El presidente Nayib Bukele, como buen líder autoritario, pocas veces ha dado marcha atrás a sus decisiones. No tiene por qué hacerlo: controla todos los poderes del Estado y tiene atemorizados a sindicatos, empresarios y ciudadanos críticos. Pero un acto tan minúsculo para el poder casi ilimitado de Bukele, sugiere que el presidente está atorado en un laberinto económico y que ha decidido salir de este besando la mano que alguna vez quiso morder: la de Estados Unidos. Este acto fue denegar parte de la “ley mordaza” por parte del congreso oficialista salvadoreño, que era una reforma legal que permitía llevar a la cárcel a periodistas que publicaban temas de pandillas.
Este reacomodo no solo indica que Bukele puede buscar un camino más “convencional” para pagar su creciente deuda externa, sino que el mandatario se muestra abierto a negociar una alianza con Washington para regular el entorno digital y, a cambio, Bukele afloja la soga que ha colocado -desde su entrada en el poder- en los cuellos de periodistas independientes y disidentes. Esta negociación abre la puerta a algo que parecía sagrado en el credo cripto de Nayib Bukele.
En conversaciones que he tenido con funcionarios de Washington, ellos predicen que el talón de Aquiles del régimen es la economía. La economía de El Salvador es mediocre en el mejor de los casos. El Salvador es el país que menos crece en Centroamérica y, el que menos recibe inversión extranjera. Sumado a esto, Bukele ha enviado la deuda externa salvadoreña a niveles nunca vistos desde los acuerdos de paz en 1992 y recortado cuanto gasto social le sea posible. Los únicos rubros en el presupuesto oficial que siguen creciendo son los de publicidad y propaganda.
El Salvador sigue siendo el mismo país pobre que recibió Bukele en 2019: solo el 42% de sus ciudadanos tiene acceso a sistema de alcantarillados y en áreas rurales, la amplia mayoría no tiene sistema de agua potable. Las Naciones Unidas se ha mostrado preocupada de que el país no tenga suficiente alimento para nutrir a su población en los próximas años. El mandatario salvadoreño no es el único culpable de una economía pequeña y desigual, pero las ha exacerbado con el uso de las finanzas públicos como dinero para sus proyectos caprichosos.
La palmaditas de Estados Unidos en la espalda del presidente salvadoreño vinieron en forma de comunicado de la embajada americana en el que felicitaba al gobierno de Bukele por “un paso positivo”. Todo esto sucedió días después de lo que parece ser una tregua entre Bukele y la administración de Joe Biden: una reunión entre Brian Nichols, subsecretario de Estados de Estados Unidos para el hemisferio occidental, y Bukele.
Primero Washington dio un giro de 180 grados al declarar que la reelección inconstitucional de Bukele era un “debate” tras dos años de compararlo con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
El turno de Bukele para el viraje ocurrió cuando el congreso salvadoreño reformaba “ley mordaza” con la notable ausencia de uno de sus defensores, el diputado oficialista que ha sido sancionado por Estados Unidos, Christian Guevara. El 10 de noviembre Washington y San Salvador firman un acuerdo para incursionar en el territorio sagrado de Bukele, el digital. Ambas naciones firman un pacto para convertir a El Salvador en un “centro tecnológico regional” con un “entorno regulatorio digital sólido. “Washington mira a El Salvador de Bukele como una pieza de su agenda regional por dos razones: inmigración y en la construcción de un muro digital contra la influencia de China y Rusia.
Para Bukele, suavizar su posición contra Washington parece ser una de sus únicas alternativas. Ya trató con China de la que soñaba recibiría una catarata de dinero e inversión del gigante asiático. Ya intentó con la adopción del Bitcoin, con la que se calcula gastó cerca de $425 millones, lo que equivale la mitad del presupuesto que se destina para salud pública en un país pobre como El Salvador. Ambas fracasaron.
La adopción de la criptomoneda no solo succionó buena parte de dinero público, sino que le heredó una relación incomoda con la empresa cripto Tether, que ha sido señalada por congresistas estadounidenses de ayudar a lavar dinero de la organización terrorista, Hamas. A Tether, Bukele le dio poder político dentro de su administración tras nombrar a los esposos, Stacy Herbert y Max Keiser, como representantes de su gobierno salvadoreño. Los planes de Bukele de lanzar bonos soberanos cifrados en Bitcoin – bonos volcán- y construir una ciudad para los bitcoiners en el oriente del país han sido sepultados. El gobierno salvadoreño tiene problemas tan básicos como pagar sueldos de empleados públicos y proveer de medicina a hospitales públicos.
La tregua entre Bukele y Washington sugiere que el mandatario salvadoreño apostará por un elixir económico provenientes las instituciones en las que Estados Unidos tiene influencia como el Fondo Monetario International (FMI). El gobierno ha reiniciado negociaciones con el FMI por un crédito de $1.3 mil millones que se estancó después que, en 2021, el congreso leal a Bukele destituyó ilegalmente al fiscal general y a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
Bukele podría estar a las puertas de un viraje económico– a regañadientes- para acercarse a Washington. La solución que pasa por el FMI implicaría casi con seguridad que Bukele realice políticas impopulares y condicionamientos políico y tributarios. La cruel realidad de El Salvador es que compite con Honduras para convertirse en la segunda más pequeña de Centroamérica después de Nicaragua. Con propaganda y mercenarios de la comunicación, Bukele ha tratado de proyectar un país que existe solo en su propaganda. Bukele es un tigre de papel.
Washington lo sabe y le ha ofrecido un sueño americano hecho a su medida, solo tiene que hacer limitadas concesiones políticas como, tal vez, sacrificar la influencia de los cripto Bros en su gobierno, dejar de perseguir periodistas y disidentes, endurecer su política migratoria y dejar atrás su flirteo con China. Bukele tiene poco de donde escoger, pero algo es mejor que nada.