La revuelta de los Ciompi: una insurrección proletaria en la Florencia del siglo XIV

La revuelta de los Ciompi: una insurrección proletaria en la Florencia del siglo XIV

“La lucha entre el capitalista y el obrero asalariado se inicia al comenzar el capitalismo”. Marx, El Capital.

“Hay una alianza contra el bien común cuando cierta clase de gente jura, o garantiza, o conviene que no trabajará más a un precio tan bajo como antes, y aumenta ese precio por su propio designio, se pone de acuerdo en no trabajar por menos, y establece entre sí castigos o amenazas contra los compañeros que no observen esa alianza. Aquel que lo tolerara actuaría contra el derecho común, y nunca podrían concertarse buenos contratos de trabajo, porque los miembros de todos los oficios se esforzarían por exigir salarios más elevados que lo razonable, y el interés común no puede soportar que se atente contra él. Por ello, tan pronto como semejantes alianzas se ponen en conocimiento del soberano o de otros señores, ellos deben echar mano de todas las personas acordadas y tenerlas en larga y celosa prisión. Y, luego de una larga pena de prisión, se puede imponer a cada una setenta sueldos de multa”. Philippe de Beaumanoir (1252-1296), Coutumes de Beauvaisis.
“Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV”, escribe Marx en su famoso capítulo acerca de la acumulación originaria, “la era capitalista solo data, en realidad, del siglo XVI”.
Aquellos indicios de producción capitalista en la Italia del siglo XIV, no obstante, bastaron para que en algunas ciudades se formara una clase de obreros asalariados con capacidad para organizarse e imponer por la fuerza sus propias reivindicaciones al resto de clases, al menos momentáneamente. Por eso se puede hablar de proletariado en Flandes y en la Toscana, en aquella época, y de insurrecciones proletarias en Siena y Florencia, en 1371 y 1378 respectivamente.

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UNA SUBLEVACIÓN PROLETARIA EN LA FLORENCIA DEL SIGLO XIV (Simone Weil)

El final del siglo XIV fue, de una manera general, en Europa, un periodo de revueltas sociales y de sublevaciones populares. Los países donde el movimiento fue más violento fueron aquellos que se encontraban entre los económicamente más avanzados, es decir, Flandes e Italia; en Florencia, ciudad de grandes comerciantes pañeros y manufactureros de la lana, tomó la forma de una verdadera insurrección proletaria, que tuvo un momento victorioso. Esta insurrección conocida con el nombre de la sublevación de los Ciompi, es sin duda, la pri­mera de las insurrecciones proletarias. Por eso merece ser estudiada y aún más porque ya presenta, con una notable pu­reza, los rasgos específicos que más tarde encontraremos en los grandes movimientos de la clase obrera, entonces apenas constituida, y que aparece así como conteniendo un factor revolucionario desde su aparición.

Florencia, es durante el siglo XIV en apariencia un Es­tado corporativo. Desde los ordinamenti di giustizia de 1293, el poder está en manos de las Artes, es decir de las corporaciones. Un Arte es, o una corporación, o más fre­cuentemente una unión de corporaciones, una especie de pequeño Estado dentro del Estado, con jefes electos cuyos poderes comprenden la jurisdicción civil sobre los miembros del Arte, con el dinero de los fondos cotizados y con unos es­tatutos; y Florencia está gobernada por los priores de las Ar­tes, magistrados designados por las Artes, y un gonfalonier de justicie designado por estos priores, que tiene a sus órdenes miles de mercenarios armados. En cuanto a los nobles, los ordinamenti di giustizia los han excluido de toda función pública y sometido a unas medidas de excepción muy severas. Si a esto añadimos que todos los magistrados son elegidos para un muy corto periodo de tiempo y que deben rendir cuentas de su gestión, parece que Florencia sea una república de artesanos.

Pero en realidad las Artes florentinas nada tienen que ver con las corporaciones medievales. De entrada su número es­taba fijado en veintiuno y no podía ser modificado; en se­gundo lugar está prohibido formar un nuevo Arte. Aquellos que se hallan fuera de estos veintiuno están privados de sus derechos políticos. Después, se encuentran la Artes de los ar­tesanos y pequeños comerciantes que sí parecen las corpora­ciones ordinarias de la Edad Media; estas Artes, denominadas Artes menores, son mantenidas en un segundo plano de la vida política. El poder real corresponde a las Artes mayores a las que solamente pertenecen, si dejamos a parte los jueces, los notarios y médicos, los banqueros, los grandes comercian­tes, los fabricantes de paños y de sedas. En cuanto a aquellos que trabajan la lana o la seda, algunos son miembros menores del Arte correspondiente a su oficio, con sus derechos muy restringidos; pero la mayor parte son simplemente subordina­dos al arte, es decir, sometidos a su jurisdicción sin poseer ningún derecho; y tienen severamente prohibido no solamen­te organizarse, sino incluso reunirse entre ellos. El Arte di Por Santa María que agrupa a los fabricantes de las sederías y sobre todo el Arte della Lana son pues, no unas corporaciones, sino unos sindicatos de la patronal. Lejos de ser una democra­cia, el Estado florentino está directamente en las manos del capital bancario, comercial e industrial.

A lo largo del siglo XIV, el Arte della Lana cogió, poco a po­co, una influencia preponderante, a medida que la fabricación de tela se convirtió en el principal negocio de la ciudad, de manera que todas las grandes familias de las otras corpora­ciones, invertían en éste sus capitales. Por su estructura cons­tituye un pequeño Estado, que organiza sus servicios públicos, cobra sus impuestos, emite empréstitos, construye locales, instala almacenes, se encarga de las negociaciones y conve­nios que sobrepasan las posibilidades de cada empresario; es también un “cartel” que impone a sus miembros un máximo de producción que tienen prohibido rebasar; es sobre todo una organización de clase, que tiene como principal objetivo defender siempre los intereses de los fabricantes textiles con­tra los trabajadores. Estos, por el contrario, privados de toda capacidad de organización, se encuentran desarmados. Esta es la principal razón de la insurrección de los Ciompi.

Estos trabajadores de la lana se dividían en categorías muy diferentes, según la situación técnica, económica y social, y que, en consecuencia, cada una de ellas jugaron un rol dife­rente en la insurrección. La más numerosa era la de los obre­ros asalariados de los talleres. Cada comerciante de tejidos, tenía junto a su tienda, un gran taller, o mejor dicho, si se tie­ne en cuenta la división y la coordinación del trabajo, una ma­nufactura donde se preparaba la lana antes de pasar a las hila­turas. Los trabajos ejecutados en estos talleres lavado, lim­pieza, batanado, cardado, tramado eran en parte trabajos de peón, pero en parte también relativamente cualificados. La organización de estos talleres era como el de una fábrica mo­derna, exceptuando la maquinaria. La división y especialización del trabajo eran llevadas hasta el límite; un grupo de con­tramaestres aseguraba la vigilancia; la disciplina era una disci­plina de cuartel. Los obreros asalariados, pagados al terminar la jornada, sin tarifas, ni contratos, dependían totalmente del patrón. Este proletariado de la lana era en Florencia la parte más menospreciada de la población. Por eso también, de to­das las capas sublevadas de la población, era de prever en ellos el espíritu más radical. Se conocía a estos obreros como los Ciompi y el hecho que ellos diesen el nombre a la insurrec­ción muestra el grado de participación que en ella tuvieron.

Los hiladores y los tejedores estaban, también, reducidos de hecho a la condición de obreros asalariados; pero eran obreros a domicilio. Aislados por su mismo trabajo, privados del derecho a organizarse, no parece que hayan demostrado en ningún momento un espíritu combativo. El tejedor era, verdaderamente, un trabajador altamente cualificado; pero la ventaja que los tejedores habrían podido lograr de este hecho fue anulada, en el siglo XIV, por la afluencia a Florencia de te­jedores extranjeros, sobre todo alemanes. Los tintoreros, al contrario, también obreros muy cualificados, pero imposibles de reemplazar por extranjeros porque no había tan buenos tintoreros como en Florencia, entraron los primeros en la lu­cha reivindicativa. A decir verdad, los tintoreros estaban pri­vilegiados en comparación con otros trabajadores de la lana. La tintorería exigía una inversión de un capital considerable y esta inversión comportaba grandes riesgos; así los fabricantes no buscaban tener sus propias tintorerías. Esto hizo que el Arte della Lana construyera para el tinte grandes locales con­teniendo buena parte del utillaje y los puso a disposición de todos los industriales particulares que los quisieran utilizar; de ese modo los tintoreros no dependieron jamás de un indus­trial particular, como era el caso de los Ciompi y de los tejedo­res, cuyos oficios pertenecían a los fabricantes. Los bataneros y tundidores de tejidos, se encontraban a este respecto en la misma situación que los tintoreros. En fin, los tintoreros no estaban enteramente privados de derechos políticos. Ellos tenían una organización, puramente religiosa es verdad, pero que les permitía reunirse. No estaban simplemente subordi­nados al Arte della Lana, como los obreros de los talleres, los hilanderos y los tejedores; eran miembros, si bien “miembros menores” y tenían, por lo tanto, una cierta parte en el go­bierno. Por lo tanto sus intereses estaban lejos de coincidir con los de los Ciompi, y su actitud en el curso de la insurrec­ción lo demostró. Sin embargo, razones para sublevarse no les faltaban. Privados del derecho de organizarse para defender sus condiciones de trabajo, subordinados a sus patronos, quienes, a causa del derecho corporativo devenían sus jueces en caso de litigio, ellos habrían sido rápidamente reducidos a la misma situación de los otros obreros si no hubieran aprove­chado las crisis económicas y políticas.

Las primeras luchas sociales importantes tuvieron lugar en 1342, bajo la tiranía del duque de Atenas. Este era un aventu­rero francés a quién Florencia, empujada por las continuas querellas que en ella tenían lugar entre las familias más ricas, entregó el poder con el fin de que restableciera el orden.

Esta elección había sido apoyada, sobre todo, por los des­contentos, es decir, de una parte por los nobles, a quienes había devuelto el acceso a las funciones públicas pero que deseaban ver el fin del Estado corporativo, y por otra parte por el pueblo. El duque de Atenas se apoyó principalmente, durante los meses que reinó sobre los obreros, gracias a los cuales él esperaba poder resistir la hostilidad de la alta bur­guesía. Dio satisfacción a los tintoreros, que se quejaban de ser pagados con años de retraso y de estar sin recursos lega­les, y que demandaban poder constituir un vigesimosegundo Arte; organizó a los obreros de los talleres de la lana, no en una corporación, sino en una asociación armada. Sin embargo, poco después fue derrocado por un motín en el que tomó par­te toda la población, y no tuvo más defensores que los car­niceros y algunos obreros; el Arte de los tintoreros no fue creado, pero los proletarios de la lana guardaron sus armas, de las que se servirían en los próximos años. A la demagogia del duque de Atenas quien, subestimando el derecho corpora­tivo, dio satisfacción a todas las reivindicaciones de los obre­ros de la lana, le sucedió la más brutal dictadura capitalista. Por lo tanto las revueltas estallaron pronto. En 1343, 1.300 obreros se sublevaron; en 1345, nueva sublevación dirigida por un cardador y teniendo por objetivo la organización de los obreros de la lana. La gran peste de Florencia, que diezmó a la clase obrera, redujo la mano de obra y provocó así una subida de los salarios, por lo que el Arte della Lana tuvo que estable­cer nuevas tasas, recrudeció con más agudeza la lucha de cla­ses. Después de una crisis provocada por la guerra contra Pisa, y que paró momentáneamente los conflictos, la vuelta a la prosperidad, por un fenómeno frecuentemente repetido des­de entonces, provoca una huelga de los tintoreros que durará dos años y que termina con una derrota en 1372; pero esta derrota no pone fin a la agitación de las capas trabajadoras. Dicha agitación coincide con un conflicto entre la pequeña burguesía de una parte, y la gran burguesía unida en cierta medida a la nobleza, de la otra. Los nobles, en tanto que clase, han sido definitivamente batidos cuando, después de la caída del duque de Atenas, intentaron apoderarse del poder; pero entonces la mayor parte de las familias nobles se aliaron con la alta burguesía dentro del “partido güelfo”. Este partido güelfo se había formado en la lucha, tras largo tiempo aca­bada, entre Güelfos y Gibelinos; la confiscación de los bienes de los Gibelinos les dio riqueza y poder. Devino la organización política de la alta burguesía, dominando la ciudad después de la caída del duque de Atenas, falseando los escrutinios, apro­vechándose de unas medidas de excepción tomadas en otro tiempo contra los Gibelinos y mantenidas en vigor para apar­tar a sus adversarios de las funciones públicas. Cuando, a pe­sar de las maniobras del partido Güelfo, Silvestro de Medici, uno de los jefes de la pequeña burguesía, fue nombrado en junio de 1378, gonfaloniero de justicia, y propuso medidas contra la nobleza y el partido Güelfo, el conflicto se agudizó. Las compañías de las Artes salieron armadas a la calle; los obreros las apoyan e incendian algunas mansiones de los ricos y las cárceles, que están llenas de presos por deudas. Final­mente Silvestro de Medici está satisfecho. Pero como señala Maquiavelo, “guardaros de excitar una sedición en una ciudad creyendo que la pararéis o dirigiréis a vuestro gusto”.

De la dirección de la pequeña y mediana burguesía el mo­vimiento pasó a la del proletariado. Los obreros permanecie­ron en la calle; las Artes Menores los apoyaron o los dejaron hacer. Y desde este momento aparecen los rasgos que se re­producirán espontáneamente en las insurrecciones proletarias francesas y rusas: la pena de muerte es decretada por los in­surgentes contra los saqueadores. Otro rasgo peculiar de las sublevaciones de la clase obrera, el movimiento no es en mo­do alguno sanguinario; no hay derramamiento de sangre, ex­cepción hecha para un nombre: Nuto, policía particularmente odiado. La lista de las reivindicaciones de los insurgentes, lle­vada a las autoridades el 20 de julio, tiene también un carácter de clase. Se pide la modificación de los impuestos que recaen pesadamente sobre los obreros; la supresión de los “oficiales extranjeros” del Arte della Lana, que constituyen unos instru­mentos de represión contra los obreros, y juegan un rol análo­go al de la policía privada que poseen actualmente las com­pañías mineras de América. Sobre todo reclaman la creación de tres nuevas Artes; una vigesimosegundo Arte para los tintore­ros, bataneros y tundidores de tejidos, es decir, para los traba­jadores de la lana aún no reducidos a la condición de proleta­rios; una vigesimotercer Arte para los talleres y otros pequeños artesanos aún no organizados; finalmente y sobre todo un vigesimocuarto Arte para el “pueblo menudo” (popolo minu­to), es decir de hecho para el proletariado, que estaba consti­tuido entonces por los obreros de los talleres de la lana. De la misma manera que el Arte della Lana no era en realidad sino un sindicato patronal, este Arte del popolo minuto habría fun­cionado como un sindicato obrero; y debería tener la misma cuota de poder en el Estado que el sindicato de la patronal, pues los insurgentes reclamaban el tercio de las funciones públicas para las tres Artes nuevas y el tercio para las Artes menores. Al no ser aceptadas estas reivindicaciones, los obre­ros se apoderaron del Palacio el 21 de julio, conducidos por un cardador de lana convertido en contramaestre, Michele di Lando, que es inmediatamente nombrado gonfaloniero de justicia, y que forma un gobierno provisional con los jefes del movimiento de las Artes menores.

El 8 de agosto, la nueva forma de gobierno, conforme a las reivindicaciones de los obreros, es organizado y se provee de una fuerza armada compuesta no ya de mercenarios, sino de ciudadanos. La gran burguesía, sintiéndose momentánea­mente la más débil, no hace oposición abiertamente; pero cierra sus talleres y sus comercios. En cuando al proletariado, rápidamente se da cuenta que lo que ha obtenido no le da seguridad, y que un reparto igual de poder entre él, los arte­sanos y los patronos es utópico. Disuelve, entonces, la organi­zación política que se habían dado las Artes menores; elabora petición sobre petición; se retira a Santa María Novella, se organiza como lo había hecho en otras ocasiones el partido Güelfo, nombrando ocho oficiales y dieciséis consejeros, e invita a las otras Artes a venir a concertar sobre la constitución con que se debe dotar a la ciudad. Desde entonces la ciudad posee dos gobiernos, uno en el Palacio, conforme a la nueva legalidad, el otro no legal en Santa María Novella. Este go­bierno extra-legal se asemeja singularmente a un soviet; ve­remos aparecer por unos días, en el primer despertar de un proletariado en plena forma, el fenómeno esencial de las grandes insurrecciones obreras, la dualidad de poder. El prole­tariado, en agosto de 1378, opone ya, como lo haría después en febrero de 1917, a la nueva legalidad democrática que él mismo ha hecho instituir, el órgano de su propia dictadura.

Michele di Lando, hará lo que habría hecho en su lugar no importa cual buen jefe de Estado socialdemócrata: se vuelve contra sus antiguos compañeros de trabajo. Los proletarios, que tienen contra ellos al gobierno de la gran burguesía, a las Artes menores, y sin duda también las dos nuevas Artes no proletarias, son vencidos después de una sangrienta batalla y ferozmente exterminados a principios de septiembre. Se di­suelve la veinticuatroava Arte y la fuerza armada organizada en agosto; se desarma a los obreros; se traen compañías del ejército en campaña, como en París después de junio de 1848. Algunas nuevas tentativas de sublevación son llevadas a cabo en el curso de los meses siguientes, bajo la consigna: ¡Por el veinticuatroavo Arte! Son ferozmente reprimidas. Las Artes menores guardan aún algunos meses después la mayoría en las funciones públicas; pues el poder está repartido por igual entre ellos y las Artes mayores. Los tintoreros que han conser­vado su Arte, pueden aún utilizarlo para una acción reivindicativa e imponen una tarifa mínima. Pero una vez privados, por su propia culpa, del apoyo del proletariado cuya energía y re­solución los había colocado en el poder, los artesanos, los pe­queños patronos, los pequeños comerciantes, son incapaces de mantener su dominio. La burguesía, como lo remarca Maquiavelo, solo deja el campo libre en la medida en que teme al proletariado; desde el momento que lo juzga aniquilado, se deshace de sus aliados provisionales. Más bien, se descompo­nen por sí mismos a causa de la desmoralización, también ca­racterística, que penetra y desmorona sus filas. Dejaron ejecu­tar a uno de los más destacados jefes de las clases medias, Scali; y esta ejecución abrió la vía a una brutal reacción que mandó al exilio a Michele di Lando, a Benedetto Alberti y a muchos otros; significó la supresión de las vigesimosegunda y vigesimotercera Artes y de nuevo el dominio de las Artes mayo­res y el restablecimiento de las prerrogativas del partido Güel­fo. En enero de 1382, el status quo de antes de la insurrección estaba restablecido. El poder de los patronos será en lo suce­sivo absoluto y el proletariado, privado de organización, no pudiéndose reunir ni siquiera para un entierro sin un permiso especial, deberá esperar mucho tiempo antes de poder poner­lo en cuestión.

Maquiavelo, que escribe un siglo y medio después de los acontecimientos, en un periodo de calma social completa, tres siglos antes que se elabore la doctrina del materialismo histó­rico, con la maravillosa penetración que le es propia, discierne las causas de la insurrección y analiza los intereses de clase que determinaron su curso. Su relato de la insurrección, que se expone a continuación, a pesar de la indignada hostilidad aparente en su mirada hacia los insurgentes que toma erró­neamente por meros saqueadores, es importante tanto por la admirable precisión de todo aquello que responde a nuestras preocupaciones actuales, como por el carácter cautivante de su narración y la belleza del estilo.

Simone Weil

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HISTORIA DE FLORENCIA (Nicolás Machiavelo)

Apenas la primera sublevación se apaciguó, se produjo otra que dañó a la República mucho más que la anterior. La mayor parte de los incendios y saqueos ocurridos en los días prece­dentes habían sido hechos por la baja plebe de la ciudad, y quienes se habían mostrado en ellos más audaces tenían mie­do, una vez calmadas y arregladas las mayores diferencias, de ser castigados por los desmanes cometidos y de ser aban­donados, como ocurre siempre, por aquellos mismos que los habían instigado a cometer el mal. A ello se añadía el odio que el pueblo menudo tenía contra los ciudadanos ricos y contra los jefes de las Artes, porque les parecía que no recibían, de estos, un salario suficientemente justo por los trabajos reali­zados.

Cuando, en tiempos de Carlos I, la ciudad se dividió en Ar­tes, se les dio jefes y competencias a cada una de ellas y se estableció que los miembros de cada una de dichas Artes fue­ran juzgados en las causas civiles por sus propios jefes. Estas Artes, como ya dijimos, fueron doce en principio. Luego, con el tiempo, se añadieron otras varias que elevaron el número a veintiuna, y fue tal su poder, que en pocos años se adueñaron de todo el gobierno de la ciudad. Y, como entre ellas había unas más importantes y otras menos, se dividieron en mayo­res y menores, siendo siete las mayores y catorce las menores.

Precisamente de esta clasificación, junto con otros motivos que ya hemos mencionado, procedió la arrogancia de los Capi­tanes de barrio, ya que los ciudadanos que habían sido güelfos antiguamente, y bajo el gobierno de los cuales recaía siempre aquella magistratura, favorecían a los que pertenecían a las Artes mayores, mientras perseguían a los ciudadanos de las Artes menores y a quienes los defendían. Por esto se promo­vieron contra ellos todos los tumultos de los que hemos hablado. Pero, como al organizar las corporaciones de las Ar­tes, quedaron fuera, sin corporación propia, muchos de los oficios en que trabajaba el pueblo menudo y la plebe, que­dando sometidos a las otras diversas Artes, de acuerdo con el tipo de trabajo que realizaban, ocurría que, cuando no se sen­tían debidamente remunerados con el salario que percibían por sus trabajos, o se creían de alguna manera oprimidos por sus propios maestros de oficio, no tenían otro sitio al que re­currir que al magistrado del Arte que los gobernaba, del cual les parecía que no obtenían la justicia a que creían tener dere­cho.

De todas las Artes u oficios, la que mayor número tenía y tiene de ese tipo de obreros subordinados es la de la Lana; la cual, siendo como es poderosísima y la primera de todas, es la que, en mayor número que las otras, daba y da de comer con su trabajo a la mayor parte de la plebe y del pueblo menudo.

Los hombres de la plebe, tanto los que dependían del Arte de la Lana como los de las otras Artes, estaban, por las razo­nes antedichas, llenos de rencor; y, como a ese rencor se unía el miedo al castigo por los incendios y robos que se habían cometido, se reunieron de noche varias veces para hablar de lo ocurrido y cambiar impresiones sobre el peligro en que se encontraban. Con ese motivo, uno de los más decididos y ex­perimentados que allí había, para infundir ánimos a los demás les hablo de esa manera: “Si tuviéramos que decidir ahora sobre si era o no era conveniente empuñar las armas, incen­diar y saquear las casas de nuestros conciudadanos, y despojar las iglesias, yo sería uno de los que estimaría que había que pensarlo bien y quizás hasta aprobaría que se prefiriera una tranquila pobreza a una peligrosa ganancia. Pero, puesto que las armas las hemos empuñado ya y se han cometido muchos desmanes, me parece que lo que debemos pensar es que no hay por qué abandonarlas ahora y cómo podemos hallar de­fensa para los males que se han cometido. Yo creo sin ningún género de dudas que esto, aunque no nos lo diga nadie, nos lo dice nuestra misma necesidad. Estáis viendo a toda esta ciu­dad llena de rencores y de odio contra nosotros; los ciudada­nos se agrupan entre sí, la Señoría está siempre de parte de los magistrados. Podéis creer que se traman conjuras contra nosotros y que se aprestan nuevas fuerzas contra nuestras cabezas. Debemos por tanto tratar de obtener dos cosas y proponernos dos fines en nuestras deliberaciones. El primero es que no se nos pueda castigar por lo que hemos hecho en los días pasados; y el segundo, que podamos en adelante vivir con más libertad y con más satisfacciones que en el pasado. Nos conviene por lo tanto, según mi parecer, si queremos que se nos perdonen los anteriores desmanes, cometer otros nue­vos, redoblando los daños y multiplicando los incendios y los saqueos, y apañándonos para tener más cómplices, porque, cuando son muchos los que pecan, a nadie se castiga; y a las faltas pequeñas se les impone sanción, mientras que a las

grandes y graves se les da premios. Por otra parte, cuando son muchos los que padecen los atropellos, son pocos los que tratan de vengarse, porque los daños que afectan a todos se soportan con más paciencia que los particulares. El aumentar, por tanto, los males nos hará perdonar más fácilmente y nos dará la posi­bilidad de conseguir lo que deseamos obtener para nuestra li­bertad. Y me parece que vamos hacia seguros resultados posi­tivos, porque los que podrían oponérsenos están desunidos y son ricos. Su desunión nos dará la victoria; y sus riquezas, una vez que sean nuestras, nos servirán para mantener dicha victo­ria. No os deslumbre la antigüedad de su estirpe, de la que se blasonan ante nosotros, porque todos los hombres, habiendo tenido un idéntico principio, son igualmente antiguos, y la na­turaleza nos ha hecho a todos de una idéntica manera. Si nos quedáramos todos completamente desnudos, veríais que todos somos iguales a ellos; que nos vistan a nosotros con sus trajes y a ellos con los nuestros y, sin duda alguna, nosotros parecere­mos los nobles y ellos los plebeyos; porque son sólo la pobreza y las riquezas las que nos hacen desiguales. Me duele mucho porque veo que muchos de vosotros se arrepienten, por motivos de conciencia, de las cosas hechas, y quieren abstenerse de las que vamos a cometer. De verdad que, si esto es cierto, vosotros no sois los hombres que yo creía que erais. Ni la conciencia ni la mala fama os deben desconcertar, porque los que vencen, sea cual sea el modo de su victoria, jamás sacan de esta motivo de vergüenza. En cuanto a la conciencia, no debemos preocupar­nos mucho de ella porque donde anida, como anida en noso­tros, el miedo del hambre y de la cárcel, no puede ni debe tener cabida el miedo del infierno. Y es que, si observáis el modo de proceder de los hombres, veréis que todos aquellos que han alcanzado grandes riquezas y gran poder, los han alcanzado o mediante el engaño o mediante la fuerza; y, luego, para encu­brir el carácter brutal e ilícito de esta adquisición, tratan de justificar con el falso nombre de ganancias lo que han robado con engaños y con violencia. Por el contrario, los que por poca vista o por demasiada estupidez dejan de emplear estos siste­mas, viven siempre sumidos en la esclavitud y en la pobreza, ya que los siervos fieles son siempre siervos y los hombres buenos son siempre pobres. Los únicos que se libran de la es­clavitud son los infieles y los audaces, y los únicos que se li­bran de la pobreza son los ladrones y los tramposos. Dios y la naturaleza han puesto todas las fortunas de los hombres en me­dio de ellos mismos, y éstas quedan más al alcance del robo (de la rapiña) que del trabajo y más al alcance de las malas que de las buenas artes. De ahí viene el que los hombres se coman los unos a los otros y que el más débil se lleve siempre la peor par­te. Se debe, pues, emplear la fuerza siempre que se presente la ocasión; y esta ocasión no nos la puede ofrecer mejor la for­tuna, estando como están desunidos todavía los ciudadanos, vacilante la Señoría y desconcertados los magistrados, de tal manera que, antes de que vuelvan ellos a unirse y se serenen sus ánimos, puedan ser fácilmente aplastados. De este modo, o quedaremos enteramente dueños de la ciudad o conseguiremos una parte tan importante de ella, que no solamente se nos per­donarán nuestras faltas pasadas sino que tendremos fuerza sufi­ciente para poder amenazarlos con nuevos daños. Yo reco­nozco que esta decisión es audaz y peligrosa; pero, cuando la necesidad aprieta, la audacia se considera prudencia y, en cuan­to al peligro de las grandes empresas, los valientes nunca lo tienen en consideración, porque las empresas que comienzan con peligro tienen al final su recompensa; y, de los peligros, jamás se salió sin peligro. Además yo creo que, cuando vemos que nos preparan cárceles, tormentos y muertes, es más peli­groso estarse quietos que tratar de librarse de ellos, porque en el primer caso los males son seguros mientras que en el se­gundo sólo son posibles. ¡Cuántas veces os he oído quejaros de la avaricia de vuestros superiores y de la injusticia de vuestros magistrados! Ahora es el momento no solamente de libraros de ellos, sino incluso de ponernos tan por encima de los mismos, que sean más bien ellos los que tengan que quejarse y dolerse de vosotros, que no vosotros de ellos. Las oportunidades que la ocasión nos brinda pasan volando y, una vez que han pasado, es inútil que tratemos luego de alcanzarlas. Ya veis los prepa­rativos de vuestros enemigos. Adelantémonos a sus planes, y el primero que empuñe las armas saldrá sin duda vencedor, con ruina del enemigo y encumbramiento propio. Con ello, muchos de nosotros alcanzaremos (el honor) la honra de esta victoria, y todos lograremos la seguridad”.

Estas palabras encendieron fuertemente los ánimos, ya de por sí encendidos al mal, de manera que decidieron empuñar las armas una vez que hubieran atraído a más compañeros a sus planes. Y se obligaron con juramento a socorrerse mutua­mente si alguno de ellos era apresado por los magistrados.

Mientras que estos se preparaban a adueñarse del poder, sus planes llegaron a conocimiento de los Señores que, en vista de ello, prendieron en la plaza a un tal Simoncino, por quien tuvieron noticias de toda la conjuración y de cómo pro­yectaban organizar el motín para el día siguiente. Por lo que, una vez conocido el peligro, reunieron a los miembros de los colegios y a los ciudadanos que, junto con los síndicos de las Artes, se preocupaban de la unificación de la ciudad. Pero, antes de que se reunieran, ya se había echado encima la no­che. Aconsejaron éstos a los Señores que se convocara tam­bién a los cónsules de las Artes; y estos a su vez aconsejaron unánimemente que se llamara y se hiciera entrar en Florencia a todas las tropas en campaña, y que los gonfaloneros del pueblo se presentaran por la mañana en la plaza con sus com­pañías armadas.

Mientras se sometía a tortura a Simoncino y, simultánea­mente, se reunían y deliberaban los ciudadanos, un tal Nicolo de san Friano reparaba el reloj del palacio. Este, dándose cuenta de lo que ocurría, apenas volvió a su casa, soliviantó a toda la vecindad, de manera que, en un momento, más de mil hombres armados se reunieron en la plaza del Santo Spirito. La noticia de este motín llegó a los demás conjurados y tam­bién San Pietro Maggiore y San Lorenzo, lugares por ellos de­signados, se llenaron de hombres armados.

Había ya amanecido el día, que era el 21 de julio y en la pla­za no se habían presentado más de ochenta hombres de ar­mas a favor de los Señores. De los gonfaloneros no se pre­sentó ninguno porque, al oír que toda la ciudad estaba en ar­mas, tenían miedo de dejar sus propias casas. Los primeros de la plebe que se presentaron a la referida plaza fueron los que se habían reunido en San Pietro Maggiore. Los soldados no se movieron a la llegada de éstos. Se presentó a continuación el resto de la muchedumbre y, al no encontrar resistencia, re­clamaron con terribles gritos sus prisioneros a la Señoría. Y, para conseguirlos por la fuerza, ya que con las amenazas no se los entregaban, prendieron fuego a la casa de Luigi Guicciar­dini, de manera que los Señores, por miedo a cosas peores, se los entregaron. Una vez que los liberaron, arrebataron el gon­falón o estandarte de la justicia al ejecutor que lo tenía y, enarbolándolo, prendieron fuego a las casas de muchos ciu­dadanos, persiguiendo a todos los que, por motivos públicos o privados, eran objeto de su odio. Muchos ciudadanos, para vengarse de ofensas personales, los encaminaron a casas de sus enemigos, ya que para ello bastaba sólo con que una voz gritara en medio de la multitud: “¡a casa de fulano!”, o que el que llevaba el gonfalón se dirigiera hacia allí. Se prendió fuego también a todas las escrituras del Arte della Lana. Después de haber cometido muchos desmanes, para paliarlos con algunas obras plausibles, nombraron caballeros a Silvestro de Medici y hasta otros sesenta y cuatro ciudadanos. Entre ellos estaban Benedetto y Antonio degli Alberti, Tommaso Strozzi y otros que eran partidarios suyos, aunque a muchos los obligaron por la fuerza. Entre estos hechos cabe señalar el de que a mu­chos que les habían quemado sus casas, luego, en el mismo día (tan de mano iban el beneficio y el daño), ellos mismos los nombraron caballeros. Esto es lo que ocurrió a Luigi Guicciar­dini, gonfalonero de justicia.

En medio de tantos desórdenes, los Señores, al verse aban­donados por las gentes de armas, por los jefes de las Artes y por sus propios gonfaloneros, estaban asustados, pues nadie había acudido en su auxilio de acuerdo con las órdenes recibi­das y, de los dieciséis gonfalones, solamente la enseña del León de oro y de la Ardilla, enarboladas por Giovenco della Stufa y por Giovanni Cambi, hicieron su aparición. Pero tam­poco éstos permanecieron mucho tiempo en la plaza, pues, al ver que nadie los seguía, se marcharon también.

Por otra parte, los ciudadanos, viendo la furia de aquella desatada muchedumbre y que el palacio había sido abando­nado, unos decidieron quedarse encerrados en sus casas mientras que otros prefirieron incorporarse a la turba armada para poder de esa manera, mezclados con ella, defender sus propias casas y las de sus amigos. De esta manera, se venía a acrecentar la fuerza de aquellos y a menguar la de los Señores.

Duró este tumulto todo el día y, al caer la noche se detuvie­ron junto al palacio de micer Stefano, detrás de la iglesia de San Bernabé. Su número pasaba de seis mil y, antes de que amaneciera, hicieron, mediante amenazas, que las Artes les enviaran sus enseñas. Entrada la mañana, marcharon al pala­cio del corregidor o Podestá llevando al frente el gonfalón de la justicia y las enseñas de las Artes; y, como el corregidor se negara a entregarles el palacio, lo atacaron y le obligaron a ceder.

Los señores, viendo que no podían contenerlos por la fuer­za, trataron de hacerles comprender que estaban dispuestos a pactar con ellos y, llamando a cuatro hombres de sus Colegios, los mandaron al palacio del corregidor a informarse de cuáles eran las intenciones de aquellos. Allí pudieron éstos ver que los jefes de la plebe, en unión de los síndicos de las Artes y de algunos otros ciudadanos, habían decidido ya lo que iban a exigir a la Señoría. Volvieron, pues, acompañados por cuatro delegados de la plebe, con estas peticiones concretas: que el Arte de la Lana no pudiera continuar teniendo un juez foraste­ro; que se crearan tres nuevas corporaciones de Artes, una para los cardadores y tintoreros, otra para los barberos, juboneros, sastres y análogas artes mecánicas, y la tercera para el pueblo menudo; y para estas tres nuevas Artes siempre hubie­ra dos Señores, mientras que habría tres para las catorce Artes menores; que la Señoría proveyera sedes donde pudieran re­unirse estas Artes nuevas; que ningún perteneciente a estas Artes pudiera ser obligado en el término de dos años a pagar ninguna deuda inferior a cincuenta ducados; que la Deuda pública anulara sus intereses y sólo se restituyeran los capita­les; que fueran amnistiados todos los confinados y condena­dos, y los amonestados recobraran el derecho a desempeñar cargos. Aparte de todo esto, pidieron otras muchas cosas a favor de sus particulares protectores así como, por el contra­rio, pretendieron que muchos de sus enemigos fueran confi­nados y amonestados.

Estas exigencias, aunque deshonrosas y gravosas para la república, por temor a otras cosas peores, fueron en seguida aprobadas por los Señores, por los colegios y por el Consejo del pueblo. Pero, si se quería que tuvieran validez, era necesa­rio también que se aprobaran en el Consejo municipal. Y, co­mo no se podían reunir en un solo día los dos Consejos, fue necesario esperar al siguiente. De todos modos, pareció que por el momento las Artes quedaban contentas y la plebe sa­tisfecha, y prometieron que, una vez ultimada la ley, termi­narían todos los motines.

Llegada luego la mañana, mientras el Consejo municipal es­taba deliberando, la muchedumbre, impaciente y voluble, se personó en la plaza enarbolando las acostumbradas enseñas y con tal alto y espantoso griterío que hicieron asustarse a todo el Consejo de los Señores. Por ello uno de los Señores, Guerriante Marignolli, impulsado más por el temor que por ningún otro sentimiento personal, so pretexto de vigilar la puerta desde abajo, bajó y huyó a su casa. Pero al salir no pudo ca­muflarse tan bien para que no ser reconocido por la muche­dumbre, aunque no se le hizo daño alguno; sólo que la mu­chedumbre, apenas lo vio, comenzó a gritar que todos los Se­ñores abandonaran también el palacio y que, si no, matarían a sus hijos y prenderían fuego a sus casas.

Mientras, se había aprobado ya la ley y los Señores se hab­ían retirado a sus habitaciones. Los del Consejo, que habían bajado abajo pero sin salir fuera, andaban por el pórtico y por el patio, perdidas ya sus esperanzas de poder salvar la ciudad al ver tanta deslealtad en la muchedumbre y tanta maldad o tanto temor en quienes habrían podido frenarla o dominarla. También los Señores se hallaban desconcertados y desconfia­ban de la salvación de la patria, viéndose abandonados por uno de sus propios miembros y sin que un solo ciudadano acudiera a prestarles ayuda, ni siquiera a darles ánimo. Es­tando, pues, vacilantes sobre lo que podrían o deberían hacer, micer Tommaso Strozzi y micer Benedetto Alberti, ya sea que los moviera la propia ambición deseando quedar dueños del palacio, o ya fuera porque creían obrar bien así, los persuadie­ron a ceder a las presiones del pueblo y volverse a sus propias casas como simples ciudadanos.

Esta propuesta, viniendo como venía de quienes habían si­do jefes del motín, llenó de indignación a dos de los Señores, Alamanno Acciaiuoli y Niccolo Bene, aunque los demás cedie­ran. Y, recobrando un poco de su valor, dijeron que, si los de­más se querían marchar, ellos no podían impedirlo pero que, por su parte, no estaban dispuestos a renunciar a sus cargos antes de que se cumpliera el término de los mismos, a menos de perder también la vida. Esta disconformidad de opiniones aumentó en los Señores el miedo y en el pueblo la irritación, hasta el punto de que el gonfalonero, prefiriendo acabar su magistratura con desdoro antes que con peligro, se entregó a Tommaso Strozzi, quien lo sacó de palacio y lo llevó hasta su casa. También los demás Señores, uno tras otro, se fueron de manera semejante; por lo que a Alamanno y Niccolo, viendo que se habían quedado solos, y para que no se les considerara más valientes que prudentes, se marcharon también. El pala­cio quedó así en manos de la plebe y de los Ocho de la guerra, que todavía no habían cesado en sus cargos.

Cuando la plebe entró en el palacio, llevaba en sus manos la enseña del gonfalonero de justicia un tal Michele di Lando, cardador de lana. Este, descalzo y semidesnudo, subió a la sala llevando tras de sí a toda la muchedumbre y, cuando llegó a la sala de audiencias de los Señores, se detuvo y, volviéndose hacia la muchedumbre, dijo: “Ya lo veis: el palacio es vuestro y la ciudad está en vuestras manos. ¿Qué os parece que haga­mos ahora?”. Y todos le respondieron que querían que fuera gonfalonero y Señor y que los gobernase a ellos y a la ciudad como mejor le pareciera. Aceptó Michele la Señoría pero, co­mo era hombre inteligente y prudente y que debía más a la naturaleza que a la suerte, decidió pacificar la ciudad y acabar con los tumultos. Y, para tener ocupado al pueblo y darse tiempo a sí mismo para poder ordenar las cosas, mandó que se buscara a un tal señor Nuto, a quien micer Lapo di Castiglionchio había hecho alguacil mayor (jefe de policía); y la mayor parte de los que lo rodeaban se fueron a cumplir su encargo.

Para comenzar con justicia el gobierno que se le había con­fiado, hizo ordenar públicamente que nadie incendiara o sa­queara cosa alguna y, con el fin de infundir miedo a todos, plantó horcas en la plaza.

Dando comienzo a sus reformas (del Estado), destituyó a los síndicos de las Artes y nombró otros nuevos, privó de la magistratura a los Señores y a los Colegios, y quemó las bolsas destinadas a la elección de cargos. Entre tanto, la muchedum­bre había arrastrado hasta la plaza al señor Nuto y lo había colgado por un pie en una de aquellas horcas. En un mo­mento, puesto que todos y cada uno de los que estaban a su alrededor le iban arrancando pedazos, no quedó de él más que dicho pie.

Por otra parte, los Ocho de la guerra, pensando que con la marcha de los Señores se habían quedado ellos dueños de la ciudad, habían nombrado ya a los nuevos señores. Michele, presintiendo esto, mandó a decirles que desalojaran inmedia­tamente el palacio, pues quería demostrarles a todos que sa­bía gobernar Florencia sin necesidad de su consejo. Hizo luego reunir a los síndicos de las Artes y organizó la Señoría con cua­tro miembros del pueblo menudo, dos para las Artes mayores y otros dos para las menores. Hizo además un nuevo censo y distribuyó los cargos del poder del Estado en tres partes, dis­poniendo que una de dichas partes correspondiera a las Artes nuevas, otra a las menores y la tercera a las mayores. Conce­dió a micer Silvestro dei Medici el usufructo de las tiendas del Ponte Vecchio y retuvo para sí la corregiduría de Empoli; y concedió otros muchos beneficios a muchos ciudadanos ami­gos de la plebe, no tanto para recompensarlos por su cola­boración como para que lo defendieran siempre contra sus enemigos.

Estimó la plebe que Michele di Lando, al reformar el go­bierno del Estado, se había mostrado excesivamente favorable a los más ricos y que a ella no le había cabido en dicho go­bierno todo lo que necesitaba para mantenerse en el mismo y poder defenderse; de modo que, impulsados por su acostum­brada audacia, tomaron las armas y, en forma tumultuosa, se presentaron en la plaza enarbolando las enseñas y pidiendo que los Señores bajaran a la escalinata para discutir con ellos de nuevo los asuntos relativos a su seguridad y a su bienestar. Michele, viendo la arrogancia de los mismos y para no irritar­los más, pero sin escuchar sus pretensiones, censuró su modo de pedir las cosas y los exhortó a deponer las armas, pues sólo así se les concedería lo que por la fuerza no se les podía con­ceder sin menoscabo de la autoridad de la Señoría. Por todo ello, la multitud, irritada contra los del palacio, se retiró a San­ta Maria Novella, donde nombraron por su cuenta ocho jefes con sus subalternos y con otras atribuciones, que les conferían autoridad y respeto; de manera que había dos Estados y la ciudad tenía ahora dos gobiernos distintos.

Estos nuevos jefes decidieron que en el palacio hubiera siempre al lado de los Señores ocho miembros elegidos por sus propias Artes y que todos los acuerdos que tomará la Se­ñoría deberían ser confirmados por ellos. Quitaron a micer Silvestro dei Medici y a Michele di Lando todo lo que en ante­riores decisiones se les había concedido y asignaron cargos a muchos de los suyos, con subvenciones para que pudieran desempeñarlos con dignidad. Una vez tomadas estas decisio­nes, para darles validez, enviaron a dos de los suyos a la Se­ñoría para pedir que los Consejos se las confirmaran, y con el propósito de conseguirlo por la fuerza si de grado no lo conse­guían. Estos, con gran audacia y mayor presunción, expusieron su embajada a los Señores y echaron en cara al gonfalonero la dignidad que ellos mismos le habían conferido y el honor que le habían hecho, así como la mucha ingratitud y las pocas con­sideraciones con que él los había tratado. Pero como, al ter­minar el discurso, pasaran a las amenazas, no pudo Michele soportar tanta arrogancia y, considerando más el cargo que desempeñaba que su propia ínfima condición, decidió poner freno con medios extraordinarios a aquella extraordinaria in­solencia; y, sacando la espada que llevaba ceñida, los hirió gravemente y luego los hizo atar y encerrar.

Este hecho, cuando se supo, encendió de ira a toda la mu­chedumbre la cual, pensando que podría obtener con las ar­mas lo que no había conseguido desarmada, empuño furiosa y tumultuosamente dichas armas y se puso en marcha para ir a enfrentarse con los Señores. Por su parte, Michele, temiendo lo que iba a ocurrir, decidió prevenirlo, pensando que resul­taría más honroso atacar que esperar dentro de los muros al enemigo y verse precisado como sus antecesores a huir del palacio con deshonra y vergüenza. Reuniendo, pues, un gran número de ciudadanos que ya habían comenzado a darse cuenta de su error, montó a caballo y, seguido por muchos hombres armados, se dirigió a Santa Maria Novella para com­batir a la plebe.

La plebe que, como arriba dijimos, había tomado parecida decisión, casi al mismo tiempo que Michele y los suyos salían, se puso en marcha a su vez para dirigirse a la plaza; pero la casualidad hizo que sus recorridos fueran distintos y no se encontraran en el camino. Michele, al volver atrás, se en­contró con que la plaza había sido ocupada y se intentaba asaltar el Palacio. Entablando batalla con ellos, consiguió ven­cerlos, expulsando de la ciudad a una parte de ellos y forzando a los otros a deponer las armas y esconderse.

Obtenida la victoria, los tumultos se calmaron sólo por me­rito del gonfalonero, que superó entonces a todos los demás ciudadanos en valor, en prudencia y en bondad, y merece ser citado entre los pocos benefactores de la patria, pues, si hubiera habido en él intención torcida o ambiciosa, la Re­pública habría perdido enteramente la libertad y habría caído en una tiranía mayor que la del duque de Atenas. Pero su hon­radez hizo que no le pasara nunca por la mente pensamiento alguno contrario al bien público, y su prudencia le permitió llevar las cosas de manera que fueron muchos los que se pu­sieron de su parte, y pudo dominar a los otros con las armas. Todas estas cosas hicieron desconcertarse a la plebe e hicie­ron meditar a los mejores artesanos y considerar el desdoro que suponía para quienes habían domeñado la soberbia de los grandes el tener que soportar el hedor de la plebe.

Cuando Michele obtuvo esta victoria contra la plebe, se había formado ya la nueva Señoría. En ella figuraban dos indi­viduos de tan vil e infame condición, que se acrecentó en los ciudadanos el deseo de librarse de tal vergüenza. Hallándose, pues, la plaza llena de gente armada cuando los Señores to­maban posesión de sus magistraturas el día primero de sep­tiembre, apenas salieron del palacio los Señores se alzó tumul­tuosamente entre los armados el grito de que no querían en­tre los señores nadie del pueblo bajo. De modo que la Señoría, para satisfacerles, privó de la magistratura a aquellos dos, unO de los cuales se llamaba Tria y el otro era el cardador Barocco; en su lugar eligieron a Giorgio Scali y Francesco di Michele. Anularon también el Arte o corporación del pueblo bajo y a sus inscritos los privaron de los cargos, excepto a Michele di Lando y a Lorenzo di Puccio y algunos otros más cualificados. Dividieron los cargos en dos partes iguales, una de las cuales asignaron a las Artes mayores y la otra a las menores; pero decidieron que entre los Señores hubiera siempre cinco arte­sanos pertenecientes a las Artes menores y cuatro a las mayo­res, y que el cargo de gonfalonero correspondiera unas veces a uno de esos miembros y otras veces a otro. El gobierno así establecido consiguió por el momento calmar la ciudad; pero aunque se logró privar del mando de la República a la plebe, los artesanos resultaron más poderosos que los nobles, quie­nes se vieron obligados a ceder y a contentar a las Artes para quitar al pueblo bajo el favor de estas.

Todos estos hechos fueron favorecidos también por quie­nes deseaban que quedaran postrados los que, con el nombre de partido güelfo, tan duramente habían ofendido a muchos ciudadanos. Y como, entre los que habían favorecido el nuevo tipo de gobierno, figuraban micer Giorgio Scali, micer Bene­detto Alberti, micer Silvestro dei Medeci y micer Tommaso Stozzi, estos se convirtieron casi en dueños de la ciudad. Esta disposición y organización de las cosas confirmó la ya iniciada rivalidad entre los ciudadanos notables y las Artes menores, rivalidad motivada por las ambiciones de los Ricci y de los Albizzi. Puesto que de estas divisiones se siguieron luego, en diversos momentos, gravísimos efectos, y más de una vez habremos de hablar de ellos, llamaremos a uno de estos par­tidos popular y al otro plebeyo. Duró este estado de cosas tres años y estuvo saturado de destierros y muertes, por lo que los gobernantes vivían en grave alarma, siendo muy grande el número de descontentos tanto dentro como fuera de la ciu­dad. Los descontentos de dentro tramaban, o se creían que tramaban, revoluciones todos los días; y los de fuera, sin mie­do alguno que los frenase, sembraban toda suerte de des­órdenes, ya en un sitio ya en otro, unas veces por medio de algún príncipe y otras por medio de ciertas repúblicas.

Uruguay: El cerrojo progresista

Uruguay: El cerrojo progresista
Ernesto Herrera 17/03/2018

8 de marzo de 2018. “Todas juntas”. Portadas de diarios y noticieros televisivos dan cuenta de la enorme demostración. Las redes sociales explotan de feminismo. Gobernantes y opositores se tiñen de morado. Más de 200 mil mujeres (y hombres) tapizan un largo tramo de la principal avenida de Montevideo. Cientos de videos difunden las imágenes del caleidoscopio. Impresionante.

Las demandas de género y equidad tienen como destinatarios los poderes del Estado (gobierno parlamento, justicia). La espantosa ola de femicidios y la imparable “violencia doméstica” (que afectan sobre todo a mujeres jóvenes, trabajadoras y pobres), agregan la cuota de indignación y de rabia. Al paso de la marcha, en una pantalla gigante del Impo (Centro de Información Oficial) se lee que Uruguay “es el país con el índice de asesinatos de mujeres más alto del mundo”. Lo que vendría a contrariar cifras de Naciones Unidas y CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), que hablan de “un país con poca violencia de género”. (1)

La “brecha salarial” figura entre los tantos reclamos. Aunque “se viene reduciendo paulatinamente”, la desigualdad es un insulto: las mujeres ganan un promedio de 23,9% menos que los hombres por la misma tarea. Lo que implica nada menos “que si un hombre y una mujer comenzaran a trabajar el 1° de enero en el mismo cargo, la mujer cobraría a partir del 28 de marzo, por lo que trabajaría gratis los primeros 87 días del año”. (2)

Los contrastes en las proclamas leídas en el curso de la Marcha, no disminuyen la intensidad del “fenómeno social”. Reafirman la fertilidad del movimiento de mujeres que se adueña del espacio público. Aún si “puertas adentro” del feminismo militante se expresan “diferencias ideológicas y generacionales” que “reeditan el histórico debate entre la autonomía, la institucionalización y el rol del Estado”. (3)

Infelizmente, la Huelga Internacional de Mujeres no tuvo el mismo eco. Mientras que en algunos lugares se paralizaron las actividades total o parcialmente (salud pública, liceos públicos, Universidad de la República, y pocos del sector privado), la inmensa mayoría de las trabajadoras no pudieron acompañar la convocatoria. Aun con sindicalización, las asalariadas de fábricas, panaderías, tiendas, restaurantes, farmacias, shoppings, supermercados, empleo doméstico, limpieza subcontratada, call centers, celebraron el 8 de Marzo trabajando.

Ellas, también, exigen respeto, quieren ser libres, vivir sin miedos. Si bien no estuvieron en la Marcha, ni hicieron la Huelga. Se entienden las razones: integran ese 70% de “sectores populares” imposibilitado de realizar los “paros parciales”, que decreta el aparato del PIT-CNT. (4)

Constatación insoslayable. La crítica de la opresión patriarcal, la reivindicación de los derechos de género, y por tanto, la emancipación de la mujer, son inseparables de la lucha de clases. Sin alterar las relaciones de fuerza entre trabajo y capital, sin desafiar el despotismo patronal, sin eliminar las condiciones de empleo precario y miseria salarial, sin derrotar la amenaza del despido, sin barrer el acoso machista del lugar de trabajo, la “condición femenina” continuará en estado de subordinación. Mucho peor para trabajadoras, solas o jefas de hogar, cuyo ingreso promedio apenas supera un salario mínimo mensual de 430 dólares.

De todas maneras, es cierto que la Marcha de las Mujeres pese a sus diferencias y limitaciones comparte el podio junto a la Marcha del Silencio (20 de mayo), y a la Marcha de la Diversidad Sexual, (28 de setiembre). Son las únicas manifestaciones realmente masivas que sacuden, tres veces al año, la apatía política.

Aunque sean muy distintas. Por origen, identidades, reivindicaciones. La Marcha del Silencio (5) convocada por Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, reclama Verdad y Justicia. Exige, incansablemente, el fin de la impunidad, el castigo a los criminales del terrorismo de Estado. (6) Aunque la burla del gobierno persista. (7)

La Marcha de la Diversidad Sexual, convocada por colectivos LGTBI, feministas y culturales, ONGs e instituciones oficiales, resalta derechos conquistados, avances legales, y alerta sobre discriminaciones enquistadas. Muestra un alto componente juvenil. Aunque desde hace unos años, se nota un sesgo de marketing político progresista.

No obstante distintas, convergen en ellas rasgos comunes. Son pacíficas, inclusivas, tolerantes. Revalorizan solidaridades. Si bien ninguna establece barreras de clase, ni levanta consignas anticapitalistas, ni pretende subvertir lo establecido. Es decir, no está en sus intenciones desafiar el orden del capital, ni la “autoridad legítima” del Estado y sus instituciones.

Lejos de una crítica sectaria, se trata de un dato de la realidad. Las tres Marchas presentan una nítida fotografía del país progresista. Dónde las diversas “agendas democráticas” de la “sociedad civil”, superan, largamente, los índices de “conflictividad laboral” y las plataformas “clasistas” del “movimiento obrero organizado”. Bastaría una simple comparación: el PIT-CNT dice contar con alrededor de 400 mil afiliados (30% de los/as asalariados/as con “empleo formal”), sin embargo, desde hace muchos años, no logra reunir a 5 mil trabajadores en el acto central del 1° de Mayo. La Plaza Mártires de Chicago a medio llenar. Los parques repletos. Tal cual una jornada de asueto familiar.

Horizonte infranqueable

La resistencia social existe. Es defensiva. La cartelera de luchas da cuenta de ello. Movilizaciones por los Consejos de Salarios (negociación tripartita entre gobierno, empresarios y sindicatos); protestas contra el “modelo extractivista” y en defensa del agua; trabajadores rurales que exigen el cumplimiento de la “ley de 8 horas” y el cese de la represión patronal; familiares de adolescentes presos que testimonian las torturas que aplican los funcionarios sindicalizados del Inisa (Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente); clasificadores de basura que reclaman dignificar su tarea; escraches a los impunes del terrorismo de Estado; mujeres en alerta que denuncian la violencia de género; reclamos por mayor presupuesto para la salud, educación y vivienda.

Pancartas y grafitis callejeros aluden al “ajuste fiscal”, las “rebajas salariales”, a la privatización y tercerización de servicios públicos, y a la corrupción (comprobada) en la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE). Parece que gobernara el “neoliberalismo salvaje”.

Algunas de esas luchas han sido, masivas, radicales. Como la de maestros/as y profesores/as en el invierno de 2015. Tabaré Vázquez les decretó la “esencialidad de los servicios” que prohíbe la huelga. El Director Nacional del Trabajo era Juan Castillo, ex dirigente del PIT-CNT, hoy secretario general del Partido Comunista de Uruguay (PCU). Fueron reprimidos por las brigadas antimotines de la Guardia Republicana. Perdieron en esa ocasión y sus organizaciones quedaron debilitadas. Cumpliéndose así el propósito (hecho público ante los medios) de José Mujica: a los sindicatos de la enseñanza “hay que hacerlos mierda”. Aunque el 1° de marzo de 2010, ya posesionado como jefe de Estado, le anunciaba al Parlamento sus tres principales objetivos: “educación, educación, educación”. Una radiante Hillary Clinton lo aplaudía de pie.

Los sindicatos de la enseñanza continúan peleando. Igual que miles de trabajadores/as. Sin embargo, las aspiraciones de “salario digno” y “justicia social“, no agrietan eso que muchos comentaristas llaman “hegemonía progresista”, la cual, en verdad, funciona como cerrojo ideológico y programático. Donde la perspectiva de emancipación social y el “ir más allá” quedan encerrados en las dos premisas fundamentales que definen el “cambio posible”: aceptación del capitalismo y colaboración de clases. Las demandas tienen un límite: el horizonte infranqueable.

Dicho en palabras del jefe de los tupamaros oficiales. Por un lado, la economía capitalista “es una herramienta de la prosperidad económica.” (8) Imposible de vencer “con decretos o con decisiones meramente políticas. Es un cambio de época. Utilizamos los recursos del capitalismo con el máximo de inteligencia para tratar de tener sociedades mucho más calificadas”. (9) Por el otro, “las discusiones sindicales no pueden ser solo sobre salarios (…) El trabajador se tiene que ir empezando a envolver de las dificultades y los logros que tienen las empresas para exigir que caminen y que además se reinvierta. No podemos permanecer tan distantes de las vicisitudes que significa la peripecia de una empresa, cuando está en juego tanta cosa”. (10)

La profesora Alma Bolon ya lo había apuntado lucidamente. Mujica no es solamente “héroe de la más exitosa operación mediático-ética de la que haya registro en estas tierras”; sino “el regalo con el que la derecha uruguaya nunca se había atrevido a soñar”. (11) Tiempo después de estas lapidarias afirmaciones, un índice del Instituto Fraser con apoyo del Centro de Estudios para el Desarrollo, un think thank de corte liberal, certificaba que la adscripción del antiguo guerrillero a las “reglas” del mercado es absolutamente sincera: durante su presidencia (2010-2015), el país consiguió el “mayor grado de libertad económica”. (12)

Las consecuencias de esta espantosa metamorfosis de la “izquierda histórica” son aplastantes. Entierran principios. Borran antagonismos entre pobres y ricos. Domestican conciencias. No hay clases irreconciliables. La “cultura obrera” cede lugar al “status de clase media”. La lucha de clases se vuelve un juego de intercambios negociados o de “contrapartidas acordadas”. La “convivencia ciudadana” y el “interés nacional” como estandartes. Las percepciones socio-culturales se confunden. Hasta las más elementales.

Los “milicos represores” pasaron a ser la “Policía amiga”. Los efectivos del Ministerio del Interior (que dirige el tupamaro Eduardo Bonomi) aducen sentirse “rehenes” en los “barrios críticos” de la periferia urbana. (13) Vecinos, comerciantes y sindicatos del transporte, los convocan y apoyan. Son el arma institucional para perseguir a los “pobres malos” y, sobre todo, para castigar a los principales “enemigos de la seguridad”: los “adolescentes infractores”. El parte de guerra es un horror. Durante la presidencia de Mujica se profundizó el “Estado punitivo” con aumentos de las penas y más políticas de criminalización social (14); la mayoría de los muertos, heridos y detenidos tiene menos de 35 años; la tasa de población encarcelada es la más alta de América Latina (15), el 62% de los 12 mil “privados de libertad” es menor de 29 años.

La pobreza ya no tiene raíces socio-económicas, sino que es un “problema personal y privado” (16) cuando no consecuencia de un proceso de “lumpenización” y “favelización”. Un alto porcentaje de personas (muchísimas votantes del Frente Amplio) critican los planes sociales, piensan que lo que se hace para bajar la pobreza “es más de lo necesario”. (17) Sin molestarse en saber que las “transferencias monetarias directas” a los hogares más pobres apenas representa 0,2% del Presupuesto Nacional; ni que 350 mil personas (11% de la población total del país) todavía sobreviven en el “núcleo duro” de la “pobreza estructural”. Desde la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) dicen que el “país igualitario” muestra signos de fractura. (17)

El PIT-CNT coopera con los “proyectos productivos”. Respalda la inversión privada, local y extranjera. Los sindicatos de la Construcción y Metalúrgicos (dirigidos por el Partido Comunista), admiten la instalación de la tercera “mega-fábrica” transnacional de pasta de celulosa: “genera empleos y masa salarial”. No importan la contaminación medio-ambiental, las exoneraciones fiscales, ni que las “obras de infraestructura vial” sean pagadas por el Estado. (18) En todos los casos mejor. Es la ley de “Participación Público-Privada” que, al fin, empieza a derramar “crecimiento económico”. Porque hasta ahora, solo se había concretado un solo emprendimiento: la construcción de una “cárcel modelo” con 1.800 plazas, donde los presos comerán pescado hasta ¡dos veces por semana!

Los gobiernos del Frente Amplio aceleraron la contrarrevolución agraria. Los propietarios del agronegocio la definen como una “revolución sorprendente” (19) Editorialistas liberales son más punzantes en el juicio. El gobierno Mujica, “será recordado por no haber concretado los desastres que los tupamaros proponían hace cuatro décadas (…) “No hay ‘reforma agraria’ (salvo la que desarrollaron con indudable éxito los empresarios brasileños en el campo uruguayo), la banca privada es toda extranjera, las relaciones con el FMI son excelentes, las multinacionales y el capital extranjero no sólo son bienvenidos sino que han sido llamados con desesperación por el liderazgo tupamaro (…) y la ‘extranjerización de la tierra’ se expandió como pocas veces en la historia del Uruguay durante los dos gobiernos del Frente Amplio”. (20) Ayuda memoria: Mujica ejerció como Ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca (2010-2014) en el primer mandato de Vázquez.

En este cuadro, los sindicatos de trabajadores rurales denuncian la sobreexplotación, los salarios de hambre, la persecución sindical, las agresiones físicas, las deplorables condiciones laborales. Y luchan. Aunque la tasa de sindicalización ronde apenas el 6%. Reclaman fomento de producción, libre de transgénicos, destinada al mercado interno, financiación de cooperativas. Es decir, proponen otro modelo de “acceso a la tierra”. Sin embargo, “reforma agraria” y “expropiaciones” están ausentes de la extensa lista de “reivindicaciones inmediatas”. (21)

¿Ciclo o paréntesis?

1° de marzo de 2018. Ya no hay entusiasmo. Ni multitudes tomando las calles para saludar a Tabaré Vázquez, el “compañero presidente”. Como ocurría 13 años atrás, cuando el Frente Amplio asumía el gobierno nacional por primera vez. Esta vez, el progresismo optó, para “defender su gestión”, por “una nueva estrategia de comunicación”: la Cadena Nacional de Radio y Televisión. Sin barullo militante ni ondear de banderas. Así los votantes meditan atentos en sus casas.

Simultáneamente, la tropa de choque aprueba sin chistar. Tanto el contenido como la modalidad. Son los miles de “cuadros políticos” y sindicalistas que se reciclaron como “gestores/administradores” del aparato de Estado. Para empujar “más a la izquierda”. Y que siguen atornillados en sus “cargos de confianza política”. Hace rato que abandonaron la tesis de “rumbo en disputa”. Sus principales instigadores, el Movimiento de Participación Popular (MPP) y el Partido Comunista, la tacharon del diccionario. Defienden su cuota de poder en la “nueva elite gobernante”. Ejerciendo clientelismo, comprando Ongs, traficando influencias, usando dineros públicos. Haciendo carrera como capa social privilegiada.

Más de una década después de aquel “cimbronazo político” que prometía, según Tabaré Vázquez, un “camino de transformaciones” que haría “temblar las raíces de los árboles” el resultado es, cuando mucho, avaro. Incluso desde una mirada “reformista”.

Leyes de protección laboral; derechos sindicales; “recuperación salarial” (entre 2005-2013); reducción de la pobreza y la indigencia (entre 2005-2015); “agenda de nuevos derechos” (despenalización del aborto, legalización de la marihuana, matrimonio igualitario). En fin, 600 mil personas (27% de la población) integradas al “confortable” consumo de “clase media”.

No obstante, las “asignaturas pendientes” superan la lista de materias aprobadas. A pesar de una década con record histórico de “crecimiento económico”, el desempleo abierto se ubica en 8,5%. “Y lo que es más revelador de la precariedad estructural de nuestra economía, casi la mitad de la fuerza de trabajo percibe una remuneración inferior a los 600 dólares mensuales”. (22) Alrededor de 185 mil personas habitan los “asentamientos irregulares”. Las 15 mil viviendas populares que Mujica prometió en el marco de su “generoso” Plan Juntos, fueron menos de 3 mil al final de su mandato. En las “zonas vulnerables” donde predominan las “necesidades básicas insatisfechas”, el desempleo juvenil alcanza 25% y el embarazo adolescente se reproduce a tasas alarmantes. Apenas 2% de los “hijos de clase trabajadora” accede a la Universidad. En la enseñanza pública, 6 de cada 10 alumnos no completa los seis años del ciclo secundario. .

El programa económico, certificado por las Instituciones Financieras Internacionales en junio de 2005, en la ciudad de Washington, está vigente. Las ataduras a las condiciones que impone la “mundialización” capitalista, también. La fraudulenta deuda externa se paga puntualmente. Al final, el progresismo resultó un “cambio posible”…en la misma dirección.

Por tanto, es una exageración hablar de dos “ciclos” o de dos “eras”. Neoliberalismo y “pos-neoliberalismo” convergen en la misma lógica. La prosa “neo-desarrollista” apenas un eufemismo que no modifica la ecuación. La “matriz” fue diseñada por los gobiernos de coalición entre colorados y blancos en la “década perdida” de 1990 y así continúa. Los pilares son los mismos. Ley Forestal; Ley de Inversiones; Ley de Zonas Francas; Sistema de Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional (Afap); Ley de Puertos. Cuando el Frente Amplio, era oposición de izquierda, se opuso a este proceso de contrarreformas neoliberales, promoviendo en algunos casos plebiscitos y referéndums. Ninguna fue derogada en estos 13 años.

El “ciclo progresista” consistió, justamente, en más continuidad. Desregulación financiera; desnacionalización de la producción y de la comercialización de los rubros exportables: soja (100% transgénica), carne, arroz, trigo, lácteos; concentración-extranjerización de la tierra; multiplicación del régimen de zonas francas; exoneraciones tributarias a las multinacionales de celulosa y mineras; privatizaciones y subcontrataciones.

Los sucesivos gobiernos del Frente Amplio le agregó: Impuesto a la Renta de las Personas Físicas (IRPF), primer mandato de Vázquez; ley de “Participación Público-Privada” (PPP) y ley de “Inclusión Financiera”, mandato de Mujica (23); privatización-tercerización de áreas y servicios del Banco de la República (BROU), segundo mandato de Vázquez.

La agenda económica no contempló, en ningún momento, una real distribución de la riqueza. La “rentabilidad” empresarial siempre estuvo a cubierto de los vaivenes “cíclicos” de la economía. En todo caso, el progresismo se benefició del paréntesis que abrió la “bonanza” de los commodities (entre 2004-2001), para “ocultar el “conflicto distributivo” y generar recursos de inversión pública y financiamiento del proceso asistencialista de las políticas sociales. Aunque el monto destinado a esas políticas nunca haya alcanzado el 0,4% del PBI. (24)

Desde el vamos, la política económica fue una sola. Coherente. Jamás estuvo “en disputa”. Ni hubo tire y afloje entre “dos equipos económicos”. Las directrices fueron marcadas por su principal teórico y ejecutor: el solvente Danilo Astori. El historiador y politólogo Gerardo Caetano, a quién nadie puede tildar de “radical” o desinformado, lo describe con precisión. “Me causa mucha gracia cuando me dicen que Astori es el gran perdedor en la interna frenteamplista. En los tres gobiernos frenteamplistas, luego del presidente, ha sido sin duda el hombre más poderoso en estos 11 años. Vázquez lo ha respaldado siempre o casi siempre y Mujica, aun cuando lo ha discutido, a la hora de la verdad también lo respaldó. Entonces la mera discusión de la política económica del gobierno frenteamplista se ha convertido en un tabú”. (25) Lo continúa siendo, aun si de vez en cuando hay griterío y rabieta. Y muchos militantes se sientan desconcertados. Incómodos.

Partido de Estado

Nadie pretendía, o siquiera imaginaba, que el Frente Amplio sería un gobierno de “ruptura anticapitalista”. Que fuera a poner en tela de juicio las “relaciones sociales de producción” o que demolería las instituciones del régimen burgués de dominación política. Tampoco que asumiría una postura soberanista ante la prepotencia del “campo imperialista”. De hecho, está a favor de firmar Tratados de Libre Comercio con el que sea. Por ejemplo, es uno de los socios del Mercosur más proclives a concretar, rápidamente, el que se negocia con la Unión Europea.

Su definición estratégica se basó en llegar al poder de Estado, sometiéndose al régimen de “democracia gobernable”. Ya cuando la brutal crisis económico-financiera de 2001-2003, su compromiso fue preciso: “lealtad institucional”. Mientras diversos analistas nacionales internaciones (hasta incluso el FMI) daban que el presidente de entonces, Jorge Batlle (Partido Colorado) estaba “con los días contados”, amortiguó las terribles consecuencias sociales para “no incendiar la pradera”. No hubo saqueos, ni huelgas generales, ni asambleas barriales, ni gente con cacerolas en los ómnibus como en Buenos Aires. Y mucho menos el “que se vayan todos”. Fue el último examen y lo aprobó. El trampolín hacia la victoria electoral de octubre de 2004.

Cierto. El Frente Amplio no llegó al gobierno empujado por una ola de insurgencias populares, ni rebeliones masivas. Es la diferencia con Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela. No estaba obligado a ir por las “reformas estructurales” del programa “antioligárquico” y “antiimperialista” de 1971, cuando su fundación. La reforma agraria, la nacionalización de los bancos privados, la reforma urbana, la nacionalización del comercio exterior, no eran ya una seña programática de la clase trabajadora y sus aliados populares. La crisis de 2001-2003, fue un punto de inflexión. Las demandas bajaron a tierra. El desastroso cuadro socio-económico pincho la “inflación de expectativas”. Había que “recuperar” condiciones de vida soportables. Más de 150 mil trabajadores/as habían perdido el empleo en el sector privado; el salario sufrió una caída del 20%; la pobreza y la indigencia sumaban 39%.

En tal sentido, el progresismo se hizo cargo de la “herencia maldita” sembrada por la “crisis del neoliberalismo”; recompuso en parte el “tejido social”, redujo los índices de “pobreza reciente” y, fundamentalmente, restauró la “normalización” sistémica. Ejerciendo el poder como partido de Estado. O sea, como partido del orden capitalista. Hecho cualitativo y definitorio que los sectores frenteamplistas “desconcertados”, por lo general, omiten de sus análisis. Con mayorías parlamentarias propias (en los dos primeros mandatos) y sin la necesidad de formalizar un gobierno de coalición con la gran burguesía como en el caso del Partido de los Trabajadores en Brasil, el progresismo uruguayo aplicó con prudencia la estrategia de “unidad nacional” a partir de una consistente política de colaboración de clases. Que, debe decirse, contó (y cuenta) con un amplio consentimiento social.

Evidente. La “decadencia ideológica” de la “centroizquierda” fue sorteando etapas. Comenzó con las distintas “actualizaciones programáticas”, con el acceso al gobierno municipal de Montevideo hace 28 años, y con la idea verticalista de que los “cambios” son más eficientes, duraderos y sostenibles, si se realizan “desde arriba”. Desmotivando así cualquier proceso de auto-organización por fuera de lo institucional (partidos, sindicatos, gremios estudiantiles, Ongs cooptadas). Razones que también olvidan los militantes del Frente Amplio que hoy son críticos y se preguntan qué es lo que terminó y qué es lo que comienza. (26) Sin responderse sobre la naturaleza y la función actual del Frente Amplio.

Las fuerzas políticas que deciden en el Frente Amplio y sostienen al gobierno, ya no pueden considerarse “de izquierda”, ni en un sentido práctico ni programático. Su capa dirigente es, esencialmente, un grupo de funcionarios y parlamentarios que viven de los cargos públicos y las nominaciones electorales; que negocia por dentro del aparato de Estado con un conjunto de enemigos de la clase trabajadora (derecha política, poderes mediáticos, corporaciones patronales, instituciones financieras internacionales, gobiernos imperialistas o reaccionarios), Una capa social conservadora que, más allá de sus contorsiones discursivas y espasmódicos “virajes a la izquierda”, es irrecuperable, incluso para una lucha más o menos “reformista”. Su horizonte estratégico es el poder por el poder mismo, su programa está desprovisto de un proyecto de nación soberana y huérfano de cualquier noción de emancipación social.

Obviamente, esto no significa subestimar al Frente Amplio como maquinaria electoral. En este terreno seguirá gravitando. Tanto como su indiscutida capacidad de volver a reclutar votos y voluntades que se inclinan por “lo menos malo” para que “no vuelva la derecha”.

Las conclusiones que resultan de estos 13 años de progresismo en Uruguay, coinciden con las realizadas por Decio Machado y Raúl Zibechi en torno a los llamados “gobiernos nacionales y populares” o “pos-neoliberales” del “ciclo progresista” en América del Sur. “Lo que entró en crisis es un proyecto que buscó administrar el capitalismo realmente existente (o sea extractivo) pero con buenos modales. El resultado de los años dedicados a gerenciar el modelo, fue el ascenso de nuevas proles de gestores que se incrustaron en los altos escalones del Estado, ya sea como en las administraciones centrales, en las empresas estatales en alianza con empresas privadas. La crisis del progresismo devela lo que el discurso pretendió enmascarar: cómo las políticas sociales, bajo el argumento de la justicia social, el combate a la pobreza y la desigualdad, se limitaron a cooptar a los dirigentes populares para intentar domesticar los movimientos de los más pobres”. (27)

La verdadera “disputa”, entonces, pasa por (re)construir “un campo estratégico” de la izquierda socialista y revolucionaria. Y no apenas corregir el “rumbo perdido” de la antigua izquierda. Si la función central del progresismo es la de cerrajero del “potencial anticapitalista” de la clase trabajadora, el desafío de las fuerzas de “intención revolucionaria” es (o debería serlo) la de forjar una vinculación real con las resistencias sindicales y populares, siendo protagonista visible, sin pretensiones vanguardistas, proponiendo alternativas programáticas y estratégicas antagonistas del poder de Estado y de su arquitectura institucional.

Montevideo, 16 de marzo de 2018.

Notas:

1) “Uruguay es un país con poca violencia de género”. La Diaria, edición Fin de Semana, 3-3-2018.

2) “Brecha salarial: las mujeres trabajan 87 días gratis al año”. Informe Equal Pay Day divulgado por el estudio de abogados Ferrere, El País, 8-3-2018.

3) “Esta es mi revolución. El feminismo militante en Uruguay”, Daiana García, Brecha, 9-3-2018, y Correspondencia de Prensa, 9-3-2018.

4) Plenario Intersindical de Trabajadores-Convención Nacional de Trabajadores, central sindical única.

5) La Marcha recuerda el 20 de mayo de 1976, durante la dictadura (1973-1985), cuando fueron asesinados en Buenos Aires los legisladores Zelmar Michelini (Frente Amplio) y Héctor Gutiérrez Ruiz (Partido Nacional), y Rosario Barredo y William Whitelaw (militantes escindidos del movimiento tupamaro). Todos ellos se encontraban exiliados. El crimen fue cometido por militares uruguayos y argentinos en el marco de coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay), conocida más tarde como “Operación Cóndor”.

6) “Las cloacas de la impunidad”. Ernesto Herrera, Rebelión, 22-1-2015 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=194573) y A l´encontre, 6-2-2015 (http://alencontre.org/?s=ernesto+herrera+impunit%C3%A9)

7) “Hasta acá llegamos”, La renuncia de Familiares al Grupo por Verdad y Justicia”, Samuel Blixen, Brecha, 2-3-2018 y Correspondencia de Prensa, 3-3-2018.

8) Almuerzo de Mujica (12-12-2012) con 200 empresarios hoteleros, inmobiliarios y gastronómicos, Actividad organizada por “Destino Uruguay” en el restaurante Boca Chica de Punta del Este. Búsqueda, 27-12-2012.

9) Entrevista a Mujica, diario El Mercurio, Santiago de Chile, 5-1-2014.

10) Entrevista a Mujica, suplemento El Empresario, El País, 5-4-2013.

11) “El 14 de abril”, Ana Bolon, Brecha, 13-4-2012

12) “Uruguay tuvo con Mujica su mayor grado de libertad económica”, Búsqueda, 5-10-2017.

13) “Los policías denuncian sentirse “rehenes” en los barrios críticos”. El País, Montevideo, 9-3-2018.

14) “Seguridad, pobreza y criminalización. La profundización del estado punitivo en Uruguay”, Ana Juanche y Giani Di Palma, Revista Contrapunto, Montevideo, mayo de 2014.

15) “La benevolencia de la izquierda con los criminales es un mito”, entrevista al sociólogo Luis Eduardo Morás en el Semanario Hebreo, Montevideo Portal, 3-3-2018 y Correspondencia de Prensa, 10-3-2018

16) “La pobreza como un problema personal y privado. El ropaje des-socializante de las nuevas políticas sociales”, Bentura, Alonso, Mariatti, Brecha, 2-9-2018.

17) “Es pobre por “su culpa”: la nueva grieta uruguaya”, Tomer Urwicz, El País, 24-9-2017.

18) Ya existen dos gigantescas fábricas pasteras: una de UPM (ex Botnia), transnacional finlandesa, ubicada en la ciudad de Fray Bentos, departamento de Río Negro; y otra de Montes del Plata, propiedad de Arauco y Stora Enso, de origen chileno y sueco-finlandés, ubicada en Conchillas, departamento de Colonia. La segunda de UPM, se instalará cerca de la ciudad de Paso de los Toros, ubicada entre los departamentos de Durazno y Tacuarembó.

19) “Agro. La revolución sorprendente”, Rosanna Dellazoppa, Fin de Siglo, Montevideo, 2014.

20) “Dos años de Mujica”, Claudio Paolillo, Búsqueda, 1-3-2012.

21) “El conflicto del campo en la mirada de los trabajadores. La séptima mochila”, Salvador Neves, Brecha, 9-3-2018, y Correspondencia de Prensa, 10-3-2018.

22) “Hijos de la tierra. Apuntes sobre la economía política del Uruguay”, Gabriel Oyhantçabal. y Rodrigo Alonso, artículo publicado en el libro “Entre: ensayos sobre lo empieza y lo que termina”, Estuario editora, Montevideo, 2017.

23) A propósito del poder de los “servicios financieros” y sus consecuencias económicas y sociales, hay un estudio riguroso de Lena Levinas, investigadora del Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro, “La financierización de la política social: el caso brasileño”, publicado en el sito de Sin Permiso, el 10-10-2015: (http://www.sinpermiso.info/textos/la-financierizacion-de-la-politica-social-el-caso-brasileno)

24) “Modos de ocultar el conflicto distributivo. Focopolítica en Uruguay”, Leticia Pérez, Brecha, 26-8-2016.

25) “El próximo presidente del FA tendrá que hacer varios parricidios”, entrevista a Gerardo Caetano, Brecha, 22-7-2016, y Correspondencia de Prensa, 23-7-2016.

26) Un resumen de las posiciones de estos sectores críticos, la expone el sociólogo Gabriel Delacoste en una entrevista titulada “La decadencia del progresismo no es electoral sino ideológica”, Brecha, 9-2-2018. Lacoste integra el colectivo de jóvenes académicos y activistas de diversas redes sociales, militantes del Frente Amplio, que publicaron el libro citado en la nota 22.

27) “Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo”. Decio Machado y Raúl Zibechi, Ediciones desde abajo, Bogotá, 2016.

Primera carta a las izquierdas

Primera carta a las izquierdas
Por Boaventura de Sousa Santos *

No pongo en cuestión que exista un futuro para las izquierdas, pero su futuro no será una continuación lineal de su pasado. Definir lo que tienen en común equivale a responder la pregunta: ¿qué es la izquierda? La izquierda es un conjunto de posiciones políticas que comparten el ideal de que los seres humanos tienen todos el mismo valor, y que son el valor más alto. Ese ideal es puesto en cuestión siempre que hay relaciones sociales de poder de-sigual, esto es, de dominación. En este caso, algunos individuos o grupos satisfacen algunas de sus necesidades transformando a otros individuos o grupos en medios para sus fines. El capitalismo no es la única fuente de dominación, pero es una fuente importante.

Las diferentes comprensiones de este ideal produjeron diversas fracturas. Las principales fueron respuestas opuestas a las siguientes preguntas. ¿Puede el capitalismo ser reformado para mejorar la suerte de los dominados, o esto sólo es posible más allá del capitalismo? ¿La lucha social debe ser conducida por una clase (la clase obrera) o por diferentes clases o grupos sociales? ¿Debe ser conducida dentro de las instituciones democráticas o fuera de ellas? ¿El Estado es, en sí mismo, una relación de dominación, o puede ser movilizado para combatir las relaciones de dominación?
Las respuestas opuestas a estas preguntas estuvieron en el origen de violentas fracturas. En nombre de la izquierda se cometieron atrocidades contra la izquierda; pero, en su conjunto, las izquierdas dominaron el siglo XX (a pesar del nazismo, el fascismo y el colonialismo) y el mundo se volvió más libre e igualitario gracias a ellas. Este siglo corto de las izquierdas terminó con la caída del Muro de Berlín. Los últimos treinta años fueron marcados, por un lado, por una gestión de ruinas y de inercias y, por el otro, por la emergencia de nuevas luchas contra la dominación, con otros actores y otros lenguajes que las izquierdas no pudieron entender.
Mientras tanto, liberado de las izquierdas, el capitalismo volvió a mostrar su vocación antisocial. Ahora vuelve a ser urgente reconstruir las izquierdas para evitar la barbarie. ¿Cómo recomenzar? Con la aceptación de las siguientes ideas:
Primero, el mundo se diversificó y la diversidad se instaló en el interior de cada país. La comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo; no hay internacionalismo sin interculturalismo.
Segundo, el capitalismo concibe a la democracia como un instrumento de acumulación; si es preciso, la reduce a la irrelevancia y, si encuentra otro instrumento más eficiente, prescinde de ella (el caso de China). La defensa de la democracia de alta intensidad debe ser la gran bandera de las izquierdas.
Tercero, el capitalismo es amoral y no entiende el concepto de dignidad humana; defender esta dignidad es una lucha contra el capitalismo y nunca con el capitalismo (en el capitalismo, incluso las limosnas sólo existen como relaciones públicas).
Cuarto, la experiencia del mundo muestra que hay inmensas realidades no capitalistas, guiadas por la reciprocidad y el cooperativismo, a la espera de ser valoradas como el futuro dentro del presente.
Quinto, el siglo pasado reveló que la relación de los humanos con la naturaleza es una relación de dominación contra la cual hay que luchar; el crecimiento económico no es infinito.
Sexto, la propiedad privada sólo es un bien social si es una entre varias formas de propiedad y si todas están protegidas; hay bienes comunes de la humanidad (como el agua y el aire).
Séptimo, el siglo corto de las izquierdas fue suficiente para crear un espíritu igualitario entre los seres humanos que sobresale en todas las encuestas; éste es un patrimonio de las izquierdas que ellas han estado dilapidando.
Octavo, el capitalismo precisa otras formas de dominación para florecer, del racismo al sexismo y la guerra, y todas deben ser combatidas.
Noveno, el Estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca.
Con estas ideas, las izquierdas seguirán siendo varias, aunque ya no es probable que se maten unas a otras y es posible que se unan para detener la barbarie que se aproxima.

  • Doctor en Sociología del Derecho.

Traducción: Javier Lorca.

Deriva de la izquierda

DERIVA DE LA IZQUIERDA

Jorge Gómez Barata

MONCADA

Después de más de cuarenta años, los estados socialistas de Europa Oriental, instalados a partir de la orientación soviética, con graves problemas estructurales y carentes de apoyo popular, sucumbieron. La crisis alcanzó a la propia Unión Soviética, donde ocurrió exactamente lo mismo sin que los pueblos y las poderosas fuerzas políticas que había generado, en especial un partido de veinte millones de militantes y un movimiento sindical con 100 millones de afiliados, la defendieran.

Ante tales evidencias que desmintieron rotundamente el dogma de que el socialismo era “irreversible”, Fidel Castro llamó a los militantes cubanos a estar alerta porque los errores y las inconsecuencias podían destruir desde dentro a la Revolución y advirtió que el modelo instaurado no funcionaba. Poco después, bajo la presidencia de Raúl Castro se iniciaron las reformas que han comenzado por la economía.

Aunque separadas por el tiempo y la distancia, algo parecido ha ocurrido en América Latina donde, después de un desempeño exitoso, los gobiernos de izquierda caen uno tras otros, en este caso por el voto negativo de aquellos a quienes habían beneficiado. ¿Habrá algo en común? ¿Existirá algún elemento intrínseco que impide la consolidación del socialismo o de los enfoques de izquierda o simplemente progresistas?

Aunque se han acumulado varios ejemplos, el más relevante es el de Brasil donde los representantes del Partido del Trabajo, la principal fuerza política de la izquierda latinoamericana, Luis Ignacio Lula y Dilma Rousseff gobernaron durante 13 años, en los cuales tuvieron tiempo y condiciones para conducir una vasta obra social y acumular un enorme capital político.

Algo parecido ocurrió en Argentina donde Néstor y Cristina Kirchner gobernaron por 12 años, al cabo de los cuales el candidato que debía dar continuidad a su obra, fue derrotado convincentemente. En El Salvador la izquierda parece abocada a una catástrofe electoral.

Al dejar la presidencia Lula era más popular que al asumirla y el electorado respaldó a su candidata Dilma Rousseff que realizó una gestión de continuidad hasta que su popularidad comenzó a ser socavada por manifestaciones populares, en parte asociada a la Copa Mundial de futbol, hasta que finalmente, en 2016 fue destituida por el parlamento sin que ello provocara mayores reacciones. Tampoco la defensa de Lula, que es víctima de una injustificada persecución judicial, es respaldada por una vigorosa reacción del pueblo y las fuerzas políticas progresistas.

Ante el drama que vive el que fuera el más popular de los políticos latinoamericanos, amenazado con pasar sus últimos días en la cárcel, uno se pregunta: ¿Dónde están los partidos comunistas y las fuerzas progresistas brasileñas? ¿Dónde los poderosos sindicatos de Sao Paulo? ¿Acaso es muda la intelectualidad y la academia brasileña? ¿Se acabó en Brasil la prensa progresista y honesta? ¿No hay en ese país jóvenes y estudiantes universitarios combativos?

En Nicaragua y Uruguay donde ha prevalecido un enfoque que ha privilegiado la búsqueda de consenso nacional, las cosas han marchado mejor

La falta de respuesta a esta y otras problemáticas que afectan a la izquierda, puede estar asociada al modo como se gestionó el socialismo a lo largo de los setenta años de vigencia de un esquema plagado de dogmas e imposiciones, que impidieron a los científicos sociales y a la intelectualidad de los países socialistas y del propio país soviético, investigar, experimentar actualizar y colocar en contexto los preceptos del marxismo e incluso del leninismo.

Obviamente, es preciso realizar indagaciones serias para descubrir las razones de que, aun en ambientes favorables, la izquierda no logre consolidar sus resultados, lo cual es particularmente importante para las experiencias en curso. Se trata de una tarea urgente. Allá nos vemos.

La Habana, 14 de marzo de 2018

The Alchemist

The Alchemist
By H. P. Lovecraft

High up, crowning the grassy summit of a swelling mound whose sides are wooded near the base with the gnarled trees of the primeval forest, stands the old chateau of my ancestors. For centuries its lofty battlements have frowned down upon the wild and rugged countryside about, serving as a home and stronghold for the proud house whose honoured line is older even than the moss-grown castle walls. These ancient turrets, stained by the storms of generations and crumbling under the slow yet mighty pressure of time, formed in the ages of feudalism one of the most dreaded and formidable fortresses in all France. From its machicolated parapets and mounted battlements Barons, Counts, and even Kings had been defied, yet never had its spacious halls resounded to the footsteps of the invader.

But since those glorious years all is changed. A poverty but little above the level of dire want, together with a pride of name that forbids its alleviation by the pursuits of commercial life, have prevented the scions of our line from maintaining their estates in pristine splendour; and the falling stones of the walls, the overgrown vegetation in the parks, the dry and dusty moat, the ill-paved courtyards, and toppling towers without, as well as the sagging floors, the worm-eaten wainscots, and the faded tapestries within, all tell a gloomy tale of fallen grandeur. As the ages passed, first one, then another of the four great turrets were left to ruin, until at last but a single tower housed the sadly reduced descendants of the once mighty lords of the estate.

It was in one of the vast and gloomy chambers of this remaining tower that I, Antoine, last of the unhappy and accursed Comtes de C——, first saw the light of day, ninety long years ago. Within these walls, and amongst the dark and shadowy forests, the wild ravines and grottoes of the hillside below, were spent the first years of my troubled life. My parents I never knew. My father had been killed at the age of thirty-two, a month before I was born, by the fall of a stone somehow dislodged from one of the deserted parapets of the castle; and my mother having died at my birth, my care and education devolved solely upon one remaining servitor, an old and trusted man of considerable intelligence, whose name I remember as Pierre. I was an only child, and the lack of companionship which this fact entailed upon me was augmented by the strange care exercised by my aged guardian in excluding me from the society of the peasant children whose abodes were scattered here and there upon the plains that surround the base of the hill.

At the time, Pierre said that this restriction was imposed upon me because my noble birth placed me above association with such plebeian company. Now I know that its real object was to keep from my ears the idle tales of the dread curse upon our line, that were nightly told and magnified by the simple tenantry as they conversed in hushed accents in the glow of their cottage hearths.

Thus isolated, and thrown upon my own resources, I spent the hours of my childhood in poring over the ancient tomes that filled the shadow-haunted library of the chateau, and in roaming without aim or purpose through the perpetual dusk of the spectral wood that clothes the side of the hill near its foot. It was perhaps an effect of such surroundings that my mind early acquired a shade of melancholy. Those studies and pursuits which partake of the dark and occult in Nature most strongly claimed my attention.

Of my own race I was permitted to learn singularly little, yet what small knowledge of it I was able to gain, seemed to depress me much. Perhaps it was at first only the manifest reluctance of my old preceptor to discuss with me my paternal ancestry that gave rise to the terror which I ever felt at the mention of my great house; yet as I grew out of childhood, I was able to piece together disconnected fragments of discourse, let slip from the unwilling tongue which had begun to falter in approaching senility, that had a sort of relation to a certain circumstance which I had always deemed strange, but which now became dimly terrible.

The circumstance to which I allude is the early age at which all the Comtes of my line had met their end. Whilst I had hitherto considered this but a natural attribute of a family of short-lived men, I afterward pondered long upon these premature deaths, and began to connect them with the wanderings of the old man, who often spoke of a curse which for centuries had prevented the lives of the holders of my title from much exceeding the span of thirty-two years. Upon my twenty-first birthday, the aged Pierre gave to me a family document which he said had for many generations been handed down from father to son, and continued by each possessor. Its contents were of the most startling nature, and its perusal confirmed the gravest of my apprehensions. At this time, my belief in the supernatural was firm and deep-seated, else I should have dismissed with scorn the incredible narrative unfolded before my eyes.
The paper carried me back to the days of the thirteenth century, when the old castle in which I sat had been a feared and impregnable fortress. It told of a certain ancient man who had once dwelt on our estates, a person of no small accomplishments, though little above the rank of peasant; by name, Michel, usually designated by the surname of Mauvais, the Evil, on account of his sinister reputation. He had studied beyond the custom of his kind, seeking such things as the Philosopher’s Stone, or the Elixir of Eternal Life, and was reputed wise in the terrible secrets of Black Magic and Alchemy. Michel Mauvais had one son, named Charles, a youth as proficient as himself in the hidden arts, and who had therefore been called Le Sorcier, or the Wizard. This pair, shunned by all honest folk, were suspected of the most hideous practices. Old Michel was said to have burnt his wife alive as a sacrifice to the Devil, and the unaccountable disappearances of many small peasant children were laid at the dreaded door of these two. Yet through the dark natures of the father and the son ran one redeeming ray of humanity; the evil old man loved his offspring with fierce intensity, whilst the youth had for his parent a more than filial affection.
One night the castle on the hill was thrown into the wildest confusion by the vanishment of young Godfrey, son to Henri the Comte. A searching party, headed by the frantic father, invaded the cottage of the sorcerers and there came upon old Michel Mauvais, busy over a huge and violently boiling cauldron. Without certain cause, in the ungoverned madness of fury and despair, the Comte laid hands on the aged wizard, and ere he released his murderous hold his victim was no more. Meanwhile joyful servants were proclaiming the finding of young Godfrey in a distant and unused chamber of the great edifice, telling too late that poor Michel had been killed in vain. As the Comte and his associates turned away from the lowly abode of the alchemists, the form of Charles Le Sorcier appeared through the trees. The excited chatter of the menials standing about told him what had occurred, yet he seemed at first unmoved at his father’s fate. Then, slowly advancing to meet the Comte, he pronounced in dull yet terrible accents the curse that ever afterward haunted the house of C——.

“May ne’er a noble of thy murd’rous line
Survive to reach a greater age than thine!”

spake he, when, suddenly leaping backwards into the black wood, he drew from his tunic a phial of colourless liquid which he threw into the face of his father’s slayer as he disappeared behind the inky curtain of the night. The Comte died without utterance, and was buried the next day, but little more than two and thirty years from the hour of his birth. No trace of the assassin could be found, though relentless bands of peasants scoured the neighbouring woods and the meadow-land around the hill.
Thus time and the want of a reminder dulled the memory of the curse in the minds of the late Comte’s family, so that when Godfrey, innocent cause of the whole tragedy and now bearing the title, was killed by an arrow whilst hunting, at the age of thirty-two, there were no thoughts save those of grief at his demise. But when, years afterward, the next young Comte, Robert by name, was found dead in a nearby field from no apparent cause, the peasants told in whispers that their seigneur had but lately passed his thirty-second birthday when surprised by early death. Louis, son to Robert, was found drowned in the moat at the same fateful age, and thus down through the centuries ran the ominous chronicle; Henris, Roberts, Antoines, and Armands snatched from happy and virtuous lives when little below the age of their unfortunate ancestor at his murder.
That I had left at most but eleven years of further existence was made certain to me by the words which I read. My life, previously held at small value, now became dearer to me each day, as I delved deeper and deeper into the mysteries of the hidden world of black magic. Isolated as I was, modern science had produced no impression upon me, and I laboured as in the Middle Ages, as wrapt as had been old Michel and young Charles themselves in the acquisition of daemonological and alchemical learning. Yet read as I might, in no manner could I account for the strange curse upon my line. In unusually rational moments, I would even go so far as to seek a natural explanation, attributing the early deaths of my ancestors to the sinister Charles Le Sorcier and his heirs; yet having found upon careful inquiry that there were no known descendants of the alchemist, I would fall back to occult studies, and once more endeavour to find a spell that would release my house from its terrible burden. Upon one thing I was absolutely resolved. I should never wed, for since no other branches of my family were in existence, I might thus end the curse with myself.
As I drew near the age of thirty, old Pierre was called to the land beyond. Alone I buried him beneath the stones of the courtyard about which he had loved to wander in life. Thus was I left to ponder on myself as the only human creature within the great fortress, and in my utter solitude my mind began to cease its vain protest against the impending doom, to become almost reconciled to the fate which so many of my ancestors had met. Much of my time was now occupied in the exploration of the ruined and abandoned halls and towers of the old chateau, which in youth fear had caused me to shun, and some of which, old Pierre had once told me, had not been trodden by human foot for over four centuries. Strange and awesome were many of the objects I encountered. Furniture, covered by the dust of ages and crumbling with the rot of long dampness, met my eyes. Cobwebs in a profusion never before seen by me were spun everywhere, and huge bats flapped their bony and uncanny wings on all sides of the otherwise untenanted gloom.
Of my exact age, even down to days and hours, I kept a most careful record, for each movement of the pendulum of the massive clock in the library told off so much more of my doomed existence. At length I approached that time which I had so long viewed with apprehension. Since most of my ancestors had been seized some little while before they reached the exact age of Comte Henri at his end, I was every moment on the watch for the coming of the unknown death. In what strange form the curse should overtake me, I knew not; but I was resolved, at least, that it should not find me a cowardly or a passive victim. With new vigour I applied myself to my examination of the old chateau and its contents.
It was upon one of the longest of all my excursions of discovery in the deserted portion of the castle, less than a week before that fatal hour which I felt must mark the utmost limit of my stay on earth, beyond which I could have not even the slightest hope of continuing to draw breath, that I came upon the culminating event of my whole life. I had spent the better part of the morning in climbing up and down half-ruined staircases in one of the most dilapidated of the ancient turrets. As the afternoon progressed, I sought the lower levels, descending into what appeared to be either a mediaeval place of confinement, or a more recently excavated storehouse for gunpowder. As I slowly traversed the nitre-encrusted passageway at the foot of the last staircase, the paving became very damp, and soon I saw by the light of my flickering torch that a blank, water-stained wall impeded my journey. Turning to retrace my steps, my eye fell upon a small trap-door with a ring, which lay directly beneath my feet. Pausing, I succeeded with difficulty in raising it, whereupon there was revealed a black aperture, exhaling noxious fumes which caused my torch to sputter, and disclosing in the unsteady glare the top of a flight of stone steps. As soon as the torch, which I lowered into the repellent depths, burned freely and steadily, I commenced my descent. The steps were many, and led to a narrow stone-flagged passage which I knew must be far underground. The passage proved of great length, and terminated in a massive oaken door, dripping with the moisture of the place, and stoutly resisting all my attempts to open it. Ceasing after a time my efforts in this direction, I had proceeded back some distance toward the steps, when there suddenly fell to my experience one of the most profound and maddening shocks capable of reception by the human mind. Without warning, I heard the heavy door behind me creak slowly open upon its rusted hinges. My immediate sensations are incapable of analysis. To be confronted in a place as thoroughly deserted as I had deemed the old castle with evidence of the presence of man or spirit, produced in my brain a horror of the most acute description. When at last I turned and faced the seat of the sound, my eyes must have started from their orbits at the sight that they beheld. There in the ancient Gothic doorway stood a human figure. It was that of a man clad in a skull-cap and long mediaeval tunic of dark colour. His long hair and flowing beard were of a terrible and intense black hue, and of incredible profusion. His forehead, high beyond the usual dimensions; his cheeks, deep-sunken and heavily lined with wrinkles; and his hands, long, claw-like, and gnarled, were of such a deathly, marble-like whiteness as I have never elsewhere seen in man. His figure, lean to the proportions of a skeleton, was strangely bent and almost lost within the voluminous folds of his peculiar garment. But strangest of all were his eyes; twin caves of abysmal blackness, profound in expression of understanding, yet inhuman in degree of wickedness. These were now fixed upon me, piercing my soul with their hatred, and rooting me to the spot whereon I stood. At last the figure spoke in a rumbling voice that chilled me through with its dull hollowness and latent malevolence. The language in which the discourse was clothed was that debased form of Latin in use amongst the more learned men of the Middle Ages, and made familiar to me by my prolonged researches into the works of the old alchemists and daemonologists. The apparition spoke of the curse which had hovered over my house, told me of my coming end, dwelt on the wrong perpetrated by my ancestor against old Michel Mauvais, and gloated over the revenge of Charles Le Sorcier. He told how the young Charles had escaped into the night, returning in after years to kill Godfrey the heir with an arrow just as he approached the age which had been his father’s at his assassination; how he had secretly returned to the estate and established himself, unknown, in the even then deserted subterranean chamber whose doorway now framed the hideous narrator; how he had seized Robert, son of Godfrey, in a field, forced poison down his throat, and left him to die at the age of thirty-two, thus maintaining the foul provisions of his vengeful curse. At this point I was left to imagine the solution of the greatest mystery of all, how the curse had been fulfilled since that time when Charles Le Sorcier must in the course of Nature have died, for the man digressed into an account of the deep alchemical studies of the two wizards, father and son, speaking most particularly of the researches of Charles Le Sorcier concerning the elixir which should grant to him who partook of it eternal life and youth.
His enthusiasm had seemed for the moment to remove from his terrible eyes the hatred that had at first so haunted them, but suddenly the fiendish glare returned, and with a shocking sound like the hissing of a serpent, the stranger raised a glass phial with the evident intent of ending my life as had Charles Le Sorcier, six hundred years before, ended that of my ancestor. Prompted by some preserving instinct of self-defence, I broke through the spell that had hitherto held me immovable, and flung my now dying torch at the creature who menaced my existence. I heard the phial break harmlessly against the stones of the passage as the tunic of the strange man caught fire and lit the horrid scene with a ghastly radiance. The shriek of fright and impotent malice emitted by the would-be assassin proved too much for my already shaken nerves, and I fell prone upon the slimy floor in a total faint.
When at last my senses returned, all was frightfully dark, and my mind remembering what had occurred, shrank from the idea of beholding more; yet curiosity overmastered all. Who, I asked myself, was this man of evil, and how came he within the castle walls? Why should he seek to avenge the death of poor Michel Mauvais, and how had the curse been carried on through all the long centuries since the time of Charles Le Sorcier? The dread of years was lifted from my shoulders, for I knew that he whom I had felled was the source of all my danger from the curse; and now that I was free, I burned with the desire to learn more of the sinister thing which had haunted my line for centuries, and made of my own youth one long-continued nightmare. Determined upon further exploration, I felt in my pockets for flint and steel, and lit the unused torch which I had with me. First of all, the new light revealed the distorted and blackened form of the mysterious stranger. The hideous eyes were now closed. Disliking the sight, I turned away and entered the chamber beyond the Gothic door. Here I found what seemed much like an alchemist’s laboratory. In one corner was an immense pile of a shining yellow metal that sparkled gorgeously in the light of the torch. It may have been gold, but I did not pause to examine it, for I was strangely affected by that which I had undergone. At the farther end of the apartment was an opening leading out into one of the many wild ravines of the dark hillside forest. Filled with wonder, yet now realising how the man had obtained access to the chateau, I proceeded to return. I had intended to pass by the remains of the stranger with averted face, but as I approached the body, I seemed to hear emanating from it a faint sound, as though life were not yet wholly extinct. Aghast, I turned to examine the charred and shrivelled figure on the floor. Then all at once the horrible eyes, blacker even than the seared face in which they were set, opened wide with an expression which I was unable to interpret. The cracked lips tried to frame words which I could not well understand. Once I caught the name of Charles Le Sorcier, and again I fancied that the words “years” and “curse” issued from the twisted mouth. Still I was at a loss to gather the purport of his disconnected speech. At my evident ignorance of his meaning, the pitchy eyes once more flashed malevolently at me, until, helpless as I saw my opponent to be, I trembled as I watched him.
Suddenly the wretch, animated with his last burst of strength, raised his hideous head from the damp and sunken pavement. Then, as I remained, paralysed with fear, he found his voice and in his dying breath screamed forth those words which have ever afterward haunted my days and my nights. “Fool,” he shrieked, “can you not guess my secret? Have you no brain whereby you may recognise the will which has through six long centuries fulfilled the dreadful curse upon your house? Have I not told you of the great elixir of eternal life? Know you not how the secret of Alchemy was solved? I tell you, it is I! I! I! that have lived for six hundred years to maintain my revenge, FOR I AM CHARLES LE SORCIER!”

¿Qué crisis y qué respuestas? Pensar las crisis en su contexto sociohistórico

¿Qué crisis y qué respuestas? Pensar las crisis en su contexto sociohistórico

La mayoría de los países latinoamericanos comparten historias múltiples, fraccionadas y frecuentemente contradictorias en las que enfrentaron y enfrentan numerosas formas de crisis. En este marco, el enfoque centrado en respuestas a las crisis contribuye a «completar» un panorama fraccionado. Este artículo intenta conceptualizar una noción del término «crisis» que abra caminos para abordar y discutir las formas en que diversos actores latinoamericanos han enfrentado de múltiples maneras momentos y estructuras de crisis, con el objetivo de (re)imaginar y remapear el mundo social y concebir posibles alianzas alternativas.
Por Julia Roth / Albert Manke
Enero – Febrero 2018

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¿Qué crisis y qué respuestas? / Pensar las crisis en su contexto sociohistórico

¿Por qué hablar de las crisis en América Latina hoy? ¿Y de qué «crisis» estamos hablando? ¿Qué es lo que caracteriza una crisis, y la(s) crisis actual(es)? ¿Qué temporalidad conllevan y qué respuestas se pueden identificar para manejarla(s)? Conceptualmente, el análisis de las crisis permite abrir un diálogo que, por un lado, entiende que el actual desarrollo socioeconómico no sostenible es en parte consecuencia del capitalismo y de la expansión de la cultura europeo-occidental a escala global. Por otro lado, a la hora de buscar posibles soluciones y vías hacia un desarrollo más sostenible, igualitario y equitativo, no queremos quedar anclados meramente en las respuestas que parecían ofrecer las disputas ideológicas (entre ellas, las religiosas) del siglo xx. Siguiendo las ideas del historiador Prasenjit Duara, el desarrollo actual se puede entender como una «dinámica entre la historia circular y la trascendencia institucionalizada [que] se transforma radicalmente bajo las condiciones del capitalismo y del Estado-nación que el mismo ha incentivado»1. Según Duara, para la búsqueda de un futuro mejor que incluya a toda la humanidad y el medio en que se desenvuelve, hay que (re)conceptualizar el desarrollo de las culturas (para no reducirlo a la entidad de naciones) en forma cooperativa y sostenible. Con el fin de conseguir esto, Duara enfoca su argumento en la circularidad de ideas, personas y bienes y en la fertilización recíproca de las culturas, para lo cual hace referencia a tradiciones asiáticas que enfatizan la sustentabilidad; de esta forma se crea una modernidad transnacional postoccidental. Arjun Appadurai, por su parte, observa una traslación hacia la noción de soberanía cultural como efecto de la pérdida de soberanía económica en el neoliberalismo globalizado, lo cual se puede observar en las distintas expresiones de movimientos populistas recientes2. En el caso latinoamericano, un número creciente de autores hace referencia a tradiciones indígenas para evocar modelos de convivencia más equilibrados y sostenibles3.

Nuestro acercamiento a la problemática de la(s) crisis se inspira en estas ideas macroconceptuales y trata de llevarlas a una escala regional, local o incluso micro. De esta manera, se puede constatar que algunas de las propuestas para solucionar crisis en varias regiones de América Latina tienen un carácter tradicionalmente ideologizado de protesta polarizada entre «el pueblo» y las elites, mientras que otras tratan de entablar cooperaciones entre grupos de diversa procedencia social y orientación política, para crear alianzas transversales que puedan hacer frente a los retos actuales y a los problemas del futuro de nuestras sociedades. Por esto, las respuestas4 que observamos responden tanto al esquema establecido de «popular» en el sentido de «pueblo» como al que se propone aquí, que lo deriva de «población» en un sentido más amplio, con la convicción de que diversos actores de la sociedad pueden ser promotores de ideas progresistas y sostenibles, tanto en el ámbito social como en la economía, la política y la cultura. En el contexto latinoamericano, los «populismos» se basan en una noción original de la democracia como «poder del pueblo», y podemos preguntarnos si hay un término medio más allá de la oposición del «pueblo» como el «otro» del Estado para lograr la autodeterminación del pueblo mediante el derecho5. En este sentido, creemos que es posible superar el neoliberalismo y, a la vez, la polarización entre izquierdas y derechas, mediante lo que Ernesto Laclau denominó la «dicotomización del espacio social» o la «ruptura populista»6 por medio de alianzas que superan fronteras ideológicas pero no pierden el norte de un bien común para todos en un sentido humanista, cooperativo e incluyente7. Aun así, esto no quiere decir que se pueda constatar una superación de la perspectiva nacional y, por ende, «patriótica» en el sentido que critica Appadurai8. Nuestra intención realmente no es la de abordar que en parte son el resultado de movimientos del tipo mencionado; lo que nos interesa es la multiplicidad de propuestas para solucionar crisis. Sin embargo, como apunta Ulrich Brand, hay que tener en cuenta que no todas las respuestas a las crisis se pueden calificar como progresistas9.

Partimos de la observación de que en América Latina existe una larga tradición de enfrentar momentos y coyunturas de crisis y por ello ha habido experiencias múltiples en el desarrollo de estrategias de resistencia y de supervivencia. Nos parece importante tener en cuenta este marco y su profundidad histórica. Como afirma la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, el riesgo de una «historia única» (single story) es contar la historia de un pueblo o un lugar comenzando con «en segundo lugar» (secondly), no porque la historia sea así falsa, sino porque resulta «incompleta»10. El enfoque centrado en respuestas a las crisis contribuye a «completar» un panorama fragmentario, ya que la mayoría de los países latinoamericanos comparten historias múltiples, fragmentarias y frecuentemente contradictorias en las que enfrentaron y enfrentan múltiples formas de crisis –la resistencia contra la colonización, las guerras de independencia, las numerosas guerras civiles, dictaduras, injerencias imperialistas, distintas luchas sociales y culturales así como, más recientemente, los efectos del capitalismo neoliberal globalizado y de las estructuras de poder colonial que persisten hasta el día de hoy–11. No obstante, nos parece importante evitar el riesgo de estigmatizar todo un continente como una región de/en crisis. Más bien, nos interesa una conceptualización del término «crisis» que abra caminos para enfrentar y discutir las formas en que diversos actores latinoamericanos enfrentaron y siguen enfrentando momentos y estructuras de crisis con el objetivo de (re)imaginar y remapear el mundo social.

En general, podemos considerar que una crisis describe una situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o un proceso determinado. El término «crisis» alude a un periodo o una situación de dificultades o cambios bruscos, y puede referir a contextos económicos, sociales, religiosos, políticos, históricos, culturales, sanitarios y muchos más. Hay definiciones psicoanalíticas que subrayan el potencial creativo de las crisis, o definiciones marxistas que constatan que el sistema capitalista fue dinamizado cíclicamente por las crisis, mientras que las teorías de la coyuntura definen una crisis de la economía política en relación con la expansión (léase: prosperidad), contracción (depresión) y punto de cambio. Desde una perspectiva (interseccional12) de género, observamos en la reciente «reacción» populista también una crisis de la supremacía blanca y masculinista (o de la masculinidad blanca hegemónica). En la investigación histórica y en las ciencias políticas, se habla de crisis como culminación de conflictos, los cuales pueden tener como consecuencia rebeliones, revoluciones o guerras.

Simultáneamente, hay que tomar en cuenta que el uso cada vez más frecuente y a veces indiscriminado de la noción de crisis en las ciencias sociales resulta problemático por sus concepciones objetivistas, su carácter negativo y su presunción teleológica. Esto se debe a que los enfoques aislados de la economía pueden no considerar las percepciones sociales, subjetivas e intersubjetivas13. Alejandro Grimson entiende las crisis como momentos históricos que funcionan como cambios del marco referencial y, simultáneamente, requieren un nuevo sentido. La idea de «crisis crónica» indica una «sedimentación» y previsibilidad de la crisis; por tanto, Grimson propone un acercamiento al concepto de crisis más amplio cuando habla de «culturas de crisis». No obstante, concede que existen crisis económicas reales y no meramente simbólicas, como en casos de hambrunas, muertes o de exclusión social, que contribuyen a reforzar la idea de una «cultura de crisis» frente a una «crisis de la cultura»14.

En el contexto actual emergió la noción de «crisis múltiples» que nos afectan en este momento histórico a escala global. Ese concepto se entiende como una constelación específica histórica de diferentes procesos de crisis que se influyen mutuamente dentro del capitalismo financiero neoliberal15. Estas diferentes articulaciones de la(s) crisis están relacionadas con el modelo de producción capitalista basado en los combustibles fósiles, modelo que ha sido reforzado por las condiciones neoliberales e imperiales. En este marco, además, se transformaron las instituciones políticas y sociales/comunales con el objeto de asegurar el orden neoliberal-imperial16.

Desde la conquista europea, América Latina y el Caribe formaron parte fundamental del desarrollo del capitalismo europeo. En muchos aspectos, la región sirvió como «laboratorio de la modernidad» de neto corte eurocéntrico. Como consecuencia de ello, la colonialidad –entendida no como periodo histórico sino como dimensión estructural de poder de las sociedades latinoamericanas– está marcando los procesos sociales de manera profunda y sigue manteniendo las desigualdades que persisten en el continente latinoamericano y otros espacios colonizados, así como los privilegios de las sociedades colonizadoras17. Por consiguiente, las desigualdades históricas y coloniales se reforzaron, como puede observarse en la explotación de los recursos naturales por parte de empresas multinacionales, en el acaparamiento de tierras (land grabbing) o en los procesos migratorios en América Latina.

Paralelamente, el subcontinente posee una larga tradición de prácticas y conceptos de resistencia, que «englobaron» rebeliones, cimarronajes, contrarrelatos y crónicas, así como huelgas de nacimiento18, guerras de independencia, movimientos sociales y prácticas culturales, musicales y religiosas. No es de sorprender que de allí también haya salido una gran cantidad de pensamiento crítico y de elaboraciones teóricas que cuestionan conceptos hegemónicos de la modernidad y hacen frente así a las desigualdades que son producto de ellos y diseñan modelos alternativos de convivencia. En este campo encontramos a pensadores anticoloniales como José Martí, Frantz Fanon o Aimé Césaire o los defensores de la teoría de la dependencia (Fernando Henrique Cardoso, Enzo Falleto, André Gunder Frank), quienes criticaron la persistente dependencia estructural de los países poscoloniales. Se puede pensar también en la pedagogía crítica (Paulo Freire), o en los representantes de la teología de la liberación (Rubem Alves, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez Merino, Enrique Dussel), quienes cuestionaron conceptos eurocéntricos de la modernidad y propusieron alternativas para superar las desigualdades, como por ejemplo la «transmodernidad» de Enrique Dussel. Por su parte, pensadores del sistema-mundo y decoloniales (Immanuel Wallerstein, Aníbal Quijano, Santiago Castro Gómez, Fernando Coronil, Walter Mignolo, Freya Shiwy) o feministas (como María Lugones y Sylvia Wynter) conceptualizaron la relación dialéctica entre modernidad y colonialidad y la construcción de un «occidentalismo» (Coronil) como posición superior del Oeste, aquello que hay que superar para llegar a una situación de «decolonialidad» (Walter Mignolo). Además, representantes y activistas de comunidades indígenas influyeron sobre políticos de varios países en los que conceptos como el «buen vivir» o sumak kwasay llegaron incluso a la Constitución.

Las formas de resistencia se han articulado además mediante movimientos sociales como los feministas, el indianismo, los movimientos afro, los movimientos revolucionarios en Haití, México o Cuba. Más recientemente, a través de movimientos sociales que se oponen y resisten frente a la megaminería, protestas de trabajadores desocupados, estudiantes o sin techo. Simultáneamente, emergen maneras alternativas de vida social y cohabitación en forma de cooperativas o colectivos19.

Como subraya Brand20, los movimientos sociales en los países del llamado Norte global han sido más bien débiles y se constituyeron sobre todo como movimientos alterglobalización, como es el caso de la Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana (Attac). En los países del llamado Sur global, y particularmente en América Latina, los movimientos sociales progresistas ya se movilizaron y actuaron en la década de 1990 y algunos contribuyeron de manera decisiva a los triunfos electorales de la izquierda en varios países21. Fernando Coronil analizó la ambigüedad de esos gobiernos que surgieron entre 1989 y 2010 en el marco de los «dilemas actuales de la izquierda en el contexto de la lucha recurrente de la América Latina por alcanzar alguna variante del progreso occidental», en el marco de un futuro incierto: «Mientras que el largo plazo ha sido históricamente el horizonte de la izquierda, el predominio abrumador del capitalismo ha restringido ahora el terreno de la izquierda latinoamericana al corto plazo»22.

No hace mucho tiempo, varios gobiernos de izquierda en América Latina entraron en una crisis seria, lo cual en varios casos llevó a su caída. A pesar de lo reciente de este fenómeno que Tarso Genro describió acertadamente como «crisis de la izquierda», ya se pueden identificar algunas de las causas de esta tendencia que manifiesta un decidido retroceso al neoliberalismo. Sin embargo, todavía nos faltan propuestas para soluciones sostenibles. Para el caso europeo, Juan Carlos Monedero23 –que saca conclusiones interesantes para aplicar a otras partes del hemisferio occidental, incluyendo América Latina– interpreta esta vuelta atrás como otro ataque más a la democracia. Según Monedero, este ataque se nutre de la crisis económica y del desencanto de vastos sectores de la población, sobre todo en Europa y en Estados Unidos, que atribuyen la crisis al fracaso de las elites. De hecho, si tenemos en cuenta los problemas sociales masivos y las protestas enérgicas contra las políticas neoliberales, bien se puede hablar de crisis múltiples y/o estados de crisis. Para solucionar estas crisis se requieren propuestas viables y constructivas tanto por parte de las elites (determinantes políticas dominantes) como de múltiples actores de las sociedades en cuestión. Se requieren además consideraciones en el nivel internacional (y transnacional); ante el trasfondo ya descrito de historias entrelazadas (y desigualdades coloniales/globales), es claro que las crisis casi nunca se refieren exclusivamente a contextos nacionales o regionales, sino que casi siempre hay un aspecto que tiene que ver con interrelaciones con otras regiones o historias. Procesos y desigualdades interdependientes y globales se pueden observar, por ejemplo, respecto al cambio climático, la explotación de recursos, la migración y los regímenes fronterizos, la cuidadanía, el racismo, etc.24

En este marco, para ahondar en lo que expusimos más arriba, queremos hacer hincapié en que el término «popular» no solamente se refiere al «pueblo» en el sentido tradicional de «clases humildes», sino que abarca el sentido más amplio de «población», que tiene en cuenta el involucramiento activo de la sociedad civil y de actores culturales. A raíz de las crisis actuales, nuestro propósito es tematizar no solamente movimientos de protesta contra gobiernos de derecha e izquierda, empresas multinacionales y contra la violencia (por ejemplo, para denunciar la corrupción, la precarización laboral, la impunidad, los femicidios o el extractivismo descontrolado o para abogar por la autodeterminación personal y sexual). También buscamos hacer visibles las formas de responder a coyunturas estructurales que de forma recurrente culminan en crisis más profundas, con el objetivo de pensar modos alternativos de sociabilidad y convivencia. Dentro de este abanico temático, pueden contarse estrategias que van desde las protestas culturales y en los medios de comunicación hasta la resistencia pasiva, la resignación y la emigración, así como la participación activa de personas en diversos grupos de la sociedad civil, sindicatos, partidos, instituciones y movimientos sociales, incluyendo manifestaciones artísticas. Es necesario pensar, además, las formas en que estas intervenciones proponen respuestas para enfrentar –procurando superar– las múltiples y estructurales crisis actuales basadas en el neoliberalismo y las formas imperiales del consumo y la explotación de las tierras y los recursos.

Las relaciones entre actores de diversos trasfondos pueden desembocar en confrontaciones directas, en acuerdos e incluso en cooperaciones entre los «de arriba» y los «de abajo». Estas dinámicas contribuyen a la formulación de respuestas político-culturales, además de ofrecer posibles recomendaciones para el futuro a partir de estas respuestas, en el sentido de hacerlas viables para solucionar las crisis que están por venir.

Las «crisis múltiples» que estamos enfrentando requieren también múltiples modos de confrontarlas y diversas estrategias, actores, intervenciones y negociaciones. Algunas de las estrategias se pueden interpretar como impulsos para esbozos utópicos de una sociedad mejor, que tuvieron un impacto significativo en el desarrollo de América Latina desde el siglo xx25. Al mismo tiempo, y relacionado con lo anterior, parece necesario pensar maneras de formar lo que Appadurai llama «multitudes liberales», sumando varias respuestas a las crisis en forma de alianzas para enfrentar a las multitudes regresivas, en el contexto actual basado en una «ética y política de la posibilidad», más allá de la lógica de probabilidad inherente al ethos del riesgo y el capitalismo26. En consecuencia, no solo hay que ubicar las crisis actuales en su contexto a través del espacio y en su trasfondo histórico, sino que también se deberían tener en cuenta los aportes que las soluciones propuestas en torno de estas crisis nos ofrecen para desarrollar visiones de lo social, de la cohabitación y de un futuro mejor. A través del mismo acto de estudiar la(s) crisis, es de esperar que se puedan identificar propuestas que funcionen como impulsos hacia un cambio positivo de nuestras sociedades.

1.

P. Duara: The Crisis of Global Modernity: Asian Traditions and a Sustainable Future, Cambridge University Press, Cambridge, 2015, p. 7.
2.

A. Appadurai: «Democracy Fatigue» en Heinrich Geiselberger (ed.): The Great Regression, Polity, Cambridge, 2017.
3.

Ver Antonio Luis Hidalgo-Capitán, Alejandro Guillén García y Nancy Deleg Guazha (eds.): Sumak Kawsay Yuyay. Antología del pensamiento indigenista ecuatoriano sobre sumak kawsay, cim / fiucuhu / pydlos, Huelva-Cuenca, 2014.
4.

Las calificamos como «respuestas» porque no nos atrevemos a verlas como soluciones, sino más bien como propuestas que pretenden darle solución a una situación o coyuntura crítica (tomando este último adjetivo como derivado de «crisis», no de «criticar»). En algunos casos se pueden constatar ciertos logros de estos intentos, pero para poder evaluar sus consecuencias a largo plazo habrá que volver a revisar su impacto en el futuro.
5.

V. el artículo de Valeria Coronel y Luciana Cadahia en este número.
6.

E. Laclau: «La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana» en Nueva Sociedad No 205, 9-10/2006, disponible en www.nuso.org.
7.

Para una discusión acerca de la superación del neoliberalismo y la creación de un futuro sostenible, v. tb. los artículos reunidos en el volumen editado por Ulrich Brand y Nicola Sekler en Development Dialogue No 51, «Postneoliberalism: A Beginning Debate», 1/2009.
8.

A. Appadurai: La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización, fce, Buenos Aires, 2001.
9.

U. Brand: «Die Multiple Krise: Dynamik und Zusammenhang der Krisendimensionen, Anforderungen an politische Institutionen und Chancen progressiver Politik», Heinrich-Böll-Stiftung, Berlín, 9/11/2009.
10.

También nos recuerda que «es imposible hablar sobre la historia única sin hablar del poder». C. Ngozi Adichie: «The Danger of the Single Story», charla ted, 2009, disponible en www.ted.com/talks/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story?language=es.
11.

U. Brand: ob. cit.
12.

Véase J. Roth: «Intersectionality» en InterAmerican Wiki: Terms – Concepts – Critical Perspectives, 2015, disponible en www.uni-bielefeld.de/cias/wiki/i_Intersectionality.html.
13.

V. el artículo de A. Grimson en este número.
14.

Ibíd.
15.

U. Brand: ob. cit.; Alex Demirović, Julia Dück, Florian Becker y Pauline Bader (eds.): VielfachKrise. Im finanzmarktdominierten Kapitalismus, vsa / Attac, Hamburgo, 2011.
16.

U. Brand: ob. cit., p. 2.
17.

Aníbal Quijano: Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, Clacso, Buenos Aires, 2000; Walter D. Mignolo: Historias locales, diseños globales: colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, Akal, Madrid, 2011; Olaf Kaltmeier: Konjunkturen der (De-)Kolonialisierung: Indigene Gemeinschaften, Hacienda und Staat In den ecuadorianischen Anden von der Kolonialzeit bis heute, Transcript, Bielefeld, 2016.
18.

Formas de protesta entre mujeres colonizadas de América y África.
19.

Ver Judith Butler: «Precarious Life, Vulnerability, and the Ethics of Cohabitation» en The Journal of Speculative Philosophy vol. 26 No 2, 2012.
20.

U. Brand: ob. cit.
21.

Ibíd., p. 13.
22.

F. Coronil: «El futuro en el ruedo. Historia y utopía en América Latina (1889-2010)» en Casa de las Américas No 276, 7-9/2014.
23.

J.C. Monedero: «¿Posdemocracia? Frente al pesimismo de la nostalgia, el optimismo de la desobediencia» en Nueva Sociedad No 240, 8-9/2012, disponible en www.nuso.org.
24.

Por ejemplo, en varios países de América Latina (como en Europa) se puede observar un fuerte retroceso respecto a políticas de género (y la deslegitimación de los estudios de este campo, especialmente en Brasil y Colombia) y ataques contra religiones y comunidades afrodescendientes por parte de partidos y actores populistas y religiosos.
25.

F. Coronil: ob. cit.
26.

A. Appadurai: ob. cit.

Costa Rica: Neopentecostalismo y neodemagogia en las elecciones de 2018

Costa Rica: Neopentecostalismo y neodemagogia en las elecciones de 2018
Luis Paulino Vargas Solís 19/02/2018

El malestar con la política

Las elecciones presidenciales y legislativas 2018 se realizaron bajo el influjo de una atmósfera emocional propicia a la emergencia de un nuevo tipo de demagogo. Y digo “nuevo tipo”, teniendo presente que la demagogia ha sido combustible del sistema político costarricense desde hace muchos años. Lo que ocurre es que, en general, la “vieja demagogia” respetaba ciertos límites discursivos y ciertas reglas, propias de la institucionalidad democrática y de las “buenas maneras” aceptadas por las élites neoliberales. En resumen, era algo así como una demagogia “políticamente correcta”.

Las cosas, sin embargo, han cambiado, inclusive por el hecho de que el nivel de rechazo y desconfianza ante ese sistema político que funcionaba sobre la base de tales criterios, se había agudizado severamente. Un “nuevo estilo”, que rompiese con esa forma “correcta” de hacer las cosas, no solo podría ser bien recibido, sino de hecho estaba siendo esperando, incluso reclamado con ansiedad.

El agudo desprestigio del sistema político y de la institucionalidad democrática, que subyacía a esas ansias por un “nuevo estilo” de liderazgo, a su vez es fruto de una larga y cada vez más abundosa acumulación de frustraciones, al cabo de casi 35 años de dominio neoliberal. Se cumple así un largo período de reiterado incumplimiento de promesas electorales y de gradual pero inexorable encogimiento de expectativas y oportunidades.

La frustración, y el consecuente malestar es algo compartido por clases medias y grupos empobrecidos, aunque a las primeras todavía les queda el recurso –que también va encogiéndose– de recurrir al endeudamiento para intentar proporcionarse el estatus y los niveles de consumo a los que aspiran, y que sus ingresos corrientes no logran darles. Pero para los sectores más pobres ha ido quedando solo el vacío de la desesperanza.

El malestar con la economía

Lo cierto es que el proyecto neoliberal ha dado forma a una economía que, lo mismo territorial que sectorialmente, se muestra fracturada e incluso polarizada. Hay algunas actividades económicas a las que les ha ido bien: la banca y las finanzas; el comercio importador; la especulación inmobiliaria; las transnacionales de zona franca. Incluso al empresariado del sector agroindustrial –en particular las piñeras– no les ha ido mal, en la medida en que reciben un masivo subsidio indirecto vía destrucción ambiental y atropello a los derechos laborales. Al resto, inclusive las actividades exportadoras de capital nacional situadas fuera de zona franca, les ha ido de regular para abajo. Lo cual arrastra a la enorme mayoría de la población trabajadora.

El deslinde entre las actividades donde hay bonanza y las muchas otras que se quedan a la zaga, se visibiliza claramente en la estructura ocupacional y los mercados laborales. Diversos indicadores permiten ilustrarlo. Primero, la bajísima tasa de ocupación: tan solo el 54-55% de la población en edad de trabajar tiene una ocupación remunerada, lo cual evidencia la escasez de oportunidades laborales, así como los obstáculos que esta estructura productiva interpone y su tremendo poder expulsor. Por otra parte, alrededor del 55% de la fuerza de trabajo afronta situaciones laborales anómalas: desempleo, subempleo, informalidad laboral. Y, como bien se sabe, la afectación es especialmente aguda en el caso de las mujeres, las personas jóvenes y las mayores de 60 años.

Pero, por otra parte, todo esto también se visibiliza en los territorios. Primero, y a grandes rasgos, en las notorias asimetrías entre la región central del país y las regiones periféricas (las regiones norte y sur y las zonas costeras). Pero incluso, en la región central se dibujan con toda claridad las áreas enriquecidas, en contraste con las mucho más extensas que se quedan a la zaga o están francamente marginalizadas. Algo similar se observa en las regiones periféricas, donde hay algunos islotes de prosperidad –por ejemplo los enclaves turísticos en manos de cadenas hoteleras transnacionales– rodeados de amplias extensiones empobrecidas. Pero, sin duda, los problemas de pobreza y falta de empleos son más agudos y generalizados en esas áreas periféricas que en la parte central del país, como es también cierto que la institucionalidad pública tiende a concentrarse en aquella área central y tiene mucho menos presencia –a veces completa ausencia– en el resto.

El malestar con el Estado

El Estado costarricense, bajo la hegemonía neoliberal, ha ido experimentando transformaciones que le hacen perder presencia en regiones enteras del país –precisamente las más rezagadas y empobrecidas– a la vez se debilita y pierde eficacia en lo que atañe a sus sistemas de seguridad social. En contraste con lo anterior, se ha gestado toda una hipertrofiada maraña institucionalidad –a veces una mezcla ambigua medio pública/medio privada– que acompaña los procesos de trasnacionalización y liberalización de la economía, o que ha sido diseñada en función de los intereses económicos más concentrados. Ello se visibiliza, por ejemplo, en relación con toda la aparatosa burocracia gestada alrededor de la banca y los negocios financieros y de seguros, las telecomunicaciones, el comercio exterior y la atracción de inversiones extranjeras.

Entre tanto, la base tributaria del sector público tiende a drenarse y debilitarse, por las exenciones que el propio modelo económico promueve, los altos niveles del fraude fiscal (arriba del 8% del PIB en un país cuya carga tributaria apenas sobrepasa el 13%), el alto grado de regresividad del sistema tributario, la obsolescencia de la legislación tributaria y las debilidades del sistema de administración tributaria.

Al cabo, la institucionalidad pública de Costa Rica recibe la sobrecarga de una variadísima gama de demandas provenientes de la ciudadanía, que exceden por mucho su real capacidad de respuesta, lo que agrava su desprestigio y el descrédito general de la institucionalidad democrática.

La “neo-demagogia”

Tal es el cuadro general, muy sintético, que se configura al cabo de 34 años de dominancia neoliberal en Costa Rica. Todo esto ofrecía un cóctel propicio a la emergencia de un demagogo del “nuevo tipo” del que hablé al inicio. Algún sujeto, pues, con un discurso incendiario, en capacidad de abrir una brecha profunda en el sistema político y la institucionalidad democrática y de lanzarnos de cabeza hacia un proceso de involución democrática. Debe reconocerse que el gobierno de Luis Guillermo Solís contribuyó a aderezar ese coctel, precisamente porque fue elegido a partir de la expectativa de un cambio en el rumbo del país. Solís, sin embargo, fue incapaz de ni siquiera hacerle un rasguño a las tendencias inerciales propias del proyecto neoliberal, y a sus múltiples asimetrías y desequilibrios.

Desde muchos meses atrás, algunos preveíamos que esa figura emergente de la “neodemagogia” podía ser Juan Diego Castro. La agresividad de su estilo discursivo y su imagen de hombre duro y fuerte, presuntamente ajeno a la política y los partidos, logró colocarse exitosamente en el imaginario popular. Avanzada la campaña, y apenas a un mes de las elecciones, Castro lucía fuerte, no para ganar en primera ronda, pero si al menos para asegurar su nombre en la segunda.

Mas lo cierto es que, existiendo condiciones generales subyacentes propicias para el ascenso de alguna figura de tintes extremistas y recalcitrantes, la evolución concreta de las cosas, en un momento dado, podía hacer que la corriente de las simpatías populares eventualmente oscilase en un sentido u otro.

Y, de repente, todo cambió

Y justo eso fue lo ocurrido a partir del momento en que se dio a conocer, el 9 de enero, la “opinión consultiva” de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) la cual, entre otras cosas, ordena que Costa Rica conceda plenos derechos a las parejas del mismo sexo, incluso acceso al matrimonio. Ello determinó el ascenso meteórico de Fabricio Alvarado, quien en pocos días pasó de ubicarse en el margen de error de las encuestas a ser el que las lideraba.

Alvarado, diputado, es también un “pastor” de larga trayectoria en el mundo de las iglesias neopentecostales costarricenses, ardoroso promotor de una moral sumamente conservadora y represiva, e igualmente entusiasta de la llamada “teología de la prosperidad” que, como bien se sabe, viste con trajes religiosos lo que en el fondo es solamente una de las expresiones más chatas y extremistas de la ideología neoliberal.

La resolución de la CIDH, sobre todo en lo referente al matrimonio igualitario, lo lanzó a las nubes impulsado por un discurso homofóbico de tintes incendiarios, complementado por una serie de mensajes misóginos contra los planteamientos de la teoría de género (caricaturizada como “ideología de género). Ha sido particularmente notable que la candidatura de este sujeto se ha levantado sobre una ola de histeria homofóbica que se ha difundido en amplios segmentos de la población costarricense. Ello le permitió ser el candidato más votado (24%) en la primera ronda electoral, y lo tiene encabezando las primeras encuestas publicadas con vistas a la segunda ronda.

Un trasfondo de oscuros odios y prejuicios

Es, por lo tanto, un fenómeno alimentado por una confluencia de factores estructurales de larga vigencia, y otros de índole coyuntural. Al profundo disgusto con la política en su formato tradicional se suman las situaciones de carencia, pobreza y exclusión que atraviesan y fracturan el conglomerado social como también los territorios. Pero además ha quedado en evidencia un trasfondo cultural oscurantista e intolerante, cuya expresión más destacada, pero no la única, ha sido la homofobia. No es un fenómeno generalizable a la sociedad costarricense en su conjunto. Pero la porción involucrada no solo es mucho más grande de lo que imaginábamos, sino, sobre todo, mucho más violenta e intolerante.

Por otra parte, y para concluir, debemos recordar que los datos dados a conocer una vez concluidas las elecciones son concluyentes en un punto: hay un patrón consistente de un mayor apoyo –incluso apoyo mayoritario– a favor de Fabricio Alvarado, en los cantones más empobrecidos, en los que los problemas del empleo son más graves y donde los indicadores de “desarrollo humano” son más bajos. Que son, asimismo, aquellos donde el vacío dejado por la debilidad –incluso ausencia– del Estado es más fuerte. De forma similar, se constata mayor apoyo entre la población de menos nivel educativo y la de mayor edad.

Es justo ahí –en las barriadas marginalizadas de las ciudades del Valle Central, en las regiones periféricas del país, en la población más carenciada y menos educada– donde el evangelismo neopentecostal ha florecido con más fuerza, logrando no solo desplazar a la iglesia católica, sino incluso –hasta cierto punto al menos– sustituir al Estado ausente.

La gente encuentra en esas iglesias –las de garaje o las que se levantan como enormes estadios de fútbol– la dosis de consuelo que las penurias y la violencia de su vida cotidiana les niega. Y de la boca de pastores que han desarrollado una singular capacidad oratoria, escuchan repetirse versículos bíblicos que, sacados de su contexto, les han enseñado a odiar profundamente a las personas homosexuales…incluso las de su propia familia.
Luis Paulino Vargas Solís
economista, Director Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo (CICDE) de la Universidad Estatal a Distancia (UNED). Costa Rica

El sistema de conjunción lingüística de Cataluña y Arán

El sistema de conjunción lingüística de Cataluña y Arán, eterna obsesión de la derecha neoliberal españolista
Daniel Escribano 21/02/2018

El modelo lingüístico de la enseñanza no universitaria en Cataluña es, probablemente, el elemento del diseño institucional autonómico que mayor consenso político y social concita en el Principado, que incluye a partidos unionistas como el PSC, y a formaciones no independentistas como Catalunya en Comú. Tan sólo el partido heredero del franquismo (PP) y el nuevo nacionalismo español neoliberal (Ciutadans) se oponen al sistema de conjunción lingüística en catalán (y en occitano, en Arán). Como en otros aspectos del marco jurídico-lingüístico de la Cataluña autonómica, la impronta del PSUC, el partido mayoritario del antifranquismo catalán, es especialmente patente en el sistema lingüístico-escolar. En efecto, mientras que, a principios de la década de 1980, las fuerzas mayoritarias del nacionalismo catalán (CiU y ERC) defendían, igual que la derecha españolista, una doble red, en catalán y castellano, el PSUC (y el propio PSC) propugnaba un sistema único con el catalán como lengua vehicular. Ello respondía a un doble objetivo: (a) la plena restauración del catalán como lengua común de Cataluña, social, demográfica y jurídicamente mermada tras el régimen de opresión también específicamente lingüística impuesto por la dictadura franquista, y (b) la integración lingüística de los inmigrantes llegados desde la década de 1950. Este segundo aspecto tenía, a su vez, el objetivo de evitar tanto la división de la sociedad catalana en dos comunidades, definidas en este caso por criterios lingüísticos (a eso se refería el celebrado lema del PSUC Catalunya, un sol poble), como el hecho de que, en las zonas de mayoría hispanófona, el sistema lingüístico-escolar funcionara como instrumento selectivo de clase, de modo que la red en catalán fuera una opción minoritaria y elitista, con una red en castellano estigmatizada como gueto para el alumnado de familias inmigrantes. No en vano, en los sistemas de separación lingüística, a menudo el hecho de que las familias bienestantes matriculen a sus hijos en la red que funciona en el idioma propio del territorio no responde al objetivo de contribuir a la plena recuperación de éste, sino que es un efecto del mencionado mecanismo de selección social de que disponen los centros que funcionan en la lengua propia en sistemas que reconocen el pretendido derecho de elección del idioma de enseñanza.(1)

Finalmente, la Ley del Parlament 7/1983, de 18 de abril, de normalización lingüística, estableció que “[l]os centros de enseñanza deben hacer de la lengua catalana vehículo de expresión normal” (art. 20) y, para las poblaciones con más de un 70% de alumnado no catalanohablante, a partir del curso 1983-84 el gobierno catalán empezó a aplicar el programa de la denominada inmersión lingüística, consistente en la impartición de la enseñanza entre los 3 y 7 años íntegramente en catalán, con el español como asignatura. La Ley 1/1998, de 7 de enero, de política lingüística, declaró el catalán lengua vehicular de toda la enseñanza no universitaria (art. 21.1). El sistema de conjunción lingüística en catalán adquirió rango estatutario con la Ley orgánica 6/2006, de 19 de julio, de reforma del Estatuto de autonomía de Cataluña, que recogió el precepto según el cual “la lengua normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje en la enseñanza” (art. 6.1), tanto universitaria como no universitaria (art. 35.1). Asimismo, el sistema también prevé atención individualizada en castellano para el alumnado de primera enseñanza cuyos progenitores o tutores lo soliciten (Ley 12/2009, de 10 de julio, de educación, art. 11.4). En lo tocante al occitano en Arán, es de aplicación el mismo régimen que el establecido respecto al catalán en la Cataluña estricta (Ley 12/2009, art. 17; Ley 35/2010, de 1 de octubre, del occitano, aranés, en Arán, arts. 13-14; Ley 1/2015, de 5 de febrero, de régimen especial de Arán, art. 8.1.c).

El sistema, junto con la propia situación sociolingüística, de omnipresencia social y mediática del castellano, hace que el uso vehicular de la lengua propia del territorio no sea óbice para que el alumnado adquiera igualmente niveles de competencia en castellano suficientes, tal y como acreditan los datos disponibles.(2)

De lo expuesto se deduce que los usurpadores que, en uso abusivo y espúreo del artículo 155 de la Constitución y en flagrante vulneración del apartado séptimo del artículo 67 de la Ley orgánica 6/2006, ocupan actualmente el gobierno de la Generalitat tendrían que infringir nuevamente la legislación vigente para implantar el sistema de separatismo lingüístico. En realidad, no se trata de la primera ocasión en que la derecha política y judicial españolas intentan imponer sus objetivos políticos por medios distintos de los previstos en la legislación a que tanto gustan de apelar, por cuanto ya los tribunales Supremo y Superior de Justicia de Cataluña han ordenado al gobierno catalán que incumpla la legislación lingüística catalana, pretendiendo erigirse ellos mismos en legisladores y proclamando “derechos” al margen de las leyes. Y lo mismo intentó el legislador español durante la X legislatura del régimen actual, con la Ley orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, “para la mejora de calidad educativa”. Ocurre, sin embargo, que todos los preceptos mencionados del marco jurídico-lingüístico catalán se encuentran en vigor, por cuanto han sido avalados por el Tribunal Constitucional (STC 337/1994, de 23 de diciembre) o ni siquiera han sido objeto de recurso de inconstitucionalidad.

Huelga decir que, de haberse implantado en Cataluña la doble red lingüístico-escolar, los niveles de competencia en catalán del alumnado de zonas predominantemente hispanófonas serían muy bajos,(3) con el consiguiente perjuicio para su integración sociolaboral. Por ello, no sorprende que fueran los partidos de izquierda y el movimiento asociativo procedente de la propia inmigración quienes más presionaron en favor del sistema de conjunción lingüística en catalán. Y, si bien la implantación de un sistema de separación lingüística tendría consecuencias lesivas para el conocimiento y uso social de la lengua catalana (y occitana, en Arán), en términos estrictamente individuales y sociales sería el alumnado de familias hispanófonas y de la nueva inmigración el más perjudicado.

Por ello, no existe razón pedagógica alguna que justifique el establecimiento de una doble red lingüístico-escolar en Cataluña ni en Arán. Antes bien, la obsesión de la derecha españolista por liquidar el sistema de conjunción lingüística vigente en Cataluña y Arán debe buscarse en el ancestral supremacismo lingüístico del nacionalismo español y en la intolerancia de éste a que la hegemonía sociolingüística del español pueda ser disputada en territorio alguno bajo administración española.

Notas

(1) A pesar de la huera retórica al respecto de los partidarios del separatismo lingüístico, es un principio consolidado tanto en la jurisprudencia internacional (sentencia del Tribunal Europeo de Derechos de Humanos de 23 de julio de 1968) como en la propia jurisprudencia española (STC 195/1989, de 27 de noviembre, FJ 3; STC 337/1994, de 23 de diciembre, FJ 9) que el derecho a la educación no contiene inherentemente el derecho a la elección de la lengua de la enseñanza. Ello es así por una razón tan elemental como que “reconocer a toda persona bajo la jurisdicción de un estado el derecho a ser instruida en la lengua de su elección conduciría a resultados absurdos, ya que cada cual podría reivindicar la instrucción en cualquier lengua de cualquiera de los territorios de las partes contratantes” (sentencia del TEDH de 23 de julio de 1968). Si en algunas comunidades autónomas se reconoce el derecho a elegir la lengua oficial en que recibir la enseñanza —que, además, debería considerarse conjuntamente con el deber del alumnado de adquirir un nivel de competencia suficiente en ambas lenguas oficiales, tal y como establece la letra de las mismas normas que proclaman el mencionado derecho—, se trata de un derecho adicional, distinto del derecho a la educación, y específico del ordenamiento jurídico de esas comunidades.

(2) Según datos del Ministerio de Educación de 2010 y 2011, las cifras de competencia en castellano del alumnado catalán de 4.º de primaria y 2.º de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) se sitúan ligeramente por encima de la media española (502 puntos sobre 500), por encima de la media de comunidades donde el castellano es la única lengua vehicular, como Andalucía, Murcia, Extremadura o Canarias.

(3) Según una encuesta del Consejo Superior de Evaluación del Sistema Educativo (organismo adscrito al Departamento de Enseñanza de la Generalitat de Cataluña) realizada en 2006 a estudiantes de 4.º de ESO, el 90,1% de los estudiantes declaraba tener un nivel de competencia oral “alta” o “muy alta” en catalán, suma que en el caso del castellano ascendía al 94%. Igualmente, en comprensión lectora, las sumas eran del 94,2%, en catalán, y del 95,7, en castellano, y del 86,4 y del 91,5, respectivamente, en competencia escrita. Esos desequilibrios no pueden atribuirse a la identidad lingüística previa del alumnado, por cuanto la mayoría declaraba que su lengua inicial es el catalán (36,6%) o ambas (27,5%). Véase Estudi sociodemogràfic i lingüístic de l’alumnat de 4t d’ESO de Catalunya. Avaluació de l’educació secundària obligatòria 2006. Barcelona: Generalitat de Catalunya, Departament d’Educació, 2008, pp. 43-43 y 35. (Agradezco a Natxo Sorolla que me facilitara una copia de esta encuesta.) En este sentido, es elocuente la comparación del sistema catalán con el vigente en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), a menudo elogiado por PP y Ciudadanos, basado en la separación del alumnado en función de la lengua docente, según tres modelos: A (castellano lengua vehicular y euskera como asignatura); B (uso vehicular de ambas lenguas), y D (euskera como lengua vehicular y castellano como asignatura) (Decreto del Gobierno vasco 138/1983, de 11 de julio, y Ley del Parlamento vasco 1/1993, de 19 de febrero, de la escuela pública vasca, disposición adicional décima). Pruebas correspondientes a un nivel de competencia en euskera equivalente al nivel B2 del marco europeo de referencia realizadas en el curso 2004-05 a estudiantes de los modelos B y D arrojaron resultados positivos del 32,6 y del 68%, respectivamente. En el caso del modelo A, el sistema es estructuralmente tan deficiente para la adquisición de competencia en euskera que ni siquiera se propuso al alumnado realizar la prueba. Datos extraídos de Iñaki Etxeberria, Hizkuntza ereduen jatorria, bilakaera eta emaitzak EAEko hezkuntza sareetan. Euskal Eskola Publikoa Gaur Bihar / EHIGE, s/f, p. 17.
Daniel Escribano
es traductor, asesor lingüístico y miembro de Espaifabrica.cat. Es autor del libro “El conflicte lingüístic a les illes Balears durant la Segona República (1931-1936)” (Lleonard Muntaner Editor, 2017) y de diversas traducciones, entre las que destacan “Ulrike Meinhof”, de Jutta Ditfurth (Tigre de Paper, 2017), “Será colosal”, de Joseba Sarrionandia (Txalaparta, 2016), o “Panther”, de Melvin Van Peebles (Tigre de Paper, 2016). Ha editado y traducido la obra “Pomes perdudes. Antologia de la narrativa basca moderna” (Tigre de Paper, 2014) y, junto con Àngel Ferrero, la antología de James Connolly “La causa obrera es la causa de Irlanda. La causa de Irlanda es la causa obrera. Textos sobre socialismo y liberación nacional” (Txalaparta, 2014).

The Pomegranate

“The Pomegranate,” by Kawabata Yasunari

Kawabata Yasunari (1889-1972) was the first Japanese writer to win the Nobel Prize in literature. It was awarded in 1968, and coincided with the centennial celebration of the Meiji Restoration.

Japanese authors of the modern period have been well aware of both their own long, rich literary tradition and new ideas about content, form, and style available from the West. Kawabata was no exception; his work has been influenced by both traditions, and is widely read in the West as well as in Japan.

Kawabata is best known in the United States for novels such as Snow Country, A Thousand Cranes, and The Sound of the Mountain, but he also wrote many very short stories — a form he called tanagokoro no shôsetsu ( “palm-of-the-hand stories”). These short narratives are less concerned with plot, or story line, than with depicting momentary experiences and feelings that have wider meanings.

As you read the following story, written in l945 just at the end of World War II, try to think about what each little incident means to the main character, Kimiko.

“The Pomegranate”

In the high wind that night the pomegranate tree was stripped of its leaves.

The leaves lay in a circle around the base.

Kimiko was startled to see it naked in the morning, and wondered at the flawlessness of the circle. She would have expected the wind to disturb it.

There was a pomegranate, a very fine one, left behind in the tree.

“Just come and look at it,” she called to her mother.

“I had forgotten.” Her mother glanced up at the tree and went back to the kitchen.

It made Kimiko think of their loneliness. The pomegranate over the veranda too seemed lonely and forgotten.

Two weeks or so before, her seven-year-old nephew had come visiting, and had noticed the pomegranates immediately. He had scrambled up into the tree. Kimiko had felt that she was in the presence of life.

“There is a big one up above,” she called from the veranda.

“But if I pick it I can’t get back down.”

It was true. To climb down with pomegranates in both hands would not be easy. Kimiko smiled. He was a dear.

Until he had come the house had forgotten the pomegranate. And until now they had forgotten it again.

Then the fruit had been hidden in the leaves. Now it stood clear against the sky.

There was strength in the fruit and in the circle of leaves at the base. Kimiko went and knocked it down with a bamboo pole.

It was so ripe that the seeds seemed to force it open. They glistened in the sunlight when she laid it on the veranda, and the sun seemed to go on through them.

She felt somehow apologetic.

Upstairs with her sewing at about ten, she heard Keikichi’s voice. Though the door was unlocked, he seemed to have come around to the garden. There was urgency in his voice.

“Kimiko, Kimiko!” her mother called. “Keikichi is here.”

Kimiko had let her needle come unthreaded. She pushed it back into the pincushion.

“Kimiko had been saying how she wanted to see you again before you leave.” Keikichi was going to war. “But we could hardly go and see you without an invitation, and you didn’t come. It was good of you to come today.”

She asked him to stay for lunch, but he was in a hurry.

“Well, do at least have a pomegranate. We grew it ourselves.” She called up to Kimiko again.

He greeted her with his eyes, as if it were more than he could do to wait for her to come down. She stopped on the stairs.

Something warm seemed to come into his eyes, and the pomegranate fell from his hand.

They looked at each other and smiled.

When she realized that she was smiling, she flushed. Keikichi got up from the veranda.

“Take care of yourself, Kimiko.”

“And you.”

He had already turned away and was saying goodbye to her.

Kimiko looked on at the garden gate after he had left.

“He was in such a hurry,” said her mother. “And it’s such a fine pomegranate.”

He had left it on the veranda.

Apparently he had dropped it as that warm something came into his eyes and he was beginning to open it. He had not broken it completely in two. It lay with the seeds up.

Her mother took it to the kitchen and washed it, and handed it to Kimiko.

Kimiko frowned and pulled back, and then, flushing once more, took it in with some confusion.

Keikichi would seem to have taken a few seeds from the edge.

With her mother watching her, it would have been strange for Kimiko to refuse to eat. She bit nonchalantly into it. The sourness filled her mouth. She felt a kind of sad happiness, as if it were penetrating far down inside her.

Uninterested, her mother had stood up.

She went to a mirror and sat down. “Just look at my hair, will you. I said goodbye to Keikichi with this wild mop of hair.”

Kimiko could hear the comb.

“When your father died,” her mother said softly, “I was afraid to comb my hair. When I combed my hair I would forget what I was doing. When I came to myself it would be as if your father were waiting for me to finish.”

Kimiko remembered her mother’s habit of eating what her father had left on his plate.

She felt something pull at her, a happiness that made her want to weep.

Her mother had probably given her the pomegranate because of a reluctance to throw it away. Only because of that. It had become a habit not to throw things away.

Alone with her private happiness, Kimiko felt shy before her mother.

She thought that it had been a better farewell than Keikichi could have been aware of, and that she could wait any length of time for him to come back.

She looked toward her mother. The sun was falling on the paper doors beyond which she sat at her mirror.

She was somehow afraid to bite into the pomegranate on her knee.

Translated by Edward G. Seidensticker, in Contemporary Japanese Literature, edited by Howard Hibbett (New York: A.A. Knopf, 1977), 293-295. Reprinted by permission of the translator.

Los datos y cálculos electorales… y la conciencia

Los datos y cálculos electorales… y la conciencia
Aportes para el desarrolloMi Arado 08/02/2018
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Los datos y calculos electorales y la conciencia

Héctor Ferlini-Salazar

Desde cualquier punto de vista que se mire, el proceso electoral 2018 en Costa Rica ha significado un socollón político. El ascenso de una opción de gobierno con marca religiosa no estaba contemplada. En mi artículo “Cuatro claves para una elección”, publicada en SURCOS el 26 de enero, comenté que los temas de la corrupción y de los derechos humanos habían disparado las candidaturas de Juan Diego Castro y Fabricio Alvarado respectivamente; a la postre este último resultó ganador de la primera vuelta.

Los datos obtenidos, las declaraciones que provienen de representantes de las opciones electorales descartadas para la segunda ronda, y especialmente, el renacimiento de un compromiso ciudadano que se expresa en redes digitales con la creación de múltiples grupos con tono pluralista y en el activismo palpable que busca evitar un gobierno dirigido por una religión altamente conservadora, augura un gane amplio de Carlos Alvarado para otorgar cuatro años nuevos de gobierno al PAC.

Será, muy probablemente (si ese compromiso ciudadano se mantiene y aumenta conforme se acerque el 1 de abril), un triunfo contundente de Carlos Alvarado que enviará al país al menos dos mensajes: a) las opciones fundamentalistas no tienen hoy viabilidad política para llegar al Poder Ejecutivo en Costa Rica, b) las bancadas del PLN y del PUSC tendrán que tener mucho cuidado con las alianzas que hagan con Restauración Nacional en la Asamblea Legislativa si desean renacer como opciones electorales, pues habrá una ciudadanía que ya no estará atada a sus partidos. Tendrán que asumir con responsabilidad los grandes temas como el problema fiscal, el sistema de seguridad social (incluye educación, salud, recreación y otros), la protección de los derechos humanos, el agua, para citar los más apremiantes y que concentran la mirada ciudadana.

¿Pero qué ocurrirá si este compromiso ciudadano que hoy observamos en redes digitales se acaba el 1 de abril? Para responder quiero comentar tres experiencias vividas recientemente en mis constantes actividades en comunidades para trabajar el tema de la construcción de cultura de ciudadanía y democracia participativa. En la Zona Sur, durante un taller en setiembre, un participante dirigente sindical del sector de pequeña agricultura, aprovechó su comentario sobre el tema del encuentro para arremeter contra “la ideología de género y las guías de educación sexual”. En la Zona Norte, en octubre, en otra actividad, una compañera de larga lucha y compromiso con los derechos de las mujeres campesinas habló también contra las guías para promover la afectividad y la sexualidad integral. En Limón, en las semanas finales de 2017, otro participante de las actividades que promuevo en torno al tema de construcción de cultura de ciudadanía y democracia participativa, dirigente comunal de larga trayectoria y participante de muchas organizaciones comunitarias, igualmente se pronunció en contra de los temas relacionados con la sexualidad. En esas fechas no se conocía el pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos acerca del matrimonio igualitario. Como vemos, todas son personas comprometidas con su gente y sus comunidades, ninguna tenía una argumentación consistente para sus discursos, pero los asumen plenamente y los defienden a viva voz porque los mensajes difundidos desde fuerzas políticas y medios de persuasión no son inocentes y están diseñados para ser incorporados. El compromiso social no siempre implica conciencia política.

¿Es suficiente entonces si se gana esta elección de Carlos Alvarado? ¿Se rendirán las fuerzas que impulsan esos temas y otras ideas como que el problema del déficit fiscal está en los programas sociales que gastan mucho y no en la evasión, la elusión y un sistema tributario injusto? ¿Qué vendrá después? Como lo propuse en el texto “La fuerza nace desde las comunidades” (2011), la construcción de una fuerza social transformadora que oriente al país por una ruta de justicia social, implica dos ingredientes claves: – Elevar la conciencia del pueblo, esto es, desarrollar un proceso educativo para lograr una clara comprensión de los problemas, sus causas profundas, y las soluciones. – Elevar la calidad organizacional, lo cual implica, más gente participando conscientemente en las organizaciones sociales y comunitarias con ánimo plural, y mejor articulación entre los grupos.

Esta tarea, que es la tarea de construir una sociedad nueva basada en la justicia y el respeto a los derechos de cada persona, no se hace desde las redes digitales que si son útiles como medios de difusión, pero la construcción de conciencia política implica un cara a cara, una comunicación directa para palpar la realidad de cada comunidad y de cada persona, desentrañar ideas, percepciones y vibraciones para comprender por qué una persona acepta y divulga determinadas ideas y estar en capacidad de construir una respuesta inteligente a partir de la credibilidad que provee la cercanía humana. Esas ideas, percepciones y vibraciones solo se comprenden en la vivencia concreta, no por la vía digital, y en esa vivencia concreta, se descubre los elementos que pueden generar rupturas culturales y construir, primero, conciencia social, y luego, conciencia política, es decir, reconocimiento del rol o papel que se tiene en la dinámica de poder y definir si se desea seguir con ese papel o se quiere transformar en unión con las personas cercanas. Por eso la fuerza nace desde las comunidades. No hay que ver esta frase con dramatismo y argumentar que “no tengo tiempo”, pues todas las personas tenemos una o varias comunidades: habitacional, laboral, familiar, deportiva, artística, estudiantil… donde podemos sembrar con inteligencia la semilla de la conciencia y cuidar que germine y se multiplique.

Hay que ganar esta elección porque se reconoce la calidad del candidato, porque se siente identificación con el programa, o porque se quiere evitar el triunfo del fundamentalismo religioso, pero luego la tarea sigue… desde las comunidades.