Amílcar Figueroa es un imprescindible de la izquierda venezolana y nuestroamericana. Historiador, fue director general de la Alcaldía de Caracas (2002-2006) y diputado Presidente Alterno del Parlamento Latinoamericano (2007-2009) (2009-2011). Entre su obra escrita figuran: La Revolución Bolivariana, nuevos desafíos de una creación heroica (2007); El Salvador, elementos de su historia y sus luchas 1932-1985 (2009); Reforma o Revolución en América Latina –El caso venezolano– (2009) y Chávez, la permanente búsqueda creadora (2019).
Ha combinado la lucha social y política con el trabajo editorial, siendo en la actualidad Director General de Editorial Trinchera, razón por la cual acudimos a su persona para analizar la coyuntura política continental.
En el presente siglo los cambios han sido vertiginosos, ¿cómo evalúa lo que ha pasado en nuestra América a partir del año 2000? ¿Hay etapas, ciclos, olas, etcétera?
Lo primero que habría que precisar es que los cambios que se produjeron en varios países de América Latina, durante la primera década de este siglo XXI, no tuvieron la misma cualidad, ni tenían por qué tenerla. Con frecuencia se engloban todos dentro de una misma caracterización, aunque apenas unos pocos apuntaron en sentido revolucionario stricto sensu. Objetivamente, solo dos de nuestros países habían pasado por fuertes sacudimientos que, de una u otra forma, provocaron la fractura de la dominación de élites existente; me refiero a Venezuela, donde dos acontecimientos violentos –la rebelión popular de febrero de 1989 contra la imposición del paquete neoliberal y las insurrecciones militares del 92– pusieron a la defensiva al poder establecido; y el caso de Bolivia, con las jornadas de la Guerra del Agua que, a todas luces, evidenciaban la irrupción de un nuevo poder. Lógicamente, en estos dos países se abrieron condiciones para cambios profundos, estructurales; en los otros países cambió la correlación electoral pero sin afectación de la estructura de dominación; era muy difícil, en esos casos, que sobrepasaran el límite de la reforma política.
Dicho de otro modo, los cambios políticos que se propagaron por nuestra América expresaron, de un lado, la lucha entre reforma y contrarreforma, y de otro, entre revolución y contrarrevolución. Vista de conjunto se vivió un clima favorable a los cambios, pero como ha sido el devenir de la historia tendría que soportar la contraofensiva de la reacción interna e internacional.
En tal sentido, “ciclo progresista” no caracteriza con exactitud lo acontecido, en tanto, en el caso de la Venezuela de Chávez, por momentos, se ha intentado traspasar el estrecho horizonte de la reforma política.
Para una mejor comprensión del momento latinoamericano no debemos perder de vista el contexto de la crisis del capitalismo mundial –con sus cambios vertiginosos, como bien ustedes los han calificado en su pregunta– y, particularmente, de la situación de Estados Unidos, hegemón del capitalismo Occidental, urgido de reconquistar el control que por más de un siglo ha ejercido sobre este continente. Hay que tener en cuenta, además, que los avances, estancamientos y retrocesos forman parte de la dialéctica de la historia.
En la actual coyuntura, ¿cómo ve la correlación de fuerzas políticas en el continente?
Una segunda precisión: en el discurso político actual la “correlación de fuerzas” se entiende en el campo restringido de la correlación político-electoral; sin embargo, una valoración más exacta debería explorar en la correlación en el terreno de la lucha social, del pensamiento e incluso en la correlación militar.
En América Latina se dan casos como el de Colombia, con un gobierno al servicio de una oligarquía criminal, pero, sin embargo, con un pueblo que, en los últimos años, ha realizado grandes movilizaciones; esa lucha es ignorada generalmente en los balances ya que no se ha traducido en un resultado electoral victorioso. Caso contrario, hay países con gobiernos democráticos donde el movimiento social entró en una pasividad tremenda.
En efecto, si la respuesta se asume desde la perspectiva político-electoral, las victorias y derrotas que han sufrido los partidos de izquierda, los gobiernos populares, evidentemente estamos frente una correlación desfavorable, excepción hecha del glorioso triunfo electoral del pueblo boliviano y del significado del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México. Pero cabrían otras interrogantes si estudiamos la correlación observando el avance o retroceso de las ideas liberales en nuestras economías, y nos tropezaremos con la desagradable sorpresa que en algunos gobiernos contabilizados como “amigos” el impulso de programas neoliberales y la concentración del capital fue mucho más vertiginoso que en otros que ubicamos en el campo contrario. Podríamos ubicar también la reflexión en el sentido del avance o retroceso de la lucha obrera, de la lucha campesina, de la conciencia de género, de la descolonización de la cultura. En fin, América Latina es un escenario cruzado por la lucha y las correlaciones se mueven permanentemente.
“Los cambios políticos que se propagaron por nuestra América expresaron, de un lado, la lucha entre reforma y contrarreforma, y de otro, entre revolución y contrarrevolución”
¿Cómo han sido las relaciones interamericanas en los últimos dos lustros y qué se puede esperar y qué no de la administración Biden? ¿ Qué papel juega nuestra Región en la disputa entre superpotencias?
Para no caer en subjetividades de fatalismo y optimismo, debemos contemplar dos elementos que apuntan en distinta dirección: el papel que históricamente Estados Unidos le ha asignado a su relación con América Latina y las tremendas dificultades por las que atraviesa hoy esa potencia para seguir ejerciendo su supremacía a escala planetaria y, particularmente, su dominio sobre la Región.
Tengamos presente que al no consolidar los objetivos en Asia Occidental que sus aventuras guerreristas se habían trazado en épocas de Bush, los Estados Unidos volvieron su mirada a la región que históricamente han considerado su “patio trasero”, cuyo control estaba seriamente amenazado por el avance de propuestas de integración y unidad continental que, justamente, estaban animadas por la necesidad de ruptura de la dominación imperialista. Se proponen entonces una contraofensiva recolonizadora guiada por la, para entonces, nobel teoría del “Poder Inteligente”. Para esos fines fue llevado Barak Hussein Obama al poder, un hombre de origen afrodescendiente, promovido buscando una especie de “lavado de cara” pero que, en realidad, daría continuidad a los ejes fundamentales de las políticas del “poder permanente” estadounidense. Se puede ubicar alrededor de 2008 el inicio de una ruda contraofensiva de los Estados Unidos sobre América Latina, que les aportó importantes resultados.
En simultáneo, la crisis capitalista que venía incubándose desde bastante tiempo atrás, estalla con toda nitidez, y eso le complicaría el panorama a la política supremacista a nivel global, pero urgía más a los Estados Unidos a que retomara su dominación sobre América Latina. En ese contexto y producto de fuertes contradicciones internas llega Donald Trump al gobierno, expresión clara de un sector de la economía imperialista. Sus aparentes dislates y continuas amenazas esconden las profundas debilidades del hasta hace muy poco hegemón del mundo unipolar. En su decadencia histórica, cuyo tiempo de duración es difícil pronosticar, Estados Unidos se ha tornado muy agresivo, lo que confunde y es interpretado por no pocos como fortaleza, pero lo objetivo es que es una potencia en declive. Los episodios de la transmisión de mando son reflejo del estado de cosas existente allí y el nuevo presidente, Joe Biden, navegará entre las contradicciones internas y un intento desesperado de retomar la supremacía. No debemos abrigar ilusiones.
Por otra parte, desde 2014 la economía China superó en la cantidad de productos colocados en el mercado mundial a la economía estadounidense. La respuesta inmediata de Estados Unidos fue ubicarlo oficialmente como su principal enemigo estratégico; pasó a jugar el rol que durante gran parte del siglo XX le asignaron al comunismo, y que a inicios del XXI le dieron al terrorismo. En ese sentido, las crecientes relaciones de China con América Latina son vistas como amenazas por parte de Estados Unidos, por eso su contrariedad, por ejemplo, con el proyecto de construcción del canal interoceánico por Nicaragua. Asimismo, aunque Estados Unidos hasta el presente posee el aparato militar de mayor capacidad destructiva, los avances de Rusia, por nombrar uno de los polos emergentes, en ese terreno y, más aún, la disputa por los suministros de equipamiento para algunos los ejércitos de la Región son otro factor de tensión. Ahora bien, lo más importante de la disputa de las superpotencias, en un mundo donde empezaron a escasear los llamados recursos estratégicos, es precisamente la pelea por dichos recursos (energía, agua, otros minerales como litio y coltán, biodiversidad), y es bien sabida la proporción que de ellos queda en nuestra América.
Quisiéramos pedirle una radiografía breve de la Revolución bolivariana hoy: fortalezas, debilidades, logros, frustraciones, avances, retrocesos, desafíos…
El proceso bolivariano desde sus inicios ha estado marcado por la heterodoxia; Chávez escarbó en las particularidades de la nación venezolana y fue construyendo, progresivamente, un proyecto al que al día presente se pueden distinguir varias etapas por las que ha transitado. Hace ya algún tiempo elaboré unas notas sobre cómo fue desarrollándose de manera ascendente en su radicalidad la propuesta que él iba ajustando en cada momento; me refiero a los comentarios expresados en Chávez, la permanente búsqueda creadora. El peso del asedio del capital, de la contraofensiva imperialista sobre América Latina y, especialmente, sobre Venezuela, ha condicionado la variación de la correlación de fuerzas y se puede afirmar que impuso la desaceleración del proceso. Estos problemas deben ser estudiados y debatidos abiertamente entre las y los revolucionarios, sobre todo porque no existe desarrollo histórico que escape a la lucha de clases, y no será el proceso bolivariano una excepción.
Sometido a una “guerra de amplio espectro”, el proceso bolivariano es objeto de presiones de todo tipo, especialmente de ataques a la economía, de un bombardeo mediático nacional e internacional; aun así, ha conservado el gobierno bajo el liderazgo de Nicolás Maduro, con frecuentes reacomodos internos que expresan también las contradicciones de una sociedad donde “lo viejo no termina de morir”. El debate actual, impulsado desde el Estado, sobre “ciudades comunales”, recoge algo de eso. En determinados espacios un nuevo sujeto histórico brega por prefigurar la sociedad del futuro. Por supuesto, doy acá solamente enunciados; desarrollar estas ideas traspasa la extensión de una entrevista. He escrito un poco más ampliamente sobre estos asuntos en un breve ensayo próximo a dar a la luz, cuyo título es: Embriones de socialismo frente al acoso del capital (debates sobre la experiencia venezolana).
En fin, al proceso bolivariano le resta un largo camino para arribar a una victoria estratégica como lo fue Carabobo hace 200 años: comuneras y comuneros, trabajadores y trabajadoras, proletarios y proletarias están en la posibilidad de decidir.
Finalmente, acabamos de asistir al 60 aniversario de Playa Girón y la definición del carácter socialista de la Revolución cubana, ¿cuál es la importancia de esa Revolución en la actualidad? ¿Siguen siendo posibles llevar a cabo revoluciones socialistas en este continente?
La revolución socialista, la comunitarización de la vida de las sociedades, tanto para nuestra América como a escala planetaria, es hoy, tal vez, mucho más urgente que cuando el pueblo cubano, airoso frente a la agresión imperialista de Playa Girón y a sabiendas de las fortalezas para aquel entonces del monstruo que lo asechaba, proclamó el carácter socialista de su Revolución. Más aún, la decadencia de la civilización burguesa hoy, plantea su superación en términos más dramáticos al dilema formulado, hace ya más de un siglo, por Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”. La agresividad del capitalismo en su declinación así lo condiciona.
El ejemplo de la Revolución cubana, particularmente en los momentos de retroceso, de sequía revolucionaria de otros pueblos de nuestra América, ha sido invaluable. Puede afirmarse, sin riesgo de equivocación, que ha sido y es un referente obligado para las y los revolucionarios del continente.