Qibya, en los 1950; Samoa, en los 1960; aldeas de Galilea, en 1976; Sabra y Shatila, en 1982; Kfar Qana en 1999; Wadi Ara, en 2000; y el Campo de Refugiados Lenin, en 2002. A esto hay que agregar numerosos asesinatos que registra Belselem, la organización de derechos humanos de Israel. Nunca se puso fin a la matanza de Palestinos por Israel.
El imperativo de luchar contra la negación del crimen
Pappe sostiene que además de la necesidad de entender las raíces del conflicto contemporáneo israelí-palestino, existe, por sobre todas las cosas, un imperativo moral de continuar la lucha contra la negación del crimen: “Cuando creó su Estado-nación el movimiento sionista no libró una guerra “que trágica pero inevitablemente llevó a la expulsión de ‘partes’ de la población indígena”, sino que fue lo opuesto: el principal objetivo fue la limpieza étnica de toda Palestina que el movimiento codiciaba para su nuevo Estado. Unas pocas semanas después de que empezaran las operaciones de limpieza étnica, los Estados árabes vecinos enviaron un pequeño ejército –pequeño en comparación a su poder militar total- para intentar, en vano, impedir la limpieza étnica. La guerra con los ejércitos regulares árabes no detuvieron las operaciones de limpieza étnica hasta su terminación exitosa en el otoño de 1948”.
Luego: “Yo acuso, pero también soy parte de la sociedad que es condenada en este libro. Me siento tanto responsable como parte de la historia y, como otros en mi propia sociedad, estoy convencido, como muestro en las páginas finales, que un viaje tan penoso hacia el pasado es el único camino hacia adelante si queremos crear un futuro mejor para todos nosotros, palestinos e israelíes”. Por eso el libro es “la simple pero terrorífica historia de la limpieza étnica de Palestina, un crimen contra la humanidad que Israel ha querido negar y hacer que el mundo olvide. Recuperándolo del olvido es de nuestra incumbencia, no solo porque es un muy atrasado acto de reconstrucción historiográfica o deber profesional. Es, tal como lo veo, una decisión moral, el primer paso que debemos tomar si queremos que la reconciliación tenga una chance y enraíce la paz en las tierras desgarradas de Palestina e Israel”.
Por último, Gijón Mendigutia señala que en Israel dirigentes políticos y académicos hicieron todo lo posible por boicotear y acallar los estudios históricos que cuestionan la “historia oficial”. Escribe: “en los departamentos de Estudios de Oriente Próximo de las universidades israelíes siguen ignorando e intentan ocultar la Nakba [expulsión por la fuerza] palestina como hecho histórico u objeto de estudio. Y para alcanzar este objetivo forman parte de las numerosas represalias que se han llevado a cabo contra los “nuevos historiadores” o todo aquel que vaya contra el establishment sionista”.
Pues bien, sus émulos criollos no se quedan atrás. “Expulsemos a Giordano del Congreso”. Bonita prueba de respeto por la libertad de opinión y de investigación, y de amor por la verdad histórica. Giordano es el nazi y el antisemita. Los que encubren y defienden limpiezas étnicas y masacres, son los paladines de la libertad. A la vista de datos y testimonios de tantas voces silenciadas, ¿no les da un poco, aunque sea un poco, de asco?
Textos utilizados:
Gijón Mendigutia, M. (2008): “Los ‘nuevos historiadores’ israelíes. Mitos fundacionales y desmitificación”, Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, N° 5, mayo-agosto, pp. 27-41.
González, D. F. (2020): “Aportes para la comprensión del conflicto palestino–israelí a partir del análisis del eurocentrismo en la ideología sionista”, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.
Palumbo, M. (1990): “What Happened to Palestine? The Revisionists Revisited”, Link, vol. 23, N° 4.
Pappe, I. (2011): The Ethnic Cleansing of Palestine, edición en ebook, Oneworld Publications.