¿Cuantos años verdaderamente revolucionarios conocen ustedes en la música popular? Se suele empezar citando 1968, primer verano del amor hippie, que transformó por completo la atmósfera del planeta pop. También 1977, que renovó el rock a ambos lados del Atlántico gracias a la suciedad del punk. Seguramente el último gran año fuese 2004, con una tormenta sonora titulada “Gasolina” que marca el declive del pop anglosajón y el ascenso de la música cantada en español. Lo que no suele destacarse es el enorme tsunami de creatividad que supuso 1991, que pasamos a analizar en Vozpópuli.
Acontecimiento clave: Niggaz4life, tercer disco de los angelinos N.W.A. le quita el primer puesto de la lista de ventas de Estados Unidos al aclamado Out of time, de los rockeros universitarios R.E.M. Los dos grupos estaban bautizados con siglas, pero no podían ser más diferentes: los últimos representan a la América blanca y ‘progre’ más complaciente mientras los segundos encarnan la fuerza de los guetos, duramente azotados por la epidemia de crack. De repente, el hip-hop se volvió tan popular que algunos periodistas musicales temieron que el pop y el rock nunca volvieran a recuperarse. Y algo de eso hubo.
Existe otro fenómeno importante, que explicó muy bien el periodista Derek Thompson en la revista digital The Atlantic en 2015. Resumiendo mucho su tesis: las listas de ventas de EE.UU -el mercado principal del mundo, el que marca tendencia- empezaron a ser fiables en 1991 . Antes se basaban en un ‘sistema de honor’, confiando en la palabra de dueños de tiendas de discos y de discjockeys radiofónicos. El problema es que ambas partes tenían motivos para mentir: “Imagina que se hubieran agotado los discos de AC/DC en tu negocio, pero tenías una pila de Springsteen en el almacén. Lo honesto era decirle a Billboard, encargados de confeccionar la lista, que lo más vendido era AC/DC, pero lo inteligente era comentar que te quitaban los de Bruce de las manos para animar a los compradores”, recuerda.
1991: la revolución de los desarrapados
Los locutores de radio, aunque dijeran la verdad, ya estaban recibiendo incentivos constantes de las discográficas para pinchar sus ‘discos objetivo’. En la antigua lista, solían salir ganando géneros como el rock y perdiendo otros como el country y el rap. Entonces cambiaron las tornas: la lista Billboard Hot 100 dejó de confiar en la palabra de los locutores y contrató a una empresa independiente para escuchar las emisoras y apuntar las veces que sonaba cada canción. También comenzaron a auditar tiendas para conocer realmente cuánto se había vendido de cada título. De ahí que cayeran los poperos R.E.M. y subieran los raperos gángster N.W.A. El hip-hop se fue convirtiendo en el rey de los géneros hasta que fue desbancado a mediados de los dosmiles por el Electronic Dance Music (EDM).
La industria discográfica necesitaba mejores datos. ¿Saben ustedes cuántas copias se imprimieron inicialmente del disco Nevermind de Nirvana? No se lo van a creer, pero fueron solamente 50.000. La demanda desbordó tan claramente a Geffen Records, que no supieron acercarse a ver el enorme potencial del grupo. Para navidades, solo tres meses después de su lanzamiento, Nevermind ya habría despachado un millón de copias y desbancado del número uno a Dangerous, el carísimo álbum del rey del pop, Michael Jackson. Para cuando terminó la década, Nirvana habían vendido diez millones.
El rock cochambroso de Nirvana, además, liquidó por completo la escena hair metal que había dominado los años ochenta, haciéndoles parecer artificiales, complacientes y algo ridículos. A partir de Nevermind, se impusieron sonidos más radicales y oscuros como Hole, Nine Inch Nails y Rage Against the Machine (bueno, también bandas abiertamente ‘retro’ como Pearl Jam y Smashing Pumpkins). Los únicos heavys clásicos capaces de no despeinarse con el terremoto Nirvana fueron los gigante de estadio Guns N’ Roses, que arrasaban en todo el planeta con su doble lanzamiento Use por Illusion I y II. Luego se desplomarían solos.
Por último, la música electrónica comenzaba a asomar la cabecita como la próxima gran tendencia que iba a conquistar el planeta pop. Lo olieron U2 de la mano del alquimista Brian Eno y por eso cocinaron juntos Achtung baby, reforzando sus guitarras con bases electrónicas. También supieron interpretarlo los rockeros Primal Scream, que se lanzaron a la psicodelia pastilleras con su disco más exitoso y hedonista, Screamadelica. Superventas como EMF, Technotronic y The KLF asaltaron las listas de éxitos con himnos de electrónica clubera (cuando no directamente rave).
Recuerdo entrevistar al carismático Bob Stanley (del grupo St. Etienne) uno de los grandes teóricos del pop británico, que describía impresionado algún cambio cultural sísmico de aquellos años. “Los hooligans ingleses, los mismos que habían provocado la tragedia del estadio de Heysel en 1985, descubrieron el extásis a finales de los ochenta y comenzaron a escuchar canciones house sobre la importancia del amor. Para 1991 ya estaban todos en ello y actuaban como Los Osos Amorosos”. Otro triunfo cultural del año que cambió todo.