Después de la teoría de Terry Eagleton

Después de la teoría de Terry Eagleton
AddThis Sharing Buttons
Share to FacebookShare to TwitterShare to Google+Share to LinkedInShare to Más…2
Manuel Arranz
30 Septiembre 2005

Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, tuvo lugar en Europa una eclosión cultural sin precedentes. No sólo por sus dimensiones y su rápida difusión, sino porque ponía en solfa precisamente el concepto de cultura entonces en circulación. En el transcurso de apenas quince años, de 1965 a 1980, aparecerían la mayoría de las obras más significativas del siglo XX en el campo de la teoría cultural. Los nombres de Lacan, Foucault, Levi-Strauss, Roland Barthes, Louis Althusser, Jacques Derrida, Jean-François Lyotard, Julia Kristeva, Jürgen Habermas, Edward W. Said o Raymond Williams trascendían las fronteras culturales, que sus obras contribuirían a borrar definitivamente.

Esas obras, hoy célebres, no sólo interpretaban el mundo, sino que proponían un modelo cultural nuevo. Un modelo de acción política, un modelo de relaciones sexuales, un modelo de interpretación de los textos, y en la mayoría de las ocasiones todo a la vez, para lo que según Terry Eagleton existía entonces el caldo de cultivo apropiado. Caldo de cultivo compuesto en buena parte por los distintos movimientos libertarios que rechazaban por principio cualquier principio de autoridad, y que no sólo actuaba como cadena de transmisión de ideas, sino como generador de las mismas. Este proceso, con sus complicidades y sus desafecciones, desembocó en lo que Terry Eagleton llama la teoría cultural, que no es otra cosa que una reflexión crítica y autocrítica, tanto sobre los fundamentos de su práctica como sobre los objetivos de la misma. Cuando en la década de los 70 en el lenguaje político la palabra revolución fue sustituida por la palabra reforma, ya se había consumado un cambio en la sociedad que hacía no sólo posible sino necesaria esa sustitución.
La nueva teoría cultural se convirtió rápidamente en una cultura de la teoría en la que todavía hoy seguimos inmersos. Su orientación anticapitalista era en sus inicios más que obvia, y la podríamos resumir brevemente en sus temas casi obsesivos del deseo, el placer, la locura, el cuerpo, el texto, o el inconsciente, por poner sólo un puñado de ejemplos paradigmáticos. Este nuevo universo conceptual, por así decirlo, el comunismo oficial, todavía pujante por aquellos años en muchos países, no sólo fue incapaz de incorporarlo a su programa cultural, sino que lo condenó abiertamente, mientras que el capitalismo, el blanco por antonomasia de todas las críticas, lo incorporaba a la enseñanza en sus universidades, lo promocionaba, lo fagocitaba, y lo hacía propio. En su ansia por exculpar al marxismo, Terry Eagleton cae en algunas flagrantes contradicciones. “Es cierto —dice— que el movimiento comunista había guardado un silencio culpable respecto de algunas cuestiones centrales”. Y este reconocimiento le honraría si no escribiera a continuación: “Pero el marxismo no es una filosofía de la vida ni un secreto del universo que se sienta con el deber de pronunciarse sobre todas las cosas, desde cómo cocer un huevo hasta el método más rápido para despiojar a un cocker spaniel. (…) No es ninguna deficiencia del marxismo el hecho de que no tenga nada interesante que decir acerca de si el mejor método para adelgazar es el ejercicio físico o la inmovilización de las mandíbulas”. Una salida de tono ingeniosa sin duda, pero el caso es que nadie estaba hablando de cocer huevos ni de métodos para adelgazar, sino de “cuestiones centrales” precisamente. Además de que el marxismo sí es una filosofía de la vida. Y esas cuestiones centrales, cuestiones por ejemplo sobre el estatuto del poder, o sobre la transmisión del saber, eran las que abordaban por entonces en sus obras los citados pensadores del principio. Pensadores todos ellos de izquierda no siempre bien vistos por la izquierda. Muchos de ellos porque tras el hundimiento del marxismo derivaron su teoría cultural hacia otros horizontes, cosa, creo yo, que no debería reprochárseles sino todo lo contrario. Pero Terry Eagleton se los reprocha. Ve en el posmodernismo, y también en el pragmatismo, que él entiende como una especie de posmodernismo más, aunque yo creo que aquí se equivoca, algo más que un cambio de rumbo, cosa que sin duda ya le parecería suficientemente grave. Ve oportunismo, ve cinismo, ve superchería. Y seguramente no le falta razón en algunos casos. Y ve, sobre todo, en sus manifestaciones más conspicuas, un peligroso alejamiento de la realidad. Pero no todo lo que no es marxismo es posmodernismo.
Una de las tesis que sostiene Terry Eagleton en este libro, que comparte con otros críticos de la cultura, es que la teoría cultural, un invento relativamente reciente de los citados pensadores de los años 60, acabó definitivamente con una idea de la cultura dominante (dominante la idea y dominante la cultura). Aunque el precio que hubo que pagar fue una jerga bastante incomprensible para hablar, al parecer con conocimiento de causa, de las cuestiones culturales. Se produjo entonces una curiosa situación. Quienes habían abogado por una democratización de la cultura, por una cultura popular y plural, acabaron convirtiéndola, a su pesar, en un exclusivo asunto de supuestos especialistas. Eagleton trata de convencernos, y posiblemente él mismo lo esté, de que si no todo el mundo está en condiciones de comprender la estructura orgánica de los decápodos, no tiene porque estarlo de comprender el Ulises. Pero yo creo que aquí se está planteando erróneamente, una vez más, un problema que a lo mejor no es ni tan complejo ni tan simple. Si llegara un día en que los novelistas no escribieran más que novelas que sólo pudieran ser comprendidas por otros novelistas y teóricos de la literatura, se habría acabado la novela. Con los estudios de los decápodos esa es en cambio la norma. Por lo demás, sus ensayos, los de Terry Eagleton, son perfectamente comprensibles. Y la explicación de que el lenguaje del arte se aparta radicalmente del lenguaje de la vida cotidiana tampoco resulta muy convincente para explicar este fenómeno. “Algunas veces la gente puede haber hablado un poco como en Adam Bede (la famosa novela de George Eliot), pero nadie ha hablado nunca como en Finnegans Wake”. En esto también se equivoca Terry Eagleton. A lo mejor en su Irlanda natal nadie habla como en Finnegans Wake, pero aquí, en España, yo podría presentarle a más de uno.
Digamos, para resumir, que efectivamente hay muchas cuestiones de interés para todos, y que, como dice nuestro autor, no tienen porqué ser necesariamente simples. Aunque tampoco tendrían porqué ser necesariamente complejas. La cultura es indudablemente una de esas muchas cuestiones, pero yo dudo de que se le pueda comparar con el hígado y los pulmones, cuestiones que también son de interés general como él dice. Dejando aparte estas comparaciones humorísticas, que abundan a lo largo de todo el libro, y algunas matizaciones quizá sobre la interpretación de algunos acontecimientos políticos de la época estudiada, el libro de Terry Eagleton es, como todos los suyos por lo demás, un libro inteligente y honesto, además de un libro refrescante, que no vacila ante las cuestiones morales que plantea, y aborda temas que la nueva teoría cultural había abandonado, como son los de la verdad, la virtud, y la objetividad, temas que uno no esperaría encontrar en el repertorio de un radical. Y es que Terry Eagleton tiene las virtudes del crítico y las del teórico a la vez, y trata de evitar sus vicios: no dar nada por supuesto, examinar siempre los dos lados de una cuestión, y no cortar nunca la rama en la que se está sentado.

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /3. Giovanni Arrighi

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /3. Giovanni Arrighi
16 maggio 2013 di Daniele Balicco
(Le prime due parti di questo saggio, dedicate a Fredric Jameson e a David Harvey)

Anche il capolavoro saggistico di Giovanni Arrighi, Il lungo XX secolo21, è un lavoro teorico che parte dalla crisi capitalistica di inizio anni Settanta. Come Jameson, Arrighi decifra le trasformazioni violente che questa crisi ha generato, elaborando una periodizzazione di lungo periodo. Nello stesso tempo, il suo lavoro segue anche la direzione di Harvey, almeno per quanto riguarda l’attenzione con cui analizza le metamorfosi geografiche dei cicli sistemici di accumulazione.

E tuttavia, a differenza dei primi due, il suo lavoro si muove su coordinate davvero molto vaste, coordinate che coincidono, per quanto riguarda lo spazio, con il sistema-mondo; e per quanto riguarda il tempo, con l’intero ciclo dell’era moderna, dall’emergere del capitalismo nel sistema delle città-stato italiane rinascimentali, fino alla crisi dell’egemonia statunitense di questi ultimi decenni.

Tre sono gli autori guida alla base di quest’ambizioso progetto di ricerca: Marx, Gramsci e Braudel. Ma fra i tre è sicuramente quest’ultimo l’autore decisivo, quello con cui rilegge, riposizionandole sulla longue durée del sistema-mondo, tanto la logica dell’accumulazione marxiana, quanto la riflessione di Gramsci su dominio ed egemonia.

Può sembrare strano, ma Arrighi di formazione è un economista neoclassico. Si laurea infattti all’Università Bocconi di Milano alla fine degli anni Cinquanta, con l’intento di portare avanti l’azienda del padre, che è morto pochi anni prima. Il nonno materno, un ricco industriale tessile, gli sconsiglia però di mettersi a lavorare come imprenditore, perché, secondo lui, non ne ha la stoffa.
E infatti, dopo pochi anni, Arrighi capisce chiaramente che la sua passione è la ricerca: nel 1963 vince una borsa dell’Università di Londra per una cattedra di economia in Rhodesia (l’attuale Zimbabwe). Il contatto con la realtà politica africana – sono gli anni della decolonizzazione – e la conoscenza di antropologi come Clyde Mitchell e Jaap Van Velsen, che lavorano nella sua stessa facoltà, metteranno definitivamente in crisi i modelli matematici acquisiti nella formazione bocconiana.

Inizia qui il suo abbandono dell’economia neoclassica per la sociologia storico-comparativa. Risultato di questa metamorfosi teorica è il suo primo libro, Struttura di classe e sovrastrutture in Africa22, tradotto in italiano nel 1969 da Einaudi. Già in questo primo saggio emergono nitidamente due temi centrali della sua interpretazione del capitalismo.

Il primo: per comprendere le forme dello sviluppo di una qualsiasi regione o Stato-nazione è fondamentale conoscere la struttura del capitalismo, così come si è organizzata a livello mondiale: quali potenze dominanti, quali polarità, quali gerarchie. Il secondo: la trasformazione dei lavoratori in forza lavoro salariata non sempre e non ovunque è condizione necessaria per lo sviluppo del modo di produzione capitalistico.

Nel 1969 Arrighi torna in Italia, giusto in tempo per essere parte di quei movimenti antisistemici su cui poi rifletterà a lungo, almeno fino alla pubblicazione nel 1989 di Antisystemic Movements, insieme a Wallerstein e Hopkins23.

Il decennio italiano, prima come professore di sociologia a Trento, poi ad Arcavacata, è segnato infatti, oltre che dall’insegnamento, da un’intensa attività politica. Sono questi gli anni in cui fonda a Milano, insieme a Romano Madera e Luisa Passerini, il Gruppo Gramsci, con l’intento di elaborare una strategia politica orientata verso l’autonoma di classe24.
Da subito inizia ad interrogarsi sulla natura della crisi economica che in quegli anni sta sconvolgendo l’Occidente. Leggerà l’inconvertibilità del dollaro in oro, imposta da Nixon nel ’71, come un segnale non equivocabile: gli Stati Uniti stanno modificando le regole e l’organizzazione del capitalismo mondiale. Questo significa che l’ordine geopolitico costruito nell’immediato dopoguerra sta per essere superato.
Negli studi più importanti di questo periodo – Verso una teoria della crisi capitalistica25 e Geometria dell’imperialismo26 – Arrighi cerca costantemente di smarcarsi dalle intepretazioni marxiste dominanti. Anzitutto, legge la crisi di inizio anni Settanta come una crisi da caduta del saggio di profitto e non da sovrapproduzione, come fu, invece, quella del 1929.
Una lettura corretta e tuttavia parziale che solo negli anni successivi approfondirà introducendo, nel quadro generale, il fattore scatenante: l’esacerbarsi della competizione inter-capitalistica. Nello stesso tempo proverà a mettere in crisi anche il paradigma leninista e la sua interpretazione dell’imperialismo.
Attraverso la lettura di Hobson27 Arrighi scompone le forme di dominio inter-statale in età moderna in quattro modalità operative sempre coesistenti: colonialismo, impero formale, impero informale, imperialismo. L’imperialismo dunque non rappresenterebbe più, come invece in Lenin, l’ultima fase dello sviluppo dei rapporti inter-statali, quanto una modalità operativa standard, coesistente insieme ad altre.
Senza entrare nel merito di questa lettura, va comunque almeno segnalato che, adottando questa prospettiva, Arrighi di fatto elide il nodo centrale dell’interpretazione leninista che vede nell’imperialismo la proiezione geopolitica del potere finanziario, come unità di potere bancario e potere industriale28.
All’inizio di questo paragrafo abbiamo scritto che lo studio di Braudel rappresenta per Arrighi l’incontro teorico fondamentale, ma, come ora è evidente, è un incontro tardivo. È solo con il suo trasferimento nel 1979 al Fernard Braudel Center di Binghamton, nello stato di New York, che la lezione dello storico francese, mediata dalla scuola di sistemica di Hopkins, Wallerstein e Frank, si trasforma nella chiave teorica capace di decifrare il significato dell’espansioni finanziarie come fenomeno storico ricorrente e non come stadio ultimo e finale dell’accumulazione, come invece in Hilferding o, ancora, in Lenin.
Soprattutto nel Braudel di Civiltà materiale, economia e capitalismo29 Arrighi trova in un colpo solo l’interpretazione guida per comprendere il nesso che lega crisi economica degli anni ’70 e successiva espansione del potere finanziario statunitense. Per Braudel, infatti “ogni evoluzione complessiva [dell’ordine capitalistico] sembra annunciare, con lo stadio del rigoglio finanziario, una sorta di maturità: è il segnale dell’autunno”30.
Se si studia, infatti, la storia del capitalismo come la storia di lunga durata di un meccanismo astratto di accumulazione di potere e di ricchezza (e non esclusivamente come modo di produzione) è possibile rilevare alcune costanti di fondo e almeno una ricorrenza precisa: ogni volta che la potenza egemone di una determinata configurazione storica abbandona il campo della produzione di beni per la speculazione finanziaria, la sua sovranità sul sistema inizia a vacillare.
La finanziarizzazione rappresenterebbe dunque l’autunno di un potere, o più precisamente, il momento conclusivo del ciclo sistemico di accumulazione. Quest’ultimo concetto è particolarmente importante perché mostra come Arrighi riposizioni la struttura logica del modo di produzione capitalistico, così come è stato descritta da Marx nel Capitale, sulla longue durée dischiusa dalle analisi di Fernard Braudel:
La formula generale del capitale di Marx (D-M-D¹) può essere considerata descrittiva non solo della logica dei singoli investimenti capitalistici, ma anche di un modello ricorrente del capitalismo storico come sistema mondiale. L’aspetto principale di questo modello è costituito dall’alternanza di epoche di espansione materiale (le fasi D-M dell’accumulazione di capitale) e di epoche di rinascita e di espansione finanziaria (le fasi M-D¹).
Nelle fasi di espansione materiale il capitale monetario «mette in movimento» una crescente massa di merci (inclusa la forza-lavoro mercificata e le doti naturali); nelle fasi di espansione finanziaria una crescente massa di capitale monetario «si libera» dalla sua forma merce, e l’accumulazione procede attraverso transazioni finanziarie (come nella formula marxiana abbreviata D-D¹). Insieme, le due epoche o fasi formano un intero ciclo sistemico di accumulazione.
A questo punto, Arrighi inizia un’appassionante ricostruzione storica, economica e politica. Retrocede, insieme a Braudel, alla fine del Medioevo e prova a verificare la tenuta di questo modello interpretativo. Costruisce così una periodizzazione di lunghissima durata, individuando quattro cicli sistemici di accumulazione.
Il primo coincide con “il lungo XVI secolo italiano” (1350-1650), e si concentra in particolare sulla crisi del potere di Venezia, Milano e Firenze fino allo stabilirsi dell’alleanza politica fra Genova (potere finanziario) e corona castigliana (potere militare).
Se paragonate alle altre città stato italiane rivali, Genova è una piccola città di modeste dimensioni e priva di difesa militare. Cionondimeno, ha una classe capitalistica molto dinamica, organizzata in una diaspora cosmopolita, strutturata in una rete internazionale gravitante su alcune piazze controllate.
Per oltre due secoli, questa struttura reticolare riuscirà a dominare la finanza internazionale sfruttando la competizione europea per la conquista di capitale mobile a proprio vantaggio. La “nazione” genovese ha però un problema serio, essendo priva di protezione militare; di qui l’alleanza con gli spagnoli, a cui finanzia le esplorazioni fuori dal Mediterraneo, anche per mettere sotto scacco il monopolio veneziano delle rotte commerciali orientali.
Il centro di questo primo ciclo è per questa ragione anfibio: il potere militare e territoriale gravita intorno alla corona spagnola che si serve del potere finanziario genovese, in un primo tempo per consolidarsi, quindi per scoprire e costruire un vero e proprio impero mondiale.
Nel secondo ciclo sistemico, che va dalla fine del XVI secolo fino alla metà del XVIII, protagonista è invece l’Olanda. Rispetto a Genova, le Province Unite hanno una forma ibrida: conservano alcuni elementi delle città stato italiane che vengono però combinati con prerogative proprie dei nascenti stati nazionali. L’Olanda esprime infatti un’organizzazione interna capace di contenere potere sufficiente da renderla indipendente dalla Spagna imperiale e da riuscire a costruire, nello stesso tempo, una rete di avamposti esterni capaci di erodere, poco a poco, la supremazia marittima e commerciale spagnola e, nell’area dell’Oceano Indiano, portoghese.
Tra il 1620 e il 1740 Amsterdam diventa il primo mercato azionario internazionale in seduta permanente. Può essere considerata come la prima borsa mondiale, nodo strategico centrale di una rete internazionale di avamposti, costruita e controllata da “compagnie privilegiate”, come la potentissima VOC.
Con l’ascesa della Gran Bretagna, nella seconda metà del Settecento, si struttura il terzo ciclo sistemico, che si protrae fino agli inizi del XX secolo. Rispetto alle Province Unite, l’Inghilterra è un vero e proprio stato. Essendo un’isola, non ha grandi problemi territoriali, a differenza di Francia, Spagna, Germania e Olanda. La sua classe dirigente, non dovendo finanziare guerre per proteggere o espandere confini, si specializza subito nella competizione mercantile, riuscendo a costruire un impero marittimo senza precedenti per estensione e per possibilità di controllo di risorse naturali e umane.
Se dunque rispetto al ciclo genovese le Province Unite erano state capaci di coordinare capacità militare, strutture mercantili e potere finanziario, rispetto a quello olandese, l’Inghilterra riesce a incorporare al suo interno anche lo sviluppo produttivo: il controllo mondiale di materie prime e di forza lavoro si combina con la rivoluzione industriale, trasformando Londra, contemporaneamente, in centro manifatturiero del mondo e in centro finanziario.
L’ultimo ciclo sistemico è quello dominato dagli Stati Uniti d’America, dalla fine del XIX secolo fino ad oggi. Con l’emergere degli USA come potenza dominante si dilatano ulteriormente le dimensione interne del centro di accumulazione di potere – non più uno stato-isola, ma un vero e proprio stato-continente; inoltre, la capacità di produzione industriale raggiunge dimensioni tali da garantire protezione militare ed economica ad un numero elevato di Stati satelliti, subordinati o alleati. Ma nell’organizzazione complessiva del sistema mondiale, l’innovazione statunitense riguarda soprattutto il controllo dei mezzi di transazione: per la prima volta produzione e consumo vengono coordinati in un apparato produttivo multinazionale integrato.
Ridotta ai minimi termini, l’analisi di Arrighi è dunque abbastanza lineare: ogni ciclo sistemico conosce una prima fase di espansione materiale, nella quale il soggetto egemone coordina a proprio vantaggio il mercato mondiale; e una seconda fase di espansione finanziaria, dove la potenza egemone declinante abbandona il campo della produzione diretta per dominare il sistema attraverso la finanza, mentre nuove realtà si scontrano per emergere come leader del ciclo sistemico successivo.
Esattamente come con l’accumulazione marxiana, Arrighi riformula i concetti gramsciani di egemonia e di dominio spostandoli dal conflitto fra classi all’interno di uno Stato, al conflitto fra Stati all’interno del sistema-mondo: il concetto di «egemonia mondiale» si riferisce in particolare al potere di uno stato di esercitare le funzioni di leadership e di governo su un sistema di stati sovrani.
In teoria, questo potere può implicare solo la gestione ordinaria di tale sistema secondo le modalità proprie di ciascuna epoca. Storicamente, tuttavia, il dominio su un sistema di stati sovrani ha sempre comportato qualche tipo di azione trasformatrice che ha mutato in maniera fondamentale il modo di operare del sistema.
Questo potere è qualcosa di più e di diverso dal «dominio» puro e semplice. È il potere associato al dominio, accresciuto dall’esercizio della «direzione intellettuale e morale». […] [Per questa ragione] nel nostro schema, […] mentre concepiremo il dominio come basato principalmente sulla coercizione, l’egemonia sarà intesa come il potere aggiuntivo che deriva a un gruppo dominante dalla sua capacità di porre su un piano «universale» tutte le questioni intorno alle quali ruota il conflitto.31
Sta qui la ragione per la quale il passaggio da un ciclo sistemico all’altro avviene quando al dominio della potenza declinante si sostituisce una nuova egemonia capace anzitutto di mettere ordine al caos creato dai problemi del sistema precedente. La nuova leadership dovrà infatti essere in grado di innovare tanto le regole del mercato mondiale quanto l’esercizio della forza militare, assumendosi l’onore della coordinazione politica e delle tecniche di protezione dell’intero sistema.
Non è dunque un caso se ad ogni salto sistemico le dimensioni territoriali della potenza egemone si dilatano: tanto più grande lo spazio da governare tanto più complessi i problemi organizzativi, produttivi, finanziari e militari da risolvere e guidare. Nello stesso tempo, tuttavia, questa progressione lineare conoscerebbe al proprio interno anche un movimento in direzione contraria, di recupero di tecniche di governo sperimentate nel ciclo precedente.
Facciamo solo due esempi. L’Olanda rispetto a Genova è un piccolo stato nazione capace di incorporare i costi della protezione militare che la “nazione” genovese invece aveva appaltato all’esterno, alleandosi con la corona spagnola.
Nello stesso tempo, però, le Province Unite recuperano strategie militari e strutture di governo proprie del capitalismo monopolistico veneziano, il modello sconfitto dall’egemonia genovese. Allo stesso modo, gli Stati Uniti rispetto all’Inghilterra sono un continente capace di pianificare verticalmente produzione e consumo, ma per far questo utilizzano avamposti commerciali (le multinazionali) che recuperano modalità operative già sperimentate dalle compagnie “privilegiate” olandesi.
Questa oscillazione a pendolo viene interpretata da Arrighi attraverso l’alternarsi, nella storia del capitalismo mondiale, di due diverse tipologie di accumulazione: una cosmopolita/imperiale e una aziendal-nazionale. La prima – genovese/iberica e britannica – avrebbe avuto una funzione estensiva, essendo responsabile di gran parte dell’espansione geografica del capitalismo moderno.
Se infatti sotto i genovesi il mondo fu scoperto, sotto gli inglesi fu conquistato. La seconda tipologia – olandese e statunitense – invece avrebbe svolto una funzione intensiva, di consolidamento di potere. Sotto il dominio olandese la “scoperta” del mondo, operata dagli iberici, partner dei genovesi, fu consolidata in un sistema di depositi commerciali e società per azioni privilegiate convergenti sulla borsa di Amsterdam; sotto quello americano, la conquista britannica del mondo fu stabilizzata in un sistema di mercati nazionali e corporazioni multinazionali avente come suo centro di gravità il governo degli Usa.
Come si può evincere, anche solo da questa breve esposizione, la formazione neoclassica in Arrighi sicuramente scompare come lente teorica, ma sopravvive a tratti come forma mentis orientata da una continua, e talora ossessiva, attitudine modellizzante.
Il lungo XX secolo si chiude provando ad individuare l’area continentale che potrebbe sostituire il dominio americano esercitando una nuova egemonia. Arrighi scommette sull’Asia orientale, in particolare sul Giappone (ma siamo solo nel 1994) e su tutta la rete manifatturiera e finanziaria che si è sviluppata, a partire dalla Guerra di Corea, sotto la sua orbita di influenza (Corea del Sud, Taiwan, Singapore, Honk Kong).
L’evolversi del quadro internazionale nei decenni successivi avrebbe confermato e, nello stesso tempo, smentito questa previsione. Come indicava Arrighi, il centro manifatturiero del mondo si è spostato in Asia orientale, ma è la Cina, e non il Giappone, lo stato che più di ogni altro ha le caratteristiche sistemiche per sostituire la leadership mondiale degli Stati Uniti.
Due anni prima di morire, Arrighi pubblica Adam Smith a Pechino32, volume interamente dedicato alla Cina e alla “rivoluzione industriosa”, oltre che industriale, di cui sarebbe artefice. Va detto che il suo ultimo lavoro è un libro controverso, sicuramente più per le analisi fantasiose sulla presunta qualità smithiana dello sviluppo capitalistico cinese che per i ragionevoli interrogativi sui modi della transizione della leadership mondiale.
Ne riporto due. Il primo: nonostante la Cina sia di fatto il centro manifatturiero del mondo, gli Stati Uniti potenza economica declinante mantengono tuttavia il controllo mondiale dell’esercizio della forza militare (Standing Army), un controllo che non conosce, e per molto ancora non conoscerà, rivali credibili.
Il secondo: per la prima volta nella storia dei cicli sistemici la potenza declinante non è prestatrice mondiale di liquidità, ma, esattamente all’opposto, è epicentro del flusso di capitali mobili mondiali. Si apre così in realtà un plausibile scenario di caos sistemico, dove, parafrasando Schumpeter “prima di soffocare (o respirare) nella prigione (o nel paradiso) di un impero mondiale postcapitalistico o di una società mondiale di mercato postcapitalistica, l’umanità potrebbe bruciare negli orrori (o nelle glorie) della crescente violenza che ha accompagnato la liquidazione dell’ordine mondiale della guerra fredda.
Anche in questo caso la storia del capitalismo giungerebbe al termine, ma questa volta attraverso un ritorno stabile al caos sistemico dal quale ebbe origine seicento anni fa e che si è riprodotto su scala crescente a ogni transizione. Se questo significherà la conclusione della storia del capitalismo o la fine dell’intera storia dell’umanità, non è dato sapere”33
Bibliografia
G.Arrighi, The Long Twentieth Century, Verso Book, London- New York 1994 (tr.it Il lungo XX secolo, Il Saggiatore, Milano 1996).
Id, Adam Smith in Beijing: Lineages of the Twenty-First Century, Verso, London 2007 (tr.it Adam Smith a Pechino. Genealogie del Ventunesimo secolo, Feltrinelli, Milano 2008).
Id, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, (a cura di) G.Ceserale – M.Pianta, Manifestolibri, Roma 2010
G.Arrighi–T.K.Hopkins–I.Wallerstein, Antisystemic Moviments, VersoBook, London-New York 1989 (tr.it Antisystemic Moviments, Manifestolibri, Roma 1992).
M.Postone, Theorizing the Contemporary World: Robert Brenner, Giovanni Arrighi, David Harvey in Political Economy and Global Capitalism: The 21st Century, Present and Future, (edited by) R.Albritton-B.Jessop-R.Westra, Anthem, London 2010.
G.Ceserale, La lezione di Giovanni Arrighi in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, cit.
Note
21 G.Arrighi, The Long Twentieth Century, Verso Book, London- New York 1994 (tr.it Il lungo XX secolo, Il Saggiatore, Milano 1996)
22Id, The Political Economy of Rhodesia, The Hague, Mouton Press 1967 (tr.it Struttura di classe e sovrastrutture in Africa, Einaudi, Torino 1969)
23G.Arrighi – T.K.Hopkins – I.Wallerstein, Antisystemic Moviments, Verso Book, London-New York 1989 (tr.it Antisystemic Moviments, Manifesolibri, Roma 1992)
24“Consideravamo che il nostro principale contributo al movimento non fosse di fornire un sostituto di sindacati e partiti, ma un aiuto offerto alle avanguardie dei lavoratori da parte di studenti e intellettuali perché sviluppassero la loro autonomia – autonomia operaia – attraverso la comprensione dei processi più ampi a livello nazionale e globale all’interno dei quali si attuava la loro lotta. In termini gramsciani questo significava formare gli intellettuali organici della classe operaia” in I tortuosi sentieri del capitale. Intervista con David Harvey in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, (a cura di) G.Ceserale – M.Pianta, Manifestolibri, Roma 2010, p.34.
25G.Arrighi, Verso una teoria della crisi capitalistica in «Rassegna Comunista», 2-3-4-5-7, 1972-3.
26Id, La geometria dell’imperialismo: i limiti del paradigma hobsoniano, Feltrinelli, Milano 1978
27J.Hobson, Imperialism, James Nisbet & Co., London 1902
28Su limiti dell’interpretazione di Arrighi del paradigma leninista seguo: G.Ceserale, La lezione di Giovanni Arrighi in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, cit., p.13.
29F.Braudel, Civilisation matérielle et capitalisme, Colin, Paris1967 (tr.it Civiltà materiale, economia e capitalismo (secoli XV-XVIII), Einaudi, Torino 1982)
30Ivi, vol.III, p.235.
31 G.Arrighi, The Long Twentieth Century, cit. pp. 49-51.
32Id, Adam Smith in Beijing: Lineages of the Twenty-First Century, Verso, London 2007 (tr.it Adam Smith a Pechino. Genealogie del Ventunesimo secolo, Feltrinelli, Milano 2008)
33 Id, The Long Twentieth Century, cit. p.466.
[Immagine: Andreas Gursky, Chicago, Board of Trade II (gm)].

Cash Luna y su nave espacial en la colina

Cash Luna y su nave espacial en la colina

Casa de Dios, la iglesia evangélica de Cash Luna en Guatemala, es un ejemplo de soft power que tiene paralelismos en casi toda la región centroamericana. Un recorrido por su evolución y funcionamiento, y por sus instalaciones, permite entender cómo los fieles, como clientes cautivos, crean poder económico. Y político.
Cash Luna y su nave espacial en la colina
Domingo, 13 de Mayo de 2018

Lo primero que la relacionista pública quiso que sepa es que el nombre del pastor Cash Luna no es, bueno, ese tipo de cash.

Es un sobrenombre de niño. Su nombre real es Carlos Luna, pero Cash no podía pronunciar la “r” cuando era pequeño.

“¿Cómo te llamas, cariño?”
“Cashlos”.

***

La señora de relaciones públicas se llama Marly de Armas y acababa de invitarme a un café fuerte en la luminosa cafetería de la iglesia. Estamos en domingo de fines de 2016, en mi primera visita a la mega-iglesia de Cash Luna. Marly y yo nos sentamos en los sillones de un espacio parecido a la zona de espera de un centro comercial para papás y maridos aburridos, pero, en realidad, es un área de espera para el espectáculo —el servicio religioso— que comenzará en minutos unos metros más allá, en el santuario.

La iglesia de Cash es monumental. Un día de 2013, el templo asomó junto a la autopista que va de Guatemala hacia El Salvador como una nave espacial. Asombró a todos. Cuando conduces fuera de Ciudad de Guatemala, en la zona donde los centros comerciales se diluyen y los pinos se apoderan de la tierra, la iglesia aparece de la nada, una enorme estructura blanca y brillante sobre una colina que domina la capital del país. Justo a la entrada tiene un cartel —Casa de Dios: Mi Casa— con su emblema encima. El emblema es abstracto —parece una mano que apunta hacia abajo en V, como dando una bendición— y anuncia que has llegado a la iglesia de Cash Luna, que se alza magnánima a continuación, inmediatamente después de una enorme bandera guatemalteca.

Cash Luna trabajó directamente con la arquitecta para que el diseño refleje su fe. La iglesia tiene un frente metálico redondeado que la asemeja más a un estadio que un templo. El vestíbulo que compartimos con Marly parece copiado de un hotel de negocios. Es una recepción moderna en tonos de beige y marrón con pisos vinílicos impecables, escaleras mecánicas que bajan al salón de oraciones como si se hundieran en la Tierra. Al fondo está la sala de oraciones, que sobre las puertas tiene arcos y letras rojas que parecen mostrar los versículos del credo, pero son tan abstractos que podrían simplemente decir que los baños quedan a la izquierda.

Cash Luna ha de sentir que está en la tierra prometida: Guatemala tiene el mayor número de cristianos evangélicos per cápita de toda América Latina. Alianza Evangélica, la autoridad de las iglesias protestantes en el país, calcula que al menos un tercio de los guatemaltecos abraza la fe. Hay un número casi infinito de iglesias evangélicas — 2.790 registradas: seis templos evangélicos por cada parroquia católica —, pero la mayoría son simples fachadas.

Casa de Dios es la tercera mayor iglesia de Guatemala, detrás de la Fraternidad Cristiana de Guatemala —La Fráter— y El Shaddai de Harold Caballeros. Pero Cash Luna está ganando arrastre a costa de El Shaddai. El servicio religioso de Cash recibe los domingos de 20.000 a 25.000 personas —tanta gente que, incluso con ese tamaño, la mega-iglesia debe ofrecer turnos mañana y tarde. La feligresía no acaba en ellos pues otros cientos de miles ven a Cash por televisión, más de 891.000 siguen su cuenta de Twitter y la asombrosa cantidad de 6 millones su página en Facebook. La iglesia de Cash tiene además otro detalle especial: la reputación de ser aquella adonde los ricos de Guatemala van a orar. Casa de Dios concentra tanto poder económico de sus seguidores como para no dejar de alimentar su expansión.

Pastor guatemalteco Cash Luna.

Pastor guatemalteco Cash Luna.

Viste que no era así

“El crecimiento de la iglesia ha sido sobrenatural”, me dice Marly, una creyente convencida.

La congregación de Cash Luna cumplió 21 años en 2017, pero el nuevo templo —la nave espacial posada sobre la colina de Carretera a El Salvador— recién abrió sus puertas en 2013 tras cuatro años de construcción. Por largo tiempo Cash predicó en la Fráter, hasta que en 1994 dijo haber recibido la llamada divina y lanzó su propia iglesia. Primero instaló Casa de Dios en un local del tamaño de una bodega en la Zona 10, una de las más ricas de Ciudad de Guatemala. Había espacio para 4.000 personas pero pronto quedó pequeño, de modo que Cash abrió un nuevo templo en San José Pinula, una ciudad satélite en las afueras de la capital. El problema se repitió: la iglesia, donde cabían 3.500 creyentes, quedó desbordada casi de inmediato. Cash Luna descubrió que tendría que dar servicio los sábados y el domingo entero para retener a sus seguidores, así que empezó a reunir a la gente a las 7:00, a las 9:00 y las 11:00 y también apenas pasado el almuerzo, a las 13:00, y luego a las 16:00 y a las 18:00, con la noche encima.

Marly es de mediana edad y tiene maneras de mamá responsable pero conserva la voz de una adolescente emocionada. Pasa cada mañana del domingo preparando a su marido y sus dos hijas para el día de doce horas en la iglesia. Trabaja y pasa su tiempo libre allí, así que no hay diferencia entre su trabajo y la vida: el templo de Cash Luna es su vida. “Oraban por nosotros y mi bebé reaccionó a la oración”, me dice sobre su conversión mientras estaba embarazada. “Nunca lo había experimentado”.

Al principio, su familia objetó la conversión. Su padre dijo que habían sido católicos por 500 años, de modo que, ¿por qué cambiar ahora? Pero ella y su marido decidieron educar a su familia en la iglesia evangélica de la colina. Marly entró después de que la invitasen a una sesión de oración en una casa.

Las reuniones domésticas son el primer escalón de reclutamiento de Casa de Dios. Hay unos 4.500 grupos de oración hogareños afiliados a la iglesia que van de cinco a 40 personas. En las sesiones hay un líder de oración y, por supuesto, un texto, el Livebook. No hay partido político que reúna a tanta gente, cada semana, con la convicción de los fieles de Casa de Dios. Tampoco hay reunión de Tupperware, Mary Kay Cosmetics o Herbalife —los sistemas piramidales esparcidos por toda Centroamérica, en los que una persona vende productos a sus amigos— que consiga que la gente entregue sus ahorros con tanto desprendimiento a cambio de la promesa de algo.

Los rumores sobre Casa de Dios flotan en el aire de Guatemala. En las radios y en las calles dicen que la iglesia succiona el dinero de sus creyentes para construir estructuras grandiosas y sostener la excéntrica y lujosa vida de Cash Luna. De hecho, Casa de Dios —el templo físico— fue construido sin préstamos bancarios: lo financiaron los adherentes, en general, con diezmos en efectivo. La gente entregaba de 10 a 15.000 quetzales —de poco más de un dólar a cerca de 2.000. “No se les pidió”, me dice Marly de Armas. “Se les invitó a dar”.

Esta mañana de domingo en el templo, Marly siente la necesidad de disipar los rumores sobre su iglesia. “A mí me preguntaron si se pagaba parqueo”, me dice entre risas. (El estacionamiento es gratis.) Como el templo está en la Carretera a El Salvador, una zona ocupada por casas costosas, la gente la llama “la iglesia de los ricos”. En el estacionamiento hay muchos autos elegantes, pero Marly insiste en que nada es como lo pintan. Muchos llegan en buses. “El pastor habla a todos parejo”.

Marly me acompaña a la sala de plegarias, el espacio destinado al servicio. Esta mañana, Cash Luna hablará sobre Abraham e Isaac. “Enfocarnos en cosas tangibles nos ha hecho corruptos”, dirá unos minutos después a una imponente multitud de más de 10.000 personas. Esa es, precisamente, la crítica más habitual hacia Cash. Pero este día él no está aquí para responder a sus críticos sino para enfervorizar a su gente, y preguntará cuántos de los presentes solían condenar a Casa de Dios antes de unírsele. “¿Cuántos criticaban antes de venir? Levanten las manos”, reclama. “¿Pensaban que era una iglesia materialista, verdad? Ya los perdoné, hombre, ¡levanten las manos!” Cash Luna exhibirá entonces su sonrisa hecha para la televisión, una gran risa se desprenderá del público y un mar de manos se elevará por todo el auditorio. “¡Y viste que no era así!”.

El ejército de Cash

Un grupo de hombres cubiertos con rompevientos con la inscripción “Casa de Dios” ha estado dirigiendo por largo tiempo a los automovilistas entre los estacionamientos de la letra A a la M. Tener 20.000 personas entrando y saliendo de la iglesia un domingo es una pesadilla logística, pero Casa de Dios ha encontrado una solución: una enorme fuerza laboral gratuita.

Un personal de solo 120 hombres y mujeres, incluida Marly, trabaja para la congregación y recibe un salario: Marly, varios colegas de la oficina, las mujeres que manejan la tienda de regalos y algunos miembros del equipo de producción reciben un salario. Todos los demás trabajan gratis. Las personas del estacionamiento, las mujeres que dirigen a los visitantes por cada una de las cuatro entradas al templo, los camarógrafos, los traductores de lenguaje de señas y los traductores para visitantes extranjeros, las cocineras que traen comida preparada de sus casas. Todos gratis.

Para operar con fluidez, un servicio regular necesita de unos 1.650 voluntarios, una tropa que se duplica los domingos para sostener el show de Cash. Los congregantes pasan el día en la iglesia —participan de la sesión de oración de la mañana y trabajan por la tarde, o viceversa— y son una oferta de manos tan dedicada que todo funciona con precisión de reloj nuclear.

Los voluntarios usan chalecos de colores que representan una jerarquía. Luis Fernando López, uno de ellos, me explica que los chalecos azul claro son para principiantes, que trabajan como porteros. Los azules más oscuros son para voluntarios que supervisan a otros voluntarios. Los grises son el nivel superior. López trepó por la jerarquía de chalecos hasta la cima. Su chaleco gris lo presenta como coordinador de los servidores del auditorio. Alcanzar el tope de la jerarquía es una hazaña recompensada por Dios, porque, igual, todavía no hay salario. “No hay que buscarlo”, se apresura a añadir. “Es algo que Dios ha propiciado: hay que ser el último para que Dios le ponga primero”.

La iglesia está llena de niños y muchos de los voluntarios trabajan en una guardería y en el servicio dominical Iglekids. Los niños no pueden entrar a la sala de oración: en la planta baja hay un amplio espacio con paredes blancas y alegres murales de flores y elefantes para ellos. Los padres reciben un número cuando dejan allí a los niños; si ese número aparece en las pantallas del salón de oración, saben que algo anda mal y deben bajar por ellos.

Una de las voluntarias de Iglekids, Eugenia de León, una chica entre los veinte y los treinta de largo pelo rizado, es fisioterapeuta, trabaja en una guardería privada, y se hizo voluntaria de la sección para poner “al servicio de Dios” sus habilidades en la estimulación de la primera infancia. Pedí a Eugenia que calculara cuántas horas a la semana trabaja para la iglesia, y se quedó perpleja. No es así como debo verlo, me dice: todo su tiempo libre es para la iglesia. En la semana, después del trabajo, podrá tener una reunión de grupo o involucrarse en actividades de caridad, pero pasa los domingos en el templo. Su fe “abarca toda la semana.”

Hablo con varios y la respuesta es sólida: todos dan alegremente su tiempo —y dinero— para “la gloria de Dios”. La iglesia evangélica se reúne en Guatemala de esta manera, como una congregación cada vez más grande y auto sostenida. Todos están dispuestos a dejar horas y días a cambio de, digamos, dar sentido a sus vidas, sentir que sirviendo a la iglesia sirven a otras personas. Así se sienten parte de algo mucho más grande. Esa sensación se renueva de manera constante, y masiva. Como describe el fenómeno un experto en mega-iglesias de los Estados Unidos: “Alcanzas cierto tamaño y entonces puedes volverte auto generador. Atraes a la gente por tu tamaño; la gente sabe que estás en la televisión y que éste es ese gran lugar que ven: el tamaño en sí mismo engendra más crecimiento”.

Guatemala es, proporcionalmente, junto a Perú y Brasil, el país más evangélico de América Latina. Honduras —con epicentro en San Pedro Sula— y El Salvador —con San Salvador como foco— pueden presumir de tener las mega-iglesias más grandes por número de seguidores por templo, pero Guatemala tiene la mayor proporción de creyentes per cápita.

No siempre fue así, por supuesto. Si al principio del mundo estuvo el Verbo, lo que impulsó el crecimiento de las iglesias evangélicas en Guatemala, al comienzo, fue el miedo.

Casa de Dios es la tercera mayor iglesia de Guatemala. A los servicios religiosos de los domingos asisten entre 20.000 y 25.000 personas.

Casa de Dios es la tercera mayor iglesia de Guatemala. A los servicios religiosos de los domingos asisten entre 20.000 y 25.000 personas.

¿Sueñan los hippies con corderos conservadores?

El cristianismo evangélico, como se entiende en Centroamérica, fue una invención de los hippies de California. Los evangélicos ya circulaban antes de los años sesenta, pero los ex hippies volvieron popular el credo, agregándole un curioso giro conservador. Un grupo de exalcohólicos fundó la Iglesia de la Palabra en un garaje y empezó a atraer un gran número de hippies que habían dejado las drogas y el sexo bajo cierta idea de purificación. Ahora comían platos de lentejas y granos y construían cúpulas geodésicas de madera para vivir.

Una vez que se abotonó, la Iglesia de la Palabra empezó a enviar misiones para difundir la buena noticia, primero por Estados Unidos y luego al extranjero. Las misiones de los ex hippies se llamaban International Love Lift y fueron las primeras en llegar cuando el terremoto de 1976 tiró abajo los techos de tejas de Guatemala. Los guatemaltecos reconstruyeron sus casas con el dinero de aquellos evangélicos.

La Palabra sostenía que su trabajo humanitario era obra de Dios y lo llamó “evangelismo de desastres”. Suena cínico, pero, ¿acaso no es el pánico, cuando el oyente está más dispuesto a ser salvado, el mejor momento para predicar? Era el acto más amoroso que los evangélicos podían imaginar y Guatemala el lugar perfecto. Más allá del terremoto, el país era un desastre. Más de una década de conflicto armado habían dividido y desgastado su sociedad civil.

Además, Guatemala estaba lleno de indígenas, una obsesión especial de las iglesias evangélicas. Como en la Conquista católica, los no contactados que viven en los márgenes, siguen siendo una prioridad evangélica. Las misiones fueron financiadas en parte por la Fundación para el Apoyo a los Pueblos Indígenas, una organización creada por el gobierno guatemalteco y controlada por el Ejército y misioneros extranjeros y guatemaltecos.

Por aquellos años, un general comenzó a frecuentar las misiones de la Iglesia de La Palabra en Ciudad de Guatemala. Se llamaba Efraín Ríos Montt, fue el mayor converso de los gringos y tomó el poder con un golpe “en nombre de Dios”. Ríos Montt daba largos sermones por televisión cada domingo arengando a los guatemaltecos a que fueran mejores ciudadanos y cristianos.

Es saludable escuchar cuando un asesino te ordena que encuentres a Dios, sobre todo si es el peor dictador de la historia de tu país. Las dictaduras y las guerras acabaron con la vida de 200.000 personas en Guatemala entre 1960 y 1996, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz, y Ríos Montt por sí solo fue culpado de ordenar el asesinato de más de 1.700 personas en menos de dos años. Murió este año bajo arresto domiciliario mientras se le juzgaba por segunda vez por genocidio.

Durante la guerra, Guatemala se convirtió en un país de omnipresencia evangélica. “El conflicto armado contribuyó a que creciera la iglesia evangélica porque el Ejercito arremetió contra los catequistas que se inclinaban por la Teología de la Liberación”, dice el antropólogo guatemalteco Carlos René García Escobar. “Los etiquetaron de comunistas y el Ejército los persiguió. Ante el miedo, la gente se volvió evangélica”.

Ningún cristiano evangélico de Guatemala me lo contó de esta manera. Para ellos la conversión es personal, no política. El alcoholismo, una muerte en la familia, una esposa que se fue. Por lo general, han visto una señal antes de la conversión, diosito estaba allí, abriendo puertas. La iglesia es un refugio, una comunidad. Llevan té caliente y panecillos a quienes duermen en las esquinas de ciudad de Guatemala. Y lo hacen con abnegación. Una religiosa católica me dijo una vez que no podía, de buena fe, oponerse a las conversiones al evangelismo porque eran las esposas quienes arrastraban a sus maridos al templo: allí tendrían una mejor oportunidad para parar de beber y, tal vez, dejarían de golpearlas.

En una sesión de oración en Casa de Dios, Cash Luna mencionó haber perdido miembros de su familia durante el conflicto armado interno. No profundizó pero, fuera o no así, la creación de su iglesia fue en parte una respuesta a la afluencia de evangélicos norteamericanos después del terremoto de 1976. En un punto, los guatemaltecos se cansaron de que los gringos quisieran enseñarles cómo era el mundo. Y del mismo modo que vieron en el evangelismo un argumento efectivo contra la Teología de la Liberación, también descubrieron que querían una iglesia hecha, financiada y dirigida por guatemaltecos.

La primera reunión de la Fraternidad Cristiana de Guatemala se celebró en 1979 en el Hotel Guatemala Fiesta, ahora el Holiday Inn, ubicado en la Zona 10 de la capital. Comenzó con una oración para veinte personas. La visión era lanzar una congregación que rompiese con los patrones tradicionales. Una que dejase en el olvido la mentalidad de que el cristiano debe ser pobre, sin educación ni influencia en la sociedad.

Ahora el auditorio de La Fráter tiene espacio para 12.200 congregados y, como Casa de Dios, fue costeado al contado, sin préstamos bancarios ni dinero del exterior. Oficialmente, la fórmula para construir dos templos fue “la generosidad voluntaria” de los miembros y “una íntegra administración de los recursos económicos”. Todo, por un monto de 15 millones de dólares. Cuando comenzó su iglesia, Cash Luna reprodujo el modelo de La Fráter.

Dios, Wal-Mart y la buena vida

El denominador común de las iglesias evangélicas es un incentivo inmediato muy atractivo en un país pobre: el evangelio de la prosperidad. A Dios no le importa si eres rico, proclaman; de hecho, es señal de que te favorece.

Este tipo de cristianismo evangélico tiene un regusto acre a calvinismo. Si eres pobre, no has sido favorecido por el Señor. Para los calvinistas, la riqueza era signo de salvación. Creían que la salvación podía o no estar predeterminada, pero vivían preguntándose con ansiedad: ¿estoy entre los salvados?

Max Weber escribió que esta ansiedad servía a un propósito práctico: el trabajo sistemático y el esfuerzo para lograr beneficios no son naturales y, antes de la ética protestante, el capitalismo no tenía mucho que ofrecer al trabajador a destajo, la contraparte en el siglo XVII del actual operario de maquila: “La oportunidad de ganar le atrajo menos que la idea de trabajar menos”. El protestantismo ayudó a cambiar esa idea. Por caso, Wal-Mart promueve activamente el cristianismo evangélico entre sus trabajadores centroamericanos, cuenta la historiadora Bethany Moreton en “To Serve God and Wal-Mart”.

Casa de Dios es una iglesia demasiado grande para ser la iglesia de una persona rica de pies a cabeza —no hay suficientes personas ricas en Guatemala para llenar ese enorme auditorio dos veces todos los domingos—, pero en el templo de Cash Luna todos lucen como si la buena fortuna les favoreciera: van allí con su mejor ropa de domingo.

Esa puesta en escena también está ligada al evangelio de la prosperidad. El antropólogo Kevin Lewis O’Neill, que pasó varios años con la congregación de El Shaddai, la otra mega-iglesia de Ciudad de Guatemala, me contó que veía tan bien puestos a todos que se sorprendió cuando lo invitaron a sus hogares para orar en grupo y la escena se repitió. O’Neill fue a casas en barrancos y sitios desolados, y cuando llegaba la gente salía del asentamiento para ir al servicio completamente almidonada y planchada.

A los servicios dominicales de Casa de Dios asisten miles de guatemaltecos vestidos con sus mejores ropas.

A los servicios dominicales de Casa de Dios asisten miles de guatemaltecos vestidos con sus mejores ropas.

O’Neill me advirtió del desacierto de creer que Casa de Dios es una iglesia de la verdadera élite de Guatemala. Guatemala tiene una de las sociedades más desiguales del planeta y sus ricos ven a Cash Luna como un provinciano palurdo y a su culto como una práctica chabacana. “Si el cinco por ciento del país controla o posee el 85 por ciento de la riqueza nacional, es importante señalar que esa pequeña oligarquía no asiste a mega-iglesias”, dice O’Neill. “Las mega-iglesias son lugares aspiracionales, especialmente para la clase media muy pequeña pero emergente de Guatemala y para quienes desesperadamente quieren formar parte de esa clase media”.

O sea, no asistes a la iglesia de tu clase social, sino a la de aquella clase a la que deseas pertenecer. Fuera de eso, en el caos de Guatemala, puede ser placentero estar en un espacio inmaculado, con un aire vagamente corporativo como el de Casa de Dios. Cuando los miembros de la iglesia de Cash Luna entran a un hotel, son empleados que sirven a otros y cuando van a la casa de un millonario son sus sirvientes, pero en el templo de la colina —con su vestíbulo impecable, su show con calidad de megaconcierto pop internacional y su sonriente cuerpo de voluntarios uniformados y serviciales como aeromozas de primera clase— no son extranjeros: al fin algo del lujo les toca a ellos, que nunca tuvieron.

Casa de Dios, la iglesia más ambiciosa de Centroamérica, les pertenece y allí está su pastor para decirles que ser ambiciosos está bien porque Dios quiere que se enriquezcan. Ese pensamiento cambia sociedades. Los evangélicos de Centroamérica no tienen una bancada parlamentaria como en Brasil, ni un partido político que sea explícitamente propio, pero su voto definitivamente ayudó a elegir a Jimmy Morales como presidente de Guatemala.

Desde que los evangélicos se volvieron un grupo de interés, es común que cada nuevo presidente celebre uno de sus primeros grandes discursos en algún templo de la fe. Una de las primeras apariciones públicas del comediante como jefe de la nación fue en La Fráter, por ejemplo. Como Harold Caballeros, Cash Luna también cultiva conexiones políticas y comerciales significativas. Cuando era presidente, Otto Pérez Molina, el predecesor de Morales, fue a la inauguración de la nave espacial de Cash. “Gracias, pastor”, le dijo allí, “por darnos el ejemplo a los guatemaltecos de las cosas que se pueden hacer cuando hay fe”.

Una taza de fe por cinco dólares

En el amplio salón de recepción de Casa de Dios, un grupo de mujeres vestidas con un saco y corbata en marrón y beige da una bienvenida amable a los fieles. En sus escritorios tienen pequeños soportes de metal como los que sostienen mapas en un hotel, con la diferencia de que aquí sujetan sobres celestes decorados con escenas bucólicas.

Los sobres son para el diezmo y llevan dentro una hoja con campos impresos para completar:

Fecha, Nombre y apellidos.
Correo electrónico, Teléfono, Dirección postal, Municipio/Departamento de residencia.

Ofrenda Q. ______
Diezmo Q. _______
Total Q. _________

También hay un espacio de seis líneas para escribir la petición de oración. Y otro para el número del registro fiscal del donante.

En algunas formas de cristianismo el diezmo es metafórico, pero en las iglesias evangélicas se espera que los congregantes entreguen el 10 por ciento de sus salarios. Marly da ese porcentaje y varias personas en el templo me dijeron que hacen lo mismo. No es poco dinero: para algunas familias con ingresos bajos puede representar un tercio del alquiler de una casa.

El diezmo —que significa, literalmente, 10 por ciento— puede hacerse en efectivo, cheque o con tarjeta de crédito. O’Neill dice que la posibilidad de diezmar con tarjetas de crédito en las mega-iglesias puede ser una “actuación de la prosperidad” en lugar de prosperidad en sí: algunos miembros de la congregación diezman con dinero que no tienen. “La gente”, dice O’Neill, “se endeuda por Dios”.

Ofrendas y diezmos son un sistema muy ordenado en Casa de Dios. “Llegas a la oficina y te dan un recibo fiscal”, me dice Marly. “Es deducible de impuestos. Totalmente transparente. El dinero va a nombre de Casa de Dios y no de Cash Luna. Diezmamos a la iglesia, no al pastor”.

Mientras los fieles rascan sus bolsillos por la fe, sus pastores llenan el cofre sin obligación de vaciarlo de vuelta en la sociedad: sin importar la confesión, las iglesias están entre las muy pocas grandes instituciones —en Guatemala, buena parte de América Latina y del mundo— que no pagan impuestos. Tanto el antropólogo O’Neill como Abelardo Medina Bermejo, un economista del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, me dijeron que por esa razón es imposible estimar el beneficio neto de Casa de Dios o, por ampliar, el patrimonio de Cash Luna.

Casa de Dios es una máquina de recolectar dinero por un intangible como la fe, pero también vende productos como cualquier empresa comercial. Iglesias emblemáticas de Europa tienen pequeñas tiendas de postales que pagan el mantenimiento del templo, pero las tiendas de regalos de Casa de Dios se parecen mucho a las de la Iglesia de la Cienciología, que son un mecanismo afinado de venta de merchandising.

La tienda-librería de la iglesia está repleta de CDs de alrededor de 20 dólares (150 quetzales) por pieza para gente que tiene salarios mensuales mínimos de unos 360 (2.640 quetzales). Pululan los libros de autores evangélicos gringos y guatemaltecos. El par de títulos de Cash Luna —“En honor al Espíritu Santo” y “22 días con el Espíritu Santo”— se venden a unos 23 dólares. Pero también hay productos muy cotizados: el DVD Ensancha, que reúne el congreso de Casa de Dios en 2016, roza los 70 dólares; el Recarga Blue para niños, 110; y el Lifebook 2016, con el credo actualizado, se vende a imposibles 215 dólares.

Además de los libros y CD, la tienda multipropósito —que posee una variedad mayor que su versión en línea— vende cualquier producto que pueda llevar el logo de Casa de Dios. Bolígrafos de Cash a dos dólares, llaveros a 3,50 y tazas a casi cinco. Un “aceite santo” envasado en un pequeño frasco de vidrio con tapa de corcho y una flor falsa cuesta 12 dólares y una caja de madera con textiles guatemaltecos incrustados en la tapa, 26. Hay velas aromáticas para la casa ($13), un cordero pastoral relleno ($20), un termo azul ($13) y cuadernos con cubierta de cuerina marrón o roja ($15). Todo tiene logo, excepto los caramelos rojiblancos que se venden en la caja, como en un restaurante chino. Los niños pueden llevarse dos por un quetzal.

Los artículos para la venta parecen el merchandising de un equipo de fútbol, y para el ojo secular (y no tanto) estampar la fe en una camiseta de siete dólares podrá resultar mercantilismo barato, pero para el creyente —en un dios, en un club: dos religiones complejas— el show off reafirma su elección. Sorber el café de tu termo Casa de Dios camino al trabajo te recuerda que estás del lado de Jesús. Y que él está del tuyo.

Mientras, la iglesia adquiere la seguridad de que sus seguidores son tanto fieles como clientes cautivos que regresan al mismo show semana tras semana.

Los domingos, Casa de Dios presenta a un Cash Luna en perfecto estado de forma, vestido con ropa a la medida y posando para las cámaras perfectamente anguladas. Cientos de miles lo ven por televisión, más de 891.000 lo siguen en Twitter y 6 millones en Facebook.

Los domingos, Casa de Dios presenta a un Cash Luna en perfecto estado de forma, vestido con ropa a la medida y posando para las cámaras perfectamente anguladas. Cientos de miles lo ven por televisión, más de 891.000 lo siguen en Twitter y 6 millones en Facebook.

Rock Star

Cuando entré al salón para el servicio del domingo, el ruido era abrumador, del tipo de sonido que sientes, no que escuchas. El lugar estaba casi completo con más de 10.000 almas. La última vez que estuve con tantas personas juntas en Guatemala fue durante las marchas que derribaron al gobierno de Otto Pérez Molina en 2015. Todos estaban de pie, cantando. Las luces parpadeaban y la máquina de humo escupía como locomotora antigua. La autora del ruido era una banda con intención de dar un gran show: trompeta, teclado, trombón, cantantes y una interminable sucesión de patrones luminosos hipnóticos proyectados en las paredes de una sala de oración con asientos de estadio de fútbol europeo. Seis pantallas, dos a cada lado del escenario inmenso, y dos por encima, se proyectaban hacia los asientos más baratos. Aunque oficialmente las butacas no están asignadas, frente a mí se estiraba un área especial demarcada para VIP y nuevos visitantes.

La banda fue, por falta de una palabra mejor, genial. Un chico con un afro y pantalones vaqueros ajustados repleto de cadenas colgantes sacudía la cabeza mientras tocaba la guitarra con la virtuosa velocidad de un músico de heavy metal. Había skinny jeans con las rodillas ingeniosamente rasgadas, leggings de cuero, tops con lentejuelas, todo en colores oscuros. Había maquillaje de buen gusto y pelos de coiffeur para garantizar una buena imagen en primer plano en las pantallas. La cantante del coro bailaba en tacones de punta altísimos, pero de una manera correcta —kosher—, moviendo su pelvis en giros sub-Elvis. Las letras de la banda eran bastante genéricas —la gloria de Dios— e implacablemente repetitivas. El estribillo “Jesús Vencedor” se me quedó atascado durante días.

Pero, aun con miles de personas presentes, la audiencia real no estaba allí sino en la televisión y en las pantallas de las computadoras que podían recibir el show por streaming. Por lo tanto, las cámaras que recorrían el salón balanceándose por encima del público en la punta de un largo brazo, los técnicos vestidos de negro arrastrándose por el escenario con sus cámaras al hombro para conseguir primeros planos gloriosos o la cantante con su mueca de estrella pop eran para las seis pantallas y el mundo más allá.

Algunos devotos se balanceaban sobre sus pies, pero no cantaban. Otros tenían las palmas hacia arriba: recibían a Dios. La mayoría de la gente miraba fijo las pantallas y cantaba todo casi a voz en cuello. Delante mío, una mujer de unos treinta años, vestida sexy con una camisa de malla con lentejuelas, vaqueros y gafas de color beige con diamantes de imitación en las sienes, cantaba, saltaba y agitaba los brazos. Como la cantante, también ella hacía muecas absorbida por su propia actuación de superestrella.

Mientras todavía rugía la banda, pensé que aquel era el mejor concierto de rock al que podía ir en Ciudad de Guatemala sin tener que pagar.

Pero entonces subió Cash Luna al escenario y recordé que nada de aquello era, exactamente, gratis.

Apenas lo distinguió, la multitud recibió al pastor con vítores: era el número principal del show, el solista adorado. La banda se retiró y los técnicos, con una velocidad y precisión increíbles, desplegaron un enorme podio de cristal y colocaron a Cash un sutil micrófono blanco que enrollaron detrás de su oreja. Estaba impecablemente vestido con una chaqueta beige estampada, camisa azul, pantalones negros. Calzaba zapatos de gamuza clara. Su cabello gris brillaba de gel.

Aunque no es alto, el escenario a su servicio, su perfecto estado de forma, la elegancia de la ropa a la medida y las tomas de las cámaras perfectamente anguladas proyectaban a un hombre grandioso. Cash ajustó una y otra vez su ropa y mostró ese tic desconcertante cuando habla —los lados de su boca contrayéndose en espasmos aparentemente involuntarios. Apenas arrancó, calentó a la multitud con algunos chistes livianos de presentador de show familiar de domingo. “¿Por qué no vinieron al servicio temprano? ¡Dios madruga!”.

Las pantallas alrededor del escenario proyectaban imágenes pastoriles de Guatemala mientras Cash hablaba sobre las buenas obras de su iglesia. Río Dulce, Izabal, Xela, San Antonio Sololá. El pastor contó sobre un tratamiento para 91 parejas con problemas de infertilidad y sobre Esperanza para Guatemala, su programa filantrópico, que tiene 14 comedores y ha dado dos millones de raciones de comida durante dos décadas. Las pantallas mostraron videos donde niños pobres jugaban al fútbol en una aldea y luego se alineaban para recibir el almuerzo en un plato de poliestireno. La producción de los videos era de primera categoría, idéntica a los documentales de las iglesias gringas.

Al culminar las grabaciones, comenzó la apelación del pastor, untada con las notas calmantes de un piano. “Vamos a dar con alegría”, dijo Cash. “Puedes pedir un sobre a los servidores”. Diferentes sobres para diezmos de ofrendas y promesas de fe comenzaron a pasar de mano en mano a buen ritmo mientras los porteros voluntarios en chalecos azul cielo se formaban justo debajo del borde del escenario con cestas de mimbre. En las pantallas apareció entonces una imagen de un vale y una pluma estilográfica antigua junto con el mensaje: “Para usar tu tarjeta de crédito, solicita un voucher a los servidores”. La mujer a mi lado quería pagar con tarjeta; tuvo los formularios en la mano casi antes de pedirlos.

Todo el mundo comenzó a sacar sus billeteras de los bolsillos y monederos sin mayor insistencia. Es una imagen que encaja en la palabra increíble: más de 10.000 personas iban a regalar dinero sin que mediase más que el pedido simple —dos frases— de un hombre vestido de color beige. Unos segundos después, como señaló un cambio de música del piano a un pop optimista, concluyó el momento reflexivo y, primero las mujeres y luego los hombres, fueron invitados a dejar caer sus ofrendas en las cestas de mimbre de los voluntarios.

Pronto también acabó el tramo comercial y el pastor quiso contarnos sobre las bendiciones recibidas por el patriarca Abraham cuando cayó en desgracia. “Dios siempre provee”, dijo, e hizo una pausa: “Incluso sin trabajo, eres bendecido”. Cash lanzó la historia para marcar un simple contraste entre Abraham y su hijo Isaac. Isaac era un materialista: buscaba el éxito. Es Abraham quien recibió la bendición de su padre. “No vayan a buscar cosas”, dijo Cash. “Dejen que las cosas los busquen a ustedes”.

Cash Luna quería —quiere— que sepamos que es humilde, aunque esa no sea su cualidad más obvia. Él pasó por dificultades cuando era más joven —procede de un hogar de padres divorciados—, pero contó que decidió ser feliz aunque en aquellos momentos hubiera visto a otras personas tener más. Ser feliz, quedó claro, viene primero. Pero un tiempo más tarde, cuando tuvo éxito, el pastor decidió construir la iglesia con el gran estilo que exhibe su nave espacial en la colina. “Para Dios, siempre lo mejor”, dijo, y de inmediato congratuló a su país por ser “de los primeros lugares del mundo en generosidad”. “¡Un aplauso para Guatemala!”

La historia personal de Cash para ilustrar humildad y anti-materialismo juega a dos puntas. Así, cuenta cómo fue a buscar un nuevo colegio para sus hijos y en uno los niños comparaban sus zapatillas caras. Ante esa visión, decidió que aquella escuela no era para su familia. Su moral: tus hijos no deben ser materialistas, como Isaac. Y sin embargo, Cash vive en una exclusivísima urbanización cerrada de Carretera a El Salvador y siempre muestra al público su éxito.

Cash fue al Liceo Guatemala, la mejor escuela privada del país, alma mater de presidentes y empresarios. Un amigo fue su contemporáneo en el Liceo y me dijo que estaba confundido por la transformación de Cash. En la secundaria, Cash Luna —Carlos Luna— era tímido. Jamás llamaba la atención sobre sí mismo. Cuando presioné a mi amigo para recordar una historia, cualquier cosa sobre el Cash adolescente, no recordaba nada. En absoluto. Carlos Luna era tranquilo, retraído, un vacío total. Ahora, en cambio, Cash Luna dominaba el escenario frente a decenas de miles de personas.

“Repitan después de mí”, pidió aquel domingo: “Soy un bendecido de Dios”.

La multitud repitió al unísono, en un murmullo, casi como un mantra.

Cash entonces lo dijo otra vez: “Soy un bendecido de dios”.

Show me the money

Casa de Dios ha sido una bendición económica para Cash Luna. Los datos financieros de las iglesias evangélicas en Guatemala no son públicos, pero su capacidad de acumular riqueza excede las tiendas de regalos. Casa de Dios es un negocio de membresías basado en fidelizar clientes: el diezmo proporciona el flujo de ingresos fijos; las tiendas con sus CD, tazas y aceites esenciales, el variable.

El modelo de las mega-iglesias ha sido duramente criticado incluso por cristianos evangélicos. Glenn Newman, fundador de Covenant Life Fellowship & Heartland Bible Institute en Texas, usó las escrituras para argumentar contra el cristianismo con fines de lucro. Newman dijo a Christian Post, una agencia cristiana de noticias de Estados Unidos, que en las mega-iglesias el pastor “no pastorea a nadie”. “Lo que la gente hace es ver un espectáculo en el escenario”, dijo. “Cuando no hay servicio, en el detrás de escena el pastor dirige la iglesia como un negocio y sus pastores asistentes son como gerentes de nivel medio”.

Scott Thumma, un destacado experto en mega-iglesias del Hartford Seminary, en Estados Unidos, dijo a CNN que una mega-iglesia promedia ingresos por unos 6,5 millones de dólares al año en su país. Todas las congregaciones existentes amasan juntas un negocio que es, “fácilmente, de varios miles de millones”. Según la Leadership Network, una consultora cristiana diseñada para ayudar a las iglesias a crecer, el salario promedio de un pastor de mega-iglesia de Estados Unidos fue de 147.000 dólares en 2012 —continuó creciendo en años posteriores— frente a los 28.000 dólares registrados por la National Association of Church Business Administration para el responsable de un templo menor. Las mega-iglesias son, generalmente, aquellas que tienen una congregación mayor de 2.000 personas.

Casa de Dios declinó proporcionar cifras de su ingreso anual, su presupuesto o del salario de Cash Luna, pero el dinero lo inunda todo. El pastor no viene de una familia adinerada, pero, dicen, viaja en su propio jet, un Westwind israelí cuyo precio de venta inicial es 595.000 dólares. La voz popular dice que Cash tiene terrenos en varios barrios privados de Guatemala. Usa relojes Rolex y Cartier que valen varios miles de dólares. Una de sus hijas se casó en el exclusivo golf Hacienda Nueva Country Club de San José Pinula, donde el pastor tiene membresía. Cash dijo una vez en un sermón: “El salario que recibes es la justa retribución por tu trabajo”.

Para muchos, Cash Luna es un farsante que se enriquece aprovechado la debilidad emocional de las personas, pero es raro oír hablar mal de él en voz alta. En El Periódico de Guatemala, la periodista Marcela Gereda publicó un artículo titulado “Cash Luna y su abominable negocio de la fe”. Gereda cita a un exseguidor que cuestiona la “avaricia de este sicólogo religioso que sabe manipular los sentimientos de los ingenuos que prestan oído a enviar ofrendas”. Pero, sobre todo, pone énfasis en el testimonio de Ana Sosa, una ex discípula de Cash Luna: “Yo estuve en Casa de Dios dos años, fui oveja, líder (…) pero fallaron. Yo soy prueba de la falsedad de sus palabras. Gracias a Dios me levanté pero nunca más volví a ese lugar donde se le sonríe a la gente por delante, más si tienes un cheque que entregar. No soy la única que ha padecido esto. Conozco parejas que se han divorciado por una mala guía de Casa de Dios. Conozco líderes que abusan de su posición para acostarse con sus ovejas en Casa de Dios. Por favor, señores, no pequemos de ignorantes, Carlos Luna es un gran orador, magníficas charlas de superación empresarial, social y económica. Pero de Amor y Honestidad no sabe nada”.

No hay iglesia sin críticos o apóstatas como tampoco sin creyentes ni cruzados, pero mientras los acusadores no están organizados, los devotos tienen muy claro qué defender de su pastor. Un bloguero guatemalteco, que es miembro de Casa de Dios, respondió en su blog a la periodista Gereda: “Cash Luna sí tiene sus desaciertos; tiene pisto; tiene carros lujosos; tiene reloj caro; usa trajes de tela fina… Cash gana bien, porque es un buen pastor, que dirige la iglesia de mayor crecimiento en Guatemala… Cash Luna sí recibe diezmos… y allá él si no hace buen uso de ese dinero… Él dará cuentas ante Dios por ello, pero eso no es problema mío. Él, Cash, me enseña… me ha hecho conocer al Espíritu Santo de Dios”.

Escribe Cash Luna en su libro: “No existe nada de malo en usar tu fe para prosperar día a día. Esto es creer que Dios te prospera en aquello a lo que te dedicas y en lo que te esfuerzas… Creerle a Dios todos los días en cuanto a la prosperidad es como ir al gimnasio de la fe y ejercitar el músculo de la confianza de que te dará la Victoria en el día de la verdadera pelea”.

Según el antropólogo O’Neill, los feligreses que dan dinero a la iglesia reciben algo a cambio: un sentido de pertenencia y, a veces, servicios muy reales. “El conjunto de las promesas de la iglesia es asombrosamente estatal: salud y riqueza”, me dice. “¿Adónde más van las personas si quieren servicios sociales?” Para O’Neill, el templo también representa una oportunidad como red de negocios para que guatemaltecos de clase media busquen nuevos contactos y trabajos o una promoción. Si lo consiguen, dice, los fieles no lo pondrán de esa manera: “Dirán que Dios abrió la puerta”.

Pastor de escándalos

Los creyentes no quieren oír hablar de los escándalos de sus iglesias. La brasileña Asamblea de Dios, la iglesia evangélica más populosa de América Latina, está dirigida por Edir Macedo, cuya riqueza neta estimada suma 1.100 millones de dólares y fue acusado de fraude, lavado de dinero y desvío de fondos de sus organizaciones benéficas. Un amigo brasileño cuyos familiares pertenecen a la iglesia me dijo que ellos piensan que los escándalos son conspiraciones cocinadas por extraños. La congregación de Macedo sigue creciendo.

Guatemala no es ajena al fenómeno. El puñado de mega-iglesias del país tiende a tener un problema de reputación. La lista incluye desde denuncias por fraude, evasión y elusión fiscal a cuentas en paraísos fiscales de pastores que se hacen millonarios con la fe de los pobres y críticas por sus milagros engañosos.

Un pastor evangélico llamado Julio Aldana, por ejemplo, fue denunciado como el lavador de dinero en jefe de la exvicepresidenta Roxana Baldetti. Pero, aunque cada persona que conocí en Casa de Dios fue tan amable que duele criticarla, es un hecho que los dos pastores con la peor reputación son Cash Luna y Harold Caballeros. Tanto a Cash como Harold Caballeros, el principal de El Shaddai, los acusan de lucrarse con la fe. La crítica proviene de ajenos y exdevotos por igual.

La investigación Panamá Papers reveló que El Shaddai, la iglesia de Caballeros, era el cliente 26636 del bufete Mossack Fonseca, con una cuenta offshore de dos décadas de antigüedad. Panamá Papers permitió a mucha gente comprobar que Caballeros hace dinero a manos llenas y lo guarda receloso. Pero cuando el periódico Plaza Pública publicó esa información, su directora editorial Alejandra Gutiérrez Valdizán recibió mensajes amenazantes después de que Caballeros la criticase en Facebook.

Caballeros dijo a la BBC: “En Guatemala hay una agenda contra las iglesias. Son los que impulsan el aborto, el matrimonio del mismo sexo, la agenda transexual. Como usted sabe, la iglesia evangélica está contra esto. Y entonces nos atacan. Hay 11.000 guatemaltecos con offshore: a mí me escogen por ser pastor”.

Caballeros aún es un pastor reverenciado en Guatemala, y es posible que haya una delicada razón en esa devoción. Su gente cree que los críticos atacan a quien les ha mostrado un camino. Mientras los curas católicos pertenecen a una iglesia rica que estimula el voto de pobreza y censura el lucro avaricioso, los evangélicos levantan la bandera opuesta. ¿Por qué no defender a quien hace exactamente lo que pregona, vivir bien? Y sobre todo, ¿por qué hacer caso a quienes no piensan como ellos?

Esa misma mirada indulgente se posa sobre Cash Luna. Casa de Dios estuvo involucrada marginalmente en los escándalos de corrupción de la administración que precedió a Morales, cuando el Congreso investigó la donación de una bandera monumental para la iglesia. La bandera, que costó unos 56.000 dólares, fue regalada por la exvicepresidenta Baldetti y habría sido pagada con fondos oficiales. Cash Luna tuvo que comparecer ante la Fiscalía Especial Contra la impunidad sobre cómo y bajo qué circunstancias solicitó el regalo a Baldetti. ¿Sufrió su congregación? Más bien, es más grande que nunca.

¿Tiene fondos?

Aquel domingo, antes de salir de la iglesia de la colina, visité una vez más la tienda de regalos y libros. Compré un pequeño talonario de cheques que tiene en la cubierta una oveja apoyada contra un árbol que sostiene su vientre mientras ríe. La chequera tiene 30 cheques.

Está emitida, dice en la portada, por el “Banco del Reino de Dios”. Los cheques se hacen por la suma de «Prosperidad (…yo deseo que tú seas próspero en todas las cosas, y que tengas salud así como prospera tu alma. 3 Juan 1:2)». No hay espacio para llenar una cantidad en efectivo. El cheque tiene un código de enrutamiento ABA y un número de banco en la ubicación habitual, abajo a la izquierda.

Pero los cheques no son válidos. Tal vez sea porque son firmados por alguien sin respaldo financiero:

Páguese a la orden de: _______. FIRMA: Jesucristo.

*Este texto es parte de una serie de crónicas y ensayos sobre el poder económico en Centroamérica, coordinada y editada para El Faro por el periodista y escritor Diego Fonseca.

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /2. David Harvey

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /2. David Harvey
9 maggio 2013
di Daniele Balicco e Pietro Bianchi

Molto diversa rispetto a quella di Jameson – che resta, nella solo apparente bulimia teorica, un marxista occidentale standard – l’impostazione teorica di David Harvey. A dire il vero, il suo percorso intellettuale è così particolare da poter essere considerato quasi un unicum all’interno delle vicende del marxismo internazionale di fine secolo. Non soltanto perché il suo ambito disciplinare – la geografia – lo colloca in una posizione strutturalmente eterodossa rispetto alla tradizione marxista, ma anche per il relativo isolamento che caratterizzerà buona parte della sua vita intellettuale, fino all’indubbio successo degli ultimi anni.

Harvey compie la sua formazione all’Università di Cambridge; le sue prime ricerche di geografia storica riguardano la coltivazione del luppolo nel Kent del XIX Secolo. Anche il suo primo lavoro importante, Explanation in Geography8, pubblicato nel 1969, è relativamente tradizionale. Tuttavia già in questi primi anni di apprendistato si nota un bisogno positivista di dare respiro sistematico ad un disciplina, come la geografia, ancora chiusa in quello che Harvey definisce «eccezionalismo», ovvero la tendenza a concepire i propri oggetti di studio come una sequenza di casi particolari sprovvisti di una qualsivoglia legge universale9.

La svolta, allo stesso tempo politica e accademica, avviene nel 1970 con il trasferimento negli Stati Uniti, alla Johns Hopkins University di Baltimora. Qui Harvey inizia a lavorare in un dipartimento interdisciplinare che amplia i suoi punti di riferimento teorici ben oltre i confini della geografia; incontra un milieu teorico già orientato verso tematiche radicali, il movimento contro la guerra del Vietnam e una città che può essere considerata un laboratorio di sviluppo urbano contemporaneo per le vertiginose ineguaglianze sociali che produce.

Il suo lavoro del 1973, Social Justice and the City10, rappresenta il suo definitivo incontro con il marxismo. Tuttavia è solo a partire dalla seconda metà degli anni Settanta, con The Limits to Capital11, il suo lavoro teorico più ambizioso e più sistematico, che la sua originale impostazione teorica raggiunge piena maturità.

Harvey ci lavora per quasi un decennio, trascorrendo anche un anno di studi a Parigi (esperienza alla base di un successivo studio – che è probabilmente il suo capolavoro saggistico – sulla trasformazione urbanistica, sociale e politica della Parigi di Hausmann12). Alla pubblicazione del libro, che avverrà solo nel 1982, le reazioni furono tuttavia abbastanza fredde. Il lavoro venne sostanzialmente ignorato, perfino nel dibattito economico marxista (unica eccezione, la recensione negativa di Michael Lebowitz sulla Monthly Review).

Harvey scontava senz’altro la poca familiarità che molti studiosi marxisti avevano con la disciplina geografica. Tuttavia, non è difficile riconoscere che la lenta penetrazione delle tesi di Harvey nel dibattito teorico internazionale derivi soprattutto dalla novità del suo approccio. Oggi, a distanza di oltre tre decenni dalla pubblicazione, The Limits to Capital è universalmente riconosciuto come il punto di riferimento imprescindibile di quanto, nella teoria internazionale, cade sotto il nome di «materialismo storico-geografico».

Harvey costruisce la propria argomentazione attraverso un confronto serrato con i tre volumi del Capitale, riducendo al minimo i riferimenti alla letteratura secondaria. La caratterista principale di quest’opera è infatti quella di essere un appassionato close reading del testo marxiano. Del resto, i suoi seminari universitari di lettura del Capitale, che vanno avanti ininterrottamente dal 1971 (e che hanno avuto negli ultimi anni, grazie alla pubblicazione su web – www.davidharvey.org – un successo planetario) oltre a provare il suo indubbio talento divulgativo, mostrano molto bene il suo metodo di lavoro.
L’idea di fondo di The Limits to Capital è relativamente semplice: analizzare il processo di accumulazione capitalistico attraverso la lente della sua articolazione spaziale. Diversamente da Jameson, Harvey astrae «da un certo tipo di complessità (la complessità empirica della vita di ogni giorno), in modo da rendere visibile un’altra complessità, la complessità dei processi sottostanti che appaiono nella forme»13.
Seguendo Marx, Harvey legge il rapporto di capitale come un rapporto strutturalmente fondato su una contraddizione: il processo di accumulazione, infatti, è per un verso caratterizzato da spiccati tratti di omogeneizzazione (l’universalità del valore divenuto denaro), ma per un altro tende ad esprimersi sempre in forme particolari differenti.
Alla coppia concettuale astratto/concreto, che Marx mutua da Hegel, si sovrappone così la coppia omogeneo/differente. Secondo Harvey, la mobilità e rapidità della ristrutturazione dei processi di accumulazione intrattiene sempre un rapporto dialettico con la dimensione concreta dello spazio.
Da un lato infatti, la dimensione spaziale permette e fluidifica i processi di accumulazione in un certo luogo, ma dall’altro lato può esserne un ostacolo nel momento in cui, ad esempio, la rigidità del capitale fisso impedisce la rapidità di un processo di ristrutturazione.
In Harvey dunque, lo spazio non è un’alterità inerte e immutabile che si oppone dall’esterno al processo di accumulazione; semmai è un soggetto in continua trasformazione (o meglio, il risultato di un rapporto sociale antagonistico) nel quale si sono sedimentati i cicli precedenti e le crisi che l’hanno attraversato. È qui che vediamo l’ambiguità della parola limit, essendo contemporaneamente un ostacolo che frena il processo di accumulazione e insieme il limite del modo di produzione capitalistico che deve essere superato ad ogni ciclo.
Per Harvey la circolazione di capitale è caratterizzata da una fondamentale e ineliminabile instabilità: da un lato perché si producano dei profitti è necessario impiegare lavoro vivo nel processo produttivo; dall’altro, l’innovazione tecnologica tende ad espellere sempre di più lavoro vivo – l’unica fonte del valore – dalla produzione.
Il lavoro vivo, pur necessario, tende paradossalmente ad essere sostituito dall’innovazione tecnologica nella produzione. Il risultato è quella forma di irrazionalità capitalistica che emerge nitidamente nei periodi di crisi, dove coesistono enormi capacità produttive inutilizzate e disoccupazione di massa.
In questi casi, i surplus sia di capitale fisso che di forza-lavoro, che non riescono a essere assorbiti, inducono un processo di svalutazione (sotto forma o di merci invendute o di capacità produttive sottoutilizzate o di disoccupazione). A rigor di logica sarebbe possibile avere, a seconda dei rapporti di forza o a causa di squilibri nella composizione, solo surplus di capitale fisso o solo di forza-lavoro.
Tuttavia, Harvey è interessato soprattutto a quei momenti storici nei quali il capitale incontra una crisi strutturale, dove vi è un surplus che non riesce a essere assorbito in entrambi i poli della relazione. Questa contraddizione fondamentale che non può essere risolta una volta per tutta, può tuttavia generare dei temporanei processi di ristrutturazione che si muoveranno lungo due direttrici: o temporali o spaziali.
Nelle direttrici temporali, attraverso la creazione di capitale fittizio, viene dilazionato nel tempo l’impatto con lo squilibrio fondamentale nella produzione (processi di finanziarizzazione). Ma è sulle direttrici spaziali che Harvey concentra la sua attenzione, contribuendo ad uno sviluppo innovativo delle teorie marxiane della crisi. La domanda fondamentale di The Limits to Capital sarà dunque: in che modo il capitale riesce a evitare momentaneamente la propria svalutazione tramite una ristrutturazione spaziale?
Secondo Harvey, è indubbio che Marx abbia privilegiato la dimensione temporale su quella spaziale: «il fine ultimo e l’obiettivo di chi è impegnato nella circolazione del capitale deve essere, dopotutto, controllare il surplus di tempo di lavoro e convertirlo in profitto all’interno del tempo di rotazione socialmente necessario»14.
Tuttavia, se si osservano le dinamiche geografiche dello sviluppo capitalistico, è altresì indubbio che storicamente il capitale esprima una continua tensione verso il superamento delle barriere spaziali o, più precisamente, verso l’annientamento dello spazio mediante il tempo. E tuttavia questa compressione spazio/temporale può essere raggiunta soltanto tramite una continua riconfigurazione spaziale. Si giunge così al paradosso di un’organizzazione dello spazio finalizzata, capitalisticamente, al superamento dello spazio stesso. Harvey definisce spatial fix il modo attraverso cui lo spazio organizza il superamento del proprio stesso limite.
Nonostante questi diversi significati di fix possano apparire contraddittori [ndr: “fissare” “inchiodare” e “aggiustare” “risolvere un problema”], sono tutti internamente legati all’idea che qualcosa (una questione, un problema) possa essere corretta e messa al sicuro. Nella mia concezione del termine, questa contraddizione può essere usata per far vedere qualcosa di importante delle dinamiche geografiche del capitalismo e delle sue tendenze alla crisi.
In particolare mi sono occupato del problema della “fissità” (nel senso di essere posto al sicuro) opposta al movimento e alla mobilità del capitale. Ho notato, per esempio, che il capitalismo ha bisogno di fissare uno spazio (in strutture immobili di trasporto e reti di comunicazioni, così come nella costruzione di fabbriche, strade, case, acquedotti, e altre infrastrutture fisiche) per superare lo spazio (raggiungere la libertà di movimento attraverso i bassi costi di trasporto e comunicazione).
Questo porta a una delle contraddizioni centrali del capitale: deve costruire uno spazio fisso (fixed) necessario per il proprio funzionamento a un certo punto della sua storia soltanto perché poi in un periodo successivo possa distruggerlo (e svalutare di molto il capitale là investito) per fare spazio per un nuovo spatial fix (e aprire nuove possibilità di accumulazione in altri luoghi e territori)15.
Dall’esportazione di capitali o di forza-lavoro attraverso l’inclusione di nuovi territori nel modo di produzione capitalistico (imperialismo) allo sviluppo di nuove tecnologie che accorciano tempi di spostamento di merci o capitali; dal governo territoriale sulla forza-lavoro (differenziali geografici nel mercato del lavoro) al mercato fondiario e così via, compito di una teoria marxiana dello spazio è quello di descrivere la modalità attraverso cui le contraddizioni fondamentali di un processo di accumulazione si esprimono e si attestano temporaneamente in un dato equilibrio spaziale.
A partire da The Condition of Postmodernity16 fino ai saggi pubblicati in questi ultimi anni (The New imperialism17; A Brief History of Neoliberalism18; The Enigma of Capital19), Harvey applicherà le categorie elaborate in Limits to Capital all’attuale fase di accumulazione e alla sua crisi.
In particolare, con il concetto di «accumulazione per espropriazione» (accumulation by dispossession) Harvey identifica la strategia con cui la classe dominante attuale sta cercando di ri-configurare un nuovo spazio adeguato alla ripresa dell’accumulazione.
Esproprio e privatizzazione di beni comuni, erosione di quel che resta del welfare universalistico, attacco alle conquiste sindacali di mezzo secolo, sono tutte azioni politiche solo apparentemente diversificate, ma che in realtà hanno come scopo comune l’appropriazione di una serie di “spazi” non del tutto messi a valore perché ancora parzialmente governati da una logica pubblica.
Con [accumulazione per espropriazione] intendo la continuazione e proliferazione di pratiche di accumulazione che Marx ha descritto come ‘primitive’ o ‘originarie’ durante l’ascesa del capitalismo. Queste includono la mercificazione e la privatizzazione della terra e l’espulsione forzata di popolazioni di contadini […]; la conversione di varie forme di proprietà intellettuale (comune, collettiva, statale, etc.) in diritti di proprietà privata esclusiva […]; la soppressione dei diritti ai beni comuni; la mercificazione della forza lavoro e la soppressione di forme alternative (indigene) di produzione e consumo; processi coloniali, neocoloniali, imperiali di appropriazione di risorse (comprese le risorse naturali); monetizzazione dello scambio e tassazione, in particolare della terra; la tratta di schiavi (che continua in particolare nell’industria del sesso); usura, il debito nazionale e, la più devastante di tutte, l’uso del sistema creditizio come mezzo radicale di accumulazione per espropriazione.20
Secondo Harvey, dunque, non si può separare il processo di finanziarizzazione, generato dalla crisi strutturale degli anni Settanta, dall’impressionante compressione spazio-temporale che l’ha accompagnato: nel mondo che abitiamo il tempo di accumulazione del capitale (e la conseguente ristrutturazione spaziale) si è infatti accelerato in questi ultimi quarant’anni in modo vertiginoso, creando squilibri e instabiltà che difficilmente potranno assestarsi in un nuovo spatial fix capace di armonizzarli, seppur transitoriamente, senza passare attraverso un lungo periodo di caos e di distruzioni massicce di capitale; e, naturalmente, di vita.
Note
8D. Harvey, Explanation in Geography, Edward Arnold, London 1969.
9 P.Anderson – D.Harvey, Reinventing Geography in New Left Review, IV, 2000, pp. 75-97.
10D. Harvey, Social Justice and the City, John Hopkins University Press, Baltimore 1973.
11Id, Limits to Capital, Blackwell, Oxford 1982.
12Id, Paris. Capital of Modernity, Routledge, London – New York 2003.
13 Ibidem.
14D. Harvey, The geopolitics of capitalism, in D. Gregory e J. Urry (a cura di), Social Relations and Spatial Structures, Macmillan, Londra 1985, pp. 128 – 163, (trad. it. di M. Dal Lago, La geopolitica del capitalismo, in G. Vertova (a cura di), Lo spazio del capitale. cit., p. 121).
15 D. Harvey, Globalization and the ‘Spatial Fix’ in «Geographische Revue», n. 2, 2001, p. 24 (traduzione di Pietro Bianchi).
16Id, The Condition of Postmodernity: an Enquiry into the Origins of Cultural Change, Blackwell, 1989, Oxford (UK) – Cambridge (Mass.) (tr.it La crisi della modernità, Il Saggiatore, Milano 1992)
17Id, The New Imperialism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2003 (tr.it La guerra perpetua, Il Saggiatore, Milano 2004)
18Id, A Brief History of the Neoliberalism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2005 (tr.it Breve storia del neoliberismo, Il Saggiatore, Milano 2005)
19Id., The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism, New York, Oxford University Press 2010 (tr.it L’Enigma del Capitale, Feltrinelli, Milano 2011.
20Id, A Brief History of Neoliberalism cit., p.159.

Bibliografia
D.Harvey, Limits to Capital, Blackwell, Oxford 1982.
Id, Condition of postmodernity. An Enquiry into the origins of Cultural Change, Blackwell, Oxford – Cambridge (Mass.) 1989 (tr.it La crisi della modernità, Il Saggiatore, Milano 1991).
Id, Paris. Capital of Modernity, Routledge, London – New York 2003.
Id, A Brief History of the Neoliberalism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2005 (tr.it Breve storia del neoliberismo, Il Saggiatore, Milano 2005).
Id, The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism, New York, Oxford University Press 2010 (tr.it L’Enigma del Capitale, Feltrinelli, Milano 2011.
David Harvey. A Critical Reader, (edited by) N.Castree – D. Gregory, Blackwell, Malden – Oxford 2006
Lo spazio del capitale, (a cura di) G. Vertova, Editori Riuniti, Roma 2009. [Immagine: Edward Burtynsky, Manufacturing in China (gm)].

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /1. Fredric Jameson

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /1. Fredric Jameson
3 maggio 2013/ di Daniele Balicco e Pietro Bianchi

Nel secondo dopoguerra, il marxismo ha occupato un ruolo importante nel campo della cultura politica europea, soprattutto in Italia, Germania e Francia. Ma è solo a partire dagli anni Sessanta che la sua influenza travalica gli argini tradizionali della sua trasmissione (partiti comunisti e socialisti; sindacati e dissidenze intellettuali) per radicarsi come stile di pensiero egemonico nell’inedita politicizzazione di massa del decennio ’68/’77.

Tutto cambia però, e molto rapidamente, con la fine degli anni Settanta: una serie di cause concomitanti (cito in ordine sparso: la sconfitta politica del lavoro, l’esasperazione dei conflitti sociali, l’uso della forza militare dello Stato conto i movimenti, una profonda ristrutturazione economica, la rivoluzione cibernetica, il nuovo dominio della finanza anglo-americana) modifica non solo l’orizzonte politico comune, ma, in profondità, le forme elementari della vita quotidiana.

In pochi anni, tutta una serie di nodi teorici (giustizia sociale, conflitto di classe, redistribuzione di ricchezza, industria culturale, egemonia etc…) escono di fatto dal dominio del pensabile; e in questa mutazione occidentale il marxismo, come forma plausibile dell’agire politico di massa, semplicemente scompare.

Sopravviverà contro se stesso come teoria pura, protetta in alcune riviste internazionali prestigiose (New Left Review; Monthly Review; Le Monde Diplomatique), in un eccentrico quotidiano italiano (Il Manifesto) e in alcuni i fortilizi accademici minoritari, per lo più americani (come per esempio Duke, CUNY e New School).

La maggior parte degli studi pubblicati in questo nuovo contesto sradicato e internazionale non riesce, come è ovvio, a superare il confine minoritario nel quale è imprigionato. E tuttavia esistono alcune eccezioni, come, per esempio, Postmodernism (1982-1991) di Jameson, Limits to Capital (1982) di Harvey, The Long Twentieth-Century (1994) di Arrighi.

Pochi altri testi – forse soltanto Empire (2000) di Hardt e Negri, escluso da questo saggio anche perché la sua tesi di fondo, già a distanza di pochi anni, veniva smentita non dalla teoria, ma dalla storia – sono riusciti infatti ad attraversare il deserto politico di questi decenni conquistandosi, magari retrospettivamente, il ruolo di bussola teorica di questo nostro tempo disorientato.
Prima di avvicinare questi lavori importanti, fondamentali per decifrare il capitalismo contemporaneo, sola una precisione: di questi tre autori – tutti e tre firme prestigiose della New Left Review – solo Jameson è americano; Harvey è britannico ed Arrighi italiano. Tuttavia, l’associazione non è impropria perché medesimo è il contesto nel quale hanno lavorato e pubblicato la gran parte dei loro studi.
Postmodernismo
Non è stato Fredric Jameson ad inventare il termine «postmodernismo»; e neppure Jean François Lyotard, sebbene lo scelga come aggettivo per il titolo del suo pionieristico saggio pubblicato alla fine degli anni Settanta2.
Tuttavia, è solo con il lavoro teorico di Jameson che la parola «postmoderno» diventa termine guida del dibattito teorico contemporaneo fino ad assumere la dignità di concetto storico periodizzante. Dopo la pubblicazione sulla «New Left Review» nel 1984 di Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism diventerà comune, infatti, pensare come postmoderna l’età contemporanea, qualificandola, con questo aggettivo, come «età della fine del processo di modernizzazione».3
La discussione teorica, che lo scritto ha inaugurato, sul significato di questa trasformazione profonda della vita quotidiana nelle società occidentali, ha occupato il centro della teoria critica internazionale per almeno vent’anni. Non stupisce che Postmodernism sia stato subito tradotto in moltissime lingue, fra cui, già alla metà degli anni Ottanta, il cinese mandarino.
Professore di letterature comparate alla Duke University in North Carolina, Fredric Jameson può, senza problemi, essere considerato come l’importatore negli Stati Uniti del marxismo critico europeo. Allievo di Auerbach e di Marcuse, Jameson ha infatti incarnato, con tutti i pregi e i difetti del caso, e forse fuori tempo massimo, una figura un tempo tradizionale per la cultura europea, ma sicuramente eccentrica per quella americana: il critico letterario di formazione marxista.
Con la differenza, però, che l’innesto di questa tradizione politica in un contesto asettico come quello dei campus americani – universi per lo più avulsi dal mondo reale ed estranei a qualsivoglia movimento sociale, organizzazione politica o sindacale – si è spesso trasformato in un esausto esercizio accademico. Anche nei saggi più riusciti di Jameson, come L’inconscio politico4 o lo stesso Postmodernismo, probabilmente i suoi due veri capolavori, è difficile non percepire il contesto da cui si originano.
Tanto la forma confusa e debordante dell’argomentazione quanto l’accumulo bulimico di eterogenei materiali d’analisi potrebbero senza difficoltà essere letti come una freudiana formazione di compromesso. O forse, molto più probabilmente, come la stanca trascrizione crittografica di un sismografo che segnala ad estranei la presenza di un terremoto avvenuto altrove.
La prima stesura di Postmodernism risale ad un famoso intervento pubblico di Jameson tenutosi al Whitney Museum di New York nell’autunno del 1982. Il titolo anticipa già la sostanza dell’argomentazione: Postmodernism and Consumer Society. La rielaborazione sarà pubblicata in una prima versione nel 19835, e in una seconda, più estesa e parzialmente differente, l’anno successivo, con il titolo, negli anni divenuto celebre, di Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism.
Tutti i lavori successivi approfondiscono spunti od intuizioni già presenti in questo primo saggio, davvero straordinario per condensazione di temi e proposte. Nel 1991 Jameson ha pubblicato in volume – ed è un libro ponderoso, di oltre 400 pagine – i suoi lavori più importanti sul tema, incluso, naturalmente, quel primo saggio apparso sulla «New Left Review» che ora dà il titolo e apre l’intera raccolta. Ed è questo il libro canonico per chiunque voglia iniziare ad occuparsi della “questione postmoderna”. Vediamo rapidamente come è costruito.
Il volume è diviso in due parti: la prima comprende nove capitoli e sono per lo più saggi già apparsi in rivista, e qui ripubblicati con aggiunte, modifiche, riletture, sistemazioni. La seconda, invece, è inedita e ha la forma di una laboriosa nota a margine, di un commento laterale alla prima sezione orientato verso alcune possibili linee di approfondimento.
Non a caso, molti dei saggi pubblicati negli anni successivi – da Geopolitical Aesthetic: Cinema and Space in the World System (1992) fino al più recente Archaeology of the Future: the Desire Called Utopia and Other Science Fictions (2005) – saranno effettivamente la sistemazione compiuta di quelle proposte originarie.
Nell’introduzione al volume Jameson descrive i quattro temi fondamentali della sua ricerca, così come si è sviluppata dal saggio originario del 1984: il problema dell’interpretazione dell’estetico, l’utopia come categoria necessaria del pensiero politico, le tracce della sopravvivenza del moderno, la “nostalgia” come ritorno del represso storico.
Le mosse teoriche di Jameson sono sostanzialmente due. La prima: il postmoderno è l’età storica del compimento del processo di modernizzazione («Il Postmoderno è quello che si ha quando il processo di modernizzazione è terminato e la natura è sparita per sempre»6). Jameson è subito molto chiaro: il suo studio ha un intento periodizzante, non vuole proporre un nuovo paradigma epistemologico, come Lyotard (La condition postmoderne); né descrivere un nuovo stile architettonico, come Jencks (The Language of Post-modern Architecture, Rizzoli, New York 1977); né tantomeno articolare un nuovo progetto filosofico, come Habermas (Modernity – an Incomplete Project, in Aa.Vv., The Anti-Aestetic, cit., pp. 3-15).
Il postmoderno, per Jameson, è, molto più semplicemente, una categoria storica. Descrive un’epoca caratterizzata, come chiaramente indica il prefisso “post”, dall’esaurimento del movimento moderno, dall’estenuarsi del suo processo di trasformazione sociale, economica e culturale.
Il ragionamento che guida la sua periodizzazione si origina, ed è profondamente suggestionato, dalla lettura di Late Capitalism (Humanities Press, London 1975) di Ernest Mandel. Seguendo l’interpretazione dell’economista trotzkista tedesco, Jameson è persuaso che ci siano tre fondamentali discontinuità nello sviluppo tecnologico moderno a cui corrispondono, in modo più o meno coerente, tre diverse fasi dello sviluppo economico, sociale, estetico.
La prima, situabile a partire dalla seconda metà del Settecento in Inghilterra, ma operativa lungo tutto l’Ottocento nel resto d’Europa, riguarda l’invenzione dei motori a vapore. A questo primo salto tecnologico corrisponde un’intensa stagione di trasformazioni sociali, politiche ed economiche: sono questi gli anni della prima rivoluzione industriale e della rivoluzione politica americana e francese.
Ma le trasformazioni naturalmente agiscono in profondità, trasformano il pensiero: è questa, infatti, l’età che pone, per la prima volta, il problema filosofico dell’emancipazione e della libertà individuale in un sistema post-cetuale, non comunitario; ma è anche l’età della catastrofe del sistema dei generi, se nel giro di pochi anni l’intero corpus letterario tradizionale si sfalda e il centro del campo estetico viene conquistato da due forme sostanzialmente nuove: la lirica moderna e il novel. Questa, nella periodizzazione di Jameson, ed è una lettura che corrobora le antiche intuizioni di Lukács, è “l’età del realismo”, l’età, fra gli altri, di Scott e di Balzac, di Hegel, di Beethoven e di Smith.
Dalla seconda metà dell’Ottocento diventa visibile, perché determinante, un nuovo poderoso salto tecnologico: l’invenzione dei motori elettrici, dei motori a scoppio, quindi lo sviluppo dell’industria chimica. Sono questi gli anni dell’invenzione del telegrafo e delle ferrovie. Successivamente, delle automobili, del telefono, della radio e degli aereoplani. Ognuna di queste invenzioni trasforma radicalmente l’uso e la percezione dello spazio e del tempo.
Del resto, questo mondo progressivamente rimpicciolito è anche un mondo progressivamente conosciuto, conquistato, controllato e spartito: il 1881 è la data del congresso di Berlino. Poi verranno le guerre mondiali. Secondo Jameson, è solo a questo punto dello sviluppo del capitale che diventa avvertibile e tragico il contrasto fra il nuovo universo sociale e percettivo costruito e plasmato dalle macchine e tutto ciò che, pur coabitandovi, tuttavia riesce ancora a preservarsi, rimanendone al di fuori, segno antropomorfico millenario in un universo sempre più accelerato e non-umano.
Di questa precisa contraddizione il modernismo è la soluzione simbolica. Che potenzi la forma come resistenza aristocratica ad un presente minaccioso (come, per esempio, in Flaubert, Proust o Mahler) o che viceversa esalti la modernità tecnologica attraverso strategie di luddismo estetico (e si pensi anche solo a Rimbaud, Marinetti, a Duchamp o a Beckett), quello che è comune alle due strategie è la percezione di essere in bilico fra due mondi, di percepirli, nel bene e nel male, ancora come differenti e antagonisti: Freud e Nietzsche, Einstein e Svevo, Keynes e Schönberg, Lenin e Le Corbusier, Ford e Ejzenstejn.
Non è un caso, secondo Jameson, che proprio in questi anni diventino centrali due concetti estetici: il concetto di “stile” e il concetto di “genio”. Entrambi esprimono la possibilità della totalizzazione del differenziato anticipata nella forma – ed è compensazione simbolica di un’oggettiva dépossession du monde, che nessuna esperienza personale potrà ormai più colmare – oppure pretesa, rischiata, combattuta nella politica – ed è la storia tragica, quanto meno negli esiti, del movimento operaio e delle rivoluzioni comuniste mondiali. Il modernismo esprime la sostanza di questa tumultuosa età di lotta fra forze oppositive, tanto nella possibilità di un nuovo equilibrio fra mondo umano e sistema delle macchine; quanto, viceversa, nella possibilità oggettiva del suo annientamento: Auschwitz e Hiroshima.
Il terzo salto tecnologico è spinto dall’invenzione dei motori nucleari e dalla cibernetica, a partite dagli anni Quaranta del secolo scorso negli Stati Uniti; più o meno dall’inizio degli anni Sessanta nell’Europa occidentale. Quello che è fondamentale capire di questa nuova trasformazione è, secondo Jameson, l’inedita capacità meccanica di plasmare le forme elementari della percezione umana, di invadere, in poche parole, il dominio dell’estetica.
Quindi, di elaborare, produrre ed esprimere cultura. Le nuove macchine, infatti, non producono oggetti, ma ri-producono il mondo. Sono depositi sconfinati e non-umani di linguaggio e di memoria. Della presenza, per quanto residuale, di un universo ancora pre-moderno cancellano la percezione, le tracce; e soprattutto la possibilità del ricordo. Si pensi anche solo a come sono stati trasformati la Natura e l’Inconscio, elementi ancora simbolicamente caricati e percepiti nelle età precedenti come irriducibili al processo di modernizzazione.
Secondo Jameson se lo sviluppo dell’industria culturale colonizza il secondo, invadendo l’immaginazione, manipolando il desiderio, estetizzando le pulsioni, l’industrializzazione dell’agricoltura, l’impiego della chimica e delle biotecnologie genetiche per il suo sviluppo intensivo, trasforma definitivamente la prima, il suo uso, il suo controllo, la sua conoscenza.
Di questo nuovo universo percettivo non antropomorfico il postmodernismo è la traduzione simbolica: dall’architettura di Las Vegas agli aeroporti internazionali, dalla pop art di Andy Warhol alla musica elettronica, dal movimento punk a quello new age. E, soprattutto, la video art che, insieme a design e architettura, occupa il centro del sistema estetico postmoderno. Per quanto il nuovo universo percettivo escluda a priori la possibilità dello stile, essendo l’età nella quale le macchine hanno conquistato il dominio dell’espressività, si possono ricordare almeno gli autori sui quali Jameson concentrerà il suo implacabile sguardo diagnostico: fra gli altri, David Lynch, Claude Simon, Frank Gehry, Robert Gober.
Come si vede, il ragionamento alla base di questa periodizzazione, tanto affascinante quanto discutibile, è di natura economico/tecnologica. Nella lettura di Jameson le trasformazioni tecnologiche sono sintomi, vettori periodizzanti di mutazioni molto più vaste. Il suo sguardo acrobatico si sofferma però solo sul loro impatto sociale e sensorio: marxianamente, è uno sguardo che non supera mai la soglia della sfera della circolazione.
Lontanissima da quest’analisi l’idea che i salti tecnologici siano anche momenti di conflitto interni alla storia dell’uso capitalistico della scienza. E che quest’ultima, incorporata nello sviluppo delle macchine, produca un’innovazione per lo più comandata contro il lavoro vivo e quasi sempre trasformata in un’arma nella competizione infra-capitalistica. Jameson preferisce adottare lo sguardo neutro e scettico dell’osservatore partecipante; scelta decisamente eccentrica, per un intellettuale che si autodefinisca marxista.
La sua periodizzazione infatti descrive solo la storia della progressiva espansione del dominio delle macchine su tutte le dimensioni dell’esistenza umana fino a conquistare, nel postmoderno, le forme elementari della percezione. Quello che rivela, infatti, l’analisi dell’estetica contemporanea, non è altro che il formarsi di una nuova e precisa antropologia: «il postmoderno deve essere visto come la produzione di persone postmoderne capaci di adattarsi ad un preciso e peculiare mondo socioeconomico»7.
Ed è questa la tesi che sostanzia il secondo movimento di fondo della sua impostazione. L’analisi dell’eterogeneo universo estetico postmoderno, dal celebre confronto fra Van Gogh e Andy Warhol sulla trasformazione e sul declino dello stile espressivo, all’analisi della “nostalgia” come forma estetica dell’impossibilità della narrazione storica in Ragtime di Doctorow o nel film Body Heat di Kasdan, fino all’interpretazione dell’organizzazione dello spazio del Westin Bonaventura Hotel di Portman in Downtown Los Angeles, serve a Jameson come verifica della tendenza.
Il suo è uno sguardo diagnostico, l’uso dell’estetico è sempre sintomatologico. Per questa ragione l’analisi non è interessata ad esprimere giudizi di valore, ma al reperimento delle tracce, al riconoscimento degli indizi significativi. All’altezza di questo primo saggio, Jameson li raggruppa sotto tre costanti, correlate e interdipendenti: il declino della soggettività espressiva, l’implosione del tempo, l’equivalenza dello spazio. Sono tre lati di uno stesso triangolo: la forma generica della nuova antropologia plasmata dal sistema delle macchine.
1L’articolo è stato pensato e discusso da entrambi gli autori; in particolare, Daniele Balicco ha curato l’introduzione e i capitoli su Jameson e su Arrighi; Pietro Bianchi è autore del capitolo su David Harvey.
2 F.Lyotard, La condition postmoderne: rapport sur le savoir, Minuit, Paris 1979; tr. it. La condizione postmoderna, Feltrinelli, Milano 1981
3 I due scritti fondamentali di Jameson sul postmodernismo sono: F. Jameson, Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press, Durham, 1991 (tr.it Postmodernismo ovvero la logica culturale del tardo capitalismo, Fazi, Roma 2007); Id, The Cultural Turn. Selected Writing on the Postmodern 1983-1998, Verso, London-New York 1998.
4 Id, Political Unconscious. Narrative as a Socially Simbolic Act, Cornell University Press, Ithaca 1981 (tr.it. L’inconscio politico. La narrativa come atto socialmente simbolico, Garzanti, Milano 1990).
5 F. Jameson, Postmodernism and Consumer Society, in Aa. Vv., The Anti-Aestetic. Essay on Postmodern Culture, a cura di H. Foster, Bay Press, Port Townsend 1983, pp. 111-125.
6 Id, Postmodernism, cit, p. IX.
7 Ibidem, p.XV.

Bibliografia

F.Jameson, Marxism and Form. Twentieth-Century Dialectical Theories of Literature, Princeton University Press, NJ 1971 (tr.it Marxismo e forma, Liguori, Napoli 1975).
Id, Political Unconscious. Narrative as a Socially Simbolic Act, Cornell University Press, Ithaca 1981 (tr.it. L’inconscio politico. La narrativa come atto socialmente simbolico, Garzanti, Milano 1990).
Id, Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press, Durham, 1991 (tr.it Postmodernismo ovvero la logica culturale del tardo capitalismo, Fazi, Roma 2007).
Id, Archaeologies of the Future. The Desire Called Utopia and Other Science Fictions, Verso, London 2005 (tr.it Il desiderio chiamato utopia, Feltrinelli, Milano 2007)
I.Buchanan, Fredric Jameson: live theory, Continuum, London-New York 2006.
M.Gatto, Marxismo culturale, Quodlibet, Macerata 2011.

El tigre nicaragüense y las emociones del contrapoder

El tigre nicaraguense y las emociones del contrapoder. José Luis Rocha. 23 de abril 2018.

Cuentan que el 31 de mayo de 1911, cuando el dictador mexicano Porfirio Díaz estaba a punto de abordar en Veracruz el barco que lo llevaría a su exilio en París después de haber perpetrado su último fraude –el único fallido en sus más de tres décadas de gobierno- contra el Partido Antirreeleccionista liderado por Francisco Madero, emitió una de las frases más proféticas de las muchas harto memorables que se le atribuyen: “Madero ha soltado al tigre, vamos a ver si puede controlarlo.” El tigre es el pueblo, pero no cualquier “pueblo”: es el pueblo de las revueltas, asonadas y turbulencias, capaz de excesos y acciones imposibles de vaticinar como la Primavera árabe, la caída del muro de Berlín, el derrocamiento del Sha de Irán en cuestión de horas, las masivas deserciones del ejército del Zar que precedieron a la revolución de octubre, etc. No hubo sibila ni analista social capaz de otear los síntomas previos de estos levantamientos en un horizonte que hasta la víspera lucía despejado. Por eso la historiadora Theda Skocpol sostiene que las revoluciones no se producen, simplemente ocurren.

El tigre parecía reposar en prolongado letargo. Algunos hablaban de la fatiga de la guerra. De la apatía política de las nuevas generaciones de jóvenes. Otros de la decadencia y cooptación de los movimientos sociales. En todo caso, es un hecho que los nicaragüenses resistimos la subida del IVA al 15% y otras reformas fiscales impopulares, no menos de cuatro fraudes electorales, un pacto de villanos entre los dos partidos políticos más fuertes, la inconstitucional reelección consecutiva, la persecución de las ONGs y el desmantelamiento de la independencia de los poderes del Estado sin serias conmociones, aunque no sin protestas y propuestas. Los cuatro gobiernos de la posguerra, de muy diverso cuño cada uno, tuvieron un denominador común: ante el turismo y la inversión extranjera vendieron a Nicaragua como un remanso de paz, en marcado contraste con el triángulo norte de Centroamérica. Hasta que alguien o algo soltó al tigre en Nicaragua. O el tigre saltó porque le tocaron los huevos. ¿Cómo se los tocaron?

Todo empezó con las protestas que suscitó el negligente manejo por las entidades estatales del incendio en la reserva Indio-Maíz, que afectó a más de cinco mil hectáreas de bosque. El incendio forestal empezó a propagarse como incendio político a todo el país cuando jóvenes universitarios se manifestaron, protestaron y fueron vilipendiados por el jefe de la bancada sandinista en la Asamblea Nacional Edwin Castro, profesor de derecho constitucional de la Universidad Centroamericana (UCA) en Managua. A los insultos del diputado, los estudiantes respondieron irrumpiendo en su clase del jueves 12 de abril y, al grito de consignas y a horcajadas sobre una ventana a modo de exótico podio, dieron lectura a un comunicado. La grabación de este acto circuló en las redes sociales. Algo se había roto. ¿Qué cosa? Un tabú. Edwin Castro fue el primer funcionario del régimen en recibir un repudio explícito en un ámbito que seguramente considerada como un coto vedado a sus adversarios. Ocurrió lo impensable e impracticable. Y su reporte audiovisual se diseminó como semillas de ceibo.

Seis días después, con los rescoldos aún humeantes del encontronazo con Castro, vino la aprobación sin consenso de las reformas a la seguridad social: 5% de reducción de las pensiones y un aumento de las cotizaciones desde el 6.25% al 7% para el trabajador y desde el 19% al 22.5% para el empleador. Ese fue el inicio inmediato que rebalsó un acumulado de dos quinquenios y pico: el destape de las millonarias mansiones que en Costa Rica y en España compró el Presidente del Consejo Supremo Electoral Roberto Rivas, más de cuatro fraudes electorales, la represión a las ONGs, el control de los fondos de la cooperación externa, el monopolio de la publicidad estatal por empresas de los hijos de Ortega-Murillo, las concesiones a las empresas mineras, el monopolio de las empresas que prestan servicios de salud a la seguridad social, los oligopolios del mercado de medicamentos y similares, y un larguísimo etcétera que llenaría tratados y enciclopedias.

El tigre saltó con rabia a las calles. Los movimientos y cambios sociales los hacen los tigres, es decir, las masas viscerales. Los reclamos de un cambio se hacen con las vísceras por la sencilla razón de que los poderosos se resisten a que le arrebaten la tajada del león mediante el diálogo y palabras persuasivas. En su libro “Redes de indignación y esperanza”, el sociólogo Manuel Castells, que ha acompañado y estudiado por décadas a diversos movimientos sociales –desde el mayo del 68 en París hasta el de los indignados en España-, destaca el papel de las emociones en la política. Si el poder busca cohibir el cambio amedrentando a la población, el contrapoder logra sus objetivos cuando el tigre vence el miedo y se llena de ira y esperanza.

El episodio con Edwin Castro fue un punto de inflexión de pérdida del miedo y del hervor de la ira. La ira puede ser canalizada porque encontró un punto de convergencia: el FSLN, que en estos momentos es identificado con todas las formas de expolio: el asalto a la caja de la seguridad social, las mafias madereras y la deforestación, el extractivismo e incluso el narcotráfico, entre otros males acuciantes. Como sucedió cuando Somoza, el somocismo era un sistema ligado a dinámicas supranacionales del capitalismo que escapaban a su control y lo trascendían. En ese sentido, no era responsable exclusivo de todos los males. Pero como era un sistema bien incardinado en esas dinámicas y tenía un hombre fuerte que lo encarnaba –Anastasio Somoza-, la rabia pudo encontrar un objetivo concreto, un lenguaje pintoresco y ser canalizada.

El FSLN es el nudo fontal de los expolios. No es su causante exclusivo y no dudo que la mayoría de ellos existiría incluso en ausencia del FSLN, como ocurre en el resto del istmo, donde los expolios son ejecutados por partidos políticos que ni en raíces ni en retórica guardan afinidad con el FSLN, si exceptuamos –hasta cierto punto- al FMLN. Pero en las últimas dos décadas –incluso antes de asumir el poder-, el FSLN les ha insuflado aliento, dado forma y provisto de manos y cabezas. Y además de esto, ha aportado su particular versión de los medios para perpetuar el sistema, no enteramente original si levantamos un poco la vista de este tiempo y lugar: gamberros que contienen a la oposición a morterazos, compra de clientela política con cargos, láminas de zinc y sacos de frijoles, proclamación de un estado confesional, autoidentificación como socialistas y una cosmética kitsch que abigarra con colorines las bancas en la calle, las pancartas y los memos oficiales.

En las calles de Managua, impregnada hasta el hartazgo por esa cosmética como una forma de apropiación política del espacio, la rabia se ha enfocado primordialmente sobre los “chayopalos”, antes llamados “arbolatas”, los árboles metálicos gigantescos y de colores que Rosario Murillo ha sembrado en la capital. Son los símbolos del régimen. Sobre ellos se ensaña la odiosa pero recurrente economía jurídica del ojo por ojo. En desquite por la negligencia con la que el gobierno enfrentó el incendio en la reserva Indio-Maíz, los manifestantes empezaron a deforestar Managua, podando y quemando sin misericordia los “chayopalos” con que la Vicepresidente ha ido construyendo la que la vox populi ha bautizado como reserva Chayo-Maíz.

El incendio político se ha extendido a decenas de ciudades y numerosos puntos de la capital. El asedio al que los manifestantes han sido sometidos por policías, fuerzas antimotines y miembros de la Juventud Sandinista ha cobrado más de 20 muertos comprobados hasta el domingo 22 de abril, con un sobresaliente desbalance en perjuicio de las fuerzas de la oposición. Hay también más de 40 desaparecidos y decenas de detenidos. La dispersión de energías y la falta de organicidad de quienes protestan no permiten vaticinar el derrotero de esta lucha. Intentando desmarcarse de la propuesta del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), que se conforma con una marcha atrás en las reformas en seguridad social, un grupo de estudiantes universitarios dieron a conocer un pliego de peticiones donde reclaman una mesa de diálogo amplia que no se reduzca al COSEP, anular la reforma, investigación de los asesinatos, destitución inmediata de todos los alcaldes, otros funcionarios públicos y jefes de la policía que protegieron a los vándalos en contra de los estudiantes, restablecimiento de la libertad de expresión y la señal de los medios censurados, libertad de los encarcelados por manifestarse, independencia de los poderes del Estado, investigación del enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos y devolución de lo robado, renuncia inmediata de Daniel Ortega y todo su gabinete, y convocar a elecciones libres. En caso de no quedar satisfecho, el tigre seguirá al ataque o al acecho.

¿Refundar o superar al PT?

¿Refundar o superar al PT?

El Partido de los Trabajadores debe realizar una autocrítica a la luz de los últimos resultados electorales. La izquierda precisa reconstruir su hegemonía.
Por Esther Solano
Octubre 2016

¿Refundar o superar al PT?

Los procesos de impeachment resultan traumáticos porque implican una fuerte ruptura en la estabilidad democrática e institucional. En Brasil, este trauma tuvo una dosis aún mayor de dramatismo porque expresó el colapso del sistema representativo en formato de presidencialismo de coalición y, a la vez, el ocaso del Partido de los Trabajadores (PT), cuyo proyecto representaba la hegemonía del campo progresista hasta hace algunos años.

La primera cuestión es de orden sistémico. Urge realizar una reforma política de gran envergadura que acabe con algunas de las aberraciones que invaden cotidianamente la política brasileña. La fiscalización eficaz de las «donaciones» ilegales en campañas electorales, la disminución del número de partidos con representatividad en las cámaras para facilitar la gobernabilidad y el fin de las coligaciones entre partidos para no desvirtuar el sistema de representación constituyen aspectos muy sensibles y sin los cuales el sistema político brasileño continuará en crisis. El problema es que estas reformas de gran calado precisan un mínimo consenso social y una situación de calma política para que se dé un debate serio y cauteloso. Esto es justamente lo contrario a lo que sucede hoy en el país.

Brasil se está acostumbrando a vivir en un estado de catarsis continua y de permanentes interrupciones en su escaso sosiego social. En este estado neurótico en el que la política de «adversarios» ha sido reemplazada por la de «enemigos» y en el que se está rompiendo el diálogo, no existe espacio alguno para la discusión programática. El debate sobre el país que queremos, sobre el modelo de sociedad y sobre las reformas necesarias para conseguirlo, carece de un contexto político propicio.

El gobierno de Michel Temer será incapaz de devolver la normalidad al país. Su fragilidad se deriva de dos aspectos fundamentales. Por un lado, la falta de confianza de la población1 hacia su liderazgo. Por otro, la heterogeneidad y la inconsistencia de sus aliados y sus bases de apoyo. Temer ni siquiera lidera realmente su propia organización –el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB)– que, más que un partido, parece la aglomeración de un conjunto de caciques regionales con muchas divergencias. A esto se suman las primeras elecciones presidenciales de 2018 en las que algunos de los aliados circunstanciales de Temer, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), se convertirán en enemigos. El tiempo de las puñaladas se acerca. Los mercados esperan ansiosamente reformas de cuño liberal: recortes, ajuste fiscal, disminución de gastos públicos, reforma laboral y cambios en el sistema jubilatorio. A menos de dos años de la próxima elección, ¿votará el Congreso a favor de estas reformas impopulares?

¿Y qué sucede con la izquierda? Durante mucho tiempo, las opciones progresistas en Brasil orbitaron en torno del PT. Tanto los sindicatos como los movimientos sociales fueron absorbidos por el poder petista y perdieron así gran parte de su autonomía. Sin embargo, el PT se institucionalizó, llegó al poder y para mantenerse en él tuvo que vender su alma de partido renovador de izquierda que venía de las bases y que respondía a ellas. En definitiva, se alejó del pueblo, se alejó de la izquierda y se transformó en un partido que no consigue representar las demandas de las mujeres, de los negros, de los indígenas y de los habitantes de la periferia. A esto se suman los enormes efectos políticos de la operación Lava Jato, uno de los cuales es un importante sentimiento que identifica al PT con prácticas corruptas.

El ejemplo más contundente de la decadencia petista es el dramático resultado de las elecciones municipales celebradas el pasado 2 de octubre. El PT perdió 59,4% de las alcaldías en todo el país. En San Pablo, donde Fernando Haddad, el candidato petista, disputaba la reelección, no fue ni siquiera necesario una segunda vuelta electoral. João Dória, del PSDB, ganó con 53,3% de los votos. La derrota de Haddad es grave, ya que representaba una posibilidad de renovación dentro del partido y era uno de los pocos dirigentes con cierta proyección. Los beneficiarios de esta debacle son el PSDB –que ganó 15,3% de los municipios– y una gran gama de partidos pequeños con poca capacidad programática y que a menudo representan proyectos personalistas de poder. El próximo congreso del PT, que se celebrará dentro de poco, evaluará el resultado de las elecciones. Las decisiones que deberán tomarse tendrán que partir de una severa autocrítica. La operación Lava Jato, claramente selectiva y partidaria, acabó golpeando duramente al PT, pero si este queda anclado en el discurso del victimismo y la persecución política sin hacer una profunda reflexión, el declive continuará.

Nos enfrentamos, por tanto, a dos desafíos. El primero es reconfigurar y refundar el PT para que vuelva a acercarse a sus bases y a su programa original. Desgraciadamente, la dirección del partido está lejos de demostrar que considera importante esta renovación. Continúan las viejas alianzas, continúan las maniobras que lo llevaron a esta decadencia y lo alejaron de la izquierda. Si el PT no realiza la esperada reforma interna, deberemos comenzar a reconstruir la izquierda por fuera de la hegemonía petista, cimentada tal vez en un pospetismo que permita pensar en nuevas formas de hacer política y que articule nuevas agendas para volver a acercar la política a los ciudadanos. El actor más relevante en este proceso es el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que se ubica como la izquierda del PT y que, a pesar de ciertas posturas reprobables, es una de las organizaciones que habilitan el resurgimiento del debate sobre el progresismo. Lamentablemente, aún no encontró una fórmula de crecimiento electoral que le permita tener posibilidades de disputar la Presidencia o aumentar el número de diputados.

Toda crisis es un momento de oportunidad. El campo progresista en Brasil está catatónico pero, una vez superado el trauma colectivo del impeachment, deberá pensar en formas de organización para la lucha por derechos, tanto en el campo institucional como en las calles. Habrá quien afirme que un clima de apatía política se apoderó de los brasileños. Lo cierto es que cada vez más personas se muestran desinteresadas por la política institucional, pero no es menos cierto que existen nuevas e interesantes dinámicas de jóvenes en lucha. Las escuelas de estudiantes secundarios que fueron ocupadas durante meses como respuesta al proyecto de reorganización escolar del gobierno de San Pablo son el mejor ejemplo. El desafío es colocar en diálogo a la izquierda más institucional con estas nuevas formas de movilización.

Si la izquierda está pasando momentos de debilidad, los discursos conservadores y punitivos están ganando un espacio muy representativo tanto en el Parlamento como en las calles. En una investigación que llevé a cabo junto con el profesor Pablo Ortellado durante las manifestaciones en favor del impeachment, pude percibir el componente clasista y racista de las protestas. La inclusión social a través del consumo de millones de brasileños durante el periodo petista creó en Brasil un clima de tensión de clases y de discursos de odio que está muy presente en las rutinas políticas y sociales. 70,9% de los manifestantes afirmaba que las becas universitarias fomentan el racismo; 60,4%, que el programa de redistribución de renta Bolsa Família «financia a perezosos»; 86,40%, que la mejor manera de conseguir una sociedad en paz es aumentar las penas a los criminales y 70,40% afirmaba creer en el discurso de la meritocracia2. Con una izquierda frágil, el conservadurismo fundamentalista, punitivo y retrógrado gana más espacio. Propuestas de ley como la de flexibilización en la portación de armas, la reducción de la mayoría de edad penal o proyectos como el polémico «Escuela Sin Partido», que prohíbe las manifestaciones políticas de profesores y alumnos dentro de los colegios, avanzan rápidamente.

Si el gobierno de Temer no naufraga antes, enfrentaremos un 2018 muy complicado. No sabemos si Luiz Inácio Lula da Silva llegará a las elecciones o si su candidatura se verá comprometida por el Lava Jato. Si llega, los datos apuntan a que estaría en primer lugar en intención de voto3, dada la ausencia de un rival con su capital político en los partidos de oposición. Pero 2018 todavía está lejos y nos enfrentamos a un reto más inminente: ¿cómo reconstruir el campo de la izquierda? ¿Cómo absorber la riqueza de las movilizaciones populares que se suceden en las ciudades brasileñas e incorporarlas al debate institucional? En definitiva, una pregunta flota en el aire: ¿hay que refundar o hay que superar al PT?

1.

http://g1.globo.com/politica/noticia/2016/07/aprovacao-do-governo-temer-e-de-13-diz-pesquisa-ibope.html Las últimas encuestas nacionales de opinión muestran que sólo 13% de los brasileños aprueba el gobierno Temer
2.

Datos completos de la investigación llevada a cabo en las manifestaciones favorables y contrarias al impeachment https://gpopai.usp.br/pesquisa/
3.

http://datafolha.folha.uol.com.br/eleicoes/2016/07/1792816-com-rejeicao-menor-lula-lidera-corrida-eleitoral-por-presidencia-em-2018.shtml

Lula-PT… o el drama de un entrampamiento político–moral

Lula-PT… o el drama de un entrampamiento político–moral
Por: Narciso Isa Conde | Viernes, 13/04/2018 09:53 AM | Versión para imprimir

“Después de trabajar junto a los movimientos populares para construir una nueva propuesta, un pequeño número de dirigentes mete el pie y el alma en la corrupción, comprometiendo todo el proyecto. (Frei Betto*, REBELIÓN 2005)”

El liderazgo de Ignacio –Lula- Da Silva surgió de las entrañas combativas de la clase obrera brasileña, del sindicalismo clasista y de las heroicas luchas contra la feroz dictadura militar que ensangrentó ese hermano país en la décadas de los 60 y 70.

Con el aliento de su fuerza carismática se conformó entonces el Partido de los Trabajadores-PT, que devino en factor gobernante luego de su incursión en la vida legal-electoral y de recorrer un proceso de crecimiento y avances significativos al interior del Estado y del sistema político liberal establecido en la etapa post-dictadura.

METAMORFOSIS DEL PT Y DE LULA.

De expresión del movimiento obrero y fuerza articulada a un gran abanico de movimientos sociales en lucha (sin tierra, sin techo, comunitarios, feministas, negritud, cristianos de la liberación…) el PT se transformó en otra cosa, conservando en sus bases importantes factores de su acumulado original.

De confluencia de una gran diversidad de corrientes políticas socialistas revolucionarias, transformadoras, reformadoras y reformistas, el PT paso a paso condicionado por la integración al sistema de una gran parte de sus funcionarios electos y no electos, de sus profesionales políticos e intelectuales conformó en su interior un enorme aparato burocrático y tecnocrático hegemónico distanciado de las luchas sociales y de su ideario original, presente de todas maneras en sus bases sociales de apoyo.

Así, paso a paso – y no sin agudas contradicciones y luchas internas que perduran- en su dinámica político-social- la dirección hedemónica del PT fue resignando todo propósito destinado a remplazar, e incluso a reformar profundamente, el poder constituido; tanto en lo relacionado con sus bases constitucionales y con el carácter de sus instituciones como con las estructuras de propiedad, el dominio de clase, las instituciones armadas y las esencias de la formación económica-social brasileña caracterizada por una elevada concentración del capital con vocación imperialista.

Finalmente, esa dirección del PT incluido Lula optó por administrar el Estado y las estructuras económicas y sociales tal y como estaban conformadas o con limitadas modificaciones, ya fuera en sus periodos de bonanzas y estabilidad como en fases de crisis como la que le tocó administrar a Dilma Rousset.

Todo esto, claro está, acompañado de una fuerte y positiva inclinación a favor de mejorar y ampliar los alcances y la distribución del ingreso nacional, aprovechando los mejores episodios de su economía y los momentos más favorables en su inserción en el mercado mundial. Igual también presentes ciertas concesiones a los reclamos de los movimientos sociales afines, algunos con más independencias que otros

PACTOS DETERMINANTES.

El Presidente Lula pactó de entrada con la gran burguesía paulista.

Pactó con una parte de los partidos del orden establecido, compitiendo a la vez con sus principales adversarios; esto en interés de garantizar la gobernabilidad sistémica sin mayores expectativas.

Aceptó de hecho, si aplicar medidas que pudieran revertirlas, las contrarreformas estructurales de los programas neoliberales anteriores a su gestión; limitándose a contener y contrarrestar una parte de sus efectos más perversos con su audaz programa HAMBRE CERO, reducido luego a un mega-programa asistencialista con espectaculares resultados en lo inmediato, pero con frágiles perspectivas de consolidación y permanencia.

Asumió como política propia la expansión del imperialismo emergente brasileño dentro de una dinámica de competencia y entendimientos parciales con EEUU, sin resignar la soberanía de Brasil ni su propia vocación transnacional, especialmente de cara a nuestro continente; aunque dentro de ese juego ambivalente incurrió en el error histórico de acompañar al PETAGONO en la intervención militar a Haití.

Lula, en lugar de reflexionar sobre las consecuencias negativas y comprometedoras de esa opción, y en vez de emplear su liderazgo obrero-popular para frenar ese curso negativo de su gestión (auspiciado por una parte de la intelectualidad del PT), la alentó y decidió liderarla; evidentemente deslumbrado por las entonces imperantes condiciones de mercado (muy favorables para Brasil y sus exportaciones) y por las posibilidades pasajeras de potenciar sus programas sociales asistencialistas aun evadiendo los necesarios cambios estructurales.

Tal decisión y tales condiciones le permitieron convertir el PROGRAMA HAMBRE CERO inicialmente concebido para transformar el modo de vida, de ingreso y producción de los/as excluidos/as en puro asistencialismo con efectos temporales o pasajeros y perspectivas de declinación.

Ese paso provocó la renuncia en diciembre del 2004 de Frei Betto, hasta entonces director de ese programa; evidentemente disgustado por esa determinación oficial y por las primeras señales de corrupción gubernamental en la alta dirección petista.

UN GIRO HACIA LA POLÍTICA TRADICIONAL Y ASOCIACIÓN CON GRANDES CONSORCIOS.

En ese contexto y al compás de la consolidación y ampliación de las exigencias del voluminoso aparato parlamentario, estadual, municipal y partidocrático del PT el Presidente Lula y la alta dirección del su partido se inclinaron por un ejercicio político cada vez mas impregnado de métodos propios de las derechas (clientelismo, reparto de cuotas de poder, alianzas al margen de una ética revolucionaria…) y por una mayor dependencia del financiamiento empresarial (estatal y privado), sin renunciar en ese contexto a ciertas concesiones a su base social originaria posibles de instrumentar presupuestariamente.

Así las cosas, la poderosa empresa petrolera estatal PETROBRAS –favorecida entonces por los altos precios del petróleo- se convirtió en un pilar de esa dinámica política y junto al Banco de Desarrollo Económico y Social-BANDES (fundado por Lula) y las grandes corporaciones transnacionales constructoras (entre ellas ODEBRECHT, AMDRADE GUTIERREZ y VOA SAO PAULO), constituyeron de hecho –siempre en relación con el Presidente Lula, dirigentes del PT, partidos aliados y altos funcionarios públicos- una gigantesca maquinaria de fondos clientelares, sobornos, sobrevaluaciones, financiamientos políticos, privilegios y tráfico de influencia que trascendió las fronteras de Brasil.

A la lógica pro-constructoras obedecieron las costosas inversiones en las olimpiadas y en el mundial de futbol en detrimento de la inversión social, sobretodo en educación y salud; motivo de grandes protestas sociales.

A ese juego endiablado y peligroso fueron incorporadas además las empresas publicitarias y de marketing político de JOAO SANTANA y su esposa MÓNICA MAURO, con la misión de jugar un papel relevante en la promoción de candidaturas, creación de imagen, financiamientos y asesorías de campaña a nivel nacional e internacional.

DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LAS OPERACIONES.

Al tratarse de corporaciones transnacionales brasileñas en abierta competencia con las estadounidenses y europeas, las operaciones no podían limitarse al territorio de Brasil, sino que los diferentes componentes de esa maquinaria multi-empresarial y estatal (unos más, otros menos) optaron por jugar ese papel en ultramar a partir de las facilidades que les ofrecían las relaciones políticas y estales del PT y su Gobierno; haciendo uso, claro está, de sus fondos para sobornar, financiar y obtener enormes ventajas en los países seleccionados.

En esos planes de expansión jugó un papel destacado la asesoría electoral y publicitaria de la familia SANTANA-MAURO.

No voy a adentrarme aquí en todos los casos latino-caribeños relacionados con la corruptela de ODEBRECHT, ANDRADE, VOA Y EMBRAER; situación oportuna y pérfidamente aprovechada por su competencia norteamericana a todos los niveles: político, económico, judicial, moral…Pese encarnar prácticas iguales y aun peores, debidamente protegidas, encubiertas o silenciadas por la dictadura mediática y el poder militar “made in usa”. Si no que se indague casos como los de Earon, Hally Burton, Grupo Trump, Barry Gold, General Electric…

Pero sí entiendo imprescindible darle unas pinceladas al caso dominicano en relación con ese fenómeno escandaloso y escandalizado. Esto para que se entienda, que pese a todo lo que significó positivamente Lula para el campo de las fuerzas populares y de izquierda en este país, aquí no es posible, sin pecar de encubrimiento, ignorar el daño político, moral y económico derivado de las relaciones privilegiadas del PT y LULA con la cúpula del PLD y los gobiernos corruptos y corruptores de LEONEL FERNÁNDEZ y DANILO MEDINA.

Tampoco es posible alterar la convicción que tienen amplios y diversos sectores de la República Dominicana acerca de las responsabilidades específicas e injustificables de Lula y la cúpula del PT en el impacto moralmente degradante tanto del caso ODEBRECHT como de la EMBRAER-SUPERTUCANOS, y en lo relacionado con la expansión de la corrupción política, empresarial y militar en nuestro país; lo que en el caso de Lula evidentemente no se relaciona con el enriquecimiento personal, sino más bien con una corrupción sistémica empleada en términos políticos.

Los sentimos por Lula, que pese ha haber sido –y seguir siendo en buena medida- el principal líder político de Brasil, se dejó entrampar en esa madeja de delitos políticos y empresariales interestatales, previa degradación de la original política revolucionaria y de izquierda del PT. Pero los hechos son los hechos:

LOS HECHOS EN DOMINICANA.

La cúpula del PT de Brasil optó -sobre todo al iniciarse el segundo periodo (2008) del gobierno del Partido de la Liberación Dominicana-PLD- por una relación política preferencial con la alta dirección de ese partido, que previamente se había neo-liberalizado y corrompido en alianza con el Partido Reformista Social-Cristiano liderado por Balaguer; relación que abrió paso a una fuerte, duradera y rentable CONEXIÓN del corrompido y corruptor cártel brasileño en REPUBLICA DOMINICANA.

Esta CONEXIÓN DOMINICANA, débilmente iniciada durante el gobierno de Hipólito Mejía, se desplegó durante los ocho años siguientes de la presidencia de Leonel Fernández (incluyó el contrato-estafa para la adquisición de los aviones Super-Tucanos con la EMBRAER brasileña, una parte de los 15 contratos sobrevaluados en favor ODEBRECH y los sobornos correspondientes), enlazó con la candidatura presidencial de Danilo Medina en el 2011 y continuó reforzándose durante su primer gobierno y su actual gestión, en la que se registra la súper-estafa del contrato de las plantas de carbón de Punta Catalina.

LULA, desde la presidencia de Brasil hizo de intermediario y cuando salió de ella se dispuso a hacer de “lobista político”, sin reparar en la consecuencias.

LEONEL fue el primer socio político y el principal beneficiario económico en dominicana hasta el 2012, con logros significativos iniciales para ODEBRECH y para otras empresas dominicanas y brasileñas, destacándose obras como el ACUEDUCTO DEL NORDESTE y la compra sobrevaluada e innecesaria de los SUPER-TUCANOS.

El descarte de LEONEL como referente presidencial dominicano se produjo entre el 2011 y 2012, a consecuencia de su descrédito y de su desgaste político, y ante el riesgo brasileño de perder la conexión estatal en República Dominicana si perdía el PLD..

En esa variación de la preferencia del PT gravitó la valoración mercadológica de JOAO SANTANA a favor de DANILO, quien inmediatamente visitó BRASIL, ganó el favor de los líderes del PT, estableció los primeros vínculos con su futuro asesor Joao Santana, apuntaló las relaciones con LULA, DILMA y Ejecutivos de ODEBRECH; desplazando de esa manera a LEONEL como socio político del CARTEL BRASILEÑO.

Ese paso fue consumado a raíz de la visita de Danilo Medina a Brasil y de sus entrevistas con Lula Y Dilma Roussef en el 2011, ya en su condición de candidato presidencial del PLD.

Desde ese momento se abrió el proceso hacia una fuerte implantación de JOAO SANTANA y POLIS/CARIBE (sucursal de POLIS-PROPAGANDA establecida discretamente en la calle Helios de Bella Vistas en Santo Domingo) hasta el extremo de sentar su sede el Palacio Nacional y convertir esa oficina en la Oficina Regional de los sobornos y financiamientos electorales de ODEBRECHT.

Asegurado el triunfo espurio de Danilo Medina, Lula visitó nuestro país y se entrevistó con el “presidente electo” a principio del 2013, acompañado de ALEJANDRINO ALENCAR, ejecutivo de ODEBRECH.

ODEBRECH ha admitido que invitó y financió a LULA a viajar para ayudar en diversos eventos a la expansión de las empresas brasileñas.

Tres meses después de la visita de LULA a República Dominicana se anunció la LICITACIÒN de las PLANTAS A CARBON de PUNTA CATALINA y en septiembre de ese año se aprobó el financiamiento de 656 millones de dólares a cargo del BANCO estatal de Brasil (BANDES).

Poco después se le asignó el contrato a la empresa brasileña y la STANLEY CONSULTAN en noviembre de ese mismo año declaró que solo la ODEBRECH clasificaba para esos fines, pese a representar un costo de casi mil millones de dólares más que lo ofrecido por su principal competidora.

Testimonios ofrecidos a la justicia brasileña dan cuenta además de los financiamientos de Odebrech a las campañas electorales de Danilo Medina- Margarita Cedeño en el 2012 y el 2016; algo impensable sin la mediación de Luis Ignacio – Lula- Da Silva.

Por demás, Temístocles Montás, ministro acusado de recibir soborno y financiamiento electoral, admitió uno de esos financiamientos.

¿Simple coincidencias o graves evidencias de culpabilidad compartida en la esfera de la corrupción como recurso de competencia política, no necesariamente empleado en todos los casos como factor de enriquecimiento personal?

Esas realidades son las que determinan, que a pesar de los meritos históricos y de la saña discriminatoria auspiciada por EEUU y las derechas brasileñas en contra de Lula y el PT, ese proceso judicial tenga cierto asidero en la manera como se ha manejado la cúpula del PT frente a la corrupción sistémica y su uso politiquero. Esos entrampamientos casi siempre resultan muy costoso políticamente.

Il tumulto dei Ciompi

Il tumulto dei Ciompi
by Italia.Medievale • 12 dicembre 2006 • Commenti disabilitati su Il tumulto dei Ciompi

di Ornella Mariani.

La stagione medievale compresa fra il 1289 ed il 1381 fu impegnata da una serie di rivendicazioni: un filo rosso segnò tutta l’Europa, legando le rivolte urbane della Fiandra alla ribellione rurale della Jacquerie francese di Jacques Bonhomme; l’insurrezione inglese di Tyler e Ball alla lotta dei Ciompi, non di rado saldando esigenze sociali ad interessi religiosi, come evidenzia la scheda di sintesi degli eventi:

1289: tumulto dei Follatori a Bologna;
1296/1306: tensioni nelle Fiandre di Douai;
1311/ 1313: ondata di scioperi in vari centri inglesi;
1320: protesta dei Pastorelli francesi;
1323/ 1328: sommosse contadine e urbane ancora in Fiandra;
1337: ostinate astensioni dal lavoro a Gand;
1340: disordini dei contadini in Danimarca;
1344: torbidi dei tessitori nella polacca Poznan;
1345: scontri a Firenze, per l’arresto di Ciuto Brandini, ideatore di una fratellanza tra cardatori e operai non aderenti alle Arti;
1345: ulteriori insurrezioni a Gand;
1346/1354: ribellioni antisemite accese dal contagio di peste in vaste aree fraco/tedesche;
1358: esplosione della Jacquerie nelle campagne francesi e sollevazione di Étienne Marcel a Parigi;
1363/ 1384: fermenti dei tuchins in Linguadoca e Piemonte;
1375/ 1395: proteste in Polonia contro il divieto di associazionismo dei lavoratori salariati;
1377: agitazioni in Boemia.
1378: moti a Puy e a Nimes;
1378: manifestazione dei Ciompi a Firenze;
1379/ 1381: incidenti a Gand,a Bruges e a Lubecca;
1381: marcia dei contadini su Londra ed assassinio del Primate di Canterbury.

Fra le circostanze elencate, ai fini della evoluzione del costume e dell’economia in Italia, quelle di Firenze furono certamente dotate di rilevante spessore.

A quel tempo, la gerarchia politico/sociale era costituita da un Popolo grasso, ovvero le ricche Arti Maggiori; un Popolo minuto, ovvero le borghesi Arti Minori; un Popolo magro, ovvero proletariato bracciantile, operai e commercianti minori collassati dalla crisi economica causata dalla Peste nera, nella seconda metà del ‘300.

I Ciompi, il cui nome derivava dalla corruzione del termine francese compère, erano lavoratori salariati della lana; appartenevano ad uno dei gradini più bassi della scala sociale; avevano come luogo di ritrovo la chiesa di santa Maria dei Battilani in Via delle Ruote; erano privi di rappresentanza nel sistema corporativo delle Arti e dei Mestieri e, pertanto, non godevano di alcuna attenzione politica e venivano pagati in quantità appena utile alla sopravvivenza, con una sottodivisione del fiorino.

La svalutazione del rame, col quale la moneta era coniata, fu all’origine della loro sommossa: nel 1378 essi accamparono il diritto di associazione e di presenza comunale, ponendosi fra i primi esempi di reazione economico/politica del Medio Evo.

La vicenda

Cominciò con le violente lotte fra la fazione aristocratico/borghese del Magistrato guelfo Pietro degli Albizzi, di Lapo di Castiglionchio e di Carlo Strozzi e la consorteria piccolo/borghese dei Ricci, degli Alberti, dei Medici, di Giorgio Scali e di Tommaso Strozzi colpiti nel 1372 dall’Ammonire: la legge, emanata nel 1347 ma inasprita nel 1358, condannava i ghibellini all’interdizione sine die dalle cariche pubbliche, accentuando l’ arroganza dei Capitani guelfi ed instaurando una odiosa politica della sopraffazione.

I primi sintomi di rinnovato malessere si manifestarono il 18 giugno del 1378 quando d’intesa con Alberti, Strozzi e Scali, il Gonfaloniere di Giustizia Silvestro dei Medici convocò il Collegio delle Compagnie e il Consiglio del Popolo proponendo una la rimessa in vigore per un anno degli ordinamenti giudiziari contro i Grandi; la diminuzione dell’autorità dei Capitani ed il reintegro degli Ammoniti nei loro uffici. Ma, a fronte dell’opposizione alle richieste, espressa la impossibilità a provvedere al pubblico benessere per l’ostracismo della Signoria, egli si dimise dall’incarico.

Le sue dichiarazioni, tuttavia, allarmarono il Consiglio del Popolo fino a rendere necessaria la presenza dei Priori che, lungi dal placare la concitazione, la accesero minacciando di morte i sostenitori degli Albizzi mentre Benedetto Alberti dalla finestra eccitava la gente al grido di Viva il popolo!

Chiuse le botteghe, la piazza si armò e il pericoloso fremito di reazione portò all’approvazione delle pretese avanzate da Silvestro. Il positivo risultato, però, produsse altre rivendicazioni; rimise in gioco la rivalità tra le Arti Maggiori e le Arti Minori; rilanciò il disagio degli Artigiani, subordinati alle soverchierie delle Arti.

Il 20 giugno le Corporazioni si riunirono e procedettero all’elezioni dei Sindaci per poi recarsi, munite di armi e bandiere, in piazza della Signoria ove ottennero la nomina di una Balìa di ottanta cittadini con facoltà di presentare riforme.

Mentre se ne selezionavano gli esponenti, alcuni membri delle Arti Minori con nutriti gruppi di contadini saccheggiarono ed incendiarono le abitazioni di Lapo da Castiglionchio, degli Albizzi, dei Bondelmonti, dei Pazzi, di Cario Strozzi, di Migliore Guadagni.

II 21 giugno, disorientata dai violenti incidenti del giorno avanti, la Balìa approvò importanti concessioni a favore del Popolo; revocò una serie di disposizioni riferite all’autorità dei Capitani ed emanò un’amnistia agli Ammoniti, limitandone l’esclusione dalle pubbliche funzioni ad un solo triennio.

Ripristinata la pace, furono eletti i Priori ed il nuovo Gonfaloniere, nella persona di Luigi Guicciardini: entrata in carica il 1° luglio, la Signorìa ordinò ai cittadini di deporre le armi; allontanò i protagonisti delle turbolenze dei giorni precedenti; assunse una serie di iniziative a garanzia della sicurezza pubblica.

Ma, malgrado le apparenze, gli animi erano ancora accesi; non era stato rispettato il disarmo e gli Ammoniti protestavano contro l’insufficienza dell’amnistia.

Le Corporazioni, pertanto, si riunirono nuovamente l’11 luglio ottenendo che: chi, dopo il 1320, avesse ricoperto una carica sociale di rilievo, non potesse essere ammonito e, se lo fosse già stato, venisse reimmesso nel suo diritto; il Capitanato di parte guelfa fosse sottratto alla fazione fino ad allora titolare; fossero imborsati i nomi dei futuri Capitani.

In definitiva, dai vantaggi restò escluso il solo Popolo minuto i cui esponenti, temendo d’essere puniti per l’adesione ai torbidi; impauriti dalle conseguenze dei saccheggi cui avevano partecipato ed aizzati da Simoncino Bugigatti, Paolo della Bodda, Lorenzo Riccomanni, organizzarono un piano segreto di difesa contro i provvedimenti della Signorìa che, edotta del complotto, ordinò l’arresto e la tortura del Bugigatti e di tre compagni.

E fu la rivolta dei Ciompi.

Il 20 luglio del 1378, al suono delle campane delle chiese, essi si armarono; bruciarono la casa del Gonfaloniere di Giustizia, asportandone il drappo; ottennero la liberazione dei tre detenuti e il giorno dopo assaltarono il Palazzo del Podestà donde inviarono un duro ultimatum alle Istituzioni cittadine, dettando secche ed ineludibili condizioni: abolizione del Giudice straniero dell’Arte della lana; creazione di tre nuove Corporazioni dei Mestieri; concessione al Popolo della quarta parte delle cariche pubbliche, compreso il Gonfalonierato di Giustizia; sospensione per un biennio dei giudizi per debiti inferiori ai cinquanta fiorini; limitazione del potere dei Capitani.

La Signoria accolse le istanze e il Consiglio del Popolo le approvò in attesa della ratifica del Consiglio comunale che, per legge, poteva essere riunito solo nel giorno successivo.

I Ciompi attesero, ma pretesero che le chiavi delle porte cittadine fossero consegnate ai Sindaci delle Arti e che i Priori licenziassero le milizie impegnate sulla piazza.

Il 22 luglio, mentre l’assise comunale si accingeva a pronunciarsi sulle richieste, i Ciompi intimarono alla Signorìa di abbandonare il palazzo: Tommaso Strozzi e Benedetto Alberti obbligarono i Priori ad uscire minacciando, in caso di resistenza, il massacro delle loro famiglie.

L’accoglimento delle pretese suscitò un’ondata di trionfalismo, enfatizzata dalla esibizione del gonfalone di giustizia da parte del giovane cardatore di lana Michele di Lando. Acclamato Gonfaloniere, egli fu incaricato anche di riformare la Signoria; tuttavia saggiamente accettò solo il primo onere e, insediatosi, vietò ogni ricorso alla violenza; creò le tre nuove arti dell’Agnolo, dei Cardatori e dei Farsettai e, in onore ai patti, fece eleggere nella metà della nuova Signoria i designati del Popolo.

Il 24 luglio i neoeletti occuparono gli uffici; garantirono alla città la rimozione di tutti i vecchi rancori; richiamarono gli esuli; condonarono le pene per i fatti avvenuti; conciliarono con la volontà popolare le nuove imborsazioni del Comune ordinate dalla Balìa; divisero i ruoli in parti uguali fra le Arti Maggiori e Minori e la recenti istituite dai Ciompi che, da quel momento, contarono su Magistrati scelti dal proprio gruppo e, a tutela dei loro interessi, sedettero nei Consigli della Repubblica.

A conferma della generale pacificazione, nella Messa celebrata il 3 agosto in San Giovanni, presente la Signoria, fu revocato l’interdetto ecclesiastico.

Persuasi del buon esito della rivoluzione e del miglioramento delle loro condizioni economiche e politiche, i Ciompi si ritrovarono, invece, privi di lavoro e reddito: a causa dei tumulti, le fabbriche erano state chiuse.

L’aumento della disoccupazione produsse nuove turbolenze.

Il 27 agosto una riunione in piazza San Marco; un’altra in Santa Maria Novella ed una terza davanti al Palazzo della Signorìa degenerarono in scontri brutali: l’esame delle nuove proteste fu affidato ai nuovi Priori che sarebbero entrati nella carica solo il successivo 1° settembre.

Il 31 agosto fu rinfacciato al Gonfaloniere Michele di Lando il disinteresse per le difficoltà economiche di quanti lo avevano eletto e gli fu duramente ingiunto di dimettersi: irritato da tanta insolenza, egli pose mano alla spada; fece arrestare i sediziosi; munito dell’insegna, scese in piazza e, raccolta al grido di libertà una schiera di armati, aggredì e disperse i Ciompi che, sconfitti dal loro stesso referente, persero tutte le posizioni conquistate.

Il 1° settembre, infatti, la nuova Signoria escluse i membri popolari dal Governo e disciolse una delle tre nuove Arti avvantaggiando la piccola Borghesia di Silvestro dei Medici, Benedetto Alberti, Giorgio Scali e Tommaso Strozzi.

La pace era sfumata e la gente era agitata dalle continue prepotenze dello Strozzi e dello Scali, un compagno del quale fu arrestato il 15 gennaio del 1382.

Senza indugio, essi assalirono il palazzo del Capitano del Popolo e liberarono il detenuto; ma la Signoria reagì immediatamente: Tommaso Strozzi fuggì a Mantova; lo Scali, invece, fu spietatamente decapitato.

Il 21 gennaio, occupata la piazza, armi in pugno la fazione degli Albizzi istituì una Balìa di centotrè cittadini cui dettero l’incarico di riformare l’Esecutivo.

Prevalse, naturalmente, l’odio che cancellò ogni elemento rivoluzionario; oppresse le due Arti di recente istituzione; stabilì che dal 1° marzo il Gonfaloniere di Giustizia sarebbe stato selezionato fra le Arti Maggiori; annullò le sentenze di Ammonizione; avviò una dura persecuzione degli avversari irrogando molte pene capitali ed esiliando Silvestro de’ Medici a Modena per cinque anni e Michele di Lando a Chioggia e poi a Padova, condannandolo nel novembre del 1383 in contumacia alla decapitazione ed alla confisca dei beni per essersi avvicinato a Firenze, in spregio dei limiti di duecento miglia di distanza impostigli.

La rivoluzione era sostanzialmente fallita e, come scrisse Filippo Villani,…I Ciompi se ne andarono sì come gente rotta, et senza capo et sentimento, perché si fidavano et furono traditi da loro medesimi… mentre la dominazione del Popolo grasso, alleato col Popolo minuto, era di fatto restaurata.

Analogamente si era conclusa la Peasant’s Revolt inglese, dovuta ad una endemica crisi economica nazionale; a riforme agrarie inadeguate ed alla politica feudale di sfruttamento delle terre attraverso manodopera sottopagata e ridotti in servitù: esplosa dopo la vana attesa di un Secondo Avvento che riscattasse le sofferenze successive al morbo della peste e riaffermasse principi di equità sociale, anch’essa fu brutalmente repressa.

Estratto da “it.wikipedia.org/wiki/Rivolta_dei_contadini”

Bibliografia:
Storia Universale Vallardi (XX vol.)
Storia d’Italia Einaudi (XIV vol.)

La revuelta de los Ciompi: una insurrección proletaria en la Florencia del siglo XIV

La revuelta de los Ciompi: una insurrección proletaria en la Florencia del siglo XIV

“La lucha entre el capitalista y el obrero asalariado se inicia al comenzar el capitalismo”. Marx, El Capital.

“Hay una alianza contra el bien común cuando cierta clase de gente jura, o garantiza, o conviene que no trabajará más a un precio tan bajo como antes, y aumenta ese precio por su propio designio, se pone de acuerdo en no trabajar por menos, y establece entre sí castigos o amenazas contra los compañeros que no observen esa alianza. Aquel que lo tolerara actuaría contra el derecho común, y nunca podrían concertarse buenos contratos de trabajo, porque los miembros de todos los oficios se esforzarían por exigir salarios más elevados que lo razonable, y el interés común no puede soportar que se atente contra él. Por ello, tan pronto como semejantes alianzas se ponen en conocimiento del soberano o de otros señores, ellos deben echar mano de todas las personas acordadas y tenerlas en larga y celosa prisión. Y, luego de una larga pena de prisión, se puede imponer a cada una setenta sueldos de multa”. Philippe de Beaumanoir (1252-1296), Coutumes de Beauvaisis.
“Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV”, escribe Marx en su famoso capítulo acerca de la acumulación originaria, “la era capitalista solo data, en realidad, del siglo XVI”.
Aquellos indicios de producción capitalista en la Italia del siglo XIV, no obstante, bastaron para que en algunas ciudades se formara una clase de obreros asalariados con capacidad para organizarse e imponer por la fuerza sus propias reivindicaciones al resto de clases, al menos momentáneamente. Por eso se puede hablar de proletariado en Flandes y en la Toscana, en aquella época, y de insurrecciones proletarias en Siena y Florencia, en 1371 y 1378 respectivamente.

***
UNA SUBLEVACIÓN PROLETARIA EN LA FLORENCIA DEL SIGLO XIV (Simone Weil)

El final del siglo XIV fue, de una manera general, en Europa, un periodo de revueltas sociales y de sublevaciones populares. Los países donde el movimiento fue más violento fueron aquellos que se encontraban entre los económicamente más avanzados, es decir, Flandes e Italia; en Florencia, ciudad de grandes comerciantes pañeros y manufactureros de la lana, tomó la forma de una verdadera insurrección proletaria, que tuvo un momento victorioso. Esta insurrección conocida con el nombre de la sublevación de los Ciompi, es sin duda, la pri­mera de las insurrecciones proletarias. Por eso merece ser estudiada y aún más porque ya presenta, con una notable pu­reza, los rasgos específicos que más tarde encontraremos en los grandes movimientos de la clase obrera, entonces apenas constituida, y que aparece así como conteniendo un factor revolucionario desde su aparición.

Florencia, es durante el siglo XIV en apariencia un Es­tado corporativo. Desde los ordinamenti di giustizia de 1293, el poder está en manos de las Artes, es decir de las corporaciones. Un Arte es, o una corporación, o más fre­cuentemente una unión de corporaciones, una especie de pequeño Estado dentro del Estado, con jefes electos cuyos poderes comprenden la jurisdicción civil sobre los miembros del Arte, con el dinero de los fondos cotizados y con unos es­tatutos; y Florencia está gobernada por los priores de las Ar­tes, magistrados designados por las Artes, y un gonfalonier de justicie designado por estos priores, que tiene a sus órdenes miles de mercenarios armados. En cuanto a los nobles, los ordinamenti di giustizia los han excluido de toda función pública y sometido a unas medidas de excepción muy severas. Si a esto añadimos que todos los magistrados son elegidos para un muy corto periodo de tiempo y que deben rendir cuentas de su gestión, parece que Florencia sea una república de artesanos.

Pero en realidad las Artes florentinas nada tienen que ver con las corporaciones medievales. De entrada su número es­taba fijado en veintiuno y no podía ser modificado; en se­gundo lugar está prohibido formar un nuevo Arte. Aquellos que se hallan fuera de estos veintiuno están privados de sus derechos políticos. Después, se encuentran la Artes de los ar­tesanos y pequeños comerciantes que sí parecen las corpora­ciones ordinarias de la Edad Media; estas Artes, denominadas Artes menores, son mantenidas en un segundo plano de la vida política. El poder real corresponde a las Artes mayores a las que solamente pertenecen, si dejamos a parte los jueces, los notarios y médicos, los banqueros, los grandes comercian­tes, los fabricantes de paños y de sedas. En cuanto a aquellos que trabajan la lana o la seda, algunos son miembros menores del Arte correspondiente a su oficio, con sus derechos muy restringidos; pero la mayor parte son simplemente subordina­dos al arte, es decir, sometidos a su jurisdicción sin poseer ningún derecho; y tienen severamente prohibido no solamen­te organizarse, sino incluso reunirse entre ellos. El Arte di Por Santa María que agrupa a los fabricantes de las sederías y sobre todo el Arte della Lana son pues, no unas corporaciones, sino unos sindicatos de la patronal. Lejos de ser una democra­cia, el Estado florentino está directamente en las manos del capital bancario, comercial e industrial.

A lo largo del siglo XIV, el Arte della Lana cogió, poco a po­co, una influencia preponderante, a medida que la fabricación de tela se convirtió en el principal negocio de la ciudad, de manera que todas las grandes familias de las otras corpora­ciones, invertían en éste sus capitales. Por su estructura cons­tituye un pequeño Estado, que organiza sus servicios públicos, cobra sus impuestos, emite empréstitos, construye locales, instala almacenes, se encarga de las negociaciones y conve­nios que sobrepasan las posibilidades de cada empresario; es también un “cartel” que impone a sus miembros un máximo de producción que tienen prohibido rebasar; es sobre todo una organización de clase, que tiene como principal objetivo defender siempre los intereses de los fabricantes textiles con­tra los trabajadores. Estos, por el contrario, privados de toda capacidad de organización, se encuentran desarmados. Esta es la principal razón de la insurrección de los Ciompi.

Estos trabajadores de la lana se dividían en categorías muy diferentes, según la situación técnica, económica y social, y que, en consecuencia, cada una de ellas jugaron un rol dife­rente en la insurrección. La más numerosa era la de los obre­ros asalariados de los talleres. Cada comerciante de tejidos, tenía junto a su tienda, un gran taller, o mejor dicho, si se tie­ne en cuenta la división y la coordinación del trabajo, una ma­nufactura donde se preparaba la lana antes de pasar a las hila­turas. Los trabajos ejecutados en estos talleres lavado, lim­pieza, batanado, cardado, tramado eran en parte trabajos de peón, pero en parte también relativamente cualificados. La organización de estos talleres era como el de una fábrica mo­derna, exceptuando la maquinaria. La división y especialización del trabajo eran llevadas hasta el límite; un grupo de con­tramaestres aseguraba la vigilancia; la disciplina era una disci­plina de cuartel. Los obreros asalariados, pagados al terminar la jornada, sin tarifas, ni contratos, dependían totalmente del patrón. Este proletariado de la lana era en Florencia la parte más menospreciada de la población. Por eso también, de to­das las capas sublevadas de la población, era de prever en ellos el espíritu más radical. Se conocía a estos obreros como los Ciompi y el hecho que ellos diesen el nombre a la insurrec­ción muestra el grado de participación que en ella tuvieron.

Los hiladores y los tejedores estaban, también, reducidos de hecho a la condición de obreros asalariados; pero eran obreros a domicilio. Aislados por su mismo trabajo, privados del derecho a organizarse, no parece que hayan demostrado en ningún momento un espíritu combativo. El tejedor era, verdaderamente, un trabajador altamente cualificado; pero la ventaja que los tejedores habrían podido lograr de este hecho fue anulada, en el siglo XIV, por la afluencia a Florencia de te­jedores extranjeros, sobre todo alemanes. Los tintoreros, al contrario, también obreros muy cualificados, pero imposibles de reemplazar por extranjeros porque no había tan buenos tintoreros como en Florencia, entraron los primeros en la lu­cha reivindicativa. A decir verdad, los tintoreros estaban pri­vilegiados en comparación con otros trabajadores de la lana. La tintorería exigía una inversión de un capital considerable y esta inversión comportaba grandes riesgos; así los fabricantes no buscaban tener sus propias tintorerías. Esto hizo que el Arte della Lana construyera para el tinte grandes locales con­teniendo buena parte del utillaje y los puso a disposición de todos los industriales particulares que los quisieran utilizar; de ese modo los tintoreros no dependieron jamás de un indus­trial particular, como era el caso de los Ciompi y de los tejedo­res, cuyos oficios pertenecían a los fabricantes. Los bataneros y tundidores de tejidos, se encontraban a este respecto en la misma situación que los tintoreros. En fin, los tintoreros no estaban enteramente privados de derechos políticos. Ellos tenían una organización, puramente religiosa es verdad, pero que les permitía reunirse. No estaban simplemente subordi­nados al Arte della Lana, como los obreros de los talleres, los hilanderos y los tejedores; eran miembros, si bien “miembros menores” y tenían, por lo tanto, una cierta parte en el go­bierno. Por lo tanto sus intereses estaban lejos de coincidir con los de los Ciompi, y su actitud en el curso de la insurrec­ción lo demostró. Sin embargo, razones para sublevarse no les faltaban. Privados del derecho de organizarse para defender sus condiciones de trabajo, subordinados a sus patronos, quienes, a causa del derecho corporativo devenían sus jueces en caso de litigio, ellos habrían sido rápidamente reducidos a la misma situación de los otros obreros si no hubieran aprove­chado las crisis económicas y políticas.

Las primeras luchas sociales importantes tuvieron lugar en 1342, bajo la tiranía del duque de Atenas. Este era un aventu­rero francés a quién Florencia, empujada por las continuas querellas que en ella tenían lugar entre las familias más ricas, entregó el poder con el fin de que restableciera el orden.

Esta elección había sido apoyada, sobre todo, por los des­contentos, es decir, de una parte por los nobles, a quienes había devuelto el acceso a las funciones públicas pero que deseaban ver el fin del Estado corporativo, y por otra parte por el pueblo. El duque de Atenas se apoyó principalmente, durante los meses que reinó sobre los obreros, gracias a los cuales él esperaba poder resistir la hostilidad de la alta bur­guesía. Dio satisfacción a los tintoreros, que se quejaban de ser pagados con años de retraso y de estar sin recursos lega­les, y que demandaban poder constituir un vigesimosegundo Arte; organizó a los obreros de los talleres de la lana, no en una corporación, sino en una asociación armada. Sin embargo, poco después fue derrocado por un motín en el que tomó par­te toda la población, y no tuvo más defensores que los car­niceros y algunos obreros; el Arte de los tintoreros no fue creado, pero los proletarios de la lana guardaron sus armas, de las que se servirían en los próximos años. A la demagogia del duque de Atenas quien, subestimando el derecho corpora­tivo, dio satisfacción a todas las reivindicaciones de los obre­ros de la lana, le sucedió la más brutal dictadura capitalista. Por lo tanto las revueltas estallaron pronto. En 1343, 1.300 obreros se sublevaron; en 1345, nueva sublevación dirigida por un cardador y teniendo por objetivo la organización de los obreros de la lana. La gran peste de Florencia, que diezmó a la clase obrera, redujo la mano de obra y provocó así una subida de los salarios, por lo que el Arte della Lana tuvo que estable­cer nuevas tasas, recrudeció con más agudeza la lucha de cla­ses. Después de una crisis provocada por la guerra contra Pisa, y que paró momentáneamente los conflictos, la vuelta a la prosperidad, por un fenómeno frecuentemente repetido des­de entonces, provoca una huelga de los tintoreros que durará dos años y que termina con una derrota en 1372; pero esta derrota no pone fin a la agitación de las capas trabajadoras. Dicha agitación coincide con un conflicto entre la pequeña burguesía de una parte, y la gran burguesía unida en cierta medida a la nobleza, de la otra. Los nobles, en tanto que clase, han sido definitivamente batidos cuando, después de la caída del duque de Atenas, intentaron apoderarse del poder; pero entonces la mayor parte de las familias nobles se aliaron con la alta burguesía dentro del “partido güelfo”. Este partido güelfo se había formado en la lucha, tras largo tiempo aca­bada, entre Güelfos y Gibelinos; la confiscación de los bienes de los Gibelinos les dio riqueza y poder. Devino la organización política de la alta burguesía, dominando la ciudad después de la caída del duque de Atenas, falseando los escrutinios, apro­vechándose de unas medidas de excepción tomadas en otro tiempo contra los Gibelinos y mantenidas en vigor para apar­tar a sus adversarios de las funciones públicas. Cuando, a pe­sar de las maniobras del partido Güelfo, Silvestro de Medici, uno de los jefes de la pequeña burguesía, fue nombrado en junio de 1378, gonfaloniero de justicia, y propuso medidas contra la nobleza y el partido Güelfo, el conflicto se agudizó. Las compañías de las Artes salieron armadas a la calle; los obreros las apoyan e incendian algunas mansiones de los ricos y las cárceles, que están llenas de presos por deudas. Final­mente Silvestro de Medici está satisfecho. Pero como señala Maquiavelo, “guardaros de excitar una sedición en una ciudad creyendo que la pararéis o dirigiréis a vuestro gusto”.

De la dirección de la pequeña y mediana burguesía el mo­vimiento pasó a la del proletariado. Los obreros permanecie­ron en la calle; las Artes Menores los apoyaron o los dejaron hacer. Y desde este momento aparecen los rasgos que se re­producirán espontáneamente en las insurrecciones proletarias francesas y rusas: la pena de muerte es decretada por los in­surgentes contra los saqueadores. Otro rasgo peculiar de las sublevaciones de la clase obrera, el movimiento no es en mo­do alguno sanguinario; no hay derramamiento de sangre, ex­cepción hecha para un nombre: Nuto, policía particularmente odiado. La lista de las reivindicaciones de los insurgentes, lle­vada a las autoridades el 20 de julio, tiene también un carácter de clase. Se pide la modificación de los impuestos que recaen pesadamente sobre los obreros; la supresión de los “oficiales extranjeros” del Arte della Lana, que constituyen unos instru­mentos de represión contra los obreros, y juegan un rol análo­go al de la policía privada que poseen actualmente las com­pañías mineras de América. Sobre todo reclaman la creación de tres nuevas Artes; una vigesimosegundo Arte para los tintore­ros, bataneros y tundidores de tejidos, es decir, para los traba­jadores de la lana aún no reducidos a la condición de proleta­rios; una vigesimotercer Arte para los talleres y otros pequeños artesanos aún no organizados; finalmente y sobre todo un vigesimocuarto Arte para el “pueblo menudo” (popolo minu­to), es decir de hecho para el proletariado, que estaba consti­tuido entonces por los obreros de los talleres de la lana. De la misma manera que el Arte della Lana no era en realidad sino un sindicato patronal, este Arte del popolo minuto habría fun­cionado como un sindicato obrero; y debería tener la misma cuota de poder en el Estado que el sindicato de la patronal, pues los insurgentes reclamaban el tercio de las funciones públicas para las tres Artes nuevas y el tercio para las Artes menores. Al no ser aceptadas estas reivindicaciones, los obre­ros se apoderaron del Palacio el 21 de julio, conducidos por un cardador de lana convertido en contramaestre, Michele di Lando, que es inmediatamente nombrado gonfaloniero de justicia, y que forma un gobierno provisional con los jefes del movimiento de las Artes menores.

El 8 de agosto, la nueva forma de gobierno, conforme a las reivindicaciones de los obreros, es organizado y se provee de una fuerza armada compuesta no ya de mercenarios, sino de ciudadanos. La gran burguesía, sintiéndose momentánea­mente la más débil, no hace oposición abiertamente; pero cierra sus talleres y sus comercios. En cuando al proletariado, rápidamente se da cuenta que lo que ha obtenido no le da seguridad, y que un reparto igual de poder entre él, los arte­sanos y los patronos es utópico. Disuelve, entonces, la organi­zación política que se habían dado las Artes menores; elabora petición sobre petición; se retira a Santa María Novella, se organiza como lo había hecho en otras ocasiones el partido Güelfo, nombrando ocho oficiales y dieciséis consejeros, e invita a las otras Artes a venir a concertar sobre la constitución con que se debe dotar a la ciudad. Desde entonces la ciudad posee dos gobiernos, uno en el Palacio, conforme a la nueva legalidad, el otro no legal en Santa María Novella. Este go­bierno extra-legal se asemeja singularmente a un soviet; ve­remos aparecer por unos días, en el primer despertar de un proletariado en plena forma, el fenómeno esencial de las grandes insurrecciones obreras, la dualidad de poder. El prole­tariado, en agosto de 1378, opone ya, como lo haría después en febrero de 1917, a la nueva legalidad democrática que él mismo ha hecho instituir, el órgano de su propia dictadura.

Michele di Lando, hará lo que habría hecho en su lugar no importa cual buen jefe de Estado socialdemócrata: se vuelve contra sus antiguos compañeros de trabajo. Los proletarios, que tienen contra ellos al gobierno de la gran burguesía, a las Artes menores, y sin duda también las dos nuevas Artes no proletarias, son vencidos después de una sangrienta batalla y ferozmente exterminados a principios de septiembre. Se di­suelve la veinticuatroava Arte y la fuerza armada organizada en agosto; se desarma a los obreros; se traen compañías del ejército en campaña, como en París después de junio de 1848. Algunas nuevas tentativas de sublevación son llevadas a cabo en el curso de los meses siguientes, bajo la consigna: ¡Por el veinticuatroavo Arte! Son ferozmente reprimidas. Las Artes menores guardan aún algunos meses después la mayoría en las funciones públicas; pues el poder está repartido por igual entre ellos y las Artes mayores. Los tintoreros que han conser­vado su Arte, pueden aún utilizarlo para una acción reivindicativa e imponen una tarifa mínima. Pero una vez privados, por su propia culpa, del apoyo del proletariado cuya energía y re­solución los había colocado en el poder, los artesanos, los pe­queños patronos, los pequeños comerciantes, son incapaces de mantener su dominio. La burguesía, como lo remarca Maquiavelo, solo deja el campo libre en la medida en que teme al proletariado; desde el momento que lo juzga aniquilado, se deshace de sus aliados provisionales. Más bien, se descompo­nen por sí mismos a causa de la desmoralización, también ca­racterística, que penetra y desmorona sus filas. Dejaron ejecu­tar a uno de los más destacados jefes de las clases medias, Scali; y esta ejecución abrió la vía a una brutal reacción que mandó al exilio a Michele di Lando, a Benedetto Alberti y a muchos otros; significó la supresión de las vigesimosegunda y vigesimotercera Artes y de nuevo el dominio de las Artes mayo­res y el restablecimiento de las prerrogativas del partido Güel­fo. En enero de 1382, el status quo de antes de la insurrección estaba restablecido. El poder de los patronos será en lo suce­sivo absoluto y el proletariado, privado de organización, no pudiéndose reunir ni siquiera para un entierro sin un permiso especial, deberá esperar mucho tiempo antes de poder poner­lo en cuestión.

Maquiavelo, que escribe un siglo y medio después de los acontecimientos, en un periodo de calma social completa, tres siglos antes que se elabore la doctrina del materialismo histó­rico, con la maravillosa penetración que le es propia, discierne las causas de la insurrección y analiza los intereses de clase que determinaron su curso. Su relato de la insurrección, que se expone a continuación, a pesar de la indignada hostilidad aparente en su mirada hacia los insurgentes que toma erró­neamente por meros saqueadores, es importante tanto por la admirable precisión de todo aquello que responde a nuestras preocupaciones actuales, como por el carácter cautivante de su narración y la belleza del estilo.

Simone Weil

***
HISTORIA DE FLORENCIA (Nicolás Machiavelo)

Apenas la primera sublevación se apaciguó, se produjo otra que dañó a la República mucho más que la anterior. La mayor parte de los incendios y saqueos ocurridos en los días prece­dentes habían sido hechos por la baja plebe de la ciudad, y quienes se habían mostrado en ellos más audaces tenían mie­do, una vez calmadas y arregladas las mayores diferencias, de ser castigados por los desmanes cometidos y de ser aban­donados, como ocurre siempre, por aquellos mismos que los habían instigado a cometer el mal. A ello se añadía el odio que el pueblo menudo tenía contra los ciudadanos ricos y contra los jefes de las Artes, porque les parecía que no recibían, de estos, un salario suficientemente justo por los trabajos reali­zados.

Cuando, en tiempos de Carlos I, la ciudad se dividió en Ar­tes, se les dio jefes y competencias a cada una de ellas y se estableció que los miembros de cada una de dichas Artes fue­ran juzgados en las causas civiles por sus propios jefes. Estas Artes, como ya dijimos, fueron doce en principio. Luego, con el tiempo, se añadieron otras varias que elevaron el número a veintiuna, y fue tal su poder, que en pocos años se adueñaron de todo el gobierno de la ciudad. Y, como entre ellas había unas más importantes y otras menos, se dividieron en mayo­res y menores, siendo siete las mayores y catorce las menores.

Precisamente de esta clasificación, junto con otros motivos que ya hemos mencionado, procedió la arrogancia de los Capi­tanes de barrio, ya que los ciudadanos que habían sido güelfos antiguamente, y bajo el gobierno de los cuales recaía siempre aquella magistratura, favorecían a los que pertenecían a las Artes mayores, mientras perseguían a los ciudadanos de las Artes menores y a quienes los defendían. Por esto se promo­vieron contra ellos todos los tumultos de los que hemos hablado. Pero, como al organizar las corporaciones de las Ar­tes, quedaron fuera, sin corporación propia, muchos de los oficios en que trabajaba el pueblo menudo y la plebe, que­dando sometidos a las otras diversas Artes, de acuerdo con el tipo de trabajo que realizaban, ocurría que, cuando no se sen­tían debidamente remunerados con el salario que percibían por sus trabajos, o se creían de alguna manera oprimidos por sus propios maestros de oficio, no tenían otro sitio al que re­currir que al magistrado del Arte que los gobernaba, del cual les parecía que no obtenían la justicia a que creían tener dere­cho.

De todas las Artes u oficios, la que mayor número tenía y tiene de ese tipo de obreros subordinados es la de la Lana; la cual, siendo como es poderosísima y la primera de todas, es la que, en mayor número que las otras, daba y da de comer con su trabajo a la mayor parte de la plebe y del pueblo menudo.

Los hombres de la plebe, tanto los que dependían del Arte de la Lana como los de las otras Artes, estaban, por las razo­nes antedichas, llenos de rencor; y, como a ese rencor se unía el miedo al castigo por los incendios y robos que se habían cometido, se reunieron de noche varias veces para hablar de lo ocurrido y cambiar impresiones sobre el peligro en que se encontraban. Con ese motivo, uno de los más decididos y ex­perimentados que allí había, para infundir ánimos a los demás les hablo de esa manera: “Si tuviéramos que decidir ahora sobre si era o no era conveniente empuñar las armas, incen­diar y saquear las casas de nuestros conciudadanos, y despojar las iglesias, yo sería uno de los que estimaría que había que pensarlo bien y quizás hasta aprobaría que se prefiriera una tranquila pobreza a una peligrosa ganancia. Pero, puesto que las armas las hemos empuñado ya y se han cometido muchos desmanes, me parece que lo que debemos pensar es que no hay por qué abandonarlas ahora y cómo podemos hallar de­fensa para los males que se han cometido. Yo creo sin ningún género de dudas que esto, aunque no nos lo diga nadie, nos lo dice nuestra misma necesidad. Estáis viendo a toda esta ciu­dad llena de rencores y de odio contra nosotros; los ciudada­nos se agrupan entre sí, la Señoría está siempre de parte de los magistrados. Podéis creer que se traman conjuras contra nosotros y que se aprestan nuevas fuerzas contra nuestras cabezas. Debemos por tanto tratar de obtener dos cosas y proponernos dos fines en nuestras deliberaciones. El primero es que no se nos pueda castigar por lo que hemos hecho en los días pasados; y el segundo, que podamos en adelante vivir con más libertad y con más satisfacciones que en el pasado. Nos conviene por lo tanto, según mi parecer, si queremos que se nos perdonen los anteriores desmanes, cometer otros nue­vos, redoblando los daños y multiplicando los incendios y los saqueos, y apañándonos para tener más cómplices, porque, cuando son muchos los que pecan, a nadie se castiga; y a las faltas pequeñas se les impone sanción, mientras que a las

grandes y graves se les da premios. Por otra parte, cuando son muchos los que padecen los atropellos, son pocos los que tratan de vengarse, porque los daños que afectan a todos se soportan con más paciencia que los particulares. El aumentar, por tanto, los males nos hará perdonar más fácilmente y nos dará la posi­bilidad de conseguir lo que deseamos obtener para nuestra li­bertad. Y me parece que vamos hacia seguros resultados posi­tivos, porque los que podrían oponérsenos están desunidos y son ricos. Su desunión nos dará la victoria; y sus riquezas, una vez que sean nuestras, nos servirán para mantener dicha victo­ria. No os deslumbre la antigüedad de su estirpe, de la que se blasonan ante nosotros, porque todos los hombres, habiendo tenido un idéntico principio, son igualmente antiguos, y la na­turaleza nos ha hecho a todos de una idéntica manera. Si nos quedáramos todos completamente desnudos, veríais que todos somos iguales a ellos; que nos vistan a nosotros con sus trajes y a ellos con los nuestros y, sin duda alguna, nosotros parecere­mos los nobles y ellos los plebeyos; porque son sólo la pobreza y las riquezas las que nos hacen desiguales. Me duele mucho porque veo que muchos de vosotros se arrepienten, por motivos de conciencia, de las cosas hechas, y quieren abstenerse de las que vamos a cometer. De verdad que, si esto es cierto, vosotros no sois los hombres que yo creía que erais. Ni la conciencia ni la mala fama os deben desconcertar, porque los que vencen, sea cual sea el modo de su victoria, jamás sacan de esta motivo de vergüenza. En cuanto a la conciencia, no debemos preocupar­nos mucho de ella porque donde anida, como anida en noso­tros, el miedo del hambre y de la cárcel, no puede ni debe tener cabida el miedo del infierno. Y es que, si observáis el modo de proceder de los hombres, veréis que todos aquellos que han alcanzado grandes riquezas y gran poder, los han alcanzado o mediante el engaño o mediante la fuerza; y, luego, para encu­brir el carácter brutal e ilícito de esta adquisición, tratan de justificar con el falso nombre de ganancias lo que han robado con engaños y con violencia. Por el contrario, los que por poca vista o por demasiada estupidez dejan de emplear estos siste­mas, viven siempre sumidos en la esclavitud y en la pobreza, ya que los siervos fieles son siempre siervos y los hombres buenos son siempre pobres. Los únicos que se libran de la es­clavitud son los infieles y los audaces, y los únicos que se li­bran de la pobreza son los ladrones y los tramposos. Dios y la naturaleza han puesto todas las fortunas de los hombres en me­dio de ellos mismos, y éstas quedan más al alcance del robo (de la rapiña) que del trabajo y más al alcance de las malas que de las buenas artes. De ahí viene el que los hombres se coman los unos a los otros y que el más débil se lleve siempre la peor par­te. Se debe, pues, emplear la fuerza siempre que se presente la ocasión; y esta ocasión no nos la puede ofrecer mejor la for­tuna, estando como están desunidos todavía los ciudadanos, vacilante la Señoría y desconcertados los magistrados, de tal manera que, antes de que vuelvan ellos a unirse y se serenen sus ánimos, puedan ser fácilmente aplastados. De este modo, o quedaremos enteramente dueños de la ciudad o conseguiremos una parte tan importante de ella, que no solamente se nos per­donarán nuestras faltas pasadas sino que tendremos fuerza sufi­ciente para poder amenazarlos con nuevos daños. Yo reco­nozco que esta decisión es audaz y peligrosa; pero, cuando la necesidad aprieta, la audacia se considera prudencia y, en cuan­to al peligro de las grandes empresas, los valientes nunca lo tienen en consideración, porque las empresas que comienzan con peligro tienen al final su recompensa; y, de los peligros, jamás se salió sin peligro. Además yo creo que, cuando vemos que nos preparan cárceles, tormentos y muertes, es más peli­groso estarse quietos que tratar de librarse de ellos, porque en el primer caso los males son seguros mientras que en el se­gundo sólo son posibles. ¡Cuántas veces os he oído quejaros de la avaricia de vuestros superiores y de la injusticia de vuestros magistrados! Ahora es el momento no solamente de libraros de ellos, sino incluso de ponernos tan por encima de los mismos, que sean más bien ellos los que tengan que quejarse y dolerse de vosotros, que no vosotros de ellos. Las oportunidades que la ocasión nos brinda pasan volando y, una vez que han pasado, es inútil que tratemos luego de alcanzarlas. Ya veis los prepa­rativos de vuestros enemigos. Adelantémonos a sus planes, y el primero que empuñe las armas saldrá sin duda vencedor, con ruina del enemigo y encumbramiento propio. Con ello, muchos de nosotros alcanzaremos (el honor) la honra de esta victoria, y todos lograremos la seguridad”.

Estas palabras encendieron fuertemente los ánimos, ya de por sí encendidos al mal, de manera que decidieron empuñar las armas una vez que hubieran atraído a más compañeros a sus planes. Y se obligaron con juramento a socorrerse mutua­mente si alguno de ellos era apresado por los magistrados.

Mientras que estos se preparaban a adueñarse del poder, sus planes llegaron a conocimiento de los Señores que, en vista de ello, prendieron en la plaza a un tal Simoncino, por quien tuvieron noticias de toda la conjuración y de cómo pro­yectaban organizar el motín para el día siguiente. Por lo que, una vez conocido el peligro, reunieron a los miembros de los colegios y a los ciudadanos que, junto con los síndicos de las Artes, se preocupaban de la unificación de la ciudad. Pero, antes de que se reunieran, ya se había echado encima la no­che. Aconsejaron éstos a los Señores que se convocara tam­bién a los cónsules de las Artes; y estos a su vez aconsejaron unánimemente que se llamara y se hiciera entrar en Florencia a todas las tropas en campaña, y que los gonfaloneros del pueblo se presentaran por la mañana en la plaza con sus com­pañías armadas.

Mientras se sometía a tortura a Simoncino y, simultánea­mente, se reunían y deliberaban los ciudadanos, un tal Nicolo de san Friano reparaba el reloj del palacio. Este, dándose cuenta de lo que ocurría, apenas volvió a su casa, soliviantó a toda la vecindad, de manera que, en un momento, más de mil hombres armados se reunieron en la plaza del Santo Spirito. La noticia de este motín llegó a los demás conjurados y tam­bién San Pietro Maggiore y San Lorenzo, lugares por ellos de­signados, se llenaron de hombres armados.

Había ya amanecido el día, que era el 21 de julio y en la pla­za no se habían presentado más de ochenta hombres de ar­mas a favor de los Señores. De los gonfaloneros no se pre­sentó ninguno porque, al oír que toda la ciudad estaba en ar­mas, tenían miedo de dejar sus propias casas. Los primeros de la plebe que se presentaron a la referida plaza fueron los que se habían reunido en San Pietro Maggiore. Los soldados no se movieron a la llegada de éstos. Se presentó a continuación el resto de la muchedumbre y, al no encontrar resistencia, re­clamaron con terribles gritos sus prisioneros a la Señoría. Y, para conseguirlos por la fuerza, ya que con las amenazas no se los entregaban, prendieron fuego a la casa de Luigi Guicciar­dini, de manera que los Señores, por miedo a cosas peores, se los entregaron. Una vez que los liberaron, arrebataron el gon­falón o estandarte de la justicia al ejecutor que lo tenía y, enarbolándolo, prendieron fuego a las casas de muchos ciu­dadanos, persiguiendo a todos los que, por motivos públicos o privados, eran objeto de su odio. Muchos ciudadanos, para vengarse de ofensas personales, los encaminaron a casas de sus enemigos, ya que para ello bastaba sólo con que una voz gritara en medio de la multitud: “¡a casa de fulano!”, o que el que llevaba el gonfalón se dirigiera hacia allí. Se prendió fuego también a todas las escrituras del Arte della Lana. Después de haber cometido muchos desmanes, para paliarlos con algunas obras plausibles, nombraron caballeros a Silvestro de Medici y hasta otros sesenta y cuatro ciudadanos. Entre ellos estaban Benedetto y Antonio degli Alberti, Tommaso Strozzi y otros que eran partidarios suyos, aunque a muchos los obligaron por la fuerza. Entre estos hechos cabe señalar el de que a mu­chos que les habían quemado sus casas, luego, en el mismo día (tan de mano iban el beneficio y el daño), ellos mismos los nombraron caballeros. Esto es lo que ocurrió a Luigi Guicciar­dini, gonfalonero de justicia.

En medio de tantos desórdenes, los Señores, al verse aban­donados por las gentes de armas, por los jefes de las Artes y por sus propios gonfaloneros, estaban asustados, pues nadie había acudido en su auxilio de acuerdo con las órdenes recibi­das y, de los dieciséis gonfalones, solamente la enseña del León de oro y de la Ardilla, enarboladas por Giovenco della Stufa y por Giovanni Cambi, hicieron su aparición. Pero tam­poco éstos permanecieron mucho tiempo en la plaza, pues, al ver que nadie los seguía, se marcharon también.

Por otra parte, los ciudadanos, viendo la furia de aquella desatada muchedumbre y que el palacio había sido abando­nado, unos decidieron quedarse encerrados en sus casas mientras que otros prefirieron incorporarse a la turba armada para poder de esa manera, mezclados con ella, defender sus propias casas y las de sus amigos. De esta manera, se venía a acrecentar la fuerza de aquellos y a menguar la de los Señores.

Duró este tumulto todo el día y, al caer la noche se detuvie­ron junto al palacio de micer Stefano, detrás de la iglesia de San Bernabé. Su número pasaba de seis mil y, antes de que amaneciera, hicieron, mediante amenazas, que las Artes les enviaran sus enseñas. Entrada la mañana, marcharon al pala­cio del corregidor o Podestá llevando al frente el gonfalón de la justicia y las enseñas de las Artes; y, como el corregidor se negara a entregarles el palacio, lo atacaron y le obligaron a ceder.

Los señores, viendo que no podían contenerlos por la fuer­za, trataron de hacerles comprender que estaban dispuestos a pactar con ellos y, llamando a cuatro hombres de sus Colegios, los mandaron al palacio del corregidor a informarse de cuáles eran las intenciones de aquellos. Allí pudieron éstos ver que los jefes de la plebe, en unión de los síndicos de las Artes y de algunos otros ciudadanos, habían decidido ya lo que iban a exigir a la Señoría. Volvieron, pues, acompañados por cuatro delegados de la plebe, con estas peticiones concretas: que el Arte de la Lana no pudiera continuar teniendo un juez foraste­ro; que se crearan tres nuevas corporaciones de Artes, una para los cardadores y tintoreros, otra para los barberos, juboneros, sastres y análogas artes mecánicas, y la tercera para el pueblo menudo; y para estas tres nuevas Artes siempre hubie­ra dos Señores, mientras que habría tres para las catorce Artes menores; que la Señoría proveyera sedes donde pudieran re­unirse estas Artes nuevas; que ningún perteneciente a estas Artes pudiera ser obligado en el término de dos años a pagar ninguna deuda inferior a cincuenta ducados; que la Deuda pública anulara sus intereses y sólo se restituyeran los capita­les; que fueran amnistiados todos los confinados y condena­dos, y los amonestados recobraran el derecho a desempeñar cargos. Aparte de todo esto, pidieron otras muchas cosas a favor de sus particulares protectores así como, por el contra­rio, pretendieron que muchos de sus enemigos fueran confi­nados y amonestados.

Estas exigencias, aunque deshonrosas y gravosas para la república, por temor a otras cosas peores, fueron en seguida aprobadas por los Señores, por los colegios y por el Consejo del pueblo. Pero, si se quería que tuvieran validez, era necesa­rio también que se aprobaran en el Consejo municipal. Y, co­mo no se podían reunir en un solo día los dos Consejos, fue necesario esperar al siguiente. De todos modos, pareció que por el momento las Artes quedaban contentas y la plebe sa­tisfecha, y prometieron que, una vez ultimada la ley, termi­narían todos los motines.

Llegada luego la mañana, mientras el Consejo municipal es­taba deliberando, la muchedumbre, impaciente y voluble, se personó en la plaza enarbolando las acostumbradas enseñas y con tal alto y espantoso griterío que hicieron asustarse a todo el Consejo de los Señores. Por ello uno de los Señores, Guerriante Marignolli, impulsado más por el temor que por ningún otro sentimiento personal, so pretexto de vigilar la puerta desde abajo, bajó y huyó a su casa. Pero al salir no pudo ca­muflarse tan bien para que no ser reconocido por la muche­dumbre, aunque no se le hizo daño alguno; sólo que la mu­chedumbre, apenas lo vio, comenzó a gritar que todos los Se­ñores abandonaran también el palacio y que, si no, matarían a sus hijos y prenderían fuego a sus casas.

Mientras, se había aprobado ya la ley y los Señores se hab­ían retirado a sus habitaciones. Los del Consejo, que habían bajado abajo pero sin salir fuera, andaban por el pórtico y por el patio, perdidas ya sus esperanzas de poder salvar la ciudad al ver tanta deslealtad en la muchedumbre y tanta maldad o tanto temor en quienes habrían podido frenarla o dominarla. También los Señores se hallaban desconcertados y desconfia­ban de la salvación de la patria, viéndose abandonados por uno de sus propios miembros y sin que un solo ciudadano acudiera a prestarles ayuda, ni siquiera a darles ánimo. Es­tando, pues, vacilantes sobre lo que podrían o deberían hacer, micer Tommaso Strozzi y micer Benedetto Alberti, ya sea que los moviera la propia ambición deseando quedar dueños del palacio, o ya fuera porque creían obrar bien así, los persuadie­ron a ceder a las presiones del pueblo y volverse a sus propias casas como simples ciudadanos.

Esta propuesta, viniendo como venía de quienes habían si­do jefes del motín, llenó de indignación a dos de los Señores, Alamanno Acciaiuoli y Niccolo Bene, aunque los demás cedie­ran. Y, recobrando un poco de su valor, dijeron que, si los de­más se querían marchar, ellos no podían impedirlo pero que, por su parte, no estaban dispuestos a renunciar a sus cargos antes de que se cumpliera el término de los mismos, a menos de perder también la vida. Esta disconformidad de opiniones aumentó en los Señores el miedo y en el pueblo la irritación, hasta el punto de que el gonfalonero, prefiriendo acabar su magistratura con desdoro antes que con peligro, se entregó a Tommaso Strozzi, quien lo sacó de palacio y lo llevó hasta su casa. También los demás Señores, uno tras otro, se fueron de manera semejante; por lo que a Alamanno y Niccolo, viendo que se habían quedado solos, y para que no se les considerara más valientes que prudentes, se marcharon también. El pala­cio quedó así en manos de la plebe y de los Ocho de la guerra, que todavía no habían cesado en sus cargos.

Cuando la plebe entró en el palacio, llevaba en sus manos la enseña del gonfalonero de justicia un tal Michele di Lando, cardador de lana. Este, descalzo y semidesnudo, subió a la sala llevando tras de sí a toda la muchedumbre y, cuando llegó a la sala de audiencias de los Señores, se detuvo y, volviéndose hacia la muchedumbre, dijo: “Ya lo veis: el palacio es vuestro y la ciudad está en vuestras manos. ¿Qué os parece que haga­mos ahora?”. Y todos le respondieron que querían que fuera gonfalonero y Señor y que los gobernase a ellos y a la ciudad como mejor le pareciera. Aceptó Michele la Señoría pero, co­mo era hombre inteligente y prudente y que debía más a la naturaleza que a la suerte, decidió pacificar la ciudad y acabar con los tumultos. Y, para tener ocupado al pueblo y darse tiempo a sí mismo para poder ordenar las cosas, mandó que se buscara a un tal señor Nuto, a quien micer Lapo di Castiglionchio había hecho alguacil mayor (jefe de policía); y la mayor parte de los que lo rodeaban se fueron a cumplir su encargo.

Para comenzar con justicia el gobierno que se le había con­fiado, hizo ordenar públicamente que nadie incendiara o sa­queara cosa alguna y, con el fin de infundir miedo a todos, plantó horcas en la plaza.

Dando comienzo a sus reformas (del Estado), destituyó a los síndicos de las Artes y nombró otros nuevos, privó de la magistratura a los Señores y a los Colegios, y quemó las bolsas destinadas a la elección de cargos. Entre tanto, la muchedum­bre había arrastrado hasta la plaza al señor Nuto y lo había colgado por un pie en una de aquellas horcas. En un mo­mento, puesto que todos y cada uno de los que estaban a su alrededor le iban arrancando pedazos, no quedó de él más que dicho pie.

Por otra parte, los Ocho de la guerra, pensando que con la marcha de los Señores se habían quedado ellos dueños de la ciudad, habían nombrado ya a los nuevos señores. Michele, presintiendo esto, mandó a decirles que desalojaran inmedia­tamente el palacio, pues quería demostrarles a todos que sa­bía gobernar Florencia sin necesidad de su consejo. Hizo luego reunir a los síndicos de las Artes y organizó la Señoría con cua­tro miembros del pueblo menudo, dos para las Artes mayores y otros dos para las menores. Hizo además un nuevo censo y distribuyó los cargos del poder del Estado en tres partes, dis­poniendo que una de dichas partes correspondiera a las Artes nuevas, otra a las menores y la tercera a las mayores. Conce­dió a micer Silvestro dei Medici el usufructo de las tiendas del Ponte Vecchio y retuvo para sí la corregiduría de Empoli; y concedió otros muchos beneficios a muchos ciudadanos ami­gos de la plebe, no tanto para recompensarlos por su cola­boración como para que lo defendieran siempre contra sus enemigos.

Estimó la plebe que Michele di Lando, al reformar el go­bierno del Estado, se había mostrado excesivamente favorable a los más ricos y que a ella no le había cabido en dicho go­bierno todo lo que necesitaba para mantenerse en el mismo y poder defenderse; de modo que, impulsados por su acostum­brada audacia, tomaron las armas y, en forma tumultuosa, se presentaron en la plaza enarbolando las enseñas y pidiendo que los Señores bajaran a la escalinata para discutir con ellos de nuevo los asuntos relativos a su seguridad y a su bienestar. Michele, viendo la arrogancia de los mismos y para no irritar­los más, pero sin escuchar sus pretensiones, censuró su modo de pedir las cosas y los exhortó a deponer las armas, pues sólo así se les concedería lo que por la fuerza no se les podía con­ceder sin menoscabo de la autoridad de la Señoría. Por todo ello, la multitud, irritada contra los del palacio, se retiró a San­ta Maria Novella, donde nombraron por su cuenta ocho jefes con sus subalternos y con otras atribuciones, que les conferían autoridad y respeto; de manera que había dos Estados y la ciudad tenía ahora dos gobiernos distintos.

Estos nuevos jefes decidieron que en el palacio hubiera siempre al lado de los Señores ocho miembros elegidos por sus propias Artes y que todos los acuerdos que tomará la Se­ñoría deberían ser confirmados por ellos. Quitaron a micer Silvestro dei Medici y a Michele di Lando todo lo que en ante­riores decisiones se les había concedido y asignaron cargos a muchos de los suyos, con subvenciones para que pudieran desempeñarlos con dignidad. Una vez tomadas estas decisio­nes, para darles validez, enviaron a dos de los suyos a la Se­ñoría para pedir que los Consejos se las confirmaran, y con el propósito de conseguirlo por la fuerza si de grado no lo conse­guían. Estos, con gran audacia y mayor presunción, expusieron su embajada a los Señores y echaron en cara al gonfalonero la dignidad que ellos mismos le habían conferido y el honor que le habían hecho, así como la mucha ingratitud y las pocas con­sideraciones con que él los había tratado. Pero como, al ter­minar el discurso, pasaran a las amenazas, no pudo Michele soportar tanta arrogancia y, considerando más el cargo que desempeñaba que su propia ínfima condición, decidió poner freno con medios extraordinarios a aquella extraordinaria in­solencia; y, sacando la espada que llevaba ceñida, los hirió gravemente y luego los hizo atar y encerrar.

Este hecho, cuando se supo, encendió de ira a toda la mu­chedumbre la cual, pensando que podría obtener con las ar­mas lo que no había conseguido desarmada, empuño furiosa y tumultuosamente dichas armas y se puso en marcha para ir a enfrentarse con los Señores. Por su parte, Michele, temiendo lo que iba a ocurrir, decidió prevenirlo, pensando que resul­taría más honroso atacar que esperar dentro de los muros al enemigo y verse precisado como sus antecesores a huir del palacio con deshonra y vergüenza. Reuniendo, pues, un gran número de ciudadanos que ya habían comenzado a darse cuenta de su error, montó a caballo y, seguido por muchos hombres armados, se dirigió a Santa Maria Novella para com­batir a la plebe.

La plebe que, como arriba dijimos, había tomado parecida decisión, casi al mismo tiempo que Michele y los suyos salían, se puso en marcha a su vez para dirigirse a la plaza; pero la casualidad hizo que sus recorridos fueran distintos y no se encontraran en el camino. Michele, al volver atrás, se en­contró con que la plaza había sido ocupada y se intentaba asaltar el Palacio. Entablando batalla con ellos, consiguió ven­cerlos, expulsando de la ciudad a una parte de ellos y forzando a los otros a deponer las armas y esconderse.

Obtenida la victoria, los tumultos se calmaron sólo por me­rito del gonfalonero, que superó entonces a todos los demás ciudadanos en valor, en prudencia y en bondad, y merece ser citado entre los pocos benefactores de la patria, pues, si hubiera habido en él intención torcida o ambiciosa, la Re­pública habría perdido enteramente la libertad y habría caído en una tiranía mayor que la del duque de Atenas. Pero su hon­radez hizo que no le pasara nunca por la mente pensamiento alguno contrario al bien público, y su prudencia le permitió llevar las cosas de manera que fueron muchos los que se pu­sieron de su parte, y pudo dominar a los otros con las armas. Todas estas cosas hicieron desconcertarse a la plebe e hicie­ron meditar a los mejores artesanos y considerar el desdoro que suponía para quienes habían domeñado la soberbia de los grandes el tener que soportar el hedor de la plebe.

Cuando Michele obtuvo esta victoria contra la plebe, se había formado ya la nueva Señoría. En ella figuraban dos indi­viduos de tan vil e infame condición, que se acrecentó en los ciudadanos el deseo de librarse de tal vergüenza. Hallándose, pues, la plaza llena de gente armada cuando los Señores to­maban posesión de sus magistraturas el día primero de sep­tiembre, apenas salieron del palacio los Señores se alzó tumul­tuosamente entre los armados el grito de que no querían en­tre los señores nadie del pueblo bajo. De modo que la Señoría, para satisfacerles, privó de la magistratura a aquellos dos, unO de los cuales se llamaba Tria y el otro era el cardador Barocco; en su lugar eligieron a Giorgio Scali y Francesco di Michele. Anularon también el Arte o corporación del pueblo bajo y a sus inscritos los privaron de los cargos, excepto a Michele di Lando y a Lorenzo di Puccio y algunos otros más cualificados. Dividieron los cargos en dos partes iguales, una de las cuales asignaron a las Artes mayores y la otra a las menores; pero decidieron que entre los Señores hubiera siempre cinco arte­sanos pertenecientes a las Artes menores y cuatro a las mayo­res, y que el cargo de gonfalonero correspondiera unas veces a uno de esos miembros y otras veces a otro. El gobierno así establecido consiguió por el momento calmar la ciudad; pero aunque se logró privar del mando de la República a la plebe, los artesanos resultaron más poderosos que los nobles, quie­nes se vieron obligados a ceder y a contentar a las Artes para quitar al pueblo bajo el favor de estas.

Todos estos hechos fueron favorecidos también por quie­nes deseaban que quedaran postrados los que, con el nombre de partido güelfo, tan duramente habían ofendido a muchos ciudadanos. Y como, entre los que habían favorecido el nuevo tipo de gobierno, figuraban micer Giorgio Scali, micer Bene­detto Alberti, micer Silvestro dei Medeci y micer Tommaso Stozzi, estos se convirtieron casi en dueños de la ciudad. Esta disposición y organización de las cosas confirmó la ya iniciada rivalidad entre los ciudadanos notables y las Artes menores, rivalidad motivada por las ambiciones de los Ricci y de los Albizzi. Puesto que de estas divisiones se siguieron luego, en diversos momentos, gravísimos efectos, y más de una vez habremos de hablar de ellos, llamaremos a uno de estos par­tidos popular y al otro plebeyo. Duró este estado de cosas tres años y estuvo saturado de destierros y muertes, por lo que los gobernantes vivían en grave alarma, siendo muy grande el número de descontentos tanto dentro como fuera de la ciu­dad. Los descontentos de dentro tramaban, o se creían que tramaban, revoluciones todos los días; y los de fuera, sin mie­do alguno que los frenase, sembraban toda suerte de des­órdenes, ya en un sitio ya en otro, unas veces por medio de algún príncipe y otras por medio de ciertas repúblicas.