La crisis del neodesarrollismo y la teoría marxista de la dependencia
Nildo Domingos Ouriques*
- Doctor en economía por la UNAM, es profesor del Departamento de Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Santa Catarina, miembro del Instituto de Estudios Latino-Americanos (IELA-UFSC) y presidente del consejo editorial de Patria Grande. Biblioteca del Pensamiento Crítico Latino-Americano.
Resumen
La teoría marxista de la dependencia constituye el esfuerzo intelectual más logrado en décadas de desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas. Después de la profundización de la dependencia y del subdesarrollo en las últimas décadas a partir de la ideología del “libre-comercio” impulsado por el capital internacional y los Estados metropolitanos, volvieron con fuerza una vez más en América Latina las tradicionales teorías del desarrollo. Más allá de su incapacidad histórica para sacar a nuestros pueblos de un sistema en que las mayorías están condenadas a la explotación y la violencia, la reciente crisis en Brasil revela que el “neodesarrollismo” agotó rápidamente su capacidad de hegemonizar el debate intelectual y no pasa de ser un viejo camino para perpetuar el “desarrollo del subdesarrollo”.
Palabras clave: crisis, neodesarrollismo, teoría de la dependencia, Brasil.
Abstract
The Marxist theory of the dependency constitutes the best intellectual effort in decades of development of the latin american social sciences. After the deepening of the dependency an the underdevelopment in the last decades under the ideology of the “free trade”, which was boosted by the international bank stock and the metropolitan states, the traditional theories of development come back strongly once again in Latin America. Besides their historical incapacity to take our people from a system that the majorities are necessarily condemned to exploitation and to violence, the recent crisis in Brazil reveals that the “neodesarrollismo” quickly exhausted their capacity of hegemonizing the intellectual debate and it’s nothing more than an old way to perpetuate the “development of the underdevelopment”.
Key words: crisis, new-development, dependece theory, Brazil.
Introducción
La gran protesta social que emergió en Brasil en junio de 2013 es un suceso de gran significación para la lucha de ideas que vivimos en América Latina. Es también importante para crear un nuevo espacio político para la izquierda latinoamericana, sin las limitaciones que marcó su evolución reciente, libre de la fuerte influencia desarrollista que incorporó en la lucha de las décadas de 1980 y 1990, en contra del “neoliberalismo”. La mayor parte de los intelectuales neodesarrollistas se mostró tan sorprendida como también el gobierno del país que era hasta hace pocas semanas considerado un modelo a seguir, incluso para países periféricos de Europa. En este caso, como suele suceder, la sorpresa es hija de la apología. Es necesario afirmar que si bien la derecha tradicional —representada por Fernando Henrique Cardoso— y las fuerzas populares que apoyan el gobierno de Dilma Rousseff —representados por Luiz Inácio Lula da Silva— no terminan de entender la grave crisis que se ha abierto, es importante reconocer que la izquierda radical tampoco estaba preparada para intervenir en este fértil momento histórico para el país. Parte considerable de esta vacilación se debe al hecho de que se trata de una izquierda que abandonó por demasiado tiempo la mejor tradición teórica que se produjo en el continente, es decir, /a teoría marxista de la dependencia.
En este breve artículo analizamos de forma somera la evolución reciente de Brasil, el país de mayor desarrollo capitalista relativo en América Latina y que según la opinión dominante camina para ser la sexta economía del planeta medida por el producto interno bruto (PIB). El hecho de que la supuesta “gran transformación” ocurre cuando una fuerza política de origen en la izquierda del país conduce este proceso, hizo pensar a muchos analistas que finalmente el viejo desarrollismo habría encontrado las condiciones históricas concretas necesarias para revelar sus virtudes, razón por la cual vimos nacer en nuestros países el llamado “neodesarrollismo”, una especie de versión moderna del programa cepalino tradicional. Estas son las razones que nos llevan a revisar la experiencia reciente brasileña, especialmente importante después que miles de estudiantes y trabajadores realizan manifestaciones callejeras constantes y frente a las cuales la Presidencia y los poderes constituidos no encuentran todavía una respuesta satisfactoria, mientras la crisis se agudiza.
Lula, aparentemente, logró tal consenso que era considerado a un mismo tiempo ejemplo para la izquierda latinoamericana y para la burguesía de la región. Hace algunos meses fue la principal figura en el evento anual de los empresarios argentinos que se reúnen en torno del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA). No mucho tiempo después fue invitado de honor del presidente de México, Enrique Peña Nieto, para lanzar nada menos que en Chiapas, el “Programa hambre cero”, en el marco de la “Cruzada contra el hambre”. El ex presidente brasileño fue también panelista en la Conferencia del Sindicato de los Trabajadores de la Industria Automovilística y Aeroespacial de Estados Unidos, y no pocos gobiernos lo querían para dirigir la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). En fin, un raro caso de consenso global tratándose de un ex líder obrero.
¿Qué hechos produjeron este casi increíble consenso? La respuesta, se solía decir, era resultado de una poderosa alianza de clase que permitía elevadas ganancias para los capitalistas y un fuerte programa de “inclusión social” para los de abajo. Según el relato dominante, Lula se apoyó en el fortalecimiento del mercado interno; fue sabio en mantener la estabilidad de la moneda creada por Fernando Henrique Cardoso (Plan Real); logró tasas elevadas de crecimiento del PIB; combinaba responsabilidad fiscal con una fuerte operación del Estado, además de apoyar con el Bando Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) las empresas brasileñas en su expansión mundial (especialmente en América Latina). El resultado no sólo fueron ocho años de estabilidad y paz social, sino que permitió que la línea política conducida por Lula lograra elegir a su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff.
En resumen, los neodesarrollistas tenían un modelo para exhibir al mundo, especialmente en América Latina. El consenso era tal que hasta los ultraneoliberales —como el caso de Gustavo Franco en Brasil— asumieron sin ruborizarse que también ellos eran desarrollistas y que las divergencias partidistas no deberían impedir el reconocimiento de que hay conquistas que están más allá de la izquierda y la derecha.
Las bases económicas del éxito en Brasil
El Plan Real tenía premisas muy claras. Era básicamente resultado de un programa de ajuste estructural ultraortodoxo. La estabilidad de la moneda se logró en junio de 1994 a partir de elevadas tasas de interés —alcanzaron inicialmente 49.9%— que se mantuvieron altas durante todos estos años. De hecho Brasil fue el país con la más elevada tasa de interés del mundo durante los últimos años. La sobrevaluación de la moneda nacional (Real) frente al dólar no fue solamente un instrumento para lograr la estabilidad monetaria, sino que se mantuvo como una tendencia permanente. Además, todo el periodo está marcado por un sobreendeudamiento estatal sin precedentes en la historia del país, especialmente de la deuda interna. La expansión de la agricultura de exportación y el refuerzo del latifundio fueron también pilares del “modelo”, con tal fuerza que la reforma agraria fue completamente olvidada bajo el gobierno de Lula y todavía más en lo que va del de Rousseff.
Las medidas económicas expresaban un pacto de clase que pretendía larga hegemonía burguesa en Brasil. Las fracciones del capital —el productivo (nacional y extranjero), el financiero, el agrario y comercial— garantizaban no sólo el apoyo al gobierno sino que lograron incorporar una parte importante de los trabajadores mejor organizados en el país a partir de los poderosos fondos de pensión que, a lo sumo, representaban poco más de 3 millones de trabajadores. Después de las privatizaciones, estos fondos de pensión tenían capacidad para apoyar la inversión y entraron, por vez primera, en la esfera de la especulación con la deuda pública. Es cierto que no podían representar la totalidad de los trabajadores —la población económicamente activa en Brasil alcanza poco más de 100 millones— pero tenían fuerte influencia en las decisiones de la política económica y estrecha relación con los principales líderes del Partido de los Trabajadores (PT).
No obstante el optimismo de la última década, el pacto era, como afirmamos en otros ensayos, imposible de mantenerse sin fracturas. La tasa de interés permanentemente elevada produjo efectos inmediatos en las finanzas públicas. La deuda interna se elevó de los 64 mil millones en junio de 1994, a 740 mil millones cuando Fernando Henrique Cardoso terminó su segundo gobierno (1994-2002). Lula no sólo no interrumpió el proceso sino que dobló la apuesta: cuando el líder del PT termina su segundo mandato (2002-2010) la deuda interna alcanzó la cifra de 1 trillón y 500 mil millones de reales. La dinámica del endeudamiento se acentuó con la presidenta Dilma Rousseff, pues la deuda pública es en la actualidad ligeramente superior a los 3 trillones de reales. Las consecuencias de este superendeudamiento estatal todavía no cobran su precio plenamente, pero es indudable que en breve la burguesía aplicará una política de ajuste tradicional para recuperar la “salud financiera del Estado”. En este contexto, los programas sociales del gobierno —que según Lula sacaran a 40 millones de brasileños de la miseria y lanzaron otros 30 millones a la clase media— no podrían ser sino muy modestos, más allá del número de personas contempladas. La razón es sencilla: según información reciente, para 2012 el gobierno de Dilma Rousseff destinó 47.19% del presupuesto para el pago de la deuda, mientras que en 2011 había destinado 45.05%. Además, como indicó Marx, el supuesto de tal deuda no puede ser sino la drástica elevación de los impuestos que en 1993 representaban 25.72% del PIB —un año antes del inicio del Plan Real— y alcanzaron el 36.45% en 2002. Siguen desde entonces en ese nivel y más allá del griterío de las distintas fracciones de la burguesía, es imposible una disminución de los impuestos en las condiciones actuales.
Además del gravísimo tema de la deuda pública, una vez superada la fase de los elevados precios de los minerales en el mercado mundial, aliada con el mantenimiento de un tipo de cambio sobrevaluado en el país, los mega superávits comerciales que habían alcanzado en 2006 el monto de 46.5 mil millones de dólares en el gobierno de Lula mermaron rápidamente. De hecho, después del impacto de la crisis mundial del 2007/2008, el comercio exterior brasileño no dio muestras de recuperación. En perspectiva es fácil observar que bajo condiciones de sobrevaluación de la moneda, el superávit comercial era muy modesto (13.196 mil millones), pero la gran devaluación llevada a cabo por Cardoso pronto reveló su fuerza, y en los años siguientes Lula se benefició en gran medida de aquel terrible golpe sobre los salarios promocionado por su antecesor. Al contrario del discurso de Lula que afirmaba la existencia de una “herencia maldita”, la devaluación de Cardoso permitió a Lula los superávits comerciales que luego coincidieron con el auge de los precios de las materias primas y productos agrícolas, y el país exhibía así importantes superávits comerciales, suficientemente grandes para realizar la política social que apuntalaría sucesivas victorias electorales.
Así, el superávit comercial subió en el 2003 (24.8), 2004, (33.8), 2005 (44.9), 2006 (46.5) y, desatada la crisis mundial, comenzó a bajar de manera sostenida: 2007 (40.3), 2008 (24.9), 2009 (25.2), 2010 (20.1). En 2011 volvió a subir (29.7), pero en el contexto de una importante devaluación de los precios de las materias primas en el mercado mundial y frente a la imposibilidad de realizar una nueva devaluación, en función de la prioridad por el control de la inflación, dicho superávit no podrá alcanzar los montos del pasado. En este año (2013) la previsión es que no superará los 12 mil millones de dólares, cifra que exige del gobierno la profundización de la dependencia en relación con los capitales extranjeros para asegurar una modalidad perversa de equilibrio de la balanza de pagos. China es actualmente el principal importador de Brasil, superando con creces a Estados Unidos: mientras en 2012 el país asiático importó 41.2 mil millones de dólares de Brasil, Estados Unidos lo hizo por apenas 26.8 mil millones de dólares, seguido muy de cerca por Argentina con 18 mil millones de dólares.
La tendencia a la sobrevaluación de la moneda implicó una importante transformación en la burguesía industrial. Mientras los neodesarrollistas denuncian el proceso de “desindustrialización” y exigen en cambio medidas fiscales compensatorias para mitigar los efectos de la competencia con el capital extranjero, el sector de máquinas y equipos —decididamente la fracción más importante de la burguesía industrial— aprovecha la fuerza de la moneda nacional para importar en grandes cantidades máquinas y equipos de China, comercio que crece 10% al año. Así combinan elevación de la productividad del trabajo con extranjerización de la economía nacional, fortalecimiento del capital multinacional y ampliación de la dependencia tecnológica, que más que una brecha se volvió un verdadero abismo tecnológico. En resumen, esta reconfiguración de la burguesía industrial revela una vez más el carácter rapaz de aquella fracción de clase y una fuerte tendencia a la “burguesía compradora”. Según el Instituto de Estudios de Desarrollo Industrial (IEDI) —importante órgano de la burguesía industrial— el déficit de la balanza comercial para el sector en 2012 (50.06 mil millones de dólares) fue aún más elevado que en 2011 (48.7 mil millones de dólares). Hace diez años, revela el estudio, el superávit brasileño era de 7 mil millones de dólares en este renglón. Los sectores responsables por este radical cambio son los equipos eléctricos y mecánicos, productos químicos y transporte. La adquisición de máquinas y equipos responde por el 78.1% de la innovación de las empresas, mientras para investigación y desarrollo (I&D) sólo el 15%. Es importante no perder de vista que la tasa de inversión en el sector no supera el 19% en las dos últimas décadas.
No hay que olvidar tampoco un asunto decisivo en el momento actual. La tasa de interés permanentemente elevada en el país produjo un importante proceso de endeudamiento privado externo. Los capitales nacionales y extranjeros contratan préstamos internacionales a bajo costo con los bancos internacionales y lo emplean en el país en títulos de la deuda pública a tasas elevadas, con lo cual ganan miles de millones sin realizar ningún esfuerzo productivo. En efecto, ésta es la más importante fuente de la “república rentista” que los liberales denuncian todos los días, sin mencionar el estratégico tema del endeudamiento público. Una contradicción inmanente de este movimiento se debe al hecho de que las empresas contratan deudas con una moneda sobrevaluada, que al menor movimiento de devaluación ello implica golpes a su capacidad de pago, aunque puedan mejorar su capacidad exportadora, es obvio que los programas en infraestructura urbana —como el transporte colectivo, por ejemplo— más allá de ser carísimo, es también muy malo. Asimismo, las inversiones en salud y educación no pueden atender a una demanda creciente. Este pacto de clase se había agotado cuando Fernando Henrique Cardoso dejó la presidencia. Pero el pacto fue renovado en términos de legitimidad política cuando Lula da Silva, en vez de romper con esta dinámica, decidió prolongar su existencia. La explosión hubiera podido ocurrir antes si el país no se hubiese beneficiado de la elevación de los precios de las mercancías exportadas —básicamente productos agrícolas y mineros— pero se volvió inevitable cuando esos precios comenzaron a caer de manera sostenida en los últimos dos años. Por estos motivos las inversiones más importantes del gobierno no se refieren a infraestructura urbana destinada al consumo de masa, sino a la infraestructura de puertos y carreteras destinadas a fomentar una economía exportadora que implicó incluso un importante proceso de privatización de los principales puertos en el país.
Es en este contexto que también desaparece el mito del mercado interno pujante argüido por los neodesarrollistas, pues aunque es verdad que en muchas negociaciones entre el capital y el trabajo este último logró reajustes superiores a la productividad en algunas categorías, también es cierto que la situación de la fuerza de trabajo en el país no cambió significativamente: todavía 76% de la población económicamente activa sólo percibe hasta 3 salarios mínimos, el equivalente a 2 mil 34 reales. Según los datos del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socio-Económicos (DIEESE), importante órgano de asesoría a los sindicatos, el salario mínimo necesario para un trabajador debiera alcanzar los 2 873.56 reales, es decir, un valor muy superior al que recibe la inmensa mayoría de la fuerza de trabajo en el país, hecho que sugiere un patrón de reproducción bastante regresivo.
En el marco de esta importante transformación de la burguesía brasileña, especialmente de su fracción industrial, verificamos también índices de crecimiento bastante modestos en los dos últimos años. En 2011 la tasa de crecimiento del PIB fue de 2.7% pero todavía más grave es su composición, pues la agropecuaria creció 3.9%, los servicios 2.7%, y la industria solamente 1.6%. En 2012, la tasa de crecimiento fue aún más baja y no pasó del 0.9% en un contexto de crecimiento apenas de los servicios (1.7%), mientras que la agricultura bajó a 2.3% y la industria disminuyó al 0.8%. Fue demasiado cómodo para los defensores del neodesarrollismo afirmar durante largo años que el país “volvió a crecer”, pues el gobierno de Cardoso logró tasas de crecimiento realmente muy bajas. Pero acá vale recordar a Marx para quien es “realmente muy cómodo ser liberal a costa de la Edad Media”. Es decir, las tasas de crecimiento —un indicador muy importante para el programa desarrollista— jamás fueron exuberantes y menos todavía cuando se las compara con los niveles chinos que dictan las reglas en escala global. En 2006, por ejemplo, año del más elevado superávit comercial, el crecimiento del producto fue de un modesto 2.9% y su composición tampoco fue muy alentadora, pues el sector agropecuario creció 3.2% y los servicios 2.4%, mientras que la industria lo hizo al 3%. En general se puede observar la enorme contribución de la agricultura en las tasas de crecimiento del producto y la débil participación de la industria. Además, la metodología del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) incluye en la producción industrial a la minería, razón por la cual sobreestima el índice; en definitiva, lo fundamental en economía política —lo sabemos desde Adam Smith— es la profundización de la división social del trabajo y, en consecuencia, el dato fundamental es la “industria de transformación” que en todos estos años ha tenido un desempeño muy bajo, como en 2005, cuando no superó el 1.3 por ciento.
Como señalé en otro ensayo, es posible que:
[…] el ejemplo más ilustrativo de la regresión industrial en el país puede ser observado en la exportación de aviones por la ex empresa estatal EMBRAER. Los apologistas del “modelo brasileño” no se cansan de decir que se trata de una empresa multinacional brasileña, con fábricas en Estados Unidos, Europa y China, y oficinas de mantenimiento en los cinco continentes. Los números son de hecho considerables, pues si en 2011 la empresa exportó 3 mil 924 millones de dólares, en 2012 la cifra subió todavía más, alcanzando 4 mil 746 millones de dólares. No obstante, los defensores del “modelo” brasileño exitoso olvidan informar que más del 90% de las piezas utilizadas en el avión “brasileño” son importadas.
Entonces ¿cómo explicar la menor tasa de desempleo (5.7%) en muchas décadas? Es indudable que más allá del bajo crecimiento industrial, la intervención estatal parasitaria logró resultados importantes. El superendeudamiento estatal no es en Brasil una “virtud” exclusivamente del Estado nacional, sino que alcanza también los estados y los grandes municipios del país. No puede existir duda que el nivel de endeudamiento público es responsable de la demanda de empleo —especialmente fuerte en función del apoyo a obras de infraestructura que generan muchos empleos en la construcción civil— mientras que la ampliación del crédito hacia los funcionarios públicos permitió otro tanto en la esfera del consumo, aunque con límites muy evidentes si consideramos que los salarios no superan los niveles de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Además, el apoyo del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) a los grandes grupos de la minería y también en alguna medida a los industriales (textil, alimentos, bebidas, etcétera) —más allá de las constructoras— ayudaran no solamente a fomentar el “mercado interno”, sino que también a consumir el excedente en ramas de baja productividad. Así se puede mantener el nivel de empleo por determinado periodo, pero será igualmente inevitable la elevación del desempleo en la crisis que se avecina.
Además, en la medida en que la tasa de desempleo cayó, la presión sobre la elevación de los salarios se hizo sentir plenamente. Desde ahí se puede comprender porqué en 2012 las huelgas volvieron a resurgir con fuerza en el país, en donde supuestamente emergió una pujante clase media, como afirman los optimistas desarrollistas. En efecto, mientras el número de huelgas en 2008 alcanzó 411 —cifra modesta para una situación de bajos salarios— en 2009 se elevaron a 518. En 2010 las huelgas no superan las 446, pero en 2011 volvieron a subir con fuerza (554) para finalmente alcanzar 873 en 2012, un año de intensa actividad sindical, muy similar a los números del gobierno de Cardoso, conocido por su hostilidad hacia los trabajadores. No hay que subestimar los números, pues el activismo sindical en defensa del poder de compra del salario se produce cuando las seis centrales sindicales —y especialmente la Central Única de Trabajadores (CUT)— están completamente alineadas con el gobierno. No hay dudas de que la luna de miel entre los trabajadores y el gobierno ha terminado y nuevas posibilidades para el sindicalismo de combate han emergido de la crisis actual.
En resumen, la política económica de los gobierno de Lula y hoy de Dilma Rousseff expresan las contradicciones profundas del capitalismo dependiente de mayor desarrollo relativo en América Latina. El auge del proceso de crecimiento coincide con la elevación de los precios de productos agrícolas y mineros en el mercado mundial, lo que permitió un aumento significativo del excedente en manos de la burguesía y del Estado. No obstante, cuando los precios de los productos minerales empezaron a caer y los productos agrícolas ya no se elevaron en el mismo ritmo —e incluso enseñan una tendencia ligera a la baja— no existen condiciones para mantener el mismo ritmo que produjo el optimismo burgués que llevó a Lula a la condición de un político de consenso mundial. Además, con las últimas decisiones del gobierno de Estados Unidos, de recuperar la capacidad de hacer política monetaria en la dirección de contener la fase de crédito barato hacia la periferia capitalista, no hay dudas de que el libre curso del endeudamiento estatal interno que permitió mantener inversiones públicas y apoyar la inversión privada por medio de medidas fiscales encuentra ahora poderosos obstáculos, razón por la cual muy posiblemente el país entrará en un nuevo ciclo de endeudamiento externo, sucesivas devaluaciones del real y enormes dificultades para mantener la estabilidad monetaria.
Vigencia de la teoría marxista de la dependencia
Expresión de un programa de investigación inconcluso, la teoría marxista de la dependencia representó la crítica más radical y fecunda a la teoría del desarrollo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). El desarrollismo, más allá de expresión ideológica de los intereses burgueses en América Latina, representó también el auge de la consciencia de clase de una burguesía dependiente, que el inolvidable André Gunder Frank no vaciló en llamar con gran dosis de razón de “lumpem-burguesía”. Más allá de la fuerza de la metáfora y de la imposibilidad de homogenizar el desarrollo capitalista en escala mundial, es un hecho que la clase responsable por llevar a cabo el programa desarrollista fue y sigue siendo débil para realizar la promesa burguesa en la periferia capitalista.
Hay, además, un nuevo escenario latinoamericano que abrió un espacio político inédito para el desarrollo de la teoría marxista de la dependencia. Es indudable que amplios sectores toman conciencia de los límites del capitalismo latinoamericano, fenómeno que muchos autores denominan “crisis del neoliberalismo”. Fue precisamente el avance de la conciencia de amplios sectores sociales de estos límites, aliado al mayor nivel de organización y reivindicación, la razón decisiva para la emergencia de gobiernos de orientación popular, con programas más o menos consecuentes, que todavía dominan la vida política de nuestro continente. No obstante, es igualmente importante observar que el programa neodesarrollista que orienta a dichos gobiernos, también empezó a revelar sus límites y la reciente explosión de la ira popular en Brasil es un ejemplo contundente del futuro próximo para todos los países latinoamericanos.
El desarrollismo gozó de gran apoyo popular en la década de 1950 y parte de la de 1960, pero fue incapaz de dar respuestas a las exigencias de su propia evolución: la plena distribución del ingreso, la democratización de la propiedad —especialmente importante en la reforma agraria— mayor grado de autonomía nacional, control creciente de la cadena productiva de valor en el país y fortalecimiento de la democracia como sistema político, entre otros. Así, precisamente cuando más se acercó a su ideal, cuando más parecía apto a realizar su promesa, las políticas desarrollistas fueron superadas por el terrorismo de Estado en la mayor parte de los países latinoamericanos y desplazados por la vieja y conocida dominación imperialista abierta. Parte de su crisis se debe precisamente a la aparición de la crítica marxista a los postulados del estructuralismo cepalino y los requerimientos de la teoría marxista de la dependencia, desafío lanzado de manera original por Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la dependencia, un ensayo de interpretación marxista sobre el funcionamiento del capitalismo dependiente que constituye un programa de investigación inconcluso, por lo tanto, un programa que sigue abierto en el campo de las ciencias sociales latinoamericanas.
La emergencia del nacionalismo revolucionario en América Latina —especialmente importante en el caso de la Revolución democrática bolivariana en Venezuela, pero también en Ecuador y Bolivia— actualizó la vigencia de los postulados centrales de una teorización destinada a enfrentar con radicalidad la dura realidad de la dependencia y el subdesarrollo. En la misma línea, gobiernos de origen o vocación popular, relativamente comprometidos con la mejora de vida y trabajo de millones de latinoamericanos surgieron y terminan por enredarse en los mismos dramas del pasado, en las mismas trampas del viejo desarrollismo. En este contexto, es necesario reconocer que aun la Revolución democrática bolivariana perdió sus fuerzas originarias y en el futuro inmediato quizás tengamos un gobierno bolivariano, pero ya no más una Revolución bolivariana. La incapacidad de romper con la economía rentista en Venezuela ya no puede ser considerada un producto de la real y permanente acción imperialista en contra del proceso revolucionario; no es más posible ocultar las dificultades inherentes a la superación de la dependencia bajo las condiciones del rentismo petrolero y los límites del bloque popular en el poder. Las expropiaciones realizadas por el gobierno del presidente Hugo Chávez y aun el decisivo control sobre las divisas originadas por las exportaciones petroleras son condiciones necesarias para enfrentar las fuertes amarras de la dependencia, pero son notoriamente insuficientes. La construcción del socialismo —única vía de superación de la dependencia— es un desafío abierto en todo el continente. En la situación concreta de Venezuela, la estatización y el control de las divisas no impidieron una extraordinaria fuga de capitales que se realiza sin cesar desde 2007, y que representa de hecho la fuerza de una fracción financiera parasitaria con gran influencia en el gobierno.
Además, el otro país importante en América Latina —México— firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá en 1994, hecho que lo volcó de manera definitiva hacia la dinámica de la acumulación en Estados Unidos. La burguesía mexicana renunció no solamente a cualquiera que fuera la modalidad ilusoria de “desarrollo autónomo”, sino que se sumó sin ceremonias a la condición de un país que renuncia a su soberanía en asuntos decisivos para un Estado nacional moderno. No obstante, el resultado económico, político y social es catastrófico para las mayorías en función de la elevación de la pobreza, de la grave crisis social y la dependencia económico-financiera sin precedentes. Este proceso enseña hacia amplios sectores sociales que la integración de un país dependiente con un país imperialista no implica una mejoría de cualquiera de los aspectos fundamentales de la vida de una nación, sino su agravamiento radical.
Finalmente, la reciente crisis brasileña, enseña que todas las modalidades de administración de la crisis y también los intentos de superación de los problemas clásicos inherentes al subdesarrollo y la dependencia en el marco del orden burgués fallaron. Enseña también que la clase obrera garantiza larga vida a la clase dominante cuando elude el enfrentamiento con los problemas estructurales de toda economía dependiente.
Las nuevas fuerzas sociales que emergen en este escenario de conflicto no podían haber olvidado los límites de la antigua promesa burguesa, es decir, la posibilidad de lograr la superación de la miseria, del rezago tecnoproductivo, superación del horizonte liberal de democracia en el marco del sistema capitalista. La herencia teórica de los intensos debates acerca de la dependencia y el subdesarrollo, especialmente la crítica marxista a la dependencia, poseen ahora una nueva posibilidad histórica para avanzar hacia la plena constitución de la teoría marxista de la dependencia, desafío lanzado hace 40 años por Ruy Mauro Marini en su clásico Dialéctica de ¿a dependencia. De hecho, el mantener la sobrexplotación de la fuerza de trabajo como rasgo esencial del “desarrollo del subdesarrollo” y la monumental transferencia de valor de la periferia latinoamericana hacia los países metropolitanos, por fuerza del pago permanente del servicio de la deuda externa y otros medios tradicionales, revelan que la consciencia crítica de nuestro continente debe asumir plenamente la tarea de llevar aquel desafío hasta sus últimas consecuencias. Además, los intentos recientes de integración regional que tienen en el Mercado Común del Sur (Mercosur) su más avanzada experiencia, revelan también que la dependencia es un obstáculo insuperable en el marco del capitalismo dependiente para la plena constitución de la Patria Grande, condición indispensable para una segunda y definitiva emancipación de América Latina. El agotamiento político precoz del neodesarrollismo —particularmente evidente en Brasil y Argentina— y las ambigüedades del nacionalismo revolucionario —en Venezuela— enseñan que sin la ruptura con el estatuto de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y el control pleno del excedente por parte de los Estados nacionales latinoamericanos, todo proceso de transformación social llevado a cabo por gobiernos de orientación popular será vano.
El capitalismo dependiente —este engendro monstruoso creado por la evolución histórica del capitalismo global— no es un adversario fácil. Pero en el marco de una grave crisis mundial y el papel reservado para la periferia en el mundo contemporáneo, no puede haber duda de que crecerá el radicalismo político entre los sectores más conscientes de las clases subalternas. Este radicalismo político tiene en la teoría marxista de la dependencia la mejor herencia teórica que produjeron las ciencias sociales en América Latina y las vanguardias políticas en décadas pasadas. Avanzar hacia su plena constitución, tal como señaló Ruy Mauro Marini hace más de cuatro décadas, es una grandiosa tarea teórica y práctica, imprescindible en momentos como los que vivimos.
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