Los derechos humanos como discurso hegemónico

Los derechos humanos como discurso hegemónico (2014)
Paola Molano Ayala*
Entre otros muchos pueblos del continente, los Uwa y los Wiwa de Colombia, los Guaraníes-kaiowá en Brasil, el pueblo Sarayaku en Ecuador, en Paraguay los pueblos Yakye Axa, Sawhoyamaxa y Xámok kásek, han luchado por su territorio y su pervivencia cultural.

Durante el siglo XXI la principal amenaza para ellos ha sido el neo-desarrollismo. Minería, agroindustria, extracción de hidrocarburos, construcción de megaproyectos, explotaciones forestales son algunas de las preocupaciones que aquejan a los pueblos indígenas de América y que tienen en jaque sus derechos.
Boaventura de Sousa Santos busca retratar en este libro las transformaciones y los desafíos que enfrentan los derechos humanos en la actualidad, y su punto de partida es la pregunta por el eventual carácter emancipador de estos derechos.
El fortalecimiento de perspectivas no dominantes (“contra hegemónicas”) como fundamento del ejercicio y garantía de los derechos humanos puede ayudar a la autodeterminación de los pueblos y a crear una conciencia anticapitalista que frene el descontrol extractivista del modelo económico imperante.
Los derechos humanos: ¿victoria o fracaso?
De Sousa Santos considera necesario explorar lo que él llama “espejismos” y desafíos de los derechos humanos antes de precisar si estos efectivamente pueden tener un carácter emancipador. Para ello es preciso preguntarse si los derechos humanos son una victoria o un fracaso. Semejante pregunta se explica porque la historia de los derechos humanos suele presentarse como consensual, lineal y universal, lo que cual no es tan cierto, pues estos derechos son un discurso que triunfó entre otras ideas de dignidad.
De Sousa señala que la idea del consenso en torno a los derechos humanos se ha sustentado en espejismos para hacernos creer que se trata de un triunfo en beneficio de toda la humanidad, que son universalmente válidos y que se apoyan sobre la noción de dignidad humana, proveniente de una concepción de naturaleza humana individual.
No obstante ese relato desconoce las distintas ideas de dignidad y las diversas lecturas de los derechos, dependiendo de las culturas y los momentos históricos. El discurso de los derechos humanos representa la visión vencedora y por lo tanto no es universal.
Tensiones entre los derechos
Cuando se usa el lenguaje de los derechos humanos en luchas sociales de distintos tipos surgen tensiones que muestran la precariedad del pensamiento convencional sobre ellos.
Las tensiones entre lo universal y lo fundacional, lo individual y lo colectivo, el secularismo y el post-secularismo, los derechos y los deberes humanos, la razón de Estado y la razón de los derechos, lo humano y lo no humano, el reconocimiento de la igualdad y el de la diferencia, el desarrollo y la libre determinación, entre otros, son aspectos complejos en relación con los derechos humanos.
Las luchas por los derechos se ven atravesadas por esas tensiones que la idea convencional no está en capacidad de responder. Por ejemplo, el pensamiento convencional no reconoce sujetos no humanos como titulares, universaliza el ideal europeo, es individualista y desconoce las discontinuidades de los regímenes políticos a pesar de la continuidad de los derechos.
Dentro de estas tensiones el autor resalta la que existe entre desarrollo y libre determinación, por la importancia que tiene para el “sur global”. El neo-desarrollismo ha traído desafíos nuevos a las comunidades y a la lucha por los derechos.

Los proyectos que se enmarcan en el auge del neo-desarrollismo tienen como particularidades que, por un lado, afectan el medio ambiente y la existencia de muchas comunidades y, por otro, que el beneficio económico que dejan es para unas pocas élites. Por lo tanto, hay redistribución del daño, pero no de los beneficios.
Entre estos proyectos están principalmente los monocultivos (soja, caña de azúcar, palma de aceite, algodón…), la minería y la construcción de megaproyectos (carreteras troncales, represas,…) que, bajo el argumento del desarrollo, incluso bajo los nuevos gobiernos progresistas, vulneran los derechos de personas y comunidades. Además de verificar las tensiones nombradas, el neo-desarrollismo ha traído desafíos nuevos a las comunidades y a la lucha por los derechos.
Los derechos humanos contra-hegemónicos
En el espacio de lucha por los derechos dentro del contexto neo-desarrollista conviven el interés de lucro por parte de empresarios y algunas élites políticas junto con la resistencia de las comunidades a través de la movilización social.
La lucha por los derechos humanos contra-hegemónicos se da contra lo que el autor llama “fascismo desarrollista”, que busca hacer tabula rasa de los derechos humanos y reprimir de manera brutal a quienes se oponen a ese modelo de desarrollo. La lucha contra este fascismo ha tenido tres características:
Tiene una marcada dimensión civilizadora, en el sentido de construir unas nuevas generaciones de derechos para garantizar no solo la vida presente sino también la futura; Congrega diferentes conceptos de representatividad política, para dejar de referirse a quienes luchan en contra de ese modelo de desarrollo como minorías con el fin de hacer justicia histórica, pues muchos de quienes hoy luchan son pobladores ancestrales o fueron históricamente violentados.
Ataca las inercias de pensamiento crítico y la política de izquierda eurocéntrica con el fin de articular luchas hasta ahora separadas, como las de los pueblos indígenas, de las comunidades negras, de las mujeres, de los campesinos y de otras muchas.
La ruptura con el pensamiento convencional de los derechos gracias a la irrupción de nuevos actores, como los movimientos indígenas en Latinoamérica, por el tipo de lucha que resulta de hacer frente al fascismo desarrollista, permite dar cuenta de la necesidad de poner en tela de juicio ese pensamiento y, por otro lado, de construir uno nuevo con orientación contra-hegemónica.
Según el autor, esa es la experiencia de Latinoamérica. A través de acciones afirmativas, del diálogo intercultural en el momento de expedir leyes, del reconocimiento constitucional de sujetos de derecho no humanos (como la madre tierra), y de mecanismos novedosos de justicia transicional, entre otras formas, en América Latina al tiempo que se develan los desafíos y las tensiones, se reconfigura el pensamiento convencional sobre los derechos humanos.
Esta lucha, según De Sousa Santos, tiene que seguir pues representa la pervivencia de los derechos humanos como instrumento para la emancipación en el siglo XXI.
¿El lenguaje será suficiente?
No obstante, el papel del Estado parece diluirse. El lenguaje de los derechos es el que interpela a los Estados, a diferencia de otro tipo de gramáticas, como las llama el autor. Ante la necesidad de construir un pensamiento de los derechos humanos que sea contra-hegemónico también habría que definir cuál es el tipo de relación con el interlocutor (el Estado), el cual seguiría en el mismo pensamiento convencional.
Una apuesta tanto crítica como propositiva debe, entonces, tener en cuenta la importancia de la movilización social como resistencia, pero también a quién busca interpelar esa movilización con su relato contra-hegemónico. De lo contrario las luchas, desde la gramática de los derechos, pueden perder resonancia.

Habría que precisar si efectivamente la apuesta por ese pensamiento contra-hegemónico quiere canalizarse por la vía de los derechos o si mejor sería apostar por hacer visibles esas otras ideas de dignidad que perdieron protagonismo con el triunfo de los derechos y a través de las cuales podría producirse un verdadero pensamiento contra-hegemónico – no apenas una relectura del discurso de los derechos humanos-.

  • Estudiante de la maestría en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales- Universidad Nacional de Colombia

El esencialismo, fundamento ideológico de la ciencia

El esencialismo, fundamento ideológico de la ciencia
Julio Muñoz (La Jornada)

La ciencia moderna ha construido su edificio conceptual y metodológico con base en la aceptación de la existencia universal de esencias. De acuerdo con esto, todos los objetos del mundo deben contener una propiedad que les es esencial, que los explica suficientemente y es común a todos. Además, estos objetos pueden ser divididos y subdivididos en grupos claramente definidos y separados respecto de los demás, en función de las esencias particulares de cada uno de ellos, es decir, de una característica propia de los entes que forman ese grupo y que no es compartida por los otros. A partir de aquí el universo entero se encontraría dividido y clasificado en conjuntos que formarían clases naturales.

Aunque esta idea se encuentra muy arraigada desde tiempos de la Grecia clásica y sus concepciones atomistas, es el esencialismo y reduccionismo de René Descartes el que ha tenido un impacto mayor desde el siglo XVII hasta nuestros días. Descartes era de la opinión de que cualquier investigación científica debería proceder descomponiendo el objeto o sistema de estudio en sus partículas más simples hasta encontrar aquella que contuviera la más simple de todas las propiedades, la que no tuviera más necesidad que de sí misma para explicarse, prescindiendo de toda relación con su entorno. Siguiendo a Descartes, se encontraría que las propiedades de un sistema serían esas propiedades esenciales de la partícula fundamental, las cuales se transmitirían a través de todos los niveles ontológicos del mencionado sistema.

Con base en este principio se desarrollaron las investigaciones de la física clásica, y de la química, que sostenía la esencia de átomos primero y después de partículas subatómicas para explicar el comportamiento último de la materia. En las ciencias sociales, Thomas Hobbes y Adam Smith, entre otros, pretendieron encontrar en una supuesta esencia egoísta y competitiva del ser humano, la base de toda organización social, siendo la producción de mercancías y la propiedad privada lo que daría contenido, sentido a esa esencia. En las ciencias de la vida, numerosos biólogos se afanaron por encontrar las propiedades esenciales de cada grupo de organismos, por ejemplo, en sus aparatos reproductores. Darwin se apoyó en esencialismos de la economía política, principalmente de Thomas Malthus, para explicar la evolución biológica en función de las habilidades diferenciadas de cada especie para competir por los escasos recursos, causados por un supuesto desequilibrio eterno, “esencial” entre medios de subsistencia y crecimiento poblacional.
Pero conforme la ciencia ha ido descubriendo y definiendo que sus sistemas de estudio se comportan, desenvuelven y modifican en múltiples planos y direcciones, y en los que se llevan a cabo cambios cuantitativos-cualitativos, la búsqueda de esencias en los procesos y entidades bajo estudio, resulta cada vez más vana y obstaculizante para el desarrollo científico.
La ciencia moderna contiene una contradicción entre su concepción esencialista y su búsqueda de interpretaciones dinámicas del mundo. Ambos elementos resultan a la larga incompatibles. El esencialismo supone la existencia de cualidades intrínsecas, inmanentes a todos los entes comprendidos dentro de la clase en los que esas cualidades parecen existir; supone uniformidades son las que hacen a las clases naturales, supone constancia, inalterabilidad, tajantes divisiones entre entidades, lo mismo físicas, biológicas o sociales.
Todo esto, por definición, no puede explicar los cambios, la dinámica, las transformaciones del mundo. El estudio del universo en función de esencias y clases naturales se complica enormemente cuando queda claro que los sistemas naturales y sociales son sistemas cambiantes, transitorios, históricos, con relaciones causa-efecto complejas y multidireccionales, con fronteras flexibles entre su exterior y su interior; operando siempre en intrincados enlaces espacio-tiempo. Sobre todo, a medida en que un sistema, natural o social se encuentre cambiando, cambiarán las relaciones entre sus componentes, conduciendo a constantes modificaciones y negaciones de aquello que en cierto momento fue concebido como esencial. Vale la pena entonces poner en tela de juicio si en realidad se puede hablar de esencias.

El cuestionamiento al esencialismo, ha ido mostrando la base ideológica que en múltiples casos tiene la asignación de esencias a los objetos de la ciencia. Esta ideologización produce fuertes limitaciones, dogmatismos y fetichismos que están sirviendo a los intereses de los grandes consorcios multinacionales, a los Estados que los sostienen y a ideologías opresivas cada vez más salvajes.
La ciencia contemporánea debe pugnar por un cambio claro. En vez de estarse buscando arbitrarias cualidades esenciales, es preciso enfocar la investigación científica a la comprensión de las relaciones en los sistemas de estudio, como el punto de partida. Es a partir de esto como una ciencia refundada podrá contribuir a la resolución de los acuciantes problemas mundiales contemporáneos.

Gioconda Belli: “Jamás pensé que me tocaría vivir otra dictadura”

Gioconda Belli: “Jamás pensé que me tocaría vivir otra dictadura”

Esta es una realidad, según la poeta, que “supera la ficción y no es la primera vez que un revolucionario deviene en un tirano”, al referirse a Ortega
Redacción Cultura
22/10/2018

Poeta Gioconda Belli. EFE/Archivo

La poeta y activista de los derechos humanos, Gioconda Belli, en su discurso de agradecimiento al recibir el Premio Festival Eñe, dijo que jamás pensó que le“tocaría vivir otra dictadura y menos que el dictador sería uno de los nuestros”, una clara referencia al actual presidente inconstitucional Daniel Ortega Saavedra. Esta es una realidad, según la poeta, que “supera la ficción y no es la primera vez que un revolucionario deviene en un tirano”.

Este galardón honorífico entregado a Belli el sábado 20 de octubre en el Festival en Madrid, reconoce su papel como una “persona comprometida con su país y la libertad”.

Gioconda Belli, Evelio Rosero y Carlos Manuel Álvarez cierran la jornada literaria en el @InstCervantes y #FestivalEñe18 con la mirada puesta en Latinoamérica y la violencia. pic.twitter.com/md2hDB7Rvp

— Eñe (@revistaparaleer) 18 de octubre de 2018

Este festival a que asisten mas de 120 autores inició el 15 de octubre y se extenderá hasta el 27 del mes. Evento en el cual presentará su última novela Las fiebres de la memoria (Seix Barral).

Belli es la segunda merecedora de este premio, el año pasado le fue entregado al poeta español José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012 y Premio Nacional de las Letras Españolas (2005).

Dejamos sus palabras de agradecimiento al recibir el Premio Eñe:

Este premio me da una dosis de alegría necesaria. Como saben Nicaragua está pasando por una crisis muy difícil de soportar.

Desde el 18 de abril cuando se rebelaron y empezaron a morir nuestros jóvenes — 23 murieron en sólo los primeros cinco días — cuesta respirar en mi país.

En seis meses hemos acumulado más de 400 muertos, 2000 y tantos heridos, 400 y tantos presos y una estampida de perseguidos que se nos ha llevado a 30,000 y tantos nicaragüenses a Costa Rica y otros lugares.

Es duro porque ha sido una lucha sin armas contra paramilitares y policías armados. Pero no hay vuelta atrás.

Jamás pensé que me tocaría vivir otra dictadura y menos que el dictador sería uno de los nuestros, pero la realidad, como bien sabemos, supera la ficción y no es la primera vez que un revolucionario deviene en un tirano.

Recibir un premio de Eñe, una revista que ha apostado, como dijo Luisgé en una entrevista, por las causas que van contracorriente, me cae muy bien, porque he vivido contracorriente la mayor parte de mi vida y no me arrepiento ni un instante de haberlo hecho.

Creo que en el mundo de hoy el arte tiene que ir contracorriente y volver a ser desafiante y cuestionador.

Me encanta Eñe desde su definición tan obvia: revista para leer. Me hace pensar en la decoradora de interiores que conocí en Los Ángeles y que me contaba que había clientes que le encargaban los libros por metro: un metro de libros de tapa roja, por ejemplo.

Libros decorativos cuyas palabras jamás verían la luz de una manos. Eñe no es, sin duda, para decorar.

Tiene el reto de arrancar los ojos de los celulares y hacer que la gente se tire desde la superficie a la hondura de un pensamiento variado e inteligente. Chapeau mis amigos, esa es una gran empresa en esta época.

Además de la revista hay que ver la riqueza planetaria de estos diez años de Festival Eñe.

Oír a creadores que piensan en silencio pensar en voz alta es un regalo para la cultura que habla español, es una afirmación de que estamos vivos, de que el mercado nos quiere arrastrar, pero nos resistimos y optamos por fajarnos con los molinos de viento.

De manera que mil gracias a Eñe, a Luisgé, a Luis Posadas y La Fábrica, a todos los que hacen esa revista y este festival hermoso.

Gracias por este honor que abrazo con cariño y que dedico a esas mujeres y hombres prisioneros en mi país, que no cometieron más crimen que el ir contra la corriente que se llevaba su libertad.

Gioconda Belli

(20 Octubre, 2018)

El neoliberalismo como ideología hegemónica en las Filipinas: Nacimiento, apogeo y crisis (2009)

El neoliberalismo como ideología hegemónica en las Filipinas: Nacimiento, apogeo y crisis (2009)
Walden Bello

Este artículo trata de arrojar luz sobre cómo una ideología logra la hegemonía, cómo se mantiene la hegemonía, y qué sucede cuando las pretensiones de una ideología que se contradicen con la realidad.

El neoliberalismo es una perspectiva que defiende el mercado como regulador esencial de la actividad económica y con objeto limitar la intervención del Estado en la vida económica al mínimo. Neoliberalismo en los últimos tiempos se ha identificado con la economía, habida cuenta de su hegemonía como un paradigma dentro de la disciplina, es decir, su exclusión de otras perspectivas como formas legítimas de hacer economía.

Dado que la economía es considerada en muchos círculos como una ciencia dura, tanto como la física del ser, por ejemplo, el neoliberalismo ha tenido una influencia tremenda y generalizada no sólo en los círculos académicos sino en los políticos. Si bien la Universidad de Chicago se convirtió en la fuente de la sabiduría académica, en los círculos tecnocráticos el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial eran vistos como las instituciones clave para trasladar la teoría a la política, a un conjunto de prescripciones prácticas que se aplicasen a todas las economías.
Es sorprendente darse cuenta de cómo el neoliberalismo relativamente reciente se ha convertido en un paradigma hegemónico. Todavía en la segunda mitad del siglo XX la economía keynesiana (años 70), que promueve una buena dosis de intervención estatal como elemento necesario para la estabilidad y el crecimiento sostenido, era la ortodoxia. En lo que solía ser conocido como el Tercer Mundo, el desarrollismo era el enfoque dominante. Hubo una tendencia conservadora del desarrollismo y otra progresista, pero ambas vieron el Estado, más que el mercado, como el mecanismo central del desarrollo.

En Filipinas, el neoliberalismo llegó por primera vez en la forma del programa de ajuste estructural impuesto por el Banco Mundial a principios de 1980, en un intento de este último para reforzar la capacidad de la economía al servicio de su deuda externa abrumadora. El ajuste estructural ayudó a desencadenar la crisis económica de los principios de 1980, su efecto de contracción significó el inicio de la recesión mundial. [1]
La crisis [de Filipinas] fue la peor desde la Segunda Guerra Mundial, pero el papel de la economía neoliberal en ella que se vio empañado por su coincidencia con la profunda crisis política desencadenada por el asesinato de Aquino en agosto de 1983. Para la mayoría de los filipinos, Marcos fue la causa de ambas crisis.
¿Triunfo por defecto?
Durante el período de Aquino la economía neoliberal comenzó su ascenso a la supremacía ideológica.
En primer lugar, se asoció con varios intelectuales y tecnócratas cercanos a la administración Aquino, que había sido fuertemente influenciada por los gobiernos de Reagan y Thatcher sobre sus experimentos de libre mercado en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Entre ellos el economista Bernie Villegas y el secretario de Hacienda de Cory Aquino, Jesús Estanislao. Otro centro clave del neoliberalismo emergente fue la Escuela de Economía de la Universidad de Argentina, que había redactado un Libro Blanco sobre la economía de Filipinas en 1985.
En segundo lugar, los análisis remitidos por estos intelectuales estaban en sintonía con el sentir popular. Situaban los problemas económicos del país en lo que se conoce como “capitalismo de amigos”, o el uso de las agencias estatales para favorecer los intereses privados de algunos allegados del dictador [Ferdinand Marcos]. El asalto directo sobre el estado keynesiano, tachado de ineficaz, fue la característica más destacada del thatcherismo y el reaganismo y un elemento subsidiario en el caso para la libertad de mercado.
En tercer lugar, no había alternativa creíble al neoliberalismo. El desarrollismo keynesiano, que promovió el papel del Estado como factor estratégico en la primera fase de la ascensión al desarrollo, se vio comprometido por su personificación en la dictadura de Marcos. En cuanto a la visión de la izquierda de “industrialización nacionalista” o “nacional democrática” de la economía, no fue más allá de retóricas y apenas había sido popularizado en el período anterior a la sublevación de EDSA, tal vez debido a la prioridad que el Partido Comunista ponía en la lucha anti-fascista, que exigía infravalorar la opinión de que la democracia nacional es la antesala del socialismo, para formar un frente amplio con los elementos anti-dictatoriales de la élite. Luego, tras el levantamiento de EDSA, la articulación de una alternativa fue desbaratada por la preocupación de la izquierda por las consecuencias de su falta de participación en el acto final de la expulsión de Marcos.
En resumen, la perspectiva neoliberal triunfó por defecto, y esta ausencia de alternativas creíbles a nivel nacional fue complementada por cuatro acontecimientos a nivel internacional: el colapso del socialismo centralizado en Europa oriental, que parecía ofrecer el golpe de gracia a la alternativa socialista, la crisis del modelo socialdemócrata sueco, el aparente éxito de las revoluciones de Reagan y Thatcher en la revitalización de las economías estadounidense y británica, y el aumento de la reciente industrialización de Asia Oriental. Los cuatro [acontecimientos] tuvieron un impacto en el pensamiento de la clase media y las élites, que son, por cierto, llamadas “clases llenas de palabrería” debido a su función discursiva central en la legitimación de las perspectivas sociales y políticas.
¿Cómo el “milagro asiático” fue interpretado por los neoliberales?
Vale la pena observar cómo el aumento de las economías vecinas fue interpretado por los neoliberales en las para mistificar el neoliberalismo. En opinión de los neoliberales, la clave para el éxito de nuestros vecinos era la hegemonía del mercado. Como dijo Jesús Estanislao dijo, “el gobierno se debe ocupar de una serie de actividades macroeconómicas, como la construcción de infraestructura, por ejemplo, dejando todo lo demás para el sector privado”. Y eso es exactamente lo que Singapur, Malasia, Indonesia y Tailandia han hecho, y eso es lo que México está haciendo, y estamos empezando a hacerlo. “[2]
La realidad, sin embargo, es que si bien es cierto que en Indonesia, Malasia y Tailandia, el estado puede haber jugado un papel menos agresivo que en Corea y Taiwán, el Estado fue el principal impulsor de la industrialización. Por ejemplo, Tailandia comenzó a registrar tasas de crecimiento del 8 al 10 por ciento deslumbrando al mundo, cuando dio inicio a una fase de “sustitución de importaciones”-el uso de la política comercial para crear el espacio para el surgimiento de un sector de bienes intermedios-durante la segunda mitad de la década de 1980 [3].
En el caso de Malasia, si bien es cierto que algunas privatizaciones y la desregulación a favor de intereses privados se llevaron a cabo en finales de 1980, sería un error subestimar el impacto de estas políticas. La compañía petrolera estatal, Petronas, fue siempre calificada como una de las mejores de Asia del Este y una de las empresas más innovadoras y exitosas en la región de Asia oriental era el conjunto dirigido por el Estado bajo la fórmula del joint venture entre una empresa estatal y una empresa de automóviles extranjeros, Mitsubishi, que produjo el Proton Saga, emblema de Malasia, que llegó la saga a controlar dos tercios del mercado nacional y generó un beneficio para sus productores, un ejemplo de todos los pecados de la política industrial que los economistas neoclásicos, como Estanislao, habían advertido: trato fiscal discriminatorio para los competidores, orientación estratégica industrial para manipular los incentivos de mercado para crear una industria local de automóviles y presión a las fuentes locales [fabricantes] de componentes para fomentar el crecimiento de las industrias proveedoras locales [4].
En Indonesia, el Estado se mantuvo durante los años 1980 y 1990 como actor clave en la economía, con empresas estatales aportando alrededor del 30 por ciento del PIB total y cerca del 40 por ciento del PIB no agrícola. Los gastos de capital como porcentaje del presupuesto del gobierno llegaron al 47 por ciento en Indonesia mientras que en Tailandia se elevó la cifra de 23 a 33 por ciento. En cambio, en Filipinas, los tecnócratas de Aquino empujaron hacia abajo los gastos de capital como porcentaje del presupuesto nacional del 26 a 16 por ciento. Dado que el gobierno es el mayor inversor en una economía, esta reducción radical de los gastos de capital no podía sino tener un impacto en los resultados económicos. Mientras Filipinas crecía con un 1-2 por ciento nuestros vecinos lo hacían en tasas del 6 al 10 por ciento.
En suma, nuestros tecnócratas neoliberales se deslumbraron hasta el punto de envidiar el rendimiento de nuestros vecinos, pero no identificaron correctamente la razón para ello. Alegaron que era el mercado, cuando en realidad era el Estado. Si bien una cierta liberalización que estaba produciendo en las economías de nuestros vecinos, esa la liberalización era selectiva en el contexto de un proteccionismo estratégico impulsado por el Estado, cuyo objetivo era profundizar en la estructura industrial.
El apogeo del neoliberalismo
Estas ideas, por desgracia, tienen consecuencias y tal vez no hay mejor manera de ilustrarlo que el esfuerzo para hacer de Filipinas un NIC ( “país de reciente industrialización”) en el año 2000, como se dijo, a través de la globalización, es decir, la integración acelerada de Filipinas en el mercado mundial y los circuitos de producción a través del comercio y radical liberalización de las inversiones. El neoliberalismo vivió su fase más doctrinaria y más influyente con el gobierno del presidente Fidel Ramos.
Lo que podríamos llamar la “neoclasificación” de la tecnocracia de Filipinas que se hizo en el gobierno Ramos no muestran tanto el carácter de un golpe de estado intelectual como de un traspaso gradual de las alturas estratégicas de la tecnocracia de libre mercado hacia los ámbitos académico, gubernamental y empresarial, muchos de los cuales habían realizado estudios en los años 1970 y 1980 en los Estados Unidos y Gran Bretaña, cuando el estado keynesiano había perdido su brillo y el neoliberalismo se había puesto de moda en los departamentos de economía de las universidades de los EEUU.
Muchos hicieron sus postgrados en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, incluido el Ministro de Finanzas de Ramos, Roberto de Ocampo. El y sus colegas que han desempeñado un papel destacado de giro del país [hacia el neoliberalismo] actuaron así no sólo por la presión externa del Banco Mundial y el FMI, sino también pos sus creencias “impuestas, tal vez, pero también por dirección política [del gobierno]”[5]. Además, surgió un amplio consenso” entre las élites y la clase media en torno a las reformas de libre mercado”[6],
En cualquier caso, la revolución liberal había logrado una masa crítica en el momento en que Ramos llegó al poder y su hegemonía se consolidó durante su administración7.
La pieza central del programa neoliberal durante este período fue la liberalización arancelaria: la Orden Ejecutiva 264 de Filipinas se comprometió a bajar las tarifas en todos los productos, menos algunos sensibles, entre el 1-5 por ciento en 2004. En su afán de ponerse al día con nuestros vecinos, lo que nuestros tecnócratas hicieron fue copiar la impresionante tasa de crecimiento del Chile de Pinochet sin ver la desindustrialización y la enorme crisis social provocada por sus políticas de libre mercado.
Además de la liberalización arancelaria radical, el régimen de inversión extranjera fue liberalizado, se flexibilizaron las normas bancarias para que los bancos extranjeros estableciesen sus operaciones en el país, y la cuenta de capital fue casi totalmente liberalizada para atraer a los inversores especulativos, haciendo el peso [moneda filipina] totalmente convertible, permitiendo la utilización completa e inmediata de los beneficios, y la plena utilización de las cuentas en moneda extranjera. En efecto, en la unidad de la administración para alcanzar a sus vecinos, la atracción de la inversión especulativa mediante la eliminación de las barreras de entrada y salida de capital se convirtió en la vanguardia de su estrategia la globalización.
La administración también garantizó que la liberalización se mantendría con los regímenes sucesivos, siendo difícil el dar marcha atrás en estas medidas. Filipinas se unió a la Zona de Libre Comercio de la ASEAN (AFTA), con arancel preferencial de sus efectivos. Bajo este esquema, el año próximo, 2010, todas las tarifas, excepto las de arroz, se reducirán a 0 y 5 por ciento. Más importante aún, Filipinas se unió a la Organización Mundial del Comercio en 1995, una medida que exige la revisión de una gran cantidad de leyes que rigen el comercio, la inversión, y los derechos de propiedad intelectual para que nuestro ordenamiento jurídico sea “compatible con la OMC”.
La economía creció una media del 4 por ciento durante el período de Ramos, sobre todo porque después de los años de Aquino, no había lugar a donde ir sino hacia arriba.
Consecuencias de la crisis financiera de Asia
Esta ilusión fue rota por la crisis financiera asiática de 1997. Los fondos especulativos, unos 4.600 millones de dólares, salieron del país. La salida masiva de capital resultó en una recesión y el estancamiento de 1998 a 2000.
La crisis financiera asiática dio lugar a una recepción más crítica del neoliberalismo en algunos círculos de elite y clase media. Se comenzó a ver otros países, como Argentina, que debido a su cumplimiento con el Acuerdo de la Organización Mundial del Comercio en la Agricultura, la Argentina se transformó de un país exportador neto de alimentos a un país importador neto de alimentos desde mediados de la década de 1990.
La liberalización de la industria de inicio con el ajuste estructural de los años ochenta dio lugar a la erosión irreversible de la base industrial del país. La lista de cierres de industrias productoras de papel, textiles, cerámica, productos de caucho, muebles y accesorios, productos petroquímicos, bebidas, madera, zapatos, aceites de petróleo , accesorios de vestir, y artículos de cuero es extensa. En los primeros años de esta década, la industria textil del país se había reducido de 200 a menos de 10 empresas [8].
El veredicto más convincente de más de dos décadas de liberalización fue el dado por el entonces secretario de Hacienda, Isidro Camacho, Jr., en 2003: “Hay una aplicación desigual de la liberalización del comercio, que es una desventaja para nosotros” [9] (…) “la reforma arancelaria “ha matado a tantas industrias locales.” [10] En otros países, la pérdida de la base industrial local a menudo ha sido contrarrestada por los neoliberales, citando mejoras en el bienestar de los consumidores. Esto no fue posible en las Filipinas, donde la tasa de pobreza se mantuvo estancada en 32-35 por ciento de la población.

Grupos de la sociedad civil, así como grupos de presión de la industria local, como la Alianza de Libre Comercio (TLC) fueron centrales en el descrédito de la doctrina neoliberal. Sin embargo, el papel desempeñado por ciertos órganos de gobierno no debe ser subestimado. Por ejemplo, el Departamento de Agricultura ha liderado con éxito la oposición a una mayor liberalización del comercio agrícola en la OMC. De hecho, este personal [del Departamento de Agricultura] trabaja en estrecha colaboración con grupos de la sociedad civil.
El enfoque doctrinario neoliberal, que fue dominante bajo la administración Ramos ha dado paso en los últimos años a una perspectiva más pragmática porque los datos disonantes ya no pueden ser eliminados. Si bien la tendencia hacia la reducción de aranceles sigue dominando, ahora hay varios casos de inversión. Por ejemplo, un comité de revisión del gobierno constituido con arreglo a la Orden Ejecutiva 241 plantea tarifas en 627 de 1371 bienes producidos localmente para prestar socorro a las industrias que sufren la competencia de las importaciones.
El reciente colapso de la economía mundial debido, entre otras cosas, a la ausencia de regulación de los mercados financieros ha erosionado aún más la credibilidad del neoliberalismo. Sin embargo, sigue ejerciendo una fuerte influencia en nuestros economistas y gestores económicos. En las recientes audiencias sobre el presupuesto en la Cámara de Representantes, la liberalización del comercio se defiende como conducente a una mayor “competitividad”; no se habla de la posibilidad de renegociar nuestra deuda externa al parecer porque nos dará una mala reputación en los mercados mundiales de capital, la globalización sigue siendo alabada como la ola del futuro, y reducir los gastos de capital para equilibrar el presupuesto, incluso si con esto invitamos a una recesión más profunda [11].
¿Por qué esta invocación continua de los mantras neoliberales, cuando las promesas del neoliberalismo han sido contradichas en cada ocasión por la realidad?
En primer lugar, el discurso de la corrupción sigue siendo generalizado para explicar el subdesarrollo de Filipinas. En este discurso, el Estado es la fuente de corrupción, de manera que tener un mayor papel del Estado en la economía, incluso como regulador, es visto con escepticismo. Para muchos filipinos, y no sólo en el discurso de configuración de la clase media, el estado de corrupción – y no las relaciones de desigualdad generada por el mercado y la erosión de los intereses económicos nacionales provocada por la liberalización del comercio y los mercados de capitales – es considerado como el mayor obstáculo para el desarrollo y el crecimiento económico sostenido. No es éste el lugar para discutir esta creencia en detalle, basta con decir en este punto que esta supuesta correlación entre la corrupción y el subdesarrollo y la pobreza tiene poca base en la realidad. [12]
En segundo lugar, a pesar de la profunda crisis del neoliberalismo, no ha habido ningún paradigma alternativo creíble o discurso que ha surgido, ya sea local o internacional. No hay nada como el reto que plantea la economía keynesiana al fundamentalismo de mercado durante la Gran Depresión. Los retos planteados por economistas estrellas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Dani Rodrik seguirán haciéndose dentro de los límites de la economía neoclásica, con su ecuación de bienestar social con la reducción del coste unitario de producción. Nos guste o no, no sólo los economistas, los intelectuales en general, buscan orientación en el extranjero, incluidas las de los críticos del establecimiento.
Hay un tercer motivo. La economía neoliberal sigue proyectando una imagen de la ciencia dura, debido a haber sido cuidadosamente matematizada. A raíz de la reciente crisis financiera, la formalización extrema y el matematización de la disciplina ha sido objeto de críticas desde dentro de la profesión económica en sí, con algunos alegando que la metodología más que de fondo se ha convertido en el final de la práctica económica, con la disciplina, como resultado, perdiendo su contacto con las tendencias del mundo real y sus problemas.
Podría valer la pena señalar que John Maynard Keynes, una mente matemática sí misma, se opuso a la matematización de la disciplina, debido precisamente a la falsa sensación de solidez que le dio a la economía. Como señala su biógrafo, Robert Skidelsky, Keynes era “famoso por su escepticismo acerca de la econometría”, los números para él eran “simplemente pistas, los disparadores para la imaginación”, en lugar de las expresiones de certezas o las probabilidades de los acontecimientos pasados y futuros. [13]
Superar el neoliberalismo, en definitiva, implica ir más allá de la adoración de los números que a menudo actúan como un sudario a lo real, más allá del cientificismo con que se enmascara a sí mismo como ciencia.
Notas

[1] Charles Lindsay, “la economía política de la reforma de la política económica en las Filipinas: La continuidad y la Restauración”, en Andrew McIntyre y Kanishka Jayasuriya, eds., La dinámica de la reforma de la política económica en Filipinas (Singapur: Oxford University Press, 1992 ).

[2] Jesús Estanislao, entrevistado por Marco Mezzera, 13 de noviembre de 1996.

[3] Véase Chaopath Sasakul, Lecciones de la experiencia del Banco Mundial de los Préstamos de Ajuste Estructural (PAE): Un estudio de caso de Tailandia (Bangkok: Tailandia Instituto de Investigaciones para el Desarrollo, 1992), p. 19, y Narongchai Akrasanee, David Dapice, y Frank Flatters, la exportación de Tailandia, encabezada por el crecimiento: Retrospectiva y perspectivas (Bangkok: Tailandia Instituto de Investigaciones para el Desarrollo, 1991), p. 17.

[4] Véase, entre otros, Richard Doner, “Las coaliciones nacionales y empresas automovilísticas japonesas en el sudeste de Asia”, tesis doctoral, Universidad de California en Berkeley, 1987, pp. 511-596.

[5] Citado en Jenina Joy Chavez, configuración de la economía política de Filipinas: el papel de los activistas neoclásicos (Manila: Modo, 1996), p. 9.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Alianza de Comercio Justo, Stop desindustrialización: Vuelva a calibrar Filipinas los Aranceles Aduaneros Ahora (Manila: Comercio Justo de la Alianza, 2003), p. 16.

[9] Citado en Eric Boras, “gobierno pierde miles de millones a las reducciones arancelarias,” Business World, 20 de octubre de 2003.

[10] Ibid, p. 26

[11] Observaciones del representante Junio Cua, Presidente del Comité de Asignaciones, durante las deliberaciones sobre el Presupuesto de la República 2010 México, 6 de octubre de 2009.

[12] Véase Herbert Docena, “La corrupción y la pobreza: ladrando al árbol equivocado”, En Walden Bello, Herbert Docena, Marissa de Guzmán, y Marylou Malig, eds., El Desarrollo Anti-Estatal: La economía política de la crisis permanente en Filipinas (London: Zed Press, p. 281.

[13] Robert Skidelsky, John Maynard Keynes: La Economía como salvador (London: Penguin Books, 1992).

Walden Bello es miembro de la Cámara de Representantes de la República de Filipinas. Anteriormente profesor de sociología en la Universidad de Filipinas en Diliman, es autor o co-autor de 15 libros, el último de los cuales es Guerras de Alimentos (Londres: Verso, 2009). También es presidente de la Freedom from Debt Coalition y analista senior de Focus on Global South.

Poder, masculinidad y virilidad

Poder, masculinidad y virilidad
José María Espada Calpe.
DEA y Lic. Antropología Social y Cultural.
www.heterodoxia.net

(Extracto de ponencia ofrecida en el Curso Técnico Especialista en Igualdad de Oportunidades en el Empleo, IMUMEL, 7 de Mayo de 2004, Albacete, España)

Podemos definir las masculinidades hegemónicas como aquellas ideologías que privilegian a algunos hombres al asociarlos con ciertas formas de poder. Las masculinidades hegemónicas definen formas exitosas de “ser hombre” y simultáneamente marcan otros estilos masculinos como inadecuados o inferiores. Estas serían las “variantes subordinadas” (Carrigan, Connell y Lee, 1987).

Para examinar las diferentes formas de masculinidad, Connell (Connell, 1995) desarrolla algunos conceptos como “dividendo patriarcal” o “masculinidad hegemónica”.

Dividendo patriarcal viene a significar el conjunto de ventajas que acumuladamente benefician a los hombres en comparación con las mujeres, en virtud de sus salarios más altos y mejores perspectivas de promoción.
La masculinidad hegemónica es la forma de masculinidad, dominante y culturalmente autorizada y autorizante, en un orden social determinado (digamos, sociedad).
Sin embargo, otras formas de masculinidad se generan al mismo tiempo. Por ejemplo, el producto y proceso de la cultura de los homosexuales genera una masculinidad subordinada que puede coexistir con la hegemónica para un grupo de hombres minoritario, y que, como tal, es una masculinidad marginada.
Al mismo tiempo puede funcionar una “masculinidad cómplice” propia de los hombres que aceptan y se benefician de la versión oficial, aunque no necesariamente defiendan, el “dividendo patriarcal”.
Por ejemplo, Connell observa en su investigación biográfica con hombres que han perdido su “dividendo patriarcal” –en este caso parados de larga duración, que éstos no se adhieren por completo a las ideologías y prácticas hegemónicas, ya que, en casos, coexiste una misoginia combativa junto con la admiración de la fortaleza de las mujeres y de sus técnicas de supervivencia.
La retórica propia de las versiones hegemónicas de masculinidad es muy convincente, porque descansa sobre una mistificación de lo que significa ser un hombre, que se presenta comúnmente como un significado único, intemporal y universal.
Ciertamente el sexismo, como macroestructura de poder, genera estas ideologías que actúan extendiendo y legitimando las relaciones de poder. En este sentido la subordinación se invisibiliza y permanece en un plano no consciente. Pero el poder interpersonal no es una mera derivación de las desigualdades macroestructurales ya que es reconstruido, desafiado, adaptado, negociado y/o reafirmado en la vida cotidiana.
Según Scott (1990) todas las relaciones de poder se caracterizan por un guión (script) dual. El “guión oficial” articula, legitima y constriñe la posición superior y refuerza los mecanismos de control de los subordinados. Este guión se representa en interacciones cotidianas entre dominantes y subordinados. Sin embargo, todos los guiones oficiales tienen sus contrapartes en lo que Scott denomina “guiones ocultos” (hidden transcripts), que son creados “detrás de bastidores”, donde puede expresarse de forma segura el disentimiento con las normas dominantes.
Mediante estos guiones los débiles intentan reconstruir su dignidad y auto-valoración, e intentan maximizar sus bazas dentro de un sistema que los margina. Los discursos hegemónicos y subordinados se construyen mutuamente, de manera que aquellos que dominan un escenario concreto se encuentran también constreñidos por los guiones de sus subordinados. Éstos no permanecen totalmente pasivos ni son únicamente mistificados, sino que negocian activamente y frente a frente con los más poderosos. No existe entonces ninguna situación de dominación que permanezca estática: tanto cambios externos como las negociaciones implícitas en toda acción alteran los guiones oficiales y ocultos.
Si tomamos la lectura que Komter (Komter, 1989) hace sobre la noción Gramsciana, podemos decir que una ideología es hegemónica cuando el “acuerdo” social, que funciona en interés del grupo dominante, se presenta y percibe como supeditado al bien común. Es así como los subordinados aceptan, e identifican (aunque también modifican o rechazan) como propios, los intereses del grupo dominante. Cuando la ideología se convierte en parte del pensamiento cotidiano (suelo mental, actitud natural o conocimiento de sentido común sobre como son y deben ser las cosas), crea cohesión y cooperación allí donde, en su ausencia, existiría conflicto.
Podemos localizar las ideologías dominantes atendiendo a aquellos lugares donde han cesado de funcionar y el conflicto reprimido comienza a aflorar. La violencia aparece allí donde el poder se encuentra cuestionado y debe explicitarse para imponerse.
Por esto, sugiero que debemos entender la actual ola de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas y exparejas en el marco de la acción de cierta ideología sexista dominante que está declinando en una situación en la que las mujeres han dejado de interiorizar y de someterse a su tradicional situación de subordinación dentro de la pareja y la familia.
La ideología heterosexista dominante es una de las ideologías más arraigadas en nuestras identidades y suelo mental. En casi todas las culturas el género se divide en masculino y femenino, aunque existen casos de culturas con tres y cuatro géneros. Solemos aceptar que hombres y las mujeres se definen recíprocamente según un conjunto de características estereotipado, dicotómico, jerarquizado y naturalizado, que emerge de o se construyen sobre la base de nuestro sexo.
De hecho, en el plano del pensamiento y de la ciencia se ha venido trazando una distinción univoca entre el sexo biológico y el género. El género sería el conjunto de normas y roles creados y sancionados socialmente, que son asignados a cada uno de nosotros en función del sexo biológico, que sería lo dado e incuestionado.
Sin embargo este tipo de distinción ha sido problematizada (Van den Wijngaard, 1991). Rubin señaló que no podemos concebir la relación entre el sexo (macho/hembra) y el género (femenino/masculino) de una manera análoga a la relación entre la naturaleza y la cultura, ya que el sexo en sí (macho/hembra), lejos de tener una entidad intrínseca biológica o esencial de ningún otro tipo, se trata de una potente metáfora para la diferencia en Occidente, cuyo uso debe ser comprendido en término de especificidades históricas y etnográficas.
Para Cornwall y Lindisfarne (1994), el uso de esta dicotomía, así como de las categorías analíticas “roles de género”, “orientación sexual” y “sexo biológico” implican una falsa dicotomía entre el cuerpo sexuado y el individuo “marcado por el género” (gendered individual). En la asociación macho-hombres-masculinidad y hembra-mujeres-feminidad, los términos no se superponen necesariamente. Cada término de las dos triadas posee múltiples referentes que desdibujan, cualifican y crean posibilidades de interpretación ambiguas dependiendo de los escenarios sociales.
Es cierto que el uso convencional de las categorías virilidad-hombría-masculinidad está sujeto a una serie de premisas. Generalmente las identidades de género dependen de la adquisición de una serie de atributos sociales apropiados. La anatomía, comportamiento y deseos convergen haciendo que la “orientación sexual” e identidad “normal” sean la heterosexualidad coital.
Debate:
El pasado puente de “los Santos” (2002) estuvimos en el “Primer Encuentro Estatal Mixto de Transexuales” celebrado en Valencia, fantásticamente organizado por el grupo de “Género y Transexualidad” de la Asociación Lambda. Uno de los temas centrales de debate fue la operación de cambio de sexo. Algunas personas proponían cambiar esta denominación por “Proceso de Reasignación Sexual” que abarca una intervención y tratamiento mucho más amplio que la mera operación de cambio de genitales.
Concepto que afecta tanto al reconocimiento de una personalidad legal distinta, el tratamiento de los caracteres sexuales secundarios, y el apoyo psicológico entre otros. Una de las ponencias más interesantes fue la de Berenice Bento. Os reproducimos aquí una introducción a su ponencia por su interés para comprender como el heterosexismo actúa ajustando dramáticamente la diversidad de formas de ser hombre (y mujer) a una norma opresivamente obligatoria.
(Chema Espada)
¿Quiénes son los/as transexuales de verdad?
La definición de lo que es un/a transexual está basada en algunos rasgos definidos en la literatura médica. El verdadero/a transexual es fundamentalmente asexuado y sueña con tener un cuerpo de hombre/mujer a través de la intervención quirúrgica. Esta cirugía les permitirá disfrutar del status social que el género con el cual se identifican, al mismo tiempo que podrán ejercer la sexualidad apropiada con el órgano apropiado. En este sentido, la heterosexualidad coital es definida como la norma a partir de la cual se juzga lo que es un hombre y una mujer de verdad.
La investigación que he realizado con personas trans. me lleva a estar en desacuerdo con esta visión. Esta comunicación tendrá como objetivo sugerir que esta literatura, al establecer estos parámetros para definir un trans. de verdad, excluye una enorme cantidad de personas que encuentran otros caminos y otras respuestas para sus conflictos entre cuerpo y mente.
A lo largo de mi investigación he conocido trans. que tienen una vida sexual activa, que viven con sus parejas antes mismo de la cirugía; personas que no creen que la cirugía les posibilitará un acceso a la masculinidad y la feminidad, son mujeres/hombres y reivindican sus identidades legales de género, sin tener que ser operados/as; personas que se hacen las cirugías no para mantener relaciones heterosexuales, ya que se consideran lesbianas o gays.
Estamos entonces, ante una configuración plural de la experiencia transexual. Decir que la cirugía es el destino último de las personas trans. (y no reconocer el cambio de norma y sexo legal si no existe esta operación), y lo que es más, decir que el verdadero transexual es aquel que se somete a la cirugía, es reproducir la misma lógica que excluye de la categoría “humano” a aquellas personas que no tienen un cuerpo ajustado a la norma heterosexual. De esta forma, es necesario apuntar que el sujeto transexual universal, que comparte siempre los mismos rasgos, consagrado en los documentos oficiales, es una ficción. Es esta la ficción que debe ser desconstruida. Berenice Melo Bento
Por ejemplo, es común la vinculación entre masculinidad, orgullo nacional, victoria y penetración, que podemos encontrar en un cartel publicitario de la marca de preservativos argentina “Tulipán”. Con motivo de un encuentro internacional de fútbol, se construye la metáfora de la revancha como penetración. Así se representa mediante la letra B de Brasil una vagina, y mediante la A de Argentina un pene, sobre un fondo con los colores de la bandera nacional, y en la parte inferior se puede leer “Ya estamos pensando en la revancha”.
La imbricación del poder y los atributos de la masculinidad es tal, que frecuentemente se utilizan imágenes, atribuciones y metáforas del poder “masculinizado”, para representar el poder en escenarios que no tienen que ver con los hombres y las masculinidades.
El día de la falda.
En dos ocasiones el Grupo Abierto de Estudios Sexológicos, primero, y el Grupo de Reflexión y Estudio sobre Masculinidades, después, organizaron el llamado día de la falda como forma de desconstruir las metáforas que vinculan el poder y la masculinidad. Estos grupos universitarios de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid han desaparecido en la actualidad, pero su experiencia muestra una de las metáforas más significativas en idioma castellano de la vinculación entre poder y virilidad: “Aquí quien lleva los pantalones soy yo”.
Manifiesto del 2º Día de la Falda.
El GREM os invita a todos y a todas a participar en el ‘2º Día de la Falda’ que tendrá lugar el miércoles 29 de abril en la Facultad de Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.
Las actividades se prolongarán desde las 11:30 de la mañana hasta bien entradita la tarde, y os adelantamos que el plato fuerte de la jornada será una mesa-coloquio que tratará el tema de “Los hombres en el feminismo” y en la que participarán algunos miembros del GREM y militantes feministas.
Además proyectaremos algunos videos y pelis, realizando un video-forum con el tema ‘Romper los lazos entre violencia y masculinidad’. Tendremos una exposición fotográfica sobre masculinidad y actividades del grupo y tendréis la oportunidad de degustar platos cocinados exclusivamente por hombres (vosotros asumiréis vuestro propio riesgo), habrá música, bailoteo, risas, priva… .
El lugar será ‘La moqueta’ y las aulas de la misma, pero sería fantástico que entre todos y todas contagiáramos a toda la complu con el espíritu de la jornada. El objetivo de esta actividad, en consonancia con lo que nos propusimos al crear el grupo de hombres, es el de crear un espacio en el que cuestionar la asignación de género y avanzar en la promoción del necesario cambio social no sexista e igualitario, removiendo las trabas que impiden un acercamiento positivo y enriquecedor de hombres y mujeres, creando las condiciones necesarias para un desarrollo personal libre de prejuicios y puñeterías que sólo sirven para limitar la potencialidad creativa e imaginativa de las personas.
Así manifestamos abiertamente nuestra oposición a sentencias tales como: “Aquí quien lleva los pantalones soy yo”. Invitamos a todos los hombres de la facultad, estudiantes y profesores, a venir a clase vistiendo una falda, simbolizando que, al menos durante unas horas se sueña con la posibilidad de construir un espacio libre de las limitaciones impuestas por la asignación de género, donde hombres y mujeres puedan relacionarse privilegiando la comunicación afectiva y cuidándose de los cánones que les han sido enseñados desde la infancia.
Sin más esperamos que participéis activamente en este “2º Día de la Falda” y que gracias a las aportaciones de todos y todas podamos encaminarnos despacio pero sin pausa hacia el cambio social que nosotros consideramos fundamental: antisexista, igualitario e integrador.
¡Y que disfrutéis con faldas y a lo loco!
Para Strathern (1988:65): “la masculinidad idealizada no trata necesariamente sobre los hombres, ni sobre las relaciones entre los sexos”, sino que es parte de un sistema de producción de las diferencias. Las atribuciones dicotómicas de género aparecen prácticamente en todo lugar como una metáfora casi-universal de cierto aspecto de la sociabilidad humana. Las formas en que estas metáforas se incardinan o utilizan en la vida social no están fijadas, forman parte de un acervo diverso de metáforas utilizado en la construcción de nuestras identidades, pero las formas culturales jamás son replicadas con exactitud.
Es necesario comprender por qué hay imágenes y comportamientos a los que se les aplica etiquetas de género, cuándo se aplican, quién las aplica y a quién beneficia estas definiciones; o cómo las propias etiquetas varían su significado dependiendo de los escenarios y redes sociales.
Se ha señalado (Marqués 1991, Bonino 1994, 2000) como en el extremo de una hipervirilidad fijada en modelos tradicionales de masculinidad los hombres tienden a buscar reconocimiento de otros hombres mediante prueba. Por lo que la condición masculina no parece venir dada por la mera anatomía, sino que ser hombre está sujeto a demostración constante.
Son los y las adolescentes los/as más susceptibles a demostraciones de la virilidad y la feminidad, ya que se encuentran en un periodo vital en el que se ven impelidos a afirmarse como adultos: los chicos como adultos “varones” y ellas como “mujeres”. La adquisición de la correcta masculinidad produce presiones para demostrar “los cojones” que se tienen, el arrojo y la destreza mediante prácticas temerarias, entre ellas, por ejemplo, la conducción de motocicletas y/o ciclomotores, con funestas consecuencias en muchos casos.
La mayor mortalidad masculina no es casual, es “masculina”, y tiene mucho que ver con la forma como nos relacionamos con nuestro cuerpo, nos enorgullecemos de no seguir una dieta adecuada ni unas prácticas cotidianas saludables, negamos que podamos estar enfermos hasta que ya es demasiado tarde, arriesgamos innecesariamente nuestra vida y nuestra integridad en el trabajo, conduciendo bajo los efectos del alcohol, nos negamos a protegernos del SIDA y otras enfermedades… nosotros siempre con dos cojones y a pelo.
Como veis, las interpretaciones de la virilidad, hombría o masculinidad no son neutrales. Las nociones de los actores sociales sobre las diferencias de género están en constante transformación y (re)creación mediante interacciones cotidianas. El poder forma parte de estas interacciones, y la experiencia de la hegemonía descansa en la repetición de interacciones similares, que no idénticas.
Aunque la idea de masculinidad es reificada y universalizada apareciendo como una esencia o una mercancía que puede ser medida, poseída o perdida, la masculinidad no es tangible ni una abstracción cuyo significado es invariable.
Lo único constatable son diferentes nociones de masculinidad cuya inspección profunda revela un rango amplio de nociones que comparten un cierto “aire de familia” (Wittgenstein, 1963).
Modelos sexuales y dominación masculina.
Joseph Vicent Marqués, 1980.
Clerical-represivo Burgués tradicional Capitalista permisivo
La sexualidad solo se justifica para la reproducción

La carne de la mujer es el pecado que arrastra al
hombre, que no puede evitar sus instintos masculinos.

El varón virtuoso se
autocontrola y/o canaliza el
sexo a través de las dos
instituciones legitimadas de la
doble moral: el prostibulo y el
débito conyugal.
El varón es portador del
deseo -entendido como
erección-, siempre
dispuesto a proezas
sexuales, deseo omnívoro
y por ello enemigo de
otros varones, ya que en la
medida en que cada mujer
está confinada a un varón,
todos pueden ser cornudos
y/o adulteros: la cana al
aire, la querida… etc.
Los hombres desean el
Harén, todas para mi,
cuantas más mujeres,
cuantos más coitos, más
hombre. Varón es el conductor
hábil, que pierde potencia
pero gana pericia (calidad
vs. cantidad) en la
manipulación del cuerpo de
la mujer (preliminares), ya
que la competencia sexual
se mide mediante el
orgasmo simultaneo en la
relación coital.
La ciencia se aplica a “curar”
la incompetencia que la propia
norma legitimada
científicamente crea.

Común e incuestionado: Heterosexismo, la competencia sexual confirma la masculinidad, coitocentrismo, lógica reproductivista, biologicismo.
En muy escasos escenarios sociales se da una única forma hegemónica de masculinidad. Es más común encontrar diferentes masculinidades hegemónicas que operan privilegiando algunos atributos sobre otros, por ejemplo: la fuerza y habilidad física, o la distancia emocional.
Las atribuciones sobre la masculinidad son realizadas tanto por hombres como por mujeres, y sólo llegan a hacerse efectivas al guiar las interacciones de hombres y mujeres que las incorporan en diverso grado en sus subjetividades, prácticas y discursos.
Por ejemplo, la representación del hombre latino en los países anglosajones como “macho”, puede combinar características aparentemente contradictorias como la fortaleza y la violencia, junto a otras como el romanticismo y la emocionalidad. Así, durante la “Guerra de las Malvinas”, se utilizó la idea del latino “blando” en Inglaterra para burlarse de los enemigos argentinos.
La masculinidad puede comprender rasgos, asociados por distintos actores en el mismo escenario, tanto a las mujeres como a los hombres. Por ejemplo, Si bien la sensibilidad y la dulzura en los hombres puede entenderse como parte del afeminamiento con el que se caricaturiza a los homosexuales y las mujeres por gran parte de los/as heterosexuales; sin embargo para otros sectores, la sensibilidad y la dulzura representa una pauta valorada o valorable independiente del género y no indica necesariamente afeminamiento –por ejemplo, dentro del controvertido paradigma del “hombre nuevo”-.
La cadena que construye el heterosexismo corrientemente establece una relación entre debilidad como algo propio del afeminamiento, y se representa el afeminamiento como algo propio de la homosexualidad. Kuper (1995) señala, como uno de los mandatos más frecuentes en los modelos hegemónicos de masculinidad, lo que denomina “no tener nada de mujer” (No sissy stuff). Este mandato requiere de los varones el rechazo de la debilidad y la identificación con el arrojo en muchos casos temerario bajo el estigma del afeminamiento: ¡No seas maricón!.
Por ejemplo, el ideal del “macho” es utilizada por jugadores de rugby británicos como forma de exaltar la aptitud física, la dureza y la virilidad heterosexual. Sin embargo el ideal de aptitud física es adoptado también dentro de cierto estilo gay de belleza basada en la perfección de un cuerpo cuidado, musculado, depilado y adornado. Incluso una hipervirilidad ostentosa aparece como seña de identidad entre los “leather”. Este panorama complica crecientemente el contenido de la noción de masculinidad “macho”.
En nuestra sociedad ya no resulta tan claro en qué consiste ser todo un “macho”, pero es una noción que comprende ideas sobre la orientación sexual, la identidad, la apariencia física, la disciplina corporal, atributos de personalidad y del comportamiento. Lo que si es claro es que el cuerpo masculino parece estar sufriendo una creciente atención y objetivación.
El uso de la violencia es otro de los elementos que nos sirve para ilustrar la complejidad de las relaciones entre nociones de masculinidad, comportamientos, identidades e interpretaciones de la masculinidad. La violencia física puede ser interpretada como potencia, brutalidad, ignorancia o como patética fragilidad. Pero es evidente que la violencia parece servir de marcador de las masculinidades de agresores y agredidos, que se construyen dependiendo de los estilos de confrontación. Lo que para ciertos hombres (y/o mujeres) puede ser considerado masculino (el autocontrol y el rechazo a la confrontación física) puede que en otro lugar sea catalogado de femenino, o simplemente que no sea, en absoluto, catalogado en términos de género.
La masculinidad hegemónica es mucho más compleja que las aproximaciones a la esencia de la masculinidad que se proponen en muchos trabajos. Seidler defiende que la tendencia a asociar a los hombres y el comportamiento masculino con la construcción y significado dominante de masculinidad, convierte en “casi imposible poder explorar la tensión entre el poder que los hombres detentan en la sociedad y las formas en que se experimentan a sí mismos como individuos sin poder”. (Seidler, 1991b: 18).
Se trata de comprender cómo grupos particulares de hombres ocupan posiciones de poder y riqueza, de comprender cómo legitiman y reproducen las relaciones sociales que generan su dominación sobre otros hombres y las mujeres.
En realidad sólo un número muy reducido de hombres corresponderían con las formas exaltadas culturalmente de masculinidad mientras que la mayoría de hombres se beneficiarían indirectamente del sostenimiento del modelo, o no se beneficiarían en absoluto.
En definitiva, en sus formas hegemónicas, la masculinidad privilegia a cierta gente, y desestructura y excluye a otros. Sin embargo, los discursos hegemónicos pueden ser desmontados, y la contingente relación entre la masculinidad, los hombres y el poder puede desenmascararse.
José María Espada Calpe © 2004
Para las referencias bibliográficas completas jm.espada-calpe@terra.es

Hegemonía. Concepto clave para pensar la política

HEGEMONÍA. CONCEPTO CLAVE PARA PENSAR LA POLÍTICA (2002)
Giacaglia, Mirta

En medio de una época donde la incertidumbre, la inseguridad y la violencia crecen, la teoría de la hegemonía, elaborada por Gramsci y reformulada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, constituye un punto nodal para pensar la política. Hoy, el derrumbe del “realmente no socialismo” (al decir de Ulrich Beck ) ha profundizado el desarrollo de un pensamiento crítico acerca de los fundamentos teóricos del marxismo y la búsqueda de nuevas vías que puedan conducir a la emergencia de sociedades más justas y solidarias.

La expansión de la lógica implícita en el concepto de hegemonía aporta nuevas herramientas teóricas para pensar las actuales luchas sociales en su especificidad y esbozar un proyecto político que articule socialismo y democracia dentro del campo del posmarxismo. Frente al racionalismo del marxismo clásico y su concepción del desarrollo necesario de la historia de acuerdo a leyes, la categoría de hegemonía plantea el tema de la contingencia dentro de la historia, constituyendo de esta manera un aporte fundamental para reflexionar acerca de nuestra compleja realidad.

A lo largo de la historia del pensamiento político del siglo XX, el concepto de hegemonía surge como respuesta a una crisis que pone en cuestión las categorías tradicionales del marxismo para explicar la contingencia. La reformulación del marxismo en torno a una teoría de la hegemonía requiere por una parte determinar cuáles son las posicionalidades de cuya articulación depende una transformación histórica o la constitución de una nueva hegemonía y, por otra, entender dichas articulaciones como formas históricas concretas y sobredeterminadas, y no como etapas predeterminadas, o relaciones necesarias, resultado del despliegue de leyes de la historia.

El análisis de la sociedad en torno a la idea de hegemonía supone la articulación contingente de los elementos y la producción de subjetividades a partir de dichas relaciones articulatorias, superando así la idea esencialista de sujetos preconstituidos.

La noción de hegemonía viene a ocupar el espacio teórico abierto por la crisis profunda que sufre el pensamiento marxista a partir de la Primera Guerra Mundial, ante la imposibilidad que se le presenta de construir un proyecto político en términos de luchas y alianzas de clase, como consecuencia de la apertura de una etapa histórica en la cual la proliferación de nuevas contradicciones exige otra concepción de sujeto, y la necesidad de entender las luchas sociales como prácticas articulatorias.
En este contexto de crisis, marcado por la experiencia de la fragmentación y la indeterminación de las relaciones entre diferentes luchas y posiciones de sujeto, la noción de hegemonía constituye el intento de proporcionar una respuesta frente al quiebre de la categoría de “necesidad”, planteando el tema de la contingencia dentro de la historia.
Antonio Gramsci (1891-1937), dirigente comunista prisionero en las cárceles del fascismo, reflexiona sobre la derrota de una revolución y los caminos que puedan conducir a la victoria de otra. Su obra, en tanto pensamiento acerca del Estado y la sociedad civil, con vistas a su transformación radical, es, dentro del campo del marxismo, esencialmente política. Con la categoría de “bloque histórico”, Gramsci intentó hallar una explicación teórica que permitiera salir del callejón sin salida en el que se encontraba el marxismo occidental en las primeras décadas del siglo XX.
La teoría gramsciana se sostiene en la participación personal de su autor en los conflictos políticos de la época, y en un estudio minucioso de la historia europea.
Gramsci transforma la categoría de hegemonía en un concepto totalmente nuevo dentro del discurso marxista (en tanto va más allá de la mera alianza de clases) a fin de teorizar sobre las estructuras políticas del poder capitalista que no se habían dado en la Rusia zarista. A partir de los análisis de Maquiavelo sobre el príncipe, la violencia y la traición, Gramsci reformuló el concepto de hegemonía para reflexionar acerca de la complejidad y la especificidad de la dominación de la burguesía en Europa occidental, que hacían inviable la repetición de la Revolución de Octubre en los países capitalistas más desarrollados del resto del continente.
Como plantea Perry Anderson , este sistema hegemónico de poder se definía por el grado de consenso que obtenía de las masas populares a las que dominaba, y la consiguiente reducción en la cantidad de coerción necesaria para reprimirlas. Sus mecanismos de control para asegurarse ese consenso residían en una red ramificada de instituciones culturales (escuelas, iglesia, partidos, asociaciones, etc) que manipulaban a las masas explotadas a través de un conjunto de ideologías transmitidas por los intelectuales, generando una subordinación pasiva.
La dominación burguesa se fortalecía, además, por la adhesión de clases secundarias aliadas, conformando un compacto bloque social bajo la dirección política de la clase dominante: “la flexible y dinámica hegemonía ejercida por el capital sobre el trabajo en occidente, mediante esta estructura consensual estratificada, fue para el movimiento socialista una barrera mucho más difícil de superar que la que encontró en Rusia.
Este orden político podía contener y resistir las crisis económicas del tipo que los marxistas anteriores habían considerado como la palanca fundamental de la revolución bajo el capitalismo. No permitía un ataque frontal del proletariado, según el modelo ruso. Para hacerle frente, sería necesaria una larga y difícil “guerra de posiciones” .
Gramsci define la hegemonía como “dirección política, intelectual y moral”. Cabe distinguir en esta definición dos aspectos: 1) el más propiamente político, que consiste en la capacidad que tiene una clase dominante de articular con sus intereses los de otros grupos, convirtiéndose así en el elemento rector de una voluntad colectiva, y 2) el aspecto de dirección intelectual y moral, que indica las condiciones ideológicas que deben ser cumplidas para que sea posible la constitución de dicha voluntad colectiva. Lo novedoso en la concepción gramsciana de hegemonía es el papel que le otorga a la ideología.
Esta no es para nuestro pensador un sistema de ideas, ni se identifica con la falsa conciencia de los actores sociales, sino que constituye un todo orgánico y relacional encarnado en aparatos e instituciones, un cemento orgánico que unifica en torno a ciertos principios articulatorios básicos un “bloque histórico” y las prácticas productoras de subjetividades en el proceso de transformación social.
Para Gramsci, los hombres toman conciencia de sí y de sus tareas en el contexto de una determinada concepción del mundo, y toda posibilidad de transformar la sociedad pasa necesariamente por la modificación de esta concepción del mundo.
A partir del concepto de bloque histórico y de la ideología como cemento orgánico que lo unifica, introduce una nueva categoría totalizante que supera la distinción base-superestructura. Produce así un desplazamiento (al romper con la concepción reduccionista de la ideología y superar, al mismo tiempo, el reduccionismo de clase que identifica el sujeto revolucionario con la clase obrera) en tanto los sujetos políticos no son “clases”, en el sentido estricto del término, sino “voluntades colectivas” complejas que resultan de la articulación político-ideológica de fuerzas históricas dispersas y fragmentadas.
Queda clara aquí la importancia del aspecto cultural. Todo acto histórico es llevado a cabo por el “hombre colectivo”, lo cual supone el logro de una unidad “cultural-social” a través de la cual una multiplicidad de voluntades dispersas, con objetivos heterogéneos, son unidas en torno a un fin sobre la base de una común concepción del mundo.
La hegemonía, entendida en sentido gramsciano como articulación, amplía el campo de la contingencia histórica en el ámbito de las relaciones sociales, en tanto los distintos “elementos” o “tareas” sociales pierden la conexión esencial que los caracterizaba en la concepción etapista, y su sentido va a depender ahora de articulaciones desprovistas de la garantía que otorgan las leyes de la historia, careciendo así de toda identidad al margen de su relación con la fuerza que los hegemoniza.
Laclau y Mouffe, al retomar y analizar la construcción gramsciana, señalan los límites de la misma, en tanto: “reposa sobre una concepción… que no logra superar plenamente el dualismo del marxismo clásico. Porque, para Gramsci, incluso si los diversos elementos sociales tienen una identidad tan sólo relacional, lograda a través de la acción de prácticas articulatorias, tiene que haber siempre “un“ principio unificante en toda formación hegemónica, y éste debe ser referido a una clase fundamental.
Con lo cual vemos que hay dos principios del orden social (la unicidad del principio unificante y su carácter necesario de clase) que no son el resultado contingente de la lucha hegemónica, sino el marco estructural necesario dentro del cual toda lucha hegemónica tiene lugar.
Es decir, que la hegemonía de la clase no es enteramente práctica y resultante de la lucha, sino que tiene en su última instancia un fundamento ontológico. La infraestructura no asigna a la clase obrera su victoria, sino que ésta depende de su capacidad de liderazgo hegemónico; pero a una falla en la hegemonía obrera sólo puede responder una reconstitución de la hegemonía burguesa.
La lucha política sigue siendo, finalmente, un juego suma-cero entre las clases. Este es el último núcleo esencialista que continúa presente en el pensamiento de Gramsci” . Pero, como también señalan los autores citados, a partir de la teoría gramsciana de la hegemonía, la política es concebida como articulación y se acepta la complejidad social como condición de la lucha política, compatible con una pluralidad de sujetos históricos.
Y si bien la lógica de la hegemonía no despliega todos sus efectos deconstructivos en el espacio teórico del marxismo clásico, cae el reduccionismo de clase en la medida en que la unidad y homogeneidad misma de los sujetos de clase se disgrega en un conjunto de posiciones precariamente integradas.
Según ya dijimos, hegemonía se define como el logro de un liderazgo moral, intelectual y político, a través de la expansión de un discurso que fija un significado parcial alrededor de puntos nodales.
Involucra más que un consenso pasivo y acciones legítimas: envuelve la expansión de un particular discurso de normas, valores, puntos de vista y percepciones, a través de redescripciones persuasivas del mundo. La lógica de la hegemonía constituye una lógica de la articulación y de la contingencia.
“Articulación” debe entenderse como una práctica que establece relaciones entre elementos de tal manera que la identidad de los mismos es modificada como resultado de la práctica articulatoria. La articulación de elementos dentro de un discurso hegemónico tiene lugar en el conflictivo terreno del poder y la contingencia, e incluirá siempre momentos de fuerza y represión.
De esto se deriva que la no-fijación es la condición de toda identidad social. En la medida en que no existe un vínculo necesario entre la tarea y la clase que la hegemoniza, la identidad de los agentes sociales tiene un carácter puramente relacional en tanto se construye a partir de su articulación en el interior de una formación hegemónica.
Y como todo sistema de relaciones es inestable y no-fijo, toda identidad se torna precaria, provisoria y parcial. En consecuencia, no hay relación necesaria entre el socialismo y las posiciones de los agentes sociales en las relaciones de producción. Desde esta perspectiva la introducción del concepto de sobredeterminación es clave para entender la lógica específica de las relaciones sociales .
La sociedad no debe ser entendida, entonces, como un espacio suturado . Toda estructura discursiva es el resultado de una práctica articulatoria que organiza y constituye las relaciones sociales. Los antagonismos sociales y la dislocación impiden el cierre de toda estructura.
Las prácticas articulatorias hegemónicas definen su identidad por oposición a prácticas articulatorias antagónicas. El antagonismo descubre los límites de toda objetividad, en tanto nunca está plenamente constituida. La sociedad no se presenta como un orden objetivo y armónico, sino como un conjunto de fuerzas divergentes en conflicto, impidiendo la conformación de identidades plenas. La constitución y mantenimiento de una identidad depende, pues, del resultado de una lucha que no se encuentra garantizado por ninguna ley apriori ni necesaria de la historia.
Desde esta perspectiva, la categoría de hegemonía constituye un valioso y fundamental punto de partida dentro del discurso contemporáneo para pensar lo político, en tanto significa la articulación contingente de elementos en torno a la luchas de los agentes sociales concretos dentro de configuraciones sociales específicas.
El poder no debe ser concebido como una relación externa que tiene lugar entre dos identidades preconstituidas, sino más bien como constituyendo las identidades mismas. En tanto todo orden político es expresión de una hegemonía, de un específico modelo de relación de poder, la práctica política no puede ser vista como simple representación de intereses de identidades fijas, sino como constituyendo estas identidades mismas en un terreno precario y siempre vulnerable. Si aceptamos que las relaciones de poder son constitutivas de lo social, la principal cuestión para una política democrática no es la eliminación del poder sino cómo constituir formas de poder más compatibles con valores democráticos.
Lo importante en la teoría de la hegemonía es ver que una universalidad nunca tiene universal un contenido propio, sino que siempre es un contenido particular que se universaliza y empieza a representar la totalidad de las demandas particulares equivalentes. Se trata de pensar una forma de producción de lo universal a partir de lo particular y no un universal que tenga un contenido a priori. Desde esta concepción todo universal no es más que una particularidad que, a partir de una operación hegemónica, ocupa el lugar de lo universal.
Nuestra preocupación se centra en repensar lo político para avanzar en la institución de una democracia radical y plural. En esta dirección, la problemática gramsciana de la hegemonía conlleva una renovación profunda de la teoría marxista, al privilegiar el momento político en la estrategia emancipadora y permitir así salir del reduccionismo economicista. La concepción de hegemonía implica, por otra parte: “la superación de la concepción estrecha de la política como actividad localizada únicamente en la sociedad política y que siempre puede ser más o menos asimilada a una actividad de dominación… la política no es simplemente lucha por el poder en el interior de instituciones dadas, o lucha por destruir esas instituciones; es también lucha por la transformación de la relación de la sociedad con sus instituciones” .
La crisis de representación que experimentan las sociedades actuales da lugar a la formación de nuevas subjetividades y al surgimiento de nuevos movimientos sociales por parte de aquellos que no se sienten representados por las instituciones existentes, lo cual permite expandir las luchas democráticas en pluralidad de direcciones y establecer una multiplicidad de lógicas equivalenciales que hacen posible la construcción de nuevas esferas, a partir de una política democrática hegemónica.
En este contexto, debemos reconocer también el impacto dislocatorio y liberador de la politización posmoderna de nuevos espacios, y la proliferación de demandas democráticas que amplían el campo de las luchas emancipatorias: feminismo, homosexualidad, ecología, minorías étnicas, religiosas, etc, y el surgimiento de los movimientos anti-globalización, los Sin Tierra, el EZLN, los piqueteros en nuestro país, etc.
Creemos que la categoría de hegemonía constituye una herramienta clave para pensar la política, ya que permite ir más allá de la definición de la política como relación amigo-enemigo e instaurar la distinción amigo-adversario. Esto significa que dentro de la comunidad política es posible significar al oponente no como un enemigo al que es necesario desbaratar sino como un adversario cuya existencia es legítima y con el cual es posible argumentar, ya que si bien se combaten sus ideas no se niega su derecho a defenderlas.
La categoría de enemigo no desaparece, sino que debe ser aplicada a aquellos que no se inscriben dentro del orden democrático . La tarea de instituir un nuevo orden social supone plantear en términos nuevos y más complejos el tema de la democracia y asumir la urgencia de construir nuevas hegemonías.
Bibliografia
Anderson, Perry, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, México,1987.
Bocock, Robert, Hegemony, Tavistock Publications, London, 1986.
Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Nueva Visión, Bs. As., 1972.
Gramsci, Antonio, Cartas desde la cárcel, Nueva Visión, Bs. As., 1998.
Labastida, Julio (coordinador), Hegemonía y alternativas políticas en América Latina. Seminario de Morelia, Siglo XXI, México, 1985.
Laclau, Ernesto, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva Visión, Bs. As., 1993.
Laclau, Ernesto – Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Siglo XXI, Madrid, 1987.
Mouffe, Chantal, El retorno de lo político, Paidós, Barcelona, 1999.
Mouffe, Chantal, Gramsci and Marxist Theory, Routledge, London, 1979.
Resumen
En medio de una época donde la incertidumbre, la inseguridad y la desprotección crecen, la teoría de la hegemonía, elaborada por Gramsci y reformulada por E. Laclau y Ch. Mouffe, constituye un punto nodal para pensar la política. Esta categoría surge como respuesta a una crisis que pone en cuestión las concepciones tradicionales para explicar la contingencia de las formas históricas concretas. La sociedad no debe ser entendida como un espacio cerrado sino como una estructura, resultado de prácticas articulatorias que organizan y constituyen las relaciones sociales. La hegemonía, entonces, entendida como articulación contingente de elementos en torno a las luchas de los agentes sociales concretos, configura una valiosa herramienta teórica para reflexionar acerca de nuestra compleja realidad.

Una cartografía de la discriminación arquitectónica de los discapacitados

Una cartografía de la discriminación arquitectónica de los discapacitados
Kimberly Sawchuk

Imagínese a sí mismo en una silla de ruedas, si es que no lo está ya. ¿Dónde viviría? ¿Dónde trabajaría? ¿Dónde iría a clase? ¿Dónde quedaría con amigos para tomar café, una cerveza o para comer? ¿Cómo afrontaría las calles heladas de Montreal en invierno? ¿Cómo se desplazaría por su ciudad? ¿Podría ir al cine con sus amigos?

El entorno urbano no facilita el acceso a la vida pública a aquellas personas que van en sillas de ruedas, usan muletas o necesitan un andador. Los obstáculos que presenta la arquitectura de los espacios urbanos, que niega a los discapacitados el acceso al transporte público, refleja la discriminación sistémica y la hegemonía del «tamaño normalizado» imperantes en la mayoría de los espacios compartidos. Las diferencias de movilidad ponen de manifiesto las injusticias políticas y sociales inherentes a los entornos urbanos. Nuestro entorno está construido sobre lo que podríamos llamar discriminación de los capacitados o «capacitismo».
Tal y como escriben Liz Ferrier y Vivienne Muller, «la perspectiva “capacitista” define la discapacidad en términos de deficiencia y desvío de la norma humana. […] Esta definición de la discapacidad –con su percepción deficiente y su repulsión hacia el cuerpo o la mente aberrantes– es un poderoso trasfondo que influye en nuestra percepción de la naturaleza humana» (2002, p. 2).
Aunque dentro de los estudios críticos sobre discapacidad existe variedad de posturas sobre la relación entre discapacidad y deficiencia, lo que resulta innegable es que, en tanto sociedades, necesitamos comprender cómo una deficiencia puede conducir a la discapacidad en contextos sociales específicos y encontrar la manera de des-discapacitar las ciudades mediante la identificación de esas «fuerzas socio-espaciales» que producen «diferencias materiales tanto vividas como imaginadas» entre capacitados y discapacitados (Crooks y Chouinard 2006, p. 246).
Esta es precisamente la contribución del proyecto de Antoni Abad, MONTRÉAL*in/accessible. Al poner teléfonos móviles en manos de aquellos que experimentan, todos los días de su vida, la multitud de obstáculos que les impiden tanto el desplazamiento como el acceso a los espacios públicos, surge un retrato colectivo, un mapa de grupo dinámico de los efectos devastadores de la naturaleza discriminatoria de la arquitectura urbana respecto a los discapacitados.
El capacitismo en arquitectura es una de las maneras en que un entorno se crea y recrea atendiendo a convenciones físicas que generan jerarquías de diferencias corporales, de manera que a aquellos con discapacidades se les atribuye automáticamente una «forma de ser disminuida» (Campbell 2001, p. 44). Esto es la discriminación de los discapacitados o capacitismo, una actitud que da por hecho que la discapacidad es una afección inherente e indeseable que ha de superarse, en la mayoría de los casos mediante un tratamiento médico correctivo.
El capacitismo, tal y como sugiere Fiona Kumori Campbell, significa que tener una discapacidad es un fracaso antes que una consecuencia de la diversidad humana, como lo serían la raza, la etnicidad, el género o la orientación sexual. Desde esta perspectiva discriminatoria, aquellos con «discapacidad» nunca lograrán estar por completo «a la altura» del mito –normativo, aunque ficticio– del cuerpo libre de discapacidades. Tal y como argumentan Crooks y Chouinard, si la «capacidad» es la norma, entonces aquellos con discapacidades terminan marginalizados y etiquetados inevitablemente como «los otros» (2006, p. 20).
La discriminación arquitectónica de los discapacitados, presente en nuestros entornos urbanos, influye en nuestra vida diaria y crea diferencias de acceso a espacios y lugares para determinadas personas. Así, por ejemplo, si bien se calcula que hay más de doscientas mil personas con alguna discapacidad física residentes en Montreal, la relativa inaccesibilidad de los centros culturales, cines, galerías, bibliotecas, bares, cafés, terrazas y restaurantes de dicha ciudad convierte a esas personas con problemas de movilidad en ausentes e invisibles. Así como las calles de las ciudades de América del Norte han sido hechas para favorecer la circulación fluida del tráfico rodado, nuestras calles y edificios están concebidos para favorecer a quienes se desplazan a pie antes que en silla de ruedas.
Lo que resulta crítico es comprender cómo pueden emplearse los medios para cartografiar la magnitud y el alcance de la arquitectura discriminatoria con los discapacitados. Ese es precisamente el tema de MONTRÉAL*in/accessible y también de GENÈVE*accessible y canal*ACCESSIBLE, tres proyectos de Antoni Abad en el marco de megafone.net.
En ellos, participantes en sillas de ruedas o con muletas utilizan teléfonos móviles para fotografiar los innumerables modos en que el entorno favorece su marginalización y exclusión de los espacios públicos. El proyecto megafone.net les proporciona una manera de ver y una herramienta con la que contribuir al desmantelamiento de las ciudades incapacitantes.
Usando el software de megafone.net, los participantes del proyecto producen de forma colectiva un mapa dinámico de las maquinaciones discriminatorias que acechan a los discapacitados: los escalones, las escaleras, las aceras… las desconsideraciones, en suma, que les impiden el acceso a la vida ciudadana. El resultado es una taxonomía basada en la localización de obstáculos, barreras y «desconsideraciones», así como de puntos críticos de accesibilidad: escaleras para acceder al metro, coches aparcados en las aceras, porches sin rampa, cajeros automáticos situados a una altura excesiva. El resultado no es un mapa único, pues lo que se cartografía precisamente es la ubicuidad y recurrencia del problema.
La conclusión evidente es que ciudades y pueblos de muchas partes del mundo, incluida América del Norte, están muy mal preparados para acomodar a los que sufren una deficiencia.
El mapa de megafone.net documenta el alcance de esta discriminación arquitectónica, puesto que recoge las trayectorias de los participantes y sus experiencias en sus vecindarios, un «intricado tejido de conexiones» que constituyen las características morfológicas a partir de la cuales se edifica el entorno urbano, que algunos viven de manera distinta (Bisell 2009).
En este sentido, comprender la discapacidad en tanto proceso social y material pasa por cultivar, en palabras de Fiona Kumori Campbell, «imaginarios discapacitados» que «piensen/hablen/gesticulen y sientan paisajes distintos no solo por el mero hecho de estar en el mundo, sino atendiendo a cuestiones de percepción, movilidad y temporalidad» (2000, p. 9).
megafone.net es una herramienta que permite que del esfuerzo colectivo de sus participantes surja un imaginario de la discapacidad distinto. Se genera de forma colectiva una imagen de los lugares, espacios y rutas accesibles e inaccesibles. Usar los medios de esta manera hace posibles una nueva percepción y una conciencia de cambio respecto a cómo estructuran las ciudades el acceso (o la ausencia de él) a sus espacios públicos. Por ello megafone.net es más que un proyecto artístico, es un llamamiento al cambio.
Referencias
Bissell, D., «Conceptualising differently-mobile passengers: geographies of everyday encumbrance in the railway station», Social & Cultural Geography, vol. 10, n.º 2, 2009, pp. 173-195.
Campbell, F. A. K., «Inciting Legal Fictions: Disability Date with Ontology and the Ableist Body of the Law», Griffith Law Review, vol. 10, n.º 1, 2001, pp. 42-62.
Chouinard, V., «Legal Peripheries: Struggles over Disabled Canadians Places in Law, Society and Space», Canadian Geographer, vol. 45, n.º 1, 2001, pp. 187-192.
Cresswell, T., On the Move: Mobility in the Modern Western World, Nueva York y Londres, Routledge, 2006.
Crooks, V. A. y Chouinard, V. «An embodied geography of disablement: chronically ill women’s struggles for enabling spaces of health care and daily life», Health and Place, n.º 12, 2006, pp. 345-352.
Ferrier, L. y Muller V., «Disabling Able», M/C Journal, vol. 11, n.º 3, 2008. [Consulta: 12 de febrero de 2013].
Imrie, R., «Ableist Geographies, Disabilist Spaces: Towards a Reconstruction of Golledge’s Geography and the Disabled», Transactions of the Institute of British Geographers, New Series, vol. 21, n.º 2, 1996, pp. 397-403.
Kimberly Sawchuk es profesora en el Departamento de Estudios de la Comunicación en la Concordia University de Montreal. Ocupa la cátedra de investigación sobre Estudios de Medios Móviles, desde la que codirige el Mobile Media Lab (en colaboración con Owen Chapman), www.mobilities.ca. Sus escritos sobre medios de comunicación móviles, tecnología y sociedad han sido incluidos en numerosas publicaciones, colecciones y antologías, entre las que destacan MedieKultur, Body and Society, Canadian Journal of Communication y Wi: Journal of Mobile Media.

Las mujeres, el sincretismo y el tiempo. Una mirada feminista

Las mujeres, el sincretismo y el tiempo. Una mirada feminista

Me gusta plantear la reflexión sobre el tiempo desde la diversidad que encarnamos las mujeres y la diversidad de dimensiones del tiempo, de los tiempos. Y que lo hagamos ubicadas o ancladas en la tradición paradigmática feminista.

Como antropóloga investigo experiencias del tiempo largo, ese tiempo histórico secular, que experimentamos activistas, teóricas, políticas, ciudadanas al conocer los procesos con conciencia histórica moderna. Investigo también el tiempo histórico corto, el de la experiencia vivida de cada quien, el del camino biográfico.

Hay quienes lo viven de manera tradicional como tiempo que se repite, avanza y regresa cíclicamente, como tiempo sin movimiento en que todo siempre ha sido igual, desde siempre, lo mismo, lo idéntico cincelado sobre una conciencia naturalista del cuerpo, de la sociedad, del mundo.

Hay quienes viven su recorrido biográfico en el caudal del tiempo histórico y lo experimentan en su dinamismo, su diferencia, sus circunstancias.
Encuentro que esas dimensiones distintas del tiempo no actúan diferenciadas sino en combinaciones simultáneas por grupos de identidad y cultura compartidas.
Tampoco están claramente demarcadas en la subjetividad de cada mujer. Nos desesperamos porque queremos resolver en el breve lapso vital, lo pensado de nuestras vidas y del mundo, acordes con deseos y necesidades desde visiones críticas y alternativas.
Olvidamos la historia secular y colocamos la lente biográfica para mirar procesos que implican etapas, múltiples protagonistas, movilizaciones y cambios estructurales y formales. Esa equivocación en el uso de las lentes del tiempo nos lleva a distorsiones y muchas veces a experiencias de impotencia o a desvalorizar los pequeños avances, los retrocesos y las pérdidas.
Se nos olvida que un derecho, sólo uno, o una dimensión de la condición social tardan siglos en construirse como ha sucedido con cada derecho que gozamos. El proceso de conformación de la condición ciudadana de las mujeres que aún no está arribado a puerto, ha llevado siglos. Por eso, al referirnos a la ciudadanía añadimos las voces, formal, jurídica, real, plena, mutilada, sustantiva y efectiva.
Sucede también, que aplicamos la lente del tiempo largo de la historia a las pequeñas y parciales acciones de incidencia posible, del aquí y el ahora, y, confundidas, dejamos pasar oportunidades que no se repiten porque sentimos que no nos compete, no es nuestro campo de acción o les toca a otras atenderlo.
No nos afanamos en la urgencia de enfrentar nuestras necesidades inaplazables ni las necesidades ingentes de las mujeres, la emergencia de las hambrunas, la miseria que conlleva la feminización de la pobreza o la defensa inaplazable de nuestros derechos constantemente amenazados, la construcción de la igualdad y la eliminación de la violencia de género.
Nuestros avances han sido el resultado de esfuerzos de siglos.
Otras dimensiones del tiempo están presentes en las mismas mujeres. Y, tanto el tiempo secular como el biográfico, se sintetizan en el tiempo de la vida cotidiana, concebida como el espacio en el que existimos y recreamos el mundo, con sus círculos particulares privados y públicos privadopúblicos, o públicoprivados.
Con sus esferas de acción, de incidencia puntual y de relación con los otros. El tiempo tradicional de las mujeres forma parte de tiempos comunitarios y de género cíclicos, derivados de la condición tradicional de la mujer en que son los otros la pauta del tiempo y, de modos de vida comunitarios, locales y nacionales, ligados a ciclos productivos agrícolas, industriales, a cambios estacionales.
Este tiempo no pertenece a las mujeres, es el tiempo de-los-otros, para-los-otros, en voz de Franca Basaglia . Un tiempo asignado a las mujeres como cuerpos-para-otros, seres-para-otros.

Tiempo que, mirado desde la modernidad y la perspectiva crítica feminista, es expropiado a las mujeres y conlleva enajenación. Al carecer de tiempo propio, las mujeres quedan impedidas de desplegarse en el mundo por vía propia. Su tiempo vital y su tiempo cotidiano son para-otros, son de-otros.
Prevalece la espera como experiencia de quien no es dueña de su tiempo .
Sólo con la modernidad las mujeres hemos tenido un tiempo propio, un tiempo de individuación y de ciudadanía. En ese tiempo-para-sí se configura el ser-para-sí, a través de procesos de separación y participación escolar, laboral, artística, política.

Aunque, no nos engañemos, en esos procesos las mujeres también experimentamos enajenación, porque no definimos ni las prácticas ni los contenidos de los conocimientos, ni las reglas laborales ni el sentido del trabajo que realizamos, del arte en que nos insertamos y menos aún, de la política. Estamos maniatadas por reglas patriarcales que enajenan la política y la expropian a la ciudadanía y, participamos muchas veces, adheridas a otras identidades, desagregadas como mujeres, desarticuladas y en minoría política aún cuando haya mixtura o paridad numérica.

Cada tiempo expropiado o propio conlleva territorios, espacios, actividades, funciones y posición en torno a jerarquías y poderes, y también, ciertas habilidades sociales y culturales, y capacidades que se condensan en saberes específicos.
Sincretismo y escisión
Las contemporáneas somos sincréticas, vivimos con una extraordinaria intensidad las contradicciones de tiempos asociados a estereotipos de las condiciones de género. Muchas de nosotras, en periodos de nuestras vidas, experimentamos una profunda escisión subjetiva y objetiva. En ocasiones logramos superar antagonismos, paradojas y contradicciones y emergemos renovadas con una subjetividad fortalecida.
Utopía y tiempo
A diferencia de lo que imaginaron las feministas a finales del XIX y principios del XX, al modernizarnos la mayoría de las mujeres no nos emancipamos del tiempo-de-los-otros ni de sus deberes e impedimentos. En la utopía del cambio en el uso del tiempo, la expropiación se resolvería con la participación pública de las mujeres. Cada mujer a través de procesos de individuación y aculturación (educativos, laborales y económicos, sociales y sexuales políticos) se conformaría como una ciudadana moderna desligada del deber ser doméstico, familiar, materno y sexual.
A lo largo del siglo XX en algunas sociedades más igualitarias, de alto desarrollo pacífico, las mujeres han creado y han tenido condiciones para separar tiempos, ámbitos y funciones e incluso eliminaron de sus vidas deberes tradicionales.
También ha sucedido a mujeres de clases con poder, en sociedades de menor desarrollo y mayores desigualdades sociales. En las primeras, prevalece la configuración moderna en su condición de género y como tal continúa en transformación. En las segundas la modernización abarca aspectos que no trastocan su condición patriarcal y están definidas por un complejo sincretismo de género.
En la utopía de la emancipación y la liberación de las mujeres se afirmaba que, al situarse en lo público como los hombres, trabajar como ellos, ganar dinero, como ellos, tener éxito y poder como ellos, se eliminarían la desigualdad, la discriminación y todas las formas de opresión de género.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres se modernizó y, en efecto, disminuyeron ciertas desigualdades y formas de discriminación, pero han surgido otras nuevas. Las contemporáneas se han visto obligadas a experimentar los cambios, resignificar con sus recursos interpretativos y adaptarse conforme a sus condiciones sociales, articulando una condición compuesta de género, mezclada, sincrética. Han debido compatibilizar situaciones opresivas y situaciones de respeto, derechos y libertades: deberes tradicionales y nuevos deberes modernos.
Los resultados para muchas han sido contradictorios y difíciles de enfrentar. Los hitos de la vida de las contemporáneas contienen paradojas.

La mayoría de las mujeres del siglo XX ha experimentado la doble y la triple jornada de trabajo. Muchas han vivido la modernización impuesta, otras, voluntaria, elegida, como acto de libertad. Sin embargo, lo han hecho en las condiciones impuestas por el sistema modificado por la movilización de las mujeres, por presiones del mercado y del desarrollo.
La vertiente liberal responsabiliza a las mujeres a enfrentar esas contradicciones.
Si quieren ser modernas deben resolver la sobrecarga y el sobre esfuerzo vital que conlleva sumar jornadas y hacerlo las más de las veces, sin apoyo comunitario o estatal. Muchas mujeres se modernizaron al incursionar de pequeñas en la vida escolarizada y luego en la vida laboral y en otras actividades públicas.
Pero la experiencia no ha sido homogénea en dichas esferas: va de más a menos.
Más mujeres escolarizadas, menos mujeres en la esfera laboral y mucho menos en la esfera política civil o gubernamental. Más mujeres trabajadores, menos mujeres con poder en la economía, más mujeres acudiendo a elecciones, menos mujeres gobernando sus comunidades, sus países o las instituciones de la globalización en que trabajan. Con todo, el modelo estereotipado de mujeres que ha producido el siglo XX es el de todo al mismo tiempo y sus contenidos mezclados.

Sincréticas sobremodernas

Las mujeres sincréticas son sobremodernas por el sobre uso del tiempo , la
simultaneidad de actividades (estudio, trabajo, cuidado, participación política al mismo tiempo) o la simultaneidad de actividades prácticas (diseñar, hablar por teléfono, contestar, mails, atender a alguien, cuidar a alguna persona y manejar al mismo tiempo); la extensión de la jornadas o costa del descanso; la unificación de espacios público privado con el trabajo de oficina desde la casa; la supervisión doméstica desde el espacio público; el aumento de la movilidad espacial y el trabajo migrante con desplazamientos de pueblos y barrios a ciudades, de país a país, lo que, para millones de mujeres implica vivir y trabajar en sitios de cultura e idioma distintos y muchas veces desconocidos; el trabajo flexible para armonizar vida familiar y vida laboral ¿Qué significa eso?; trabajo voluntario a raudales por todas las causas posibles y trabajo extra para mantener el puesto.

El sobre uso del tiempo implica la extensión del tiempo, y conduce a una sobrevivencia del tiempo, una vivencia extensiva y excesiva del tiempo. Así, un año de vida de una mujer es mucho más que un año de vida de los hombres de su entorno, por la cantidad y la calidad de experiencias y acciones, actividades realizadas aparentemente en el mismo tiempo, por el esfuerzo vital realizado.
Esta sobrevivencia del tiempo sólo es comparable con la extensión del tiempo lograda en situaciones de esclavitud. Las mujeres normales sólo pueden ser comparadas con los esclavos.

Las nuevas tecnologías permiten la colocación de lo público en lo privado, el Internet, los celulares, permiten contactar a las mujeres a cualquier hora, en cualquier sitio, implican facilidades y ahorro de tiempo, a la vez que pérdida de libertad y de intimidad. Exigen una sobreatención de los otros próximos o ajenos, superpuesta a las actividades que la mujer esté llevando a cabo. Las nuevas tecnologías se suman y refuerzan los cuidados y los servicios tradicionales.
La variante en los países desarrollados o en las capas altas de sociedades en desarrollo es que guardan la individuación, el tiempo propio, ciertos trabajos y formas de participación para las mujeres de clases o grupos con poder. Se da así, un desdoblamiento de género: las mujeres con derechos o con poderes sociales pueden acceder a la condición moderna de género y mujeres de otras
nacionalidades, condición étnica y socioeconómica, reproducen la condición tradicional cuidadora y reproductora de género, sólo que enmarcadas en el mercado global.

Con ello se crean nuevos estamentos de género, para los cuidados y los servicios de todo tipo que actualizan formas de selección de género basadas en la raza, la nacionalidad, la etnia, la clase, la procedencia, el estado civil, las responsabilidades familiares y la movilidad. La necesidad y la pobreza se ensamblan.
Así, se renuevan formas de discriminación racial, étnica, nacional y de clase y se crean nuevos estamentos basados en el género. La modernidad es para unas un territorio propio aunque sean tradicionales, y la condición tradicional-moderna es para las-otras.

Tiempo hito

Quiero hablar del tiempo hito , en el sentido que le da Teresa del Valle, en este caso ligado a hechos lacerantes en la vida de las mujeres. El instante en que el orden social, la cultura, el espacio y el tiempo culminan, se sintetizan en situaciones de riesgo vital para las mujeres. Es el momento que aúna tiempo secular y tiempo biográfico. Mujeres modernas del siglo XXI siguen expuestas a embarazos no deseados, a adquirir enfermedades de transmisión sexual, a la violencia de género tradicional y a nuevas formas de violencia exacerbada emergentes.
Para millones de niñas y jóvenes modernas, el sincretismo de género implica contenidos sexuales tradicionales (ignorancia, creencias fantásticas, idealización y subordinación a otras personas, y, de manera acendrada a hombres.
Esa base de género potenciada con la cosificación sexual global de las mujeres, su exhibición, uso y consumo, idealizada como libertad sexual y modernidad, aumenta su riesgo personal a sufrir daños y mantiene altos niveles de opresión de género de todas las mujeres.
La ausencia de cambios modernizadores de la condición genérica de hombres contemporáneos es notable. Se expresa en su aprovechamiento y reproducción de relaciones desiguales, en su supremacismo, en su ejercicio de una sexualidad opresiva y, desde luego, de formas violentas de control y dominio que ponen en riesgo la seguridad y la vida de las mujeres.
Un tiempo hito, es el de millones de mujeres y niñas, quienes en un instante que conjuga un sinfín de determinantes, son víctimas de una agresión, de una violencia por ser mujeres y, en un continuum perverso, de una muerte violenta, muerte de género, son víctimas, del feminicidio .
No sólo nosotras somos sincréticas, el mundo es sincrético y el mundo occidental lo es más aún. En él coexisten instituciones tradicionales fundamentalistas encargadas de normar y estructurar la sexualidad y, por ende, la subalternidad jerárquica de género de las mujeres, con instituciones, que impulsan cambios en las condiciones de género, las prácticas y la organización social, particularmente en las relaciones entre mujeres y hombres basadas en la igualdad.
En el siglo XXI se reitera la confrontación institucional y social entre quienes sostienen estructuras patriarcales y actualizan la dominación de las mujeres y quienes cincelan en el entramado social, en el Estado, en los organismos internacionales relaciones igualitarias, procesos emancipatorios y de empoderamiento de las mujeres, y cambios democráticos en la condición de género de los hombres.
El siglo XX ha sido tiempo del feminismo, como plantea Celia Amorós , marcado por la insubordinación de las mujeres y la apuesta por cambiar ya no sólo desde lo local sino desde lo global. A esa dimensión corresponden la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 que reconoce a las mujeres, la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, de 1979, que contiene una política obligatoria para los Estados, y es considerada la carta de los derechos de las mujeres. La última década del siglo XX ha sido un tiempo hito en la historia secular de las mujeres por los enormes avances de los derechos de las mujeres hilvanados declaraciones, tratados, plataformas y campañas, creado conferencia tras conferencia, foro tras foro, convención tras convención.
Virginia Maquieira considera que “La identificación de los derechos de las mujeres como derechos humanos representa uno de los logros más significativos de la historia contemporánea que se produjo de manera explícita en los acuerdos internacionales al inicio de los años noventa del siglo XX” .
La Declaración de Viena, El Tribunal Internacional sobre la Violencia contra las Mujeres, la Conferencia del Cairo que reconoce los derechos sexuales como derecho a la salud, la Conferencia de Beijing y su Plataforma de Acción que han dado para Beijing + 5 y +10, y todas las anteriores, empezando con la de México en 1976. La creación de organismos como la Oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos de las Mujeres, Belén Do Pará que sienta las bases para la política de Estado para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres . Todos son hitos feministas.

Y, desde luego, como trasfondo o soporte y resultado de esos hitos del mundo global en diversos países, sobre todo, los que se definen como democráticos, se hacen cada vez más conocidas y mejor aplicadas un buen número de reformas constitucionales, decretos y leyes que garantizan para las mujeres y las niñas, un ramito de principios jurídicos: la dignidad, la igualdad y la equidad, la libertad y la seguridad.

Son sobre todo leyes sobre la igualdad entre mujeres y hombres, contra la violencia de género y contra la trata de personas, la explotación sexual y cualquier forma de discriminación. Alguna ley por ahí, se propone garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia .
Tiempo hito del ser-para-sí
El tiempo para-sí como experiencia individual, construida para el género surge cuando cada mujer integra en su subjetividad su derecho a tener derechos en términos de Hanna Arendt . Y cuando colectivos de mujeres lo contienen en sus mentalidades, Así, la condición de sujeto como cima del empoderamiento individual y colectivo se va instalando en prácticas y modos de vida, y en la forma de ser de las mujeres. El derecho concreto y la condición de sujeto se convierten en una parte de sí y configuran el ser-para-sí. Colectivamente, el género se empodera cuando se extiende la conciencia y la práctica social del derecho y se torna parte del bagaje cultural de las mujeres.
La historia secular puede leerse en un instante, sin embargo, en realidad es un acumulado histórico de décadas y de siglos. La ola del feminismo de la última década del siglo XX fue una condensación política del tiempo histórico.
Al llegar a su cima, vino la reacción de fuerzas conservadoras amparadas por partidos políticos, organizaciones civiles e instituciones religiosas patriarcales de diversas religiones, que se han propuesto regresar el tiempo, conculcar derechos y no sólo la ciudadanía de las mujeres, sino la condición humana de las mujeres que ha sido proclamada en diversos hitos y sólo parcialmente construida en algunos lugares.
Por eso el tiempo presente, el Siglo XXI debe ser el tiempo de los derechos humanos de las mujeres: intransferibles, indivisibles, irrenunciables. Es decir, de la construcción social del cimiento de la condición de las mujeres contemporáneas: nuestra condición humana.

Ni tiempo tradicional, ni sobreuso del tiempo, ni desagregación de derechos separados y mutilados, ni los principios excluyentes, sino organizados en sinergia: dignidad, igualdad, libertad, seguridad y paz.
Es el tiempo de recoger el paradigma paso a paso construido, de cada movimiento y cada agenda, es el tiempo de articularlos y potenciarlos en nuestras vidas, en nuestros cuerpos, en nuestros mundo como un todo para que el siglo XXI, por fin, sea el tiempo de la humanidad de las mujeres.
La mayoría de las mujeres tocadas por la modernidad, unas más tradicionales que otras, pero todas sincréticas en la experiencia de ser mujeres en el mundo, evidenciamos la separación de espacios vitales, de actividades diversas, de jornadas.
Hoy, empieza a reconocerse la necesidad de la conciliación del mundo laboral y el mundo familiar cuya puesta en práctica conllevará una profunda revolución de la vida cotidiana porque implica asumir que el tiempo y las responsabilidades familiares, domésticas y del cuidado dejen de ser parte de la condición de género de las mujeres y sean distribuidas de forma equilibrada y potenciadora.

Aspiramos a recuperar el tiempo cotidiano para las mujeres, un tiempo para sí colmado de derechos.

En el 30 aniversario de la CEDAW quiero pensar secularmente y mirar que en sólo tres décadas, la CEDAW se ha convertido en el referente de millones de mujeres movilizadas en el mundo en pos de sus derechos; en norma para la gobernabilidad democrática; en conjunto de indicadores para evaluar el adelanto moderno de las mujeres, de los países y de todas las configuraciones de la globalidad; que se configuran como unidades de intercambio económico o comunidad de visiones sobre la democracia, el desarrollo y la paz; y en pilares de la tercera dimensión del mundo conformada por el derecho internacional de los derechos humanos al amparo de la ONU.

Two Muslim Women Are Headed to Congress. Will They Be Heard?

Two Muslim Women Are Headed to Congress. Will They Be Heard?
Ilhan Omar and Rashida Tlaib have won, but the battle for a new brand of feminism in the Democratic Party and within Muslim communities has just begun.
By Rafia Zakaria
November 12, 2018, 1:21 PM

The first time a veil was worn on the floor of the U.S. House of Representatives, the wearer was not, as one would expect, a Muslim woman. Instead, it was a woman named Carolyn Maloney, a Democratic representative from New York. In October 2001, as the ruins of the Twin Towers were still smoldering, Maloney put on a blue burqa, the kind worn by women in Afghanistan, as part of a theatrical appeal to get representatives to vote for a war against the Taliban. “The veil is so thick, it is difficult to breathe,” Maloney declared as part of her plea for war against the Taliban whom she—incorrectly—blamed for the 9/11 attacks.

In January 2019, Ilhan Omar, the congresswoman-elect from Minnesota’s 5th District—who wears a headscarf—will become the first veiled woman to serve in Congress. Much has changed in the past 17 years. The myth of saving Afghan women by bombing their country into oblivion has shown itself to be a devastating proposition. The Taliban are still around, and there is talk of making peace with them as the United States wearies of trying and failing to produce some sort of victory.
Maloney is also around, winning her 14th term in last week’s midterm elections, even as Omar won her first. Nor will Omar be the lone Muslim: Joining her will be Rashida Tlaib, a longtime activist of Palestinian descent, who was elected in Michigan’s 13th District.
Maloney, Omar, and Tlaib represent divergent views of feminism. Maloney’s brand is American feminist exceptionalism, in which American women—intrepid and veil-free—are beacons of freedom with a duty to evangelize their particular brand of empowerment, even if it means using bombs.
If Maloney’s is the feminism from above, bestowed on black and brown women by white ones, the progressivism of Omar and Tlaib represents feminism from below. For both, their experience as community organizers reflects a faith in grassroots work. Theirs is a feminism of choice rather than one erected on glib pronunciations on who is or isn’t free or paternalistic exhortations of what poor immigrants or struggling blue-collar women must do to join the ranks of the elite white feminists who normally dictate U.S. feminist discourse.
And because their backgrounds—Somali and Palestinian—have been shaped by long histories of failed foreign interventions, Omar and Tlaib are unlikely to ever to see the liberation of women, Afghan or otherwise, as an argument for war. Yet all three are Democrats—a fact that raises the question of which brand of feminism will ultimately define the future of the Democratic Party.
In the wider world, the elections of Omar and Tlaib have led to much gushing and rejoicing. Compared to President Donald Trump’s rage-fueled rallies, the stories of Omar, who lived in a refugee camp and knew no English when she arrived on U.S. shores at 12, and Tlaib, who grew up partly on welfare as one of 14 siblings, provided some solace. Even if the United States has a president whose cultish following relishes his denunciations of all Muslims as terrorists—in a speech hours before the 2016 presidential election, Trump insisted that Somali refugees were a disaster for Minnesota and that many were joining the Islamic State—here, it seemed, was evidence that the country was not so bad after all. If women like Omar and Tlaib can succeed, then perhaps the United States could be saved.
Beyond the haze of victory lie tremendous challenges. A Pew survey found that attacks against Muslims in 2016 surpassed the previous high in 2001. Half of U.S. Muslims said they felt that it has become more difficult to be Muslim in America than it used to be; three out of four said there was a lot of discrimination against Muslims in the United States, a view that was reiterated by nearly 70 percent of the general public. It wasn’t just discrimination: Many American Muslims reported that they had faced intimidation and threats of bodily harm and seen mosques and other properties vandalized.
The election of two Muslim women won’t necessarily make things better for them. One of the most recent attacks against a veiled Muslim woman took place in Dearborn, Michigan, which is Tlaib’s constituency. The incident, caught on a closed-circuit camera, shows a woman in a headscarf and a long black robe approach the desk at a hospital’s emergency room. Within five seconds, a man approaches from behind her and repeatedly strikes her head with his fist.
The attack is just one of many perpetrated by white men, which add to the general fear that pervades the very Muslim-American communities that the two women will represent. It will be difficult to highlight such crimes and protect these communities within a political milieu where Islamophobia has become a fixture in public discourse.
Defending Muslim-Americans from a perch on Capitol Hill will be a challenge—but reforming the community from the inside, particularly where the rights of Muslim women are concerned, will be just as hard. Communities that feel besieged tend to turn inward, so much so that they become uninterested in internal reform.
Since 2005, when the Muslim scholar Amina Wadud led a mixed-gender congregation in prayer, an act that initiated a campaign for equal rights within worship and mosque spaces, Muslim feminists have worked hard to push for greater rights. Twitter hashtags and online discussion forums have emerged to advocate for women to be admitted in the central worship spaces of mosques instead of being relegated to side entrances. Young Muslim feminists are eager to use the victories of Tlaib and Omar to push equality within the faith. But progress may be slow, and managing their expectations will likely be difficult.
Then there is the matter of what these victories, particularly that of the headscarf-wearing Omar, will mean beyond U.S. borders. In May, while Omar was fighting a competitive primary election, France’s equality minister denounced the decision of a French student leader to appear in a documentary wearing a hijab as “promotion of political Islam.” The headscarf is banned in French schools and official government buildings, but university students such as the one in question are permitted to wear it. Similarly, in the United Kingdom, there are many Muslim members of parliament, but none who wear the hijab.
While Britain may be miles ahead of France in accepting public displays of religious affiliation—from veiled baggage screeners to turban-wearing cops—the wardrobes of Muslim women still stir controversy. Weeks before Omar and Tlaib won, a public debate broke out over the sale of hijabs for schoolgirls in a store’s school uniform section. While British Prime Minister Theresa May has voiced her support for the right to wear a headscarf, others in the Conservative Party seem more reluctant.
For the moment, the divergent visions of feminism espoused by the 14-term Maloney and her new veil-wearing and pro-Palestinian party colleagues will all coexist uneasily in the House of Representatives in January.
After all, it is one thing to use the victories of Muslim-American women as a salve on the gaping wounds of division and derision that have driven the country; it is quite another to allow them to dictate the contours of American feminism or U.S. policy abroad.
The Islamophobia of the American left may pale before the loud and flagrant hatred of the Republican Party under Trump, but it still exists.
It is often manifested in the pointed but pernicious sidelining of Muslim women, who are refused anything more than the few moments allotted to duplicitous salutes to diversity.
Reducing Omar and Tlaib to tokens of America’s enduring diversity would be a waste of both their talents and their ability to do the actual work of political and feminist transformation.

Más allá de la «postmodernidad» «postcolonialidad» y «globalización»: hacia una teoría de la hibridez

MÁS ALLÁ DE LA ‘POSTMODERNIDAD’, ‘POSTCOLONIALIDAD’ Y ‘GLOBALIZACIÓN’: HACIA UNA TEORÍA DE LA HIBRIDEZ
INTRODUCCIÓN
Alfonso de Toro
Ibero-Amerikanisches Forschungsseminar
Universität Leipzig

Latino literature dismantles borders, between fact and fiction, literature and history, the social sciences and the humanities. A study of Latino literature implies a redefining of academic disciplines and discourses. It brings together literature, language, sociology, history, political science, demography, anthropology, music, and the departments and programs they represent. Latino literature recognizes differences and establishes a dialogue among American Studies, African-American Studies, Native American Studies, Latin American Studies, Comparative Literature, English, and Spanish and Portuguese. And fiction will set the pace for a possible new history of convergence that Latinos represent. (William Luis)∗

The question of Who is selfsameness can only be answered with the discovery of who is the Other. (Tulio Maranhão)

El presente volumen es el resultado de las investigaciones realizadas entre 1997 y 2002 dentro del proyecto auspiciado por el Consejo Alemán de Investigación (Deutsche Forschungsgemeinschaft) con el tema “Interculturalidad y comunicación interdisciplinaria: Latinoamérica y la diversidad de los discursos”. La realización del mismo se llevó a cabo bajo aspectos teórico-culturales, epistemológicos, políticos, sociológicos, filosóficos y estéticos, entre otros, teniendo como base común una reflexión transdisciplinaria sobre la constitución y circulación de discursos sobre Latinoamérica y sobre aspectos teóricos de diversa naturaleza relacionadas con el continente, particularmente sobre los de la ‘post-modernidad’, la ‘postcolonialidad’ y la ‘modernidad’.

El volumen, que reúne veinticuatro trabajos de teóricos de la cultura latinoamericana, se centra en temas fundamentales que abarcan desde los años ochenta, y en particular los noventa, hasta el año 2000 tanto desde una perspectiva diacrónica como sincrónica, tales como los fenómenos de ‘globalización’, ‘postmodernidad’, ‘postcolonialidad’, ‘modernidad’, ‘transculturalidad’ y ‘transdisciplinariedad’ (Cornelia Sieber, Eduardo Mendieta, Néstor García Canclini, Jesús Martín-Barbero, Patrick Imbert, José Joaquín Brunner, Alfonso de Toro, Fernando de Toro, Eduardo Peñafort, Roberto Follari, William Luis).

Otro grupo se concentra en problemas histórico-epistemológicos (Roberto Follari, Michael Riekenberg), en problemas de género y minorías (Sonia Montecinos) y en la teoría cultural del Brasil y las comunidades afro-brasileñas (Valter Sinder/Paulo Jorge da Silva Ribeiro, Muñiz Sodré y Raquel Pavia). Las publicaciones de Ricardo Blanco y Myrian Sepúlveda dos Santos se concentran en problemas estéticos, mientras que William Luis desarrolla una teoría identitaria del “latino”; F. de Toro de una identidad diaspórica; Imbert, de una “identidad multicultural/heteronómica”; Maranhão de una identidad basada en la Otredad antropológica; Martín Lienhard propone una nueva lectura de las culturas populares.

La investigación del proyecto no ha tenido como finalidad el probar o demostrar que Latinoamérica es postmoderna o postcolonial, ya que estas estrategias no pueden ser pensadas ni formuladas en forma general por la simple razón de que existiendo muy diversos procesos postmodernos y postcoloniales en general, existiendo muy diversas ‘Latinoaméricas’, tenemos así también diversas postmodernidades, postcolonialidades y globalizaciones en el mundo y en Latinoamérica. Debido a esto no se puede hablar, por ejemplo, de la posición latinoamericana sobre la postmodernidad o la modernidad como indican Mendieta y Sieber.

Se trata en un primer lugar de sacar partido y consecuencias de aquello que Imbert formula con tanta claridad:
Il faut voir que les théories postcoloniales proviennent à la fois de chercheurs publiant en anglais et vivant aux États-Unis et de professionnels travaillant dans le contexte économique des Amériques latines. Les premiers bénéficient d’une stabilité et d’un accès au monde par la langue et par la diffusion des revues que les chercheurs des Amériques latines n’ont généralement pas car, comme l’ensemble de ces sociétés, ils vivent souvent des conditions de travail précaires liées à un état dont le rôle de définisseur des conditions de travail est transformé par sa volonté d’attirer des capitaux en transit,
de abrir territorios al pensamiento y discursos latinoamericanos desde Latinoamérica y desde fuera, como en el contexto alemán lo venían ya haciendo desde hace mucho Carlos Rincón, y, en los años noventa, Birgit Scharlau, Monika Walter o Hermann Herlinghaus, a los cuales se han adherido una cantidad de investigadoras e investigadores más recientes como, por ejemplo, Ottmar Ette, Janett Reinstädler, Petra Schumm o Susanne Klengel, entre muchos otros, sin contar aquí los muy valiosos trabajos publicados en EE.UU., entre otros, por Mignolo, Vidal, Mendieta, Yúdice, Beverly o José Oviedo.
Se trata, en segundo lugar, de reflexionar sobre cómo se han dado estos procesos en Latinoamérica, procesos y estrategias de tipo histórico que como la modernidad no se han dado en forma “universal” y “pura”, sino de una forma muy diferente a los países de origen de este fenómeno, como lo demuestran Sieber, Mendieta e Imbert, y como Brunner, entre otros, nos lo ha venido describiendo hace un decenio.
Se trata pues de contribuir con una investigación a la descripción desde estrategias discursivas de la perspectiva actual, estrategias que son tan de Latinoamérica como de Europa o EE.UU. y de esta forma robustecer el discurso latinoamericano y/o sobre Latinoamérica en el “centro” de este debate, contribuir a ponerla en la historia y no dejarla al margen o fuera, como hasta la fecha ocurre en muchos sectores del saber y no solamente de éste.
Los discursos del centro siguen siendo dominantes y altamente hegemónicos; aun después de más de veinte años de teoría de la cultura o de “estudios culturales” sigue faltando el “reconocimiento” del Otro.

Los términos de ‘postcolonialidad’, ‘postmodernidad’ y últimamente el de ‘globalización’ han ofrecido y ofrecen en Latinoamérica problemas histórico-epistemológicos, particularmente de tipo ideológico debido a su proveniencia. Imbert considera que a pesar de que el postcolonialismo, por ejemplo, provenga de EE.UU. (habría que agregar también de la Commonwealth), éste ha contribuido eminentemente a enfrentar y frenar una posición discriminatoria, y A. de Toro, por su parte, apunta que “sólo la productividad de una teoría […], su potencialidad de explicación […] y su recodificación dentro del lugar geopolítico de aplicación” determinan su legitimación y no el lugar de proveniencia.

A pesar del escepticismo, estas estrategias han acuñado en todo nivel la discusión en Latinoamérica desde hace más de veinte años, aun en la terminología empleada, vacilando entre la apropiación de una terminología y de estrategias postestructuralistas y post-modernas recodificadas en el contexto latinoamericano y la persistente resistencia al uso del término ‘postmodernidad’ o ‘postcolonialidad’: de hecho se está describiendo la ‘postmodernidad’ (o la ‘postcolonialidad’) en Latinoamérica, pero se le denomina ‘modernidad’ (vid. A. de Toro 1999: 42).

A la pregunta de García Canclini si acaso es posible ser a la vez globalizado y periférico, postmoderno y postcolonial en Latinoamérica se le han dado ya muchas respuestas, así Brunner (1986) con su concepción de la modernidad periférica o con los términos de ‘heterogeneidad’ o ‘desterritorialización’ (ídem 1988); Martín-Barbero (1989/1994) con sus conceptos de ‘interacciones’, ‘intercambios’, ‘reapropiaciones’ y ‘destotalización’; A. de Toro (1990, 1991, 1995, 1996, 1997, 1999) con la tríada de ‘memoria’, ‘elaboración’ y ‘perlaboración’ o a través de las fórmulas de la ‘periferia como centro’ (ídem 1995, 1996), del ‘renacimiento recodificado’ –que Mendieta formula como “new forms of agency, the rehumanization of social relations”– enlazándolo con el concepto de hibridez (1997) (en la tradición de Homi Bhabha 1994) que también había sido ya teorizado por García Canclini en su famoso libro Culturas híbridas (1982) proponiéndose como una estrategia o concepto para describir adecuadamente fenómenos que en otros lugares del mundo se habían dado en forma separada o al menos con cierta distancia temporal y que, en forma muy especial, Carlos Rincón (1989) hace ya algún tiempo había descrito acertadamente como un fenómeno de discontinuidades con la fórmula de “la no simultaneidad de lo simultáneo” (1995) o Imbert, siguiendo a García Canclini, con su término de ‘hétérogénéité multi-temporelle’, de ‘juxtaposition discontinue’ o de ‘hétérogénéités juxtaposées’ para describir la condición postmoderna y globalizada de Latinoamérica.

Así también R. Blanco muestra cómo en el diseño postmoderno, o en la arquitectura postmoderna, los procesos “no son comunes ni sincrónicos” y que en “algunos territorios se producen hechos, eventos, gestaciones y desapariciones, cuando en otros eso mismo no ha comenzado a germinar”. García Canclini reformula estos fenómenos dividiendo las sociedades latinoamericanas en “sociedades escindidas entre sectores minoritarios globalizados hipermodernos y otros mayoritarios desnacionalizados y desmodernizados”.

Imbert (cfr. también ídem 1995) afirma que las teorías y el debate dentro del postcolonialismo han renovado y dejado profundas huellas en la teoría de la cultura latinoamericana –como igualmente lo han planteado F. de Toro (1995: 132) y A. de Toro (1995, 1996, 1997)– superando un nacionalismo de corte europeo decimonónico acompañado del mito de la identidad local esencialista sin considerar las “hétérogénéités juxtaposées dans les Amériques Autochtones, Créoles, immigrantes ou d’origines africaines” (Imbert).
Según F. de Toro el establecimiento y los efectos de la postmodernidad y postcolonialidad han sido tan evidentes que han “llegado a su término” y han sido reemplazados por la “condición global” y por una tercera cultura (siguiendo aquí a Featherstone).
Sieber parte de lo más básico: manteniéndose coherentemente dentro de los parámetros de los discursos latinoamericanos de Canclini, Martín-Barbero y Brunner realiza una lúcida y productiva lectura deconstruccionista del empleo del término de ‘modernidad’ como lo han venido exponiendo los autores mencionados sobre la base de la pregunta de por qué los teóricos latinoamericanos usan la epistemología postestructural y postmoderna, pero se atienen al uso del término ‘modernidad’ con todas sus variaciones tales como ‘periférica’, ‘heterogénea’, de las ‘orillas’, etc., y reinterpreta el empleo del término ‘modernidad’ en Latinoamérica para la descripción de la actualidad, en el intento de los latinoamericanos de, primero, reescribir (“write back”) o recodificar el término en el contexto latinoamericano y, segundo, a la vez, de superar la dicotomía ‘modernidad’ (progreso, Europa/EE.UU.) y ‘tradición’ (retraso/tercer mundo).
Se trata pues –en el contexto argumentativo de Martín-Barbero– del intento de “[…] situar a Latinoamérica dentro de la modernidad y –al hacerlo– ampliar la concepción de ‘modernidad’ a una dimensión periférica, subalterna […] no-contemporánea y descentral” (Sieber). Como Sieber plantea, esta nueva posición contrasta frente al panorama que se venía dando desde los años cincuenta hasta los setenta, en particular conectado con la figura de Octavio Paz donde
[…] las ciencias sociales latinoamericanas tuvieron inmensas dificultades de situarse en un discurso dominante de oposición entre la modernidad y la tradición. La modernidad se definió desde los centros occidentales, así que la peculiaridad de la situación en Latinoamérica, si se parte de las grandes teorías de la época, sólo se podía traducir en términos de tradición y retraso. (Sieber)
Latinoamérica aparece en el debate siempre en un estado de deficiencia, de retraso, de ‘pseudomodernidad’ (Paz), es decir, no se ajusta a ninguno de los cánones de la modernidad ni de la postmodernidad de las naciones del centro. Aquí vemos cómo las dificultades terminológicas y epistemológicas valen tanto para la modernidad como para la postmodernidad y, si se habla de ‘modernidad periférica’ en el sentido de esa modernidad otra, pues se podría y se debería hablar de una ‘pseudopostmodernidad’ o ‘postmodernidad periférica’ (A. de Toro 1999), marcando así el proceso de alteridad y diferencia.
Que Latinoamérica no haya tenido un siglo XVIII (Paz) y por eso quede prácticamente fuera de la historia equivale a negarle la integración a fenómenos históricos, a negarle al Otro, al colonizado, al Hombre de la hora cero frente a los colonizadores su lugar en la historia, en el sentido de que desde ese momento ya lo ‘propio’ y lo ‘extraño’ pierden su validez tanto para los conquistados, como para los conquistadores: un nuevo espacio debe ser habitado, el pasado aparece solamente representado en el presente (Luis).
La palabra, y la reescritura –como Sieber la concibe con respecto a la posición latinoamericana de la modernidad– es la forma más directa de integrarse a la historia. La pregunta que Sieber articula y responde, exige otra pregunta o alternativa: repensar y reescribir la modernidad y la postmodernidad en Latinoamérica, ya que ambos procesos históricos están altamente entrelazados y no constituyen un antagonismo epistemológico, a pesar de sus diferencias, a no ser que se realicen en un nivel meramente ideológico-partidario.
Mendieta, por su parte, concibe tanto la ‘modernidad’ como la ‘postmodernidad’ y la ‘postcolonialidad’ en un contexto entrelazado y, en su esfuerzo por sistematizar la discusión de los términos de ‘postcolonialidad’, ‘postmodernidad’ y ‘globalización’ partiendo de una concepción de la pluralidad e hibridez –como también lo entienden Imbert, F. y A. de Toro– esto es, de una desterritorialización de estos fenómenos culturales, sostiene que no solamente el fenómeno de la ‘postcolonialidad’ sino también el de la post-modernidad son algo inherente a un proceso cultural de migraciones, mestizaje e hibridez y considera la discusión sobre la postmodernidad en Latinoamérica similar a aquella realizada y sostenida hasta la fecha sobre la modernidad o de la modernización .
Mendieta trata la modernidad como un fenómeno diferente pero altamente ligado al de la postmodernidad en cuanto la modernidad, según él, comienza con el Descubrimiento y con la expulsión de moros y judíos de España, en cuanto la fundación de ‘Occidente’ es a la vez la fundación del ‘Otro’, es el comienzo de la alteridad y de una expansión global que describe incluso en términos de expansión y de ‘internacionalización’ o de ‘transnacionalización’ según Canclini (y otros).
También R. Blanco demuestra cómo en las artes del diseño y en la arquitectura la postmodernidad está ligada a la modernidad, aunque en el campo del diseño sea, en un principio, a través de la imitación de los talleres de Milán; señala al mismo tiempo cómo la postmodernidad se define por un sistema de diferenciación y cómo la globalización en el campo cultural lleva a una renovación.
Para Mendieta la postmodernidad es algo inherente y no suplementaria o externa y contiene en sí la ‘postcolonialidad’ y la ‘globalización’; entiende asimismo la ‘globalización’ como la respuesta a la ‘postcolonialidad’ (cfr. también Beverly/Oviedo 1993, A. de Toro 1995 y F. de Toro como su herencia). Partiendo de Brunner, Mendieta considera que “postmodernity is the name of an accelerated and hypertrophied modernity in Latin America”, es decir, ‘postmodernidad’ es una modernidad radicalizada y, positivamente formulado, recodificada en el contexto latinoamericano. Especialmente por la conexión histórica entre modernidad y postmodernidad que Mendieta establece, es necesaria su diferenciación en la perspectiva histórica.
Así, la modernidad significaría la representación del otro en forma asimétrica –hegemónica o unilateral–, mientras que la postmodernidad sería su descentración y circulación; la modernidad representaría el capitalismo incluyente y excluyente, polarizador de las localidades y, con sus subordinaciones territoriales tales como ‘ciudad vs. campo’, ‘nación vs. imperio’, ‘metrópolis vs. colonia’, ‘nación vs. transnacionalización’, la postmodernidad constituiría su desterritorialización, la producción dentro de los estrictos marcos de ‘centro vs. periferia’, ‘local vs. global’, ‘tradición vs. innovación’, dentro de un ‘eje espacio temporal vs. desterritorialización y destemporalización’, ‘sujetos e identidades individuales vs. colectividad de sujetos e identidades’, ‘otredad y alteridad como conflictos vs. diferencia y alteridad’, ‘racionalidad vs. racionalidad transversal’, ‘pureza vs. nomadismo/hibridez’, ‘linealidad vs. simultaneidad’ o mejor, la ‘no-simultaneidad de lo simultáneo’, ‘nación vs. desnacionaliza-ción’, ‘irrupción del primer mundo en el tercer mundo vs. irrupción del tercer mundo en el primer mundo’, ‘identidad unívoca vs. multiidentidad’. Según F. de Toro, la modernidad desarrolla un discurso de “universalización/asimilación global pero desde la perspectiva del centro, como el único discurso, el del logos con su ethos”.
Patrick Imbert –basándose en A. de Toro y F. de Toro– considera la postcolonialidad (término que toma de A. de Toro traduciéndolo como ‘postcolonialité’) y la postmodernidad como unidades fuertes y dinámicamente relacionadas entre sí . Tanto la post-modernidad como la postcolonialidad conducen a una relectura deconstruccionista y recodificadora que superan binarismos tales como ‘realidad vs. ficción’ entre lo ‘público vs. lo privado’, llevando a una disolución de los géneros y finalmente a una nueva distribución y reorganización de los diversos parámetros culturales, sociales y económicos.
Postcolonialismo lo entiende Imbert –partiendo de A. de Toro– como una permanente negociación y una “reescritura del colonialismo”, además como una superación de los discursos sociológicos y antropológicos tradicionales –como lo han venido indicando García Canclini (1990/1992/21995) y especialmente Martín-Barbero (1989/1994)– y como una desterritorialización que abre brechas para la diferencia e identidad, el nomadismo y la hibridez.
Imbert, por su parte, entiende la globalización en Latinoamérica en el contexto discursivo de Rubens Bayardo, Mónica Lacarrieu, Néstor García Canclini y Carlos Moneta, como una “réorganisation des systèmes de production économiques ou de significations et d’une réarticulation des différences et des rapports d’échanges inégaux dans le divers et le dispersé”.
Sin negar la contribución que han significado las perspectivas y lecturas postmodernas y postcoloniales en Latinoamérica, García Canclini opta por los términos de ‘modernidad’ y ‘globalización’ que, según él, incluyen y sintetizan las otras concepciones y permiten así desarrollar estrategias futuras , a las cuales atribuye dos situaciones históricas diferentes: a la configuración de lo local subordina los procesos de modernización (y agregaría los de ‘postcolonialidad’) y a la configuración de lo global, los procesos de ‘globalización’ (y agregaría también en este caso los de ‘postmodernidad’) organizando estos dos procesos fundamentales en cuatro modalidades.
Primero, el pasaje de lo local a lo global enmarcado por lo colonial e imperial; segundo, lo local “rediseñado por la americanización” (también un fenómeno de globalización); tercero, lo ‘glocal’, esto es, lo local entremezclado con la globalización y dentro de un contexto postmoderno –como también sostiene F. de Toro al contrario de Mendieta que lo ubica en un contexto tanto de la modernidad como de la ‘postmodernidad’–; cuarto, lo local descentrando, desubicado.
García Canclini demuestra, partiendo de un “análisis crítico de lo local”, que la globalización no es una nueva forma de colonialismo, ni de imperialismo y que culturas que no pueden globalizarse pierden a la vez su propiedad local. Con esto, García Canclini traza una fundamental diferencia entre un tipo de expansión o de globalización de la modernidad, como la entiende en parte Mendieta, y una globalización postmoderna.
García Canclini apunta además a otro aspecto fundamental, que es la diferenciación del proceso de descubrimiento, colonización y neocolonización de la globalización actual (algo que muchos investigadores emplean como sinónimos en cuanto la globalización, según García Canclini, produce una interdependencia que “era desconocida durante el colonialismo y el imperialismo”).
Para no caer en semejantes aporías F. de Toro diferencia una globalización y un discurso universalista de la modernidad que fue, en su empresa global y desde la perspectiva del centro, “homogeneizante”, “asimilante” y “territorializante”; la globalización, por otro lado, es un producto de los debates de la postmodernidad y post-colonialidad que se caracteriza por su nomadismo y desterritorialización, por su carácter eminentemente diseminador, por un proceso siempre en “flujo”.
Recurriendo a Beck (1998) y Hannerz (1998), García Canclini propone, por su parte, diferenciar entre la ‘internacionalización’, como una ampliación económica en términos geográficos desde el siglo XVI; la ‘transnacionalización’ (‘mundialización’ en la terminología de Martín-Barbero), en el sentido de una economía de empresas multinacionales como se comenzó a dar desde la mitad del siglo XX, y la ‘globalización’ como la “culminación” de estos dos procesos con rasgos nuevos tales como la “desterritorialización”, “la formación de un imaginario multilocal”, la “intensificación de las dependencias”, la “competencia vs. proteccionismo” y la “derregulación de estructuras económicas y de producción locales” (el desempleo por ejemplo).
Los procesos de ‘desterritorialización’, por una parte, y los de ‘dependencias recíprocas’, por otra, podrían parecer en un primer momento como contradictorios y excluyentes el uno del otro, pero son más bien dos caras de la misma moneda si ponemos como ejemplo la bolsa de comercio, el share value, los movimientos masivos de acciones (desterritorialización) y sus ganancias y/o pérdidas astronómicas (dependencias recíprocas), acumulación de capital en pocas compañías transnacionales (Pavia).
Lo que sucede en la economía de una región afecta automáticamente a las otras. Claro está que en este proceso, si éste es realmente la culminación de los dos anteriores, existe una clara distribución del poder dividido entre EE.UU., Japón y Europa; el resto del mundo parece no tener inserción en estos procesos, lo cual vemos muy bien actualmente con la bancarrota de la economía Argentina, que no ha llevado hasta la fecha a la destrucción de los mercados de sus vecinos Chile o Brasil (con la excepción del Uruguay) no obstante ambas economías estén muy ligadas a la argentina.
Los problemas económicos actuales del Brasil no se basan en el problema actual argentino, sino que son anteriores al mismo y, a pesar de ello, los datos económicos fundamentales de la economía brasileña son satisfactorios, según el Banco Mundial. México y Venezuela parecen indiferentes al crash argentino. En este sentido se puede aseverar que si bien es cierto que la globalización, por ejemplo la cultural, lleva a ricos resultados y la económica bien asentada puede obtener resultados positivos (como en el caso de Chile), la globalización económica y tecnológica conllevan un fuerte imperialismo en la repartición del poder, es decir, en un nivel macroestructural y no microestructural.
Uno de los resultados más apremiantes de este proceso de globalización es el desempleo pero, por otra parte, uno positivo y prometedor es que posibilita una infinidad de alternativas de trabajo. Imbert también tiene muy presente el efecto hegemónico de las compañías multinacionales estadounidenses, japonesas u otras, aun en lo referente a su influencia y presencia en la producción cultural, por ejemplo en la compañía mexicana de televisión Televisiva o en la Rede Globo brasileña que conducen a ignorar las creaciones locales. La globalización es por esto un proceso de altas contradicciones, no es lineal ni homogéneo. Es decir, la posición de García Canclini, según la cual
[…] el imperialismo denomina una época [en la modernidad] en la que el poder se ejercía en forma directa desde una metrópolis hacia cada país subordinado mediante el control de los intercambios económicos, obligando al país dependiente a vender sus materias primas y comprarle a éste la mayoría de las manufacturas […],
debe ser complementada en cuanto los procedimientos ciertamente han cambiado, a pesar de que aún hoy en día, una compañía se fusione con otra siguiendo el principio de que el más fuerte engulla al más débil (un proceso altamente imperialista y hegemónico). Por otra parte, el lugar de acción se ve diversificado a través de una desterritorialización o derregulación que desplaza el capital y lo hace circular en el mundo rizomático de la bolsa de comercio.
‘Desterritorialización’ o ‘derregulación’ no significan solamente la pérdida de los beneficios sociales o de la seguridad del trabajo, sino que además implican la “desindustrialización del capitalismo” (Mendieta), esto es, la circulación digital y virtual del capital que no solamente hace desaparecer el aspecto temporal que era típico para la producción industrial, sino que disuelve también el aspecto espacial, haciendo obsoleta la vigencia de cualquier noción de “territorio nacional” (Mendieta, Martín-Barbero, F. de Toro, Imbert) o de identidad nacional (Martín-Barbero, F. de Toro, Imbert).
Si la modernidad era aquel lugar local, territorializado de producción mecánico-industrial, la ‘postmodernidad’ es la circulación desterritorializada, virtual rizomática del capital, proceso que es válido para toda la cultura.
Mientras la modernidad se alimentaba de productos concretos que se transmitían además a través de representaciones simbólicas, la ‘postmodernidad’ se desenvuelve en la simulación que invade todos los campos, especialmente los de la comunicación y los visuales (Blanco).
De esta forma, Martín-Barbero –como Mendieta y F. de Toro– entiende la globalización dentro de un eje espacio-temporal descentralizado en una “mundialización desde dentro” y una “relocalización política de la diferencia cultural del lugar”. F. de Toro, desde una perspectiva cultural y al parecer sin prestar atención al fenómeno económico, considera el “desmantelamiento” de “la posibilidad misma de la supremacía de una cultura sobre otra” como un “‘nuevo’ desplazamiento, capaz de producir cultura independientemente de un canon dado […], de una identidad cultural dada […], de una tradición cultural dada”.
De central importancia me parece además la sutil distinción que hace Martín-Barbero de los términos ‘globalización’ y ‘mundialización’ en base a Ortiz (1994). Martín-Barbero parece conservar el término de ‘globalización’ para el proceso meramente económico, considerándolo unificador y negativo, como “globalización enferma” –siguiendo a Milton Santos–, como espacio globalizado, pero no como mercado globalizado, sino estandarizado, al cual hay que “contraponer […] una universalidad descentrada, capaz de impulsar el movimiento emancipador sin imponer como requisito su propia civilización”. Con ello describe, naturalmente, tan sólo un aspecto de la globalización, al contrario de García Canclini y Mendieta que diferencian diversos tipos de concretizaciones de la globalización, siendo esto lo más acertado ya que equivale a la realidad de ese fenómeno.
Brunner comparte la posición escéptica de Martín-Barbero frente a la globalización en cuanto “las perspectivas individuales de vida empiezan a ser progresivamente menos fijas y deterministas, salvo en los extremos de la pirámide de oportunidades” que conducen a una arbitraria distribución de la riqueza y a la “marginación social”, a la carencia de “integración”, a un “disciplinamiento social forzado […] de una sociedad regida por racionalidades instrumentales, de personas movidas por los invisibles hilos del dinero”. El efecto negativo lo ve también concretizado en la política, sus actores y sus representaciones, donde las “opiniones se vuelven parte del espectáculo de masas y por esta vía erosionan su propia base de legitimidad”, por una parte y, por otra, “pretendiendo gobernar la complejidad […] corre el riesgo de convertirse en mera gestión de sistemas y sub-sistemas, se torna management generalizado y, por esa vía, erosiona su propia dimensión simbólica”.
La globalización –continúa Brunner– erosiona también el “desafío de integración” a raíz de que “las fuerzas de la modernización [postmodernización] […] arrastran con velocidades desiguales a diversos grupos hacia la modernidad [postmodernidad] y presionan […] las culturas nacional-locales empujándolas hacia un acentuado pluralismo de las formas de vida”. Esta ‘pluralidad’ es concebida como algo caótico, “desordenado”, “fugaz”, “fragmentario” y “transitorio” produciendo un desarraigo en todo nivel y, abarcando
[…] todo lo que es tradicional, rural, apartado, folclórico, pasa a formar parte ahora de la conciencia cultural de la modernidad mediante un proceso de continuas hibridaciones y re-combinaciones. Nadie escapa de ésta ni puede situarse fuera de sus límites, los que se expanden como el universo; todo ocurre, desde ya, dentro de ella o tiende a asimilarse como conciencia “pos”. (Brunner)
‘Hibridación’ y ‘recombinación’ son, según esta cita, procesos erosionantes y no estrategias para confrontar el siglo XXI. En cierto tipo de observaciones de Brunner –como levemente en otras de Martín-Barbero– se nota una cierta resignación y melancolía cuando, por ejemplo, asevera que esta era de la ‘globalización’ o del ‘post’ “[…] son coyunturas históricas particularmente inhóspitas para el idealismo intelectual y los temperamentos románticos” o cuando resiente el orden lineal y teleológico de la modernidad:
No es que exista algo así como una escala continua de modernización a lo largo de la cual irían sucediéndose ordenada y consecuencialmente las fases de incorporación a la modernidad. El proceso es más bien desordenado y circular; opera por saltos y con virajes; arrastra, como una marea, a los distintos componentes de la sociedad hacia su único horizonte que, por ahora, es la modernidad y los “pos” que hay dentro (¿o será detrás?) de ella,
lo cual se podría interpretar como una resistencia a un nuevo orden, a un nuevo tipo de funcionamiento ya que los términos ‘caótico’, ‘desordenado’, ‘fugaz’, ‘fragmentario’ y ‘transitorio’ tienen en Brunner como referencia una modernidad idealizada que tampoco fue “ordenada” frente al funcionamiento de los siglos XVII y XVIII.
Mientras el término ‘globalización’ es empleado por Brunner y Martín-Barbero con una evidente nota negativa en el contexto económico, Martín-Barbero, por el contrario y siguiendo a Ortiz, reserva el término ‘mundialización’ para la circulación cultural en el sentido de diversificación y no de “cultura global”.
Con ello, ‘mundialización’, según la fórmula de Ortiz, sería la recíproca tensión entre lo global y lo local, esto es lo ‘glocal’ o lo híbrido entendido como una “cultura de la modernidad-mundo [‘postmodernidad’], que es una nueva manera de estar en el mundo”. Globalización se presenta pues para Martín-Barbero como un fenómeno ambivalente: por una parte altamente negativo relacionado con monopolización, concentración de poder y desarraigo y todo esto “empuja a la hibridez de las culturas” (hibridez, tiene en este caso, como vemos, una connotación negativa); por otra parte “la globalización produce un profundo proceso de reconstitución de lo local”, esto es, una recodificación y revalorización, un renacimiento de lo local.
La circulación de la globalización implica lo local donde se pueda expandir. Así también lo ve F. de Toro en cuanto la postmodernidad “introduce la posibilidad de globalización pero al mismo tiempo, la posibilidad de lo local” que, según éste, es un fenómeno nunca antes dado de esta forma. Como ejemplo de esta tensión entre lo local y lo global Martín-Barbero nos ofrece la ciudad-metrópoli con un territorio global parcelado por infinitas localidades como se da en Saõ Paulo, México D. F. o Buenos Aires y que se refleja en los medios de masas en forma de ‘dispersión’, de ‘imagen múltiple’, ‘fragmentación’ y ‘flujo’.
Por su parte, estos fenómenos conllevan al menos a dos procesos: a una virtualización a través de la superposición entre espacios privados y públicos concentrados en el ordenador o la televisión y a una ‘multiculturalidad heterogénea’ “que desafía nuestras nociones de cultura, nación y de ciudad”, de “identidades nítidas, de arraigos fuertes y deslindes claros”. De igual forma, la cultura ‘Latino’ desafía a la norteamericana (Luis) como consecuencia de al menos otros dos fenómenos: de las enormes migraciones del campo/pueblo a la ciudad y de las migraciones de latinoamericanos dentro de Latinoamérica: peruanos, ecuatorianos, bolivianos que se desplazan a Brasil y Chile o que se desplazaban a Argentina.
Martín-Barbero constata con gran precisión un sentir y estado actual no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo en general: “Estamos ante cambios de fondo en los modos de estar juntos, de experimentar la pertenencia al territorio y de vivir la identidad”, lo que no es otra cosa que la constitución de ese ‘Third Space’ o de lo ‘unhomly’ o del ‘in-between’ como lo llama Bhabha y que lo hemos planteado como la ‘negociación’ de identidades y sistemas culturales dentro de una concepción de la alteridad y diferencia de la Otredad, es decir, de un reconocimiento del Otro en la diferencia, en la diversidad de las orillas y en los ‘puntos-cruces’ (las interfaces) del encuentro de culturas (no a través de oposiciones, sino por medio de operadores tales como “allí”, “aquí”, “en medio”, “simultáneamente”): se vive simultáneamente en diversos mundos, con diversas identidades en un “intermedio”, en ese unheimlich de Freud, en una “nueva morada nomádica” (F. de Toro), en un espacio intra-/extra-territorial, ya que como Martín-Barbero mismo reconoce “hoy las identidades nacionales son cada día más multilingüísticas y transterrioriales” (cfr. también Imbert).
La alteridad o la diferencia se dan no solamente sobre la base de etnias y culturas diferentes, en un macronivel digamos, sino entre los diversos modos de apropiación cultural de diversos estratos socioculturales en una misma ciudad-metrópolis. Esta estrategia es exactamente lo contrario de lo expuesto por Martín-Barbero –refiriéndose a Calderón et alii– como reacción a la hibridez cultural e identidad donde
[…] las identidades culturales tenderán a atrincherarse colocándose en una posición de antimodernidad a ultranza, con el consiguiente reflotamiento de los particularismos, los fundamentalismos étnicos y raciales a razón de que la forma globalizada que hoy asume la modernización choca y exacerba las identidades generando tendencias fundamentalistas frente a las cuales es necesaria una nueva conciencia de identidad cultural no estática ni dogmática, que asuma su continua transformación y su historicidad como parte de la construcción de una modernidad sustantiva.
También Brunner comparte esta opinión en cuanto asevera que “lo global tiende a aislar las identidades compactas (de ahí el peligro de multiplicar los “fundamentalismos”), igual como erosiona las bases simbólicas del Estado-nación”. Seguramente que en ciertas regiones del mundo donde se ha desarrollado un tipo determinado de globalización –sin rostro, monocultural– se podría asumir (lo cual debería ser probado empíricamente) que el fundamentalismo y el nacionalismo son las reacciones a la globalización.
Más bien nos parece que fenómenos como el fundamentalismo y el nacionalismo, que muchas veces desembocan en terrorismo, como en el caso de los talibanes en Afganistán o los miembros de Hamas en Palestina, son en realidad producto, no de la globalización, sino del reconocimiento de la diferencia del otro.
La política exterior de los EE.UU. ya era hegemónica desde la famosa “guerra de Cuba” –a través de la cual inauguran su proceso histórico de nación imperial–, lo fue frente a Irán, con las consecuencias conocidas de alianza con Irak, y permaneció como tal durante la guerra contra Irak; con ello ejemplifican una política exterior y una política económica altamente problemáticas que avasalla toda diferencia y cualquier intento de negociación. La falta de reconocimiento, pues, no es inherente a la globalización, sino que es una de sus caras, como así la modernidad a su vez contenía la democracia, la pluralidad, la dictadura y el holocausto.
En la tradición de Orientalism de Said, diría que el fundamentalismo musulmán es un producto de una internacionalización y expansión de tipo hegemónico occidental, un residuo del colonialismo y neocolonialismo comparable a lo que está ocurriendo en Zimbabwe.
Paralelamente a este proceso de globalización postmoderna, experimentamos hoy una “norteamericanización” y “rehispanoamericanización” en la economía (García Canclini) en cuanto productos que se venden en las megametrópolis como Nueva York o Londres son manufacturadas en Latinoamérica, pasando las periferias así a invadir un mercado del primer mundo.
Concretamente, T-Shirts de tipo polo de Ralph Lauren se encuentran en una boutique de lujo en Madison Avenue Central Park: una roja es “Made in El Salvador”, la amarilla es “Made in Bolivia”… Tomando como punto de partida la “mcdonaldización” (o americanización) del fast-food mencionada por García Canclini, tan conocida por todos y también aplicable al sushi y los tacos mexicanos, a las bebidas de moda como la caipirinha, el mojito, etc., podemos decir que esta expansión no ha sido unilateral y que ha llevado en otras regiones, por ejemplo en Buenos Aires, a establecer negocios del tipo de McDonald’s pero con su propio tipo de carne y de pan.
Tenemos pues recodificaciones de todo tipo y por esto la globalización no ha implicado una homogenización en todos los sectores del mercado y de las culturas, sino también su plurificación (vid. así Yúdice 1999; A. de Toro 2001). Esto no significa que la globalización en todos los casos funcione de esta forma recreativa y seguramente el “antagonismo” entre lo local y la globalización al que alude García Canclini es también un hecho.
Pero lo “glocal” es un fenómeno masivo, esto es, existe una permanente reformulación de lo local frente a lo global –como lo plantea García Canclini siguiendo a Ulf Hannerz– en cuanto la globalización transporta unidades culturales locales a otras regiones donde éstas se establecen como “propias” de ese lugar, un fenómeno que no ha sido exclusivamente propio de la globalización, sino desde el Descubrimiento a través de todo el período de colonización (de ‘internacionalización’ en la terminología de García Canclini).
La famosa “chicha” chilena, una bebida nacional que se toma en la celebración del 18 de septiembre, no es otra cosa que el Federweiss alemán, y así podríamos continuar la lista. En todo caso, García Canclini apunta a algo fundamental: que la recodificación de lo local frente a lo global no puede ser arbitraria ni darse en un sitio contextual cero, sin concepto ni responsables, como si no existiese la historia (vid. más abajo). Esto nos permite indicar que si los términos ‘local’ y ‘global’ pretenden tener un sentido, deben entenderse como estrategias que suponen reciprocidad y dependencia una de otra, en cuanto lo global se desplaza por localidades y las localidades van llenando los espacios de lo global (“la no simultaneidad de lo simultaneo”, según Rincón). García Canclini concluye que los términos tanto moderno como postmoderno y globalización describen ciertas estrategias y otras no.
Enlazado con el problema de la globalización, esta vez desde la perspectiva de la teoría de la comunicación, Martín-Barbero constata que en nuestra era de la “tardomodernidad” [¿postmodernidad?] la globalización –a raíz de que todo tipo de expresiones y estructuras se han convertido en comunicación, superando todo tipo de restricciones normativas, de barreras y códigos– ha afectado a las disciplinas mismas delimitándolas . Por esto, la “comunicación se convierte así en foco de renovación de los modelos del análisis de la acción social y enclave de reformulación de la teoría crítica” y bosqueja el futuro desarrollo de las diversas disciplinas en cuanto
[…] el corrimiento de los linderos del campo se traducirá entonces en un nuevo modo de relación con y desde las disciplinas sociales, no exento de recelos y malentendidos, pero definido, más que por recurrencias temáticas o préstamos metodológicos, por apropiaciones […].
La circulación transnacional de la cultura en Latinoamérica se transforma en un proceso transcultural –como lo formulaba García Canclini– y transdisciplinario entendido como el hacer
[…] evidente la multidimensionalidad de los procesos comunicativos y su gravitación cada día más fuerte sobre los movimientos de desterritorialización e hibridaciones que la modernidad [¿‘postmodernidad’?] latinoamericana produce […].
Completando el uso del término ‘trans-’ por Martín-Barbero podemos sostener que ‘trans’ exige una disciplina pero entrelazada en una red de parámetros. Se trata de un diálogo concentrado en objetos o preguntas comunes que sobrepasa el tipo de preguntas que constituían tradicionalmente las diversas disciplinas sociales o humanísticas y que hoy se incluyen en cualquier tipo de reflexiones. Semejantes preguntas ya no pertenecen a una disciplina, sino que
[…]se constituyen como módulos o núcleos de concentración científica dentro de un sistema transversal de ciencia. Esto es, el establecer una red de aspectos fundamentales para describir y comprender los discursos actuales. El objeto cultural (por ejemplo un texto) se debería entender como una unidad significativa, como un material y punto de partida dentro de una red de comunicación. (A. de Toro)
[…]
Así, en vez de una competencia disciplinaria excluyente y “getoizante” tendríamos una competencia discursiva transdisciplinaria que resulta en que hoy los llamados aspectos formales del objeto (por ejemplo de una novela) han cedido a aspectos subjetivos del crítico relacionándose con preguntas y fenómenos generales que trascienden el objeto mismo.
Se propone que lo esencial de una teoría es en primer lugar –como indicábamos más arriba– su productividad en su totalidad de elementos, entendiendo bajo este término dos procesos entrelazados: el de la potencialidad, es decir, las posibilidades teóricas de una aproximación, y la capacidad de recodificación en una nueva cartografía cultural. De esta forma se construyen disciplinas transversales, entrelazadas, interrelacionales y dependientes unas de las otras (A. de Toro).
Dentro de este concepto de transversalidad científica se propone la hibridez como una estrategia globalizante en dos niveles: en uno científico, como sinónimo de transversalidad y en otro teórico-cultural incluyendo la ‘transmedialidad’, la ‘transdisciplinariedad’, la ‘transculturalidad’, la transtextualidad y cuerpo/sexualidad/deseo.
‘Hibridez’ se entiende como una estrategia resultante de dos operadores: de la diferencia y la alteridad, siendo éstas los motores de dinámicas étnico-etnológicas provenientes de un pensamiento no del todo occidental y acuñado por un tipo ‘otro’ de racionalidad, realidad e historia.
Con esto, la hibridez “apunta a la potencialización de la diferencia y no a su reducción, asimilación, adaptación, en un primer momento. En un segundo momento, la estrategia de la hibridación conduce a un “reconocimiento de la diferencia”, esto es, a la posibilidad de “negociar identidades diferentes en un tercer espacio” (A. de Toro).
La hibridez no es el caos ni el apocalipsis, tampoco un hibris, una madeja torbellino, sino una estrategia de negociaciones, una conciencia ‘awereness’ de que nada es fijo para siempre, sino que todo se encuentra en movimiento y a este movimiento hay que anteponerle estrategias concertadas, plurales. No se trata de algo fugaz y absolutamente transitorio (la pregunta sería cuál es el referente de lo fugaz y transitorio), sino de otra actitud intelectual, otro tipo de experiencia que es normal y afín a la joven generación actual. Se trata también, finalmente, de un problema generacional y de un cambio de sistema.
Es aquí donde la transmedialidad y el cuerpo se contextualizan. Bajo la primera categoría se entiende un proceso, una estrategia híbrida “que no induce a una síntesis de elementos mediales, sino a un proceso disonante y con una alta tensión” (A. de Toro), el ‘cuerpo’, por otro lado, se define como una “categoría cultural, epistemológica, sexual, política y postcolonial” (ídem), la materialidad del cuerpo funciona como una matriz de la memoria, de la experiencia y del deseo; es a la vez objeto y sujeto, contenido y medialidad. Este modelo de hibridez se instala más allá de los debates que discuten si Latinoamérica es o no ‘postcolonial’, ‘postmoderna’ o ‘global’ ya que atiende a lo que está sucediendo en un espacio que debe delinearse e interpretarse constantemente.
Exactamente, este concepto de ‘hibridez’ teórico-epistemológico, pero también aquel de ‘hibridez’ en el nivel del objeto, es lo que Tulio Maranhão desarrolla convincentemente en su trabajo. Elaborando un concepto de Alteridad, Otredad e Identidad se instala ‘en medio’ del conocimiento y de los diversos tipos de pensamiento y de discursos, habita las ‘interfaces’ (Schnittstellen) conectando el problema de la Otredad de grupos indígenas del Brasil, por ejemplo, basándose en el canibalismo (definido como cualquier acto de comer, sea plantas, carne de animales o de seres humanos) con su aspecto ontológico-metafísico partiendo de la filosofía de Heidegger y Levinas, pero también de Lévy-Bruhl, Ernesto de Martino, Husserl, Derrida, Alfred Schutz, Sartre, Merleau-Ponty, Martin Buber y Paul Ricoeur.
Mientras que Imbert concibe el concepto de canibalismo (siguiendo a Neira 1999) como estrategia de hibridación “[…] joue du superposé, cathédrale sur temple, ou du juxtaposé, pré-modernité, modernité, postmodernité, tout en manifestant que certaines cultures se terminent sans postérité directe […]”, como recontextualizaciones de la historia, como mediatización, conectado a la postcolonialidad y recurriendo a Levinas, Nietzsche, Freud y Derrida, Maranhão demuestra cómo el canibalismo y la dieta constituyen un ritual socio-cultural que tiene como aspecto central el problema de la Otredad entre uno que come, pero sabe que también puede ser comido, y otro que es comido.
Se trata de un problema de distancia entre el Yo y el Otro. El mismo canibalismo de carne tiene una posición antropológico-cultural ambivalente y problemática con la cual los indígenas deben lidiar: por una parte necesitan la carne para su fuerza física, por otra, el peso adquirido les resta posibilidades de inmortalidad. Para los indígenas representa la carne una “metaphysical substance par excellence”, ya que es una traza de ser y vida, es el material que hace visible lo invisible de la substancia. A raíz de que en la ontología amazónica los individuos no pueden vivir sin “absorber substancias necesarias para sobrevivir […] el problema del canibalismo es un sinónimo de relaciones entre personas” y por esto un fenómeno de la Alteridad y de la Otredad, de allí que las prácticas rituales cotidianas sean una filosofía práctica.
Maranhão constata naturalmente una diferencia entre la forma del trato de Alteridad y de la Otredad de los indígenas, por una parte, y Heidegger y Levinas, por otra. Sin embargo, una afinidad ontológico-epistemológica en cuanto a la pregunta ¿quién soy yo? solamente se responde a través de otra pregunta ¿quién es el otro?, ¿dónde termina mi identidad y ¿dónde comienza la alteridad del otro?, entendido éste como la negociación de una constante diferencia: los indígenas se encuentran en la fisura de comer y ser comidos, de ganar o perder la inmortalidad que para Maranhão no es otra cosa que la expresión del postulado de Heidegger de que la identidad humana radica en la diferencia ontológica entre Sein y Dasein, y el de Levinas de la filosofía de la Otredad en el sentido de una responsabilidad frente al Otro (así también Imbert), dos posiciones que al fin se presuponen la una a la otra.
Aún más, Maranhão sostiene que “the nucleus of this philosophical controversy between self and other is also found in the Amazon jungle, in the heart of the Amerindians’ beliefs and practices” lo cual ve especialmente en la no reducción de la alteridad a un yo individual, algo que además representa una agresión. Siguiendo a Lévy-Bruhl, ve la relación entre el Yo y el Otro como una “law of participation”, una estrategia del reconocimiento de la diferencia. Un buen ejemplo lo encuentra Maranhão en los indios bororo en Brasil y resume las interrelaciones en la antropofagia y la filosofía de Heidegger:
One can read in these lines an articulation of the Amerindian world of enemity in which one has no choice, but to eat the flesh of the other with the knowledge that he will eventually be eaten. For the Indians, as for Heidegger, the most voracious cannibal is death, the unsparing event defining the life of mortals. Living towards death, for Heidegger, explains the temporality of Dasein as well as all its anxieties, calculations and possibilities. Living towards death can help us understand the meaning of the Amerindians’ beliefs and practices, rituals and mythologies. Their mortal condition is a temporary and mythic event, and they live towards that moment of the transformation of their Dasein, in which no longer riveted to its flesh, it can regain its immortality in a post-mythic cosmos.
This is not alien to Heidegger’s own line of thinking. The thinker of the Black Forest writes that the “I” is one of the modes of existence of Dasein, and that although the corporeal self is present-at-hand (Vorhandensein), ultimately Dasein cannot be reduced to it. I would just add a couple of words to this and say that Dasein has more flesh than what is Vorhandensein –present-at-hand. This is similar to the Amerindians who argue in their beliefs and practices that they have more life than the life inhering in their visible flesh.
Una medialidad híbrida, fragmentaria, disfuncional y esteticista nos revela R. Blanco en el campo del diseño, estrechamente relacionado con la arquitectura y las escuelas de Milán, desde los años sesenta en adelante (como un movimiento antimodernista de las estructuras de los años veinte hasta los cincuenta, la postmodernidad se da a espaldas de la modernidad) donde lo narrativo, la semántica, el significado, las metáforas, la ironía, la ambigüedad, la comunicación, la emocionalidad, nuevas tecnologías y nuevos sistemas de mercado conquistan el diseño. La arquitectura postmoderna y el simulacro han sido fundamentales en el postmodernismo del diseño, que toma formas historizantes como el pastiche estilístico.
Representantes de este movimiento postmoderno son, por ejemplo, Neil Kerestegian en Chile, el Centro de Arte y Comunicación –dirigido por Jorge Glusberg–, Norberto Coppola, Roberto Napoli, Hugo Kogan, Ricardo Sansó, Mario Mariño y Ricardo Blanco; o el Espacio de Arte Giesso y Visiva en los años ochenta en Buenos Aires, en los noventa Diana Cabeza y Eduardo Naso, el grupo Túnez, a fines de los ochenta, los hermanos Campanna en Brasil. En Santiago de Chile se organizó en 1991, en la galería Praxis, la exposición Arte en objeto, que según Blanco, “fue una operación en la cual se relacionó a diseñadores y artistas en base a la constatación de que el arte moderno ha perdido su relación con lo cotidiano”; en ella participó S. Álvarez con un concepto de la belleza emocional en relación con objetos de uso. Otros participantes fueron Balmes y Galdames y Francisca Núñez.
El diseño –como nos muestra Blanco– busca ahora un lenguaje “emparentado con el arte (rivalidad nunca resuelta): los estantes de una biblioteca siempre fueron horizontales, ahora no es necesario; lo que parece duro es blando […] la estructura […] está desarticulada y debe ser sostenida” como se da en las obras de Alberto González Ramos o Mario Galdames con el pintor José Balmes. Estas obras tienen su respaldo epistemológico-conceptual en la filosofía de lo ‘debole’ de Vattimo.
La belleza es en el diseño postmoderno una calidad en sí, se introduce el kitsch en forma irónica, el material a su vez adquiere una dimensión visual propia, la imitación o recodificación humorística deconstruyente como resultado de una intencionalidad semántico-estética ocupa un lugar predominante, así como el aspecto lúdico. Una propuesta de diseños representa e interpreta los juegos el “Truco y el sapo”, en las señas de las cartas se representan los rostros de Perón, Evita, Borges o Gardel donde “lo nacional fue ironizado por el gesto o seña de trampa en el personaje carismático cuando engaña en el truco”, otra trata el mazo de cartas como un diseño tipográfico. Se trata muchas veces de juegos aleatorios donde la simulación o “el engaño es su verdad” como parte de las estrategias del diseño postmoderno.
También el hiperfuncionalismo está representado como una cita del funcionalismo moderno irónicamente deformada. Objetos de uso obtienen una calidad narrativa; así sucede en una banqueta en relación con la exposición homenaje a La metamorfosis de Kafka, o en el sillón sensual de Diana Cabeza Pampa, que refleja a la Pampa, o el silloncito “Ecuador”, que reincorpora y trae a la memoria “la madera como emblema del trópico, del medio del mundo”.
En fin, Blanco nos describe en su panorama cómo se desarrolla la postmodernidad en el diseño dentro de parámetros estético-sociopolíticos produciendo un estilo particular que luego lleva a formas tales como “lo dark, el neobarroco y el minimalismo” que ya no caben en la estética postmoderna y proponen nuevas rutas.
Una posición muy distinta al desarrollo hasta aquí descrito en el diseño presenta la rica e instructiva presentación panorámica de Eduardo Peñafort en la filosofía, que consideramos como fundamentalmente pertinente dentro del contexto del volumen, ya que una concepción postmoderna y postcolonial de la “pluralidad de los discursos” –como ha sido el marco del proyecto– que merezca semejante nombre no opera por exclusión, sino por una paralogía, diseminación y negociación de los diversos puntos argumentativos y evita el sectarismo ideológico tan frecuente en estos debates.
Peñafort se ocupa de la postmodernidad, y al mismo tiempo de la postcolonialidad, dentro de un panorama de la filosofía argentina con respecto al tema, basándose en sus aspectos teóricos disciplinarios, institucionales y de currículo. Sintéticamente muestra cómo el pensamiento argentino ha tenido serios problemas y hasta combatido la postmodernidad y postcolonialidad, calificando el primer término entre otras muchas etiquetas como eurocentrista y el segundo como un nuevo neocolonialismo.
Esta posición presentada por Peñafort representa una excepción, y es en cierto modo algo anacrónica en el panorama de la discusión de los tópicos si tomamos los años ochenta en adelante como referencia (cfr. A. de Toro 1999) –y las publicaciones aquí incorporadas lo dejan muy en claro–, pero caracteriza una parte de la discusión en el continente que hay que tener muy presente.
Fuera de esto, se suman una cantidad de aseveraciones lamentablemente distorsionantes de parte de los filósofos referidos por Peñafort con respecto a la filosofía de Lyotard, Vattimo o Derrida y a los postulados centrales y bien conocidos en el debate internacional. La cantidad de contradicciones presentadas en las posiciones argentinas –como nos las trasmite Peñafort, y quisiera hacer hincapié en esta perspectiva– no son el reflejo del caos postmoderno, sino más bien de lecturas particulares y de cierto tipo de discurso marcado ideológicamente.
En un comienzo, la postmodernidad se presenta en Argentina –según Peñafort– “como una alternativa para juzgar la vigencia de los programas interrumpidos, las actitudes adoptadas frente al pasado reciente […] y la esperanza democrática concretada en los discursos de lucha por el acceso al poder”, incluyendo en este proceso tanto el mercado como la tecnología en un espacio público “y como desconocimiento, simultáneamente, de los discursos argentinos de refutación de la modernidad suspendidos a partir de 1976”.
Por otra parte tiene “entre 1982 y 1989, la proliferación discursiva y la movida cultural sobre la postmodernidad como objeto su descripción y divulgación, espectacularización mediática e incorporación a la cotidianeidad”, una discusión que se realiza a espaldas del controvertido concepto de modernización.
Así, es la postmodernidad –según Marí– “un concepto que postula la diferencia, pero se autorrepresenta con los caracteres de un concepto universal”, con lo cual queda de manifiesto que no se ha elaborado correctamente el concepto de ‘paralogía’ de Lyotard, ni el de ‘diseminación’ de Derrida con sus correspondientes críticas al Logos universal y la permeabilización del discurso-sistema o metadiscurso, abriendo así la posibilidad discursiva del ‘Otro’ excluido. Se desatiente en estas posiciones ese momento fundamental del pensamiento postmoderno y del postcolonial, la conciencia de estar cada vez desarrollando un discurso que se encuentra en debate, en conflicto y competencia con muchos otros (Foucault), que excluye de la argumentación ese “awearaness” en el cual se basa la estrategia postcolonial de Spivak (1989).
Supongamos, por un momento, que estos discursos sean eurocentristas, universalistas y hegemonistas; lo más importante es que sus estrategias sobrepasan la localización de la enunciación y han abierto, en definitiva, las puertas a la teoría del género, de las minorías, así como una estrategia de la postcolonialidad, sea del Commonwealth (Ashcroft) o de los postestructuralistas norteamericanos, como han puesto en claro varios autores al comienzo del volumen.
Teorías tales como las de Said, Bhabha o Spivak habrían sido impensables sin los filósofos postmodernos franceses. Por esto, para conocedores de la materia de ambos lados del océano nos es difícil concebir “la postmodernidad como una estrategia del imperialismo y que, por ello, [impida] el tratamiento de la singularidad de la experiencia histórico-cultural americana” en cuanto la subjetividad, la locación de la cultura, nuevamente, la paralogía son columnas fundamentales de un individualismo que se le ha criticado de narcisista a la postmodernidad.
La fragmentación y la lucha por diversas ideas, dentro de un pluralismo sin reglas a priori, que se van formulando en la marcha del debate, que ha sido también tan criticada y mal entendida como mera arbitrariedad, caos e irracionalidad, no es otra cosa que la democracia más radical que ha experimentado y está experimentando el Occidente: todo se encuentra en flujo y no la eliminación de la individualidad ni del sujeto (vid. más abajo).
La postmodernidad por esto, nunca ha sido un fenómeno global-hegemónico, nadie lo ha pensado, ni nadie lo ha teoretizado de esa forma. Aun en EE.UU., uno de los logos de la postmodernidad (y de la postcolonialidad), existen muy diversos conceptos de la postmodernidad , como existen muchas ‘Latinoaméricas’. Que para Argentina el aparato teórico y de conocimiento no haya sido el medio adecuado para describir la realidad, no significa que, según Reigadas, el “pathos postmoderno” sea “descreimiento político, retirada a la privacidad, impotencia frente a la destrucción y falta de funcionamiento de las instituciones” y que el “cuestionamiento postmoderno de los sujetos históricos […], individuos, clases, pueblos, ideologías e instituciones [sean] técnicas teóricas que descentralizan el poder político y fragmentan la sociedad”.
Estas observaciones sobre los famosos “fin de…” obedecen más bien a una ideología insertada en la modernidad, en un concepto de ciencia del siglo XIX que sigue imperando, en particular en las universidades –institución, por lo demás, en muchos casos conservadora y atrasada, pero de donde al fin también surgen las reformas y las innovaciones–, y que propaga clisés sobre la postmodernidad, y no a una crítica seria a la postmodernidad o al fundamentado concepto de ‘política’ como lo han formulado Foucault, Deleuze o Derrida, quienes finalmente han tenido una repercusión universal .
Sostener que la postmodernidad aniquila el concepto de historia, de sujeto y de racionalidad es fomentar un malentendido . Tenemos en semejantes casos no un debate académico, sino más bien una demonización de la postmodernidad, que se describe como una especie de secta y de escapismo académico (“refugio del academicismo”), que al fin para otros “se presentó como una alternativa de resignificación de la práctica filosófica” y “produjo efectos sobre las nociones universitarias de filosofía, puesto que propusieron la inversión de los modelos más o menos oficiales de institucionalización, sostenidos por la filosofía analítica”.
De gran utilidad hubiese sido el profundizar en qué consistió esta alternativa que, desgraciadamente, queda velada. Si se describe que Jorge Dotti lamenta “la pérdida de sentido en “una postmodernidad incompleta e indigente como la argentina”, “puesto que las discusiones no cuentan con un ámbito subvencionado como en el hemisferio norte” nos quedamos en un incierto. Con esto se transforma el debate internacional de la postmodernidad en una mera cuestión de mercado. La pregunta que cabe aquí es de qué tipo de mercado se está hablando y, si la cultura es mera cuestión de mercado, que también lo es, pero no meramente mercado, habría que decir que siempre lo ha sido.
Las coyunturas del formalismo ruso, del estructuralismo de diversas proveniencias, la semiótica y la hermenéutica misma, han sido pues todas coyunturas de mercado y no algo exclusivo de la postmodernidad y la postcolonialidad. Así, en Argentina y en otros lugares el debate contra la postmodernidad y postcolonialidad también es cuestión de mercado , lo cual no resta validez y legitimidad a las diversas posiciones.
Este rechazo a la postmodernidad por su imposibilidad e ineficacia radica –según Peñafort– en “la diferencia argentina” que se basa en el reconocimiento de un nuevo tipo de saber filosófico radicado en “la diseminación de la significación, la diferencia entre acontecimiento filosófico/clase y el carácter privado de los intereses filosóficos”, se trata de “una crítica distinta de la política de los sesenta y setenta” que planteó “el problema epistemológico de la transdisciplinariedad”, que es exactamente lo que se adviene con la postmodernidad y la postcolonialidad: una nueva lectura de todos los postulados y parámetros que venían dándose desde el Renacimiento, pasando por el racionalismo del XVIII y por el cientismo y empirismo del XIX y parte del XX.
Mientras que Follari, a partir de 1989, incorpora el debate de la postmodernidad “al canon filosófico” y al “saber [en el] espacio público”, Maliandi (1993) –según Peñafort– se ocupa de las “consecuencias éticas de la postmodernidad” y “denuncia la negación de los fines en el tratamiento epistemológico de la ética débil como suspensión del deseo, la crítica y la acción”. Laclau (1993), continua Peñafort, se centra en el análisis de la “racionalidad, el agente social y el sujeto político” –en disenso con la postmodernidad como categoría de interpretación global– y “su trabajo sobre la hegemonía y la diferencia” representa “una de las líneas actuales de la filosofía” argentina como así también de la postcolonialidad.
A pesar de esta crítica al globalismo interpretativo de la postmodernidad, Peñafort recalca que “pensar la sociedad democrática compleja y fragmentada, supone abandonar las totalidades” a favor de “la participación de la pluralidad de sujetos”.
Por esto –y también considerando la gran bibliografía sobre el tema que existe en Latinoamérica en las ciencias sociales y de la comunicación así como en los estudios culturales– no se puede sostener en forma absoluta la presunta “no-compatibilidad de las perspectivas postmodernas y las posiciones latinoamericanistas”, como lo plantea Roig (1995) quien, sosteniendo una radical posición, asegura que “desde las perspectivas postmodernas, la posibilidad de un filosofar latinoamericano queda bloqueada” (apud Peñafort).
Un substancial aporte al debate de la postmodernidad en Argentina desde 1991 –como indica Follari– lo lleva a cabo Michelini (1991) en un esfuerzo de reflexión de los postulados de la postmodernidad en el contexto de la filosofía latinoamericana (¿existe una filosofía latinoamericana?), sin embargo, siempre con una marca negativa. Así, se califica la postmodernidad como “el ácido postmoderno, que sirve para corroer los pilares de la modernidad, termina neutralizando las mismas diferencias que libera” (Fernández 1995).
A pesar de que para Wiñazki (1995) en Latinoamérica existe la “imposibilidad de constituirse como razón totalizadora y totalizante” porque “es imposible dar cuentas de una identidad común a Latinoamérica, atravesada como está por la heterogeneidad y la diferencia” no se conecta con la postmodernidad, porque –como lo expone Peñafort– estos autores equivocadamente conciben la postmodernidad como un pensamiento globalizante, a pesar de que heterogeneidad y diferencia son principios centrales del pensamiento postmoderno y postcolonial y que ha tenido consecuencia en todos los campos del saber y en todas las disciplinas y en el arte en general.
Es precisamente esta heterogeneidad de la postmodernidad lo que ha conducido a una permeabilidad de las disciplinas a más tardar desde los años setenta en adelante y que al parecer presentan otro gran problema en el discurso filosófico argentino, como lo expone Toribio, quien se encuentra a la búsqueda de un “género” filosófico.
Según la exposición de Peñafort, la filosofía argentina se dio al menos el trabajo de debatir el internacionalmente discutido problema de la postmodernidad. Este privilegio no lo tuvo el debate de la postcolonialidad, que peca de ser primero un término “inadecuado” y de “escasa circulación en el campo intelectual argentino” y segundo, de ser “neo-colonial globalizado” –como habíamos expuesto anteriormente.
Así, mientras Mignolo, Vidal y Adorno en EE.UU. deliberaron un debate frente a los teóricos del postcolonialismo norteamericano y de la Commonwealth reclamando que esa teoría ya estaba enraizada y era latinoamericana por excelencia (como se ha dicho de la postmodernidad) y que los trabajos de O’Gorman y de Retamar ya habían hecho todo aquello que Said había luego desarrollado , los filósofos argentinos –según la lectura que realiza Peñafort– no ven ninguna filiación a estos fenómenos epistemológico-culturales, siendo éste el punto donde se puede ver claramente cuán ideologizado está el debate hasta hoy (vid. F. de Toro).
Mencionábamos más arriba que la heterogeneidad y la elaboración de la diferencia es lo que lleva a un cuestionamiento de todo tipo de relatos y a la permeabilización de las disciplinas y, agregamos, a reflexionar cómo se construyen diversos tipos de discursos. Precisamente a este aspecto le dedica su atención Follari en su iluminante trabajo, reflexionando sobre la construcción del discurso historiográfico sobre la base de los trabajos previos de Ginzburg y White.
La base de su trabajo radica en un nuevo tipo de aproximación que va a la pequeña estructura significativa y no al Gran Relato, entendido como método para “romper con la omnipotencia de marcos conceptuales rígidos, a menudo esclerosados, los que dificultan –más que favorecen– la apertura heurística de la pesquisa” y que posibilitan una nueva “lectura de la historia en tiempos postmodernos” a raíz de la caducidad de los Metarrelatos universalizantes y de la construcción de un sujeto transcendental en la filosofía de la historia.
La concentración en el pequeño relato lleva al descubrimiento de nuevos aspectos correctivos de la historia oficialista que “de ninguna manera aparecerían en una lectura del fenómeno en términos tradicionales del Gran derrotero de la Historia. Lo intersticial y lo contingente son incorporados al relato histórico del que fueran desplazados”. Fundamental es para Follari el aspecto de la ‘negociación’ de diversos territorios y cartografías de enunciación, para así
[…] superar los términos de una dicotomía empobrecedora: por una parte, están aquellos que suponen que la hegemonía de lo dominante es tal, que los dominados simplemente acatan y repiten, asumen de manera cuasi mecánica los mandatos y los siguen a pie juntillas. Por la otra, se encuentra la conocida pretensión de situar una cultura popular autónoma e incontaminada, pura, prístina, ajena a la dominación, donde los dominados establecerían “su” propio ámbito, en oposición o diferencia abierta en relación a lo que domina.
Y agrega que
la cuestión es cómo lo dominante inficiona a los dominados, y cómo éstos juegan a la vez el rol de resistentes y sumisos, cómo mezclan las influencias para negociar un lugar desde el cual puedan definir su propio sitial con el menor conflicto posible, dentro de la búsqueda del mayor beneficio que quepa, ya sea en lo individual o como sector social (habitualmente, en una difusa mezcla de ambos planos).
Con esta posición Follari se diferencia substancialmente de los filósofos presentados por Peñafort, que en sus propuestas se mueven dentro de un marco normativo binarista, y se conecta con las líneas de trabajo de Foucault y su concepto de poder, en cuanto para Foucault (1976: 121-123) el poder no está organizado jerárquicamente por gobiernos, instituciones, estados y no resulta de un binarismo reduccionista entre dominador/dominado, sino que se basa en pequeñas unidades sociales y circula a través de todas las instituciones y en todas las direcciones en cuyo transcurso se diseminan y se reestructuran las relaciones de poder (vid. Foucault 1975: 35 ss.).
Par pouvoir, il me semble qu’il faut comprendre d’abord la multiplicité des rapports de force qui sont immanents au domaine où ils s’exercent, et sont constitutifs de leur organisation; le jeu qui par voie de luttes et d’affrontements incessants les transforme, les renforce, les inverse; les appuis que ces rapports de forces trouvent les uns dans les autres, de manière à former chaîne ou système, ou, au contraire, les décalages, les contradictions qui les isolent les uns des autres; les stratégies enfin dans lesquelles ils prennent effet, et dont le dessin général ou la cristallisation institutionnelle prennent corps dans les appareils étatiques, dans la formulation de la loi, dans les hégémonies sociales. […] le pouvoir […] c’est le nom qu’on prête à une situation stratégique complexe dans une société donnée. (Foucault 1976: 121-123)
Poder es por esto un proceso serial, nómada y rizomático, con ello altamente híbrido y ocupado por diversos medios de comunicación, como lo experimentamos en la obra de teatro del argentino Eduardo Pavlovsky.
Por otra parte Follari se encuentra en el contexto argumentativo de Martín-Barbero y García Canclini. El primero critica un tipo de antropología y etnología que pone a las etnias fuera de las historias y dentro de una pureza idealizada y de una historia museal esencialista relegándolas a lo popular como “subproducto” y “versión degradada y funcional de la cultura de élite” conectado a la idea
[…] romántica que asocia lo popular con lo auténtico, de tal forma que lo popular no tendría otro estatuto que el de lo puro o lo degradado, de lo puro en constante peligro de contaminación, de lo genuino que sólo puede conservarse protegiéndolo, separándolo, aislándolo […] como espacio de reflejos culturales, de reacciones, de vulgarización, abortamiento y degradación (Martín-Barbero 1994: 92 ss.),
llevando a cabo así una de las más radicales críticas al substancialismo y al binarismo, en particular a la antropología (vid. A. de Toro 1999). García Canclini (1994: 128-129) agrega que
La literatura antropológica suele mirar las industrias culturales como si sólo homogeneizaran a las sociedades y destruyeran las diferencias. Esta homogeneización se haría mediante la absorción de las culturas tradicionales de los procesos simbólicos. Hay que decir que esta óptica fue la de los primeros estudios sobre comunicación, desde la posguerra hasta los años setenta, y persiste en concepciones sociológicas como la que acabo de exponer. Los trabajos recientes sobre la comunicación masiva y sobre recepción del arte y literatura revelan que la expansión de la llamada cultura de masas, lejos de eliminar las diferencias, multiplica las ofertas, facilita el acceso de públicos más amplios a repertorios de distintas culturas […].
[…]
Las transformaciones de la modernidad no son tan amenazantes si pensamos que lo distintivo del saber antropológico no es ocuparse de pueblos “primitivos” o de etnias y comunidades tradicionales sino estudiar las diferencias, la alteridad y las relaciones interculturales mediante la generación de informaciones directas.
Por esto, tanto Martín-Barbero como García Canclini (1990/1992/21995: 14 ss.) exigen un estudio de la alteridad cultural a través de una “heterogeneidad multitemporal” y de la hibridación o de la “no simultaneidad de lo simultáneo” (Rincón 1995).
Importante es que para Follari todos estos procesos discursivos descritos obedecen a una determinada lógica (otra) que según “la lógica de los inquisidores y la del pensamiento oficial” serían considerados como “‘collage’ en el que caben los más disparatados argumentos”. Esta estructura nómada y rizomática del pensamiento, del discurso y de las estrategias postmodernas contribuye para Follari a “superar dogmatismos, romper esencialismos historicistas, y descreer de los autocomplacientes relatos generales sobre el supuesto sentido universal de la historia”, pero sin renunciar a discursos de tipo interno como “la referencia hipotética a lo social como estructura […] ya que cabe establecer nexos lógicos a diferentes niveles, desde lo ‘micro’ a lo ‘macro’” (así también Riekenberg), bajo la condición de que “no existan en determinados casos, nexos lógicos que reclaman más plausibilidad que otros, es decir, que resultan intersubjetivamente”, y lo cual no implica que “políticamente [se rechace] cualquier política capaz de practicar la crítica radical de lo existente, pues esta última no requiere necesariamente una justificación “dura”, como White parece suponer”.
En este contexto, y en forma similar a Follari, considera A. de Toro que la demanda de subjetividad es obsoleta y sostiene que dentro de un tipo de ciencia transversal no existe la verdad, sino una verosimilitud científica, es decir, la capacidad de convencer a otro sujeto de la plausibilidad de lo propuesto, y si no de inmediato, en un proceso de debate.
Riekenberg enlaza su trabajo en la línea de Follari, de Lützeler, White y Ricoeur, considerando el aspecto ficcional del discurso histórico pero indicando a la vez –como Follari– que la “manera de construir la red conceptual de la narración histórica […] no se sustenta solamente en la relación entre el autor, la estrategia narrativa y la producción del texto”, sino además en una serie de otros factores, tanto de carácter territorial entre centro y periferia como político, pragmático e institucional y en una serie de intereses y discursos circulantes de la época basándose en una relectura de un material histórico de los siglos XIX y XX en el perfil de su “fase formativa” como discurso histórico (de diversos tipos de discursos históricos llamados “culturalismo”, la “militarización de la sociedad rural después de 1813” o el regionalismo) o en torno al imaginario histórico de la Modernización.
Uno de los factores de la ficcionalización de la historia que, según Riekenberg, “no se remonta solamente a las estrategias narrativas, sino también a los propios discursos que operan antes de la narración” es la necesidad de “inventar la tradición” como consecuencia de la independencia de Argentina y de los otros países latinoamericanos, un fenómeno que, por lo demás, se da en la construcción de todos los estados-nación.
Claro está que ambos campos, el contenido y la estructura, los hechos históricos y los tropos, a través de los cuales éstos se narran, son inseparables y, como se sabe desde los formalistas rusos y los estructuralistas franceses, considerando también las estrategias de comunicación, es precisamente la forma lo que al fin determina el mensaje. Riekenberg describe en detalle cómo diversos discursos son motivados por diversas situaciones, también emocionales e ideológicas, por ejemplo la batalla entre una historia orgánica y natural (global) y otra regional culturalista (local) y de un discurso histórico de crónica política del momento.
De esta forma los diversos discursos políticos contribuyen en diversa medida y “activamente en la creación del sistema de poder”. El discurso histórico en el siglo XIX en Argentina oscila entre esa participación en el poder y la pérdida de su “función político-legitimadora” a tal punto que Riekenberg sostiene que en los “años veinte, la esfera pública política en la región rioplatense vivió un proceso [de] pérdida de la historia”.
Frente a este panorama se inicia un esfuerzo en el Río de la Plata por introducir cierto tipo de reglas para la constitución del discurso histórico que exigen la distanciación de la subjetividad individual (biografía personal) y que conducen a una demarcación entre una “historia verídica” y una “ficción historiográfica”: “la separación categórica entre el discurso histórico y la ficción histórica formó parte del proceso político de nation-building”.
Paralelo a este proceso de cientificación del discurso histórico hacia una disciplina se desarrolla un discurso basándose en relatos de los “veteranos” de las diversas guerras y pugnas a principios de siglo y que operan como testigos fidedignos de la formación de lo histórico nacional, lo cual aportó una varga “ficcional” inevitable: “Ante todo hay que mencionar la tendencia de los “actores y testigos” a concebir la historia como un drama que habían vivido como protagonistas”, como asegura Riekenberg.
Mas, a partir de 1880, el discurso histórico pierde importancia en la esfera pública, para pasar a transformarse en una “batalla cultural” en la cual “los grupos perdedores de los procesos de la ‘modernización’ buscaron su refugio”, hasta el “desmoronamiento del discurso histórico en “subculturas” cada vez más diversas y variadas” a causa de la fijación en formas narrativas antiguas de tipo político-militar y bélico frente a un discurso oficialista que toma como referencia obras clásicas del siglo XIX; así, finalmente quedan frente a frente un tipo de discurso histórico “corporatista”, de corte hegemónico y centrista frente a tendencias ficcionalizantes.
Martín Lienhard se ocupa también del límite entre veracidad científica y ficcionalización de diversos tipos de discurso, en parte, “periféricos y marginados”, tales como los “testimonios populares”, las “historias de vida e historia oral”, pero también de aquellos de las “historias de vida y antropología”, de las “historias de vida y pragmática comunicativa” y de las “historias de vida y literatura”, analizándolos con respecto a su veracidad, su confrontación con la historia y la política, al fin con el valor histórico, con la posible verdad de semejantes testimonios que en Latinoamérica tienen una gran tradición y que son una vía de “democracia discursiva”, de dar voz a aquellos que no la tienen y que están fuera de los cánones tópicos de los medios de comunicación, como aquel mundialmente famoso Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (Burgos 1982) que causó una vasta polémica.
Exactamente éste es uno de los aspectos que Lienhard investiga, las implicaciones de la producción y la manipulación del texto por los medios hegemónicos, donde se produce una tergiversación de la intención y del lugar original de producción al ser adaptado a un discurso escrito o electrónico-medial y la ficcionalización que conllevan los testimonios populares.
Lienhard trata pues “de evaluar el alcance de este fenómeno […] a través de la exploración de los dos horizontes que lo enmarcan: el de su producción –selección, “formataje”, etc.– y el de su recepción”, e intenta “renovar el debate, ya tradicional, sobre la producción y la recepción de los testimonios y las (auto)biografías populares (y otros géneros afines)”.
El auge que gozan estos escritos populares nace del intento de introducir a “las mayorías populares en los espacios sociales y políticos”, de un espíritu de democratización y de esa perspectiva interna de un material por lo general no accesible y tan fundamental para antropólogos, historiadores, sociólogos, políticos y críticos de literatura de relevancia social o cultural de los mensajes provenientes de los estratos “subalternos” y deseosos de ofrecerles la mayor audiencia posible; en las últimas décadas con un papel creciente en la historia, la antropología, la literatura y los debates políticos.
La polémica se enciende –como lo describe Lienhard– en que muchos de los datos tanto biográficos como de los hechos no corresponden a la realidad como tal y han sido ficcionalizados en el sentido de añadidura y en el de White, en el del orden que se le dio a la narración misma y en la influencia de los editores. El conflicto radica en “la personalidad política de la informante” y “la manera de difundir la historia de su vida […] o su testimonio”, al contrario de aquellos testimonios tales como Juan Pérez Jolote (Pozas 1948) o la Biografía de un cimarrón (Barnet 1966) donde se insinúa ya en el título que no se trata de un relato que quiere tener carácter histórico.
A pesar de que Rigoberta Menchú acentúa que lo importante es la “presentación de testimonios, y no un relato propiamente autobiográfico” (Lauer 1999), la crítica ha enjuiciado la “veracidad factual de sus declaraciones”, ya que como certeramente Lienhard constata “Me llamo Rigoberta Menchú no es una simple autobiografía ni un relato etnográfico, sino un libro de denuncia política”; el “campo político […] es un campo minado y siendo su relato un testimonio político, el libro de Rigoberta no podía escapar a lecturas igualmente políticas, y en este sentido, la polémica actual se puede considerar, de alguna manera, como relativamente previsible”.
A contraluz del segundo testimonio de Menchú, Rigoberta: la nieta de los mayas (1998), Lienhard desenmascara las estrategias discursivas y editoriales y sus intenciones, donde existe la tergiversación en la edición inglesa en cuanto desaparecen los entrevistadores (Mario René Matute y Eugenia Huerta) y editores del texto (Gianni Minà y Dante Liano), reflejando así una falta de seriedad y respeto frente a la “especificidad de los testimonios populares” fundamental en su textura que –como Me llamo Rigoberta Menchú– “debe leerse, en más de un sentido, como un texto coral”, esto es, un palimpsesto. Ambos textos de Menchú nos revelan estrategias culturales adaptadas a las necesidades del lector y el descuido de los factores determinantes de producción.
También las “historias de vida” y la “historia oral” ofrecen un tipo de discurso democrático que se aparta, desde la Segunda Guerra Mundial, de los cánones hegemónicos de la investigación histórica internacional e inician un período de descolonización en el cual las colectividades étnicas o grupos desfavorecidos aparentemente “sin historia” pasan a formar parte del interés de la investigación sobre la base de “testimonios orales de informantes particularmente idóneos” que hoy en día constituyen la ‘historia oral’ y que provienen de una tradición olvidada desde el siglo XVI, pasando a formar parte también de la antropología y convirtiéndose en una de sus bases de material más fundamentales, ya que a través de ellas se obtiene una perspectiva interna de las comunidades y de sus individuos.
Las “historias de vida [fueron consideradas por la antropología norteamericana] como una forma más “avanzada” de la etnología” que obedece a un tipo mixto de narración de testimonios y de narración novelesca en la que luego desaparece el narrador quedando solamente el informante como sujeto de la historia narrada y constituyendo así el nuevo tipo de discurso histórico o etnológico.
El caso de Lewis es significativo para demostrar esta permeabilidad entre el discurso histórico canónico y la narración llamada meramente ficcional ya que se abastece, por una parte, de la transcripción de cintas grabadas y, por otra, de una selección y montaje “literario” como realiza en Los hijos de Sánchez (1961, 1964).
Este proceder pone en evidencia inmediata la constructividad y subjetividad de lo histórico, un “‘instrumento en un acto de comunicación’ que presupone tanto la presencia de un destinador/emisor y de un destinatario”. Lienhard pone el texto Me llamo Rigoberta Menchú precisamente en este contexto pragmático que Rigoberta emplea conscientemente para hacer llegar un testimonio individual y colectivo y amarrar a la vez el plot de forma que no deje de acertar su mensaje; sin embargo, la editora de esta historia hubiese debido explicar el “paratexto” de Me llamo Rigoberta Menchú.
A este tipo de narraciones se agregan aquellas de “historias de vida y literatura” que comienzan como autobiografías o “relatos etnográficos o etnohistóricos” y que luego se transforman “en textos literarios, en novelas post-burguesas” (Sklodowska). Este tipo de textos –como por ejemplo Hasta no verte más Jesús mío de Elena Poniatowska (1969)– son de carácter altamente híbrido ya que “muchas historias de vida muestran, pues, una movilidad sorprendente entre la antropología, la sociología, la historia y la literatura” y permiten diversas lecturas que además van cambiando con el contexto político-cultural en que se las lee. Por esto Lienhard sostiene que este “género múltiple […] se ha venido construyendo más desde la lectura que desde la producción textual”.
Todos los tipos de discursos/textos discutidos por Lienhard, así también Me llamo Rigoberta Menchú, son textos producidos desde una perspectiva interna indígena comunitaria para un destinatario occidental a través de un mediador y que se diferencian fundamentalmente de un libro antropológico del Cuzco de Carmen Escalante y Ricardo Valderrama (1992) como Ñuqanchik runakuna, donde la lengua quechua del destinador y del destinatario son la misma y comparten el mismo código y gesto narrativo, la misma cultura; por esto, el texto presupone todo un contexto cultural conocido substrayéndose a una adaptación del mensaje a un lector fuera de la comunidad quechua.
Este tipo de textos, como también aquel de Memorial del tiempo o vía de las conversaciones del escritor chiapaneco Jesús Morales Bermúdez (1987), representan una descentración de la actitud lectoral tradicional; el primero exige el reto de sumergirse en otra cultura completamente extraña a la occidental, el segundo produce una renovación de la tradición novelesca a través de la inserción de la oralidad indígena, concibiendo, como Lienhard indica, un “universo ficcional deslumbrante” y construyendo un ‘Otro’ híbrido, producto de la confluencia entre un “babélico de lenguas indígenas y el español de Chiapas” muy al contrario de “las (auto)biografías y los testimonios populares” que “colocan entre paréntesis la “otredad” cultural de la comunidad enfocada” y anticipan en todos sus aspectos […] las expectativas del público de formación occidental” haciendo posible e imprescindible el “aprendizaje” de la ‘Otredad’ en un territorio habitado por diversas identidades.
Muñiz Sodré y Raquel Paiva se ocupan de lo local enfrente a lo global en base al concepto de ‘comunidade’ partiendo de dos aproximaciones: uno desde una crítica a la antropología y otro desde la hermenéutica de Vattimo y Rorty. Sodré critica el intento de definir la condición del esclavo africano traído a Brasil a través de una jerarquización étnica según la cual se parte del “mito da pureza nagó” y de una “elite africana” (y por esto se ha acusado a algunos antropólogos de propagar un “etnocentrismo urbano” sin diferenciar los diversos tipos contextuales de esclavos).
Sodré rechaza un idealismo esencialista del origen de los africanos, más bien acentúa, por una parte, la diversidad étnica y cultural y, por otra, la influencia que tuvo la esclavitud en los diversos grupos étnicos uniéndolos en una identidad de esclavos: “seu caráter de veículo de uma continuidade institucional centrada na dinâmica de construção de uma identidade para o escravo e seus descendentes”. Además, Sodré apunta que los esclavos estaban marcados especial e institucionalmente según el lugar de trabajo, en las minas (São Paulo, Minas Gerais, Goiás) o en el azúcar (Rio de Janeiro) y por sus ritos religiosos. Por esto, Sodré sostiene que
[…] o universo “nagó” é, na verdade, a resultante de um interculturalismo ativo, que promovia tanto a síntese de modulações identitárias (ijexá, ketu, egbá e outros) quanto o sincretismo com traços de outras formações étnicas (fon, mali e outros), aqui conhecidas pelo nome genérico de “jeje”. Quando se fala de cultos “nagó-ketu”, “jeje-nagó” e “congo-angola”, estáse fazendo alusão às combinações sincréticas dessa ordem.
La comunidad nace en la solidaridad de los cautivos durante la travesía del Atlántico, a pesar de rivalidades étnico-culturales conocidas entre africanos negros y pardos, criollos y africanos o entre la línea de Congo-Angola. Los antiguos cultos afro-brasileños testimonian un profundo intercambio entre las comunidades que va más allá de las diversidades étnicas, lo cual hace manifiesto que no había ninguna “pureza estructural”, ningún “paradigma essencialista ou projeto utópico em toda essa movimentação”.
Sobre la base de intereses comerciales, económicos, políticos y religiosos se produce una recodificación y translación de la singularidad civilizatoria africana en representaciones adecuadas al territorio brasileño:
Interpretar e reinterpretar são operações que requerem um sujeito de enunciação, individual ou coletivo. “Nagó” é aqui o nome desse sujeito constituído tanto na forma de comunidade litúrgica quanto de comunidade étnica, portanto o lugar histórico de uma identificação existemcial que comporta a descendência fictícia ou a linhagem putativa. (Sodré)
Más que una construcción europeizante de una elite africana (Rodríguez) o una idealización de la civilización del nagó-jeje (Roger Bastide) se trata, según Sodré, de una reinterpretación de la historia y de una reterritorialización del sujeto, de una “refiguración” –según Ricoeur– en el sentido de una transformación de la experiencia temporal del sujeto por efecto de la representación o de la narrativa reinterpretativa. A raíz de este proceso de translación Sodré considera la reducción de la problemática de los cultos afro-brasileños como “uma miopia teórica” o “uma completa ingenuidade culturalista” como se da en la antropología, ya que paralelo a los fenómenos mítico-religiosos, se trata de organizaciones de grupo, reivindicaciones de reconocimiento identitario y prácticas de poder.
La comunidad litúrgica afro-brasileña o su territorio implica, antes que nada, la idea de un conjunto grupal fuerte para protegerse contra el extranjero hostil. Los lazos entre ellos son de naturaleza ‘intercultural’ y, en relación con los blancos, ‘transcultural’.
Rachel Paiva esclarece lo que hoy en Brasil significa el término ‘comunidad’ en relación con el proceso de globalización, especialmente cuando bajo ‘comunidad’ se entiende “uma diversidade de situações, em especial as que se referem aos grupos com objetivos ou interesses específicos” y como “agrupamentos de todos os tipos” tales como teatrales, médicos, religiosos, etc., tratándose así de un término globalizante y virtualizante proponiendo distinguir entre dos tipos de mediaciones, la mediação comunitária y la mediatização globalista, el último como paradigma mayoritario y vigente de la con-temporaneidad, donde la globalización produce un “desraizamiento del sujeto” frente a sí mismo y a su territorio.
La mediação comunitária la piensa Paiva como una estrategia de lo particular y local que incluye reglas del mundo global (‘glocal’ en la terminología de Mendieta, García Canclini y Martín-Barbero) y de este modo no es antagónica al fenómeno globalizante del cual no pudiéndose evadir hay que enfrentarlo, ya que éste tiene además consecuencias para diversas disciplinas. Paralelo a las concretizaciones negativas de la globalización, como la falta de enraizamiento, surgen nuevas áreas de acción, nuevos tipos de trabajo, nuevas profesiones y nuevas disciplinas.
La relación entre mediação comunitária y la mediatização globalista representa una continua reformulación de procesos altamente híbridos, muchas veces sin precedentes, que lleva a un estado de permanente virtualidad (“Pós-virtualidade”), a una nueva forma de cognición con una infinita ampliación del saber y de la información cuyo fin parece ser el hedonismo, desafiando nuevas reformulaciones éticas y llevando así a una nueva forma de comunidad lúdica frente a un mundo que solamente vive de la instrumentalización, de la efectividad y de resultados.
Sinder/Da Silva nos ofrecen una cartografía del discurso cultural brasileño desde los años setenta en adelante para describir no solamente sus características, sino sus consecuencias en el canon disciplinario y en el proceso sociopolítico en un período, especialmente en los años setenta, pero considerando el debate del modernismo desde 1922 y sus etapas más importantes, incluyendo además la postmodernidad y la postcolonialidad y conceptos como identidad, nación, cultura o la brasilianidad. Los autores constatan una “ruptura” a través de una relectura deconstruccionista y un cambio de paradigma.
El debate del modernismo desde 1922 en adelante, en particular a partir del Manisfesto Pau-Brasil (1924), en el esfuerzo de crear una “conciencia nacional” fundada en raza, nación, región y cultura rescatando la contribución cultural afro-brasileñas –excluida por el eurocentrismo del romanticismo– y que luego es ampliada por Mário de Andrade en 1942 con la fórmula de “estabilização de uma consciência criadora nacional” y “o direito de pesquisa estética e de atualização universal da criação artística” que enlaza con los postulados del Manifesto de desarrollar una “promoção culta da barbárie”, es-to es, de concatenar las culturas locales (“primitivas”) con las vanguardias europeas como ya se encontraba en Anthologie Nègre (1918) de Blaise Cendras y que se reencuentra en parte en la reformulación de Oswald de Andrade en su Manisfesto Antropófago “de descobrir a identidade brasileira a partir de um processo de retomada cultural”.
La propuesta antropofágica fue sometida a diversas discusiones y transformaciones, en particular en su crítica a la recodificación de la cultura europea en Brasil, en el contexto de lo ‘propio/auténtico’ y lo ‘extranjero/la imitación’ como se reflexiona en Nacional por Subtração de Roberto Schwartz, en Silviano Santiago y en Estampas do Imaginario de Eneida Cunha Leal (1993) quienes sostienen diversas y divergentes posiciones. Así, Cunha Leal recalca el substrato marxista de Schwartz y el substrato postestructuralista y postcolonial de Santiago enlazado a la negación del origen y el rechazo a los metadiscursos.
Al final de los años setenta y comienzos de los ochenta se producen tanto en el nivel académico como en el nivel social los cambios más relevantes “as mudanças na pró-pria cara do Brasil”. El término de la dictadura significa a la vez un significante cambio institucional y del pensar en Brasil, diferenciándolos fundamentalmente del anterior a los años sesenta y posterior a los setenta. En la década de los ochenta la postmodernidad viene a ofrecer una posibilidad de crítica cultural que ya se vislumbra al inicio mismo de los setenta cuando comenzó a cuestionarse.
Al mismo tiempo se siente esta deslimitación de los campos y del pensamiento como “uma perda da aura brasileira”, por una parte, pero también como “um redimensionamento da pluralidade de mundos possíveis que es-tavam nas novas arenas culturais que se criavam no Brasil” y, por otra parte, como “múltiplas reavaliações, desconstruções e releituras do Brasil e de seus intérpretes”, que resultan de la pérdida de legitimación de los paradigmas de la modernidad.
Así, las ciencias sociales oscilan entre un modelo autoritario socio-institucional desde el comienzo de la república y otro que marca las discontinuidades del proceso histórico y social. Fundamental es aquí Carnavais, malandros e heróis de Roberto Da Matta (1979) en el cual “se repiensa el Brasil” partiendo de la “diferencia específica cultural” del Brasil dentro de una antropología ligada al estructuralismo y al término del ‘carnaval’ de Bachtin.
Mas luego, en el transcurso de los años ochenta, se comienzan a abandonar estos métodos que reemplazan, o más bien, se complementan por una perspectiva postcolonial como es el caso de Silviano Santiago (1997) quien toma en cuenta la actualidad cultural y artística produciendo un verdadero cultural turn en las ciencias sociales.
La relectura de la cultura del Brasil del siglo XX a la que la someten Sinder y Da Silva y sus contemporáneos como Moriconi llevan a un reexamen y reformulación “do passado literário e cultural” brasileiro, donde a través de una reformulación de la historia se establecen otras modernidades que amplían y deconstruyen el discurso canónico de la modernidad.
El panorama del debate de la modernidad, postmodernidad y postcolonialidad que se dio y da en el debate cultural, antropológico, social-histórico y político lo encontramos reflejado en la institución ‘museo’, el cual como depósito de la historia, de los valores nacionales y del arte se presta en forma privilegiada para representar una ideología de la identidad y de lo nacional.
Claro está que los museos brasileños desde un comienzo estuvieron determinados por lo extranjero y lo universalista, desde la creación del Museu Nacional en 1818 por D. João VI, a causa del transcurso que tuvo la historia brasileña que conoce una serie de monarquías.
Frente a este tipo de museo universalizante que pone al Brasil en el “centro” de la cultura de museos se forman los locales y especializados. Los museos, cualquiera que estos fuesen, tratan de captar lo relevante de una época y de conservar su memoria, se revelan como construcciones arbitrarias y donde, por esto, ofrecen una impresión reducida del proceso histórico. Esto es en esencia lo que nos hace llegar Flávio Kothe.
Importante es que el museo se considera como una cartografía narrativa, un territorio de lecturas en las que se lee todo el proceso de la modernidad y sus subsiguientes, donde se desarrolla una diversidad de tipos que reflejan muy diversas experiencias representando un “espaço da memória a ser alcançado”, y que para “outros ele já se concretiza no espaço a ser desconstruído” ya que no hay “um museu, mas vários, e embora possam ser caracterizados genericamente pelo uso que fazem do ‘outro’ no processo de construção de identidades, eles não obedecem a uma lógica única e em suas ações atendem interesses múltiplos e diversificados”.
La reflexión sobre la construcción de identidades, que especialmente se llevó a cabo dentro del debate de la postcolonialidad, abrió las puertas para la reformulación de una identidad dentro de una sociedad “multicultural” donde a la vez existe la discriminación y el racismo frente a los que se vienen denominando ‘hispanos’ y/o ‘latinos’, como por ejemplo en los EE.UU.
William Luis, en su agudo trabajo, nos recuerda, en la tradición de Said, cómo la representación del ‘Otro’ como fenómeno de exclusión y de afirmación de la propia cultura por parte de los dominadores de la cultura y del mundo imperante esbozaron la ‘Otredad’ como monstruos –como lo hace en la Antigüedad latina Plinio el Viejo en su Historia naturalis o como lo desarrollan Huntington en su Clash of Civilizations (1993) y Fukuyama (1996) en forma de conflictos y guerras entre culturas, donde se separa lo ‘occidental-europeo-norteamericano’ de los ‘Otros’.
Así como Sodré y Pavia destacan las diferencias culturales, sociales, regionales y de trabajo de las diversas comunidades afro-brasileñas en el Brasil, Luis indica cuán diversas son las culturas e identidades que se esconden detrás de los términos ‘hispanos’ y/o ‘latinos’ ya que ‘Latinoamérica’ es una construcción, una cartografía donde se han encontrado las culturas del mundo.
Los ‘latinos’ son los nuevos ‘monstruos’ de la ‘cultura norteamericana’ y de lo que ésta es o debe ser, a pesar de que se trata de una población de 37 millones de habitantes y de un proceso migratorio que comienza en el siglo XIX a los cuales pertenecen, por nombrar tan sólo los grupos étnicos mayoritarios de esta “minoría”, los cubanos, puertorriqueños, dominicanos y mexicanos y, habría que agregar, toda una migración de Centroamérica; ‘monstruos’ ya que cuestionan una identidad y cultura homogénea de EE.UU. estableciendo una cultura híbrida o, como F. de Toro hablando del individuo diaspórico sostiene, que es precisamente “la nomadicidad del ‘recién llegado’, ese vivir en la ‘fractura’, en dos o más moradas es lo que amenaza” a una cultura y provoca “la sospecha y la desconfianza”.
Para precisar quiénes son estos ‘monstruos’ Luis distingue dos grupos, el grupo de los ‘hispanos’ como aquel que “refers to those born, raised, and educated in a Spanish-speaking country who write in their national language” y el de los ‘latinos’, aquellos que “are […] born, raised, and educated in the United States who feel more comfortable writing in English”, términos que por lo general se usan indiscriminadamente como sinónimos.
El término ‘latino’ es el decisivo para Luis ya que es este tipo de inmigrante ya establecido el que ha habitado un nuevo territorio cultural a su manera, lo ha recodificado, ha producido un Third Space en el sentido de Bhabha, es el borderland de Anzaldúa, es el pliegue, la fisura indeterminable, es esa diferancia derridiana o hibridez donde las diferencia no se reduce, sino que se negocia creando un nuevo espacio.
‘Latino’, es por esto, “the descendents of Spanish-speaking […] but with an added Spanish pronunciation”, “Latino is a Spanglish term, an English word with a Spanish pronunciation, that combines the two languages and cultures Latinos portray”. Por esto el latino es a la vez la representación de la negación de la frontera, representa su realzamiento. Mientras que algunos como Luisa Valenzuela o Carlos Guillermo Wilson los considera como ‘hispanos’, califica de ‘latinos’ a Cristina García, Oscar Hijuelos, Junot Díaz, Julia Álvarez, Gloria Anzaldúa, Gory González, etc.
Estos autores mezclan no sólo las culturas y las fronteras, sino a la vez la cronología de la historia, el pasado y el presente, produciendo la “no simultaneidad de lo simultáneo”. Importante es también que esta estrategia de la hibridez que representa el ‘latino’ sea una estrategia antropológica que permite además reformular las categorías de lo ‘masculino’ y ‘femenino’, como lo expone Anzaldúa, y una estrategia para reformular la historia, ya que la literatura de ‘latinos’ se basa en una madeja palimpsesta que incluye muchas otras.
La ficción de estos autores ‘latinos’ representa, además, un suplemento, un palimpsesto deconstruccionista del discurso histórico oficial (“a counter discourse to history”) construyendo otra historia cultural identitaria. Esta literatura y tipo de construcciones postcoloniales redistribuyen la relación centro/periferia ya que la “Latino literature helps to envision that the center and the periphery can be situated in the same geographic space”.
Ésta es la más exacta descripción en práctica del “Third Space” de Bhabha. La estrategia híbrida del ‘latino’ desmantela las tradicionales oposiciones binarias que rigen hasta hoy un mundo occidental hegemónico, desarrollando un concepto rizomático y nómada de la existencia social y literaria que se refleja en la superación de los géneros literarios, en la permeabilidad, por ejemplo, de ‘ficción/historia’, ‘masculino/femenino’, ‘biografía/autobiografía’, ‘inglés/español’…
La historia, el pasado, la tradición pasan a ser materiales de un mismo espacio y tiempo descentrado. Pensar el ‘latino’, es pensar en una estrategia teórico-cultural del futuro que deja atrás los viejos debates dentro y fuera (contra) la postmodernidad y la postcolonialidad, donde tanto teoría, transculturalidad, transtextualidad, transdisciplinariedad y práctica se reúnen en un espacio privilegiado, y allí radica el gran aporte del trabajo de William Luis.
F. de Toro, en un acercamiento similar al de Luis, trata el problema de la identidad partiendo de un concepto general del hombre diaspórico cuyo desplazamiento equivale a un “alterando” en cuanto transforma “el heimlich en un unheimlich” haciendo de éste su “morada nomádica”, subrayando un proceso de “transnacionalidad” y de “translacionalidad” y la “imposibilidad de ascribirnos a un origen”, donde la “única forma real y productiva de ‘recuperación’ […] es una […] en términos de una nueva articulación donde lo que se negocia […] es un nuevo sentido de hábitat, esto es, pertenecer con otros, donde la diferencia es el vínculo común que nos une y no un elemento de división”.
F. de Toro, aceptando el hecho de que cada individuo tiene una identidad, esboza eso sí, una identidad tal que no se basa en las categorías ni de nación, origen o tradición a raíz de los grandes procesos migratorios actuales y –como Luis en la confrontación de la cultura ‘latino’ frente a la cultura ‘estadounidense’– a través de la cual “los diversos centros sienten su identidad amenazada y una tensión creciente”. Lo que Luis denomina la cultura-identidad ‘latino’, en F. de Toro se define como “identidad de la diferencia”.
Si W. Luis y F. de Toro dedican su atención a una nueva forma de identidad y de cultura, la cultura ‘latino’ o el hombre de la diáspora, Sonia Montecinos nos ofrece un panorama sobre actuales teorías de género en y fuera de Latinoamérica relacionadas con la identidad –poco estudiada al parecer en este contexto– en sus diversos campos de argumentación y de acción, así por ejemplo, de los pares tales como identidad y etnicidad, identidad y religión, identidad y política, identidad y clase, identidad y generación, es decir, sitúa el tópico del género en un sistema de relaciones que están determinadas por dos operadores centrales: por el principio o concepto de la “multiplicidad”, entendido como la diversidad de relaciones, territorios y experiencias que configuran tanto al hombre como a la mujer, y por el del “posicionamiento”, entendido “como un proceso dinámico de diferenciación y de identificación”, de “oposición y pertenencia” construyendo así una alteridad que se desenvuelve en espacio de tensión entre lo público y lo privado.
Sobre la base de este modelo, Montecinos se propone superar modelos identitarios tradicionales-esencialistas que “suponen el intento de fijar el sentido de ciertos espacios, de encerrarlos y de adosarles una identidad, de situarlos casi siempre como lugares de nostalgia”, reemplazándolos por la recodificación de “identidades locales […] insertas y constituidas en lo regional y lo regional en lo global”; lo local –como ya lo había expuesto Adriana Valdés–, le permite además realizar una lectura panorámica de las diversas concepciones de género en Latinoamérica y sus diversas construcciones de sujeto, como lo ha tratado María Alonso (1995) en Chihuahua, partiendo de conceptos tales como ‘machismo’, ‘chingadores’, ‘timidez’, ‘virginidad’ y los pares ‘abierto/cerrado’, ‘profano/sagrado’, ‘puro/impuro’, o como lo hace Milagros Palma (1990), partiendo de mito y simbología de la Malinche como base subterránea pero universalmente presente para la construcción antropológica e histórica de la identidad latinoamericana: “la Malinche es el emblema de la chingada, de la mujer violada; además de la traidora”.
La oposición conquistador/conquistado se proyectará en su homología de ‘masculino/femenino’ donde está legitimada “la dominación de los hombres sobre las mujeres” y representa el “‘drama’ del mestizo centroamericano” donde la “figura de la madre emerge como una chingada, una violada. Así, la violencia contra las mujeres está justificada porque ellas evocan y representan en el plano de lo simbólico esa posibilidad de transgredir de la Malinche”.
Esto lo demuestra también Mara Viveros (1998) en Colombia basándose en las relaciones y constelaciones familiares, o María Cuvi y Alexandra Martínez (1994) en Ecuador y Maruja Barrig (1996) en Perú. Esta última expone todo un abanico de diferenciaciones tales como la ‘empleada doméstica’, las ‘beatas de clase media’, ‘madres dolientes’, ‘prostitutas’, la ‘pituca’ y la ‘maroca’.
Montecinos por su parte funda la identidad, o una gran parte de ésta en Chile, en la categoría de mestizo que de cierta forma concuerda con la de la Malinche y con la de los chingados, es decir, con aquellos bastardos o gauchos de padre español y madre india que según Montecinos ha tenido una influencia ancestral, por una parte, en el comportamiento de los padres en la familia, caracterizándose por su ausencia y, por otra, en la demonización de la madre chingada y a la vez en la valorización de la madre con su presencia, un estigma que marcará a los hijos mestizos.
Las categorías de “multiplicidad” y “posicionamiento” las relaciona Montecinos con la categoría de ‘androginia’ introducida por Isbell (1997) como “categoría fundamental para comprender el sistema de género de los Andes” relacionada con los Mitos de Huarochirí donde existe una dualidad entre “‘momia-mallqui’ (como la semilla femenina) y ‘huaca’ (la fuerza inseminante masculina)” y que representan el desdoblamiento semántico que exige su opuesto.
Las contribuciones en este volumen han hecho finalmente dos aportes: primero reflexionar sobre los conceptos y estrategias postmodernas, postcoloniales y de globalización considerando aspectos históricos y la discusión realizada en los últimos veinte años y, segundo, ofrecer una salida a los debates partiendo de la actualidad discursiva, política y social, y describir así a Latinoamérica como a un conjunto de discursos híbridos en un sentido epistemológico y estratégico que no se queda en la mera constatación o descripción del fenómeno, sino que ofrece también estructuras accionales.
Aquellas propuestas de un pensamiento y estrategia calificados de no-simultáneos (Rincón) o de culturas híbridas (García Canclini) o heterogéneas (Brunner 1986, 1988), de ‘interacciones’, ‘intercambios’, ‘reapropiaciones’ y ‘destotalización’ (Martín-Barbero 1989) han superado hoy lo meramente discursivo para pasar a ser un prolegómeno para una estrategia teórica.
Todas las propuestas aquí comentadas están unidas por la creación de estrategias profundamente vinculadas a procesos históricos conscientes y narrativos y a ‘situaciones cero’, esto es, a la creación de cartografías siempre por habitar, por hacer y por hacerse, en un tercer espacio de la apropiación, recodificación y angustia.
La terminología empleada puede ser diversa, pero expresan, en consenso y diversidad, un malestar frente a la globalización y la renovación de ciertos imperialismos, dejando muy en claro que la discusión de la postmodernidad y postcolonialidad ha tenido profundos efectos en el pensar y en el desarrollo de una discursividad propia en el continente, destacando la necesidad de desarrollar estrategias híbridas para el manejo de la globalización étnico-cultural.
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