Realizada poco antes de la invasión rusa a Ucrania, esta entrevista (publicada en el diario esloveno Dnevnik y reproducida en francés en la revista Inprecor) ofrece una perspectiva sumamente esclarecedora sobre los nexos profundos entre el proyecto político global de Vladímir Putin y la agresión militar a la vecina Ucrania.
Ilyá Budraitskis es uno de los jóvenes pensadores más originales y sofisticados de la actualidad en Rusia. Vive en Moscú y combina su profesión de historiador con el activismo cultural y la militancia en las filas de la izquierda antiautoritaria. Es profesor en la Escuela de Ciencias Económicas y Sociales de Moscú y en el Instituto de Arte Contemporáneo. La editorial Verso acaba de publicar su libro Dissidents among Dissidents [Disidentes entre los disidentes], que analiza los desafíos de la izquierda democrática rusa después de la caída de la Unión Soviética.
Además de ofrecer un retrato extremadamente instructivo del estado ideológico y psicológico de la sociedad y de la opinión rusa bajo el régimen de Putin, Budraitskis pone de relieve, con ejemplos elocuentes, el nexo profundo entre tres aspectos fundamentales de la situación: la feroz ola de represión del año 2021, de la que podemos entender ahora que tenía una crucial función preventiva; el carácter fundamentalmente «imperial gran-ruso» de la visión de Putin, que este acaba de confirmar con su extraordinario discurso del 21 de enero de 2022; y la escalada bélica a la que estamos asistiendo.
El historiador moscovita también alertaba antes mismo que Putin lo expresara crudamente en este famoso discurso que una de las raíces del problema es que el presidente ruso simplemente no acepta la existencia de un sujeto o de una subjetividad nacional ucraniana de cualquier tipo. El análisis de Budraitskis demuestra así que la cuestión va mucho más allá de la supuesta «legitima defensa de Rusia defraudada por la extensión y el cerco de la OTAN», como lo siguen repitiendo ciertos sectores de la izquierda.
En los pases finales de este diálogo, precisamente, Budraitskis hace un llamado a la izquierda occidental para que abandone ojeras y prejuicios geopolíticos desinformados y avance en su comprensión y su solidaridad hacia las corrientes democráticas y progresistas que combaten el nacionalismo autoritario y el belicismo en Rusia y en Europa oriental, a menudo al precio de una terrible represión.
Usted está en Moscú y yo en Liubliana, ¿será que estamos hablando a través de una futura línea de frente? Se habla de guerra. ¿Cómo se vive esto desde Moscú?
¿Se refiere a cómo percibe la situación la gente de a pie o en el imaginario que crea el régimen? Empecemos con cómo presentan los medios de comunicación rusos las tensiones en la frontera ruso-ucraniana…
Los medios oficiales rusos, en particular todos los canales de televisión, son controlados por el Kremlin. Las alternativas son casi inexistentes. Cuando hablan de Ucrania, estos medios estatales usan un lenguaje de guerra desde 2014. En los últimos meses no hubo modificaciones en esta manera de referirse al tema de Ucrania. Es siempre el mismo vocabulario.
¿Qué quiere decir con «lenguaje de guerra»?
Interminables debates sobre la profunda grieta entre nuestro país y Occidente, con el que estaríamos en un conflicto histórico. Se usa una retórica militar extremadamente agresiva. Nos hablan siempre de nuestras bombas, nuestros tanques, nuestros aviones y otras armas. Nos dicen que podemos destruir a Estados Unidos en dos o tres minutos, o que podemos volver a ganar fácilmente una guerra mundial. Esto se ha convertido en el lenguaje común de los medios de comunicación oficiales.
¿Qué efecto tiene esto en la opinión pública?
En Rusia, para ayudar a los niños a conciliar el sueño, siempre les contamos el cuento del niño que gritó «¡Lobo!». Conoce esta historia, ¿verdad? El niño corría por el pueblo gritando «¡Viene el lobo!, ¡viene el lobo!» solo para llamar la atención. Lo logró: todo el pueblo se movilizó varias veces. Cuando finalmente el lobo llegó a la aldea, ya nadie le prestó atención.
Al menos desde 2014, los medios de comunicación oficiales han estado hablando incesantemente y en un tono muy fantasioso sobre un conflicto inevitable con Ucrania, que nunca se materializó. Ahora quieren dar la alarma. En las últimas semanas, los medios de comunicación oficiales han intentado transmitir que la situación se ha vuelto muy grave. Que este enfrentamiento militar es real. Sin embargo, el público no percibe este anuncio como algo diferente. La reacción común a estos mensajes es decir: «Sabemos que estamos en conflicto con Ucrania, sabemos que estamos en conflicto con Estados Unidos, ustedes nos lo repiten todo el tiempo, así que esto es normal».
¿No produce ninguna reacción emocional específica?
Es más complicado que eso. Por un lado, la gente lo ve como una continuación de la estrategia habitual vinculada a los extraños caprichos de las elites gobernantes. Están tan familiarizados con el lenguaje del conflicto que ya no se conmueven. Pero, al mismo tiempo, crece el temor a la posibilidad de una escalada real. El miedo a la guerra se va imponiendo poco a poco.
¿Se nota este malestar también en los medios de comunicación oficiales?
No, según ellos ya hemos ganado. Pero la gente está cada vez más preocupada. Esto no es solo mi sensación. En Rusia, el miedo a la guerra siempre ha sido el segundo mayor temor, después del miedo a la enfermedad y la consiguiente preocupación por el funcionamiento de las instituciones públicas y su atención a las personas.
Sin embargo, recientes encuestas de opinión muestran que al menos 60% de la población teme la posibilidad de un conflicto armado, y que este temor es mayor que la preocupación por la pandemia. Ambos elementos están presentes simultáneamente en la conciencia colectiva. La gente está tan acostumbrada a la retórica militarista que no se la toma demasiado en serio, pero por otro lado, hay una preocupación creciente.
Personalmente, creo que el miedo proviene de los acontecimientos que hemos presenciado en el último año. Un miedo relacionado con la creciente represión del Estado, la creciente violencia que la acompaña y el clima de ansiedad que genera. Yo diría que esta cuestión está en el centro del pensamiento político de la población sobre nuestra situación. Pero hay que tener en cuenta que en la sociedad rusa no hay reacciones políticas serias, ni manifestaciones, ni protestas. Ya no hay manifestaciones masivas de descontento, ni ocupaciones de calles o plazas. Nada.
¿Cómo lo ha conseguido Putin?
Mediante un año de golpes directos a los núcleos de la oposición. El régimen político es cada vez más represivo. Tras la detención de Alekséi Navalny, líder del partido de la oposición Rusia del Futuro, y la dispersión de las manifestaciones que siguieron, la opinión pública fue silenciada. Toda la oposición se encuentra ahora en una situación muy deprimente. El año pasado, fuimos blanco de una represión total.
Todas las estructuras de Navalny han sido declaradas organizaciones extremistas y sus colaboradores son considerados extremistas. Cualquier persona que le exprese su apoyo puede ser detenida. La organización de derechos civiles más antigua, Memorial, reconocida en 1989, fue disuelta por una sentencia del Tribunal Supremo porque supuestamente entraba en el marco de la ley sobre agentes extranjeros.
Simbólicamente esto fue muy destructivo: la organización de derechos humanos más antigua se convierte de repente en una entidad ilegal. También atacaron a todos los medios de comunicación independientes con una agresividad extrema. La ley sobre agentes extranjeros puede utilizarse contra cualquiera. Ya no hay un solo medio de comunicación independiente en Rusia que no pueda ser acusado de ser una agencia extranjera. La acusación es una advertencia. Esto significa que pueden ser liquidadas en cualquier momento, al igual que Memorial. Gran parte de la represión está relacionada con lo que está ocurriendo ahora en la frontera con Ucrania. Querían asegurarse de que no hubiera sorpresas desagradables, oposición, reacciones o resistencia en el frente interno.
¿La gente común solo conoce la versión oficial?
Más o menos, sí. La gente está preparada psicológicamente para la guerra. Puedes seguir la televisión estatal y creer en la propaganda. No es difícil. Pero sobrevivir en caso de conflicto es otra cosa. En este ámbito, la situación es muy diferente porque vivimos en un país muy pobre, que ha visto cómo se deterioraba la calidad de vida en los últimos años, dando la impresión de ser un país en decadencia en todos los ámbitos. Solo si la situación, ya de por sí mala, se deteriora muy rápidamente, y si la gente no ve ninguna salida, podríamos esperar un cambio y demandas más apremiantes para una política diferente. Sin embargo, hasta ahora no hay nada de eso a la vista.
Además, la situación no está realmente clara. El discurso oficial mantiene sistemáticamente esa ambigüedad. Por un lado, utilizan un lenguaje militarista agresivo e intransigente. Por otro lado, también se habla del deseo de paz, de conversaciones entre Rusia, Estados Unidos y los países europeos. Atribuyen esta tensión a la histeria antirrusa de los medios de comunicación occidentales y a la política que hay detrás. Viene diciendo que Rusia no tiene planes de ataque, que no planea ninguna invasión armada, que el ejército solo está haciendo maniobras normales en territorio soberano ruso y que en Occidente están creando pánico por sus propios problemas.
Mucha gente se pregunta qué está pasando realmente. ¿Deberíamos realmente prepararnos para la guerra, o se trata de otra tormenta propagandística sin consecuencia concreta? Este dilema nos resulta familiar. ¿Es solo una ola de desinformación tras otra, o el peligro de una confrontación militar está realmente cerca?
Estados Unidos y algunos países europeos envían material militar a Ucrania. ¿Usted está al tanto del tema?
Sí, claro. El miedo a la guerra tiene dos caras. La gente tiene miedo por naturaleza de los conflictos militares. Si Occidente da un verdadero apoyo militar a Ucrania, podría haber una gran guerra. Por otro lado, existe un fuerte temor a nuevas sanciones económicas, que podrían socavar una economía ya de por sí en mal estado. Puede ser que Occidente vea realmente a Ucrania como un país en el que finalmente puede enfrentarse a Rusia en todos los frentes y que se convierta en un campo de batalla. Pero en Rusia es difícil lanzar un debate un poco más serio sobre el tema. Los medios de comunicación oficiales están controlados y no hay posibilidad de realizar un análisis serio de la situación y una confrontación de opiniones. Es pura propaganda, la información es secundaria.
Todavía hay algunos medios de comunicación de la oposición liberal. Siguen existiendo, pero cada día son menos numerosos y están sometidos constantemente a una terrible presión por parte del Estado. Todavía existe un cierto sentimiento de revuelta entre la población. Pero el régimen sigue enviando señales contradictorias.
El mensaje oficial es que, a diferencia de Occidente, Rusia quiere negociaciones y no planea una guerra, pero que está preparada para cualquier eventualidad. En esta visión, el agresor es Ucrania –apoyado por Occidente–. A pesar de toda la retórica belicista, los medios de comunicación oficiales transmiten el mensaje del Kremlin de que esta batalla se librará mediante negociaciones y que se evitará la guerra.
¿Cómo justifican ese mensaje?
Está en la memoria la experiencia de 2014, cuando el ejército ruso ocupó Crimea y la reacción de Occidente fue principalmente retórica. Rusia anexó Crimea, hubo alguna que otra protesta, se impusieron sanciones, pero a nadie se le ocurrió intentar devolver Sebastopol y Yalta a Ucrania mediante la guerra. El Kremlin puede señalar el Mar Negro y decir que ha establecido su autoridad allí sin que a nadie le moleste seriamente.
Los medios de comunicación liberales intentan contar una versión diferente, pero hay mucha desorientación. La oposición política también está confundida. Nadie sabe cuál es el contenido secreto de las conversaciones entre Rusia y Occidente. La mayoría de los ciudadanos tienen la impresión de que las relaciones entre Rusia y Occidente se han roto por completo. Sin embargo, la ruptura no se produjo el año pasado, sino mucho antes. Quienes viven en las grandes ciudades y viajan a otros países saben que las relaciones son malas desde hace mucho tiempo. La situación es clara: la embajada de Estados Unidos en Moscú lleva tres años sin expedir visados a los ciudadanos rusos. Si quieres ir a Estados Unidos, tienes que ir primero a otro lugar, como Zagreb o Liubliana, y solicitar allí el visado. Esto comenzó en la era de Donald Trump y continúa bajo Joe Biden.
Pero si hay una guerra, ¿por qué objetivo se va a luchar? En 2014, los ucranianos cedieron Crimea sin luchar. El ejército ucraniano ni siquiera hizo un disparo al aire. ¿Usted tiene claro el objetivo del conflicto?
Esa es la cuestión principal, ¿no? ¿Por qué luchamos? No hay ningún dilema para las autoridades rusas. Durante el último año ha quedado claro que los acuerdos de Minsk no están funcionando. En Donetsk, la situación está bloqueada. La idea de que las repúblicas populares [prorrusas] de Donetsk y Lugansk podrían ser utilizadas para controlar al gobierno ucraniano se ha derrumbado. Putin pensó que encontraría en el Donbás (en el este de Ucrania) un pilar sobre el cual construir una política sobre Ucrania.
El acuerdo debía impedir al menos la cooperación de Ucrania con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero fracasó. Mientras tanto, se celebraron elecciones en Ucrania y rápidamente quedó claro para Putin que sería imposible llegar a un entendimiento con el nuevo presidente, Volodimír Zelensky.
Cuando fue elegido en mayo de 2019, había cierta esperanza en el Kremlin de que se pudiera llegar a un acuerdo con él para la normalización de las relaciones. Pero luego resultó ser, en muchos aspectos, un nacionalista aún más duro que su predecesor, Petro Poroshenko.
Putin tenía que encontrar una forma de salir del callejón sin salida del acuerdo de Minsk, que no tenía futuro. Decidió desplazar el centro de gravedad del Donbás a toda Ucrania. Comenzó a preguntarse qué lugar se reservaba para Ucrania en los planes de la OTAN. ¿Sería Ucrania al menos un país neutral o un aliado militar abierto? Entonces, Putin quiso desviar la atención de la situación congelada en el Donbás y empezar a hablar de relaciones interestatales y globales.
¿Cómo lo hizo?
Muy simple: empezó a mover tropas a la frontera. La idea era obligar a Occidente a reaccionar. Putin planteó a Occidente un desafío muy sencillo: ¿hasta qué punto apoyará militarmente a Ucrania en caso de conflicto militar? O más sencillo aún: ¿irá a la guerra si invado el país? Quería ver qué ocurre en las fronteras de la Unión Europea en caso de intervención militar. Hizo la pregunta a su manera preferida. A Putin le gusta desafiar a su oponente. Se pone delante de él, lo mira a los ojos: «Bueno, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a golpearme, o solo eres pura labia?» ¿Quién se echará atrás primero?
Lo hizo en Crimea en 2014, y luego en el Donbás. En realidad, no se trataba de preparar una invasión, sino de forzar las negociaciones. Pero la respuesta de Occidente en enero pasado fue sorprendente para Putin. Él percibe Occidente como una sociedad de degenerados que siguen predicando los derechos humanos y no están preparados para un conflicto real. Siempre son los primeros en retirarse antes de ser desafiados. Pero en las últimas semanas el tono ha cambiado en Occidente, primero en Estados Unidos, luego en el Reino Unido y después en muchos otros países.
Putin debe tomar nota ahora de que Occidente ha aceptado su desafío y ha comenzado a desafiarlo. Primero, la diplomacia occidental comenzó a decir que Putin ya era el agresor y que había cruzado las fronteras. Putin solo movía los tanques a lo largo de la frontera y Occidente tenía la impresión de que ya había ocupado Ucrania. Políticos, diplomáticos y medios de comunicación entraron en pánico en Occidente al afirmar que Rusia estaba a punto de lanzar una gran ofensiva en Ucrania. Ahora envían armas a Ucrania y hablan de intervenir ellos mismos. Putin no esperaba esto.
¿Quiere decir que Putin vio todo este carrusel de tanques como una herramienta de negociación?
Eso es lo que pienso. Cuando Rusia prepara una invasión, suele tener claros sus objetivos militares. ¿Cuáles podrían ser los objetivos militares de un ataque frontal a Ucrania? Solo se oyen respuestas políticas. Por un lado, el deseo de cambiar el gobierno en Kiev. Por otro lado, existe la voluntad de crear una atmósfera para una guerra híbrida, es decir, la voluntad de dividir la alianza occidental, dividir Ucrania en dos y tomar el control político de una parte.
Supongamos que de una intervención militar pudieran surgir beneficios políticos. Pero ¿cómo se lleva a cabo la parte militar de la operación? ¿Ocupar Kiev? ¿Para ganar qué? El éxito militar traería más problemas de los que ya tiene Rusia. El resultado solo podría llevar a una confusión total. Incluso la ocupación de una gran parte de Ucrania no daría a Rusia ninguna garantía de seguridad frente a Occidente. Habría resistencia, se necesitaría un gran número de tropas y Moscú se podría olvidar de cualquier perspectiva de estabilidad. Los sentimientos nacionalistas de los ucranianos se verían reforzados y Rusia perdería definitivamente el país.
Actualmente, los dirigentes rusos también sobrestiman la popularidad de Rusia en Ucrania. Sueñan con que la mayoría de la población hable ruso y no tenga problemas en aceptar a Rusia como su patria. Esto es un puro delirio. Por mi parte, no he visto un plan militar claro para la invasión, ni grandes preparativos del país para la guerra. El único efecto práctico de la guerra sería desestabilizar la situación en Rusia.
Pero quizás Putin piensa que Rusia está amenazada
Sí. Creo que hay mucha ansiedad en la cumbre del poder. Están convencidos de que Estados Unidos y sus aliados europeos quieren un cambio de régimen en Rusia. Perciben que Rusia está rodeada de países hostiles. Y Putin ha declarado públicamente en muchas ocasiones que no reconoce las fronteras creadas después de 1989. En su opinión, las fronteras son el resultado de un error histórico, que considera una tragedia. Desde 1991, Rusia ha perdido territorios que, según Putin, le pertenecen históricamente. Ucrania es uno de estos territorios.
¿Qué hace que Ucrania sea tan importante? ¿Por qué no Tayikistán, Uzbekistán o los países bálticos? Putin nunca menciona a Polonia. ¿Por qué Ucrania? ¿Es por razones estratégicas y económicas o por otros motivos?
Las razones estratégicas y económicas son definitivamente importantes para él. Después de Rusia, Ucrania tenía la mayor población de todas las repúblicas soviéticas y era su centro económico más importante. Sigue siendo el mayor país postsoviético después de Rusia. Ucrania es también el enlace entre Rusia y Europa occidental, el país clave para el control del Mar Negro.
El gas y el petróleo rusos fluyen hacia el oeste a través de Ucrania. Hay muchas razones objetivas por las que esto es importante. Pero hay otro aspecto. El problema es la idea de que una Ucrania independiente solo puede ser un Estado antirruso. Ucrania es el país que más se parece a Rusia en cuanto a cultura: lengua, religión, comida, costumbres. No hay grandes diferencias. Empero, solo puede existir como Estado independiente siendo un oponente de Rusia. Esto no lo digo yo. Esto es lo que escribió Putin el pasado verano en un documento programático de 20 páginas sobre la historia de Ucrania desde la época de la dominación asiática hasta el siglo XX, que publicó en el sitio web del gobierno. «Rusos y ucranianos son un solo pueblo».
La idea principal del artículo es que Ucrania no es solo una parte específica de Rusia, sino también una parte orgánica de ella. Por lo tanto, para él, el proyecto de una Ucrania independiente sigue siendo un plan de las potencias occidentales, que utilizaron este país como arma contra Rusia. La doctrina de Putin dice que hoy no es diferente, que Occidente quiere convertir a Ucrania en un Estado antirruso.
Putin también cree que una Ucrania independiente no tiene ningún valor positivo, sino que es un proyecto negativo para socavar a Rusia. Esto no es una especulación mía, está escrito en este artículo publicado por Putin en julio de 2021. Para él, el debate sobre la capacidad de agencia de Ucrania es inútil. Por ello, Rusia está negociando con Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea, pero no directamente con Ucrania.
¿Podemos concluir que para Putin, Ucrania no es un tema de política internacional?
Es complicado sacar conclusiones. Putin escribió esto como su contribución a la comprensión del país. Está negociando sin la presencia de Ucrania. Para Putin, se trata de una presentación adecuada de la realidad. Ucrania no es un sujeto en esta historia, Rusia y Occidente sí lo son. Estados Unidos es el centro de gravedad de Occidente. Esta es la visión del mundo de Putin.
¿Podría esta controversia derivar en un enfrentamiento militar entre Rusia y la OTAN?
Seamos realistas: no se puede comparar la OTAN con Rusia. La OTAN es una alianza de 30 países, Rusia no tiene aliados en Occidente. Rusia está sola en esta historia y no tiene ninguna posibilidad de ganar en una confrontación directa. En su análisis, Putin llegó a la conclusión de que la OTAN está fragmentada y no podría formular una estrategia común contra Moscú.
Más que nada, que la OTAN no podría tomar la decisión de defender militarmente a Ucrania contra una invasión. Por lo tanto, él podía lanzar su desafío. No esperaba que Estados Unidos, tras su demostración de impotencia en Afganistán, pudiera restablecer tan rápidamente su monopolio de decisión sobre sus aliados. No creía que pudiera recuperar el protagonismo en los asuntos europeos y reconstituir la OTAN como una alianza militar funcional, solo un año después de Trump. Putin vio la derrota en Afganistán como un signo de debilidad de la OTAN y un nuevo frente unido le parecía improbable. Pero en pocas semanas, la situación ha dado un giro y la OTAN parece mucho más unida que antes. Si esta situación continúa, la OTAN solo puede beneficiarse.
En los últimos días, países neutrales como Suecia y Finlandia han reabierto el debate sobre la posibilidad de ingresar en la OTAN. Finlandia puede volverse más preocupante para Putin que Ucrania. La neutralidad de Finlandia fue una victoria para la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Es muy posible que el resultado del intento de alejar a la OTAN de las fronteras rusas sea la entrada de Finlandia en la OTAN.
¿Tiene razón Putin cuando dice que Occidente quiere expulsar a Rusia de Ucrania y hacerla aún más débil? ¿O es sólo paranoia?
Es una pregunta crucial. Si por una Rusia débil se entiende un país que no puede desempeñar el mismo papel que la Unión Soviética en un orden mundial liderado por Estados Unidos, Putin tiene razón. Si usted se refiere a que no se permitirá a Rusia formar parte del orden mundial en sus propios términos como potencia soberana, creo que él lo ve también así. El problema de Putin es que no entiende la política como algo más que una competencia entre potencias mundiales.
Para él, la oposición política a su poder es también una forma de que Occidente haga que Rusia parezca débil en las relaciones internacionales. Para él, defender los derechos humanos significa lo mismo: una Rusia débil. Por eso prohíbe los movimientos de defensa de los derechos humanos. El hecho de que en las elecciones presidenciales en Ucrania haya ganado un candidato que no contaba con el apoyo de Putin es también una derrota para Rusia. No creo que nadie pueda hacerlo cambiar de opinión.
¿Volvemos a la Guerra Fría? ¿Cualquier avance de una parte es un fracaso de la otra?
Estamos en una situación peor que durante la Guerra Fría. En comparación con la Guerra Fría, hay una gran diferencia entre las elites globales. La Guerra Fría y la política de distensión estuvieron influenciadas por lo que Max Weber llamó la ética de la responsabilidad. Ambos bandos pensaban lo mismo durante la Guerra Fría: «Somos cínicos y no escatimamos golpes en la política. Pero nuestro cinismo tiene un propósito. Queremos evitar la guerra nuclear a toda costa».
Esta era la lógica de políticos como Leonid Brezhnev y Richard Nixon. Ambos se mostraron insensibles y cínicos hasta el final en sus políticas, pero lo que realmente querían era evitar el despegue de los misiles con ojiva nuclear. Toda la construcción de la Guerra Fría se basó en la prevención de la destrucción del mundo por las armas nucleares. Las elites de Rusia, de Estados Unidos y probablemente de Europa ya no actúan según los principios de esta ética de la responsabilidad.
La segunda diferencia es igualmente importante. A diferencia de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, la Rusia moderna no tiene ningún proyecto con el que pueda dirigirse al mundo. No puede pretender ofrecer ninguna alternativa ideológica, política, social o económica al orden estadounidense.
No hay ningún modelo político, social o económico ruso que pueda oponerse a la democracia liberal estadounidense. Putin ni siquiera ha sido capaz de exportar la forma rusa de hacer política a Ucrania. Por eso se apoderó de Crimea en 2014. En la historia reciente, la posición rusa de Putin es débil. Mucho más débil que la posición de la Unión Soviética durante la Guerra Fría.
Rusia no tiene amigos en Occidente. ¿Los tiene la oposición?
Los liberales rusos están en la oposición. A Occidente le gustan. Muchos ya están en el extranjero. Cientos de figuras liberales de la oposición han abandonado recientemente el país por motivos políticos. Los liberales tienen muchos amigos en Occidente, y son bien vistos por la Unión Europea y la administración estadounidense. En este caso, no hay ningún problema.
Desde el punto de vista de la izquierda, la situación es completamente diferente. A la izquierda europea ya no le interesa el internacionalismo. Ven el mundo como un conflicto entre el imperialismo estadounidense y quienes se oponen a él. La posición antiimperialista es dominante entre muchas fuerzas de izquierda en Europa.
Entre ellos, sorprendentemente, hay simpatía por Putin, porque se resiste a la dominación política de Estados Unidos. Me parece que, a la luz del conflicto en Ucrania, es urgente renovar el enfoque internacionalista de la izquierda europea en la política internacional. Sería muy útil para nosotros.
Nuestra última conversación fue a finales de la primavera pasada, cuando la activista ambientalista Anastasia Ponkina, que tiene solo 20 años, fue encarcelada en Siberia. En aquel momento, parecía estar surgiendo en Rusia una nueva generación que aportaba un imaginario diferente a la política. Luego desapareció. ¿Qué ha pasado?
No ha desaparecido. Esta generación sigue ahí. Pero todas las estructuras políticas a través de las cuales podía expresar sus ideas han sido casi completamente destruidas. Ahora nos encontramos en una situación similar a la de los kazajos.
¿Tan mala será la situación?
¿No lo cree? Conozco muy bien Kazajistán. He estado allí varias veces recientemente. Los acontecimientos del último mes han sido muy complejos. Se han presentado en el exterior de forma demasiado simplista. Se ha producido una verdadera revuelta popular en este país. Es cierto que ha habido muchos provocadores y gente que ha saqueado tiendas, pero en el fondo se trató de una rebelión masiva de la gente común y corriente: los trabajadores, los pobres, gente muy diversa, armaron una resistencia. Una clásica revuelta popular. Tuvo lugar en un país gobernado durante décadas por un régimen totalmente represivo. Mucho más represivo que el de Putin.
Nursultan Nazarbayev llegó a la Presidencia del país en 1990, tras haber sido secretario general del Partido Comunista. Gobernó hasta el 5 de enero de este año, cuando dimitió como jefe del Consejo de Seguridad del país. Inmediatamente después de tomar el poder, disolvió todos los partidos y organizaciones de la oposición. En primer lugar, proscribió al Partido Comunista y todos los sindicatos independientes. Desmanteló a los grupos liberales organizados y prohibió de hecho toda actividad política independiente. Excluyó cualquier forma de organización, cualquier actividad. En enero de este año, hubo una revuelta que no tuvo representación política. Porque no podía tenerla. No había organización ni líderes. No había símbolos claros, ni activistas políticos, ni partidos o movimientos visibles con programas y líderes. Todo esto fue destruido hace mucho tiempo. Gente desterrada, quebrada, líderes olvidados o exiliados. Solo quedaba gente enfadada en las calles. Si Rusia sigue por el camino actual, nos encontraremos en una situación similar.
Ustedes desde Moscú ¿se dan cuenta de que los países de Europa del Este siguen el mismo camino y que las autoridades, desde Polonia hasta Hungría y Eslovenia, cayeron en la tentación de convertir la democracia en regímenes autoritarios?
Sí, nos damos cuenta de muchas cosas. Creo que entendemos lo que les pasa. En muchos sentidos, compartimos una experiencia común, ¿no es así?
Nota: Este artículo fue publicado originalmente, en una versión levemente más extensa, en el periódico esloveno Dnevnik. Traducción de la versión francesa: Marc Saint-Upéry.