Algunos mitos del mercado y el «libre comercio»

A propósito de la próxima aplicación de impuestos a las importaciones de acero y neumáticos de China en Estados Unidos, que ha enfurecido al gigante asiático, hay un hecho que no se puede pasar por alto. La próxima G20 se realiza en Pittsburgh, que fue justamente la principal ciudad acerera de Estados Unidos hasta principios de los años 80, cuando el libre comercio del mercado la hizo decaer desmantelando todo ese sector industrial. La ex ciudad del acero que figura en la pelìcula The Deer Hunter, de 1977 (los personajes que interpretan Robert DeNiro y Christopher Walken, trabajan en una acerera), es un testigo directo de los cambios que implica el libre comercio.

Por ello podemos cuestionar una de las afirmaciones centrales de la globalización que dice que el libre comercio es la clave de la prosperidad y que a mayor comercio de bienes, a mayor cantidad de productos circulando por el mundo, mejor será la prosperidad humana y mayor el bienestar. Parte de esta creencia nace del hecho de que los países hoy desarrollados se hicieron ricos con el libre comercio. Y si ellos pudieron… ¿por qué no el resto del mundo? Pensar de esta manera en la era de internet, en la “aldea global” de profetizó MacLuhan, tiene sus bemoles. Un examen más atento de la verdadera historia del capitalismo y del libre comercio arroja consideraciones diferentes. Existen mitos claves no revelados frente al “libre comercio”.

Cuando aquellos países, hoy desarrollados, estaban en pañales, no practicaban para nada el libre comercio. Actuaban como economías cerradas que se protegían del comercio externo con altos aranceles para promover su industria interna.

El economista coreano Ha-Joon Chang en su libro La patada a la escalera, reseña que ninguno de los países hoy desarrollados practicaba el liberalismo económico en la forma en que el neoliberalismo lo ha querido imponer al mundo en los últimos 30 años.

Aquellos países que hoy son desarrollados promovieron las más sorprendentes tasas arancelarias, impuestos, subsidios y otras medidas a los productos que cruzaban sus fronteras. Entre 1820 y 1870 las tasas arancelarias de Estados Unidos y Gran Bretaña superaban el 50%. Por eso es que la mayor brecha entre la historia “real” y la historia “imaginaria” del libre comercio es la que se refiere a estos dos países, pues se piensa y se da a entender que alcanzaron la cima de la jerarquía económica mundial adoptando políticas de “libre comercio”. Sin embargo, ambos países fueron los pioneros y más ardientes practicantes de las políticas intervencionistas en el comercio y la industria a través de los aranceles e impuestos. Eso demuestra que la “historia oficial” del capitalismo aún no se escribe.

Por eso, nada mejor que las palabras de Friedrich List, economista alemán que en pleno siglo XIX escribe:

“Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás. Aquí está el secreto de la doctrina cosmopolítica de Adam Smith y de las tendencias cosmopolíticas de sus contemporáneos… Para cualquier nación que, por medio de aranceles proteccionistas y de restricciones, haya elevado su poder industrial y su capacidad de comercio hasta tal grado de desarrollo que ninguna otra nación pueda sostener una libre competencia con ella, nada será más sabio que eliminar esa escalera por la que subió a las alturas y predicar a otras naciones los beneficios del libre comercio, declarando en tono penitente que siempre estuvo equivocada, mientras que ahora ha descubierto la senda de la verdad” (Friedrich List, 1885)

Es interesante constatar, de una vez, que sin el proteccionismo de Estado la revolución industrial del siglo XVIII nunca habría sido posible, y Gran Bretaña no habría destacado como la primera potencia mundial que fue en aquellos años. Más aun si se constata que entre los siglos XIII y XIV su economía se hallaba plenamente atrasada y se basaba en exportaciones de lana en bruto hacia países, obviamente, más adelantados (Holanda, por ejemplo).

Daniel Defoe, comerciante, político y escritor, autor de Robinson Crusoe (1725), describe cómo los monarcas de la dinastía Tudor, sobretodo Enrique VII (1485-1509) transformó Inglaterra de un país exportador de lana en bruto a una fábrica de productos laneros a todo el mundo. Según Defoe, las políticas que en 1489 puso en marcha Enrique VII se caracterizaban por el proteccionismo a la industria interna y los altos aranceles aplicados a todo tipo de lana que llegara del exterior.

La receta del proteccionismo en los Estados Unidos nació casi a la par que su Independencia. Los intelectuales y políticos de ese país entendieron claramente que la economía propuesta para el libre comercio por Adam Smith y los otros liberales de la época no era la apropiada. Por eso protegieron fuertemente sus industrias frente a los consejos de Smith y de Jean Baptiste Say.

Ulises Grant, héroe de la Guerra Civil y presidente de EE.UU. de 1868 a 1876, muestra claramente que los estadounidenses no permitirán a los británicos “patear la escalera”:

“Durante siglos, Inglaterra confió y aplicó medidas de protección, las llevó al extremo y obtuvo resultados satisfactorios. No cabe duda de que a ese sistema debe su fortaleza actual. Tras dos siglos, Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el libre comercio porque la protección ya no tiene nada que ofrecer. Muy bien, caballeros, mi conocimiento de nuestro país me lleva a pensar que en un par de siglos, cuando los Estados Unidos hayan obtenido todo lo posible de la protección, adoptará el libre comercio”.

Una de las cosas que poco se les ocurre a los gobiernos y economistas actuales es el arte de la comparación. Este gesto tiene que ver con las capacidades reales que cada quien tiene (país, empresa, individuo) y dichas capacidades tienen que ver con la ética. Pero el neoliberalismo no está con la ética, de hecho es justamente uno de los elementos que Hayek y Friedman llaman a no tener en cuenta frente al análisis económico.

Los modelos neoliberales también tienen el defecto de no tomar en cuenta las lecciones de la historia. Dan la patada a la escalera que ellos utilizaron para alcanzar la posición privilegiada que hoy ocupan y con eso aumentan la brecha de la desigualdad. A comienzos del siglo XX la renta per cápita en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA) de los países más ricos era dos a cuatro veces mayor que la de los países más pobres. Hoy, gracias a las políticas aplicadas en los últimos treinta años, esa brecha ha aumentado 60 veces.

Sean cuales sean las intenciones que hay tras la “patada a la escalera” lo cierto es que una globalización desordenada y con tratados de libre comercio por doquier, la economía mundial no ha alcanzado el dinamismo prometido y en muchos países simplemente se ha estancado. Esto es porque los tratados de libre comercio a secas no generan beneficios que se propaguen a toda la comunidad, sino que más bien tienden a favorecer a unos pocos.

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