El Salvador: la lucha por la democracia y el socialismo

El proceso revolucionario de nuestro país, en este periodo de gobierno de una coalición de centro-izquierda, encabezada por el presidente Funes y el FMLN, atraviesa por inesperadas veredas de profundización de la democracia y en un contexto de avances de los procesos sudamericanos de cambio, las cuales marcaran decisivamente el camino salvadoreño a la democracia y al socialismo.

En este marco, como movimiento popular surgen apremiantes interrogantes que ameritan la reflexión y discusión colectiva, para poder avanzar, entre las que se encuentran las siguientes: ¿Dónde políticamente nos encontramos? ¿Cómo fortalecer lo acumulado? ¿Cómo avanzar al socialismo? A continuación profundizamos al respecto de estas candentes preguntas.

¿Donde estamos?

Estamos a la ofensiva. La victoria electoral de marzo de 2009 significó un inmenso esfuerzo popular para lograr el desplazamiento de la derecha oligárquica del control del ejecutivo y la llegada de un gobierno de centro-izquierda, lo cual marca el inicio de un nuevo periodo histórico en el que el FMLN se encuentra a la ofensiva, en un proceso acelerado de acumulación política, que se expresa entre otras cosas, en el control sobre Asamblea Legislativa y Corte Suprema de Justicia. Para no mencionar Corte de Cuentas y TSE.

Así como en la configuración estratégica de una alternativa de disputa económica por medio de Albapetróleo, Albaalimentos, etc. Se ha avanzado en las alturas y se necesita avanzar también en las profundidades de los sectores populares. Como dice la canción, arriba y abajo. Por otra parte, a victoria del FMLN en el 2009 fue una victoria estratégica, pero no decisiva.

La derecha sigue teniendo múltiples recursos y experiencia para recuperar sus privilegios perdidos. Y tratará de lograr la restauración oligárquica. Y la tendencia principal en este momento les favorece. Pero ha perdido la iniciativa política para definir el debate y encauzar la agenda de país y esto es clave para el proceso de lucha por la democracia y el socialismo.

Es una nueva etapa de lucha, inédita, histórica, por lo que seguramente se cometerán errores. Pero constituye el momento de mayor acumulación política logrado por la izquierda en sus casi noventa años de historia. Por lo que su consolidación se vuelva la tarea estratégica principal.

Las fuerzas del cambio

En el campo de las fuerzas del cambio se ha logrado construir a partir del 2007 una amplia y diversa alianza de fuerzas políticas y sociales alrededor de la derrota de ARENA y la conquista de un gobierno democrático integrado por el FMLN y los sectores aglutinados alrededor del presidente Funes. Estos sectores tienen intereses objetivos en seguir derrotando a ARENA.

El núcleo político del presidente Funes fue conocido como los Amigos de Mauricio y representa los intereses de sectores profesionales urbanos, pequeños y medianos empresarios, algunos dueños de medios de comunicación, sectores de la burguesía no oligárquica, incluso núcleos del capital transnacional, entre otros.

Los sectores aglutinados alrededor del partido GANA, representa los intereses de grandes empresarios no oligárquicos y sectores de funcionarios públicos recientemente enriquecidos. GANA arrastra tras de sí a otros dos partidos, a CN y a PE.

Y será interesante observar las posiciones del recién fundado MNP, vinculado a la TR. Ojala que el MNP centre sus ataques no sobre los errores del FMLN sino sobre lo que significaría el regreso de ARENA al control del ejecutivo. El MNP representa los intereses de sectores populares. Y ojala por otro lado, que el FMLN abandone su actitud de gran partido y busque al MNP para sumarlo a la pelea contra ARENA y ojala que el MNP acepte.

Y también se encuentra el movimiento popular y social, que es influenciado por algunas de las fuerzas políticas mencionadas arriba. Estamos hablando entonces de cinco sectores. El FMLN; como la principal fuerza de izquierda que representa los intereses populares, el presidente Funes, que representa los intereses de la fracción no oligárquica de la burguesía y de sectores del capital transnacional, el partido GANA, que representa los intereses de sectores de la burguesía emergente; Tendencia Revolucionaria, fuerza política de izquierda, y el Movimiento Popular, con sus tres grandes vertientes: CONPHAS y CIRAC, UNDPC y MDP.

Las fuerzas de la vieja sociedad

La derecha, por su parte, por medio de su instrumento electoral ARENA, logró en marzo de 2012 mantener el control sobre San Salvador y arrebatarle al FMLN bastiones simbólicos y estratégicos de poder territorial alrededor de la capital. Esto los oxigenó. Lograron también seleccionar a su candidato presidencial Norman Quijano sin costos públicos.

Pero siguen con dificultades. El fantasma de la compra de diputados y quizás hasta de alcaldes y magistrados, los persigue. Y como ellos lo han hecho en el pasado, están probando de su propia medicina. Y hoy están traumatizados hasta por los que se sacan la lotería.

Asimismo han logrado movilizar a ANEP y convertirla en un confiable instrumento de lucha y de construcción de alianzas con algunos sectores democráticos. Esfuerzo que se materializa en Aliados por la Democrática. Y también se encuentran trabajando por atraer a sectores de los partidos CN y PE e incluso a personajes del CD. Con GANA no quieren saber nada.

ARENA representa los intereses de los sectores oligárquicos de la burguesía.
Y durante veinte años, desde 1989 hasta 2009, lograron imponer un modelo neoliberal de gobierno autoritario junto con una economía dolarizada, como
mecanismo para fortalecer sus intereses económicos. ARENA junto con ANEP se ha convertido en el principal obstáculo para el progreso social de El Salvador. No es casual su cerrada oposición a los subsidios sociales.

De recuperar el ejecutivo, ARENA desplegará una intensa y sistemática campaña para erradicar cualquier tipo de medida tomada que fortalezca el proceso de democratización y abrirán un periodo de brutal ajuste de cuentas, eliminando programas sociales y conquistas y derechos laborales, para así recuperar ganancias y posiciones perdidas y evitar con la represión, sorpresas en el futuro. Y van punteando, pero esto puede y debe revertirse.

La tarea política principal de esta etapa de lucha por la democracia, y en este periodo iniciado en marzo de 2009 es la derrota de la derecha oligárquica en los diversos terrenos en que ha afincado su dominación: en lo político, lo social, lo económico y lo cultural.

Se ha avanzado en lo político, pero falta una visión más holística que permita avanzar en lo social (desarrollo del movimiento popular), en lo económico (creación de una alternativa popular desde las alcaldías y desde el ejecutivo) y en lo cultural (construcción de una red mediática alternativa desde las universidades, las alcaldías y el ejecutivo).

¿Cómo protegemos lo ganado?

Con lucha y organización popular. El esfuerzo principal de lucha ha estado centrado en lo legislativo. Y se ha logrado aprovechar el proceso de crisis interna que vive la derecha producto todavía de la derrota del 2009. Se ha logrado atraer a los demás partidos de derecha y aislar a ARENA. Se ha logrado fortalecer el espacio legislativo y abrir el espacio judicial.

La victoria en el 2014 solo será posible rebasando las fronteras del FMLN y construyendo una alianza mucho mayor que la que permitió ganar con el entonces periodista Funes en el 2009. En ese marco una candidatura de fuera del FMLN hubiera sido lo más recomendable, pero no sucedió así por diversas razones, muy propias de la lectura que el FMLN hace de la experiencia con el presidente Funes.

Seguramente no podremos derrotar a ARENA exclusivamente con las fuerzas aglutinadas en el FMLN y en el movimiento popular bajo su influencia. Ni siquiera sumando las fuerzas alrededor del presidente Funes. Ni siquiera con el MNP. Se necesita ampliar la alianza hasta sectores de la derecha no oligárquica como GANA y el expresidente Saca. No hay otra opción.

Esto no significa que estos sectores no puedan convertirse en un futuro en enemigos del proceso de cambios. Lo importante es el papel que por sus propios intereses hoy desempeñan. Aquí no podemos partir de nuestros deseos y sentimientos, sino de las realidades impuestas por la correlación de fuerzas. Se trata de aislar al enemigo principal y más peligroso de este periodo de lucha, que es la fracción oligárquica de la burguesía representada por ARENA.
Incluso la obligada inclusión del Alcalde de Santa Tecla, Oscar Ortiz viene a tratar de nivelar las encuestas nada favorables al candidato seleccionado por el FMLN. Pero de lo que se trata ahora es de avanzar. Y de lograr derrotar por segunda vez a ARENA y a ANEP, y de esta forma seguir socavando el poder de la oligarquía y de su instrumento electoral y colocar los intereses de la gente por encima de los intereses de los poderosos.

Debemos de reconocer autocríticamente que no hemos tenido la capacidad de proponer un candidato y un programa que provoque el entusiasmo que fue logrado con la campaña del periodista Mauricio Funes y que nos permita acelerar el estallido de la victoria. En política como en el mundo del espectáculo, el timing is everything. El momento oportuno lo es todo.

Si esta visión amplia resulta victoriosa y conquistamos la victoria en 2014 y 2015, habremos avanzado un nuevo escalón que nos conducirá a una nueva realidad política, seguramente de mayor confrontación, ya que la derecha oligárquica va reaccionar lógicamente con mucha energía, y los choques serán más agudos.

Y esto será una extraordinaria escuela política para los sectores populares. Y podría acercar un momento de ruptura con el orden establecido. Asimismo provocara una situación más favorable para impulsar la lucha por una agenda popular y profundizar los cambios ya realizados.

El 2014, independientemente de los candidatos e incluso de los partidos, es una elección que decidirá si nos movemos en una dirección progresista, de ofensiva política, de avance político o social o si retrocedemos a una situación de autoritarismo político y predominio de los intereses empresariales oligárquicos, de resistencia, de nuevo a la defensiva. La tarea política principal es convencer a una gran mayoría popular de la necesidad de seguir avanzando.

Hay que reconocer que al interior del movimiento popular no existe consenso sobre esta visión de una estrategia de amplitud. Algunos consideran que la gestión de Funes y del FMLN no se diferencia e incluso ha sido hasta peor administrativamente que los cuatro gobiernos de ARENA. Otros piensan que un gobierno de ARENA permitirá volver a reactivar la lucha social. Incluso hay los que sostienen que la derrota del FMLN es inevitable y hasta saludable para evitar que surja la corrupción por “las mieles del poder.”

Con respecto al FMLN algunos consideran que es lo mismo que ARENA, un partido del sistema. Otros van más allá y afirman que el FMLN es peor porque crea ilusiones en la gente que es posible el cambio dentro del sistema. Incluso hay trasnochados que sueñan con regresar a la lucha armada. Otros andan afanados construyendo desde la “verdadera” izquierda no un movimiento social sino un segundo partido electoral.

Nuestra opinión es que el FMLN, no obstante sus errores de táctica y de estrategia, sigue aglutinando a miles de hombres y mujeres comprometidos con el cambio social, con la revolución social, con la lucha por la democracia y el socialismo. Y es una fuerza política, popular y electoral muy poderosa.

Asimismo el régimen de Funes y del FMLN ha sido frustrante en muchos terrenos, particularmente en su política económica y en su política exterior. Pero la frustración no puede convertirse en la base para un diseño estratégico que comprenda las elecciones de 2014 y 2015. No pueden nuestros sentimientos guiar nuestros pensamientos y acciones. Lo que esta en juego es demasiado importante para que permitir que esto suceda. Se necesita una visión de conjunto y evitar que los árboles nos oculten el bosque.

Una estrategia adecuada puede hacer la diferencia entre la derrota y la victoria. Por ejemplo, 1932 y 1944. En 1932 el PCS definió de acuerdo a los lineamientos entonces de la III Internacional, una estrategia de clase contra clase que nos condujo al fracaso porque nos aisló de amplios sectores democráticos; mientras que en 19944 los revolucionarios tuvieron la claridad de construir una poderosa alianza de fuerzas populares que logró la victoria contra el tirano de las aguas azules. Una estrategia adecuada nos permite descubrir el vínculo, el engarce entre una etapa de lucha y la siguiente.

Una estrategia equivocada, sectaria, que solo vea hacia el ombligo del FMLN está condenada al fracaso ya que debilitaría los vínculos con los amplios sectores democráticos que pueden ser ganados a esta pelea. Claro, la línea estratégica no es una brújula segura que siempre acierta, pero si señala con claridad hacia donde queremos ir, cual es nuestro sur, a que puerto queremos llegar y con quienes.

¿Cómo avanzar al socialismo?

Ganando las mentes y los corazones de las amplias mayorías populares. La actual etapa de lucha de clases por la democracia y el actual periodo de gobierno del presidente Funes y del FMLN, transcurre en los marcos históricos del sistema capitalista. No los rompe, sino en muchos aspectos hasta los fortalece ya que respeta y hasta moderniza su régimen jurídico y económico. Así como no toca sus vínculos con el mercado internacional y sus alianzas con el imperio.

Pero permite que amplios sectores populares, y particularmente de la clase obrera, realicen el vital aprendizaje que les enseñe que el sistema capitalista no resuelve sus problemas sino que los agrava, y es un sistema diseñado para favorecer a una minoría propietaria de los medios de producción.

La lucha por el socialismo en El Salvador inicia a mediados de los años veinte del siglo pasado y ha atravesado por múltiples etapas, que van desde la primera tesis universitaria marxista en 1913; los primeros grupos marxistas al interior de la FRTS; pasando por la creación del PCS en 1930, la insurrección indígena-campesina de 1932; la resistencia clandestina contra el dictador Martínez; la creación de la UNT en mayo de 1944; la creación del FUAR en 1961; la fundación del FMLN en 1980 y la llegada del primer gobierno de izquierda en 2009. Las ideas del marxismo pronto cumplirán cien años en nuestra patria. Y hay que celebrarlo.

Todos estos acontecimientos y muchos otros, así como organizaciones y personajes que abrazaron la causa socialista como Farabundo Martí y Schafik Handal han mantenido encendida la llama , incluso en las más difíciles condiciones de persecución y clandestinidad, en las que ser identificado como comunista era una segura condena de muerte.

Los partidarios del socialismo conquistaron en 1992 el derecho a divulgar públicamente sus doctrinas. No obstante esto, tres años después, el PCS junto con los otros cuatro partidos que constituyeron el FMLN en 1980, las FPL, el ERP, la RN y el PRTC, fueron auto disuelto. El criterio fue el de fortalecer un nivel superior de unidad. Y quizás fue lo más correcto.

Y el FMLN se declara hoy como partido revolucionario, socialista y humanista. Pero no marxista-leninista. Y además abandonó su naturaleza de partido de cuadros para convertirse en un partido de masas, esto en el complejo proceso que lo llevó de ser un invencible ejército guerrillero a ser un poderoso ejército electoral.

Lo que es un hecho es que la idea del socialismo es hoy mucho más aceptada entre la población salvadoreña que en la época de la dictadura militar, no obstante que hoy ya no existe el poderoso campo socialista dirigido por URSS, que existía en aquellos tiempos. Pero se mantiene Cuba Socialista y existe Venezuela Bolivariana. Y existe la RPCh y Vietnam.

Pero todavía existen amplios sectores populares víctimas del anticomunismo, que ha sido la bandera ideológica ensangrentada que ondearon las dictaduras
militares por noventa años y con la que siguen navegando los principales medios de comunicación así como el partido ARENA y la gremial ANEP.

Definir una fecha para la llegada del socialismo a El Salvador sería jugar con las cartas de la imaginación. Negar su llegada también sería oponerse obtusamente a las leyes del cambio social. El socialismo llegará, será instaurado, triunfará cuando los sectores populares hayan alcanzado un nivel organizativo y de conciencia tan elevado, que les permita atraer y convencer a la mayoría de la población sobre sus ventajas así como aislar a los sectores más recalcitrantes de la burguesía y de sus aliados internacionales.

Debemos de insistir en que el capitalismo como sistema ha fracasado en el mundo entero (guerras, crisis económica, deterioro ambiental, criminalidad) así como en El Salvador (desempleo, alto costo de la vida, delincuencia). El futuro pertenece al socialismo.

Si será su llegada de forma pacífica o violenta eso dependerá de la resistencia de las clases dominantes. Lo que si es seguro es que será un proceso de transición largo y complejo, con periodos de avance y periodos de estancamiento e incluso de retroceso, como nos lo enseña la experiencia internacional. La revolución socialista modificará las estructuras económicas del país colocando sus palancas fundamentales al servicio de la población. Abrirá un periodo de amplias libertades y profunda participación popular en los asuntos públicos.

La lucha por derrotar a ARENA en el 2014 y 2015 esta fuertemente vinculada a crear condiciones que nos permitan avanzar en nuestro desarrollo histórico y que nos faciliten la tarea de educar políticamente a los amplios sectores de la población que sigue infectada con el virus del anticomunismo. Debemos de construir un puente que permita unir nuestras necesidades tácticas (derrotar a ARENA en el 2014 y el 2015) con nuestras tareas estratégicas de lucha por el socialismo. Vincular lo inmediato con lo mediato, el presente con el futuro.

¿Cómo será el socialismo salvadoreño? A partir de nuestra evolución histórica y de las tradiciones de lucha de nuestra clase obrera y sectores populares, puede decirse y deducirse que será democrático, pluralista, inclusivo, con mucha participación popular.-

ASOMAN PUGNAS ENTRE WASHINGTON Y TEL AVIV

En términos políticos, la película producida por un grupo sionista compuesto por judíos de doble nacionalidad israelí-estadounidense y un egipcio copto puede ser analizada, desde una perspectiva táctica, como una manipulación antiestadounidense y, desde una estratégica, como un ataque psicológico antimusulmán.

Así lo afirma en un artículo titulado “La blasfemia como táctica política” el periodista y activista político francés Thierry Meyssan, fundador y presidente de la Red Voltaire.

“La inocencia de los musulmanes” fue realizada hace varios meses pero fue lanzada en un momento deliberadamente calculado para provocar disturbios contra Estados Unidos y se ha sabido que agentes israelíes fueron desplegados en varias grandes ciudades con la misión de canalizar la ira de las multitudes contra objetivos estadounidenses.

Meyssan percibe en ello la evidencia de una fuerte pugna y un creciente alejamiento entre Washington y Tel Aviv que explican los recientes desencuentros entre Obama y Netanyahu, incluido el hecho de que éstos no se reunieran en ocasión de la visita a Nueva York del israelí para hablar ante la Asamblea General de la ONU.

Meyssan señala que militares estadounidenses del más alto rango han
hecho saber al gobierno israelí en las últimas semanas su intención
de no continuar la sucesión de guerras comenzada tras el 11 de
septiembre de 2001 (Afganistán, Irak, Libia y Siria) que, según los acuerdos
informales de 2001, debían extenderse a Sudán, Somalia e Irán.

Meyssan considera que la primera advertencia israelí a EEUU se dio
en Afganistán, en agosto de 2012, cuando impactaron dos cohetes el
avión estacionado en tierra del General Martin Dempsey, Jefe del estado
mayor conjunto estadounidense.

Para el periodista francés, la más reciente advertencia ha sido más
brutal aún porque la exhibición del filme y sus consecuencias,
aunque parecen un ataque frontal contra las creencias de los musulmanes,
son además operaciones orientadas contra todo aquel que se oponga al
proyecto de dominación israelí.

Fueron agentes israelíes quienes manipularon a la multitud que participó en el asesinato del Embajador de Estados Unidos en el Consulado de Benghazi, asegura Meyssan.

El hecho cobra mayor gravedad si se considera que en Libia
actualmente el gobierno nacional es ficción legal y el Embajador estadounidense
es el jefe de facto del Estado.

Los hechos en torno a “La inocencia de los musulmanes”, dice
Thierry Mayssan, sirven al propósito de hacer que Washington -que parece en
camino de abandonar la agenda sionista- regrese a su anterior posición.

Así ve también la tensión israelí-estadounidense el activista pacifista canadiense Donald Currie quien recomienda a las fuerzas políticas progresistas de Norteamérica considerar la gravedad de estos hechos para dejar de abogar acríticamente por la relección de Obama y en cambio lo hagan urgiendo a apoyar su candidatura solo en el contexto de una posición contraria a los planes de EEUU, la OTAN e Israel de provocar, mediante guerras, los cambios en Siria e Irán.

Currie estima que los pueblos de Canadá y Estados Unidos continuarán siendo arrastrados a esas guerras mientras no existan candidatos presidenciales que hablen abiertamente de estas realidades y tengan coraje suficiente para oponerse a ellas.

Demostrativo igualmente de esta situación es la forma en que ataca a Obama el influyente periodista conservador y pro-israelí Charles Krauthammer, en un artículo sobre “Un colapso épico de la política exterior” que publican varios periódicos estadounidenses.

Krauthammer, refiere que la Doctrina de El Cairo, que fue pieza central de la política exterior de Barack Obama en busca de un acercamiento con el mundo islámico, ha colapsado.

“Ahora solo queda la evidencia de una superpotencia en retirada. El mundo islámico esta convulso con una explosión de antiamericanismo. “Desde Tunez al Líbano, los islamistas del Norte de África se alzan; Irán desafía a Estados Unidos, exige el derecho a enriquecer uranio y admite que tiene Guardias Revolucionarios desplegados en Siria.

Rusia, después de armar a Al Assad, exige que Estados Unidos no intervenga.
Se queman escuelas, negocios y edificios diplomáticos
estadounidenses; el Embajador de EEUU y tres asistentes suyos son asesinados en
Benghazi; se izaron banderas negras en las embajadas de EEUU en
Túnez, Egipto, Yemen y Sudán en protesta por la muerte de Osama bin Laden;
masacres en Nigeria; crece la violencia en Siria… lo único que
declina es la America de Obama”.

El gobierno de EEUU, anonadado y confundido, culpa a los avances de una película que nadie ha visto y quizás no exista. Los Estados del Golfo ruegan a Estados Unidos que actúe en el caso de Irán… y Obama a quien contiene es a Israel, dice Krauthammer.
Octubre de 2012.

LA ERA DEL IMPERIO (1875-1914) Capítulo 3 La era del imperio

Sólo la confusión política total y el optimismo ingenuo pueden impedir el reconocimiento de que los esfuerzos inevitables por alcanzar la expansión comercial por parte de todas las naciones civilizadas burguesas, tras un período de transición de aparente competencia pacífica, se aproximan al punto en que sólo el poder decidirá la participación de cada nación en el control económico de la Tierra y, por tanto, la esfera de acción de su pueblo y, especialmente, el potencial de ganancias de sus trabajadores.

MAX WEBER, 1894

“Cuando estés entre los chinos afirma [el emperador de Alemania], recuerda que eres la vanguardia del cristianismo afirma. Hazle comprender lo que significa nuestra civilización occidental. […] Y si por casualidad consigues un poco de tierra, no permitas que los franceses o los rusos te la arrebaten.” Mr. Dooleyís Philosophy

1 Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su seno tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo en el que los países “avanzados” dominaran a los “atrasados”: en definitiva, un mundo imperialista. Pero, paradójicamente, al período transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no sólo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente anacrónico. Probablemente, fue el período de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se autotitulaban oficialmente “emperadores” o que fueran considerados por los diplomáticos occidentales como merecedores de ese título.

En Europa, se reclamaban de ese título los gobernantes de Alemania, Austria, Rusia, Turquía y (en su calidad de señores de la India) el Reino Unido. Dos de ellos (Alemania y el Reino Unido/la India) eran innovaciones del decenio de 1870. Compensaban con creces la desaparición del “Segundo Imperio” de Napoleón III en Francia. Fuera de Europa, se adjudicaba normalmente ese título a los gobernantes de China, Japón, Persia y tal vez en este caso con un grado mayor de cortesía diplomática internacional a los de Etiopía y Marruecos. Por otra parte, hasta 1889 sobrevivió en Brasil un emperador americano. Podrían añadirse a esa lista uno o dos “emperadores” aún más oscuros. En 1918 habían desaparecido cinco de ellos. En la actualidad (1988) el único sobreviviente de ese conjunto de supermonarcas es el de Japón, cuyo perfil político es de poca consistencia y cuya influencia política es insignificante. (a) Desde una perspectiva menos trivial, el período que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. La supremacía económica y militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del siglo XVII y el último cuarto del siglo XIX no se había llevado a cabo intento alguno por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y administración formales. Entre 1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno y otro de una serie de Estados, fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estados Unidos y Japón. Hasta cierto punto, las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios preindustriales sobrevivientes de España y Portugal, el primero pese a los intentos de extender el territorio bajo su control al noroeste de Africa más que el segundo. Pero la supervivencia de los más importantes territorios portugueses en Africa (Angola y Mozambique), que sobrevivirían a otras colonias imperialistas, fue consecuencia, sobre todo, de la incapacidad de sus rivales modernos para ponerse de acuerdo sobre la manera de repartírselo. No hubo rivalidades del mismo tipo que permitieran salvar los restos del Imperio español en América (Cuba, Puerto Rico) y en el Pacífico (Filipinas) de los Estados Unidos en 1898. Nominalmente, la mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia” o incluso una administración directa que en algunos casos (como el acuerdo anglorruso sobre Persia en 1907) cubrían todo el territorio. De hecho, se daba por sentada su indefensión militar y política. Si conservaron su independencia fue bien porque resultaban convenientes como Estadosalmohadilla (como ocurrió en Siam la actual Tailandia, que dividía las zonas británica y francesa en el sureste asiático, o en Afganistán, que separaba al Reino Unido y Rusia), por la incapacidad de las potencias imperiales rivales para acordar una fórmula para la división, o bien por su gran extensión. El único Estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener a raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales.

Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: Africa y el Pacífico. No quedó ningún Estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y todavía en una escala modesta japoneses. En 1914, Africa pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués, y, de forma más marginal, español, con la excepción de Etiopía, de la insignificante república de Liberia en el Africa occidental y de una parte de Marruecos, que todavía resistía la conquista total. Como hemos visto, en Asia existía una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron y redondearon sus extensas posesiones: el Reino Unido, anexionando Birmania a su imperio indio y estableciendo o reforzando la zona de influencia en el Tibet, Persia y la zona del golfo Pérsico; Rusia, penetrando más profundamente en el Asia central y (aunque con menos éxito) en la zona de Siberia lindante con el Pacífico en Manchuria; los neerlandeses, estableciendo un control más estricto en regiones más remotas de Indonesia. Se crearon dos imperios prácticamente nuevos: el primero, por la conquista francesa de indochina iniciada en el reinado de Napoleón III, el segundo, por parte de los japoneses a expensas de China en Corea y Taiwan (1895) y, más tarde, a expensas de Rusia, si bien a escala más modesta (1905). Sólo una gran zona del mundo pudo sustraerse casi por completo a ese proceso de reparto territorial. En 1914, el continente americano se hallaba en la misma situación que en 1875 o que en el decenio de 1820: era un conjunto de repúblicas soberanas, con la excepción de Canadá, las islas del Caribe, y algunas zonas del litoral caribeño. Con excepción de los Estados Unidos, su status político raramente impresionaba a nadie salvo a sus vecinos. Nadie dudaba de que desde el punto de vista económico eran dependencias del mundo desarrollado. Pero ni siquiera los Estados Unidos, que afirmaron cada vez más su hegemonía política y militar en esta amplia zona, intentaron seriamente conquistarla y administrarla. Sus únicas anexiones directas fueron Puerto Rico (Cuba consiguió una independencia nominal) y una estrecha franja que discurría a lo largo del canal de Panamá, que formaba parte de otra pequeño República, también nominalmente independiente, desgajada a esos efectos del más extenso país de Colombia mediante una conveniente revolución local. En Latinoamérica, la dominación económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal. El continente americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias. Con la excepción del Reino Unido, ningún Estado europeo poseía algo más que las dispersas reliquias (básicamente en la zona del Caribe) de imperio colonial del siglo XVIII, sin gran importancia económica o de otro tipo. Ni para el Reino Unido ni para ningún otro país existían razones de peso para rivalizar con los Estados Unidos desafiando la Doctrina Monroe (b) . Este reparto del mundo entre un número reducido de Estados, que da su título al presente volumen, era la expresión más espectacular de la progresiva división del globo en fuertes y débiles (“avanzados” y “atrasados”, a la que ya hemos hecho referencia). Era también un fenómeno totalmente nuevo. Entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de Estados. El Reino Unido incrementó sus posesiones a unos diez millones de kilómetros cuadrados, Francia en nueve millones, Alemania adquirió más de dos millones y medio y Bélgica e Italia algo menos. Los Estados Unidos obtuvieron unos 250.000 km 2 de nuevos territorios, fundamentalmente a costa de España, extensión similar a la que consiguió Japón con sus anexiones a costa de China, Rusia y Corea. Las antiguas colonias africanas de Portugal se ampliaron en unos 750.000 km 2 ; por su parte, España, que resultó un claro perdedor (ante los Estados Unidos), consiguió, sin embargo, algunos territorios áridos en Marruecos y el Sahara occidental. Más difícil es calibrar las anexiones imperialistas de Rusia, ya que se realizaron a costa de los países vecinos y continuando con un proceso de varios siglos de expansión territorial del Estado zarista; además, como veremos, Rusia perdió algunas posesiones a expensas de Japón. De los grandes imperios coloniales sólo los Países Bajos no pudieron, o no quisieron, anexionarse nuevos territorios, salvo ampliando su control sobre las islas indonesias que les pertenecían formalmente desde hacía mucho tiempo. En cuanto a las pequeñas potencias coloniales, Suecia liquidó la única colonia que conservaba, una isla de las Indias Occidentales, que vendió a Francia, y Dinamarca actuaría en la misma línea, conservando únicamente Islandia y Groenlandia como dependencias. Lo más espectacular no es necesariamente lo más importante. Cuando los observadores del panorama mundial a finales del decenio de 1890 comenzaron a analizar lo que, sin duda alguna, parecía ser una nueva fase en el modelo de desarrollo nacional e internacional, totalmente distinta de la fase liberal de mediados de la centuria, dominada por el librecambio y la libre competencia, consideraron que la creación de imperios coloniales era simplemente uno de sus aspectos. Para los observadores ortodoxos se abría, en términos generales, una nueva era de expansión nacional en la que (como ya hemos sugerido) era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el Estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en el exterior. Los observadores heterodoxos analizaban más específicamente esa nueva era como una nueva fase de desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían advertir en ese proceso. El más influyente de esos análisis del fenómeno que pronto se conocería como “imperialismo”, el breve libro de Lenin de 1916, no analizaba “la división del mundo entre las grandes potencias” hasta el capítulo 6 de los diez de que constaba.

De cualquier forma, si el colonialismo era tan sólo un aspecto de un cambio más generalizado en la situación del mundo, desde luego era un aspecto más aparente. Constituyó el punto de partida para otros análisis más amplios, pues no hay duda de que el término imperialismo se incorporó al vocabulario político y periodístico durante los años 1890 en el curso de los debates que se desarrollaron sobre la conquista colonial. Además, fue entonces cuando adquirió, en cuanto concepto, la dimensión económica que no ha perdido desde entonces. Por esa razón, carecen de valor las referencias a las normas antiguas de expansión política y militar en que se basa el término. En efecto, los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo era un fenómeno totalmente nuevo. El término (que no aparece en los escritos de Karl Marx, que murió en 1883) se incorporó a la política británica en los años 1870 y a finales de ese decenio era considerado todavía como un neologismo. Fue en los años 1890 cuando la utilización del término se generalizó. En 1900, cuando los intelectuales comenzaron a escribir libros sobre este tema, la palabra imperialismo estaba, según uno de los primeros de estos autores, el liberal británico J. A. Hobson, “en los labios de todo el mundo […] y se utiliza para indicar el movimiento más poderoso del panorama político actual del mundo occidental”. En resumen, era una voz nueva ideada para describir un fenómeno nuevo. Este hecho evidente es suficiente para desautorizar a una de las muchas escuelas que intervinieron en el debate tenso y muy cargado desde el punto de vista ideológico sobre el “imperialismo”, la escuela que afirma que no se trataba de un fenómeno nuevo, tal vez incluso que era una mera supervivencia precapitalista. Sea como fuere, lo cierto es que se consideraba como una novedad y como tal fue analizado.

Los debates que rodean a este delicado tema, son tan apasionados, densos y confusos, que la primera tarea del historiador ha de ser la de aclararlos para que sea posible analizar el fenómeno en lo que realmente es. En efecto, la mayor parte de los debates se ha centrado no en lo que sucedió en el mundo entre 1875 y 1914, sino en el marxismo, un tema que levanta fuertes pasiones. Ciertamente, el análisis del imperialismo, fuertemente crítico, realizado por Lenin se convertiría en un elemento central del marxismo revolucionario de los movimientos comunistas a partir de 1917 y también en los movimientos revolucionarios del “tercer mundo”. Lo que ha dado al debate un tono especial es el hecho de que una de las partes protagonistas parece tener una ligera ventaja intrínseca, pues el término ha adquirido gradualmente y es difícil que pueda perderla una connotación peyorativa. A diferencia de lo que ocurre con el término democracia, al que apelan incluso sus enemigos por sus connotaciones favorables, el “imperialismo” es una actividad que habitualmente se desaprueba y que, por lo tanto, ha sido siempre practicada por otros. En 1914 eran muchos los políticos que se sentían orgullosos de llamarse imperialistas, pero a lo largo de este siglo los que así actuaban han desaparecido casi por completo.

El punto esencial del análisis leninista (que se basaba claramente en una serie de autores contemporáneos tanto marxistas como no marxistas) era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a “la división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas” en una serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primera guerra mundial. No analizaremos aquí los mecanismos específicos mediante los cuales el “capitalismo monopolista” condujo al colonialismo

las opiniones al respecto diferían incluso entre los marxistas ni la utilización más reciente de esos análisis para formar una “teoría de la dependencia” más global a finales del siglo XX. Todos esos análisis asumen de una u otra forma que la expansión económica y la explotación del mundo en ultramar eran esenciales para los países capitalistas.

Criticar esas teorías no revestía un interés especial y sería irrelevante en el contexto que nos ocupa. Señalemos simplemente que los análisis no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las de los marxistas y de esta forma han añadido confusión al tema. Negaban la conexión específica entre el imperialismo de finales del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo general y con la fase concreta del capitalismo que, como hemos visto, pareció surgir a finales del siglo XIX. Negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes, que beneficiaría económicamente a los países imperialistas y, asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desembocó en rivalidades insuperables entre las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias decisivas sobre el origen de la primera guerra mundial. Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban en los aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna, pues los marxistas tendían también a hacer hincapié en las ventajas que habían supuesto para las clases gobernantes de las metrópolis la política y la propaganda imperialista que entre otras cosas, sirvieron para contrarrestar el atractivo que los movimientos obreros de masas ejercían sobre las clases trabajadoras. Algunos de estos argumentos han demostrado tener gran fuerza y eficacia, aunque en ocasiones han resultado ser mutuamente incompatibles. De hecho, muchos de los análisis teóricos del antiimperialismo, carecían de toda solidez. Pero el inconveniente de los escritos antiimperialistas es que no explican la conjunción de procesos económicos y políticos, nacionales e internacionales que tan notables les parecieron a los contemporáneos en torno a 1900, de forma que intentaron encontrar una explicación global. Esos escritos no explican por qué los contemporáneos consideraron que “imperialismo” era un fenómeno novedoso y fundamental desde el punto de vista histórico. En definitiva, lo que hacen muchos de los autores de esos análisis es negar los hechos que eran obvios en el momento en que se produjeron y que todavía no lo son. Dejando al margen el leninismo y el antileninismo, lo primero que ha de hacer el historiador es dejar sentado el hecho evidente que nadie habría negado en los años de 1890, de que la división del globo tenía una dimensión económica. Demostrar eso no explica todo sobre el imperialismo del período. El desarrollo económico no es una especie de ventrílocuo en el que su muñeco sea el rostro de la historia. En el mismo sentido, y tampoco se puede considerar, ni siquiera al más resuelto hombre de negocios decidido a conseguir beneficios por ejemplo, en las minas surafricanas de oro y diamantes como una simple máquina de hacer dinero. En efecto, no era inmune a los impulsos políticos, emocionales, ideológicos, patrióticos e incluso raciales tan claramente asociados con la expansión imperialista. Con todo, si se puede establecer una conexión económica entre las tendencias del desarrollo económico en el núcleo capitalista del planeta en ese período y su expansión a la periferia, resulta mucho menos verosímil centrar toda la explicación del imperialismo en motivos sin una conexión intrínseca con la penetración y conquista del mundo no occidental. Pero incluso aquellos que parecen tener esa conexión, como los cálculos estratégicos de las potencias rivales, han de ser analizados teniendo en cuenta la dimensión económica. Aun en la actualidad, los acontecimientos políticos del Oriente Medio, que no pueden explicarse únicamente desde un prisma económico, no pueden analizarse de forma realista sin tener en cuenta la importancia del petróleo. El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado (v. La era del capitalismo, cap. 3). De no haber sido por estos condicionamientos, no habría existido una razón especial por la que los Estados europeos hubieran demostrado el menor interés, por ejemplo, por la cuenca del Congo o se hubieran enzarzado en disputas diplomáticas por un atolón del Pacífico. Esta globalización de la economía no era nueva, aunque se había acelerado notablemente en los decenios centrales de la centuria. Continuó incrementándose menos llamativamente en términos relativos, pero de forma más masiva en cuanto a volumen y cifras entre 1875 y 1914. Entre 1848 y 1875, las exportaciones europeas habían aumentado más de cuatro veces, pero sólo se duplicaron entre 1875 y 1915. Pero la flota mercante sólo se había incrementado de 10 a 16 millones de toneladas entre 1840 y 1870, mientras que se duplicó en los cuarenta años siguientes, de igual forma que la red mundial de ferrocarriles se amplió de poco más de 200.000 Km. en 1870 hasta más de un millón de kilómetros inmediatamente antes de la primera guerra mundial.

Esta red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron un nuevo interés por esas zonas remotas. Lo cierto es que ahora que eran accesibles, muchas de esas regiones parecían a primera vista simples extensiones potenciales del mundo desarrollado, que estaban siendo ya colonizadas y desarrolladas por hombres y mujeres de origen europeo, que expulsaban o hacían retroceder a los habitantes nativos, creando ciudades y, sin duda, a su debido tiempo, la civilización industrial: los Estados Unidos al oeste del Misisipi, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica, Argelia y el cono sur de Suramérica. Como veremos, la predicción era errónea. Sin embargo, esas zonas, aunque muchas veces remotas, eran para las mentes contemporáneas distintas de aquellas otras regiones donde, por razones climáticas, la colonización blanca no se sentía atraída, pero donde

por citar las palabras de un destacado miembro de la administración imperial de la época “el europeo puede venir en números reducidos, con su capital, su energía y su conocimiento para desarrollar un comercio muy lucrativo y obtener productos necesarios para el funcionamiento de su avanzada civilización.”

La civilización necesitaba ahora el elemento exótico. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que por razones climáticas o por azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente en lugares remotos. El motor de combustión interna, producto típico del período que estudiamos, necesitaba petróleo y caucho. El petróleo procedía casi en su totalidad de los Estados Unidos y de Europa (de Rusia y, en mucho menor medida, de Rumania), pero los pozos petrolíferos del Oriente Medio eran ya objeto de un intenso enfrentamiento y negociación diplomáticos. El caucho era un producto exclusivamente tropical, que se extraía mediante la terrible explotación de los nativos en las selvas del Congo y del Amazonas, blanco de las primeras y justificadas protestas antiimperialistas. Más adelante se cultivaría más intensamente en Malaya. El estaño procedía de Asia y Suramérica. Una serie de metales no férricos que antes carecían de importancia, comenzaron a ser fundamentales para las aleaciones de acero que exigía la tecnología de alta velocidad. Algunos de esos minerales se encontraban en grandes cantidades en el mundo desarrollado , ante todo Estados Unidos, pero no ocurría lo mismo con algunos otros. Las nuevas industrias del automóvil y eléctricas necesitaban imperiosamente uno de los metales más antiguos, el cobre. Sus principales reservas y, posteriormente, sus productores más importantes se hallaban en lo que a finales del siglo XX se denominaría como tercer mundo: Chile, Perú, Zaire, Zambia. Además, existía una constante y nunca satisfecha demanda de metales preciosos que en este período convirtió a Suráfrica en el mayor productor de oro del mundo, por no mencionar su riqueza de diamantes. La minas fueron grandes pioneros que abrieron el mundo al imperialismo, y fueron extraordinariamente eficaces porque sus beneficios eran lo bastante importantes como para justificar también la construcción de ramales de ferrocarril.

Completamente aparte de las demandas de la nueva tecnología, el crecimiento del consumo de masas en los países metropolitanos significó la rápida expansión del mercado de productos alimenticios. Por lo que respecta al volumen, el mercado estaba dominado por los productos básicos de la zona templada, cereales y carne que se producían a muy bajo coste y en grandes cantidades de diferentes zonas de asentamiento europeo en Norteamérica y Suramérica, Rusia, Australasia. Pero también transformó el mercado de productos conocidos desde hacía mucho tiempo (al menos en Alemania) como “productos coloniales” y que se vendían en las tiendas del mundo desarrollado: azúcar, té, café, cacao, y sus derivados. Gracias a la rapidez del transporte y a la conservación, comenzaron a afluir frutas tropicales y subtropicales: esos frutos posibilitaron la aparición de las “repúblicas bananeras”.

Los británicos que en 1840 consumían 0,680 kg. de té per cápita y 1,478 Kg. en el decenio de 1860, habían incrementado ese consumo a 2,585 kg. en los años 1890, lo cual representaba una importación media anual de 101.606.400 kg. frente a menos de 44.452.800 kg. en el decenio de 1860 y unos 18 millones de kilogramos en los años

1840. Mientras la población británica dejaba de consumir las pocas tazas de café que todavía bebían para llenar sus teteras con el té de la India y Ceilán (Sri LanKa), los norteamericanos y alemanes importaban café en cantidades más espectaculares, sobre todo de Latinoamérica. En los primeros años del decenio de 1900, las familias neoyorquinas consumían medio kilo de café a la semana. Los productores cuáqueros de bebidas y de chocolate británicos, felices de vender refrescos no alcohólicos, obtenían su materia prima del Africa occidental y de Suramérica. Los astutos hombres de negocios de Boston, que fundaron la United Fruit Company en 1885, crearon imperios privados en el Caribe para abastecer a Norteamérica con los hasta entonces ignorados plátanos. Los productores de jabón, que explotaron el mercado que demostró por primera vez en toda su plenitud las posibilidades de la nueva industria de la publicidad, buscaban aceites vegetales en Africa. Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de las economías imperiales. Los comerciantes y financieros norteamericanos eran el tercero.

Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios cuyos destinos corrían paralelos a los de zonas determinadas del planeta, caso de las compañias petrolíferas. Pero transformaron el resto del mundo, en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. El nombre de Malaya se identificó cada vez más con el caucho y el estaño; el de Brasil, con el café; el de Chile, con los nitratos; el de Uruguay, con la carne, y el de Cuba, con el azúcar y los cigarros puros. De hecho, si exceptuamos a los Estados Unidos, ni siquiera las colonias de población blanca se industrializaron (en esta etapa) porque también se vieron atrapadas en la trampa de la especialización internacional. Alcanzaron una extraordinaria prosperidad, incluso para los niveles europeos, especialmente cuando estaban habitadas por emigrantes europeos libres y, en general, militantes, con fuerza política en asambleas elegidas, cuyo radicalismo democrático podía ser extraordinario, aunque no solía estar representada en ellas la población nativa. (c) Probablemente, para el europeo deseoso de emigrar en la época imperialista habría sido mejor dirigirse a Australia, Nueva Zelanda, Argentina o Uruguay antes que a cualquier otro lugar incluyendo los Estados Unidos. En todos esos países se formaron partidos, e incluso gobiernos, obreros y radical-democráticos y ambiciosos sistemas de bienestar y seguridad social (Nueva Zelanda, Uruguay) mucho antes que en Europa. Pero estos países eran complementos de la economía industrial europea (fundamentalmente la británica) y, por lo tanto, no les convenía o en todo caso no les convenía a los intereses abocados a la exportación de materias primas sufrir un proceso de industrialización. Tampoco las metrópolis habrían visto con buenos ojos ese proceso. Sea cual fuere la retórica oficial, la función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.

Los territorios dependientes que no pertenecían a lo que se ha llamado capitalismo colonizador (blanco) no tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con una mano de obra que por estar formada por “nativos” tenía un coste muy bajo y era barata. Sin embargo, las oligarquías de terratenientes y comerciantes locales, importados de Europa o ambas cosas a un tiempo y, donde existían, sus gobiernos se beneficiaron del dilatado período de expansión secular de los productos de exportación de su región, interrumpida únicamente por algunas crisis efímeras, aunque en ocasiones (como en Argentina en 1890) dramáticas, producidas por los ciclos comerciales, por una excesiva especulación, por la guerra y por la paz. No obstante, en tanto que la primera guerra mundial perturbó algunos de sus mercados, los productores dependientes quedaron al margen de ella. Desde su punto de vista, la era imperialista, que comenzó a finales de siglo XIX, se prolongó hasta la gran crisis de 1929-1933. De cualquier forma, se mostraron cada vez más vulnerables en el curso de este período, por cuanto su fortuna dependía cada vez más del precio del café (en 1914 constituía ya el 58 % del valor de las exportaciones de Brasil y el 53 % de las colombianas), del caucho y del estaño, del cacao del buey o de la lana. Pero hasta la caída vertical de los precios de materias primas durante el crash de 1929, esa vulnerabilidad no parecía tener mucha importancia a largo plazo por comparación con la expansión aparentemente ilimitada de la exportaciones y los créditos. Al contrario, como hemos visto hasta 1914 las relaciones de intercambio parecían favorecer a los productores de materias primas. Sin embargo, la importancia económica creciente de esas zonas para la economía mundial no explica por qué los principales Estados industriales iniciaron una rápida carrera para dividir en mundo en colonias y esferas de influencia. Del análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos que pueden explicar esa actitud. El más conocido de esos argumentos, la presión del capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital extranjero, es el menos convincente. Dado que las exportaciones británicas de capital se incrementaron vertiginosamente en el último tercio de la centuria y que los ingresos procedentes de esas inversiones tenían una importancia capital para la balanza de pagos británica, era totalmente natural relacionar el “nuevo imperialismo” con las exportaciones de capital, como la hizo J. A. Hobson. Pero no puede negarse que sólo hay una pequeño parte de ese flujo masivo de capitales acudía a los nuevos imperios coloniales: la mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las colonias en rápida expansión y por lo general de población blanca, que pronto serían reconocidas como territorios virtualmente independientes ( Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica) y a lo que podríamos llamar territorios coloniales “honoríficos” como Argentina y Uruguay, por no mencionar los Estados Unidos. Además, una parte importante de esas inversiones (el 76% en 1913) se realizaba en forma de préstamos públicos a compañias de ferrocarriles y servicios públicos que reportaban rentas más elevadas que las inversiones en la deuda pública británica un promedio de 5% frente al 3%, pero eran también menos lucrativas que los beneficios del capital industrial en el Reino Unido, naturalmente excepto para los banqueros que organizaban esas inversiones. Se suponía que eran inversiones seguras, aunque no produjeran un elevado rendimiento. Eso no significaba que no se adquirieran colonias porque un grupo de inversores no esperaba obtener un gran éxito financiero o en defensa de inversiones ya realizadas. Con independencia de la ideología, la causa de la guerra de los bóeres fue el oro.

Un argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de mercados. Nada importa que esos proyectos de vieran muchas veces frustrados. La convicción de que el problema de la “superproducción” del período de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran impulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios, inclinados siempre a llenar los espacios vacíos del mapa del comercio mundial con grandes números de clientes potenciales, dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una de esas zonas que captaba la imaginación de los vendedores- ¿qué ocurriría si cada uno de los trescientos millones de seres que vivían en ese país comprara tan sólo una caja de clavos?-, mientras que Africa, el continente desconocido, era otra. Las cámaras de comercio de diferentes ciudades británicas se conmocionaron en los difíciles años de la década de 1880 ante la posibilidad de que las negociaciones diplomáticas pudieran excluir a sus comerciantes del acceso a la cuenca del Congo, que se pensaba que ofrecía perspectivas inmejorables para la venta, tanto más cuanto que ese territorio estaba siendo explotado como un negocio provechoso por ese hombre de negocios con corona que era el rey Leopoldo II de Bélgica. (Su sistema preferido de explotación utilizando mano de obra forzosa no iba dirigido a impulsar importantes compras per cápita, ni siquiera cuando no hacía que disminuyera el número de posibles clientes mediante la tortura y la masacre.)

Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes, su ideal era el de “la puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado; pero cuando carecían de la fuerza necesaria intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o, cuando menos les diera una ventaja sustancial. La consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del proteccionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879 (véase el capitulo anterior). “Si no fueran tan tenazmente proteccionistas le dijo el primer ministro británico al embajador francés en 1897, no nos encontrarían tan deseosos de anexionarnos territorios”. Desde este prisma, el “imperialismo” era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas de los años 1880. Ello no quiere decir que se esperara que una colonia en concreto se convirtiera en El Dorado, aunque esto en lo que ocurrió en Suráfrica, que pasó a ser el mayor productor de oro del mundo. Las colonias podían constituir simplemente bases adecuadas o puntos avanzados para la penetración económica regional. Así lo expresó claramente un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos en los inicios del nuevo siglo cuando los Estados Unidos, siguiendo la moda internacional, hicieron un breve intento por conseguir su propio imperio colonial.

En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios coloniales de la acción política necesaria para conseguirlo, por cuanto el proteccionismo de cualquier tipo no es otra cosa que la operación de la economía con la ayuda de la política. La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses comerciales y marítimos británicos en el mundo, o que, con el desarrollo del barco de vapor, podían convertirse en puertos de aprovisionamiento de carbón. (Gibraltar y Malta eran ejemplos del primer caso, mientras que Bermuda y Adén lo son del segundo.) Existía también el significado simbólico o real para los ladrones de conseguir una parte adecuada del botín. Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de Africa u Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva (un fragmento especialmente atractivo) pudiera ir a parar a manos de los demás. Así, una vez que el status de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la bandera sobre una playa limitada por palmeras (o, más frecuentemente, sobre extensiones de maleza seca), la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de status, con independencia de su valor real. Hacia 1900, incluso los Estados Unidos, cuya política imperialista nunca se ha asociado, antes o después de ese período, con la posesión de colonias formales, se sintieron obligados a seguir la moda del momento. Por su parte, Alemania se sintió profundamente ofendida por el hecho de que una nación tan poderosa y dinámica poseyera muchas menos posesiones coloniales que los británicos y los franceses, aunque sus colonias eran de escaso interés económico y de un interés estratégico mucho menor aún. Italia insistió en ocupar extensiones muy poco atractivas del desierto y de las montañas africanas para reforzar su posición de gran potencia, y su fracaso en la conquista de Etiopía en 1896 debilitó, sin duda, esa posición.

En efecto, si las grandes potencias eran Estados que tenían colonias, los pequeños países, por así decirlo, “no tenían derecho a ellas”. España perdió la mayor parte de lo que quedaba de su imperio colonial en la guerra contra los Estados Unidos de 1898. Como hemos visto, se discutieron seriamente diversos planes para repartirse los restos del imperio africano de Portugal entre las nuevas potencias coloniales. Sólo los holandeses conservaron discretamente sus ricas y antiguas colonias (situadas principalmente en el sureste asiático) y, como ya dijimos, al monarca belga se le permitió hacerse con su dominio privado en Africa a condición de que permitiera que fuera accesible a todos los demás países, porque ninguna gran potencia estaba dispuesta a dar a otras una parte importante de la gran cuenca del río Congo. Naturalmente, habría que añadir que hubo grandes zonas de Asia y del continente americano donde por razones políticas era imposible que las potencias europeas pudieran repartirse zonas extensas de territorio. Tanto en América del Norte como del Sur, las colonias europeas supervivientes se vieron inmovilizadas como consecuencia de la Doctrina Monroe: sólo Estados Unidos tenía libertad de acción. En la mayor parte de Asia, la lucha se centró en conseguir esferas de influencia en una serie de Estados nominalmente independientes, sobre todo en China, Persia y el Imperio otomano. Excepciones a esa norma fueron Rusia y Japón. La primera consiguió ampliar sus posiciones en el Asia central, pero fracasó en su intento de anexionarse diversos territorios en el norte de China. El segundo consiguió Corea y Formosa (Taiwan) en el curso de una guerra con China en 1894-1895. Así pues, en la práctica, Africa y Oceanía fueron las principales zonas donde se centró la competencia por conseguir nuevos territorios.

En definitiva, algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores fundamentalmente estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África como consecuencia de la necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India y sus glacis marítimos y terrestres. Es importante recordar que, desde un punto de vista global, la India era el núcleo central de la estrategia británica, y que esa estrategia exigía un control no sólo sobre las rutas marítimas cortas hacia el subcontinente (Egipto, Oriente Medio, el Mar Rojo, el Golfo Pérsico, y el sur de Arabia) y las rutas marítimas largas (el cabo de Buena Esperanza y Singapur), sino también sobre todo el Océano Indico, incluyendo sectores de la costa africana y su traspaís. Los gobiernos británicos eran perfectamente conscientes de ello. También es cierto que la desintegración del poder local en algunas zonas esenciales para conseguir esos objetivos, como Egipto (incluyendo Sudán), impulsaron a los británicos a protagonizar una presencia política directa mucho mayor de lo que habían pensado en un principio, llegando incluso hasta el gobierno de hecho. Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo. En primer lugar, subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica. En cualquier caso, los enfrentamientos por el África occidental y el Congo tuvieron causas fundamentalmente económicas. En segundo lugar, ignoran el hecho de que la India era la “joya más radiante de la corona imperial” y la pieza esencial de la estrategia británica global, precisamente por su gran importancia para la economía británica. Esa importancia nunca fue mayor que en este período, cuando el 60 % de las exportaciones británicas de algodón iban a parar a la India y al Lejano Oriente, zona hacia la cual la India era la puerta de acceso -el 40-45 % de las exportaciones las absorbía la India-, y cuando la balanza de pagos del Reino Unido dependía para su equilibrio de los pagos de la India. En tercer lugar, la desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas que anteriormente no se había ocupado de administrar, se debió al hecho de que las estructuras locales se habían visto socavadas por la penetración económica. Finalmente, no se sostiene el intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo occidental en el decenio de 1880 que explique la revisión territorial del mundo, pues el capitalismo mundial era muy diferente en ese período del del decenio de 1860. Estaba constituido ahora por una pluralidad de “economías nacionales” rivales, que se “protegían” unas de otras. En definitiva, es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista, como lo es separar la religión y la sociedad en una comunidad islámica. La pretensión de explicar “el nuevo imperialismo” desde una óptica no económica es tan poco realista como el intento de explicar la aparición de los partidos obreros sin tener en cuenta para nada los factores económicos. De hecho, la aparición de los movimientos obreros o de forma más general, de la política democrática (véase el capítulo siguiente) tuvo una clara influencia sobre el desarrollo del “nuevo imperialismo”. Desde que el gran imperialista Cecil Rhodes afirmara en 1895 que si se quiere evitar la guerra civil hay que convertirse en imperialista, muchos observadores han tenido en cuenta la existencia del llamado “imperialismo social”, es decir, el intento de utilizar la expansión imperial para amortiguar el descontento interno a través de mejoras económicas o reformas sociales, o de otra forma. Sin duda ninguna, todos los políticos eran perfectamente conscientes de los beneficios potenciales del imperialismo. En algunos casos, ante todo en Alemania, se han apuntado como razón fundamental para el desarrollo del imperialismo “la primacía de la política interior”. Probablemente, la versión del imperialismo social de Cecil Rhodes, en la que el aspecto fundamental eran los beneficios económicos que una política imperialista podía suponer, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, sea la menos relevante. No poseemos pruebas de que la conquista colonial tuviera una gran influencia sobre el empleo o sobre los salarios reales de la mayor parte de los trabajadores en los países metropolitanos, (d) y la idea de que la emigración a las colonias podía ser una válvula de seguridad en los países superpoblados era poco más que una fantasía demagógica. (De hecho, nunca fue más fácil encontrar un lugar para emigrar que en el período 1880-1914, y sólo una pequeño minoría de emigrantes acudía a las colonias, o necesitaba hacerlo.)

Mucho más relevante nos parece la práctica habitual de ofrecer a los votantes gloria en lugar de reformas costosas, ¿qué podía ser más glorioso que las conquistas de territorios exóticos y razas de piel oscura, cuando además esas conquistas se conseguían con tan escaso coste? De forma más general, el imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado y la nación imperial, dando así, de forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado por ese Estado. En una era de política de masas (véase el capítulo siguiente) incluso los viejos sistemas exigían una nueva legitimidad. En 1902 se elogió la ceremonia de coronación británica, cuidadosamente modificada, porque estaba dirigida a expresar “el reconocimiento, por una democracia libre, de una corona hereditaria, como símbolo del dominio universal de su raza” (la cursiva es mía). En resumen, el imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico. Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva esta variante específica de exaltación patriótica, sobre todo en aquellos países donde el liberalismo y la izquierda más radical habían desarrollado fuertes sentimientos antiimperialistas, antimilitaristas, anticoloniales o, de forma más general, antiaristocráticos. Sin duda, en algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas clases medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en la pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo. (V. cap. 8, infra). Es mucho menos evidente que los trabajadores sintieran ningún tipo de entusiasmo espontáneo por las conquistas coloniales, por las guerras, o cualquier interés en las colonias, ya fueran nuevas o antiguas (excepto las de colonización blanca). Los intentos de institucionalizar un sentimiento de orgullo por el imperialismo, por ejemplo creando un “día del imperio” en el Reino Unido (1902), dependían para conseguir el éxito de la capacidad de movilizar a los estudiantes. (Más adelante analizaremos el recurso al patriotismo en un sentido más general.)

De todas formas, no se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y que, por tanto, benefició a la política imperialista. En sus grandes exposiciones internacionales (v. La era del capitalismo, cap. 2) la civilización burguesa había glorificado siempre los tres triunfos de la ciencia, la tecnología y las manufacturas. En la era de los imperios también glorificaba sus colonias. En las postrimerías de la centuria se multiplicaron los “pabellones coloniales” hasta entonces prácticamente inexistentes: ocho de ellos complementaban la Torre Eiffel en 1889, mientras que en 1900 eran catorce de esos pabellones los que atraían a los turistas en París. Sin duda alguna, todo eso era publicidad planificada, pero como toda la propaganda, ya sea comercial o política, que tiene realmente éxito, conseguía ese éxito porque de alguna forma tocaba la fibra de la gente. Las exhibiciones coloniales causaban sensación. En Gran Bretaña, los aniversarios, los funerales y las coronaciones reales resultaban tanto más impresionantes por cuanto, al igual que los antiguos triunfos romanos, exhibían a sumisos Maharajás con ropas adornadas con joyas, no cautivos, sino libres y leales. Los desfiles militares resultaban extraordinariamente animados gracias a la presencia de sijs tocados con turbantes, rajputs adornados con bigotes, sonrientes e implacables gurkas, espahís y altos y negros senegaleses: el mundo considerado bárbaro al servicio de la civilización. Incluso en la Viena de los Habsburgos, donde no existía interés por las colonias de ultramar, una aldea ashanti magnetizó a los espectadores. Rousseau, el Aduanero, no era el único que soñaba con los trópicos.

El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales, tanto a los ricos como a los de clase media y a los pobres, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias. En Dakar o Mombasa, el empleado más modesto se convertía en señor y era aceptado como un “caballero” por aquellos que no habrían advertido siquiera su existencia en París o en Londres; el trabajador blanco daba órdenes a los negros. Pero incluso en aquellos lugares donde la ideología insistía en una igualdad al menos potencial, ésta se trocaba en dominación. Francia pretendía transformar a sus súbditos en franceses, descendientes teóricos (como se afirmaba en los libros de texto tanto en Timbuctú y Martinica como en Burdeos) de “nos ancêtres les gaulois” (nuestros antepasados los galos), a diferencia de los británicos, convencidos de la idiosincrasia no inglesa, fundamental y permanente, de bengalíes y yoruba. Pero la misma existencia de estos estratos de evolués nativos subrayaba la ausencia de evolución en la gran mayoría de la población. Las diferentes iglesias se embarcaron en un proceso de conversión de los paganos a las diferentes versiones de la auténtica fe cristiana, excepto en los casos en que los gobiernos coloniales les disuadían de ese proyecto (como en la India) o donde esta tarea era totalmente imposible (en los países islámicos).

Esta fue la época clásica de las actividades misioneras a gran escala (e) . El esfuerzo misionero no fue de ningún modo un agente de la política imperialista. En gran número de ocasiones se oponía a las autoridades coloniales y prácticamente siempre situaba en primer plano los intereses de sus conversos. Pero lo cierto es que el éxito del Señor estaba en función del avance imperialista. Puede discutirse si el comercio seguía a la implantación de la bandera, pero no existe duda alguna de que la conquista colonial abría el camino a una acción misionera eficaz, como ocurrió en Uganda, Rodesia (Zambia y Zimbabwe) y Niasalandia (Malaui). Y si el cristianismo insistía en la igualdad de las almas, subrayaba también la desigualdad de los cuerpos, incluso de los cuerpos clericales. Era un proceso que realizaban los blancos para los nativos y que costeaban los blancos. Y aunque multiplicó el número de creyentes nativos, al menos la mitad del clero continuó siendo de raza blanca. Por lo que respecta a los obispos, habría hecho falta un potentísimo microscopio para detectar un obispo de color entre 1870 y

1914. La Iglesia católica no consagró los primeros obispos asiáticos hasta el decenio de 1920, ochenta años después de haber afirmado que eso sería muy deseable.

En cuanto al movimiento dedicado más apasionadamente a conseguir la igualdad entre los hombres, las actitudes en su seno se mostraron divididas. La izquierda secular era antiimperialista por principio y, las más de las veces, en la práctica. La libertad para la India, al igual que la libertad para Egipto y para Irlanda, era el objetivo del movimiento obrero británico. La izquierda no flaqueó nunca en su condena de las guerras y conquistas coloniales, con frecuencia como cuando el Reino Unido se opuso a la guerra de los bóeres con el grave riesgo de sufrir una impopularidad temporal. Los radicales denunciaron los horrores del Congo, de las plantaciones metropolitanas de cacao en las islas africanas, y en Egipto. La campaña que en 1906 permitió al Partido Liberal británico obtener un gran triunfo electoral se basó en gran medida en la denuncia pública de la “esclavitud china” en las minas surafricanas. Pero, con muy raras excepciones (como la Indonesia neerlandesa), los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la Internacional Comunista. El movimiento socialista y obrero, los que aceptaban el imperialismo como algo deseable, o al menos como una base fundamental en la historia de los pueblos “no preparados para el autogobierno todavía”, eran una minoría de la derecha revisionista y fabiana, aunque muchos líderes sindicales consideraban que las discusiones sobre las colonias eran irrelevantes o veían a las gentes de color ante todo como una mano de obra barata que planteaba una amenaza a los trabajadores blancos. En este sentido, es cierto que las presiones para la expulsión de los inmigrantes de color, que determinaron la política de “California Blanca” y “Australia Blanca” entre 1880 y 1914, fueron ejercidas sobre todo por las clases obreras, y los sindicatos del Lancashire se unieron a los empresarios del algodón de esa misma región en su insistencia en que se mantuviera a la India al margen de la industrialización. En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y de emigrantes blancos o de los descendientes de éstos (v. Cap. 5, infra). El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. En efecto su análisis y su definición de la nueva fase “imperialista” del capitalismo, que detectaron a finales de la década de 1890, consideraba correctamente la anexión y la explotación coloniales como un simple síntoma y una característica de esa nueva fase, indeseable como todas sus características, pero no fundamental. Eran pocos los socialistas que, como Lenin, centraban ya su atención en el “material inflamable” de la periferia del capitalismo mundial. El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, que integraba el colonialismo en un concepto mucho más amplio de una “nueva fase” del capitalismo, era correcto en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo teórico. Asimismo, era un análisis que en ocasiones tendía a exagerar, como los hacían los capitalistas contemporáneos, la importancia económica de la expansión colonial para los países metropolitanos. Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno “nuevo”. Era el producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica (v.el cap. 2, supra); en resumen, era un período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que planteaban las clases dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a un momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más importantes. Era un fenómeno que parecía tan “natural” en 1900 como inverosímil habría sido considerado en 1860. A no ser por esa vinculación entre el capitalismo posterior a 1873 y la expansión en el mundo no industrializado, cabe dudar de que incluso el “imperialismo social” hubiera desempeñado el papel que jugó en la política interna de los Estados, que vivían el proceso de adaptación a la política electoral de masas. Todos los intentos de separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos específicos del capitalismo en las postrimerías del siglo XIX han de ser considerados como meros ejercicios ideológicos, aunque muchas veces cultos y en ocasiones agudos.

2

Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la expansión occidental (y japonesa desde los años 1890) en el resto del mundo y sobre el significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países metropolitanos.

Es más fácil contestar a la primera de esas cuestiones que a la segunda. El impacto económico del imperialismo fue importante, pero lo más destacable es que resultó profundamente desigual, por cuanto las relaciones entre las metrópolis y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las segundas fue fundamental y decisivo, incluso aunque no se produjera la ocupación real, mientras que el de las colonias sobre las metrópolis tuvo escasa significación y pocas veces fue un asunto de vida o muerte. Que Cuba mantuviera su posición o la perdiera dependía del precio del azúcar y de la disposición de los Estados Unidos a importarlo, pero incluso países “desarrollados” muy pequeños Suecia, por ejemplo no habrían sufrido graves inconvenientes si todo el azúcar del Caribe hubiera desaparecido súbitamente del mercado, porque no dependían exclusivamente de esa región para su consumo de este producto. Prácticamente todas las importaciones y exportaciones de cualquier zona del Africa subsahariana procedían o se dirigían a un número reducido de metrópolis occidentales, pero el comercio metropolitano con Africa, Asia y Oceanía, siguió siendo muy poco importante, aunque se incrementó en una modesta cuantía entre 1870 y 1914. El 80 % del comercio europeo, tanto por lo que respecta a las importaciones como a las exportaciones, se realizó, en el siglo XIX, con otros países desarrollados y lo mismo puede decirse sobre las inversiones europeas en el extranjero. Cuando esas inversiones se dirigían a ultramar, iban a parar a un número reducido de economías en rápido desarrollo con población de origen europeo Canadá, Australia, Suráfrica, Argentina, etc., así como, naturalmente, a los Estados Unidos. En este sentido, la época del imperialismo adquiere una tonalidad muy distinta cuando se contempla desde Nicaragua o Malaya que cuando se considera desde el punto de vista de Alemania o Francia.

Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más importancia fue en el Reino Unido, porque la supremacía económica de este país siempre había dependido de su relación especial con los mercados y fuentes de materias primas de ultramar. De hecho, se puede afirmar que desde que comenzara la revolución industrial, las industrias británicas nunca habían sido muy competitivas en los mercados de las economías en proceso de industrialización, salvo quizá durante las décadas doradas de 1850-1870. En consecuencia, para la economía británica era de todo punto esencial preservar en la mayor medida posible su acceso privilegiado al mundo no europeo. Lo cierto es que en los años finales del siglo XIX alcanzó un gran éxito en el logro de esos objetivos, ampliando la zona del mundo que de una forma oficial o real se hallaba bajo la férula de la monarquía británica, hasta una cuarta parte de la superficie del planeta (que en los atlas británicos se coloreaba orgullosamente de rojo). Si incluimos el imperio informal, constituido por Estados independientes que, en realidad, eran economías satélites del Reino Unido, aproximadamente una tercera parte del globo era británica en un sentido económico y, desde luego, cultural. En efecto, el Reino Unido exportó incluso a Portugal la forma peculiar de sus buzones de correos, y a Buenos Aires una institución tan típicamente británica como los almacenes Harrod. Pero en 1914, otras potencias se habían comenzado a infiltrar ya en esa zona de influencia indirecta, sobre todo en Latinoamérica.

Ahora bien, esa brillante operación defensiva no tenía mucho que ver con la “nueva” expansión imperialista, excepto en el caso de los diamantes y el oro de Suráfrica. Estos dieron lugares a la aparición de una serie de millonarios, casi todos ellos alemanes los Wernher, Veit, Eckstein, etc., la mayor parte de los cuales se incorporaron rápidamente a la alta sociedad británica, muy receptiva al dinero cuando se distribuía en cantidades lo suficientemente importantes. Desembocó también en el más grave de los conflictos coloniales, la guerra surafricana de 1899-1902, que acabó con la resistencia de dos pequeñas repúblicas de colonos campesinos blancos. En gran medida, el éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la explotación más sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de la posición especial del país como principal importador e inversor en zonas tales como Suramérica. Con la excepción de la India, Egipto y Suráfrica, la actividad económica británica se centraba en países que eran prácticamente independientes, como los dominions blancos o zonas como los Estados Unidos y Latinoamérica, donde las iniciativas británicas no fueron desarrolladas no podían serlo con eficacia. A pesar de las quejas de la Corporation of Foreign Bond Holders (creada durante la gran depresión) cuando tuvo que hacer frente a la práctica, habitual en los países latinos, de suspensión de la amortización de la deuda o de su amortización en moneda devaluada, el Gobierno no apoyó eficazmente a sus inversores en Latinoamérica porque no podía hacerlo. La gran depresión fue una prueba fundamental en este sentido, porque, al igual que otras depresiones mundiales posteriores (entre las que hay que incluir las de las décadas de 1970 y 1980), desembocó en una gran crisis de deuda externa internacional que hizo correr un gran riesgo a los bancos de la metrópoli. Todo lo que el Gobierno británico pudo hacer fue conseguir salvar de la insolvencia al Banco Baring en la “crisis Baring” de 1890, cuando ese banco se había aventurado como lo seguirán haciendo los bancos en el futuro demasiado alegremente en medio de la vorágine de las morosas finanzas argentinas. Si apoyó a los inversores con la diplomacia de la fuerza, como comenzó a hacerlo cada vez más frecuentemente a partir de 1905, era para apoyarlos frente a los hombres de negocios de otros países respaldados por sus gobiernos, más que frente a los gobiernos del mundo dependiente (f) .

De hecho, si hacemos balance de los años buenos y malos, lo cierto es que los capitalistas británicos salieron bastante bien parados en sus actividades en el imperio informal o “libre”. Prácticamente, la mitad de todo el capital público a largo plazo emitido en 1914 se hallaba en Canadá, Australia y Latinoamérica. Más de la mitad del ahorro británico se invirtió en el extranjero a partir de 1900. Naturalmente, el Reino Unido consiguió su parcela propia en las nuevas regiones colonizadas del mundo y, dada la fuerza y la experiencia británicas, fue probablemente una parcela más extensa y más valiosa que la de ningún otro Estado. Si Francia ocupó la mayor parte del Africa occidental, las cuatro colonias británicas de esa zona controlaban “las poblaciones africanas más densas, las capacidades productivas mayores y tenían la preponderancia del comercio”. Sin embargo, el objetivo británico no era la expansión, sino la defensa frente a otros, atrincherándose en territorios que hasta entonces, como ocurría en la mayor parte del mundo de ultramar, habían sido dominados por el comercio y el capital británicos.

¿Puede decirse que las demás potencias obtuvieron un beneficio similar de su expansión colonial? Es imposible responder a este interrogante porque la colonización formal sólo fue un aspecto de la expansión y la competitividad económica globales y, en el caso de las dos potencias industriales más importantes, Alemania y los Estados Unidos, no fue un aspecto fundamental. Además, como ya hemos visto, sólo para el Reino Unido y, tal vez también, para los Países Bajos, era crucial desde el punto de vista económico mantener una relación especial con el mundo no industrializado. Podemos establecer algunas conclusiones con cierta seguridad. En primer lugar, el impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos menos dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto constituían una compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus rivales, y en el caso de Francia, de su inferioridad demográfica y militar. En segundo lugar, en todos los casos existían grupos económicos concretos entre los que destacan los asociados con el comercio y las industrias de ultramar que utilizaban materias primas procedentes de las colonias que ejercían una fuerte presión en pro de la expansión colonial, que justificaban, naturalmente, por las perspectivas de los beneficios para la nación. En tercer lugar, mientras que algunos de esos grupos obtuvieron importantes beneficios de esa expansión la Compagnie Français de líAfrique Occidentale pagó dividendos del 26 % en 1913 la mayor parte de las nuevas colonias atrajeron escasos capitales y sus resultados económicos fueron mediocres (g) . En resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económico-política entre economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada por el proteccionismo. Ahora bien, en la medida en que ese comercio metropolitano con las colonias se incrementó en porcentaje respecto al comercio global, ese proteccionismo tuvo un éxito relativo.

Pero la era imperialista no fue sólo un fenómeno económico y político, sino también cultural. La conquista del mundo por la minoría “desarrollada” transformó imágenes, ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las instituciones, mediante el ejemplo y mediante la transformación social. En los países dependientes, esto apenas afectó a nadie excepto a las elites indígenas, aunque hay que recordar que en algunas zonas, como en el Africa subsahariana, fue el imperialismo, o el fenómeno asociado de las misiones cristianas, el que creó la posibilidad de que aparecieran nuevas élites sociales sobre la base de una educación a la manera occidental. La división entre Estados africanos “francófonos” y “anglófonos” que existe en la actualidad, refleja con exactitud la distribución de los imperios coloniales francés e inglés (h) . Excepto en Africa y Oceanía, donde las misiones cristianas aseguraron a veces conversiones masivas a la religión occidental, la gran masa de la población colonial apenas modificó su forma de vida, cuando podía evitarlo. Y con gran disgusto de los más inflexibles misioneros, lo que adoptaron los pueblos indígenas no fue tanto la fe importada de occidente como los elementos de esa fe que tenían sentido para ellos en el contexto de su propio sistema de creencias e instituciones o exigencias. Al igual que ocurrió con los deportes que llevaron a las islas de Pacífico los entusiastas administradores coloniales británicos (elegidos muy frecuentemente entre los representantes más fornidos de la clase media), la religión colonial aparecía ante el observador occidental como algo tan inesperado como un partido de criquet en Samoa. Esto era así incluso en el caso en que los fieles seguían nominalmente la ortodoxia de su fe. Pero también pudieron desarrollar sus propias versiones de la fe, sobre todo en Suráfrica – la región de Africa donde realmente se produjeron conversiones en masa-, donde un “movimiento etíope” se escindió de las misiones ya en 1892 para crear una forma de cristianismo menos identificada con la población blanca.

Así pues, lo que el imperialismo llevó a las élites potenciales del mundo dependiente fue fundamentalmente la “occidentalización”. Por supuesto, ya había comenzado a hacerlo mucho antes. Todos los gobiernos y elites de los países que se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista vieron claramente que tenían que occidentalizarse si no querían quedarse atrás (v. La era del capitalismo, cap. 7, 8 y 11). Además, las ideologías que inspiraban a esas elites en la época del imperialismo se remontaban a los años transcurridos entre la Revolución Francesa y las décadas centrales del siglo XIX, como cuando adoptaron el positivismo de August Comte (17981857), doctrina modernizadora que inspiró a los gobiernos de Brasil y México y a la temprana revolución turca (v.pp.284, 290, infra). Las elites que se resistían a Occidente siguieron occidentalizándose, aun cuando se oponían a la occidentalización total, por razones de religión, moralidad, ideología o pragmatismo político. El santo Mahatma Gandhi, que vestía con un taparrabos y llevaba un huso en su mano (para desalentar la industrialización), no sólo era apoyado y financiado por las fábricas mecanizadas de algodón de Ahmedabad (i) , sino que él mismo era un abogado que se había educado en Occidente y que estaba influido por una ideología de origen occidental. Será imposible que comprendamos su figura si le vemos únicamente como un tradicionalista hindú. De hecho, Gandhi ilustra perfectamente el impacto específico de la época del imperialismo. Nacido en el seno de una casta relativamente modesta de comerciantes y prestamistas, no muy asociada hasta entonces con la elite occidentalizada que administraba la India bajo la supervisión de los británicos, sin embargo adquirió una formación profesional y política en el Reino Unido. A finales del decenio de 1880 ésta era una opción tan aceptada entre los jóvenes ambiciosos de su país, que el propio Gandhi comenzó a escribir una guía introductoria a la vida británica para los futuros estudiantes de modesta economía como él. Estaba escrita en un perfecto inglés y hacía recomendaciones sobre numerosos aspectos, desde el viaje a Londres en barco de vapor y la forma de encontrar alojamiento hasta el sistema mediante el cual el hindú piadoso podía cumplir las exigencias alimenticias y, asimismo, sobre la manera de acostumbrarse al sorprendente hábito occidental de afeitarse uno mismo en lugar de acudir al barbero. Gandhi no asimilaba todo lo británico, pero tampoco lo rechazaba por principio. Al igual que han hecho desde entonces muchos pioneros de la liberación colonial, durante su estancia temporal en la metrópoli se integró en círculos occidentales afines desde el punto de vista ideológico: en su caso, los vegetarianos británicos, de quienes sin duda se puede pensar que favorecían también otras causas “progresistas”.

Gandhi aprendió su técnica característica de movilización de las masas tradicionales para conseguir objetivos no tradicionales mediante la resistencia pasiva, en un medio creado por el “nuevo imperialismo”. Como no podía ser de otra forma, era una fusión de elementos orientales y occidentales pues Gandhi no ocultaba su deuda intelectual con John Ruskin y Tolstoi. (Antes de los años 1880 habría sido impensable la fertilización de las flores políticas de la India con polen llegado desde Rusia, pero ese fenómeno era ya corriente en la India en la primera década del nuevo siglo, como lo sería luego entre los radicales chinos y japoneses.) En Suráfrica, país donde se produjo un extraordinario desarrollo como consecuencia de los diamantes y el oro, se formó una importante comunidad de modestos inmigrantes indios, y la discriminación racial en este nuevo escenario dio pie a una de las pocas situaciones en que grupos de indios que no pertenecían a la elite se mostraron dispuestos a la movilización política moderna. Gandhi adquirió su experiencia política y destacó como defensor de los derechos de los indios en Suráfrica. Difícilmente podría haber hecho entonces eso mismo en la India, adonde finalmente regresó aunque sólo después de que estallara la guerra de 1914 para convertirse en la figura clave del movimiento nacional indio.

En resumen, la época imperialista creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de líderes antiimperialistas y, asimismo, las condiciones que, como veremos (cap. 12, infra), comenzaron a dar resonancia a sus voces. Pero es una anacronismo y un error afirmar que la característica fundamental de la historia de los pueblos y regiones sometidos a la dominación y a la influencia de las metrópolis occidentales es la resistencia a Occidente. Es un anacronismo porque, con algunas excepciones que señalaremos más adelante, los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte de los sitios con la primera guerra mundial y la revolución rusa, y un error porque interpreta el texto del nacionalismo moderno la independencia, la autodeterminación de los pueblos, la formación de los Estados territoriales, etc. (v. cap. 6, infra) en un registro histórico que no podía contener todavía. De hecho, fueron las elites occidentalizadas las primeras en entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a Occidente y a través de las instituciones educativas formadas por Occidente, pues de allí era de donde procedían. Los jóvenes estudiantes indios que regresaban del reino Unido podían llevar consigo los eslóganes de Mazzini y Garibaldi, pero por el momento eran pocos los habitantes del Punjab, y mucho menos aun los de regiones tales como el Sudán, que tenían la menor idea de lo que podían significar.

En consecuencia, el legado cultural más importante del imperialismo fue una educación de tipo occidental para minorías distintas: para los pocos afortunados que llegaron a ser cultos y, por tanto, descubrieron, con o sin ayuda de la conversión al cristianismo, el ambicioso camino que conducía hasta el sacerdote, el profesor, el burócrata o el empleado. En algunas zonas se incluían también quienes adoptaban una nueva profesión, como soldados y policías al servicio de los nuevos gobernantes, vestidos como ellos y adoptando sus ideas peculiares sobre el tiempo, el lugar y los hábitos domésticos. Naturalmente, se trataba de minorías de animadores y líderes, que es la razón por la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto de la vida humana, ha tenido consecuencias tan duraderas. En efecto, es sorprendente que en casi todos los lugares de Africa la experiencia del colonialismo, desde la ocupación original hasta la formación de Estados independientes, ocupe únicamente el discurrir de una vida humana; por ejemplo, la de Sir Winston Churchill (1847-1965).

¿Qué decir acerca de la influencia que ejerció el mundo dependiente sobre los dominadores? El exotismo había sido una consecuencia de la expansión europea desde el siglo XVI, aunque una serie de observadores filosóficos de la época de la Ilustración habían considerado muchas veces a los países extraños situados más allá de Europa y de los colonizadores europeos como una especie de barómetro moral de la civilización europea. Cuando se les civilizaba podían ilustrar las deficiencias institucionales de Occidente, como en las Cartas persas de Montesquieu; cuando eso no ocurría podían ser tratados como salvajes nobles cuyo comportamiento natural y admirable ilustraba la corrupción de la sociedad civilizada. La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a lo pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados, incluso infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la conversión a los valores de la única civilización real, la que representaban los comerciantes, los misioneros y los ejércitos de hombres armados, que se presentaban cargados de armas de fuego y de bebidas alcohólicas. En cierto sentido, los valores de las sociedades tradicionales no occidentales fueron perdiendo importancia para su supervivencia, en un momento en que lo único importante eran la fuerza y la tecnología militar. ¿Acaso la sofisticación del Pekín imperial pudo impedir que los bárbaros occidentales quemaran y saquearan en Palacio de Verano más de una vez? ¿Sirvió la elegancia de la cultura de la elite de la decadente capital mongol, tan bellamente descrita en la obra de Satyajit Ray Los ajedrecistas, para impedir el avance de los británicos? Para el europeo medio, esos pueblos pasaron a ser objeto de su desdén. Los únicos no europeos que les interesaban eran los soldados, con preferencia aquellos que podían ser reclutados en sus propios ejércitos coloniales (sijs, gurkas, beréberes de las montañas, afganos, beduinos). El Imperio otomano alcanzó un temible prestigio porque, aunque estaba en decadencia, poseía una infantería que podía resistir a los ejércitos europeos. Japón comenzó a ser tratado en pie de igualdad cuando empezó a salir victorioso en las guerras. Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros países, ya fuera directa o indirectamente, intensificó la confrontación y la mezcla de los mundos occidental y exótico. Eran pocos los que conocían ambos mundos y se veían reflejados en ellos, aunque en la era imperialista su número se vio incrementado por aquellos escritores que deliberadamente decidieron convertirse en intermediarios entre ambos mundos: escritores o intelectuales que eran, por vocación y por profesión, marinos (como Pierre Loti y, el más célebre de todos, Joseph Conrad), soldados y administradores (como el orientalista Louis Massignon) o periodistas coloniales (como Rudyard Kipling). Pero lo exótico se integró cada vez más en la educación cotidiana. Eso ocurrió, por ejemplo, en las celebérrimas novelas juveniles de Karl May (18421912), cuyo héroe imaginario, alemán, recorría el salvaje Oeste y el Oriente islámico, con incursiones en el Africa negra y en América Latina; en las novelas de misterio, que incluían entre los villanos a orientales poderosos e inescrutables como el doctor Fu Manchú de Sax Rohmer; en las historias de las revistas escolares para los niños británicos, que incluían ahora a un rico hindú que hablaba el barroco inglés babu según el estereotipo esperado. El exotismo podía llegar a ser incluso una parte ocasional pero esperada de la experiencia cotidiana, como en el espectáculo de Búfalo Bill sobre el salvaje oeste, con sus exóticos cowboys e indios, que conquistó Europa a partir de 1877, o en las cada vez más elaboradas “aldeas coloniales”, o en las exhibiciones de las grandes exposiciones internacionales. Esas muestras de mundos extraños no eran de carácter documental, fuera cual fuere su intención. Eran ideológicas, por lo general reforzando el sentido de superioridad de lo “civilizado” sobre lo “primitivo”. Eran imperialistas tan sólo porque, como muestran las novelas de Joseph Conrad, el vínculo central entre los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la penetración formal o informal del tercer mundo por parte de los occidentales. Cuando la lengua coloquial incorporaba, fundamentalmente a través de los distintos argots y, sobre todo, el de los ejércitos coloniales, palabras de la experiencia imperialista real, éstas reflejaban muy frecuentemente una visión negativa de sus súbditos. Los trabajadores italianos llamaban a los esquiroles crumiri (término que tomaron de una tribu norteafricana) y los políticos italianos llamaban a los regimientos de dóciles votantes del sur, conducidos a las elecciones por los jefes locales como ascari (tropas coloniales nativas), los caciques, jefes indios del Imperio español en América, habían pasado a ser sinónimos de jefe político; los caids (jefes indígenas norteafricanos) proveyeron el término utilizado para designar a los jefes de las bandas de criminales en Francia.

Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y soldados con aficiones intelectuales los hombres de negocios se interesaban menos por esas cuestiones meditaban profundamente sobre las diferencias existentes entre sus sociedades y las que gobernaban. Realizaron importantísimos estudios sobre esas sociedades, sobre todo en el Imperio indio, y las reflexiones teóricas que transformaron las ciencias sociales occidentales. Ese trabajo era fruto, en gran medida, del gobierno colonial o intentaba contribuir a él y se basaba en buena medida en un firme sentimiento de superioridad del conocimiento occidental sobre cualquier otro, con excepción tal vez de la religión, terreno en que la superioridad, por ejemplo, del metodismo sobre el budismo, no era obvia para los observadores imparciales. El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes formas de espiritualidad derivadas de Oriente, o que se decía que derivaban de Oriente, e incluso en algunos casos se adoptó esa espiritualidad en Occidente. A pesar de todas las críticas que se han vertido sobre ellos en el período pos colonial no se puede rechazar ese conjunto de estudios occidentales como un simple desdén arrogante de las culturas no europeas. Cuando menos, los mejores de esos estudios analizaban con seriedad esas culturas, como algo que debía ser respetado y que podía aportar enseñanzas. En el terreno artístico, en especial las artes visuales, las vanguardias occidentales trataban de igual a igual a las culturas no occidentales. De hecho, en muchas ocasiones se inspiraron en ellas durante este período. Esto es cierto no sólo de aquellas creaciones artísticas que se pensaba que representaban a civilizaciones sofisticadas, aunque fueran exóticas (como el arte japonés, cuya influencia en los pintores franceses era notable), sino de las consideradas como “primitivas” y, muy en especial, las de Africa y Oceanía. Sin duda, su “primitivismo” era su principal atracción, pero no puede negarse que las generaciones vanguardistas de los inicios del siglo XX enseñaron a los europeos a ver esas obras como arte con frecuencia como un arte de gran altura por derecho propio, con independencia de sus orígenes. Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningún otro factor podía haberlo hecho. Un conjunto reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con gran disgusto de los latinos y, más aún, de los eslavos, enfatizaban los peculiares méritos conquistadores de aquellos países de origen teutónico y sobre todo anglosajón que, con independencia de sus rivalidades, se afirmaba que tenían una afinidad entre sí, convicción que se refleja todavía en el respeto que Hitler mostraba hacia el Reino Unido. Un puñado de hombres de las clases media y alta de esos países -funcionarios, administradores, hombres de negocios, ingenierosejercían ese dominio de forma efectiva. Hacia 1890, poco más de seis mil funcionarios británicos gobernaban a casi trescientos millones de indios con la ayuda de algo más de setenta mil soldados europeos, la mayor parte de los cuales eran, al igual que las tropas indígenas, mucho más numerosas, mercenarios que en un número desproporcionadamente alto procedían de la tradicional reserva de soldados nativos coloniales, los irlandeses. Este es un caso extremo, pero de ninguna forma atípico.

¿Podría existir una prueba más contundente de superioridad?

Así pues, el número de personas implicadas directamente en las actividades imperialistas era relativamente reducido, pero su importancia simbólica era extraordinaria. Cuando en 1899 circuló la noticia de que el escritor Rudyar Kipling, bardo del Imperio indio, se moría de neumonía, no sólo expresaron sus condolencias los británicos y los norteamericanos Kipling acababa de dedicar un poema a los Estados Unidos sobre “la responsabilidad del hombre blanco”, respecto a sus responsabilidades en las filipinas, sino que incluso el emperador de Alemania envió un telegrama.

Pero el triunfo imperial planteó problemas e incertidumbres. Planteó problemas porque se hizo cada vez más insoluble la contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli gobernaban sus imperios y la manera en que lo hacían con sus pueblos. Como veremos, en las metrópolis se impuso, o estaba destinada a imponerse, la política del electoralismo democrático, como parecía inevitable. En los imperios coloniales prevalecía la autocracia, basada en la combinación de la coacción física y la sumisión pasiva a una superioridad tan grande que parecía imposible de desafiar y, por tanto, legítima. Soldados y “procónsules” autodisciplinados, hombres aislados con poderes absolutos sobre territorios extensos como reinos, gobernaban continentes, mientras que en la metrópoli campaban a sus anchas las masas ignorantes e inferiores.

¿No había acaso una lección que aprender ahí, una lección en el sentido de la voluntad de dominio de Nietzsche? El imperialismo también suscitó incertidumbres. En primer lugar, enfrentó a una pequeño minoría de blancos pues incluso la mayor parte de esa raza pertenecía al grupo de los destinados a la inferioridad, como advertía sin cesar la nueva disciplina de la eugenesia (v. Cap. 10, infra) con las masas de los negros, los oscuros, tal vez y sobre todo los amarillos, ese “peligro amarillo” contra el cual solicitó el emperador Guillermo II la unión y la defensa de Occidente. ¿Podían durar, esos imperios tan fácilmente ganados, con una base tan estrecha, y gobernados de forma tan absurdamente fácil gracias a la devoción de unos pocos y a la pasividad de los más? Kipling, el mayor y tal vez el único poeta del imperialismo, celebró el gran momento del orgullo demagógico imperial, las bodas de diamante de la reina Victoria en 1897, con un recuerdo profético de la impermanencia de los imperios:

Nuestros barcos, llamados desde tierras lejanas, se desvanecieron; El fuego se apaga sobre las dunas y los promontorios:

¡Y toda nuestra pompa de ayer es la misma de Nínive y Tiro!

Juez de las Naciones, perdónanos con todo, Para que no olvidemos, para que no olvidemos.

Pomp planteó la construcción de una nueva e ingente capital imperial para la India en Nueva Delhi. ¿Fue Clemencau el único observador escéptico que podía predecir que sería la última de una larga serie de capitales imperiales? ¿Y era la vulnerabilidad del dominio global mucho mayor que la vulnerabilidad del gobierno doméstico sobre las masas de los blancos?

La incertidumbre era de doble filo. En efecto, si el imperio (y el gobierno de las clases dirigentes) era vulnerable ante sus súbditos, aunque tal vez no todavía, no de forma inmediata, ¿no era más inmediatamente vulnerable a la erosión desde dentro del deseo de gobernar, el deseo de mantener la lucha darwinista por la supervivencia de los más aptos? ¿No ocurriría que la misma riqueza y lujo que el poder y las empresas imperialistas habían producido debilitaran las fibras de esos músculos cuyos constantes esfuerzos eran necesarios para mantenerlo? ¿No conduciría el imperialismo al parasitismo en el centro y al triunfo eventual de los bárbaros?

En ninguna parte suscitaban esos interrogantes un eco tan lúgubre como en el más grande y más vulnerable de todos los imperios, aquel que superaba en tamaño y gloria a todos los imperios del pasado, pero que en otros aspectos se halla al borde de la decadencia. Pero incluso los tenaces y enérgicos alemanes consideraban que el imperialismo iba de la mano de ese “Estado rentista” que no podía sino conducir a la decadencia. Dejemos que J. A. Hobson exprese esos temores en palabra: si se dividía China, la mayor parte de la Europa occidental podría adquirir la apariencia y el carácter que ya tienen algunas zonas del sur de Inglaterra, la Riviera y las zonas turísticas o residenciales de Italia o Suiza, pequeños núcleos de ricos aristócratas obteniendo dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo algo más extenso de seguidores profesionales y comerciantes y un amplio conjunto de sirvientes personales y de trabajadores del transporte y de las etapas finales de producción de los bienes perecederos: todas las principales industrias habrían desaparecido, y los productos alimenticios y las manufacturas afluirían como un tributo de Africa y de Asia. Así, la belle époque de la burguesía lo desarmaría. Los encantadores e inofensivos Eloi de la novela de H. G. Wells, que vivían una vida de gozo en el sol, estarían a merced de los negros morlocks, de quienes dependían y contra los cuales estaban indefensos. “Europa -escribió el economista alemán Schulze-Gaevernitz- […] traspasará la carga del trabajo físico, primero la agricultura y la minería, luego el trabajo más arduo de la industria, a las razas de color y se contentará col el papel de rentista y de esta forma, tal vez, abrirá el camino para la emancipación económica y, posteriormente, política de las razas de color.”

Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque. En ellas los ensueño imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia.

NOTAS

(a) El sultán de Marruecos prefiere el título de “rey”. Ninguno de los otros minisultanes supervivientes del mundo islámico podía ser considerado como “rey de reyes”. (b) Esta doctrina, que se expuso por primera vez en 1823 y que posteriormente fue repetida y completada por los diferentes gobiernos estadounidenses, expresaba la hostilidad a cualquier nueva colonización o intervención política de las potencias europeas en el hemisferio occidental. Más tarde se interpretó que esto significaba que los Estados Unidos eran la única potencia con derecho a intervenir en el hemisferio. A medida que los Estados Unidos se convirtieron en un país más poderoso, los Estados europeos tomaron con más seriedad la doctrina Monroe. (c) De hecho, la democracia blanca los excluyó, generalmente, de los beneficios que habían conseguido los hombres de raza blanca, o incluso se negaba a considerarlos como seres plenamente humanos. (d) En algunos casos, el imperialismo podía ser útil. Los mineros córnicos abandonaron masivamente las minas de estaño de su península, ya en decadencia, y se trasladaron a las minas de oro de Suráfrica, donde ganaron mucho dinero y donde morían incluso a una edad más temprana de lo habitual como consecuencia de las enfermedades pulmonares. Los propietarios de minas córnicos compraron nuevas minas de estaño en Malaya con menor riesgo para sus vidas. (e) Entre 1876 y 1902 se realizaron 119 traducciones de la Biblia, frente a las 74 que se hicieron en los treinta años anteriores y 40 en los años 1816-1845. Durante el período 1886-1895 hubo 23 nuevas misiones protestantes en Africa, es decir, tres veces más que en cualquier decenio anterior. (f) Pueden citarse algunos ejemplos de enfrentamientos armados por motivos económicos como en Venezuela, Guatemala, Haití, Honduras y México, pero que no alteran sustancialmente este cuadro. Por supuesto, el Gobierno y los capitalistas británicos, obligados a elegir entre partidos o Estados locales que favorecían los intereses económicos británicos y aquellos que se mostraban hostiles a éstos, apoyaban a quienes favorecían los beneficios británicos: Chile contra Perú en la “guerra del Pacífico” (1879-1882), los enemigos del presidente Balmaceda en Chile en 1891. La materia en disputa eran los nitratos. (g) Francia no consiguió ni siquiera integrar sus nuevas colonias totalmente en un sistema proteccionista, aunque en 1913 el 55 % de las transacciones comerciales del imperio francés se realizaban con la metrópoli. Francia, ante la imposibilidad de romper los vínculos económicos establecidos de estas zonas con otras regiones y metrópolis, se veía obligada a conseguir una gran parte de los productos coloniales que necesitaba caucho, pieles y cuero, madera tropical a través de Hamburgo, Amberes y Liverpool. (h) Que, después de 1918, se repartieron las antiguas colonias alemanas. (i) “¡Ah se afirma que exclamó una de esas patronas, si Bapugi supiera lo que cuesta mantenerles en la pobreza!”

Eric Hobsbawm. Murió el historiador que vivió y describió el siglo XX como nadie

PARÍS.- Fue testigo del derrumbe del III Reich, de los imperios coloniales y del bloque soviético. Quizá por eso, Eric Hobsbawm, fallecido ayer a los 95 años, que nunca se hizo ilusiones sobre el futuro del imperio americano, afirmó que había “llegado la hora de volver a tomar en serio a Marx”.

Nacido en la ciudad egipcia de Alejandría, en 1917, inmenso historiador y sorprendente figura del marxismo británico, Hobsbawm se hizo conocer en el mundo en los años 60 por sus trabajos sobre el mito de Robin Hood, antes de escribir una célebre trilogía sobre el siglo XIX ( La era de las revoluciones , La era del capital , La era de los imperios ) y más tarde sobre el siglo XX ( La edad de los extremos ).

Pero lo más fascinante de ese personaje, alto y delgado, con la cara marcada por un rictus que parecía trazado por la espátula del pintor Lucian Freud, fue su propia vida.

En Francotirador , su autobiografía publicada en 2007, Hobsbawm narró la dimensión de esa aventura: niñez en Viena, cuando triunfaba Freud; alumno en Berlín, durante los últimos días de la República de Weimar; estudiante en Londres con el Blitz; militante comunista, en momentos del informe Kruschev sobre el estalinismo; crítico de jazz, en la edad de oro de los fifties ; profesor invitado en California, en época de los hippies ? Sus recuerdos constituyen un fascinante panorama sobre la experiencia de la política en el transcurso de ese “corto siglo XX”, como él lo calificó.

Verdadero hijo del siglo XX, nacido en el seno de un hogar judío, Hobsbawm llegó con su familia a Viena cuando tenía dos años. Tras la muerte casi simultánea de sus padres, viajó a Berlín, donde fue acogido por unos parientes. Allí asistió a la Escuela Socialista para niños.

“En Alemania no había otra alternativa”, reconoció, en una entrevista con Maya Jaggi, publicada en 2002. “El liberalismo se derrumbaba. Si en vez de judío hubiera sido alemán, imagino que podría haberme transformado en un nazi, en un nacionalista alemán”, admitió. En aquellos años, Hobsbawm explicó a uno de sus maestros que se había convertido al comunismo y que era necesaria una revolución.

“Mi profesor me hizo algunas preguntas, y dijo: «Es evidente que no tienes idea de lo que estás diciendo. Por favor, ve a la biblioteca y busca algo para leer». Allí descubrí el Manifiesto Comunista y comprendí todo”, relató en una entrevista con la BBC.

En 1933, el joven marxista se mudó a Londres, donde la vida le pareció terriblemente aburrida, aunque allí se quedó para siempre. En 1936 se incorporó al Partido Comunista de Gran Bretaña y, desde entonces y hasta 1991, colaboró con la revista teórica Marxism Today.

Hobsbawm integraba esa famosa generación de estudiantes de Cambridge tentados por el marxismo, que dio estetas, intelectuales y hasta espías al servicio de Moscú, como Kim Philby, Donald Duart Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross. Pero a diferencia de “los cinco de Cambridge”, nunca traicionó a su país. Por el contrario, combatió en las filas inglesas en la Segunda Guerra Mundial.

Fue miembro del Partido Comunista británico hasta 1989. En su biografía describió la última manifestación legal del PC alemán, en Berlín, el 25 de enero de 1933: “Junto con el sexo, la participación a una manifestación de masas en un momento de gran exaltación política es la única actividad que combina experiencia corporal y una emoción intensa en el grado más alto”. Y agregó: “Contrariamente al orgasmo”, el placer de manifestar “puede ser prolongado durante horas”.

Ésa podría ser la explicación de su complacencia (asumida) con los ex países del Este, y en particular con Alemania Oriental.

“Antes de 1956, fui un leal miembro del Partido Comunista durante dos décadas. En consecuencia, mantuve silencio ante numerosos episodios sobre los cuales había sobradas razones para no permanecer en silencio”, reconoció en 2002.

Con el tiempo, sin embargo, comenzó a criticar los errores y excesos del régimen soviético. Pero nunca abjuró de la doctrina marxista. En su último libro, publicado en 2011, Cómo cambiar el mundo , en el que analizó los problemas de la economía en el comienzo de este siglo XXI, concluyó afirmando que había llegado nuevamente “el momento de tomar en serio a Marx”.

A pesar de esa filiación, Hobsbawm era leído por generaciones enteras de estudiantes y reverenciado por su habilidad para vida a la historia, usando su perspectiva socialista para contarla a través de la vida de los pueblos. “Sacó a la historia de su torre de marfil y la puso en medio de la vida de la gente”, declaró el líder del partido laborista británico, Ed Miliband.

Fiel a la disciplina de trabajo que se impuso desde que publicó su primer libro en 1948 ( Labour’s Turning Point: extracts from contemporary sources ), Hobsbawm trabajó hasta su último suspiro. Su libro póstumo, aún sin título, aparecerá en 2013.

Casado con Marlene Schwarz desde 1962, Hobsbawm deja dos hijos varones y una mujer, siete nietos y un bisnieto.

Su hija, Julia Hobsbawm, relató que su padre murió en la madrugada de ayer en el Royal Free Hospital de Londres, víctima de una neumonía. “Peleó contra una leucemia durante años, con calma y con lucidez. Hasta el último momento, fue fiel a lo que siempre supo hacer: trabajar. En la cabecera de su cama, dejó una enorme pila de periódicos”, agregó.

Poco antes de morir, le preguntó qué mensaje quería dejarles a sus nietos. “Que sean curiosos porque la curiosidad es la mayor de las cualidades”, contestó. También les recomendó la lectura de tres libros: Crimen y castigo , de Fedor Dostoievski, la poesía de W.H. Auden y el Manifiesto Comunista . “Formuló esa última recomendación confesó Julia Hobsbawm con un brillo de malicia en la mirada.”

El mejor homenaje póstumo a ese sembrador de conocimientos, a ese excepcional formador de generaciones de historiadores y políticos, haya sido probablemente el del periodista Max Angel, que contribuyó a hacer publicar en Francia algunos de sus libros: “Ciao Eric Hobsbawm!”, escribió. “ Bye bye ! And thank you very much !

Lunes, 01 de Octubre de 2012 / 08:23 h

Un abrazo, Chele. Vos siempre fuiste un inmenso pozo de energía, todo lleno de disposición, y siempre fuiste dueño de una inmensa capacidad de trabajo, no parecías cansarte nunca, de modo que no resultaba fácil trabajar con vos.
En la década del setenta, del siglo pasado, fuimos diputados. Te acordás que estuvimos en la Asamblea Legislativa por el Partido Unión Democrática Nacionalista, miembro de la Unión Nacional Opositora, cuyos otros dos miembros eran la Democracia Cristiana y el Movimiento Nacional Revolucionario. Esta fue una alianza política que utilizamos para derrotar electoralmente al Partido de Conciliación Nacional.

Es bueno que contemos, Rafael, que en aquellos años, un diputado ganaba cerca de dos mil colones, pero que el salario de nosotros era de 500 colones; el resto servía para financiar la lucha popular. En ningún caso y en ningún momento, ser diputado significaba ser privilegiado, y mucho menos, ser empresario, o dedicarse a negocios utilizando su cargo ventajosamente. La Asamblea Legislativa era un teatro de operaciones y un instrumento al servicio de las luchas del pueblo, y nosotros la convertimos, precisamente en eso, en caja de resonancia de las luchas de la gente. Y siempre fuimos, como vos te recordarás, luchadores en una cancha gubernamental. Nunca fuimos funcionarios, es decir, nunca confundimos en nuestras cabezas la función pública y el instrumento; nunca pensamos que la función era un fin y nosotros un medio, como piensan muchos funcionarios. Siempre supimos que el fin eran las luchas de la gente y el aparato era un instrumento.

Te acordás, Chele, como, en esos años, estallaron las acciones campesinas de ocupación de tierras, en respuesta a las acciones terratenientes de desalojo de esas mismas tierras, y como usábamos los fines de semana para visitar a los campesinos de la costa del departamento de La Paz. Los compañeros nos esperaban en los manglares y en cayucos nos conducían, durante la noche, a las playas donde hacíamos las reuniones de trabajo. Las nubes de zancudos zumbaban en los alrededores, y en medio de todos, nosotros. El humo de las fogatas no parecían afectarlos y, tenaces, tal como son los zancudos, nos acompañaban toda la noche.

Te acordarás bien que en esos años estallaron las matanzas de campesinos, porque la guerra ya había estallado y la contra insurgencia se adelantaba a la insurgencia, y nosotros, como reales diputados del pueblo, llevábamos la denuncia real del pueblo real, al foro legislativo. Ahí llevábamos la denuncia de la matanza de La Cayetana, o Tres Piedras, y otras matanzas.

De tu parte, pusiste toda tu experiencia y talento organizativo, y tu inagotable energía, en la construcción de una Central Única de Trabajadores. Se trataba de unificar a la clase obrera para las luchas que se venían encima. Ser diputado era ser un luchador político muy calificado, capaz de pelear en un terreno infectado de provocaciones, porque todo estaba diseñado para que el compromiso político se disolviera y la cabeza política se confundiera. Nada de eso ocurría con nosotros.

La década de los años setenta fue el momento histórico en el que la lucha revolucionaria se ensanchó y nuevas fuerzas y sectores se incorporaron, y como suele ocurrir siempre, lo hicieron con todo su pensamiento, su visión, su estilo y sus métodos. Se enfrentaban a la dictadura militar de derecha, también a la oligarquía. Luchaban contra una política pero no siempre se enfrentaban al sistema capitalista ni a un régimen inspirado por este sistema, tampoco luchaban, necesariamente, por el socialismo, ni por una sociedad comunista que liberara al ser humano de la explotación y de la opresión. Ante estos ojos, nuestro trabajo, nuestra filosofía, nuestras utopías científicas, nuestros estilos y métodos, eran amenazantes y obstaculizaban sus caminos.

En septiembre de 1975, mes y año en que caíste asesinado, toda esta tensionante confrontación estaba caminando y desembocó en tu vida, en vos, en tu trabajo y en tu convicción inagotable de luchador revolucionario invencible. Y esa noche de ese septiembre, hace 37 años, es decir, hace un segundo, los fogonazos de los disparos asesinos troncharon tu vida, fueron segundos o fracciones de segundo, y los asesinos se perdieron en la bruma, en las sombras, y fueron devorados por los minutos y los segundos, pero vos, a 37 años, estás más vivo que nunca y más fuerte que nunca y más saludable que nunca, y seguís moviéndote en tu volvo ronrón, y seguís con tu camisa de fuera, con tu risa y tu rostro de desafío, listo para enfrentarte al futuro.

Los diputados sabrán en su momento, cuando el pueblo tenga sus representantes, y cuando la Asamblea sea escenario de lucha del pueblo, que tendrán que ser como vos, y tendrán que conocer tu escuela, tu práctica y tu estilo. Es bueno que sepas, Rafa, que estamos trabajando para eso, no te impacientes mucho que estamos avanzando, de manera tenaz, inquebrantable e indetenible.

Breve historia del desarrollo capitalista y el movimiento obrero en Turquía

El proceso de desarrollo capitalista en Turquía es un proceso más bien tardío con respecto a occidente. Este retraso histórico procede de la peculiar estructura socio-económica sobre la que se ha desarrollado el capitalismo turco. Por esta razón, para comprender las peculiaridades del capitalismo turco, es necesario comprender la historia social y económica del Imperio Otomano que forma la base histórica de la Turquía moderna.

El estado otomano se creó en el siglo XIV (en el año 1300). Se convirtió en un verdadero imperio después de conquistar Estambul (1453). Si miramos la historia del estado otomano, podemos hablar de tres períodos diferentes —-cada uno con propiedades diferentes—-, que abarcan seiscientos años entre su formación y su colapso.

El primer período duró hasta el siglo XVII, fue un período de ascenso del colosal imperio, el estado otomano se expandió territorialmente con las conquistas en Asia y Europa. Desde el punto de vista de su estructura socio-económica y política, el estado otomano reflejaba los rasgos del despotismo oriental clásico de este período, que toma su forma del modo asiático de producción.

El segundo período duró desde el siglo XVII al XIX, fue un período de vacilación, antes del ascenso del occidente capitalista. El sistema de la tierra, que constituye la base económica del despotismo otomano, comienza a deteriorarse; la corrupción y el desorden aumentan en la administración del estado; las luchas por el poder entre la clase dominante se intensifican.

Y, finalmente, el tercer período que abarca todo el siglo XIX y que es el período del colapso, cuando el imperio comienza a desintegrarse a todos los niveles y, poco a poco, se convierte en una semicolonia de occidente.

La sociedad otomana y el modo asiático de producción

Mientras investigaba la evolución histórica de las formas de propiedad y las relaciones de producción precapitalistas, Marx prestó mucha atención al “modo asiático de producción” y al “despotismo oriental”. Esta formación socio-económica típica de oriente no se parecía a la antigua esclavitud, sino al modo medieval y feudal de producción.

La característica común de la antigua esclavitud y el feudalismo medieval, que aparecieron en determinadas circunstancias históricas en occidente, es que ambos modos de producción se basaban en la propiedad privada-individual. En estas sociedades la plusvalía creada por los productores directos (esclavos y siervos) estaba basada en la tierra y se apropiaban de ella los nobles propietarios de la tierra. El estado, tanto en la esclavitud como en la sociedad feudal, era un instrumento especial de opresión destinado a asegurar el dominio de los grandes terratenientes sobre los productores directos.

Cuando miramos la evolución histórica de las sociedades orientales, tanto las formas de propiedad como las relaciones de producción, y la formación de las clases y el estado, en estas sociedades son algo diferentes que en occidente. En estas sociedades no hay propiedad privada individual de la tierra y tampoco existe una clase poseedora de propiedad privada. En las sociedades orientales la propiedad de toda la tierra y los recursos naturales pertenecían a “la más alta unidad”, es decir, al estado, al frente del cual estaba el déspota. Como propietario real de la tierra, el estado también era el propietario real de la plusvalía producida por los productores directos (comunas agrarias). El estado despótico era el centro de gravedad de todas las comunas agrarias y se presentaba como el “padre sagrado” que salvaguardaba el orden en estas comunas. Al ser el poder dominante en las sociedades orientales, el estado despótico tenía tres funciones básicas: la guerra y la conquista (saqueo del exterior), impuestos sobre la tierra (saqueo interior) y las obras públicas que son necesarias para la reproducción.

Marx analiza el “modo asiático de producción” y el “despotismo oriental” en el Grundrisse y en El Capital. En sus muchos escritos sobre esta cuestión Marx expresaba la historia de los otomanos como la historia del despotismo oriental, al menos hasta el siglo XIX, constituyendo un ejemplo típico del despotismo oriental desde el punto de vista tanto del modo de producción como de la estructura del estado.

En el período inicial y de expansión del estado otomano, las tierras conquistadas pasaban a formar parte de las posesiones del estado, y las poblaciones musulmanes y no-musulmanas de estas tierras (productores directos), se convertían en los contribuyentes unidos a la tierra (raeya). La administración de estas tierras estaba a cargo de la burocracia militar (sipahi). La burocracia militar de los otomanos era el sector de la clase dominante más importante y con más peso específico. Los sipahi, que representaban la autoridad central (estado-sultán) en la tierra que ellos administraban, eran los responsables de vigilar la tierra, recoger el excedente (en forma de impuestos) producido por los reaya y además, cuidaban de los soldados del ejército otomano en caso de guerra. Esta relación de producción basada en la tierra era muy importante para el estado otomano, porque su economía se basaba en la guerra y en las conquistas de tierra, además, esta relación de producción le permitía tener un gran ejército.

Ningún gobernante individual, militar o civil de la sociedad otomana, disfrutaba de la propiedad privada de la tierra para su propio derecho y, por consiguiente, tampoco del derecho de explotación individual sobre los campesinos productores. El status quo establecido no permitía a los individuos acumular riqueza individual ni utilizarla a su voluntad. Eso significa que en el orden otomano no existía una relación similar a la de “siervo-señor” o a la de “patricio-esclavo”. La estructura despótica central del estado otomano y la arrolladora propiedad estatal de la tierra, nunca permitió la existencia de una fuerza independiente, es decir, señorización, que se pudiera desarrollar frente a la autoridad central. El único poseedor de la propiedad y la soberanía era el estado monolítico personificado en el monarca (sultán).

De este modo, el sistema de explotación de los otomanos funcionaba más colectiva que individualmente, y se producía a través del estado. La plusvalía arrebatada a los productores directos en forma de impuestos, primero iba a parar al tesoro y después, se distribuía a la clase dominante (los altos oficiales de palacio, la alta burocracia militar-civil y el ulema religioso) en forma de salarios y rentas. Encima de esta pirámide de la clase dominante, organizada de una forma muy centralizada y jerárquico-burocrática, se sentaba el déspota (sultán), quien supuestamente “domina sobre la tierra en nombre de dios y, por lo tanto, disfrutaba de una posición sagrada”. El sultán es el símbolo del poder estatal centralizado y concentrado.

La estructura de clase de la sociedad otomana

La composición social de la sociedad otomana estaba formada por la clase dominante del estado, que se encontraba arriba, y debajo si situaban los productores directos (campesinos y artesanos). Tanto las comunas agrarias como los gremios artesanos de las ciudades, estaban bajo el control estricto del estado central.

En el organigrama social otomano, no existía, ni podía hacerlo, una clase mercantil madura al estilo occidental. Casi toda la plusvalía se concentraba en manos del estado y se utilizaban para satisfacer las necesidades del estado. De este modo, no existían mercancías para el comercio privado y las relaciones de libre cambio. En estas condiciones, era imposible la acumulación de capital mercantil y la formación de una clase mercantil dentro del sistema. El comercio en la sociedad otomana era un comercio a larga distancia destinado a satisfacer las necesidades de palacio (del déspota), del ejército y de la burocracia militar-civil de alto nivel que habitaba en las ciudades. Este tipo de comercio estaba a cargo, bien de los oficiales encargados por el estado, o de los comerciantes que venían del extranjero (que no eran parte del sistema otomano). De esta forma, más que un comercio de mercancías, lo que hacía el estado era intercambiar valores de uso para satisfacer sus necesidades.

En cuanto a la situación de los productores que trabajan en las comunas agrarias y que constituyen la base esencial de la economía otomana, estaban completamente fuera de la vida social y económica de las ciudades y llevaban una vida aislada. En estas comunas agrarias asiáticas, la propiedad privada, la mercancía y las relaciones de cambio nunca se podrían haber desarrollado. En el nivel más bajo de la división del trabajo, estaba la unidad indivisible de la agricultura y los artesanos, y la satisfacción de todas las necesidades desde dentro de la misma comuna; las comunidades se mantenían en una situación de autoabastecimiento y permanecían como unidades económicas aisladas. Por todas estas características, las comunas agrarias subsistieron durante cientos de años.

Marx dijo que estas comunas agrarias asiáticas, inocentes e inocuas aparentemente, formaron la base económica del despotismo oriental mientras éste existió. El desarrollo del mercado y las relaciones capitalistas eran imposibles en un lugar donde no existía propiedad privada y libre cambio. Por lo tanto, Marx señaló que la dinámica interna que desarrollaría el capitalismo estaba ausente en las sociedades orientales que estaban bajo el reino del modo asiático de producción, y por lo tanto, el capitalismo sólo podría venir de un agente externo a estas sociedades.

La evolución de la sociedad otomana tiene un contraste absoluto con el desarrollo occidental. El estado en occidente ha tomado forma de acuerdo con la evolución de la propia sociedad, es decir, según el peso de las clases sociales implicadas en las relaciones económicas. Por el contrario, en la sociedad otomana, las relaciones sociales y las clases fueron moldeadas por el estado.

La proporción de elementos (parásitos) improductivos (oficiales de palacio, alta burocracia militar y civil y el ulema religioso) en la sociedad otomana era mayor que en las sociedades feudales europeas. Por esa razón el gobierno de la población fue una parte esencial en la formación de las ciudades otomanas. Pero estas ciudades no eran “ciudades autónomas” distintas a aquellas que se formaron de manera independiente de la autoridad central en occidente. Todo lo contrario, eran construidas por el propio estado y eran una especie de cuarteles generales administrativos donde habitaba la clase estatal. La necesidad de satisfacer las necesidades de la clase dominante llevó a la organización de la industria y el comercio en estas ciudades. Pero tanto la industria como el comercio, se desarrollaron como una función del estado más que como actividad privada de individuos independientes. De esta manera, la actividad industrial y comercial en las ciudades otomanas estaba bajo el control absoluto del estado. Este estatismo sólido impidió la formación de un sistema de mercado y el desarrollo del cambio, como había ocurrido hace mucho tiempo antes en occidente. De este modo, las relaciones capitalistas y el primitivo proceso de acumulación del capital que se desarrollaron durante los siglos XVI y XVII en occidente, no los pudo experimentar la sociedad otomana.

En esta estructura social la dinámica interna que provocó el desarrollo del capitalismo era absolutamente imposible. Como Engels dijo en un artículo escrito en 1890 en Neue Zeit:

“En realidad, como en todos los dominios orientales, el dominio turco también es incompatible con la sociedad capitalista; porque es imposible salvar la plusvalía del dominio completo de gobernantes tiranos y pachas glotones; aquí no podemos encontrar la primera condición esencial de la propiedad burguesa, es decir, la seguridad del comerciante y sus mercancías”.

El período titubeante del despotismo otomano antes del capitalismo occidental

Después del descubrimiento de América y la apertura de nuevas rutas para el comercio, hubo un proceso de rápido desarrollo del comercio y de la acumulación originaria del capital en Europa occidental. Y, especialmente, en Gran Bretaña, en los siglos XVI y XVII, las relaciones feudales de producción desaparecieron, apareció una nueva clase (la burguesía) y aparecieron las condiciones previas (la manufactura) para el futuro capitalismo industrial. Este período de mercantilismo estuvo acompañado de una política de colonialismo en todo el mundo. Este febril proceso de desarrollo capitalista avanzó a pasos agigantados en los siglos XVIII y XIX.

Pero la situación del imperio otomano era completamente diferente en el mismo período. Debido a su estructura estancada, el imperio otomano perdió su poder ante el desarrollado de occidente y entró en un período de estancamiento a principios del siglo XVII. El sistema agrario asiático de los otomanos comenzó a deteriorarse en este período. La ausencia de nuevas conquistas de tierra, el declive de las rutas comerciales orientales, el aumento del contrabando, la insuficiencia de la producción agraria, etc., llevaron a la disminución de los ingresos del estado otomano. A principios del siglo XVII, los gastos del estado otomano triplicaban los ingresos. La crisis financiera del tesoro otomano hacía necesario encontrar nuevas fuentes de ingresos. Pero la única fuente disponible era el incremento de los ingresos procedentes de la tierra. Para incrementar los ingresos, el estado recurrió a vender su derecho a cobrar los impuestos. De este modo, la administración de la tierra que estaba en manos de su burocracia militar (sipahi), pasó a manos de individuos privados, los multezim (personas influyentes que habían acumulado riqueza de una forma u otra). Este fue un acontecimiento muy importante que llevó a la degeneración y disolución del sistema agrario otomano. Con esta medida cambiaron los poderes de los que controlaban la producción agraria y la plusvalía. Ahora los individuos privados sustituían al estado que hasta ese momento expropiaba directamente la plusvalía agrícola bajo la forma de impuestos. Aparecieron nuevos elementos que compartían los ingresos del estado. Esta situación llevaría a la formación de nuevas fuerzas políticas junto a la clase estatal (sultán y la burocracia civil-militar). La propiedad de la tierra que, esencialmente, pertenecía al estado, de facto, había pasado a las manos de los multezims. Ahora, junto con el antiguo sistema agrario asiático, basado en la propiedad estatal, apareció el nuevo sistema agrario (entre el despotismo y el latifundismo) basado en la propiedad de facto de individuos privados (usurpación de la tierra) y las relaciones de explotación privada. Estas personas influyentes comenzaron a formar sus propias fuerzas armadas que con el tiempo desafiarían a la autoridad central. Desde el siglo XVIII en adelante, la autoridad central (los sultanes) cada vez estaba más desesperada ante el despotismo de los terratenientes y señores locales, y también porque no podían superar estas fuerzas centrífugas.

Otro sector que buscaba conseguir parte de las tierras propiedad del estado eran los altos oficiales —-los visires, pachas, gobernadores provinciales, ulema religiosos—- que eran parte de la propia clase estatal. Según las leyes otomanas los oficiales tenían prohibido poseer propiedad privada individual. Pero los oficiales encontraron una solución a este obstáculo. En el imperio otomano era posible asignar tierra a los “waqfs” (un tipo de fundaciones) que se creaban para la “caridad religiosa”, la “solidaridad social” y tenían el derecho a dirigir las tierras pertenecientes a estos waqfs. Después de crear estos waqfs, los gobernadores y las pachas los utilizaron para conseguir tierras del estado. De este modo, las tierras propiedad del estado comenzaron a ser saqueadas por la propia burocracia estatal junto con los déspotas y terratenientes locales de las provincias. En la historia económica de Turquía este sistema de waqfs jugó un papel muy importante en el saqueo de la propiedad pública. Extrañamente, este sistema de waqfs ha seguido existiendo en la historia de la república. Todavía existen bajo el amparo del estado burgués. Cuentan con activos valorados en millones de dólares y cientos de empresas, estos waqfs estatales, una reliquia de la tradición otomana, todavía son lugares de succión para la burocracia dominante.

Por supuesto, los únicos que sufrieron el expolio del sistema agrario otomano fueron los productores que trabajan la tierra (reaya). Los reaya eran formalmente responsables sólo ante el estado y pagaban los impuestos, pero ahora, fueron sometidos a la represión despiadada y a la explotación de los déspotas locales. En poco tiempo, esta represión despiadada y la explotación de los déspotas locales, los terratenientes y los multezims usureros (recolectores de impuestos) se hizo intolerable para los reaya. Como resultado de esta transformación, los campesinos abandonaron la tierra y en los siglos XVII y XVIII se convirtieron en desempleados. Pero como no existía un desarrollo industrial en el sistema otomano, capaz de emplear a estas masas desvinculadas de la tierra, formaron bandas de bandidos o se fueron a las ciudades a formar hordas de parados y holgazanes. En las regiones remotas del centro del imperio reinaba el caos, el desorden y la anarquía.

El proceso de disolución

En el siglo XIX se produjo una disolución más substancial de la estructura tradicional del imperio otomano, a través de sus relaciones con el capitalismo occidental. Este proceso terminó con la transformación del imperio otomano en una semicolonia y su posterior colapso. Por lo tanto, podemos decir que el papel principal de la disolución final del imperio otomano lo jugó el capitalismo occidental, fue el agente externo.

En el siglo XIX el mercado otomano se abrió al capitalismo occidental. Al mismo tiempo, aumentó la dependencia del estado de los banqueros occidentales a través de la deuda externa. Por otro lado, en el mismo período, el capital extranjero creó los ferrocarriles y una red de comunicaciones, como condición sine qua non para el desarrollo del mercado capitalista. El transporte marítimo, la construcción de barcos, la apertura de algunas minas y algunas fábricas con propósitos militares, etc., son otros acontecimientos de este período. Y además de estas transformaciones de la base material, también se dieron algunos pasos importantes para desarrollar la propiedad privada de la tierra. En el marco de estos acontecimientos, apareció la primera burguesía, al principio formada por no-musulmanes y aglutinada en torno a los puertos marítimos.

A principios del siglo XX, cuando el capitalismo alcanzó su etapa imperialista, este largo proceso de disolución del imperio otomano entró en su última fase. En esta fase el imperio otomano se convirtió en una semicolonia, en el sentido literal de la palabra, como Irán y China. Por ejemplo, el Banco Otomano creado por el capital francés, poco a poco, comenzó a funcionar como banco central y se hizo cargo del control de la moneda otomana. De la misma forma, después de algunas serias crisis de deuda, el tesoro otomano cayó en manos del consejo internacional llamado Düyun-u Umumiye (las Deudas Generales), formado por representantes de los estados occidentales.

Pero la clase dominante otomano no aceptó pasivamente este proceso que suponía su declive general. Pero tampoco se comportó de una forma monolítica. Para mantenerse tuvo que introducir algunas reformas, igual que el zarismo ruso, y tuvo que reforzar el aparato del estado (fundamentalmente el ejército). Todos estos procesos llevaron a la formación de dos sectores dentro de la clase dominante otomana, que tenían intereses e ideas contrarias. Estos dos sectores tenían la intención de salvar al estado otomano a su propia forma. Mientras uno de ellos mantenía que este objetivo se podía conseguir con el mantenimiento de las antiguas tradiciones despóticas, el otro defendía la “occidentalización” y la “modernización”. Después de establecerse como el movimiento de la Juventud Turca, este sector reformista se convirtió en una organización política independiente con el nombre de Comité por la Unión y el Progreso. Después de un largo proceso de luchas y choques, este sector consiguió tomar el poder en 1908 y proclamó una monarquía constitucional. Casi todos los cuadros que más tarde encabezarían la formación de una república burguesa salieron de este movimiento y organización.

La dirección nacional del Comité por la Unión y el Progreso, reconocía que la única salvación era acercarse al imperialismo alemán, y estar con él en una guerra mundial. El imperialismo alemán había conseguido, a expensas de sus rivales imperialistas, una gran influencia en el imperio otomano y lo condenó a la esclavitud financiera. El estado otomano entró en la guerra mundial con su una economía y fuerzas débiles, fue derrotado y arruinado. Después de la guerra todas las tierras del imperio, excepto la pequeña región en el centro de Anatolia, fueron ocupadas por las fuerzas imperialistas. Esto llevó a la aparición de contradicciones dentro de la clase dominante otomana y de aquí a la ruptura decisiva del sector que llevaría más tarde a la formación de la república burguesa.

La Guerra de la Independencia y la fundación de la república burguesa: 1919-1923

La república burguesa se instauró en 1923, y representó un punto de inflexión histórico relacionado con el principio del desarrollo del capitalismo en Turquía. Por razones que ya hemos señalado anteriormente, en la sociedad otomana no hubo un desarrollo capitalista al estilo occidental hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Por eso tampoco se desarrolló adecuadamente una burguesía nacional como la occidental. De este modo, los oficiales del ejército otomano que mantenían la tradición de ser la antigua “clase estatal”, tomaron la dirección de la lucha por la independencia nacional contra los ocupantes imperialistas occidentales que habían ocupado Anatolia después de la Primera Guerra Mundial. El objetivo de Mustafa Kemal, uno de los pachas otomanos, y compañía, era crear una nación-estado tipo occidental en las zonas liberadas de Anatolia. Esto significa, en una forma u otra, que fueron los pachas otomanos quienes llevaron adelante la misión histórica de la burguesía nacional.

El establecimiento de una república burguesa y la transición al capitalismo en Turquía se realizó en la era imperialista. Este período también fue un período histórico en el cual la gran Revolución de Octubre rompió la cadena imperialista-capitalista. El establecimiento del poder de los soviets de obreros y campesinos se convirtió rápidamente en una fuente de inspiración para la liberación de los pueblos oprimidos. Por lo tanto, la lucha por la independencia nacional en Turquía, un vecino de la URSS, se desarrolló bajo influencia de dos tendencias diferentes: la revolución de octubre y bolchevique, por un lado, y el nacionalismo burgués por el otro.

Esto provocó dos movimientos por la independencia separados. En primer lugar, el movimiento nacionalista dirigido por Kemal, que estaba formado por oficiales del ejército otomano, la burguesía comercial de Anatolia y los grandes terratenientes de Anatolia. El segundo, al que se llamó Ejército Verde, estaba bajo la influencia de la revolución en Rusia y los soviets campesinos y, esencialmente, llevaron adelante una guerra de guerrillas basándose en primer lugar en el campesinado. Esto movimiento también estaba, hasta cierto punto, en contacto con el todavía joven movimiento comunista.

El movimiento nacionalista encabezado por los pachas y burócratas otomanos consiguió sus objetivos gracias a la explotación de nuevo equilibrio mundial de fuerzas creado al final de la guerra mundial y la existencia de la Unión Soviética. Aunque las potencias imperialistas ocuparon una gran parte de Anatolia, en realidad, quedaron muy debilitadas con el resultado de la guerra mundial. Surgió un enorme malestar y mucha rebeldía revolucionarias entre la clase obrera de Europa y también poderosos movimientos de independencia en las colonias que habían comenzado a levantarse. Además, se creó una Internacional revolucionaria bajo la dirección del nuevo régimen revolucionario en la Rusia soviética. En el terreno objetivo, el temor y la amenaza que provocaban la Internacional Comunista y la Unión Soviética eran factores que debilitaban las ambiciones de los imperialistas. La dirección nacionalista en Anatolia tuvo mucho cuidado en pasar por encima de esta debilidad de los imperialistas, y al mismo tiempo, demostró una sumisión total ante la Unión Soviética para conseguir ayuda financiera y militar.

La dirección nacionalista, que funcionaba de una forma independiente del gobierno de Estambul —-bajo ocupación británica—-, creó una situación de doble poder al establecer una nueva Asamblea Nacional y un gobierno en Ankara a principios de 1920. Incluso en esta etapa, el movimiento nacionalista encabezado por Kemal comenzó a mantener contactos diplomáticos con el imperialismo británico. En estos contactos los británicos le respondieron que debía alejarse de la Unión Soviética y deshacerse del joven movimiento comunista y las fuerzas guerrilleras del Ejército Verde formadas por campesinos. Todos estos elementos fueron liquidados en 1921, cumpliendo los deseos británicos, y después el gobierno de Ankara consiguió que le invitaran a la conferencia celebrada en Londres en 1921.

Contrariamente a lo que se cree, el ejército regular encabezado por Kemal no luchó directamente con las fuerzas imperialistas. Después de la conferencia de Londres, los ejércitos de ocupación comenzaron a retirar sus fuerzas de Anatolia. La llamada Guerra de la Independencia es en realidad una guerra contra los armenios en oriente y, principalmente, contra la ocupación griega en occidente. No lucharon ni contra los británicos que ocuparon Estambul y sus alrededores, ni contra los italianos que ocuparon la región del Egeo y el Mediterráneo, ni contra los franceses que ocuparon el sur y la parte suroriental de Anatolia. Aunque hubo una resistencia armada a pequeña escala contra las fuerzas francesas, debemos recordar que en realidad las tropas francesas estaban formadas por armenios.

Después de conseguir derrotar a los griegos (a propósito, los británicos apoyaron a las griegos poco después de la Conferencia de Londres) en Anatolia occidental, el gobierno encabezado por M. Kemal en Ankara fue reconocido oficialmente por los estados imperialistas en la Conferencia de Lausana en 1923. Con la proclamación de la república (29 de octubre de 1923), tres meses después del Acuerdo de Lausana que fue firmado en julio, el nacimiento de la república burguesa turca en el suelo de Anatolia, sustituyó al arruinado imperio otomano.

La burguesía turca era muy débil y cobarde en este período de formación de la república. Luchaba por su independencia nacional contra el occidente imperialista por un lado, y por el otro, frenaba la realización de los requerimientos de la revolución democrático burguesa. Temía un movimiento popular en Anatolia similar a la revolución soviética. Por eso la burguesía turca no abolió completamente las antiguas tradiciones despóticas asiáticas del estado otomano. Todo lo contrario, las utilizó y las adornó con un poco de salsa republicana. El contenido democrático de la nueva república burguesa establecido por M. Kemal era muy débil. Por otro lado, su carácter opresivo y totalitario era muy aparente.

De este modo, las reformas políticas y sociales necesarias del capitalismo moderno para desarrollar en Turquía fueron realizadas desde arriba con métodos bisckmarkianos. No fue el resultado de una revolución democrático burguesa radical. La nueva república burguesa estaba comprometida con los terratenientes y compartía el poder con ellos. Por lo tanto siguieron un camino prusiano de desarrollo capitalista hasta los años sesenta. De este modo el desarrollo del capitalismo en Turquía ha sido un proceso extremadamente tardío y penoso.

La base de clase del poder político establecido en 1923 estaba formada por los siguientes elementos: la burocracia civil-militar que todavía mantenía su posición tradicional (en la forma otomana) de clase dominante; la burguesía comercial; y los grandes propietarios de tierra de Anatolia. El elemento hegemónico en este bloque de la clase dominante era la burocracia civil-militar encabezada por Kemal. El poder kemalista proclamó en el Congreso de 1923 que seguiría el camino capitalista. Al hacerlo el nuevo gobierno declaraba públicamente que estaba a favor de una economía capitalista basada en las relaciones liberales, y que, no tenía problemas con el capital extranjero. Por consiguiente, el gobierno de Ankara asumió las deudas otomanas y aseguró que durante seis años no se tocarían los privilegios y exenciones de los estados imperialistas obtenidos en los tiempos otomanos.

La fundación del Partido Comunista de Turquía

El Partido Comunista de Turquía (PKT) fue fundado en 1920 como una sección de la Comintern bajo la influencia directa de la revolución de octubre. Su congreso fundacional se celebró en Bakú bajo los auspicios de lo bolcheviques. Pero un año después, el movimiento nacionalista burgués de M. Kemal, de acuerdo con el imperialismo británico, organizó conspiraciones contra los comunistas. Temía las perspectivas de crecimiento del PC y una revolución obrera-campesina de tipo soviético. Y en una conspiración 15 dirigentes del PC, incluido el secretario general del partido, Mustafa Suphi, fueron asesinados el 28 de enero de 1921 y arrojados a las oscuras aguas del Mar Muerto.

Esta página de la historia es una completa tragedia para los comunistas turcos. El movimiento nacionalista burgués de Mustafa Kemal siguió una política hipócrita. Llegó a acuerdos secretos con los imperialistas para aplastar el movimiento comunista turco y para ello recurrió a las intrigas. Y al mismo tiempo, pretendía ser un movimiento anti-imperialista y populista para conseguir ayuda de la Unión Soviética. Y, desafortunadamente, tuvo bastante éxito con esta táctica. En realidad, esta realidad histórica fue un ejemplo contundente del error que supone confiar a la burguesía el movimiento de liberación nacional y considerarla su aliado. Un ejemplo similar ocurrió después en China con Chiang Kai-shek.

En realidad, el movimiento socialista en Turquía no comprendió, durante mucho tiempo, la misión de los dirigentes burgueses tipo bismarckiano: Mustafa Kemal y el carácter real del kemalismo. La izquierda turca, consideró durante años al movimiento de Kemal realmente anti-imperialista. La debilidad fundamental de la gran mayoría de la izquierda en Turquía es la concepción del anti-imperialismo sin un contenido anti-capitalista. Por eso entre la izquierda todavía existen simpatías con el kemalismo. Otra mal interpretación de la izquierda es equiparar, más o menos, el capitalismo de estado del kemalismo con el socialismo. Por eso, el movimiento de izquierdas, en general, considera que es su deber cuidar ese estatismo, que alimentó el capitalismo en Turquía y proporcionó a la burguesía nativa la acumulación de capital. ¡Qué lástima! Pero es real.

Este punto es muy importante. Porque esta aproximación errónea al kemalismo hasta hoy en día ha dejado a la izquierda turca ciega en muchos aspectos, particularmente, en la cuestión kurda donde han adoptado una postura chovinista.

La historia de la república burguesa en Turquía es la historia de persecuciones interminables, prohibiciones y terror contra la clase obrera y el movimiento socialista. Por ejemplo, el PKT, el partido de izquierdas más antiguo de Turquía, en sus setenta años de historia sólo ha estado legalizado dos años. El resto ha trabajado en condiciones de clandestinidad y en secreto.

El PKT ha seguido durante casi toda su historia la línea estalinista soviética oficial. Aunque en el pasado surgieron algunos grupos de oposición, ninguno de ellos rompió con el estalinismo. Sólo hubo una excepción en la historia del PKT, la “Oposición de Trabajadores” organizada en 1932 y donde también participó el gran poeta turco: Nazim Kikmet. Pero este grupo opositor fue acusado de trotskista y fue liquidado por la dirección estalinista del partido.

La primera fase del poder kemalista: 1923-1930

La política económica aplicada durante los primeros años de estado burgués, fue una política económica liberal que buscaba el desarrollo de las relaciones con el capitalismo occidental. El principal objetivo de estas políticas era crear una economía nacional a través del desarrollo capitalista. Pero no existía una clase burguesa nacional ni tampoco la acumulación de capital adecuada para promover las inversiones capitalistas. Por lo tanto, el punto central de la política económica del estado durante este período fue el estímulo y el apoyo a la empresa capitalista privada. El joven estado burgués creado bajo la dirección de los oficiales otomanos, quería el regreso del capital que durante años había sacado a Europa la burguesía no-musulmana y ponerlo a disposición de la burguesía nativa.

Durante este período, el poder político, en gran parte, siguió en manos de los cuadros burócratas militares-civiles. Estos cuadros en cierto sentido fueron condescendientes con la naciente burguesía nacional. Este es un aspecto peculiar del desarrollo capitalista turco. Su objetivo era crear una clase burguesa y un estado burgués tipo occidental. Y el Partido Republicano del Pueblo (CHP) fue creado por los mismos cuadros estatales para este propósito.

Pero a pesar de la política liberal y de las leyes favorables, no se pudo llevar a cabo el avance industrial capitalista ni conseguir el nivel deseado de la clase burguesa “nacional”. No existía la cantidad adecuada de acumulación de capital nativo para esto, y tampoco había afluencia de capital de occidente. Aunque la política general del poder kemalista pretendía la occidentalización (convertirse en un país capitalista), los estados capitalistas occidentales todavía albergaban dudas ante la joven república turca. Como resultado, durante esta primera fase, Turquía permaneció, en gran parte, como un “país agrario” con relaciones de producción pre-capitalistas.

En estos primeros años se realizaron algunas reformas super-estructurales que conformaron el marco del desarrollo capitalista. Para promover este movimiento de reformas, M. Kemal presentó el objetivo de la joven república burguesa de la siguiente forma: “Alcanzar el nivel contemporáneo de civilización occidental”. Pero esta “occidentalización” y las reformas pretendidas por Kemal (Ataturk), eran complicadas en una esfera social que era la continuación de la sociedad otomana. Además, para que estas reformas pudieran llevarse hasta el final, era necesario hacer las transformaciones apropiadas desde la base (industrialización, reforma agraria, etc.,). El latifundismo todavía existía, especialmente en el este y el sureste (Kurdistán turco). Lejos de liquidar el latifundismo, la burocracia kemalista tuvo que aliarse con este latifundismo. Por lo tanto, la mayoría de las reformas super-estructurales sólo fueron reformas superficiales que no podían ir más allá de ciertos límites formales y fueron “ajenas a la población”.

La crisis capitalista mundial y el período del “capitalismo de estado” en Turquía: 1930-1946

En el año 1930, la situación de la economía de la joven república turca no era en absoluto prometedora. Otro acontecimiento importante fue el inicio de una profunda crisis del sistema capitalista mundial (1929-1933). Esta crisis afectó a la economía turca a través del comercio exterior. Como las exportaciones de Turquía se basaban sobre todo en la agricultura, el descenso de los precios de los productos agrícolas disminuyó los ingresos tanto del estado como de los terratenientes. La moneda turca perdió un valor considerable en este período. Por otra parte, el tesoro turco se encontró con un gran problema ya que Turquía tenía que empezar a pagar las deudas otomanas en ese mismo período. Estas deudas devoraban casi una décima parte del presupuesto.

Estas condiciones desfavorables obligaron al joven estado burgués a desarrollar una nueva estrategia económica. Y esta estrategia implicaba la intervención directa del estado en la vida económica (estatismo) para comenzar la industrialización y construir una economía nacional. Los cuadros burócratas civil-militares que mantenían una posición hegemónica dentro del estado también se inclinaban hacia la implantación de esta estrategia. Porque esta sección que ya había estado en la posición de clase dominante, todavía se consideraba los propietarios del estado y los protectores de la sociedad. La burocracia kemalista creía que el capitalismo “nacional” sólo se podría implantar a través del estado. La coyuntura mundial reforzó esta idea. Además, la economía de la Unión Soviética basada en el estatismo no se vio afectada por la crisis, todo lo contrario, seguía creciendo, esto fue seguido muy de cerca por Turquía.

En estas condiciones el estado turco comenzó a preparar planes quinquenales económicos similares a los de la Unión Soviética. Este período se extendió desde 1930 hasta 1946, fue un período caracterizado por “estatismo” absoluto y prevaleció en todas las esferas de la economía. La vida política estaba bajo la dictadura de un partido, el partido oficial del estado, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), que representaba a la burocracia dominante. Aunque el nombre del partido incluía la palabra “pueblo”, no tenía nada que ver con el pueblo y sus intereses. Todo lo contrario, este partido era el representante del bloque de “burocracia-burguesía-grandes terratenientes agrarios”, por medio de una rápida acumulación de capital a través de la superexplotación del trabajo dentro de la nación.

Este estatismo se implantó dentro de un marco político represivo y casi autoritario, las masas trabajadoras no podían decir nada y los niveles de vida no mejoraron. El estado implantó esta política capitalista basada en la sobre-explotación del trabajo tapada con el velo de la retórica “populista” y “anti-imperialista”. Estas prácticas del poder kemalista contaron con el apoyo de algunos dirigentes del Partido Comunista de Turquía (TKP), entonces era un partido estalinista. Ellos (entre los que estaba el secretario general del partido) querían que el partido se pusiera a la cola del poder kamlista. Incluso algunos de estos dirigentes de izquierdas dejaron el partido para publicar el periódico Kadro (cuadro) que apoyaba el estatismo del CHP. Aplaudieron este capitalismo de estado y lo calificaron de política anti-imperialista y populista, sin tener en cuenta la naturaleza de clase nacionalista burguesa del poder kemalista. Defendieron la siguiente idea: “Nuestro estatismo es un estatismo nacional que no se basa en ninguna clase y puede ser un ejemplo para los pueblos del mundo que quieren librar una guerra de independencia”. Esta identificación del estatismo con el socialismo y la sociedad sin clases, ha seguido viva en el movimiento de izquierdas turco, incluso hoy en día.

Después de la muerte de Mustafa Kemal en 1938, poco antes fue proclamado “jefe eterno”, no ocurrió el más mínimo cambio en la estructura de la dictadura de un partido y otro pacha ex – otomano, Ismet Inonu, que recibió el título de “jefe nacional” ascendió a la presidencia.

Aunque Turquía no participó en la Segunda Guerra Mundial, las masas trabajadoras se hundieron en una miseria sin precedentes, como si hubieran participado en la guerra. Un aumento abrupto de los gastos militares, caídas de la producción del 5-6%, reclutamiento de la población productiva para el ejército, proliferación de la explotación bélica… esta situación agravó la miseria y el hambre. Además, las masas trabajadoras sufrían una severa represión y el terror. Además, las minorías que vivían en Turquía, como los griegos, armenios, judíos, etc., también se llevaron su ración de represión. Les usurparon sus propiedades y muchos de ellos fueron enviados a campos de trabajo, este tipo de actos, calificados como “impuesto sobre la riqueza”, recordaban mucho a la Alemania nazi.

Estas condiciones y otras medidas políticas y económicas agravaron el descontento y las contradicciones entre varios sectores de la clase dominante y preparó el camino para la división política del bloque de la clase dominante.

A propósito, aunque Turquía no participó en la guerra, eso no impidió que hiciera sus propios preparativos para venderse al campo imperialista que, probablemente, resultaría victorioso. Por ejemplo, permitieron el desarrollo de una tendencia fascista y racista dentro del estado, ésta colaboró con los nazis en previsión de una victoria de la Alemania nazi. Esta corriente fue liquidada sólo después de quedar claro que Alemania sería la perdedora.

El período de la posguerra: El nuevo equilibrio de fuerzas mundial y Turquía (1946-1950)

Como Turquía había seguido una actitud dudosa durante la Segunda Guerra Mundial y no había tomado parte en la guerra contra el nazismo en nombre de los aliados europeos, para los aliados su posición era bastante dudosa. Pero cuando la derrota alemana fue ya una certeza, Turquía, de una forma hipócrita, declaró la guerra a Alemania, y así compensar su anterior postura.

A consecuencia de la guerra, la clase dominante turca se encontró con un cambio importante en la nueva coyuntura mundial. En Europa después de la derrota del fascismo soplaban vientos liberales. Turquía también tuvo que empezar a realizar medidas liberales en la esfera política para poder adaptarse a este cambio. La burguesía turca necesitaba ayuda económica del capitalismo occidental para superar sus problemas económicos. En este contexto, decidió aproximarse al imperialismo estadounidense. Después de comprobar que la dictadura de un partido no era una forma de gobierno adecuada para esta nueva coyuntura mundial, Turquía tuvo que aceptar el establecimiento de nuevos partidos políticos en 1946.

En pocas palabras, tanto las nuevas circunstancias mundiales, como las nuevas relaciones con el imperialismo estadounidense, tendrían sus repercusiones en la vida política en el siguiente período. Como resultado, el CHP, que había estado dominado por la burocracia, ahora no satisfacía a algunos sectores de la clase dominante (especialmente a los grandes terratenientes y comerciantes). Esto provocó una escisión importante dentro del CHP. Los grandes terratenientes y los comerciantes dejaron el CHP y formaron el Partido Democrático (PD). En realidad, los grandes terratenientes y de la burguesía mercantil querían liberase de la protección política de la burocracia kemalista. Y en 1950, con la llegada al poder del PD, la dictadura de un solo partido del CHP, después de 30 años, llegó a su fin. Eso supuso el final de un período dentro de la historia de la república.

Asqueadas por la severa opresión de la dictadura de un partido, las masas votaron por el PD en las elecciones de 1950 y lo llevaron al parlamento con una mayoría aplastante. El PD era en realidad un partido que defendía el orden existente y que reflejaba los intereses de los grandes terratenientes y los capitalistas. Como el régimen no permitía otras alternativas, crearon el PD para deshacerse a toda costa del CHP. El PD facilitó la canalización de la furia para sus propios intereses, se presentó como el defensor de la democracia y las libertades. El PD pronto demostraría que era un completo enemigo de la clase obrera.

En 1946 también se crearon algunos partidos de izquierda. Por ejemplo, el PKT creó dos partidos socialistas legales, aunque él mismo tenían que trabajar en la clandestinidad (porque todavía estaba prohibido formar un partido que llevara el nombre de comunista). Uno de ellos fue el Partido Socialista de los Trabajadores y Campesinos de Turquía y el otro el Partido Socialista de Turquía. Sin embargo, la burguesía turca demostró su intolerancia con los partidos de izquierdas. El CHP kemalista, todavía en el poder, prohibió estos dos partidos socialistas seis meses después de su creación.

Por otro lado, la clase obrera turca utilizó la nueva coyuntura política para crear sindicatos legales. Era la primera vez que se permitían los sindicatos desde el nacimiento de la república. Se crearon cientos de sindicatos locales y el movimiento sindical comenzó a florecer. Pero la burguesía turca estaba aterrorizada. Después de seis meses de sindicatos legales, formados por socialistas y comunistas, el gobierno los prohibió y arrestó a sus dirigentes. De esta forma la burguesía acababa con el movimiento sindical.

La historia de la república turca ha sido la historia del obstáculo, la prohibición y la opresión desde el punto de vista de los derechos económicos y sociales de la clase obrera. La primera ley laboral que regulaba el marco legal de las relaciones industriales se aprobó trece años después de la proclamación de la república en 1936. Sin embargo, esta ley no incluía el derecho a crear sindicatos, ir a la huelga o la negociación colectiva. Sólo en 1947 los trabajadores consiguieron el derecho a crear sindicatos. Incluso entonces, el derecho a la huelga y la negociación colectiva no estaba permitido. Esto se conseguiría en 1963, cuarenta años después de la proclamación de la república. Por otro lado, el estado burgués no permitió la existencia de partidos socialistas legales hasta 1960. Los artículos que prohibían la “propaganda comunista”, copiados del código penal fascista de Mussolini en 1936, siguieron en vigor hasta 1990. Esta ley fue abolida, aparentemente, en 1990. Pero hay otros artículos similares en otras leyes.

El período de gobierno del Partido Democrático: 1950-1960

En este período tuvo lugar un febril desarrollo capitalista dentro de la agricultura debido a una política económica favorable a los grandes propietarios y a los comerciantes dedicados a la importación-exportación. El aumento de la producción agrícola permitió ampliar los recursos que permitían hacer frente al pago de la deuda externa. También comenzó el desarrollo y un avance considerable de la industrialización, aunque dependía del desarrollo de la coyuntura económica mundial. La fuerza motriz de este desarrollo en los años cincuenta fue la apertura de nuevas tierras para la agricultura y el uso de métodos modernos en la agricultura, es decir, el desarrollo del capitalismo en la agricultura.

En cuanto al desarrollo en la esfera política, en este período comenzó la liquidación de los cuadros tradicionales burocráticos civiles-militares de la administración del estado —-que estaban a favor de la intervención del estado en la economía—-, entonces el poder político pasó a la coalición de la burguesía comercial y a los grandes propietarios de tierra. Pero el conflicto entre el sector tradicional que estaba a favor del intervencionismo en la economía y el sector burgués que estaba a favor del liberalismo continuó sin llegar a un acuerdo.

Las relaciones de Turquía con el imperialismo estadounidense se estrecharon. La entrada en la OTAN (1952), la decisión de EEUU de incluir a Turquía en el Plan Marshall, la formación del CENTO, etc., todo esto tuvo lugar en este período. Y también en este período Turquía participó activamente en la política de guerra fría de EEUU con el envío de tropas a la guerra de Corea, y se convirtió en uno de los aliados más estrechos de EEUU en Oriente Medio.

En cuanto a las relaciones de clase, el estado turco buscaba el control de la organización sindical, consideraba que con el nivel existente de desarrollo capitalista era imposible frenar el movimiento sindical de la clase obrera sólo con prohibiciones y medidas represivas. De esta forma, siguiendo las directrices de EEUU, permitieron en 1952, bajo el control del estado, la creación de la Confederación de Sindicatos Turcos (Turk-Is). Esta confederación era algo parecido a una organización semi-oficial. Querían crear un sindicalismo al estilo estadounidense y lo hicieron con la ayuda del AID y el Ministro de Trabajo. Incluso reclutaron a trabajadores del sector público para intentar mantener controlado el Turk-Is.

El período comprendido entre 1950 y 1955 fue un período caracterizado por el liberalismo. Pero también preparó las condiciones previas para una crisis económica y financiera que llegó muy pronto. La deuda externa aumentó y el gobierno siguió una política unilateral de inversión (sólo inversiones agrícolas). Esto convenía a los intereses del capital imperialista. Tanto el capital europeo como el estadounidense preferían llevar el dinero a donde consiguieran mayores tipos de interés y conseguir beneficios con la venta de sus mercancías, en lugar de hacer inversiones directas. Y esto pronto llevaría a Turquía de un callejón sin salida económico y financiero.

La primera crisis seria del capitalismo turco estalló en 1958. La crisis financiera y de la deuda externa preparó el camino para el derrocamiento del gobierno del PD. El déficit comercial alcanzó el 60 por ciento del total de las exportaciones. La importación de los componentes necesarios para la industria (máquinas, equipamiento, materia prima) se hizo imposible. Las inversiones disminuyeron, la economía se hundió y los gastos sociales se redujeron. Finalmente, Turquía llegó a una situación en la que no podía pagar la deuda externa. Por supuesto, las clases trabajadoras fueron las que más sufrieron. Por otro lado, la situación de los oficiales de menor graduación del ejército y otros oficiales dentro de los departamentos del estado también empeoraban casi diariamente.

El PD continuó bombeando recursos de los fondos del estado y los bancos a los grandes terratenientes, a pesar de la crisis económica. No apoyó adecuadamente a los capitalistas industriales. Naturalmente, esto provocó una reacción entre la burguesía industrial. Por otro lado, El PD se alejó del ejército al reducir las ayudas a la burocracia militar y debilitó su influencia política.

La burguesía industrial buscaba poner fin al dominio de los grandes terratenientes. El imperialismo también estaba a favor de poner fin a este poder que era un obstáculo para el desarrollo capitalista de Turquía y para la implantación de un desarrollo capitalista planificado bajo la dirección de la burguesía industria. Pero también estaba claro que con el gobierno del PD era imposible llevar adelante una transformación esencial de la economía turca. El PD se oponía a este plan.

El nuevo período después del golpe militar del 27 de mayo: 1960-1970

En los últimos días del gobierno del PD estallaron grandes manifestaciones estudiantiles contra el movimiento. Debido a la acumulación de contradicciones entre las clases y capas urbanas, los oficiales de baja y media graduación dieron un golpe de estado. Poco después del golpe, el primer ministro Menderes y dos destacados ministros fueron juzgados y ahorcados.

El derrocamiento del gobierno del PD, objetivamente, convenía tanto a la burguesía como al imperialismo. El golpe de estado fue obra de oficiales de baja graduación del ejército, independientemente de las intenciones de los oficiales, no se enfrentaron a la oposición de la burguesía industrial y el imperialismo estadounidense. A largo plazo no iba en contra de sus intereses. En opinión de los oficiales golpistas ¡habían llevado adelante una “revolución” para defender las libertades, para proteger a las instituciones de la república y los principios de Ataturk contra las prácticas antidemocráticas del gobierno del PD! Pero, por otro lado, estos oficiales “revolucionarios” en su primera declaración política dejaron claro que: “Respetamos todos los tratados internacionales. Somos leales a la OTAN y el CENTO”. Esta declaración de la junta “revolucionaria” seguramente fue una garantía para el imperialismo europeo y al estadounidense.

Poco después del golpe de 1960 el CHP, el antiguo “partido del estado” fundado por M. Kemal, fue llamado por los oficiales golpistas para que asumiera el poder. El CHP representaba a la burguesía urbana aglutinada alrededor de Is Bankasi (Banca Empresarial), que era, y todavía lo es, el banco más grande de Turquía y, en parte, pertenecía al propio CHP —-y a la intelectualidad burguesa y burocracia civil-militar—-. Estos círculos querían una industrialización capitalista planificada (lo que llamaban “economía mixta”) y también querían atraer al capital extranjero. Idearon la “organización planificada del estado” y prepararon planes quinquenales con la ayuda del imperialismo occidental. Con estos planes querían conseguir la liquidación de las relaciones de producción pre-capitalista, la reforma agraria y la transferencia de los recursos de la agricultura a la industria, lo que básicamente iba en contra de los grandes propietarios de tierra.

Después de un breve período de tiempo, comenzó a funcionar el régimen parlamentario regular de Turquía y las elecciones. En 1965 el Partido por la Justicia (AP) llegó al poder. Aunque fundado como una extensión del PD, ahora, a diferencia del pasado, también representaba a la burguesía industrial. El PA siguió con una política que daba prioridad a la industria, especialmente a la industria de ensamblaje. Poco a poco creció el número de holding y también la concentración y centralización de capital.

El año 1960 fue un importante punto de inflexión desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo y de la clase obrera. Se aprobó una nueva constitución. Con la llegada de una relativa democratización de la vida política y social se abrió un nuevo período.

Durante los primeros cuarenta años de república, la burguesía nativa floreció gracias a la acumulación de capital provocada por el capitalismo de estado. Comenzaron las inversiones privadas industriales. La industria capitalista privada se desarrolló a pasos agigantados. Paralelamente, la clase obrera comenzó a crecer rápidamente y entró en ebullición. En los años sesenta toda la sociedad demostró una tendencia a prosperar política y culturalmente. Todos los sectores de la sociedad comenzaron a crear sus organizaciones, asociaciones, cooperativas, etc., Por primera vez en cuarenta años comenzaron a publicarse públicamente los libros de izquierdas prohibidos. Las ideas socialistas atrajeron la atención de amplios sectores intelectuales. Aunque el proceso avanzaba a pasos agigantados, se trata de un proceso tardío si se compara con la historia de los movimientos proletarios en los países europeos.

Después de 1960 se produjeron acontecimientos importantes relacionados con el movimiento de la clase obrera. En 1961 se fundó un partido socialista legal, el TIP (Partido de los Trabajadores de Turquía) que después se convertiría en el primer partido de masas en la historia de la república. Al principio fue fundado por sindicalistas, pero después se unieron intelectuales socialistas. Atrajeron inmediatamente la atención de los trabajadores activos en los sindicatos, el TIP llegó a ser muy popular tanto en las ciudades como en las zonas rurales y consiguió quince parlamentarios en las elecciones de 1965, gracias al sistema electoral relativamente democrático de entonces. Las luchas de los trabajadores comenzaron con un fuerte empuje, incluso en las primeras etapas. En 1963 se aprobaron el Código de Huelga y la Negociación Colectiva. El movimiento de clase se mantuvo en ascenso después de 1963. Sólo había una confederación, Turk-Is, que era una organización controlada por el estado. Esta era cada vez más insuficiente para defender las luchas económicas de la clase obrera. La dirección del Turk-Is demostró que estaba muy alejada de la causa de los trabajadores. El Turk-Is no apoyó la lucha económica de la clase obrera y esto provocó una fuerte oposición dentro del Turk-Is. La nueva generación de trabajadores y sus dirigentes, era muy crítica con el sindicalismo servil ante el estado burgués, disfrazado como un “supra-partido y un sindicalismo apolítico”, los trabajadores buscaron nuevos cauces para lucha sindical. Cuatro sindicatos expulsados del Turk-Is (Maden-Is, Lastik-Is, Basin-Is, Gida-Is) fundaron una nueva confederación, la DISK (Confederación de Sindicatos Revolucionarios de Trabajadores) en febrero de 1967. Estos sindicatos siempre estuvieron en la primera línea de lucha y organizaron, particularmente, al sector privado.

La DISK se convirtió en el centro de la lucha sindical en Turquía, y también se convirtió en el foco de los círculos socialistas obreros dentro del proletariado. Y después hubo otro importante punto de inflexión en la historia de la clase obrera turca: el año 1968.

Las acciones de la juventud y la oleada de huelgas generales en Europa en 1968, inmediatamente, afectaron a la juventud turca y ésta se movilizó. La oleada de acciones de la clase obrera comenzó en ese momento y sobrepasó el marco legal de la burguesía. Las acciones de la clase obrera, como las ocupaciones de fábricas, boicots, huelgas ilegales, aunque con un carácter espontáneo, sí contenían una esencia revolucionaria. Inmediatamente estuvieron acompañadas por las demandas de la juventud a favor de la independencia nacional y las manifestaciones y ocupaciones de tierra de los campesinos en las áreas rurales. El DISK se fortaleció, muchos trabajadores del Turk-Is empezaron a abandonarlo y se pasaron al DISK.

En 1968 el único partido de izquierdas legal era el TIP. Muchos círculos e individuos de izquierdas, representando a diferentes tendencias políticas, trabajaban dentro de este partido. El TKP ilegal, por otro lado, no intentó crear una organización separada hasta 1973 y trabajó también dentro del TIP. En realidad, la mayoría de los dirigentes del TIP eran antiguos militantes del TKP. A pesar de esto, existía un completo abismo entre los viejos cuadros del TKP y las jóvenes generaciones del período de ascenso posterior a 1960, y la joven generación de socialistas que no sabían demasiado del TKP y su historia. Pero el TKP era más antiguo y en cierto sentido era el partido histórico de Turquía, realmente tuvo un efecto directo o indirecto en muchas formaciones políticas, incluido el TIP.

En los años sesenta, en el proceso de movilización política en Turquía, el guerrillerismo y el maoísmo comenzaron a organizarse, particularmente, dentro del movimiento juvenil, como en muchos otros países. Debido a este factor y otros factores similares, el TIP, que unía a varias fracciones de izquierda, poco a poco comenzó a experimentar un proceso crónico de escisiones. Desde entonces, no se ha podido comparar con un partido legal de masas de la clase obrera, como sí lo era al principio.

Dentro del TIP tuvo lugar una escisión importante: por un lado, el guerrillerismo y el maoísmo y, por el otro lado, los proletarios revolucionarios que defendían el trabajo entre la clase obrera.

El estado comenzó a organizar los movimientos religiosos reaccionarios y los dirigió contra los trabajadores y estudiantes para acabar con el naciente movimiento de izquierdas. Estas organizaciones reaccionarias estaban directamente financiadas por las empresas petroleras árabe-estadounidenses —-como ARAMCO—- en Oriente Medio.

La burguesía comenzó a preparar los ataques no sólo contra las organizaciones sindicales de la clase obrera, también contra los derechos sindicales en general. El gobierno burgués realizó algunas propuestas legislativas en el parlamento para prohibir el DISK. La clase obrera respondió a estos ataques con una acción de masas. Los días 15-16 de junio de 1970, tuvo lugar una lucha obrera en la que participaron 150.000 trabajadores en Estambul e Izmit. Estos días han quedado marcados como una fecha muy importante de la historia de lucha de la clase obrera turca. Las calles de Estambul e Izmit que son el centro del proletariado industrial moderno se vieron sacudidas durante dos días por las acciones de los trabajadores. Según los compañeros de aquella generación y que fueron testigos de estos días, los empresarios, después de ver el magnífico bramido de la clase obrera, o se encerraron en sus casas o abandonaron Estambul. La policía y el ejército atacaron a los trabajadores con armas y provocaron 3 muertos y 200 heridos. El gobierno burgués declaró la ley marcial. Pero a pesar de todo, no pudieron romper la marea ascendente del movimiento obrero y la izquierda. Por primera vez en la historia de Turquía el viento soplaba fuertemente hacia la izquierda.

1970-1980: El período de monopolización de capital en Turquía

Este período es el de aceleración de la monopolización industrial. La fusión de la banca y el capital industrial, la formación de grupos financieros como en occidente y el ascenso de su papel en la política, todo esto tuvo lugar en este período. De nuevo se desarrolló la diferenciación entre la clase capitalista. Por ejemplo, la gran burguesía que se basaba en el capital industrial y bancario creó su propia organización separada, el TUSIAD, que ahora se llama “Club de los Ricos”. Se creó en 1970 y se ha convertido en un elemento decisivo en el poder político desde entonces.

La característica distintiva del desarrollo capitalista en este período, es la implantación de un modelo de industrialización basado en las deudas externas y la “sustitución de la importación”. La expresión concreta de esto fue un rápido desarrollo de la industria de ensamblaje en los años setenta. Por ejemplo, la industria automovilística y la industria de bienes de consumo duraderos en Turquía desde el principio se crearon como industrias de ensamblaje. Los componentes se importaban del extranjero y después se montaban en el país. Aquellos capitalistas que invirtieron en estas industrias consiguieron una enorme acumulación de capital en un corto espacio de tiempo, gracias a los bajos salarios y al aumento de la tasa de explotación.

El golpe militar del 12 de marzo de 1971

Cuando la burguesía vio que la oposición de la clase obrera crecía a pasos agigantados durante un período de relativa libertad, inmediatamente, tomó sus precauciones. De este modo, sólo diez años después, se produjo un segundo golpe militar. Este golpe estuvo provocado por el miedo de la burguesía turca y el imperialismo estadounidense al movimiento obrero y al aumento de acciones anti-estadounidenses entre la juventud. También apareció una corriente de anti-americanismo e independencia nacional entre el ejército. El poder dominante encontró la solución con un golpe militar (12 de marzo de 1971) y clausuró el parlamento. Aunque al principio se presentó como un golpe de izquierdas, en realidad, fue un golpe reaccionario (derechista) bajo la batuta de EEUU.

Durante este período, entre 1971 y 1974, con un régimen semi-militar muy opresivo tanto el movimiento obrero como el socialista recibieron un duro golpe. El único partido legal de la clase obrera, el TIP, fue prohibido. Las actividades de los sindicatos afiliados al DISK y las asociaciones juveniles también fueron prohibidas. Miles de intelectuales socialistas, trabajadores, jóvenes revolucionarios, sindicalistas, etc., fueron arrestados y torturados. El movimiento de la izquierda se desintegró completamente y las organizaciones quedaron hechas añicos. La burguesía turca ahorcó a tres dirigentes juveniles que eran estudiantes de universidad cuando sólo tenían veinte años, acusados de violar la constitución. El objetivo de la burguesía era intimidar a la juventud revolucionaria y aislar a los socialistas y revolucionarios de la población.

Este período duró tres años y para la burguesía fue el ensayo del régimen militar fascista del 12 de septiembre de 1980. En este período sacó muchas lecciones para su propio interés. Impuso nuevas prohibiciones para obstaculizar el desarrollo de la izquierda. Cambió la constitución, relativamente liberal, de 1961 y abolió todos los artículos democráticos de la vieja constitución. Introdujo nuevos artículos anti-socialistas en el Código Penal. El arquitecto de esta política fue Ecevit que actualmente es el primer ministro.

Después de 1973. El ascenso del movimiento obrero

En 1973 se celebraron nuevas elecciones y en 1974 el partido, aparentemente, de izquierdas de Ecevit llegó al poder. Comenzaba una nueva coyuntura tanto para la burguesía como para la izquierda. El movimiento de izquierdas ahora estaba completamente desintegrado y dividido en decenas de nuevas organizaciones.

Ideológica y políticamente, existían dos principales tendencias entre esta izquierda desintegrada. En primer lugar, la tendencia estalinista tradicional que pretendía organizarse entre la clase obrera y el movimiento sindical y que seguía la línea oficial del PCUS. Y en segundo lugar, la tendencia populista revolucionaria, que estaba organizada entre los estudiantes y las capas pequeño-burguesas de las ciudades y provincias. Por supuesto, la fuente ideológica de alimentación de esta tendencia también era el estalinismo. Su línea política se encarnó en el maoísmo y el guerrillerismo.

Desgraciadamente, en ese período no existía ninguna tendencia comunista internacionalista organizada sobre la base del marxismo revolucionario. Aunque existían algunos círculos intelectuales pequeños que defendían las ideas de Trotsky y criticaban el estalinismo, no pudieron formar una organización política activa entre la izquierda, ni siquiera formar una corriente de pensamiento. La razón era que la corriente estalinista era muy fuerte entre la izquierda turca y la concepción del “socialismo del estado estalinista” era ampliamente aceptado por los intelectuales socialistas. En aquel momento existía entre la izquierda un prejuicio negativo contra Trotsky y el trotskysmo. En su opinión Trotsky es un “enemigo del leninismo”, “un aventurero”, “un traidor”, etc., Desgraciadamente, esta situación tragicómica, por no decir estúpida, no ha desaparecido totalmente.

En 1973 el TKP, que durante años existió sólo como un buró externo de Moscú, decidió organizarse de nuevo ilegalmente dentro del país. El TKP ilegal con este paso adelante consiguió una popularidad rápida e importante. La razón principal de esto fue, junto a su organización ilegal, su creación de un movimiento amplio legal de masas en su periferia y si capacidad de influir en el movimiento sindical, consiguieron dominar la dirección del DISK. Entre 1970 y 1980 muchos militantes del TKP ilegal consiguieron salir elegidos en los comités ejecutivos de muchos sindicatos y organizaciones legales de masas. Fundaron bajo el control directo del partido, asociaciones de jóvenes, profesores, empleados técnicos y mujeres, con decenas de miles de militantes. Y por supuesto existían cientos de células secretas del partido formadas por los trabajadores de las fábricas.

En realidad, la forma de organización de TKP era correcta. Pero tanto su línea política como la dirección eran completamente reformistas y defendían la colaboración de clases. La dirección del TKP dependía de la burocracia soviética y seguía la línea dictada por ella de forma ciega, el resultado inevitable de esto fue una división dentro del partido basada en el reformismo y las ideas revolucionarias. También en el mismo período se fundaron muchos partidos socialitas legales e ilegales. Pero ninguno de ellos llegó a tener la implantación entre los trabajadores que tenía el TKP.

En el período entre 1970 y 1980 el crecimiento del movimiento de la clase obrera no tuvo precedentes. Al mismo tiempo, las ideas socialistas se extendían entre la clase obrera. El DISK, bajo la dirección del TKP, organizó por primera vez un mitin de masas en 1976 para celebrar el 1º de Mayo que había estado prohibido durante cincuenta años y que casi estaba olvidado por el proletariado. En el mitin participaron 200.000 personas. Después estallaron las huelgas más largas de la historia del país. El sindicato más militante del DISK, el sindicato de metalúrgicos, comenzó las huelgas que afectaron a 120 fábricas con 40.000 trabajadores y que duraron 11 meses. Estas huelgas provocaron un enorme ambiente de solidaridad. El movimiento juvenil, las mujeres trabajadoras, los intelectuales, etc., vigilaban las tiendas donde estaban los huelguistas. No dejaron a las familias de los trabajadores nunca solos.

Todo esto aterrorizó a la burguesía y la obligó a tomar medidas. Sabía que las siguientes manifestaciones del 1º de Mayo serían más masivas y estarían dominadas por la izquierda. En 1977 en la manifestación del 1º de Mayo en Estambul participó medio millón de personas pertenecientes a todos los sectores de la sociedad. Sin embargo, la burguesía ya había adoptado sus medidas y preparó una provocación para obstruir el ascenso del movimiento de obrero y la izquierda. En esta acción contrarrevolucionaria la burguesía contó con la ayuda de los servicios secretos del imperialismo estadounidense.

En esta gran manifestación del 1º de Mayo hubo una provocación sangrienta orquestada por los servicios secretos turco y estadounidense. Sobre los 500.000 manifestantes cayó una descarga de disparos realizada por grupos de provocadores. Murieron cuarenta trabajadores a causa de los disparos o atropellados por la policía.

La memoria del 1º de Mayo de 1977 no ha desaparecido desde entonces de la mente de los trabajadores y revolucionarios, se ha convertido en un día histórico, no se ha olvidado la masacre y se mantiene viva la furia. Desde entonces, la celebración del 1º de Mayo, cualesquiera que sean las circunstancias, se ha convertido en una tradición para los revolucionarios de Turquía.

La atmósfera política comenzó a cambiar después del 1º de Mayo de 1977. La burguesía incrementó sus provocaciones contrarrevolucionarias. Una vez más, estaba preparándose para bloquear el ascenso de la izquierda con un golpe militar, como ha hecho siempre. Pero antes de eso, la farsa socialdemócrata de Bulent Ecevit y su partido, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), comenzó sus ataques anticomunistas. Ecevit estaba dispuesto a terminar con la influencia del TKP en el DISK y pacificar este sindicato.

Por otro lado, los dirigentes obreros y revolucionarios comenzaron a sufrir los ataques de grupos paramilitares armados encabezados por el fascista MHP (Partido del Movimiento Nacionalista) en las ciudades, especialmente en los barrios obreros. Comenzaron a perpetrar asesinatos selectivos de figuras conocidas de la lucha revolucionaria y en el movimiento obrero. La lista de muertes se publicaba en los periódicos fascistas. Comenzaron los asesinatos políticos de figuras políticas importantes perpetrados por fuerzas contra-guerrilleras entrenadas por la CIA. Docenas de personas murieron asesinadas. Intentaron calmar a las masas con este sistema.

Finalmente, asesinaron al presidente del DISK, Kemal Turkler, que era el dirigente de los metalúrgicos. Los metalúrgicos era el sector más destacado de la clase obrera turca. Kemal Turkler era conocido y respetado por toda la clase obrera. Su asesinato fue un punto de inflexión en este período. A su funeral asistieron 500.000 trabajadores. Pero desgraciadamente el movimiento de la clase obrera carecía de una verdadera dirección revolucionaria que pudiera llevar adelante la lucha de resistencia contra el golpe militar. La dirección burocrática del TKP se retiró, fue una completa rendición y llegó a un compromiso vergonzoso con el gobierno de Ecevit.

El golpe militar del 12 de septiembre

En estas condiciones desfavorables, después del 1º de Mayo de 1977, el movimiento obrero comenzó la retirada y la clase obrera se calmó. El resultado fue horroroso, el pacifismo y el agotamiento masivo, lo que pretendían los golpistas. La burguesía turca hacía decidido controlar la crisis política y económica, intensificada justo entes de 1980, por los tanques, cañones y armas. Y el 12 de septiembre de 1980, Turquía presenció el tercer golpe militar. La constitución y el parlamento fueron abolidos, todos los partidos, incluidos los burgueses, fueron prohibidos. Los dirigentes del partido arrestados, el DISK fue prohibido, los sindicalistas arrestados, los acuerdos colectivos firmados por los sindicatos fueron derogados, los salarios congelados… Durante el período de la dictadura militar del 12 de septiembre, decenas de miles de personas fueron arrestadas y torturadas; cientos de ellos asesinados, colgados e incapacitados. Aquí algunas cifras:
1.650.000 personas arrestadas, la mayoría fueron torturadas.
2.Más de 50.000 personas tuvieron que emigrar a los países europeos como inmigrantes políticos.
3.Se pidieron 700 sentencias de muerte, 480 fueron sentenciados, 216 fueron suspendidas por el parlamento y 48 fueron ahorcados.
4.200 personas murieron en la tortura.
5.23.677 asociaciones prohibidas.

El golpe militar del 12 de septiembre es la respuesta contrarrevolucionaria de la burguesía al ascenso del movimiento obrero. Este régimen militar fascista no sólo salvó a la burguesía de su callejón sin salida, también reestructuró el orden político burgués sobre bases reaccionarias, sus efectos todavía continúan. A pesar de la impresión que quiso dar el régimen militar al convocar elecciones parlamentarias en 1983, la realidad es que no ha cambiado nada en Turquía. La burguesía todavía teme a la clase obrera y a la izquierda, por eso mantiene su régimen opresor. Pero incluso esto no ha sacado a la burguesía del callejón sin salida, todo lo contrario, está más hundida en el pantano. La burguesía y su régimen “parlamentario” no pueden engañar a nadie. Por eso lucha desesperadamente en medio de una crisis política, económica y social.

En pocas palabras, las experiencias que en el pasado atravesaron los países europeos: ascenso y caída del movimiento obrero, masacres, ataques fascistas, dictaduras militares sangrientas, etc., Turquía lo ha experimentado intensamente durante los últimos cuarenta años.

Uno de los objetivos del régimen del 12 de septiembre fue superar el límite del mercado interno. Los “24 decretos de enero”, que fueron un símbolo del régimen militar en la esfera económica, han dado paso a una nueva estructuración económica orientada a los exportaciones. La línea Ozalista (la versión turca del thatcherismo) suavizó los obstáculos para la reestructuración y ha dado pasos adelante serios hacia la integración de Turquía en el mercado mundial. Uno de estos pasos es la pertenencia a la UE que todavía es un gran problema.

El período posterior al 12 de septiembre de 1980

Aunque la dictadura militar sangrienta del 12 de septiembre —-que fue presentada en occidente como un régimen militar apacible—- ha comenzado a disolverse con el tiempo, su legalidad todavía continua. Por ejemplo, el código de leyes aprobado por la junta militar está aún vigente, aunque recientemente se han hecho algunas enmiendas a la constitución.

El régimen político actual es un gobierno policiaco-militar camuflado con un parlamento que está lleno de diputados nacionalistas y reaccionarios. Se pueden encontrar rastros de la forma despótica de la administración, herencia del imperio otomano, en las actuales estructuras políticas del estado. El ejemplo más contundente de esto es el peso del ejército en la vida política y económica, que es completamente diferente a la situación de los países de Europa occidental. Una institución del ejército y las grandes empresas, el OYAK, que está dirigida por los generales, es uno de los mayores monopolios del país. Este monopolio tiene dos grandes bancos y también el monopolio de la industria automovilística (la Renault turca, que es una empresa subsidiaria de la Renault francesa). El Consejo de Seguridad Nacional está dominado por el estado mayor del ejército que todavía domina la política.

La tortura contra los prisioneros políticos arrestados es una parte sistemática de la vida política en Turquía. Las prohibiciones de los sindicatos aprobadas por el régimen militar del 12 de septiembre todavía están vigentes. Otro hecho importante es el aspecto despótico-militar del estado turco que se ha fortalecido durante el período de la lucha de liberación nacional del pueblo kurdo.

Durante esta guerra del ejército turco contra la resistencia nacional kurda, han muerto asesinados veinte mil kurdos, diez mil están en la cárcel, miles son torturados, cientos de miles de campesinos kurdos han tenido que huir de sus tierras y pueblos. Obligados a emigrar a otras ciudades, estas personas están condenadas al desempleo y el hambre. Las prisiones son centros de tortura y los prisioneros políticos tienen que recurrir a las huelgas de hambre para conseguir sus derechos más elementales. Son masacrados en las prisiones, que son quemadas, demolidas y bombardeadas por las fuerzas armadas del estado. En pocas palabras, Turquía, es presentada como un “paraíso” para los turistas, es justo lo contrario en relación a su régimen político.

Después de capturar a Abdullah Ocalan en febrero de 1999 y con el debilitamiento del PKK, el ejército turco tiene un nuevo objetivo político: “la amenaza de la reacción” encarnada en el fundamentalismo islámico. Han prohibido el Partido del Bienestar encabezado por Necmettin Erbakan, que era visto como el elemento fundamentalista más peligroso, pero esto después de haberse convertido en el principal partido de la oposición en las elecciones que se celebraron en la segunda mitad de los años noventa. La intervención de los militares, que prohibieron el partido que había ganado las elecciones, se la ha llamado el “golpe encubierto” del 28 de febrero de 1997. El Partido de la Virtud, formado como una extensión del Partido del Bienestar después de su cierre, también se enfrenta al mismo destino y Necmettin Erbakan tiene prohibida su participación en política. Los elementos radicales islámicos, adoptados por el imperialismo estadounidense durante los años de la guerra fría y apoyados con petrodólares procedentes de los países árabes, ahora son considerados una amenaza, ahora ya no son útiles para los estadounidenses y la burguesía turca. Y ahora, como no quieren un foco islámico de poder, estos elementos han sido liquidados de la vida política y económica.

Aunque el sector pro-europeo de la burguesía ve la entrada en la UE como la única solución (y aunque parece una idea correcta desde el punto de vista de la burguesía), la región se enfrenta a muchos problemas. Turquía sufre una crisis económica no vista antes. El desempleo crece rápidamente. Como esta crisis ha estallado en un momento en que la economía capitalista mundial está en recesión, no es fácil para el capitalismo turco superar la crisis a corto plazo. Las repercusiones de la continuación de las crisis en las esferas política y social producirá inestabilidad política y una amarga lucha de clases.

Como resultado de largos años de persecuciones y prohibiciones, la clase obrera todavía está desorganizada incluso sindicalmente y, tampoco ha superado su temor al aspecto policiaco-militar del régimen burgués. Debido a la demoledora política sindical de la burguesía, la militancia sindical ha caído hasta el 7 por ciento. Esto significa un número total de 1.300.000 militantes sindicales, incluida la militancia en los sindicatos de trabajadores públicos que tienen un total de 400.000 (que no tienen derecho a la negociación colectiva ni derecho a huelga). Entre ellos, la confederación sindical más grande, Türk-Is, tiene 650.000 militantes. El DISK era la confederación sindical más grande antes del golpe militar de 1980, después perdió toda su fuerza y se ha convertido en una confederación pequeña. Ahora tiene 120.000 miitantes. El Hak-Is, que tiene orientación islámica, tiene 100.000 militantes.

Los partidos de izquierda legales en la actualidad no tienen relaciones con la clase obrera y los sindicatos, como ocurría con el partido socialista TIP o el TKP en el pasado. La dirección del TKP, que tiene fuertes raíces históricas, experimentó un proceso de aburguesamiento similar al de la burocracia soviética.

Hay cinco partidos de izquierdas en Turquía que vale la pena mencionar: HADEP (Partido Democrático del Pueblo) formado en 1994, IP (Partido de los Trabajadores) formado en 1994, SIP (Partido del Poder Socialista, ahora se llama Partido Comunista de Turquía) formado en 1995, ODP (Partido de la Solidaridad y la Libertad) formado en 1996 y el EMEP (Partido del trabajo) formado en 1996. Excepto por el HADEP, el más grande de estos, sólo consiguió un 0,7 por ciento en las elecciones generales. El ODP, construido en primer lugar por ex – izquierdas cansados y renegados después del colapso de la Unión Soviética, hoy parece ser un partido ineficaz y desorganizado. El HADEP fue formado por los kurdos y consiguió el 4 por ciento en Turquía en las últimas elecciones de abril de 1999, gracias a los votos que ganaron en Kurdistán en las pasadas elecciones generales. Aunque consiguieron el 90 por ciento en algunas zonas del Kurdistán turco, ahora no tienen representación parlamentaria, porque los partidos políticos deben tener al menos el 10 por ciento del total de votos para poder entrar en el parlamento.

Por otro lado, nunca ha habido un partido socialdemócrata al estilo occidental en Turquía debido a las grandes diferencias en el proceso de desarrollo capitalista. También debemos recordar que en este país existió una dictadura de un partido político que duró un cuarto de siglo. Se han producido algunos intentos de formar partidos socialdemócratas por parte de aquellos círculos políticos que deseaban seguir el ejemplo de los países europeos. Las fracciones que salieron del partido estatal oficial, el Partido del Pueblo, intentó organizar estos partidos socialdemócratas por arriba. El partido del primer ministro actual, Ecevit —-El Partido de la Izquierda Democrática—- procede del Partido del Pueblo. Ahora está en coalición con el fascista Partido del Movimiento Nacionalista (“lobos grises”).

El Partido del Pueblo bajo la dirección de Deniz Baykal cada vez es más pequeño y está inmerso en luchas fraccionales interminables. Estos partidos no tienen lazos históricos con el movimiento sindical de la clase obrera, como ocurre con los partidos socialistas y socialdemócratas en Europa, y tampoco se organizan sobre esas bases. Por estas razones, las condiciones políticas en Turquía son muy diferentes de las europeas en muchos aspectos.

Iglesias salvadoreñas visitan penales de Mariona y de Mujeres

SAN SALVADOR, 24 de septiembre de 2012 (SIEP) “Vamos a acompañarlos en este difícil pero urgente camino de construir una Paz con Justicia en nuestro país…” expresó el Rev. Roberto Pineda, pastor de la Iglesia Luterana Popular al dirigirse a centenares de privados de libertad en el Centro Penal La Esperanza, ubicado al norte de esta ciudad.

Este mañana tuvo lugar una Caravana Ecuménica, integrada por representantes de las iglesias Católica Romana, Luterana Popular, Luterana salvadoreña, Reformada, Federación Bautista, Luterana Salvadoreña y Episcopal- Anglicana.

La delegación pastoral visitó dos centros penales para respaldar la tregua entre pandillas que desde marzo pasado, viene ejecutándose y que ha logrado disminuir drásticamente el número de asesinatos en el país. Posteriormente los líderes religiosos, acompañaron una conferencia de prensa ofrecida por los dirigentes nacionales de las pandillas MS y Barrio 18.

“Estamos aquí para apoyar los esfuerzos que fueron iniciados por el Obispo Colindres y el Sr. Raúl Mijango, y para decirles que no se encuentran solos, que como iglesias nos unimos a esta causa y nos mantenemos en oración para que este proceso se profundice y llegue a lograr la paz social…” dijo el Rev. Alex Orantes, de la Federación de Iglesias Bautistas.

Finalmente, el Rev. Ricardo Cornejo, de las Comunidades de Fe y Vida, COFEVI, en Cárcel de Mujeres, indicó que “sabemos que ustedes, como madres, como esposas, como hijas, están orando para que este proceso de paz avance y esas oraciones… tengan la seguridad, serán escuchadas por nuestro Señor Jesucristo, quien nos va dar la fuerza para seguir caminando hasta lograr la tan ansiada paz, pero paz con justicia social.”

El Salvador y Estados Unidos: resistencia popular e imperialismo

Introducción

La lucha de los sectores populares y progresistas salvadoreños se ha enfrentado históricamente no solo a los enemigos internos, sino también a las fuerzas imperialistas, que han determinado por varios siglos los destinos de nuestra patria. Hemos sido intervenidos por aztecas, españoles, mexicanos, ingleses y norteamericanos.

En cada uno de estos distintos periodos históricos, los sectores populares y progresistas salvadoreños han construido los instrumentos organizativos y las líneas estratégicas y tácticas, que les han permitido defender y avanzar sus intereses.

Es vital comprender que la lucha entre oprimidos y opresores, entre las resistencias populares y el imperialismo, tiene carácter internacional y que una de sus máximas expresiones es la lucha emprendida por los sectores populares y progresistas, en especial los sectores trabajadores, dentro de los mismos Estados Unidos por conquistar la democracia, la paz y el socialismo.

El conocimiento de estas experiencias es vital para la construcción de una estrategia internacional de lucha popular que rompa con el sistema capitalista existente. Cumplir en parte esta tarea es el propósito de este breve estudio. El conocimiento de cada uno de estos periodos nos permitirá establecer la imbricación existente entre ellos.

Para los propósitos de este estudio, que abarca desde la génesis del imperialismo norteamericano y llega hasta nuestros días, identificamos doce grandes periodos. Estos periodos son los siguientes: el periodo del nacimiento de la republica imperial que va de 1893 a 1913; que es el que se presenta en esta primera parte.

Y queda pendiente trabajar el periodo de la Primera Guerra Mundial que va del 1913 al 1929; el periodo de la Gran Depresión que va del 1929 a 1933; el periodo de la Segunda Guerra Mundial que va de 1933 a 1945; el periodo que de la Reconstrucción capitalista que va de 1945 a 1954; el periodo de la Guerra Fría que va de 1954 a 1963; el periodo de la Guerra de Vietnam que va de 1963 a 1974; el periodo de la Crisis del Petróleo que va de 1974 a 1981.

El periodo de la Contraofensiva neoliberal que va de 1981 a 1989; el periodo de la Guerra del Golfo que va de 1989 a 1992; el periodo de la Guerra en Yugoslavia que va de 1992 a 2001; y el periodo del Ataque a las Torres Gemelas que va de 2001 a 2012. Cada periodo se aborda desde dos grandes niveles: las políticas del imperio y las respuestas de la resistencia progresista y popular. El primer nivel se divide en global y hacia El Salvador. Y el segundo nivel el movimiento popular salvadoreño y movimiento popular norteamericano.

1. El surgimiento de un nuevo imperio a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX

1.1 Las políticas globales del imperio

Al gobierno del demócrata Grover Cleveland (1893-1897), en su segundo mandato, le corresponde iniciar los primeros pininos en la ruta hacia una potencia colonial. Y lo hace proclamando la validez universal de la Doctrina Monroe, frente al litigio que sostenía el gobierno de Venezuela con Inglaterra, vinculado a disputas territoriales.

Cleveland se para firme frente a una Corona británica en decadencia. Y es que los ingleses sabían que se iban a enfrentar con una armada recientemente modernizada y decidieron sabiamente evadir el combate. Y Cleveland muestra también su dureza ante una huelga de los trabajadores ferrocarrileros de Chicago, enviando al ejército a reprimirlos. El imperio naciente empezaba a gatear.

Posteriormente, la administración republicana de William McKinley (1897-1901) y el surgimiento de una nueva republica imperial coincidieron en el tiempo con los gobiernos salvadoreños de Rafael Gutiérrez (1894- 1898) y de Tomas Regalado (1898-1903). A William McKinley le correspondió poner los cimientos del imperio global norteamericano. A Gutiérrez y Regalado les correspondió administrar la hacienda cafetalera para el beneficio de la recién creada oligarquía.

McKinley desató en 1898 la guerra hispano-norteamericana como mecanismo que le permitió humillar a una debilitada España y apoderarse de Cuba y Puerto Rico en el Caribe y de Filipinas y Guam en el Pacifico. Asimismo maniobra para garantizar la separación de la provincia de Panamá de Colombia y tomar control de la Zona del Canal. Asimismo se apodera de las islas de Hawaii.

En síntesis, McKinley construyó un poderoso arco defensivo para proteger sus dos costas y abrió una estratégica ruta comercial, para sus pujantes empresas transnacionales. Fue el constructor inicial del nuevo imperio que asomaba sus buques de guerra para mostrar su creciente poderío. Pero que además mostraba un fuerte poderío económico así como una novedosa maquinaria ideológica.

Y le siguió en esta empresa imperial el presidente Teodore Roosevelt (1902-1909), que como alumno aventajado de McKinley, acuñó la famosa frase de una política exterior basada en la estrategia del gran garrote, como instrumento para atemorizar y golpear a los países que se opusieran a los planes colonialistas y expansionistas de la potencia emergente.

Roosevelt coincidió en el tiempo con los gobiernos oligárquicos salvadoreños de Tomas Regalado (1898-1903) Pedro José Escalón (1903-1907) y Fernando Figueroa (1907-1911).

Roosevelt impone a Cuba en 1901 la humillante Enmienda Platt, que incluso es incorporada como parte de su constitución, y que incluye el control en 1903 sobre la Bahía de Guantánamo. También invade Republica Dominicana en 1904, ocupa Cuba en 1906, y consolida el control sobre la Zona del Canal de Panamá.

Asimismo Roosevelt envía a la Gran Flota Blanca para circunnavegar el mundo con la bandera de las barras y las estrellas, y de esta manera mostrar su poderío. Asume el desafío de reinterpretar y aplicar con fuerza la misma Doctrina Monroe de 1823, agregándole un Corolario con su apellido, que justifica la intervención de Estados Unidos en América Latina, para restablecer el orden y proteger las vidas y propiedades de ciudadanos norteamericanos. La Marina de Guerra se convierte en la fuerza emblemática del imperio naciente.

Todo esto realizado a la luz del poderío industrial alcanzado y la necesidad de ampliar los mercados para colocar los productos de sus corporaciones y monopolios, dado que el mercado interno se encontraba ya saturado. Los Estados Unidos se convierten en una nación con una política exterior agresiva e intervencionista. Por sus orígenes puede decirse que de tal palo, tal astilla.

Y consolidan su hegemonía en América Latina, y en especial en el Caribe y Centroamérica, que ya desde entonces son considerados como áreas vitales para la “seguridad nacional.” Y la joya de la corona es lógicamente el canal interoceánico en Panamá, una vía vital para las comunicaciones navales y el comercio de las corporaciones norteamericanas.

Estados Unidos logra evitar de esta manera que Alemania se le adelantara. Los germanos habían tratado de construir una base militar en la isla venezolana Margarita, incluso realizan con la ayuda de Italia y de Gran Bretaña un bloqueo militar en 1902 contra los puertos de este país sudamericano. El presidente Cipriano Castro solicita entonces la mediación norteamericana. Y el problema se resuelve.

Alemania trató también de lograr que otros gobiernos les permitieran establecer bases navales, como intentaron hacerlo en el Golfo de Fonseca, así como estaciones carboníferas para abastecer a sus buques y submarinos. Alemania, lo mismo que Estados Unidos y Gran Bretaña, andaba en búsqueda desesperada de mercados donde colocar sus productos y plataformas para invertir.

El Corolario Roosevelt marca el inicio de la diplomacia de las cañoneras y el fin de la hegemonía británica en el continente, aunque en el caso salvadoreño es un proceso que tiene dos grandes momentos simbólicos: 1913, con el asesinato del presidente Manuel Enrique Araujo y 1931, con el derrocamiento del presidente Arturo Araujo. El nuevo siglo parecía tener un sistema internacional configurado por tres grandes potencias mundiales en disputa: EE.UU, Alemania y Japón.

Luego de McKinley y Roosevelt, le correspondió al presidente William Taft (1909-1913) proseguir el esfuerzo expansionista norteamericano. Taft trató de imprimirle un sesgo más diplomático que militar, pero las necesidades de imponerse como potencia mundial terminaron por hacerlo regresar a la senda imperial ya probada de las intervenciones y ocupaciones militares. La política exterior de Taft recibió el sugerente título de “la diplomacia del dólar.”

En teoría Taft planteaba que había que “sustituir balas por dólares” y que mediante tratados comerciales e inversiones de capital en ramas estratégicas de las economías latinoamericanas, se podría beneficiar tanto a las compañías norteamericanas como a las poblaciones de estos países, que se subirían así al esperado tren del progreso y del bienestar.

En la realidad durante su gestión, los Estados Unidos continuaron ejercitando sus tropas en la expansión y conquista imperial. Prueba de esto son los casos de Republica Dominicana, Haití y Nicaragua. En Republica Dominicana bajo el pretexto imperial de de alejar el peligro de desordenes y revoluciones que pudieran justificar la intervención de las potencias europeas, se impusieron tratados humillantes, así como ocupaciones militares en 1904, en 1907, y en 1912. Haití fue ocupado militarmente en 1915 y se quedaron hasta 1934.

En el caso de Nicaragua, la oposición de EE.UU. a la gestión patriótica del presidente José Santos Zelaya, quien se opuso a la instalación de una base militar en el Golfo de Fonseca, y además financiaba su deuda nacional con bancos europeos, motivó a que desembarcaran marines para apoyar la conspiración de inversionistas norteamericanos, que habían designado a Adolfo Díaz, como “presidente.” Como era de esperarse, al final tras la intervención, la deuda fue trasladada a bancos de Nueva York.

En 1911 el secretario de estado Philander Knox, debido a un atraso en los pagos de deuda, nombró a un oficial del ejército invasor para que asumiera el control de las aduanas de los puertos y realizara directamente el cobro de los derechos aduaneros de Nicaragua. Y lo mismo trató de hacer con Costa Rica, Honduras y Guatemala. En 1913 impusieron el tratado Bryan-Chamorro, mediante el cual el gobierno de Nicaragua concedió el derecho a una base militar en el golfo de Fonseca.

Con estas ideas de la diplomacia del dólar de Taft se inaugura una tendencia que siempre resurge y corre paralela a la diplomacia de las cañoneras de Roosevelt. Son dos visiones que al final termina complementándose, pero que es preciso conocer y manejar, porque reflejan tenues diferencias entre los sectores de poder de la metrópoli imperial. Son conocidas como la estrategia del garrote y la estrategia de la zanahoria.

El periodo presidencial de William Taft (1909-1913) coincidió con los presidentes salvadoreños Fernando Figueroa (1907-1911) y Manuel Enrique Araujo (1911-1913).

Cuadro 1. Presidentes norteamericanos y salvadoreños 1893-1913

Presidentes Norteamericanos Presidentes salvadoreños
Grover Cleveland 1893-1897
William McKinley 1897-1901 Rafael Gutiérrez 1894-1898
Teodore Roosevelt 1902-1909 Tomas Regalado 1898-1903
Rafael Escalón 1903-1907
William Taft 1909-1913 Fernando Figueroa 1907-1911
Manuel E. Araujo 1911-1913

1.2 La política del imperio inglés y norteamericano hacia El Salvador

1.2.1El imperialismo inglés
A finales del siglo XIX, las clases dominantes salvadoreñas, en su génesis liberal agroexportadora, y en el marco de una economía basada en el café, tuvieron como uno de sus componentes iniciales, la participación del capital inglés.
Fue hasta principios del siglo XX que el imperialismo inglés es desplazado por el imperialismo norteamericano, y en el marco de una acre disputa en la que también participaban otros imperios ávidos de nuevos mercados, entre estos el alemán, el francés, el holandés, el italiano e incluso el belga.
Guidos Vejar considera que “en las dos últimas décadas del siglo pasado quedo configurado el “bloque de poder” que ha llegado a imponerse mediante la importación de las diversas actividades cafeteras…como clase fundamental, dirigente del sistema hegemónico, se encuentra formada por: 1. Los grandes productores del café; 2. Los inmigrantes que controlaban las firmas comerciales importadoras-exportadoras: 3. Los capitalistas financieros. Y en esta última categoría Guidos vejas incluye a “la burguesía financiera inglesa a través de sus representantes bancarios, empresarios mineros y representantes ferrocarrileros.” (Guidos Vejar 1986)
El imperialismo inglés fortaleció su posición luego de la salida de España de la región, con la independencia política lograda en 1821. Ni lentos ni perezosos contactaron a los nuevos líderes republicanos e iniciaron una era de intercambios comerciales y prestamos, por medio de empréstitos estatales y como inversión directa.
Torres Rivas evalúa que “el vacío dejado, por España fue rápidamente ocupado por la diplomacia inglesa interesada en controlar el comercio y la riqueza de las excolonias españolas; en Centroamérica empiezan a manifestarse desde entonces factores estratégicos de naturaleza geopolítica.” (Torres Rivas 1977)
La primera exportación de capital inglés se registra en 1888, bajo el gobierno liberal de Francisco Menéndez (1885-1890), y está destinada a la minería. (Menjívar 1980) Los Estados Unidos llegaron hasta veinte años después, en 1908 y en el ramo de los ferrocarriles. Estamos hablando de la empresa inglesa “Divisadero Gold and Silver Mining Co. Ltd.” Estuvo en producción hasta 1920, cuando fue vendida a una empresa norteamericana.
El siguiente año, 1889, comienzan los empréstitos ingleses para la construcción del ferrocarril. Esto le permitió a la Corona Británica el “control del comercio exterior salvadoreño mediante casas comerciales inglesas, a las que luego se sumarían las alemanas y francesas.” (Menjívar 1980)
En 1893, bajo el gobierno liberal de Carlos Ezeta (1890-1894) inicia la exportación de capital bancario con lo que se cierra el triangulo inversor británico: minas, ferrocarriles y bancos. En 1899 se forma la empresa “Salvador Railway Co., para administrar las líneas ferrocarrileras. Con una inversión de 485, 000 dólares, se autoriza en 1893 el establecimiento de una sucursal del “Banco de Nicaragua.” (Menjívar 1980) Por su parte, Castellanos plantea que “en 1880, con capital inglés, se fundó el primer banco llamado Internacional.” (Castellanos 2002)
En 1899, bajo el gobierno de Tomas Regalado, se consolida la presencia inglesa en la minería con la apertura de una nueva explotación en La Unión, esta vez de la “Butters Salvador Mines Ltd.” En 1914, bajo el gobierno de Carlos Meléndez, se crea el Anglo South American Bank, que posteriormente cambiaría su nombre por el de Banco de Londres y Montreal.
Guidos Vejar estima que tanto el presidente Manuel Enrique Araujo como “todos los gobiernos que le precedieron eran pro-ingleses…” pero que ya empezaban a surgir fraccionamientos al interior del bloque oligárquico, “con la introducción de un nuevo grupo…los capitalistas norteamericanos, que…desplazan a los ingleses de su posición influyente en las relaciones económicas y políticas del país.” (Guidos Vejar 1986)
1.2.2El imperialismo norteamericano

Los Estados Unidos vuelven sus ojos hacia El Salvador hasta después que la Federación Centroamericana (1838-1840) se disuelve. El 1 de mayo de 1849, el funcionario diplomático norteamericano George Squier, Encargado de Negocios en Guatemala envió una nota al gobierno salvadoreño, presentando sus plenos poderes y credenciales para negociar un tratado con el país.

Pero fue hasta el 15 de junio de 1863, bajo el gobierno en EE. UU. de Abraham Lincoln (1861-1865)y en El Salvador del Capitán General Gerardo Barrios (1861-1863) que se establecieron relaciones diplomáticas, al presentar James R. Partridge sus cartas credenciales en San Salvador como el primer Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. Ese mismo día se estableció una Legación (Misión Diplomática) Americana representada por el Ministro Residente Partridge.

En diciembre de 1907, bajo el gobierno de Teodore Roosevelt, y como mecanismo para contener los frecuentes conflictos armados entre los gobiernos centroamericanos, se realiza la Conferencia de Paz de Washington, en la cual se establece que “solo se reconocerían a los gobiernos que surgieran de elecciones libres.” Y a la vez y como medio para resolver disputas internas se forma la Corte Centroamericana de Justicia.

1908, un año después de la Conferencia de Washington, bajo los gobiernos de Teodore Roosevelt y de Fernando Figueroa, es el año en que los Estados Unidos inician la exportación de capitales hacia nuestro país, en dos vías, en minería (se adquiere la Butters Salvador Mines) y en la construcción de una nueva instalación ferroviaria, que partiendo de Guatemala llegaba a La Unión.

Y además incluía la construcción del muelle de Cutuco. Minas y ferrocarriles, y muy pronto se sumaría el capital bancario, para seguir el libreto inglés, aunque con el agregado ahora de puertos. Como trasfondo se encuentra la disputa imperial con los ingleses y la decisión de hacer fracasar la línea ferroviaria británica y su respectivo puerto de Acajutla. (Menjívar 1980) Los Estados Unidos mostraban sus músculos a los ingleses.

El 3 de diciembre de 1931 los Estados Unidos, interrumpen las relaciones diplomáticas con El Salvador luego del golpe de estado en contra del presidente Araujo, que lleva al gobierno al general Maximiliano Hernández Martínez, quien semanas después reprimiría sangrientamente un levantamiento armado de sectores indígenas y populares.

Lo anterior tuvo como premisa el respeto al tratado suscrito en 1923 entre EE. UU., y los países centroamericanos, de no reconocer gobiernos surgidos de revoluciones. Fue hasta el 26 de enero de 1934 que se reconoció al gobierno del general Martínez y se envió como Ministro al diplomático Frank. P. Corrigan.

Y fue hasta el 23 de marzo de 1943 que esta Misión Diplomática adquirió el nivel de Embajada, motivada por la necesidad de construir un frente común en contra de la amenaza del Eje Fascista. El primer embajador fue Walter Thurston.

2. Las respuestas de la resistencia progresista y popular

2.1 La respuesta del movimiento progresista salvadoreño

El movimiento popular y progresista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX estaba todavía fuertemente influido por las corrientes ideológicas del liberalismo y se manifestaba como sectores de la intelectualidad y de grupos de gremios artesanales, partidarios de las gestas patrióticas de Gerardo Barrios y de Francisco Menéndez.

Entre estos grupos se realizaban actividades orientadas a lograr la unión centroamericana así como se admiraba profundamente la lucha por la independencia que realizaban los patriotas cubanos y puertorriqueños.

En 1897, los estudiantes universitarios José Gustavo Guerrero y Vicente trigueros publicaron un periódico de denuncia política al que bautizaron justamente El Látigo, ya que se encargaba de criticar mordazmente los actos represivos y corruptos del régimen de turno, encabezado por el oligarca cafetalero Rafael Antonio Gutiérrez. (López Vallecillos 1987)

En 1904, bajo el gobierno de Rafael Escalón, se unifican diversas expresiones de gremios artesanales en la Sociedad Confederada de Obreros de El Salvador, COES. Es un primer germen de central de trabajadores, aunque todavía lastrado por la visión artesanal. (Pineda, 2010)

En septiembre de 1911, en las celebraciones del centenario de la independencia, se realiza en San Salvador el Primer Congreso Obrero Centroamericano. Es una actividad apoyada por el presidente Manuel Enrique Araujo, que gozaba del respaldo de los sectores artesanales. El principal dirigente obrero de esa época era José Mejía.

En la reunión se respiraba u profundo sentimiento antibelicista y se rechazó el uso por parte de los gobiernos centroamericanos de los obreros como carne de cañón. Una de sus resoluciones establece que: “todos los obreros, pertenecientes a la federación, den juramento de no prestar su brazo para el uso de las armas contra ningún Estado de Centro-América.”

El siguiente año, 1912, y con la anuencia gubernamental, observamos el despliegue de un intenso proceso organizativo que involucra a tipógrafos, barberos, y panaderos. En 1913 se organizan los trabajadores ferrocarrileros, una fuerza estratégica por su influencia y combatividad. (Pineda 2011)

“No obedezco ordenes de nadie” escribió en una histórica carta dirigida al presidente norteamericano Taft, en 1912, en la cual el presidente Manuel Enrique Araujo condenó enérgicamente la intervención militar de tropas estadounidenses en Nicaragua. Asimismo Araujo mantuvo una digna actitud de oposición a que el país se endeudara con préstamos internacionales. (Pineda, 2011)

El breve gobierno de Manuel Enrique Araujo (1911-1913) marca un significativo viraje en las políticas del estado salvadoreño, en varias direcciones. Internamente, promueve la organización popular y el despliegue de la agricultura y en política exterior, se opone resueltamente a la contratación de préstamos extranjeros para financiar el funcionamiento del estado y obras de infraestructura y condena categóricamente la intervención de Estados Unidos en Nicaragua. (Guidos Vejar 1986)
En 1913 en la Universidad de El Salvador se presenta por vez primera un trabajo de graduación en la Facultad de Derecho, basado en el método marxista de análisis. Se trata de El estado centroamericano por el entonces Bachiller Sarbelio Navarrete.

2.2 La respuesta del movimiento popular y sindical norteamericano

Muy diferente era la situación del movimiento popular y progresista en Estados Unidos, en especial de su movimiento sindical, el cual adquiere dimensiones nacionales en la primera mitad de de la década del sesenta del siglo XIX, aunque inicialmente sus actividades fueron clandestinas. Señalamos algunas pocas acciones de su inmenso y diversificado esfuerzo de lucha popular.

En 1854 los mineros irlandeses de las minas de carbón de Pensilvania se organizan en una organización secreta llamada los “Molly Maguires”, que inicia una labor de amenazas contra los patronos represivos. Llegan a tener una gran fuerza. En 1875, 9 de sus líderes fueron capturados, juzgados condenados y ahorcados y esto golpeo fuertemente a la organización.

En 1866 surge el National Labor Union, esfuerzo que puede considerarse como una de las primeras central sindical nacional. En 1869 surge la central sindical Knights of Labor, creada en Cleveland y de naturaleza secreta, que en 1886 lleva a cabo fuertes movimientos reivindicativos, en especial la lucha por la jornada laboral de ocho horas, que se expresó en 1600 huelgas en todo el país.

El año de 1886 pasaría a la historia del movimiento sindical mundial como símbolo de la unidad y la combatividad de los trabajadores. Durante una huelga en Chicago, iniciada el 1 de mayo, contra la compañía McCormick de maquinas segadoras, el 3 de mayo la policía interviene violentamente y asesinan a 6 huelguistas.

Frente a esto, los huelguistas convocan a un mitin el día siguiente en la Plaza Haymarket. Los huelguistas reciben la solidaridad de muchos sindicatos, incluyendo a dirigentes del Knighst of Labor. Durante el mitjn un provocador estalla una bomba y mueren 7 policías. Ocho líderes anarquistas del Knight of Labor son arrestados, se les juzga y 4 son ahorcados. Es de estos incidentes que nace las celebraciones del 1 de mayo, en homenaje a estos mártires. (Asimov 1977)

Este año de 1886 también se constituye la Federación Americana del Trabajo, AFL, dirigida por el dirigente sindical de los tabacaleros, Samuel Gompers, quien se encarga de encausarla por senderos de la colaboración de clases. No obstante esto, la AFL jugó un papel destacado en la lucha por la jornada de ocho horas, que se expresó este mismo año en 350, 000 obreros que paralizaron 11,562 centros de trabajo. (Zinn 1980)

En 1871 se realizaron disturbios racistas contra los trabajadores de origen chino en California. En 1890 tiene lugar la masacre de indígenas de Wounded Knee. En junio de 1894 se desarrolló una huelga de los trabajadores ferroviarios de Chicago, que fue duramente reprimida por órdenes del presidente Cleveland.

El 27 de junio de 1905 se realiza en Chicago la fundación de Trabajadores Industriales del Mundo, Industrial Workers of the World, IWW, combativa organización sindical opuesta a la línea reformista de la AFL. Tuvo como núcleo principal a la federación sindical de mineros.

Entre sus dirigentes se encontraban figuras legendarias del sindicalismo como William “Big” Haywood, Daniel de Leon, Eugene Debs, Lucy Parsons, Mary “Mother” Jones, y otros. Los Wobblies como fueron conocidos, practicaban la solidaridad obrera en la lucha sindical y su lema era el de “una ofensa a uno es un ataque a todos.” (Asimov 1977)

BIBLIOGRAFIA

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Gómez Sánchez, Elisa. La política exterior de Theodore Roosevelt hacia América Latina: el inicio de la política del Gran Garrote docs.google.com
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López Vallecillos, Ítalo. El periodismo en El Salvador. UCA Editores. San Salvador. 1987
Menjívar, Rafael. Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador. EDUCA. San José. C.R. 1980
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Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo centroamericano. EDUCA. San José, C.R. 1977
White, Alastair. El Salvador. UCA editores. San Salvador. 1973
Zinn, Howard. A people’s history of the United States. Harpers. New York . 1980

Las relaciones interamericanas (1810-1959): De la independencia a la revolución cubana

Las relaciones interamericanas (1810-1959): De la independencia a la revolución cubana

La trayectoria de las relaciones interamericanas

Las relaciones interamericanas sólo se inician en América con la consti¬tución de los estados-nación. El primer estado-nación se conforma en este Continente con la revolución norteamericana de 1776. A él le siguen los demás estados-nación producto del pro¬ceso independentista en América Latina de las dos primeras décadas del siglo diecinueve. A medida que surgen y se consolidan los esta¬dos naciones en el Continente con el triunfo de las revoluciones de independencia nacional, las relaciones interamericanas van tomando forma.

Primero, los contactos para defender la independencia; después las negociaciones, conflictos y guerras para resolver los límites del territorio; en seguida, la necesidad de defenderse ante los en-emigos exteriores; y, finalmente, el reconocimiento por parte del mundo, son elementos que obligan a los nuevos países a establecer contactos, tratados y pactos. Así va desarrollándose la idea de establecer alguna forma de unidad americana, aparte de la aspiración federativa de las antiguas colonias españolas ideada por Bolívar.

Relaciones interamericanas existen históricamente, por tanto, desde el momento en que aparecen los estados-nación de tipo mo¬derno en el continente americano. Desde un principio quedan sig¬nadas por la lucha contra el colonialismo europeo. Es necesario, por tanto, partir de la revolución de independencia en el conti¬nente, punto de partida ineludible si se quiere seguir un proceso difícil, tormentoso, contradictorio, repleto de aspiraciones, colmado al mismo tiempo de frustraciones y no pocas amarguras, como ha sido el de las relaciones interamericanas.

Antes de la llegada de Colón al continente, América no tenía entidad en el conocimiento universal. No existía como tal. Tampoco había adquirido el carácter histórico definido que la haría un continente distinto a los hasta entonces conocidos. “América es otra cosa”, ha escrito el historiador colombiano Germán Arciniegas, para expresar la diferenciación radical de este continente. No importa que los intentos y esfuerzos por convertirse en federación americana, unión panamericana, confe¬deración de países, pacto o comunidad, no hayan tenido mucho éxito.

Desde el comienzo del movimiento independentista de América Latina en 1810 hasta la guerra hispano-norteamericana en 1898 las relaciones interamericanas se orientan a la búsqueda de una política común. Esta es la primera etapa de las relaciones inter¬americanas. Al contrario, en una segunda etapa, después de la intervención norteamericana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, esas relaciones oscilan entre el intervencionismo, la conciliación y el en¬frentamiento.

Durante la Segunda Guerra Mundial, toda América Latina se une a Estados Unidos contra el Eje y se inicia un proceso de unión en torno a la seguridad del continente. En la postguerra, hasta el comienzo de la guerra fría con el muro de Berlín en 1961 y el triunfo de la revolución cubana en 1959, se restablece el objetivo de un propósito común, pero ahora bajo la hegemonía de un país americano, Estados Unidos, convertido en la potencia más poderosa de la historia. Con la guerra fría la situación mundial conduce a una clasificación política de los países que se denominó tres mundos. Estados Unidos, parte del primer mundo como una de las superpotencias con la capacidad de controlar militarmente el mundo y América Latina toda como parte del tercer mundo subdesarrollado y sin posibilidad alguna de competir por el dominio de la tierra. En esta cuarta etapa, América Latina llega al final de la década del ochenta en medio de la crisis de la deuda externa.

Y finalmente, el fin de las dictaduras militares, la crisis con el narcotráfico, la iniciativa Bush para las Américas, el desmoronamiento de la Unión Soviética, la desintegración de países de la antigua cortina de hierro, una corriente de gobiernos antiestadounidenses y nuevas formas de alineación continental en el concierto mundial.

Primera etapa: América independiente, 1810-1898

América puede ser clasificada básicamente en dos formas dife¬rentes. Desde el punto de vista de su origen histórico moderno dado por el descubrimiento y la colonia, existe una América in-doeespañola con una extensión de catorce millones de kilómetros; una inglesa (Estados Unidos) con un poco más de nueve millones; una an¬glofrancesa (Canadá) con casi diez millones; y la portuguesa (Brasil) con ocho millones y medio. En esta forma de clasificación podrían distinguirse cuatro Américas.

Si se toma como punto de referencia el desarrollo político y económico, sólo existen dos, Estados Unidos y Canadá, por un lado y el resto de América, por el otro. De hecho, la conquista y la colo¬nización de América por los europeos duró más de tres siglos. En cambio, el período de diferenciación política y económica a partir de la independencia americana desde su culminación en la segunda década del siglo diecinueve, no alcanza a los dos siglos. Pero más que las características culturales o lingüisticas propias del ori¬gen histórico moderno, es preferible adoptar como guía de análisis el del desarrollo histórico que nos conduce hasta el presente.

Para los colonos ingleses llegados a la costa este de los Es¬tados Unidos, la independencia comienza con su huida de Inglaterra para formar “un cuerpo político civil” en el siglo diecisiete y la conquista en el siglo diecinueve con la expansión hacia el Oeste en busca del oro de California y de las tierras de los indios. Sólo entonces termina el descubrimiento, y su independencia culmina con el triunfo de George Washington.

Al sur del río Grande, por su parte, la independencia fue una lucha contra el colonialismo y la dominación política; el descubrimiento ya se había constituido en un hecho de la historia universal y la con¬quista en una gigantesca aventura de los Cortés, Pizarro, Jiménez y los demás que mostraron al mundo culturas sorprendentes y llegaron hasta los ríos más grandes del mundo, el Amazonas, el Orinoco, el Paraná. Ello posibilitó, por fin, alcanzar el conocimiento de la tierra, asegurarse de la unidad biológica del ser humano, abrir la infinitud del universo y de la ciencia, e im¬pulsar definitivamente el capitalismo.

El proceso del descubrimiento y conquista al sur del río Bravo fue cruento, como casi todos los acontecimientos trascendentales de la historia humana. Los indígenas nativos fueron esclavizados y millares murieron a causa del trabajo forzado, las guerras y las enfermedades. Se generalizó el comercio de esclavos negros traídos de Africa. Y se produjo, como producto histórico, un mestizaje generalizado de tres razas a lo largo de los cinco siglos.

Fue diferente, por tanto, el proceso de independencia en las dos Américas, y también el de conquista y colonia. Sus caminos dis¬tintos o contrapuestos no provienen del color de la piel, de las características culturales, del mestizaje o de las prácticas reli¬giosas, con todo lo que influyeron en la conformación de cada una. Es el mismo proceso histórico de las sociedades indígenas, de la evolución del país colonialista, de la estructura colonial estable¬cida en cada región, del proceso de independencia, de la forma de gobierno adoptada o diseñada, en una palabra, de los acontecimien¬tos históricos determinantes, lo que define esa trayectoria.

El contraste es muy notorio. El desenvolvimiento de un go¬bierno democrático en Estados Unidos no ha tenido interrupciones. En América Latina sólo un país ha escapado al sino de los golpes militares. Mientras Estados Unidos se erigía al final del siglo diecinueve como una potencia económica capitalista, en América Latina apenas se iniciaba la industrialización. A finales del siglo veinte, casi dos siglos después de la independencia latinoameri¬cana, Estados Unidos sigue siendo la potencia económica más grande de la historia y los países latinoamericanos permanecen, sin excep-ción, en el subdesarrollo económico. Si bien la independencia política fue la condición sine qua non de la conformación del estado-nación, los países latinoamericanos no empiezan a conformarse como tales sino después de la segunda década del siglo pasado. Para entonces, el país del norte, plenamente establecido como estado-nación, era ya reconocido internacionalmente y se dedicaba a definir sus fronteras territoriales.

Los países latinoamericanos se dividieron y se subdividieron en su lucha de conformación del estado-nación. Estados Unidos par¬tió de las colonias originales hasta conformar un país de costa a costa. Todavía hoy no han sido plenamente definidas las fronteras nacionales en América Latina. La trayectoria económica ha sido más dramática. Solamente al final del siglo XIX inician algunos países de América Latina un proceso lento de industrialización, cuando ya Estados Unidos se ha transformado en una potencia económica mundial, se ha colocado a la vanguardia de la industrialización moderna y sus dólares empiezan a inundar el mundo.

Ninguno de los países latinoamericanos se erige hoy como una potencia mundial, no obstante el territorio y el número de habi¬tantes de México y Brasil. Tras dos guerras mundiales, en las que ha sido factor decisorio, Estados Unidos emergió como la superpo¬tencia, sólo desafiada durante veinticinco años por la que hoy ha resultado ser una superpotencia con pies de barro, la Unión So-viética, esfumada ante los ojos atónitos de todo el mundo.

En el comienzo de las relaciones interamericanas estaba en juego no solamente la independencia nacional sino también la definición del territorio de cada uno de los países, su conforma¬ción, por tanto, como estados-nación, la adopción de una forma de gobierno y su acomodación en el contexto de las relaciones interna¬cionales.

La independencia nacional de los países latinoamericanos tiene que ver con la liberación del colonialismo europeo. Europa vivía a principios del siglo diecinueve el espectro de la revolución francesa y de las consecuencias políticas y sociales que habían es¬tremecido hasta los cimientos la sociedad francesa. El primer in¬tento de gobierno democrático, sin embargo, había sucumbido con el triunfo del imperio napoleónico. Pero Napoleón iba arrasando con el régimen económico y social del feudalismo por donde asentaba sus reales, y las monarquías feudales de Austria, Prusia y Rusia, con todas las contradicciones inherentes a sus intereses de expansión territorial, formaban alianzas para defender sus regímenes. Gran Bretaña se inclinaba hacia ellas, no sólo por los vínculos monárquicos que las acercaban, sino por la amenaza del enemigo común proveniente de Francia. Napoleón, aun después de la derrota sufrida en Trafalgar, seguía buscando el bloqueo económico de la isla.

Estados Unidos había consolidado su independencia y defendía el primer gobierno republicano de la historia contra los intentos ingleses de restauración del colonialismo y contra las intenciones de reconstitución monárquica en el mundo provenientes de Austria, Prusia y Rusia. Es en esa realidad histórica en donde se origina la Doctrina Monroe. Para los norteamericans, independencia nacional y gobierno democrático eran inseparables. Jefferson, Adams y Monroe definen la política internacional de Estados Unidos bajo esos dos parámetros fundamentales. Esos mismos principios serán aplicados a las relaciones interamericanas en un primer período. No puede olvi¬darse que en el momento de la revolución independendista de América Latina no existía un solo gobierno democrático en Europa. Pero tam¬poco que un siglo después, antes de la Primera Guerra Mundial, to¬davía predominaban los imperios monárquicos en el Viejo Continente y a ellos seguirían las dictaduras de Mussolini, Hitler y Franco.

Si bien la independencia latinoamericana había definido su carácter entre 1810 y 1820 como un movimiento de separación efec¬tiva y no persistían dudas sobre el objetivo de constituir Estados-nación, la mayoría de los países sufrían enormes vacilaciones en torno a la forma de gobierno que debían adoptar. Desde Europa la influencia política favorecía la restauración de la monarquía, aunque ideológicamente la defensa de la democracia conservaba el arraigo que traía de la revolución independendista. De esa vacilación resultarían formas de gobierno imperiales en cuatro ocasiones, uno en Brasil de setenta años, uno en Haití y dos en Mjéxico. Pero varios intentos monárquicos en casi todos los países.

Napoleón había sido derrotado por una coalición monárquica de Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia. El Tratado de París en 1814, el Congreso de Viena de 1815 y el protocolo de Tropeau firmado en 1820 condujeron a la elaboración de la “doctrina Metternich” como un pacto de seguridad colectiva de las potencias europeas contra la revolución democrática. La ola mundial predominante del momento conducía a la monarquía, no al gobierno democrático. Sólo Estados Unidos navegaba contra la corriente restauracionista.

No obstante el auge de la ola monárquica europea, la influen¬cia de los grandes ideológos de la revolución burguesa de la Ilus¬tración no se había perdido en América Latina. La concepción hegeliana de la culminación del desarrollo de la idea absoluta en la monarquía prusiana no contaba con seguidores en América Latina como tampoco la de la encarnación de la razón y libertad en el es¬tado. En Estados Unidos la concepción práctica y sistemática de una democracia representativa provenía de Locke. Los latinoamericanos radicales habían recibido la influencia francesa más difusa y con¬ tradictoria de Rousseau. Desde el punto de vista ideológico, de to¬das maneras, la corriente mundial favorecía la instauración de go¬biernos democráticos.

Por otra parte, todavía no se había fortalecido la reacción católica fundamentalista de oposición a la democracia, al libera¬lismo y al desarrollo del capitalismo que tanto arraigaría en América Latina. La revolución de independencia en los países lati¬noamericanos tomó su inspiración en dos fuentes coantrapuestas que influirían poderosamente en el proceso ideológico del siglo dieci-nueve, la fuente de la Ilustración y la fuente del escolasticismo radical. La primera conducía a una forma de gobierno basada en la voluntad popular, la segunda a la continuación monárquica inspirada en un origen divino del poder real. No sería aventurado atribuir a esta contraposición ideológica una explicación de la debilidad de la democracia en América Latina desde el mismo comienzo de la formación de los estados-nación.

En este contexto mundial no resulta extraño que Bolívar se hu¬biera inclinado por la monarquía como una forma de gobierno apta para frenar la anarquía de los latinoamericanos, que en México, Brasil y Haití se hubieran establecido imperios monárquicos, que se hu¬bieran importado príncipes europeos de sangre aristocrática para gobernar y se hubiera intentado traer varios más de los que go-bernaron efectivamente. Bolívar consideraba que el modelo para América Latina era la monarquía inglesa y no la democracia norteamericana. Así se lo manifestó al capitán Maling en su famosa en-trevista de 1825 en el Perú y lo ratificó en varias oportunidades a los cónsules ingleses en Bogotá. Su constitución boliviana de poder presidencial dictatorial y congreso hereditario más bien resultó del fracaso de su iniciativa para importar un príncipe inglés.

Igualmente, veía inconveniente el establecimiento de un go¬bierno federal semejante al de Estados Unidos, abogaba por el apoyo incondicional de Inglaterra y se proponía convencer a las potencias europeas de que la posición de los países latinoamericanos no era hostil a las monarquías del Viejo Continente.

Hasta su disolución en 1832, la Gran Colombia se constituyó en el centro de una política interamericana que miraba más las relaciones de los países hispánicos que los demás de América. Principalmente a Bolívar se debió la idea de llegar a un tratado de “unión, liga y confe¬deración” con todos ellos en la búsqueda de una federación de países que conservaran cada uno su propia autonomía política. Bolívar soñó realmente en conformar un gran país federal muy fuerte con las excolonias españolas o con muchas de ellas. La inclusión de Estados Unidos en la confederación fue siempre motivo de mutua sospecha. Por esa razón, tanto Estados Unidos y las dos potencias europeas, Francia e Inglaterra, miraron con reservas el tratado propuesto por Bolívar.

Estados Unidos, debido a las tendencias monárquicas del Liber¬tador y a su propuesta reiterada de convertir la Gran Colombia y toda la América del Sur en un protectorado inglés (Rivas, 164; Rippy), se abstuvo siempre de comprometerse en cualquier tipo de federación o confederación, inclusive en cumplimiento de su política de la Doctrina Monroe. Los temores y objeciones de los norteamericanos influyeron poderosamente en su actitud frente al Con¬greso de Panamá. Fue, por tanto, determinante en el comienzo de las relaciones interamericanas, la selección y adopción de una forma de gobierno democrático o monárquico o de dictadura militar por las nuevas naciones.

Los ingleses, por su parte, a pesar de estar a favor de una confederación convertida en protectorado inglés de acuerdo a la propuesta de Bolívar o de una Gran Colombia gobernada por un Príncipe europeo a la muerte del Libertador, como lo propusiera el Consejo de Ministros en 1829 (Rivas, pag. 165), no se sentían se¬guros a causa de las pugnas internas suscitadas por las ideas monárquicas y dictatoriales de Bolívar.

Monarquía con príncipe europeo o protectorado inglés, consti¬tuyeron dos ingredientes substanciales en el inicio de las relaciones interamericanas frente a la política mundial. Los norteameri¬canos no solamente se oponían, para entonces, a la posibilidad de una injerencia británica o de cualquier otra potencia europea, sino que impulsaban la forma de gobierno republicana que ellos habían adoptado y que consideraban modelo para el mundo, en abierta con¬tradicción y competencia con los británicos.

Consolidar la independencia y defenderla, escoger y adoptar una forma de gobierno y asegurar un territorio, hicieron parte del mismo proceso al principio de las relaciones interamericanas. La formación y desmembramiento de la Gran Colombia; la definición de los países en el Río de la Plata con el reconocimiento de Uruguay como estado-nación; las fronteras de Brasil; las de Perú, Bolivia y Paraguay; las de Chile; y las de Centroamérica, entre los mismos países que componían la Confederación Controamericana, pero también con México, con la Gran Colombia y aún con Estados Unidos; las de México con Estados Unidos; las de Estados Unidos con Luisiana, Florida, Texas, Nuevo México y California; y las del Caribe y las Antillas, especialmente Cuba y Puerto Rico; las del Paraguay y las de Chile, constituyeron un elemento siempre presente en la construcción de las relaciones interamericanas.

Cada uno de estos conflictos de fronteras condujo a al¬guna forma de negociación, mediación o intervención de los países americanos y, en no pocas ocasiones, de las potencias europeas. Así mismo no pocas veces desembocaron en confrontaciones armadas no so¬lamente en el siglo pasado, sino muy recientemente en la primera mitad del siglo veinte.

Estados Unidos diseñó paulatinamente una política para sus relaciones con América Latina. Partieron del reconocimiento de las nuevas naciones. En 1822 estableció relaciones diplomáticas con la Gran Colombia y para 1826 había establecido relaciones con casi to¬dos los países independientes de América Latina, incluyendo el im¬perio mexicano. Su propósito fundamental radicaba en desarraigar los vínculos de las nuevas naciones con sus antiguas metrópolis y con toda Europa. El reconocimiento mutuo como naciones era un principio esencial de las relaciones interamericanas.

No se trataba de conformar una confederación, como de pronto lo soñara Bolívar. A ello se opusieron consistentemente los Presi¬dentes norteamericanos. En consecuencia, Estados Unidos planteó una táctica diferente. Primero, defender la independencia de todos los países de América sobre la base de instituciones democráticas. Segundo, establecer en el Continente tratados comerciales con la cláusula de nación más favorecida. Tercero, abrir los mares a la navegación de todos los países sin privilegios de ninguna natu¬raleza.

Para las relaciones interamericanas los tres objetivos de los norteamericanos se van a constituir en objetivos nacionales durante esta etapa. El desarrollo del comercio con Estados Unidos, para equilibrar el dominio mercantil ejercido por Inglaterra a nivel mundial. Pero también la apertura de la navegación, cuyo objetivo central radicaba en la formación de una marina mercante propia con miras a defender la autonomía del propio comercio. Si se adiciona el propósito norteamericano de defensa de la independencia, el pro¬grama continental de Estados Unidos podría haber sido adoptado por los países de América Latina sin dificultades.

La misma Gran Colombia trató en diferentes formas de salva¬guardar condiciones favorables que le permitieran formar una gran marina mercante. Rápidamente se vieron frustrados por pésimas nego¬ciaciones en los tratados de comercio con Inglaterra y Estados Unidos, principalmente después del tratado de Amistad y Comercio Gual-Hamilton-Campbell.

Sin embargo, la conformación del territorio nacional originó una serie de conflictos de Estados Unidos con los países lati¬noamericanos. Desde el principio de la nación norteamericana, Cuba fue considerada parte del territorio. Monroe le comunicaba a Jef¬ferson que “siempre he convenido en que esa isla tiene un valor ina¬preciable… de ser posible, debemos incorporárnosla”. (Conell-Smith, pag. 84). De allí se originó el principio de “gravitación política” planteado por Adams, según el cual Cuba “tendrá que caer hacia la Unión Norteamericana”. Por esa razón, se opusieron con¬sistentemente a todo intento de los países latinoamericanos, espe¬cialmente México y Colombia, por liberar a Cuba del yugo español. Algo semejante sucedía con Puerto Rico. Estados Unidos prefería que Cuba siguiera en manos de la decadente España en cumplimiento de aquel principio de “retener a la prenda en manos del más débil”.

Pero el principal conflicto fronterizo de Estados Unidos con países latinoamericanos en este período fue, sin duda, el de la frontera con México que condujo a las guerras de 1835 y 1845. De allí resultó la independencia de Texas y su anexión a la Unión Americana. En seguida vino la toma de California. Con ello se con¬sumó lo que los norteamericanos habían denominado el principio de finis Hispaniae, el fin de España. No quedaban sino las islas del Caribe.

Cuatro principios guiaron el proceso de conformación del terri¬torio norteamericana. El de “la gravitación territorial” apli¬cado a Cuba. Un segundo del “destino manifiesto”, según el cual, históricamente el país del norte estaba destinado por sus institu¬ciones y por sus condiciones raciales a ser un país grande y poderoso. Otro, el de “el fin de España”, que orientaba el despojo de las colonias españolas en Norteamérica. Y uno más denominado “retención de la prenda en las manos más débiles” con miras a ase¬gurar más fácilmente la conformación de su territorio nacional.

Estados Unidos diseñó desde el principio de su vida republicana una política de conformación del territorio que se mantuvo consistentemente hasta finales de siglo con miras a lograr un país grande y poderoso. En América Latina existió el mismo objetivo. Bolívar conformó la Gran Colombia con Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador, trató de incorporar a Perú y Bolivia para lograr una gran Confederación suramericana. La Gran Colombia, bajo su inspiración, logró firmar, para llevar adelante este propósito, tratados de unión, liga y confederación con varios países de América del Sur, incluyendo a Chile. Igualmente Rivadavia en el cono sur escudriñó estrategias para unir Argentina, Paraguay y Uruguay. Era como el producto de una conciencia de que sólo con un territorio grande se podía llegar a países poderosos. No difería, por tanto, el objetivo norteamericano con el de los latinoamericanos.

El principal obstáculo de Estados Unidos en su meta territorial fue Europa. En América Latina, las rivalidades internas con raíces en el sistema colonial español. Los norteamericanos lo superaron aprovechando hábilmente los conflictos europeos, pero también diseñando hacia México una política consistente. No sucedió así en América Latina, en donde fracasó rápidamente ese intento y perdió continuidad la política territorial.

No era en ese entonces Estados Unidos la potencia económica y política del mundo. Inglaterra dominaba la navegación, monopolizaba el comercio, ampliaba su imperio colonial, había llegado a ser la primera potencia militar después de la derrota de Napoleón, se había convertido en el centro de la revolución industrial e ini¬ciaba la expansión capitalista de la inversión directa en empresas de otros países. España había entrado en decadencia después de la pérdida de sus colonias americanas y Francia se esforzaba por no perder la competencia por la hegemonía mundial con Inglaterra. Para finales de siglo el imperio inglés se extendía a todos los continentes sin excepción con colonias, dominios, protectorados, condominios y presencia portuaria.

Estados Unidos no desarrolló en este período una política colonialista de gran potencia hacia América Latina. Bolívar se equivocó confundiendo la potencialidad norteamericana territorial y económica con una política colonialista por parte de Estados Unidos. La guerra con Mé¬xico fue el resultado de la ambición sobre territorios que habían pertenecido a España, pero que habían comenzado a desmembrarse, por fuerza de la colonización espontánea, del dominio mexicano. Pero la doctrina del “destino manifiesto” no parece haber llegado al extremo de lanzarse a la conquista de México.

En cambio, la injerencia inglesa en América Latina fue notoria durante este período. Los británicos se apoderaron de Belice, se establecieron en la Mosquitia, crearon conflictos intervencionistas en Yucatán, entraron en contradicción con Venezuela por la Guayana, fueron acusados de haber instigado la guerra del Pacífico a favor de Chile, tomaron partido en el Río de La Plata y se quedaron con Las Malvinas. Como producto de las intervenciones permanentes de Inglaterra en América, Estados Unidos mantuvo relaciones tensas con los británicos, cuyo origen naturalmente provenía de dos guerras con la antigua metrópoli. Pero, además, trataron en todas las for¬mas de obstaculizar los tratados de comercio de los países lati¬noamericanos con Estados Unidos por considerarlos un desafío a la hegemonía mundial que ejercieron hasta bien entrado el siglo veinte.

Por una parte la Doctrina Monroe, de origen norteamericano y aplicable a toda América, y por otra parte los Congresos y Conferencias en búsqueda de una forma de unión o colaboración entre los países, de iniciativa latinoamericana, son los elementos determinantes en la conformación de relaciones interamericanas en el período que llega hasta la guerra hispano-norteamericana.

La aplicación de la Doctrina Monroe no fue uniforme. Estados Unidos navegó en un mar de contradicciones en la defensa de la in¬dependencia americana frente a las potencias europeas. Por una parte, las conveniencias de sus relaciones internacionales carac¬terizadas por un tire y afloje con Inglaterra y Francia, fundamen¬talmente debido al interés básico de la consolidación de su terri¬torio. Por otra parte, las diferentes tendencias políticas y sociales que tan agudamente se enfrentaban en el país del Norte, especialmente respecto del candente problema de la esclavitud, influyeron o en agudizar tendencias expansionistas o en reaccionar contra zonas latinoamericanas con población negra esclava o liberada. Ambos factores nublaron el panorama de aplicación de la Doctrina Monroe.

Inicialmente la defensa a ultranza del derecho divino de los monarcas y emperadores proclamada por la Santa Alianza, definió claramente las condiciones de aplicación de la Doctrina Monroe en defensa de la independencia americana y de la generalización de go¬biernos democráticos. Pero en la década del cincuenta, a medida que se acercaba la guerra civil, perdía actualidad en los medios políticos norteamericanos. Solamente después de la Guerra de Sece¬sión volvió a recuperarse el sentido americanista de la Doctrina Monroe, pero su significado original duraría ya muy poco.

Muy posiblemente la aplicación más contundente de la Doctrina Monroe tuvo que ver con la intervención de Estados Unidos contra la injerencia pro-monárquica de los franceses en México que dio al traste con el reinado de Maximiliano en 1867. Fue su más ajustada aplicación. En seguida, la reconstrucción del Sur, la colonización del Oeste y la gran revolución industrial en el Norte, modificaron radicalmente su contenido en el contexto de las relaciones interamericanas.

Si Estados Unidos tenía como preocupación fundamental mantener fuera de América a las potencias europeas y establecer una zona amplia de comercio libre, en América Latina las aspiraciones iban más allá, a la conformación de una gran confederación de habla hispana. La Gran Colombia, con Bolívar al frente, se propuso lograr esa meta grandiosa. En ello consistió el primer paso de las relaciones latinoamericanas.

Para 1822 la Gran Colombia había firmado tratados de confe¬deración con Perú y Chile. En 1823 se firmó con México y en 1825 la Convención Torrens-Gual que ampliaba el tratado de Ligas y Confe¬deración Perpetuas. Aunque no se logró tratado semejante con las Provincias Unidas de Centroamérica por las diferencias sobre el concepto de arbitraje, pudo firmarse uno de conciliación en 1826. No fue posible obtener un acuerdo con el Estado de Buenos Aires de¬bido a que Bernardino Rivadavia defendía una alianza también con los europeos que defendieran la independencia, como en su concepto lo era Inglaterra. Sólo se firmó un pacto de amistad y defensa.

Toda esta política conducía a la Asamblea de Plenipotenciarios propuesta por la Gran Colombia en 1823. En ella se pretendía obtener cinco propósitos: consolidar la alianza y confederación de países independientes con territorios propios; definir el principio del uti possidetis juris para fijar las fronteras territoriales de lo que había sido la división de las antiguas colonias españolas y portuguesas; los derechos de los individuos en los distintos países y las formas del comercio que podrían utilizar; fijar una reunión para Panamá; el pacto no interferiría las relaciones interna¬cionales de cada uno de los comprometidos. En el fondo, se es¬tablecía una alianza y confederación perpetua, se mantenía la uni¬formidad ante las potencias neutrales y se formaba una fuerza con¬tra España. Era la propuesta del Dn. Pedro Gual, Ministro de la Gran Colombia.

Como el propósito fundamental de la política grancolombiana apuntaba a la formación de la confederación de los países de raíz hispana, cuando fue a convocarse el Congreso de Panamá que estaría destinado a la realización definitiva de este gran objetivo, la participación de Estados Unidos se convirtió en objeto de aguda polémica. Lo contradictorio del asunto fue que Bolívar, al mismo tiempo que se oponía a la participación de Estados Unidos, defendía la incorporación de Inglaterra a la alianza americana. Y Rivadavia, por su parte, se inclinaba por la integración de ambos.

Pero resultó ser más contradictoria la actitud de Estados Unidos y de Inglaterra, una vez se definió invitarlos a ambos. Tan agudo resultó el debate en el Congreso norteamericano que los delegados, escogidos finalmente, no alcanzaron a llegar a tiempo a las sesiones de Panamá. E Inglaterra, para no profundizar sus diferencias con los norteamericanos, sólo participó como país observador. Ninguno de los dos veía con buenos ojos la propuesta bolivariana de formar una entidad independiente, con ejército independiente y con la unificación de la moneda, así fueran sus intenciones las de defender a América. No parecen haber existido condiciones políticas y territoriales para establecer una entidad del tipo de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte en la segunda década del siglo diecinueve. No puede olvidarse que Bolívar tuvo en mente atacar al imperio brasileño, intervenir en el Río de la Plata y derrotar al dictador Francia en Paraguay.

Panamá fue un fracaso, por la poca asistencia de los países americanos y por la ineficacia de los acuerdos firmados. A renglón seguido surgieron conflictos en México, en Gran Colombia y en Perú. Los acuerdos del Congreso ni siquiera quedaron en letra muerta. Ni la situación política, ni el desarrollo económico, ni el carácter de los conflictos, ni las propuestas de confederación, se adecuaban a unos países embrionarios, en cada uno de los cuales de antemano se habían establecido tradiciones culturales específicas no fáciles de compaginar. Una propuesta como la de un ejército permanente de 60.000 hombres resultaba utópica, así como la de una armada naval común. La escuadra del Pacífico quedaría al mando del Perú; la del Atlántico con dirección plural de tres comisionados, cada uno de los cuales gozaría de inmunidad. Teóricamente, el Congreso de Panamá se adelantó más de un siglo a principios de las Naciones Unidas. Pero en la realidad concreta, resultaron impracticables para un continente en formación política y económica.

Panamá no se hizo famosa sólo por haber albergado el más importante de los congresos interamericanos del siglo XIX, sino por las posibilidades de un canal interoceánico que uniera el Atlántico con el Pacífico, meta anhelada por América y Europa. Desde la conquista española se elaboraron proyectos para unir los dos océanos con un canal. Pero las exigencias de un comercio cada vez más internacionalizado como efecto del desarrollo capitalista en Europa y América, hicieron más apremiante su construcción.

El interés estadounidense en el canal acentuado a medida que los intereses económicos hacían más urgente la conexión del este y oeste de Estados Unidos especialmente después del descubrimiento de las minas de oro en California, puede ser un elemento de explicación de la agresiva política de este país en Centroamérica a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. En la etapa siguiente la actuación norteamericana en esta región del continente determinarán en gran medida las relaciones interamericanas. En la presente, el proyecto del canal apenas produjo escaramuzas, negociaciones e intervenciones momentáneas por parte de Estados Unidos.

Sin embargo, el solemne compromiso norteamericano incluido en el Tratado Mallarino-Bidlack de 1846 entre Nueva Granada (Colombia) y Estados Unidos —con grandes ventajas comerciales para el país del Norte—, de mantener la neutralidad del istmo y respetar la soberanía colombiana sobre él, duraría solamente sesenta años. El Tratado estipuló que: “Estados Unidos también garantizan del mismo modo, los derechos de soberanía y propiedad que Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio (istmo de Panamá).”(1) Theodore Roosevelt volvería añicos el Tratado Mallarino-Bidlack en 1903, sin ni siquiera inmutarse, anexándose la zona del Canal y convirtiendo a Panamá en una especie de protectorado.

No fue el Congreso de Panamá el único esfuerzo adelantado por los americanos para establecer principios de unión, de colaboración o de acción colectiva. Cuatro conferencias más se celebraron antes de la guerra hispano- norteamericana, dos en Lima, una en Santiago de Chile y la última en Washington. Podría decirse que, en último término, se dirigieron a establecer principios de defensa frente a guerras externas e internas y elementos de relaciones comerciales entre los países americanos.

Los acuerdos aprobados en el Congreso de Lima de 1847 no fueron ratificados por ninguno de los países asistentes. Lo mismo sucedió con las resoluciones adoptadas en el Congreso de Lima de 1864, convocado para tratar la agresión de España contra Perú. El Congreso Continental adquirió un significado diferente, porque enfrentó por primera vez una amenaza directa de Estados Unidos contra un país americano en la guerra de México y en la intervención del filibustero Walker en Centroamérica. Por primera vez se estableció un principio de arbitraje. Como en el anterior, ninguna de las resoluciones fue ratificada por los gobiernos participantes.

La reunión de Washington en 1890 se convirtió en la Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos, la cual adquiriría un significado especial por las circunstancias que dieron origen a una nueva etapa de las relaciones interamericanas. Allí se establecieron dos oficinas, la de la Unión de Repúblicas americanas y la Oficina Comercial de las Repúblicas americanas. Como se verá, sus conclusiones resultaron inocuas.

Aparte del reconocimiento mutuo como estados naciones independientes y soberanas y de la discusión de una serie de principios teóricos sobre las relaciones entre los países americanos, el sistema interamericano ni se estableció ni funcionó. Las diferencias de desarrollo económico no constituyeron un elemento importante en estas relaciones como sí lo van a significar en la etapa siguiente. Pero políticamente, la variabilidad de los países latinoamericanos y su inconsistencia frente al sistema democrático de gobierno establecieron una distancia significativa entre Estados Unidos y el resto de América. No solamente por haberse establecido monarquías, sino por la asiduidad de golpes de estado y gobiernos dictatoriales en América Latina. A diferencia de lo que sucedería en el futuro, las distancias económicas no se erigieron en un obstáculo para las relaciones interamericanas, pero los conflictos políticos afectaron más las relaciones entre los países de América Latina que de estos con Estados Unidos. Fue una etapa de tanteo, análisis, conocimiento y primeros intentos de establecer un sistema interamericano.

Segunda etapa: el intervencionismo norteamericano determina las relaciones interamericanas, 1890-1939

Las relaciones interamericanas hasta la guerra civil nortea¬mericana corrieron por dos cauces relativamente separados, el de Estados Unidos con la Doctrina Monroe y el de los países lati-noamericanos dirigido a buscar una unidad basada en la cultura y la tradición. Con posterioridad a la Guerra de Secesión, Estados Unidos trató de tomar la iniciativa en colocar la Doctrina Monroe como guía de las relaciones interamericanas por un cauce unificado. Pero los hechos históricos acaecidos al final del siglo, modifi¬caron substancialmente el contexto en que se moverían las relaciones entre los países americanos.

Lentamente fue desapareciendo o diluyéndose la amenaza europea contra la independencia; los territorios habían llegado a límites definidos; con los tratados de liga, unión y confederación no se había alcanzado nada concreto; los intentos de mediación, conci¬liación y arbitraje no habían sido muy exitosos; y las condiciones para un sistema interamericano distaban mucho de obtener una formu-lación efectiva. Ni el Congreso de Panamá, ni las Conferencias de Lima, ni los tratados defensivos de Washington y Lima habían tenido repercusiones trascendentales sobre las relaciones interamericanas. Pero con todo, los intentos de establecerlas continentalmente partían de una condición necesaria para el futuro, la conformación de los estados naciones que fue consolidándose a lo largo del siglo XIX.

La Guerra hispano-norteamericana de 1898 modificó substancialmente la situación. Primero, Estados Unidos surgió como una potencia económica con ambiciones colonialistas. Segundo, las relaciones in¬teramericanas empezaron a girar en torno al poderoso país del Norte y a sus acciones en América Latina. Tercero, unas veces por su¬misión, otras veces por reacción, América Latina fue diseñando una política interamericana defensiva basada en la no intervención y en la no injerencia.

Cada una de los tres períodos en que se divide esta etapa adopta el nombre de una política norteamericano específica. El big stick (gran garrote) y la diplomacia del dólar se extienden desde Theodore Roosevelt hasta la llegada de Woodrow Wilson a la presi¬dencia de Estados Unidos. Con la política del new deal (nuevo trato), Wilson intenta modificar la imagen del gran garrote, con resultados completamente contrarios. Y finalmente entre Hoover y F.D. Roosevelt diseñan la política good neighbor (buen vecino) con mejores resultados.

En la década del 90 lo que había constituido el principio del Destino Manifiesto de Estados Unidos para conformar su territorio fue transformándose en toda una tendencia colonialista. Todos los países europeos con desarrollo económico poseían colonias en Asia, Africa y América. El Imperio Alemán, recién constituido, iba a con¬vertirse en una amenaza para el mundo en pos, precisamente, de cons¬truir su imperio colonial. Pero Estados Unidos, que intentaba abrirse paso hacia el Pacífico, conectar sus dos costas por el mar a través de un canal interoceánico, consolidar una zona de influen-cia económica y competir ventajosamente con Europa en el poderío mundial, no contaba con colonias al acercarse la última década del siglo XIX.

Las teorías de Josiah Strong, de Alfred Thayer Mahan y Henry Cabot Lodge, aparecidas y ampliamente difundidas en la década del noventa, en obras como Our Country, Expansion under New World Conditions, Forum y otras, contribuyeron decisivamente a formar una conciencia colonialista con el criterio de que Estados Unidos debía convertirse en potencia mundial. Su base teórica partía de la supe¬rioridad anglosajona y del destino manifiesto de los norteamericanos en la salvación de la humanidad. Los objetivos preferidos de esta teoría colonialista eran el Caribe, México, Centroamérica, Fili¬pinas, Hawai y China. No se trataba ya, por tanto, de un expan¬sionismo tendiente a la conformación del territorio nacional, sino del poderío global colonialista en América y ultramar.

Sin embargo, a finales del siglo XIX ya no era lo mismo cons¬truir un imperio colonial que un siglo antes. América no se encon¬traba en las mismas condiciones de Africa. América venía de un siglo de independencia y de construcción de estados en el estricto sentido moderno del término. Hacerse a los países latinoamericanos y convertirlos en colonias no constituía un objetivo fácil. Pero Estados Unidos contaba con un arma que llegarían a utilizar más eficazmente que los europeos en la en la construcción de su imperio colonial, el poder del capital financiero, el auge del dólar que competía ya exitosamente con la libra esterlina y el franco. En dos décadas, la última del siglo XIX y la primera del siglo XX se con¬solidaron grandes imperios monopolistas en carbón, acero, petróleo y surgieron inmensos trust financieros. El poderío económico norteamericano recién estrenado en el mundo, imprimiría un sello de supremacía y de arrogancia a las relaciones de Estados Unidos con los países latinoamericanos sumidos en intrincados conflictos de política interna y con unas economías que no despegaban de su atraso secular.

Mirada en perspectiva, no parece que la convocatoria a la Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos de 1889 en Washington, a la que, por primera vez, acudieron todos los países de América, con la excepción de República Dominicana, hubiera sido una coincidencia. Estados Unidos tomaba la iniciativa de convocar los países americanos para ponerse de acuerdo en una política con¬tinental.

Respondía esta iniciativa a una renovada idea de panamerica¬nismo que reflejaba la intención de tomar la dirección política del continente americano como efecto del poderío económico producto de su vertiginoso desarrollo económico y financiero. El gobierno norteamericano hizo todos los esfuerzos por deslumbrar a los dele¬gados con su adelanto tecnológico en una excursión de casi mil kilómetros en tren. No había un país en la tierra que pudiera mostrar semejante red de comunicaciones. Su significado simbólico en el contexto de las relaciones interamericanas no se escapa, no importa que el objetivo económico de una unión aduanera no se hu¬biera materializado, debido, principalmente, a la oposición de Ar¬gentina.

El Presidente McKinley, no solamente lanzó el país a la guerra contra España para defender los intereses norteamericanos —tales como el comercio, las inversiones, la paz —, sino también derrotar a España para apoderarse de Filipinas, Puerto Rico y Guam. Así lo logró en el tratado de París de 1899. La política del gran garrote había comenzado. Theodore Rossevelt no hizo sino continuarla y darle su verdadero sentido con lo que se ha llamado el Corolario Roosevelt, su política hacia Cuba, su injerencia en República Do¬minicana y Panamá y la toma de la zona del Canal.

Puede considerarse la Enmienda Platt como el primer paso en una cadena intervencionista norteamericana, primero en el Caribe, después en América Latina. Aprobada en el Congreso de Estados Unidos en 1901 recién posesionado Theodore Roosevelt, como una condición para el retiro de las tropas norteamericana acordado en el tratado de París, fue impuesta a Cuba e incorporada a su propia Constitución. Por primera vez en América Latina, una cláusula in¬tervencionista de una potencia extranjera quedaba elevada a norma constitucional. Mediante ella, Estados Unidos adquiría el derecho de intervenir en el país caribeño en defensa de su independencia y para la protección del orden. Además, la enmienda permitía a Es¬tados Unidos mantener una base naval en territorio cubano.

Este fue el origen de la base naval de Guantánamo. Las tropas norteamericanas no se retiraron ni siquiera después de derogada la Enmienda en 1934 y todavía hoy se encuentran en poder de la base. La Enmienda Platt significó la derrota definitiva de la lucha por la independencia nacional de Cuba que habían llevado a cabo patrio¬tas cubanos como Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí y Calixto García en la Guerra de los Diez Años. Pero también significó un cambio de la Doctrina Monroe y el comienzo del intervencionismo norteamericano en América Latina.

Theodore Roosevelt enunció el Corolario a la Doctrina Monroe en su mensaje anual al Congreso de 1904. Según él, Estados Unidos se erigía en “una potencia de policía internacional” con el fin de mantener el orden hemisférico y proteger los ciudadanos norteameri¬canos y sus negocios en el extranjero. El Corolario Roosevelt, además de haber significado el viraje definitivo de la Doctrina Monroe hacia el intervencionismo, imprimió un sello de justifi¬cación a todas las invasiones de tropas norteamericanas de 1898 a 1930.

Desde la primera intervención militar en Cuba a finales del siglo diecinueve hasta la invasión de Nicaragua en 1926, Estados Unidos realizó no menos de veinte expediciones militares en el Caribe y Centroamérica. Pero no habían sido las primeras. En las cuatro décadas que van de 1850 a 1890, del siglo pasado Estados Unidos había inter¬venido directa o indirectamente en casi todos los países de América Latina, incluyendo los del cono sur, pero especialmente en Panamá y Nicaragua. En algunos de ellos, como en Colombia en 1885, a petición de las mismas autoridades nacionales. Pero, tanto las aventuras del pirata Walker en Nicaragua como los negocios del ferrocarril de Panamá y del llamado “incidente del melón”, en el que murieron varios norteamericanos en Colón, ni tampoco el auxilio prestado al Presidente Núñez de Colombia, o el auxilio prestado a ciudadanos norteamericanos en varios países pueden considerarse producto de una política colonialista dirigida a establecer un dominio militar, político o económico sobre los territorios intervenidos. El nuevo carácter de las excursiones militares norteamericanas posteriores a la guerra hispano-norteamericana posee un carácter diferente y obedecen a la trans¬formación sustancial sufrida por la Doctrina Monroe.

La Doctrina Monroe queda despojada de su sentido primigenio en el período que se extiende entre la Enmienda Platt y el Corolario Roosevelt, es decir, entre 1901 y 1904. El bloqueo angloalemán a Venezuela define la nueva situación. Venezuela había sido bloqueada por las fuerzas combinadas de Inglaterra y Alemania en 1902, a las que posteriormente se unirían las de Italia, para forzarla a pagar obligaciones financieras. El secretario de Estado de Roosevelt, John Hay, dio vía libre a la intervención europea con la condición de que no se convirtiera en adquisición de territorio. El gobierno de Roosevelt no podía condenar la intervención europea precisamente porque sus puntos de vista coincidían con las intenciones de las potencias europeas. No importa que el gobierno norteamericano, por las presiones de la opinión pública, hubiera modificado su posi¬ción, la declaración misma y la política adoptada por Roosevelt en América Latina, dejaron sin piso el principio fundamental de la Doctrina Monroe. De ahí en adelante esta sería considerada en América Latina como la justificación de las intervenciones nortea¬mericanas en el continente.

Panamá representa el caso dramático que sintetiza la interven¬ción militar y la injerencia política y diplomática de Estados Unidos en América Latina durante este período, uno por medios mi¬litares y otro por medios diplomáticos y financieros. El 13 de noviembre de 1903 Panamá le entrega parte de su territorio a los norteamericanos para la construcción del canal interoceánico y el derecho de intervención a perpetuidad con la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, solamente una semana escasa después de haber declarado su independencia de Colombia y sólo a cuatro meses —el 13 de junio— de haber sido pactado por el famoso personaje estadounidense de este episodio, Nelson Cronwell, la maniobra en las oficinas del propio presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt. Estados Unidos se anexaba la zona del Canal mediante una maniobra política que le daba el control sobre Panamá.

Dos años después las tropas norteamericanas desembarcaban en República Doninicana. Y en 1909 se sucede la primera intervención directa en Nicaragua para apoyar un gobierno de su beneplácito. McKinley, Roosevelt y Taft, cada uno en su momento, con su estilo, con sus propósitos específicos, intervinieron militarmente, se in¬miscuyeron en la política, desarrollaron la diplomacia del dólar y utilizaron acá y acullá el gran garrote sin contemplaciones. Las relaciones interamericanas quedarían signadas por estos hechos para todo el siglo.

Gran garrote de Theodore Roosevelt o Diplomacia del dólar de Taft, am¬bas políticas tuvieron el mismo sabor. Mediante la primera Estados Unidos se erigía en “policía internacional”. Con la segunda el país del Norte surgía como impulsor de la modernización y del progreso. Se trataba de sacar de la quiebra a los países latinoamericanos y ponerlos “en el camino del progreso, de la paz y de la prosperi¬dad”. Para ello, no importaba cualquier descarada intervención. Era algo así, como modernizarlos a punta de “gran garrote”.

Woodrow Wilson proclamó desde el primer momento de su posesión a la presidencia de Estados Unidos su oposición a la política del gran garrote y a la diplomacia del dólar. Su tradición intelectual lo comprometía con principios fundamentales como la autodetermi¬nación de las naciones, el pacifismo, la buena conducta en el trato internacional y con una nueva visión de Estados Unidos en el mundo. A su política la denominaron “la diplomacia misionera”, para carac¬terizar su interés en promover la seguridad norteamericana en un mundo convulsionado por la Primera Guerra Mundial, pero también para definir su visión internacionalista de promotor de la paz en las negociaciones del Tratado de Versalles y en la organización de la Sociedad de Naciones.

Su discurso de Mobile en 1913 se hizo famoso por el giro que en él dió a las relaciones internacionales de Estados Unidos y por el rechazo dado a la “diplomacia del dólar” en China y en América Latina. Como efecto de la revolución rusa, Wilson levantó la ban¬dera mundial contra el comunismo en defensa de la democracia occi¬dental. Su política internacional inició “el nuevo trato” que más tarde Franklin D. Roosevelt aplicaría también a su política in¬terna.

Pero el “nuevo trato” fracasaría en su política para América Latina. Y fracasó porque Wilson navegaba entre su política mora¬lista y su visión financiera. En Mobile había dicho “los estados latinoamericanos han sufrido más imposiciones en la forma de prés¬tamos que ningunos otros pueblos del mundo,” pero una década antes había escrito “los ministros de Estado deberán salvaguardar las concesiones que hayan obtenido los financistas, aun cuando haya que arrollar la soberanía de naciones que no quieran someterse de buen grado.”(2)

En Wilson pudo más la defensa de los intereses financieros de su país que sus escrúpulos moralistas. En 1915 intervino en Haití y lo convirtió en un protectorado norteamericano. En 1916 ocupó con los marines la República Dominicana y de ahí en adelante hasta 1930 todas las elecciones fueron vigiladas por las fuerzas norteameri¬canas. Así resultaría en la Presidencia Rafael Leonidas Trujillo e iniciaría la dictadura de su familia que se prolongaría por treinta años. Wilson también llevó a cabo dos intervenciones militares en México que irían a tener honda repercusión en el contenido de las relaciones interamericanas.

Lo que puso a prueba la moralidad de Wilson fue la Revolución Mexicana. Probablemente con la mente puesta en los desórdenes de México, propios de toda revolución, Wilson declaraba en marzo de 1913 que “tendremos estos principios como la base de mutua relación, de respeto, y ayuda con nuestras hermanas repúblicas y entre nosotros mismos.” Se refería a que “un gobierno justo des¬cansa siempre en la aprobación de sus gobernados y en que no puede haber libertad sin un orden basado en la ley, en la conciencia y aprobación pública.” Y añadía “someteremos nuestra influencia de todo tipo a la realización de estos principios en la práctica y en los hechos, conscientes de que el desorden, la intriga personal y el desafío a los derechos constitucionales debilitan y desacreditan los gobiernos…No podemos tener simpatía por aquellos que se toman el poder para defender sus intereses y ambiciones personales.” (3)

En la revolución mexicana se operaron varias tomas del poder, no se respetó la constitución, intervinieron toda clase de intere¬ses y ambiciones, el desorden fue parte natural de una lucha a muerte por el poder y casi siempre primaron las fuerzas anti- norteamericanas, no ajenas al resentimiento dejado por las guerras entre los dos países en el siglo XIX. Para la teoría de Wilson no había alternativa distinta a la de hacer valer sus principios. En¬tonces ordenó ocupar el puerto de Veracruz el 21 de abril de 1914 sin la aprobación del Congreso. Y en su defensa de la ocupación ar¬gumentó la necesidad de proteger el pueblo mexicano pobre, opri¬mido, desamparado y sin participación alguna en el proceso político. Y de nuevo en 1916 envió al Brigadier Pershing en busca de Pancho Villa a territorio mexicano para castigarlo.

La ocupación de Veracruz y la expedición de Pershing consti¬tuyen la primera intervención norteamericana en defensa de la democracia, del orden y del pueblo oprimido latinoamericano. Wilson intervendría una vez más en República Dominicana en 1915; volvería a Nicaragua e iniciaría una tercera en Haití para mantenerlo como protectorado. En este país Wilson impondría una nueva Constitución, cuya autoría reclamó Franklin D. Roosevelt, entonces Secretario ad¬junto de Marina de Wilson. (4)

Pero el verdadero sentido de las acciones de Wilson tenían que ver con los intereses estratégicos de Estados Unidos en México y, en último término, con los intereses petroleros. México estaba pro¬duciendo más de cien millones de barriles de petróleo y una deuda de más de quinientos millones de dólares, cuyos intereses alcan¬zaron al terminar la revolución en 1920 a doscientos millones de dólares. También por razones estratégicas Wilson compraría a Dina¬marca las islas Vírgenes.

En los episodios mexicanos los gobiernos del grupo ABC, com¬puesto por Argentina, Brasil y Chile, a los que se unió Uruguay, apoyaron a Estados Unidos. Esta actitud pro norteamericana entre los países de América Latina no iba a ser excepcional, aun en medio de los peores atropellos. Brasil había apoyado expresamente el Coro¬lario Roosevelt. Uno de los prohombres de Colombia, Rafael Uribe Uribe, solamente a tres años de la pérdida de Panamá a manos del país del Norte, al terminar la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro de 1906, concluía su informe oficial al gobierno con esta hiperbólica loa a Estados Unidos:

“contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América en el seno de la Conferencia, … la conducta de los representantes de la república del Norte ha sido inspirada en su conjunto, como en el más insignificante de sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. … El gran trust panamericano, predicho por algunos, bajo la dirección de Estados Unidos, no ha parecido por ninguna parte. La delegación norteamericana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aun de sus adversarios naturales.” (4)

En vísperas de la aplicación del gran garrote de Roosevelt contra Colombia, uno de los negociadores del canal de Panamá con Estados Unidos e inmediatamente después elegido Presidente del país, el general Rafael Reyes, declaraba en su discurso a la Segunda Conferencia Interna¬cional de Estados Americanos celebrada en México en 1901:

“los norteamericanos han contribuido a disipar, no sólo en nuestro continente, las tinieblas, sino en el mundo entero; ellos son un poder civilizador, y no hay por lo mismo que temerlos como conquistadores ni como expoliadores. Ellos han plantado el estandarte de la libertad y del progreso en Cuba, Puerto Rico y Filipinas: ellos son la humanidad selec¬cionada.” (5)

No acababan de pasar los hechos de Panamá, estaba fresco el rechazo de los norteamericanos a la doctrina Drago y su condena por la Corte de la Haya, no habían salido de Cuba, cuando Estados Unidos convoca la Conferencia de Washington de 1907 para firmar un tratado de paz y amistad con los dictadores centroamericanos. A la conferencia acudieron el dictador de México, Porfirio Díaz, el de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, y el de Nicaragua, José Santos Zelaya. De allí resultaría la doctrina Tobar, propuesta por el diplomático ecuatoriano Carlos Tobar, según la cual los países cen-troamericanos sólo reconocerían gobiernos libremente elegidos, cláusula a la cual se acogió inmediatamente Estados Unidos para in¬tervenir a su gusto en América Central, principalmente en Nicaragua, no obstante no haber firmado el Tratado ni haber propi¬ciado la doctrina Tobar.

Estados Unidos siempre contó en los países latinoamericanos con aliados incondicionales que le permitieron su injerencia en los asuntos internos y sus intervenciones militares. Baste con men-cionar a Batista en Cuba, a la familia Trujillo en República Do¬minicana, a los Somoza en Nicaragua, cada uno de ellos apoyado por sectores dirigentes antinacionales. Para el poderoso país del Norte nunca importó que representaran los intereses más antidemocráticos y más antipopulares.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, América Latina inicia un proceso de reacción contra el intervencionismo militar nortea¬mericano y contra su hegemonía económica en el área. En la Sociedad de Naciones los países latinoamericanos trataron de bloquear el artículo 21 del Pacto que mencionaba la Doctrina Monroe como un el¬emento de preservación de la paz en el Hemisferio, precisamente por las funestas consecuencias que habían resultado de su Corolario enunciado por Theodore Roosevelt.

Pero fueron las conferencias panamericanas posteriores a la Guerra las que dieron la pauta. La protesta de México no asistiendo a la Conferencia de Santiago de Chile en 1923, con una actitud muy diferente a la demostrada por el gobierno colombiano en 1906 des¬pués de la pérdida de Panamá, sentó un precedente decisorio. Pero donde se iniciaría la ofensiva latinoamericana contra la política intervencionista de Estados Unidos y de injerencia permanente en los asuntos de estos países, fue en la Conferencia de 1928 en La Habana. Este esfuerzo culminaría en las Conferencias de Montevideo en 1933, de Buenos Aires en 1936 y de Lima en 1938, no obstante que, para las dos últimas, Estados Unidos estaría enfrentado a Mé¬xico por las expropiaciones petroleras y de propiedades agrícolas norteamericanas.

El primer paso definitivo fue dado con el artículo 8º del Tratado de Derechos y Obligaciones de las Naciones, firmado en la Conferencia de Montevideo por Cordell Hull, Secretario de Estado norteamericano, que a la letra rezaba: “ninguna nación tiene dere¬cho a intervenir en los asuntos internos o externos de otra.” Como Hull colocó a renglón seguido que la política de Estados Unidos se basaría en “el derecho de las naciones tal como está generalmente reconocido y aceptado,” con lo cual dejaban la duda de si seguirían interviniendo en protección de vidas y propiedades de ciudadanos de Estados Unidos en América Latina.

El segundo paso lo constituyó el “Protocolo adicional rela¬tivo a la no intervención”, firmado en Buenos Aires, el cual no dejó duda alguna sobre el compromiso adquirido por Estados Unidos. Este famoso texto de tanta trascendencia en las relaciones inter¬americanas es muy simple: “las Partes Contratantes Principales declaran inadmisible la intervención de cualquiera de ellas, di¬recta o indirectamente, y fuere cual fuese la razón, en los asuntos internos y externos de cualquiera de las otras Partes.”

Más adelante, en la Carta de la Organización de Estados Ameri¬canos, se reformularía este principio. En lugar de “Partes Contratantes” se habla de “Estados o grupos de Estados”; la inad-misibilidad de la intervención se reemplaza por el concepto de no tener derecho a intervenir; y lo hace más explícito al incluir cualquier otro tipo de injerencia como intervención; pero, además, adiciona otro principio que enuncia la prohibición de utilizar me¬didas coercitivas de carácter económico y político. La Carta diría:

“Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que los constituyen.”

Tanto en uno como en otro, la no intervención fue un compromiso, pero carente de mecanismos de “acción colectiva” para hacerlo efi¬caz.

Haberse comprometido con el principio de no intervención sig¬nificaba un cambio substancial de la política norteamericana en las relaciones interamericanas. Una serie de factores determinaron ese cambio: el fracaso de las experiencias intervencionistas; la pre¬sión de los países latinoamericanos; el éxito de una política de crédito, inversión directa y tratados comerciales en América Latina; y la pavorosa crisis económica del 30.

Por su parte, Hoover había visitado diez países latinoameri¬canos en 1928, y el más prestigioso dirigente del Partido Democráta, F.D. Roosevelt, entonces gobernador de New York, había fijado unas nuevas pautas para las relaciones in¬teramericanas que podrían resumirse en tres, ganarse de nuevo la buena voluntad de América Latina; remplazar la intervenciones ar¬bitrarias por rela¬ciones de comercio; y buscar una forma de coope¬ración en el hemis¬ferio.

Con la firma del compromiso de no intervención por el Secre¬tario de Estado de F.D. Roosevelt se inicia el último período de las relaciones de Estados Unidos con América Latina en esta etapa, la de la política del buen vecino. En esencia significa la mate¬rialización de los principios enunciados por F. D. Roosevelt. Apuntaba a poner término a “la agresión norteamericana —territo¬rial y finan¬ciara—” y a conducir las naciones latinoamericanas “a una especie de asociación hemisférica en la cual ninguna república obtendría indebida ventaja.” (7)

Roosevelt criticó la política de Wilson, no obstante haber aceptado la necesidad de la ocupación de Veracruz. Igualmente puso en duda la conveniencia de las acciones militares en Haití y Nicaragua. Expresamente rechazó la diplomacia del dólar utilizada por Hoover, su inmediato predecesor, y la política de la banca norteamericana en las tres primeras décadas de este siglo. “Los bancos de New York,” afirmaba, “ayudados por los viajes del Profe¬sor Kemmerer a varias repúblicas, obligaron a la mayoría de éstas a aceptar empréstitos innecesarios a tipos exorbitantes de interés y pagando fuertes comisiones.” (8) Kemmerer había recorrido América Latina como un reformador de la estructura financiera de los países latinoamericanos. En Colombia, por ejemplo, fue el iniciador de lo que se llamó entonces “la danza de los millones” y sus fórmulas de reestructuración del sistema financiero se orientaban a modernizar la estructura de las finanzas de tal manera que se adecuaran al manejo de los inmensos empréstitos de los financistas norteameri¬canos. Sus reformas persistirían hasta la década de los ochenta.

Roosevelt regresaba a los principios iniciales de la política hemisférica norteamericana en la búsqueda de una asociación que “desterrara el miedo de una agresión territorial o financiera” y de un acercamiento “desde el punto de vista del derecho de autodeter¬minación y del empleo de un sistema de aislamiento para el restablecimiento del orden.”

Estados Unidos siempre se opuso a una confederación política. En su ambición colonialista se convirtió en la “policía interna¬cional” hemisférica del otro Roosevelt para apoderarse de territo¬rios, para controlar económicamente y para mantener el orden. El nuevo Roosevelt insinuaba en su documento la posibilidad de es¬tablecer una “acción colectiva” destinada al restablecimiento del orden en reemplazo de la intervención armada o del chantaje fi¬nanciero. Se había operado un cambio substancial en la política norteamericana hacia América Latina el cual prepararía las condi¬ciones para una alianza hemisférica contra el fascismo en los años siguientes.

Lo que determinaba para Roosevelt la política interior y exte¬rior de Estados Unidos era la superación de la peor crisis económica posiblemente de su historia independiente. El derrumbe de una economía como la norteamericana tan sólida que llegó a considerarse invulnerable en octubre de 1929, trajo consigo la más profunda re¬cesión de este siglo. Una superproducción proveniente de la falta de consumo en un sistema de enorme concentración del capital; el proteccionismo que cerró mercados de exportación con los que se aliviara la superproducción; la expansión del sector financiero so¬bre la base de la ampliación desmesurada y desordenada del crédito que condujo a la especulación desembocada; y una depresión agrí¬cola, han sido señalados como las causas más posibles de aquella crisis económica.

Continuar en la línea de erigirse en “policía internacional” no significaba ningún beneficio económico para aliviar la crisis. Al mismo tiempo, Europa y Japón habían iniciado una ofensiva sobre América Latina, bien para conservar la influencia comercial que ya poseían ante la creciente expansión norteamericana, bien para con¬quistar nuevos mercados en medio de una competencia aguda, la cual conduciría a la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos estaba obli¬gado a buscar nuevos mercados si quería contrarrestar la contrac¬ción de su mercado interno y la superproducción que afectaba su economía. Para ello debía desplazar a los europeos y japoneses y ganarles la competencia en el continente. Se trataba de un mercado de bienes de consumo, intermedios y de capital en pleno proceso de expansión y de una zona con una inmensa capacidad para absorber capital.

El gran acierto de Roosevelt en las relaciones interamericanas consistió en comprender la inutilidad de una política colonialista en América Latina y la oportunidad que le ofrecía la región para la ampliación del mercado norteamericano. En respuesta a su viraje en la política latinoamericana, el Secretario de Estado Cordell Hull firmó el compromiso de no intervención militar en el continente, no sin antes dejar una especie de constancia histórica sobre la posi¬bilidad de seguir utilizando la injerencia diplomática.

No fue fácil poner en práctica la nueva política anticolonia¬lista. Roosevelt se negó a intervenir militarmente en Cuba y en Nicaragua. A seguir la política anterior lo presionaban tanto su subsecretario de Estado Summer Wells cuya frase “ningún gobierno puede sobrevivir un largo período sin el reconocimiento de los Es¬tados Unidos”, se habia hecho famosa, como los embajadores suyos en Cen¬troaméricano y la Guardia Nacional nicaragüense bajo la direc¬ción de Anastasio Somoza. Así mismo es modificada la política de injerencia en un instructivo del propio Welles a los diplomáticos en Centroamérica para no seguir guiándose por el Tratado General de Paz y Amistad. “Generalmente ha ocurrido”, decía el instructivo, “que ese consejo se ha considerado inmediatamente como interven¬ción, y, en efecto, a veces terminó en una verdadera interven¬ción.” (9)

Pero serían México y Bolivia los países que se constituirían en la piedra de toque de la política del buen vecino de Roosevelt. Primero Bolivia y después México expropiaron las compañías petro¬leras, basadas en la propiedad estatal del subsuelo y en conflictos con las multinacionales norteamericanas. En gran medida la política intervencionista de Estados Unidos se había sustentado en la lega¬lidad de defender las inversiones económicas y de proteger la vida de sus ciudadanos. No fue este el caso. Roosevelt exigió reciproci¬dad por parte de los dos países a su política del buen vecino, pre¬sionó una solución negociada y se abstuvo de intervenir militar¬mente.

En realidad, dispuso de muy poco espacio de maniobra diplomática. Por una parte, la opinión pública de ambos países abrigaba fuertes sentimientos antinorteamericanos y, por otra parte, la situación mundial les permitía escudarse en la protección de Alemania y Japón, los rivales de Estados Unidos. Tanto en este caso como en el de las relaciones interamericanas en general, el estallido de la Segunda Guerra Mundial modificó substancialmente la situación a favor de Roosevelt.

Progresivamente la política norteamericana de agresión militar y diplomática se fue transformando durante las dos décadas del veinte y del treinta en una política de control económico sobre el continente. Estados Unidos contaba con una punta de lanza, sus in¬versiones petroleras y agroindustriales en el Caribe, en Cen¬troamérica, en México, Venezuela, Colombia y Bolivia. Había ini¬ciado una política agresiva de crédito a través de la compra de bonos de deuda pública y privada y para garantizar su cobro había es¬tablecido el Consejo de Protección de los Tenedores de Bonos Ex-tranjeros. Y con miras a ampliar su mercado de capitales había fun¬dado el Banco de Exportación e Importación, el cual se transfor¬maría en la década del cincuenta en el Banco Mundial. Para contra-rrestar la trayectoria colonialista, lo que hace Roosevelt es apo¬yarse al máximo en estos instrumentos económicos en sus relaciones con América Latina.

Ninguna medida tan trascendental para el nuevo giro de las relaciones interamericanas como la Ley de Convenios Comerciales de 1934, la cual se enmarca dentro de las medidas para superar una crisis económica ligada a la contracción del mercado. Ella le daba medios legales al gobierno de Roosevelt para establecer tratados comerciales con los países latinoamericanos. Las medidas protec-cionistas establecidas por el Acto Legislativo Smoot-Hawley de 1930 no habían permitido acelerar su firma. Cuba, Colombia, Brasil y Argentina firmaron tratados recíprocos de comercio entre 1934 y 1938. Asignarle a Estados Unidos el tratamiento de “nación más fa¬vorecida” para equiparar el tratamiento de su comercio al de las naciones europeas; congelar las tarifas aduaneras o disminuirlas de los productos norteamericanos; liberar los impuestos protec¬cionistas de los productos primarios exportados por los países de América Latina, constituyeron ejes centrales de los tratados.

Las condiciones excepcionales del mercado internacional im¬puestas por la guerra mundial no permitieron evaluar inmediatamente las consecuencias de los tratados recíprocos de comercio. Solamente una vez se restableció la normalidad al finalizar la guerra, se sintieron los efectos demoledores de unos tratados desiguales que concedieron ventajas excesivas a Estados Unidos. Para entonces se habían convertido en un obstáculo para el desarrollo de la industria de los países signatarios debido a la competencia de las mercancías norteamericanas y habían impedido el manejo racional de los recur¬sos del Estado.

El Ministro de Hacienda de Colombia, a quien le tocó desmontar el tratado en 1948, Hernán Jaramillo Ocampo, lo consideró suprema¬mente gravoso para la economía del país. Los países latinoameri¬canos se sometieron a la apertura de sus mercados a cambio del mejoramiento de las condiciones de ingreso para sus productos pri¬marios. Roosevelt, en esencia, caía, así, en la utilización de las mismas presiones económicas indebidas de sus predecesores tan dura¬mente criticadas por él en el lanzamiento de su política del buen vecino.

Tampoco fue ejemplar el comportamiento del buen vecino frente a las dictaduras latinoamericanas. Estados Unidos se mantuvo im¬pertérrito frente a los gobiernos dictatoriales de Venezuela, Ar¬gentina, Brasil, Centroamérica, el Caribe, y le abrió camino a las de República Dominicana y Cuba. Ya como Secretario de Estado de Roosevelt, Summer Wells calificaría a Batista como “esa figura ex¬traordinariamente brillante y hábil”. No era otra la forma como se referían a los dictadores latinoamericanos en ese momento. El go¬bierno de Roosevelt quedaría comprometido con el asesinato de Agusto César Sandino; apoyaría el gobierno paralelo de la Guardia Nacional de Somoza y lo llevaría al poder; se comprometería con el ascenso de Trujillo en República Dominicana; mantendría a Haití como protectorado; y atacaría el gobierno de Grau Sanmartín en Cuba para defender la subida de Fulgencio Batista. Ninguna acción en fa¬vor de los gobiernos democráticos fue tomada en esta etapa. Si ellos no florecían en América Latina, tampoco eran respetados por la potencia del Norte. Ningún interés o intención de desarrollar una “acción colectiva” en defensa de la democracia se asomó en el horizonte.

Las relaciones interamericanas pasaron por el período más tur¬bulento de su historia entre 1890 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Estuvieron dominadas por el intento colonialista de Estados Unidos; se vieron enfrentadas al intervencionismo militar y a la injerencia diplomática en los asuntos internos de casi todos los países del continente. Programáticamente la Doctrina Monroe pasó a ser de una defensa del continente para los americanos a una doctrina de agresión en favor de los interese económicos y es¬tratégicos de Estados Unidos. Al terminar la Primera Guerra Mundial había quedado con las manos libres para convertir a América Latina en lo que se ha llamado mundialmente su “patio trasero”. Y al ini¬ciarse la Segunda Guerra Mundial sus intentos colonialistas se habían trocado en una agresiva política comercial de dominio económico.

En el entretanto, los países latinoamericanos no lograron unirse para enfrentar la política colonialista de agresión por parte de Estados Unidos. Más preocupados por los conflictos entre ellos, sólo obtuvieron el reconocimiento de la no intervención y de la no injerencia en los asuntos internos de los países después de casi cuarenta años de la guerra hispano-norteamericana. No tuvieron la capacidad de asociarse en defensa de la integridad nacional. Más bien, asumieron con frecuencia actitudes sumisas que no se com¬padecían con la política de agresión que dominaba las relaciones interamericanas. Cuando finalmente, al término de esta etapa, lo¬graron ponerse de acuerdo para lograr la consagración del principio de no intervención, ya Estados Unidos había obtenido un predominio económico sobre el área no superado todavía a finales del siglo XX.

Ninguna acción colectiva eficaz contra el colonialismo. Ningún intento colectivo contra el intervencionismo. Ninguna acción colec¬tiva en defensa de la democracia. La Unión Panamericana, creada a finales del siglo XIX, era presidida invariablemente por funciona¬rios norteamericanos. Su ineficacia apenas era comparable con la de las resoluciones inocuas de las Conferencias Panamericanas.

América Latina, ensombrecida por el despotismo y amarrada por el lacayismo, se mantenía impotente. Veintisiete años de dictadura en Venezuela; veintidós años en Guatemala; once años en el Perú; e inestabilidad política en la mayoría de los países, no es un panorama edificante. Y se había dado comienzo a la de Getulio Var¬gas de quince años en Brasil, a la de Anastasio Somoza en Nicaragua de treinta y dos, a la de Fulgencio Batista de veintitrés en Cuba, a la de Trujillo de treinta y uno en República Dominicana, a la de Ubico en Guatemala de trece. Era un panorama desolador. En estas condiciones las relaciones interamericanas tienen que afrontar el desafío de la Segunda Guerra Mundial.

Tercera etapa: la alianza estratégica con Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y la conformación del sistema interamericano, 1939-1959

Cuando Estados Unidos ingresa a la Segunda Guerra Mundial, des¬pués del ataque japonés a Pearl Harbor, la conciencia lati¬noamericana en torno al fascismo y a las pretensiones de dominación mundial del Eje, conformado por Alemania, Italia y Japón, había avanzado notoriamente. No hay duda de que medio siglo de interven¬cionismo militar e injerencia política y económica estadounidense en América habían contribuido a abrirle un campo de simpatía a otras potencias, especialmente a Alemania, además de una corriente ideológica proclive al fascismo, en amplios círculos políticos de América Latina. En los conflictos de México y Bolivia, Alemania había servido de una especie de refugio potencial frente a cualquier intento de retaliación por parte de la política nortea¬mericana. Pero la agresión alemana directa sobre el centro y norte de Europa había cambiado con rapidez la posición de casi todos los países de América Latina.

Alemania no sólo poseía intereses económicos muy importantes en el hemisferio, sino que su influencia ideológica se había arra¬igado en amplios sectores políticos. La misma contemporización de los europeos con Hitler, refugiados en la política de concesiones de Chamberlain para detenerlo, contribuyó no poco a distorsionar la imagen del nazismo en el mundo y, particularmente, en América Latina.

El fascismo latinoamericano se había alimentado del auge de Mussolini en Italia, del resurgimiento económico y militar de Ale¬mania durante el gobierno de Hitler después de la humillación del Tratado de Versalles, del triunfo del General Franco en España con¬tra los republicanos y de la política imperialista de Estados Unidos en los últimos cincuenta años. El Movimiento Integralista de Brasil fue quizás su más refinada expresión. Hoy, probablemente, no esté de moda el nazifascismo, especialmente después de que se destaparon los crímenes cometidos con los judíos en Alemania. Pero, como tendencia ideológica y de conducta, pervive agazapada en sec¬tores políticos y militares latinoamericanos. Sólo es suficiente para comprobarlo, el remitirse a las recientes dictaduras militares de Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay.

El fascismo se conformó ideológicamente como una posición irre¬conciliable con el liberalismo individualista de la democracia representativa y contra el comunismo colectivista de la dictadura del proletariado. Al final de la Primera Guerra Mundial no era sino un movimiento localizado en Italia. Una década después había echado raíces en Autria, Hungría, Polonia, Rumania, Bulgaria, Grecia y Japón. En Alemania se había convertido en el nacional socialismo bajo la dirección de Adolfo Hitler. Y para el comienzo de la Se¬gunda Guerra, el fascismo había alcanzado extensión mundial. Su radical posición contra Estados Unidos, Inglaterra y Francia, se constituyó en uno de los atractivos políticos en América Latina, por el hecho de la trayectoria del enfrentamiento secular con la dominación inglesa y estadounidense.

Sin embargo, también ciertos aspectos de la ideología fascista encontraron eco profundo en algunos sectores dirigentes de América Latina. La concepción de un gobierno autoritario, el rechazo al régimen de elecciones populares, el caudillismo carismático, la convicción sobre la natural desigualdad social y económica de la sociedad, la afirmación de una jerarquía rígida como forma de es¬tructura social, la conformación de un corporativismo ligado al Es¬tado, la eliminación de las organizaciones sindicales y populares autónomas, una economía de acumulación privada absolutamente depen¬diente del régimen político, el militarismo, la arbitrariedad de las reglas del juego ante la ausencia de fiscalización del poder absoluto del gobernante, el rechazo al parlamento, eran rasgos ideo¬lógicos del nazifascisnmo que encajaban en las concepciones políticas de influyentes sectores de la clase dirigente latinoame¬ricana.

Entroncaban admirablemente con la nostalgia de imperio y del facilismo del poder absoluto de la tradición autocrática de la colonia española. Pero también facilitaban el aplastamiento de los movimientos obreros que habían surgido con fuerza y beligerancia en el hemisferio por influencia de la Revolución Rusa y de las organi¬zaciones campesinas que luchaban por una redistribución de la tierra contra los latifundistas tradicionales de la América his¬panoportuguesa. El fascismo alentaba la conciencia aristocrática de las clases poderosas latinoamericanas hondamente orgullosas de su jerarquía intocable frente a las clases populares, frente a los campesinos y obreros. Y, así mismo, alentaba un oculto y vergonzoso racismo contra los indígenas y los negros, descendientes estos úl-timos de los esclavos importados de Africa en los siglos XVII y XVIII.

Para los movimientos fascistas y profascistas de América Latina, la prédica de Mussolini y Hitler contra el liberalismo in¬dividualista, contra la revoluciones francesa y rusa, contra el co-munismo, contra la clase obrera, contra la democracia representa¬tiva, caían como anillo al dedo; servían de soporte ideológico para defender gobiernos dictatoriales y arbitrarios. El catolicismo fun-damentalista y tramontano de finales del siglo XIX que había defen¬dido los privilegios terratenientes coloniales y medievales contra el liberalismo y el capitalismo individualista, ya no ofrecía sufi¬ciente fundamentación de sus convicciones antidemocráticas y aris¬tocratizantes. Mussolini soñaba en un nuevo Imperio Romano Ger¬mánico. Hitler revivía la edad brillante de Bismarck. Y en América Latina, estos sectores fascistas, recurrían para su inspiración a figuras históricas del pasado defensoras de la dominación española, de las monarquías o de las estructuras económicas feudales que tan¬tas guerras civiles habían producido en el siglo XIX.

Además de los ideológicos o hereditarios, otros factores ope¬raban en la definición de América Latina frente a la Segunda Guerra Mundial. Los intereses económicos alemanes, como el monopolio de la aviación comercial o las inversiones industriales en varios países de América Latina, impedían una decisión rápida de ali¬neamiento con Estados Unidos. El peso ideológico de los partidos políticos favorables al fascismo o con simpatías hacia Mussolini, Hitler o Franco, determinaban la posición de los gobiernos. Los éxi¬tos militares de Alemania en los dos primeros años de la guerra inclinaban la opinión en favor de los triunfadores potenciales.

Pero, por otro lado, Estados Unidos había ya logrado modi¬ficar su imagen noto¬riamente y su decisión de comprometerse a una política de no inter¬vención militar y de no injerencia en los asun¬tos internos de los otros países, había logrado una unificación de criterio en las con¬ferencias continentales de 1936 y 1938. La ima¬gen del Presidente Roosevelt fascinaba a no pocos estadistas del hemisferio. Y la firma de los tratados comerciales con los gobier¬nos latinoameri¬canos, contrarrestaba eficazmente los intereses económicos alemanes en el área. Con todos sus tropiezos e inconsis¬tencias, la política del Buen Vecino fue factor determinante en la posición de América Latina frente al Eje.

Inicialmente los países americanos llegaron a un acuerdo común de mantener la neutralidad en el conflicto bélico, considerado fun¬damentalmente como una conflagración europea. Esta decisión no en¬contró mayores obstáculos. Haber optado por la neutralidad el go¬bierno de Roosevelt hasta el ataque de Pearl Harbor, fortaleció ini¬cialmente el movimiento fascista en un momento en que no cabía ya dudas sobre su ambición de dominar el mundo. Estados Unidos había adquirido una responsabilidad mundial con su participación en la Primera Guerra Mundial; había jugado un papel decisorio en el tratado de paz de Versalles; el fracaso de la Sociedad de Naciones en detener la ofensiva de Hitler en el centro de Europa, no le de¬jaba alternativa. Resultaba incomprensible haberse comprometido en la Primera Guerra Mundial y mantenerse neutral frente al peligro nazifascista.

No se trataba solamente de un conflicto de supremacía económica, como había podido ser la Primera Guerra Mundial. En esa ocasión Estados Unidos tampoco había respondido inmediatamente a las condiciones de la situación de Europa. Lo que estaba en juego era el futuro de la humanidad frente a una doctrina de dominación universal contra la que acabarían unidos los defensores de la democracia representativa y de la dictadura del proletariado . Man¬tener la neutralidad, como lo exigían los partidos y movimientos fascistas y profascistas de América Latina, significaba una garan-tía para las pretensiones alemanas y japonesas de dominación mundial.

En la Octava Conferencia Internacional de Estados Americanos celebrada en Lima en diciembre de 1938 se trató por primera vez el problema de una guerra europea que podría acarrear graves conse¬cuencias sobre la situación de América. No se aprobó ninguna acción colectiva para defenderse de la agresión de un país extraño al con¬tinente. La Declaración de Lima o Declaración de Solidaridad de América no pasó de allí, de ser una declaración de solidaridad que dejaba a cada país la decisión soberana de actuar sin compromiso colectivo. Solamente se avanzó en diseñar un organismo de consulta que sería convocado en caso de agresión o de peligro.

Persistió en la Conferencia el temor de los latinoamericanos a que Estados Unidos aprovechara cualquier garantía que se le otor¬gara exclusivamente en su propio interés expansionista. Argentina se opuso a unir fuerzas con Estados Unidos para una acción de defensa conjunta. Insistentemente había sido contraria en conferencias an¬teriores a compromisos de esa naturaleza, más por mantener una conexión europea que por no comprender el carácter de la solidari¬dad americana. Pero ahora pesaba el factor de la influencia fascista en el continente, además de la desconfianza y el rechazo a la política norteamericana del último medio siglo. Se avecinaba un conflicto entre los dos países que iría hasta después de la Guerra.

Cuatro reuniones americanas (Panamá, La Habana, Río de Janeiro y México), tres de consulta y la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, tuvieron lugar durante la guerra. Cada país fue tomando por su cuenta las determinaciones soberana¬mente. Para 1942 los nueve centroamericanos y del Caribe habían declarado la guerra y otros tres países (México, Venezuela y Colom¬bia) habían roto relaciones con el Eje. Ni siquiera en este momento trascendental para la humanidad amenazada por el peligro fascista, los países americanos lograron tomar una acción conjunta, ni para defenderse del enemigo común, ni para incorporarse colectivamente a la guerra antifascista.

Sin embargo, fue la guerra la que preparó las condiciones in¬mediatas de un sistema interamericano que partiría definitivamente del Acta de Chapultepec a principios de 1945. En primer lugar, la confrontación con la guerra trasladó el blanco de conflicto al peligro mundial fuera del continente. Estados Unidos se convirtió en un aliado ineludible. Varios países latinoamericanos le permi¬tieron establecer bases militares. Unos cien mil soldados nortea¬mericanos llegaron a estar acantonados en América Latina. Esto le permitió a Estados Unidos estrechar sus relaciones con casi todos los ejércitos latinoamericano, lo cual constituiría un factor esen¬cial para su política en las décadas subsiguientes. Todas las declaraciones contra el Eje, obtuvieron unanimidad, a pesar de las divergencias profundas con Argentina y Chile que las suavizaron.

En realidad, Argentina sólo rompió relaciones con el Eje en enero de 1944, cuando ya la balanza se inclinaba hacia los aliados. Para entonces los alemanes habían comenzado su retirada de Rusia, habían tenido que abandonar el cerco de Stalingrado, los aliados habían entrado en Italia por Sicilia y avanzaban hacia el norte, la ingleses habían derrotado a los alemanes en Africa y en el Pacífico los japoneses retrocedían cada vez más. La tardanza sospechosa de Argentina en un momento crucial para la historia del mundo, demues¬tra las dificultades pasadas y presentes de la solidaridad ameri¬cana. De todas maneras, frente al carácter de la guerra, América Latina terminó por unificarse y por establecer la alianza con Esta¬dos Unidos.

En segundo lugar, la economía de guerra obligó a Estados Unidos a modificar su actitud de presión y abuso con su poderío económico que había mantenido desde la última década del siglo pasado, aún en los momentos más brillantes de la política del Buen Vecino. Durante cinco años el país del Norte facilitó todas las condiciones para que los países latinoamericanos fortalecieran sus economías en el abastecimiento de materias primas. Cobre en Chile, estaño en Bolivia, acero en Brasil, petróleo en Venezuela, produc¬ción industrial de bienes primarios e intermedios para el abaste-cimiento de las tropas.

Con la excepción de Argentina y Panamá, todos los demás países latinoamericanos recibieron préstamos generosos y blandos con base en los Convenios Bilaterales de Préstamo y Arrendamiento. De una suma total de 475 millones de dólares entregados, casi el 75% se destinó a Brasil por haber dado facilidades especiales para el transporte aéreo de las tropas norteamericanas. La presión nortea-mericana sobre los latinoamericanos para adecuar las economías al desafío mundial de la guerra contra el fascismo había comenzado desde la reunión de Panamá en octubre de 1939. De allí saldría el Comité Consultivo Interamericano Económico y Financiero con ese propósito. Y en la reunión de La Habana de 1940 se establecería la Comisión Interamericana de Desarrollo. Estados Unidos buscaba con ello asegurarse sus materias primas y mercados firmes para sus ma¬nufacturas; América Latina trataba de defender los precios de sus productos primarios.

Casi todas las economías latinoamericanas obtuvieron cre¬cimientos económicos espectaculares en este período. Estados Unidos había diseñado desde principios de siglo una política sistemática de promover la modernización de la economía y del Estado en toda América Latina. Buscaba con ello crear condiciones favorables para la inversión directa y fortalecer la estructura financiera con mi¬ras a la exportación de capital. Inversión y crédito requerían la modernización de la infraestructura económica y de la organización del Estado. La misión Kemmerer, en los años veinte, había hecho parte de ese propósito. Durante la guerra, la política de modernización se aceleró y, de-bido a ello, toda América Latina experimentó ese crecimiento económico pocas veces logrado antes o después. Estados Unidos aprovecharía al máximo las posibilidades que le creó la moder¬nización de este quinquenio en la década del cincuenta con la in¬versión directa que le permitió la política de sustitución de im¬portaciones y las condiciones de una estructura estatal y fi¬nanciera apropiadas para el crédito externo.

De entonces en adelante, las relaciones interamericanas se desenvolverían dentro de una contradicción permanente, Estados Unidos tras la seguridad continental, América Latina en pos de condiciones favorables para su desarrollo económico. Apenas fina¬lizada la guerra, la confrontación internacional entre Estados Unidos y la Unión Soviética convertiría la seguridad continental en prioridad ineludible para el país del Norte, pero la modernización latinoamericana alcanzada durante la guerra colocaría desafíos ma¬yores a las economías de estos países.

Estados Unidos empezó a exigir reciprocidad para la ayuda económica. Tres fueron las condiciones en las que insistió siempre: eliminación o disminución de tarifas aduaneras, estímulo a la in¬versión extranjera y economía de empresa privada sin injerencia es¬tatal. Desde los primeros tratados de comercio firmados en la primera mitad del siglo XIX, en una u otra forma, estas tres exi¬gencias han persistido en el tiempo, aunque en ciertos momentos es¬tratégicos se han hecho más apremiantes. Sin duda alguna, al final de la guerra, Estados Unidos se encontraba en una posición privile¬giada de control económico sobre América Latina.

En tercer lugar, la guerra resultó un escenario de primera categoría para establecer las bases definitivas del sistema inter¬americano. Ya el principio de seguridad colectiva contra amenazas provenientes de fuera del continente no adolecían de falta de con¬tenido concreto. Por esa razón, las declaraciones de defensa colec¬tiva firmadas durante un siglo y casi nunca ratificadas adquirieron una realidad dramática. Cuando en La Habana los Ministros de Rela¬ciones Exteriores suscribieron el principio de que “todo intento de parte de un Estado no americano contra la integridad o inviolabili-dad del territorio, soberanía o independencia política de un Estado americano será considerado como un acto de agresión contra los Es¬tados que firman esta declaración,” Alemania había ocupado Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y parte de Francia y había encontrado gobiernos títeres fascistas o profascistas sobre los cuales solidificar su expansión política.

Si bien es cierto que Estados Unidos no logró una resolución de rompimiento colectivo de relaciones con el Eje ni menos una declaratoria de beligerancia activa ni en 1939 o en 1940 cuando no había entrado en la guerra y tampoco lo logró en 1942 en medio de la ofensiva general de Alemania en Europa, de Japón en el Pacífico y de Italia y Alemania en Africa, cada vez se fue diseñando un sistema de solidaridad, asistencia y defensa política interameri¬cano. El obstáculo para que el sistema no fuera simplemente declaratorio, sino efectivo, con instrumentos y medidas eficaces, fue la oposición de Argentina, permanentemente acusada por Estados Unidos y otros países latinoamericanos de tendencias nazi-fascis¬tas.

Primero se estableció la Junta Interamericana de Defensa. En seguida el Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política. Al mismo tiempo se conformaron comisiones conjuntas entre Estados Unidos y países latinoamericanos como México y Brasil. Y dos meses escasos antes de la rendición alemana y cinco antes de las bombas atómicas sobre Japón, los países americanos firmaron el Acta de Chapultepec en la Conferencia Interamericana sobre Proble¬mas de la Guerra y la Paz.

Durante la guerra, dos preocupaciones de primer orden habían sido el centro de atención de los acuerdos interamericanos, la se¬guridad continental frente a la agresión del Eje y la contención de la subversión fascista desplegada masivamente en todos los países del continente. El Acta de Chapultepec hace parte de la seguridad continental y responde a las condiciones históricas del momento, a las de la guerra. Sin embargo, además de la solidaridad frente a las amenazas extracontinentales, incluye la solidaridad frente a cualquier amenaza, independientemente de su origen. Es decir, se refiere a la inviolabilidad del territorio, de la soberanía y de la independencia, no importa si la agresión proviniere de fuera o de dentro del continente.

Por otra parte, exige que los países signatarios adopten en caso de amenazas o actos de agresión medidas tales como “el retiro de Jefes de Misión; la ruptura de las relaciones diplomáticas; la ruptura de las relaciones consulares; la ruptura de las relaciones postales, telegráficas, telefónicas y radiotelefónicas; la inter¬rupción de las relaciones económicas, económicas y financieras, el empleo de las fuerzas militares para evitar o repeler la agresión.” Como se trataba del problema de la guerra, esta resolución entró en vigencia inmediatamente, sin obligación de ser ratificada por los gobiernos. Era la primera vez que el sistema interamericano apro¬baba una acción colectiva, en defensa de la seguridad del conti¬nente.

Desde la Conferencia de Buenos Aires en 1936 hasta el final de la guerra, cada reunión interamericana se refirió a la defensa política del continente. Mientras la seguridad colectiva se orien-taba a contrarrestar amenazas militares o violaciones territo¬riales, la defensa política tenía que ver con el peligro ideológico y la infiltración doctrinaria del nazifascismo. Cada conferencia expidió resoluciones referentes al problema de la infiltración política y en la mayoría de las naciones del hemisferio fueron com¬plementadas con legislación propia. Según la resolución de Buenos Aires, había que defenderse del “peligro que suponían para las ins¬tituciones democráticas del Continente las ideología y actividades nazifascistas.” Allí mismo se declaró la “existencia de una demo¬cracia solidaria en América.”

En Panamá se hizo referencia a las “ideologías subversivas” que atentaban contra el “ideal interamericano” y se recomendó a los gobiernos tomar medidas para “extirpar en las Américas la propa¬ganda de las doctrinas que tiendan a poner en peligro el común ideal democrático interamericano.” En La Habana se aprobaron cinco resoluciones sobre la defensa política del continente. Todas ellas tuvieron que ver con recomendaciones a los gobiernos para que tomaran medidas contra actividades ilícitas de los diplomáticos o de particulares extranjeros o de nacionales provenientes de agentes nazifascistas atentatorias contra la paz y la tradición democrática de América.

En Río de Janeiro se aprobaron medidas más estrictas, precisa¬mente en un momento en que el desarrollo de la guerra era más grave para los aliados. La Resolución XVII clasificó en cuatro las medi¬das que deberían tomar los gobiernos americanos contra el nazifas¬cismo: controlar a los extranjeros peligrosos, evitar el abuso de la naturalización, regular el tránsito a través de las fronteras naturales y evitar actos de agresión política. Reiteradamente se hace referencia en los apartes de la resolución a la defensa de las instituciones democráticas, a la lucha contra la propaganda an-tidemocrática y a la preservación de la integridad e independen¬cia del Continente Americano.

El Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política que funcionó desde 1942 hasta la creación de la OEA en 1948, cons¬tituyó un paso definitivo en la conformación del sistema interame¬ricano. Aunque sólo trabajaron en él Argentina, Brasil, Chile, Es¬tados Unidos, México, Uruguay y Venezuela, las determinaciones tomadas respondieron a la situación de emergencia que vivía el mundo y en la que estaba implicada toda América. El último informe del Comité concluía en la necesidad de la existencia de un régimen democrático auténtico en todos los países americanos, “exento de los vicios y debilidades que predisponen a la infiltración y desarro¬llo de las doctrinas totalitarias.”

Con la guerra, la seguridad colectiva del Continente había salido por fin de la retórica; la confrontación con un enemigo real y común lo había logrado. Al mismo tiempo, el carácter de la ideo-logía fascista y el desarrollo de las dictaduras en Alemania, Italia y Japón colocaba a la democracia representativa como una forma de gobierno ineludible. No resulta fácil entender las declaraciones de este período referentes a la trayectoria democrática de América, tomada como un todo, ni a los ideales democráticos del continente. Solamente Estados Unidos, Colombia y Chile contaban en ese momento con la autoridad suficiente para referirse a esa trayectoria. La historia latinoamericana de los siguientes cincuenta años sólo dejaría intacto a Estados Unidos.

No resulta fácil comprender las declaraciones sobre el “ideal democrático interamericano”, ni las amenazas contra las “instituciones democráticas del Continente”, cuando la democracia representativa no era en ese momento, ni lo había sido, una forma de gobierno generalizada en los países de América Latina. Durante la guerra habían persistido las dictaduras de República Dominicana, Cuba, Nicaragua, Brasil y Guatemala, sin tener en cuenta las que se habían derrumbado en vísperas del estallido bélico, como las de Perú, Venezuela y El Salvador. De aquí en adelante, la referencia a los ideales democráticos habrá que entenderla como el rechazo a la ideología nazifascista en la coyuntura del momento y a la ideología marxista en el inmediato futuro, con connotaciones de carácter económico y social más que como una afirmación de la democracia representativa. Las declaraciones en favor del ideal democrático hay que entenderlas como un rechazo a transformaciones económicas y sociales contrarias al funcionamiento del capitalismo de libre em¬presa defendido por Estados Unidos.

La década del cincuenta verá florecer las dictaduras militares por toda América Latina. A las dictaduras del tiempo de guerra se sumarán la de Leonardi en Argentina, la de la Junta Militar en Bolivia, la de Rojas Pinilla en Colombia, la de otra Junta Militar en Honduras, la de Stroessner en Paraguay, la de Odría en Perú y la de Pérez Jiménez en Venezuela, además del derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala que no harán honor a la democracia. Para Estados Unidos no importará la defensa de los gobiernos elegidos por voto popular, sino la contención del comunismo, no importa el tipo de régimen político que se requiera para ello. Todo lo que no se someta a los intereses estratégicos mundiales y continentales del país vencedor de la Segunda Guerra Mundial, tendrá el sabor de comunismo. En esa forma se irá preparando el ambiente para involucrar a América Latina en la guerra fría en el período siguiente a la revolución cubana.

Liquidado el fascismo, quedaba como enemigo ideológico y político, el comunismo. Resulta coincidencialmente simbólico que la Organización de Estados Americanos, OEA, hubiera nacido al mismo tiempo y en el mismo lugar de un levantamiento popular contra el gobierno de Colombia de Mariano Ospina Pérez, a raíz del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, que bien pudo haberse convertido en una revolución socialista. Fue el bogotazo del 9 de abril de 1948, mientras se celebraba la Novena Conferencia Internacional Americana. Durante las dos décadas siguientes, pero, sobre todo, en la década del sesenta, el órgano de consulta de la OEA jugará un papel determinante en la que se denominará la contención del comunismo en el hemisferio. La Conferencia aprobaría la primera resolución anticomunista de los países americanos denominada “La conservación y defensa de la democracia en América”.

Si el Acta de Chapultepec había recogido la experiencia de la guerra en la práctica de la solidaridad americana y de una alianza de América Latina con Estados Unidos, igualmente definió las pautas del sistema interamericano que se haría realidad en el Tratado In¬teramericano de Asistencia Recíproca, TIAR, en la Carta de la OEA y en el Pacto de Bogotá. Como intento de confederación política, en la forma de solidaridad y asistencia o en el carácter de organi¬zación, el sistema interamericano ha intentado permanentemente con¬vertirse en una instancia continental de acción colectiva. Esos tres documentos expresan el esfuerzo de siglo y medio por llegar a una realización tangible.

Tres obstáculos de mucho peso se interpusieron entonces en la obtención de esa meta. Ante todo, la contradicción de un órgano regional con el de uno de carácter mundial como la Organización de las Naciones Unidas. En este caso, de nuevo surge el choque con los criterios defendidos por Estados Unidos, porque ni permitía representación permanente de América Latina en el Consejo de Seguridad, ni aceptaba la independencia del órgano regional. En el forcejeo de las grandes potencias por obtener el control de las Naciones Unidas, Estados Unidos pretendía al mismo tiempo preservar su influencia dominante en el continente, pero dejar el campo abierto para ampliarla fuera de él. En palabras de un especialista en América Latina, David Green, Estados Unidos buscaba “un hemisferio cerrado en un mundo abierto”. Su constancia en el Acta de Chapultepec es consecuencia de esa posición: “Dicho acuerdo y las actividades y procedimientos pertinentes estarán de conformidad con los fines y principios de la organización internacional general, cuando llegue a establecerse”.

En segundo lugar, la posición secundaria de América Latina en el contexto mundial. Para Estados Unidos las dos preocupaciones del momento tenían que ver con la reconstrucción de Europa y con la contención de la Unión Soviética. De los acuerdos de Yalta, la Unión Soviética había obtenido ventajas decisivas, pero los esfuerzos de recuperación por las pérdidas de la guerra, mayores que la de todos los demás países beligerantes, dejaban a Estados Unidos transitoriamente como árbitro de la situación mundial. En lugar de debilitarse, Estados Unidos había emergido de la guerra como la primera potencia económica. Su territorio había quedado incólume. Su sistema productivo más fortalecido que nunca por el esfuerzo de aprovisionamiento para la guerra. Y militarmente se había convertido en la única potencia atómica.

En la Conferencia de Río de Janeiro en 1947, el Secretario de Estado, George Marshall, notificó a los países latinoamericanos sobre las prioridades de su país. Un año más tarde, en Bogotá, lo ratificaría. Tanto para el gobierno de Truman como para el de Eisenhower, América Latina y la OEA, constituirían un problema de segunda categoría. Vendría la guerra de Corea y la transformación de la Unión Soviética en una potencia atómica, con lo cual la política norteamericana de contención adquiriría mayor vigencia. Ni los acontecimientos de Guatemala, interpretados como una amenaza comunista en el continente, ni la asonada contra el vicepresidente Richard Nixon en Caracas, harían cambiar la posición de Estados Unidos.

Pero además, las relaciones de los países latinoamericanos con el país del Norte, convertido ahora en la superpotencia mundial más poderosa de la historia, enfrentaron dificultades adicionales. Inmediatamente, al término de la guerra, América Latina aspiró a sacar ventajas económicas del esfuerzo hecho durante la guerra para colaborar con Estados Unidos y de la alianza política y militar que había establecido. En este sentido, exigió de Estados Unidos, sin muchos resultados, condiciones favorables para los productos de la región y para las materias primas de que lo abastecía. Así mismo, abogó por sistemas de crédito blando con miras a desarrollar el proceso de modernización ya iniciado durante las dos décadas anteriores. Entre los latinoamericanos fue tomando influencia la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, con asiento en las Naciones Unidas, en donde adquirieron auge las teorías de la dependencia, críticas de la situación de hegemonía económica atribuida a la superpotencia estadounidense.

Inicialmente, la propuesta cepalina de sustitución de importaciones, acogida por casi todos los países latinoamericanos, pareció poder erigirse en una fórmula de desarrollo económico eficaz y de independencia frente al dominio de Estados Unidos. Por esa razón, los norteamericanos se opusieron a la CEPAL. Pero, a la vuelta de pocos años, resultó lo contrario, es decir, llegó a ser la fórmula más eficaz de inversión directa por parte de los grandes consorcios industriales estadounidenses. A primera vista, los países de América Latina que supieron aprovechar la sustitución de importaciones aumentaron su planta industrial, pero perdieron su capacidad financiera que pasó inexorablemente a manos de los organismos internacionales de crédito recién fortalecidos y de la banca privada de la superpotencia.

Aprovechando el poder económico logrado durante la guerra y el puesto casi hegemónico en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, Estados Unidos, con la dirección de John Foster Dulles, Secretario de Estado de Eisenhower, regresó a las peores épocas agresivas de la diplomacia del dólar. Con el fin de contener la influencia soviética en el mundo, cualquier método era factible y cualquier instrumento resultaba lícito. De la Ley de Seguridad Mutua aprobada en 1951, Dulles sacó las mayores ventajas. Estados Unidos logró firmar Convenios de Ayuda para la Defensa Mutua con doce países latinoamericanos, a las que obligaba a limitar su comercio con las naciones soviéticas.

De un mayor dramatismo resultó la contradicción sobre la democracia. Todas las resoluciones contra el comunismo invocan de ahí en adelante la defensa de la democracia. Pero ninguna define lo que quiere significarse con el término. En Bogotá fracasa estruendosamente un intento por definir el significado del término democracia. No podía ser de otra manera. Todas las resoluciones anticomunistas de la OEA y en favor de la democracia están firmadas por los dictadores latinoamericanos. Lo hicieron entonces sin ningún escrúpulo, precisamente por su particular interpretación del término “democrático”, dentro del cual todos ellos se incluían.

Pero, además, Estados Unidos venía cortejando a los dictadores latinoamericanos. A Trujillo le debía favores de guerra por haber puesto a su disposición sin restricciones el país entero para el establecimiento de bases militares. Y a Pérez Jiménez, el haberse convertido en el modelo de la lucha contra la subversión anticomunista y por las políticas de inversión norteamericana sin limitaciones que había adoptado. John Foster Dulles, que se había convertido en el apóstol de la lucha contra el comunismo en América Latina, llegaría a afirmar de Pérez Jiménez: “Venezuela es un país que ha adoptado la clase de política que a nuestro entender deberían adoptar los demás países de Sudamérica”. Juan Domingo Perón en Argentina abanderaba una posición “tercerista” que él denominó “justicialismo”, algo así como una posición distinta del capitalismo y el socialismo, pero de todas maneras opuesta a la política norteamericana y poco afecta a la democracia. Sin embargo, a fines de la de la década del cincuenta, en medio de la grave crisis económica que se había desatado en Argentina, acudió a su secular enemigo y fue aceptado con bombos y platillos.

Todas estas contradicciones del sistema interamericano vinieron a sentirse mucho antes de que cualquiera lo hubiera previsto. Los presidentes electos de Guatemala al término de la dictadura de Ubico, Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, iniciaron un conjunto de reformas radicales, especialmente de reforma agraria. Arbenz, también célebre por su famosa polémica con Estados Unidos titulada Fábulas del tiburón y las sardinas, se embarcó en la expropiación de 160.000 hectáreas de la United Fruit Company, de la cual Foster Dulles había sido abogado. Inmediatamente el gobierno de Guatemala fue acusado de comunista.

En la Décima Conferencia Interamericana de Caracas celebrada en 1954, Dulles trató de obtener el apoyo de los países latinoamericanos para una declaración que considerara violatorio de los tratados de asistencia recíproca y de la Doctrina Monroe el establecimiento de un gobierno comunista en el Continente. México y Argentina votaron en contra de un proyecto de resolución muy suavizado. Como Guatemala se opuso igualmente a una declaración de esa naturaleza, Dulles declaró, refiriéndose a la actitud guatemalteca: “Esta penetración del despotismo soviético fue, claro está, una amenaza directa a nuestra Doctrina Monroe, la primera y más fundamental de nuestras políticas extranjeras.” La invocación de la Doctrina Monroe se había convertido en un arma expansionista de Estados Unidos y había dejado de ser la defensa de la soberanía de los países americanos contra la amenaza de reconquista europea.

En seguida Honduras y Nicaragua recibieron ayuda militar de Estados Unidos y Guatemala fue sorprendida por la invasión de tropas provenientes de Honduras al mando del coronel exilado Carlos Castillo Armas. Posteriormente se comprobó la intervención de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, en ese momento dirigida por el hermano del Secretario de Estado. Guatemala llevó el caso al Consejo de Seguridad, Honduras y Nicaragua pidieron intervención del Comité Interamericano de Paz, mientras Estados Unidos proponía en el Consejo de Seguridad que el caso fuera llevado a la OEA. La proposición norteamericana fue vetada por la Unión Soviética, el caso fue llevado a la OEA, el gobierno de Arbenz fue derrocado y ninguna de las dos organizaciones, ni la internacional ni la interamericana, se pronunciaron sobre el hecho.

Un gobierno elegido por elecciones democráticas había sido derrocado por una intervención armada y la OEA, con tantas declaraciones en defensa de la democracia, había sido incapaz de tomar una determinación para preservarla en Guatemala. Al contrario, el Consejo de la Organización de Estados Americanos revocó la resolución de convocatoria del Consejo Consultivo aprobado en el Tratado de Río de Janeiro para que tratara el conflicto de Guatemala. El Presidente del Consejo comenzó su informe de la siguiente manera: “…me permito dar a los honorables miembros del Consejo una noticia que estoy seguro de que han de recibir con sumo agrado.” En seguida explicaba el acuerdo de los militares para quedarse en el gobierno y la inutilidad de convocar el órgano de consulta que iba a considerar “el peligro que significaba para la paz de América la penetración del Comunismo Internacional en las instituciones políticas de Guatemala.” A continuación fue aplazada sin fecha la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores y nunca más se volvió a tratar el derrocamiento de un gobierno elegido legal y popularmente.

Cuando en la década siguiente el sistema interamericano se enfrente a la situación de Cuba en el Continente, la división de los países latinoamericanos será más grave de lo que fue ante el caso de Guatemala. Pero el conflicto entre lo que se denominará la defensa de la democracia o el ataque a la penetración del comunismo se agudizará. El fracaso de la OEA frente al caso de Guatemala alcanzará entonces hondas repercusiones. América Latina se encontraba en medio de un conflicto mundial, en el que no iba a ser simplemente un convidado de piedra, como más o menos lo había sido durante la Segunda Guerra Mundial. El caso Guatemala había puesto a prueba el sistema interamericano sólo a seis años de haberse aprobado la Carta de la OEA y había probado ser inútil. La democracia no había sido defendida. Y los mecanismos establecidos para ello habían sido manipulados impunemente por Estados Unidos. Una vez más el intervencionismo estadounidense encontraba una justificación para actuar y los países latinoamericanos lo aceptaban con la excepción de México, Argentina y el país afectado. Se habían confundido de nuevo los intereses económicos del país del Norte con la defensa de los intereses del Continente.

NOTAS

(1) José Joaquín Caicedo Castilla, Historia diplomática de Colombia, 2 vols., en Historia extensa de Colombia, vol XVII, pag. 243.

(2) Van Alstyne, The Rising American Empire, pag. 201, citado por Connell-Smith, Los Estdos Unidos y la América Latina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1977, pag. 161.

(3) Citado por J. F. Rippy, The United States and Mexico, Alfred A. Knox, 1926, pag. 332.

(4) Ver Connell-Smith, op. cit., pag. 176

(5) Rafael Uribe Uribe, “Conferencia Panamericana, informe de la delegación de Colombia en la tercera Conferencia Panamericana,” en Por América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial Kelly, 2 vols, Bogotá, 1955, t.I, pag. 135.

(6) Rafael Reyes en la Conferencia de México de 1901, citado por José Fernando Ocampo, Colombia siglo XX, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1980, pag. 55.

(7) En un texto dictado por Roosevelt a Stefen Early en 1940, citado enteramente por Bryce Wood, La política del buen vecino, editorial UTEHA, México, 1961, pag. 116.

(8)Ibid.

(9)Ibid., pag. 132.

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El Salvador: paisajes políticos y paisajes electorales

A esta altura del partido en el país, no todo lo político es electoral, pero si todo lo electoral es político. Cada fuerza social y política rompe con la cultura del último minuto y se prepara con mucha anticipación – año y medio-para colocarse en los primeros lugares de la carrera electoral presidencial. Y en esta situación, es conveniente distinguir entre escenarios políticos y escenarios electorales.

En política, las percepciones se convierten en realidades. Si alguien es percibido como débil esa es la realidad. Si alguien es percibido como fuerte esa es la realidad. Es una realidad mediática que termina por imponerse y determinar la imagen, no obstante que es una realidad construida, inducida, facilitada, pero se vuelve real, objetiva, fáctica. Lo que no significa que no pueda modificarse. Es posible, así como es posible que una simple cascara en el camino haga deslizar y derribe a un gigante.

A continuación abordamos estos aspectos, desde una óptica de movimiento popular o sea de izquierda social. Lo hacemos desde varios niveles de análisis: desde el teórico, desde el fotográfico (la situación del momento) y desde la prospectiva (hacia futuro).
Lo político y la política del paisaje salvadoreño

Cuando nos referimos a lo político estamos hablando de ese amplio espectro que abarca una parte de la superestructura del edificio social y que se refleja en el aparato político-jurídico, que comprende el estado y su sistema político, incluyendo los partidos y las elecciones. La otra dimensión de lo superestructural es lo ideológico. Y la base del edificio social es la estructura económica, en este conocido esquema de análisis.

Mientras que cuando hablamos de la política nos referimos a las diversas expresiones de la lucha de clases, una de las cuales es precisamente la lucha política. Pero también está la lucha económica y la lucha ideológica. Lo político es el marco institucional legal, mientras que la política es el choque de intereses y visiones entre las diferentes fuerzas sociales que se disputan el control del estado.
Lo político es lo estable y continúo mientras que la política es el movimiento, el choque, la pelea entre fuerzas sociales con proyectos divergentes de país, que van originando las diversas correlaciones de fuerza, los distintos momentos y panoramas coyunturales.

El actual sistema político salvadoreño se establece en 1982, en el marco de un conflicto militar, y se fortalece en 1992 con la incorporación de la izquierda armada a la lucha política electoral. Y este sistema recibe en el 2009 un nuevo empuje, al verificarse la alternabilidad electoral sin ningún tipo de crisis significativa. El sistema comprobó por medio de la alternabilidad que podía asimilar cualquier opción política sin desmoronarse.

En lo político los niveles de consenso o disenso de las fuerzas sociales o políticas alrededor de las políticas de país, impactan profundamente en el funcionamiento de las instituciones del estado. En nuestro caso, la polarización ha sido la norma y no la excepción. Y lo seguirá siendo mientras no se modifique la actual correlación de fuerzas, que es de equilibrio, y viene así desde el conflicto armado.

Esta es una herencia de doce años de guerra que tuvo un desenlace negociado, por lo que el proyecto de país sigue sin definirse. Los cuatro gobiernos de ARENA no lograron romper este ciclo. Eso vuelve cada elección una batalla decisiva. Lo político – aunque cada vez menos- sigue vinculado a la disputa histórica por la continuidad o ruptura del sistema.

Lo político determina la política. Las líneas de los partidos y las acciones de los movimientos sociales, tanto empresariales como populares, así como la cotidianidad del ciudadano están atravesadas por las decisiones que desde lo político realizan los sectores gobernantes y que impactan en el ciudadano y en su economía, seguridad, costo de la vida, empleo, educación, salud, etc.

En la política impactan positiva y negativamente las políticas gubernamentales; las políticas municipales, las visiones y decisiones empresariales y de los sectores populares; la actitud de poderes fácticos que no van a elecciones, pero mandan, como son las Fuerzas Armadas, la Iglesia, los Medios de Comunicación, y los Estados Unidos, entre otros.

En la política existe una campaña electoral en curso, con un candidato débil con un programa fuerte; un candidato fuerte con un programa débil y la posibilidad de un candidato fuerte con un programa fuerte. Pero a la vez existen otras variables a considerar en este horizonte, son el aparato partidario y la estrategia electoral. Y la ultima pero quizás la más importante, una sólida y bien protegida alcancía, o sea las finanzas, el financiamiento de la campaña.

La fuerza política que logre combinar de manera adecuada estas cinco variables lograra despejar la incógnita de la ecuación, y por lo tanto, encontrar el tesoro de la victoria electoral. Y son por lo menos tres las fuerzas en disputa. Y se han lanzado ya dos toreros al ruedo…y falta uno.

Un presidente Funes que va de salida

Ya relativamente falta poco para que el presidente Funes termine de darse la vuelta en el caballito de la presidencia. Ya camina por el cuarto y penúltimo año. Y con un envidiable nivel de popularidad, seguramente se prepara para emprender el viaje de regreso hacia la civilidad. Pero es claro que regresara al hogar con un cargamento político muy valioso. Experiencia, popularidad, relaciones y quizás recursos. Claro, sin aparato partidario. Pero a veces, los aparatos partidarios son cargas pesadas que es mejor evitar.

En lo que le queda de mandatario, el presidente Funes necesita garantizar su presencia y herencia como símbolo del cambio, en las diversas y principales opciones electorales presidenciales. Necesita blindar su gobierno de críticas y patentar como propios los diversos programas de compensación social que ha ejecutado. En esta tarea le va corresponder legitimar o torpedear candidaturas. No tiene opción. A menos que se decida por el silencio, lo cual es poco probable. Ha empezado a hablar y lo seguirá haciendo…

Y parece ser que se prepara para cabalgar como un experimentado jinete, afianzado de las crines de dos caballos en contienda, con una pierna en la izquierda y otra en la derecha. La apuesta es garantizar la continuidad de su novedoso proyecto político socialdemócrata consistente en una alianza con EE.UU., el afianzamiento en el estado de un nuevo sector empresarial y los subsidios para sectores populares. Un coctel que seguramente va marcar el programa de los candidatos en contienda, hasta terminar entonando con voces diferentes una misma melodía.

Los tortuosos caminos de la ANEP

Es impresionante la capacidad del empresariado salvadoreño para mimetizarse y aparecer públicamente como abanderados de procesos de democratización, de lucha contra la corrupción y de abrirse a la construcción de alianzas que favorezcan la participación popular. Cosas veredes.

Y a la vez que se mantiene un discurso confrontativo, que pone en evidencia el dolor que causa haber sido desplazados de la conducción gubernamental, juega y coquetea con propuestas de exigir mayor transparencia en una gestión que ya no controlan.

Le correspondió a Jorge Daboub conducir el barco empresarial de la ANEP en esta tormenta que amenaza con hundirlos cada vez más en la irrelevancia. Y lo ha hecho ciñéndose al pie de la letra al papel asignado como gladiador frente al presidente Funes. Un triste papel que el anterior presidente de la ANEP, Carlos Araujo, se negó a desempeñar.

La nueva izquierda abraza la senda electoral

La decisión del partido Tendencia Revolucionaria de abrazar la senda electoral por medio del frente político Movimiento Nuevo País, MNP, constituye un nuevo desarrollo en las filas de la izquierda. Viene a sumarse a por lo menos tres esfuerzos anteriores de construir coaliciones y frentes de lucha popular. Entre estos podemos mencionar al MPJS (2008), a la CPC (2009) y al MDP (2011).

Es una decisión que viene a consolidar la tesis ya generalizada dentro de la izquierda y de la derecha, de la vía electoral como la única forma de acceder al poder. En este sentido, es un reconocimiento al sistema político establecido de democracia representativa, que niega o al menos debilita la opción de la lucha popular extraparlamentaria como vía al poder.

El que la TR sacrifique su antigua visión y estrategia de lucha popular a cambio de la participación en la lucha electoral, únicamente puede entenderse a la luz de la necesidad de crecer orgánicamente y convertirse en un significativo referente político municipal o legislativo, lo cual es posible pero no fácil.

Parece ser un retroceso en lo ideológico, pero un avance en lo político. La apuesta será seguramente recoger el descontento de sectores de izquierda al interior del FMLN y de los sectores populares. No será sencillo, hay una cultura de la organicidad que será difícil de romper.

La lucha por la unidad popular

La lucha popular se expresa en la actualidad en tres grandes vertientes que fluyen separadas, pero que pueden y deben unirse. La vertiente principal por su capacidad de convocatoria popular y de musculo organizativo es la vinculada al FMLN y que se manifiesta en dos grandes arroyos: CONPHAS y CIRAC. Son dos expresiones debido a los imperecederos ombligos históricos.

La otra gran vertiente de masas está vinculada a la labor social realizada por el gobierno Funes en el agro, con los excombatientes, con las mujeres y jóvenes, y con el movimiento sindical. Se expresa orgánicamente en la Unidad Nacional por la Defensa y Profundización de los Cambios. Hace unas semanas constituyó en el CIFCO el Movimiento Campesino Salvadoreño.

La tercera vertiente está relacionada con la TR. Se expresa en una serie de luchas, radios comunitarias y de redes sociales, en diversas partes del país, que incluye las importantes luchas contra la minería, por la defensa del agua, en contra de las presas, a favor de las luchas ambientalistas e indígenas.

La fuerza que desde la izquierda logre buscar entendimientos entre estas tres vertientes contribuirá de manera decisiva a la construcción de un poderoso instrumento de lucha popular, que rebase lo electoral y afiance la lucha popular antiimperialista como estrategia principal de los sectores revolucionarios y democráticos.

El Alcalde que sueña con ser presidente

Desde sus maromas provocadoras desde el 2008 en contra de la entonces alcaldesa Violeta Menjívar, Norman Quijano sabía que ganar San Salvador en el 2009 y luego en el 2012 lo convertiría al interior de su partido en el seguro candidato presidencial del 2014. Y efectivamente así sucedió.

Norman tiene como ventajas para garantizarle a ARENA la recuperación del ejecutivo las siguientes: capacidad ilimitada para prometer hasta lo imposible; la posibilidad de un relevo presidencial republicano en Estados Unidos, y la posibilidad de recursos y de la unidad del partido.

Las encuestas lo ubican como el próximo presidente, pero para que este sueño se convierta en realidad Quijano necesita resolver dentro de su partido líos pendientes con Cristiani, limar asperezas con los precandidatos derrotados, en especial con Doña Vilma; lograr que su popularidad en las bases areneras y en las encuestas haga el milagro de sacar las chequeras de los contribuyentes del partido; y finalmente, que desde su ya complicada alcaldía no surja una crisis que le amargue su dilatada marcha triunfal a saborear la guayaba de la presidencia.

El vicepresidente que sueña con ser presidente

Con la muerte de Schafik en el 2006, Salvador Sánchez Ceren aumentó significativamente su peso como uno de los líderes más respetados e influyentes en la dirección del FMLN. Destacado líder magisterial en la década de los setenta, y jefe máximo luego del suicido de Marcial, de las poderosas FPL. Fue un aliado estratégico de Schafik tanto durante el conflicto armado, durante el proceso de negociación y en la construcción del FMLN como fuerza político electoral.

La decisión de la dirección de FMLN de llevarlo como candidato obedece a la necesidad de evitar cometer el error de llevar a la presidencia a una persona que no refleje la línea partidaria, como pasa con el presidente Funes. Es un error que no volverán a cometer, aunque para ello necesiten sacrificar evidentes criterios electorales de potabilidad así como redoblar el esfuerzo por posicionarse en las urnas.

Pero como en política nada está escrito en piedra, la apuesta electoral del FMLN es a remontar las dificultades y lograr mediante una bien articulada estrategia de largo plazo entusiasmar a su militancia y enamorar al voto indeciso, el cual supuestamente tendrá la suficiente claridad para no caer víctima de la propaganda y defenderá las conquistas sociales logradas en este gobierno. En caso que esta sea una estrategia exitosa, el FMLN seguiría gobernando otros cinco años.

El expresidente que sueña con reengancharse

La sola mención de su nombre parece despertar vicios y pasiones olvidadas y temores incontrolables, y esto es ya un logro de su singular campaña mediática basada en la negativa y la incertidumbre. Lo real es que el expresidente Saca es un actor de ambiciosas pretensiones.

Y al convertirse en el tercero en discordia, estaría modificando profundamente el escenario de estas elecciones presidenciales. Tiene experiencia, carisma, relaciones y recursos. Y si cuenta con el aval del actual propietario residente de Casa Presidencial les cosas incluso se le facilitarían, ya que navegaría bajo la bandera del cambio.

Para la derecha arenera la candidatura del innombrable es una pesadilla porque saben que representa los intereses de un nuevo bloque histórico que pugna por establecerse y por desplazar definitivamente a la tradicional oligarquía. Pero también en la izquierda política resultan sospechosas las ya frecuentes concentraciones populares que se realizan sin su autorización y que hablan de “una tercera fuerza.”

Los candidatos Un ménage a trois o el bipartidismo tradicional

El FMLN se ve obligado a llevar un candidato histórico para garantizar la cohesión de su base interna y asegurar así el “voto duro.” Un voto duro que se paralizó en marzo pasado pero que se espera recuperar para el 2014.

La posibilidad de “una tercera fuerza” viene a modificar sustancialmente el esquema de polarización bipartidaria y puede afectar en diversos grados a los dos partidos grandes. Este menage a trois electoral puede tener resultados imprevisibles y alterar el balance de fuerzas existente hasta el momento. El alargamiento premeditado de Saca es parte integral de esta estrategia y de la emergencia de este peligrosos triangulo.

Los programas subsidios vs. inversiones

Los subsidios y las inversiones aparecen como los polos sobre los que gravitaran los debates y las ofertas. ARENA se presentara como la opción para salvar la economía “estancada” mediante el impulso de la inversión extranjera y así crear empleos y disminuir el costo de la vida. A nivel de seguridad se les complica la situación porque “la tregua de las pandillas” es una medida exitosa que difícilmente podrán atreverse a cuestionar.

El FMLN se presentara como los continuadores de los cambios, y van a reivindicar y con razón los uniformes, zapatos y útiles escolares, el vaso de leche, la reactivación del agro, y hasta el subsidio al transporte.

Los aparatos partidarios y los indecisos

Tanto ARENA como el FMLN han logrado dominar la técnica y el arte de la lucha electoral. Son maquinarias electorales. El enfrentamiento electoral es su elemento, su hábitat natural. Y esto hará a las elecciones presidenciales de 2014 especialmente reñidas.

Lo que es un hecho para ambas maquinarias electorales es que ningunos comicios podrán ganare exclusivamente con su voto duro. Necesitaran conquistar el voto de los sectores indecisos, que son muy variables y responden fuertemente a percepciones del momento.

Las estrategias electorales: coalición o partido

Cada partido diseña una estrategia electoral que le permita fortalecer y multiplicar sus fuerzas, neutralizar cualquier tipo de amenazas y aislar para luego derrotar a su adversario. En la experiencia del FMLN la única vez que ha logrado la victoria ha sido mediante una amplia y multifacética alianza electoral.

Para ARENA la última vez que ha logrado alcanzar la derrota ha sido mediante una alianza que incluyo al PCN, al PDC e incluso al Movimiento Renovador. ARENA en cuatro ocasiones ha ganado solo y el FMLN únicamente ha ganado acompañado.

Los escenarios de futuro (tendencias y perspectivas)

Se pueden presentar diversos escenarios. La tendencia principal en la actualidad, a año y medio del evento electoral, es hacia la restauración oligárquica. Esto se puede modificar. Ojala que se modifique. Pero un claro escenario de futuro es la victoria de ARENA en primera vuelta. Para esto necesita rebasar la votación segura de su “voto duro” con más de medio millón de votos.

Otro escenario es la posibilidad de una segunda vuelta., sea entre ARENA y el FMLN, o entre ARENA y GANA. Algunos confían en que el “bloque” de fuerzas legislativo FMLN, GANA, CN y PES se va traducir en una alianza formal o informal que permitirá derrotar a ARENA en segunda vuelta. ¿Votaría la base del FMLN por Saca? ¿Votaría la base de GANA por Sánchez Ceren?

Un último escenario es el de un segundo gobierno del FMLN. Para lograr esto el FMLN necesita asegurar un resultado electoral que sobrepase con más de medio millón de votos su techo electoral histórico, que anda por los 800, 000 votos. Esos votos debe obtenerlos por medio de una exitosa estrategia electoral o por medio de alianzas, o por ambos elementos.-