Hace aproximadamente tres cuartos de siglo la vida nocturna de la capital se centraba principalmente en el centro y al oriente de la urbe aunque había focos dispersos por varios rumbos. En los alrededores de la Plaza Morazán eran muy concurridos, entre otros, Bar del Hotel Nuevo Mundo, Bambú Room, Bar Santurce y Bar y Restaurante Lutecia. Un poco más distantes, Bier Local, Salón Rosado, Bar de la Ilopania y la muy de moda por esos días Cantina Trafalgar, donde servían botanas elaboradas por un tal Choto, el cliente ordenaba su bebida y pedía botana “de Choto”. Un poco más estirado era el Bar del Casino Salvadoreño. No pocos académicos de altos vuelos, personajes de la política y militares de alto rango se forjaron en estos sitios al calor de los “farolazos” en interminables tertulias que se extendían hasta al amanecer.
A unos 50 metros al norte de Cine Principal, que se incendió varios años después, había una zona sin límites definidos conocida por La Praviana. En esta funcionaban en horas nocturnas Bar y Restaurante La Praviana y los salones Nigth & Day, El Faro, El Paraíso y Kickys Place. En las aceras y parte de la calle se reunían desde temprano de la noche una variedad de conjuntos musicales como tríos, combos, mariachis y alguno que otro solista. En la medida que avanzaba la noche la concurrencia aumentaba, no todos los clientes buscaban músicos para llevar serenata, también habían enfiestados que la habían empezado en otro sitio y deseaban nada más “cambiar de cancha”, completaban el panorama algunos turistas, mirones, “brochas” y uno que otro alcohólico crónico.
Unos cinco blocks al oriente había muchas diversión nocturna en una extensa zona conocida por La Avenida, atiborrada de pensiones, hospedajes, restaurantes, comedores, salones de toda índole, apartamentos con habitaciones orilla de calle y negocios indefinidos, como era de esperar, abundaban las “señoritas perdidas” que por cierto se encontraban en todas partes.
A un costado del extremo poniente de La Avenida quedaba otro polo de alegría nocturna conocido por “el Zanjón Zurita” o simplemente por El Zurita. Se extendía en todo lo largo de la 14ª. Avenida Sur desde la Tienda de Pío Díaz al norte, hasta la 4ª. Calle Oriente al sur, pasando por la Plazuela o Parque Zurita. El lugar tenía su propia personalidad, eran emblemáticas la pensiones Usuluteca y Suyapa, tan conocidas que eran consideradas como puntos de referencia por los camioneros de Honduras y Nicaragua. Representaban la zona los restaurantes y salones El Apagón y el Claros de Luna que desde tempranas horas de la noche concentraban músicos y noctámbulos más preocupados por buscar bebidas fuertes y mujeres débiles que comida.
La intensa vida nocturna de la época en gran parte era debida a la relativa estabilidad social propiciada por los gobiernos de Oscar Osorio y Julio Rivera. Los capitalinos asistían a la funciones nocturnas de los cines, a eventos sociales que se extendían hasta la madrugada y a eventos deportivos en los diferentes escenarios y era común que regresaran caminando a sus hogares porque las calles eran tranquilas y seguras. Los taxis había que buscarlos en el “punto” porque no ruleteaban y los buses eran escasos. La empresa de buses ANSART cuya ruta era La Avenida/La Cruzadilla (Hoy Plaza Salvador del Mundo) suspendía el servicio antes de las diez de la noche.
El San Salvador de hoy no es ni la sombra del de hace tres cuartos de siglo. Las modificaciones de la infraestructura, nuevas vías de comunicación y otras barbaridades como el frustrado Sistema Integrado de Transporte del Área Metropolitana (SITRAMSS) dieron al traste con la concepción original de la ciudad. Con ello rompieron la dinámica social y comercial y muchas áreas emblemáticas desaparecieron o se condenaron al olvido, además grandes y bellos edificios cambiaron de dueño varias veces hasta convertirse en muladares, bodegas y conjuntos de cuartuchos que albergan un abigarrado comercio informal que solo aporta mugre, desorden y proliferación de escondrijos y madrigueras.
Antaño el capitalino podía darse el lujo de caminar por las aceras, respirar aire puro y disfrutar de plazas, plazuelas, monumentos y parques. Ahora la capital pertenece a las pandillas, al comercio informal desordenado, a los buses y microbuses que todo lo inundan de humo y pestilencia y por las noches las únicas que circulan libremente son las ratas que deambulan de cuneta en cuneta y algunos gatos y perros callejeros.