INTRODUCCIÓN
Siempre consideraré como una de las grandes satisfac-
ciones de mi vida el haber tenido la oportunidad de recoger el
testimonio vital del compañero Miguel Mármol. Como escri-
tor y como militante revolucionario, como latinoamericano y
como salvadoreño, considero que esta oportunidad fue un
verdadero privilegio para mí, ya que el recogimiento de ese
testimonio involucró el recogimiento de unos cincuenta años
de historia salvadoreña (particularmente en lo que se refiere al
movimiento obrero organizado y al Partido Comunista) y de
un trozo de la historia del movimiento comunista internacio-
nal y de la Revolución Latinoamericana. No digo esto por
tratar de aparentar modestia o como una simple fórmula: basta
entender, por ejemplo, lo que para un escritor y un militante
salvadoreño significa recibir (y ser autorizado para transmitirla
públicamente) amplia información, de parte de un testigo pre-
sencial, de un sobreviviente, sobre la gran masacre antico-
munista de 1932 en El Salvador (que es el hecho político-
social más importante en lo que va en lo que va del siglo en
nuestro país, el hecho que más ha determinado el carácter del
desarrollo político nacional en la época republicana).
Pero no valdría la pena hacer un análisis del testimonio
del compañero Mármol, para dejar simplemente sentada esa
gran satisfacción o para señalar la importancia que en lo per-
sonal le concedo al material recogido. Mi tarea en las presentes
líneas, por el contrario, está fundamentalmente determinada:
1º) por el hecho de que la historia revolucionaria de
El Salvador, la historia del Partido Comunista de El Salva-
dor, los detalles de los acontecimientos del año 1932 en nues-
tro país (en que después de una insurrección frustrada, enca-
bezada por el Partido Comunista en última instancia, fueron
masacrados por el gobierno oligárquico-militar y pro-impe-
rialista del General Maximiliano Hernández Martínez —ver-
dadero instrumento de la incorporación definitiva al impe-
rialismo norteamericano de las estructuras económico-so-
ciales-nacionales de El Salvador— fueron masacrados, repi-
to, en el lapso de algunos días, más de treinta mil trabajado-
res salvadoreños) y, sobre todo, la relación de aquellos pro-
cesos con la realidad salvadoreña, centroamericana y latinoa-
mericana de hoy, son fenómenos extremadamente comple-
jos y todavía desconocidos en sus detalles por el movimien-
to revolucionario mundial; y
2º) por el hecho de que, independientemente de la ex-
traordinaria calidad política, histórica, humana (antropológica,
pudiera decirse) del testimonio de Mármol, éste es fundamen-
talmente un testimonio personal, que es lo mismo que decir,
lejos de cualquier connotación peyorativa, parcial.
Estos dos hechos, la complejidad y el desconocimien-
to exterior del proceso salvadoreño, por una parte, y la cali-
dad básica aunque relativamente parcial del testimonio, por
la otra, me han hecho entender como útil una introducción
principalmente dirigida al lector no salvadoreño (no hay que
olvidar que estas páginas han sido recogidas y redactadas
entre Praga y La Habana y que, por las condiciones del régi-
men político salvadoreño actual, es muy posible que sean
ideas primeramente por un público internacional —lo cual
no niega que mis preocupaciones y las de Mármol tengan lo
salvadoreño como objetivo final, y no sólo en este libro—)
introducción muy breve y general, que estaría destinada a:
1º) Ubicar al personaje testimoniante en un ámbito his-
tórico, cultural y político que lo haga inequívoco y, en esa me-
dida, lo más útil posible al movimiento revolucionario de hoy,
aportando sobre aquél información complementaria que no
aparece en su testimonio por razones de diversa índole; y a:
2º) Dejar constancia de la forma y metodología de
trabajo (técnica de la entrevista, manejo literario del texto,
dificultades políticas acaecidas entre el momento de la entre-
vista-base del texto y el momento en que éste ha sido consi-
derado listo para su publicación y que han incidido en la
limitación factográfica del material resultante, etc.) que sir-
vieron para recoger el testimonio, así como dejar constancia
de las intenciones literarias, políticas, historiográficas, etc. Que
han normado mi trabajo en cuanto a entrevistador, redactor
(y eventual analista) del texto, etc.
No se propone aquí un cambio, al menos como una
cuestión principal, el examen de los desacuerdos, dudas, re-
chazos parciales, etc., que en mí puedan suscitar o hayan sus-
citado de hecho algunas afirmaciones de Mármol con res-
pecto a problemas concretos de la historia revolucionaria
contemporánea tanto nacional como internacional. Puedo
decir en términos generales que no comparto necesariamen-
te todos los puntos de vista de Mármol sobre la historia salva-
doreña ni adhiero a todos los juicios que hace Mármol so-
bre numerosos personajes (muertos o vivos) de la historia
salvadoreña o del movimiento revolucionario mundial. Inclu-
so en algunos momentos considero que Mármol cae en posi-
bles errores debido a problemas de memoria o falta de cabal
información (como sería el caso de la militancia comunista del
mayor líder burgués de masas que dio El Salvador desde 1932,
o sea el doctor Arturo Romero, o la participación en trabajos
partidarios comunistas de elementos desde hace tanto tiempo
conocidos por su pensamiento fascistoide como los doctores
Antonio Rodríguez Porth y Fernando Basilio Castellanos, he-
chos por lo menos muy dudosos). La razón de que estos
aspectos aparezcan en el texto es la de que las afirmaciones
originales de Mármol fueron sostenidas por él aun después de
que yo expresara mis dudas (y las opiniones contrarias de otros
camaradas salvadoreños) y por lo tanto ya consideré que no
podían ser excluidas sin atentar contra la autenticidad del testi-
monio. Tampoco la visión de Mármol sobre el movimiento
comunista internacional es compartida totalmente por mi per-
sona. Creo que ello es perfectamente natural. Cuando yo nací,
Miguel Mármol tenía cinco años de ser militante comunista y
ya había sido fusilado una vez, había viajado a la Unión Sovié-
tica y había estado preso en Cuba. Mármol se educó en el
comunismo cuando Stalin era o parecía ser piedra angular de
un sistema, cuando la posibilidad de ser «el hombre nuevo»
consistía en llegar a ser «el hombre staliniano». Yo ingresé en el
Partido en 1957, después de haber visto en la URSS los pri-
meros síntomas de la «desestalinización», y personalmente te-
nía tras mí un origen de clase muy complejo, una educación
burguesa y una ubicación social de carácter intelectual. El pro-
blema del «stalinismo» y de la crítica al «culto a la personali-
dad» no vine a conocerlo más o menos ampliamente hasta en
los años 65-67 en Praga, y lo conocí como problema casi
teórico, de información. En todo caso, lo conocí desde mi
calidad de intelectual. De intelectual de Partido, es cierto, pero,
en último caso, intelectual. Lo cual, desde luego, no es la con-
fesión de un delito, ni mucho menos, sino el enunciado de un
hecho. Todas las posibilidades de desencuentro que abre la
sucesión generacional estarían pues entre Mármol (básicamente
un organizador partidista) y yo, listas a multiplicarse. Todo ello
independientemente (y hablo ahora a nivel de temperamen-
tos) de que mí tendencia natural a complicar las cosas se eriza
seriamente frente a la tendencia de Mármol, consistente en
simplificarlas. Pero hay además otra instancia que hay que de-
jar por lo menos apuntada y que a mí me parece más impor-
tante que este eventual foco de diferencias que pueda consti-
tuir la impropia perspectiva histórica «stalinista – no stalinista»
o el temperamento. Me refiero (no para lesionar a la modestia
sino para ejercer un mínimo de responsabilidad) a las posicio-
nes distintas que Mármol y yo mantenemos frente a los pro-
blemas de la etapa de la revolución latinoamericana que se
abrió con el triunfo cubano, Mármol sostiene, matiz más ma-
tiz menos, las posiciones del movimiento comunista latino-
americano en la expresión concreta de la línea del Partido Co-
munista de El Salvador. Mis posiciones al respecto (sobre las
vías de la revolución, fuerzas motrices, formas de lucha y
metodologías, jerarquización de las experiencias internaciona-
les, reubicación clasista del Partido, mutabilidad o inmutabilidad
del Partido, zonalización supranacional de la lucha armada,
estrategia global imperialista, nuevas instancias de la solidari-
dad internacional, etc.) han sido expresadas pública y princi-
palmente en mi libro sobre las tesis de Regis Debray («Revo-
lución en la Revolución y la crítica de Derecha», Casa de las
Américas, La Habana, 1970) y en diversos artículos políticos y
culturales publicados en revistas cubanas y latinoamericanas.
No he discrepado con la crítica italiana a mi libro sobre Debray
cuando me señala como un escritor y un militante «pertene-
ciente a la corriente crítica surgida en el seno del movimiento
comunista latinoamericano sobre la base del triunfo de la Re-
volución Cubana y de la influencia ejercida por el Che Guevara».
No obstante, o mejor dicho, debido a estas razones es que
me parece evitable toda insistencia entre la mutua diferencia
de opiniones entre los conceptos de Mármol y los míos.
Más que polemizar con Mármol, siento que mi deber de
revolucionario centroamericano es asumirlo: como asumi-
mos, para ver el rostro del futuro, nuestra terrible historia
nacional. Lo cual no obstaculiza, repito, el esfuerzo por ex-
traer experiencias, conclusiones, hipótesis de trabajo, de las
realidades históricas que surgen, que se desprenden del testi-
monio de Mármol, esfuerzo que trataré de cumplir en ma-
teriales específicos. Tampoco señalaré especialmente mis co-
incidencias con los enfoques de Mármol, creo que se harán
obvias para el lector en el transcurso del texto y en la orien-
tación de mis conclusiones. Ni hablaré tampoco de las múl-
tiples y amplias zonas en las que yo no tendría nada que opi-
nar después de que Mármol, con autoridad innegable, las ha
abierto a nuestro conocimiento. De aquí que los límites de
esta introducción sean los arriba puntualizados.
Miguel Mármol es una personalidad legendaria entre
los comunistas salvadoreños, un comunista muy conocido
entre los marxistas y revolucionarios de Guatemala y un re-
volucionario casi desconocido por los revolucionarios lati-
noamericanos de hoy.
Activista del movimiento organizado de los trabajado-
res de El Salvador desde los años 20; miembro fundador de
la Juventud Comunista y del Partido Comunista de El Salva-
dor (Sección de la Internacional Comunista); primer delegado
oficial del movimiento obrero organizado salvadoreño en un
congreso sindical mundial comunista (congreso de la Federa-
ción Sindical Mundial Roja —PROFINTERN— celebrado
en Moscú en 1930); detenido en la Cuba de Machado en ese
mismo año, bajo las sospecha de ser agitador internacional y
espía; participante en los preparativos de la insurrección arma-
da abortada en 1932 en El Salvador; capturado, fusilado y
milagrosamente sobreviviente en aquella oportunidad; impor-
tante elemento en la lenta y escabrosa reorganización del Par-
tido y del movimiento obrero clandestino después de la ma-
sacre; recapturado por la tiranía de Martínez en 1934 y mante-
nido incomunicado y esposado durante largos meses, hasta su
liberación limitada en 1936; reorganizador del movimiento
obrero abierto bajo la dictadura de Martínez, principalmente
el gremio de zapateros; inmerso en las luchas intestinas del
fragmentado y debilitado Partido Comunista de El Salvador,
entre aquellos años y los inicios de la década de los 40; partíci-
pe indirecto en los acontecimientos que rodearon el derroca-
miento de la dictadura de Martínez en abril de 1944 (inicio de
la caída en cadena de las dictaduras centroamericanas en la
Segunda Postguerra Mundial); dirigente político de masas bajo
el breve gobierno provisional de Andrés I. Menéndez; activis-
ta y propagandista clandestino bajo el terror del régimen del
Coronel Osmín Aguirre y Salinas (21 de octubre de 1944 – 28
de febrero de 1945); exiliado en Guatemala y militante activo
del movimiento obrero guatemalteco después de la caída del
Gobierno de Jorge Ubico, así como animador de los prime-
ros círculos marxistas guatemaltecos de esta etapa; fundador y
cuadro dirigente del Partido Guatemalteco del Trabajo (co-
munista); militante y dirigente de la nueva época que para el
Partido Comunista de El Salvador comenzó con el auge del
movimiento popular salvadoreño de los años 50; miembro
del Buró Político del Comité Central de ese partido en dicha
época; dirigente campesino en los años 60, capturado, man-
tenido incomunicado y torturado durante largos meses por la
Guardia Nacional de El Salvador (1964); miembro del Co-
mité Central del PCS en los momentos de otorgar verbal-
mente el testimonio (1966), etc., el compañero Mármol es la
encarnación prototípica del dirigente obrero y campesino co-
munista latinoamericano de lo que suele llamarse la «época
clásica», «época heroica» de los Partidos que, como secciones
de la Internacional Comunista surgieron y se desarrollaron en
la casi totalidad de los países del Continente.
Y no es eso todo lo que yo tendría que decir de la
personalidad de Miguel Mármol, aun sin tener los propósitos
de agotar todos los aspectos importantes de la misma. Esos
son los hechos de su vida que se deben ubicar dentro de los
marcos históricos, políticos, culturales, ideológicos, etc.
Aunque tocado desde muy joven por la influencia
mundial de la Gran Revolución Rusa de Octubre, ideológi-
camente Miguel Mármol es hoy una hechura de las concep-
ciones más generales difundidas en el seno del movimiento
comunista internacional desde 1930. Los lectores seguramente
conocen las corrientes actuantes en tal etapa, en el seno y en los
«alrededores» del movimiento comunista. Pero al mismo tiem-
po es necesario decir que el compañero Mármol se decidió
por una línea comunista, es decir, por la línea impulsada por la
III Internacional, en el seno de un incipiente movimiento or-
ganizado de trabajadores como era el movimiento obrero
salvadoreño de los años 20 comienzos de los 30, es decir, un
movimiento laboral muy heterogéneo con gran preponde-
rancia artesanal, campesina, etc. y profundamente influenciado,
en forma inclusive simultánea, por las posiciones anarco-sin-
dicalistas, reformistas, «mínimum-vitalistas», etc. De acuerdo
con la estructura deforme de la base obrera en un país como
El Salvador —cuya historia es un largo tránsito de una a otra
dependencia—, la propia ubicación clasista de Mármol es
ambigua, y, en todo caso, para conceptualizarla necesitaríamos
de una definición compuesta. El mismo Mármol plantea en
ocasiones repetidas este problema, en términos cuya consis-
tencia y propiedad quedan remitidos al criterio de los lectores,
cuando rechaza ser visto como «artesano» o como «un revo-
lucionario de mentalidad artesanal». A todo esto hay que agre-
gar que en el transcurso de su desarrollo revolucionario, Mi-
guel Mármol no tuvo sino esporádicas oportunidades de ha-
cer estudios políticos marxistas más o menos profundos y
más o menos prolongados Esto es particularmente evidente
en su vida de militante hasta 1946, que es por cierto la etapa
más agitada, más fructífera y más interesante, desde todo punto
de vista, de esa vida. Hasta entonces, durante todo ese lapso,
Miguel Mármol extrae sus experiencias y sus ideas casi exclu-
sivamente del contacto directo con la realidad en la que actúa,
es casi exclusivamente un revolucionario práctico. Lo cual no
quiere decir, desde luego, que no haya accedido a rudimentos
muy generales y sobre todo agitativo-operarivos de marxis-
mo teórico, obtenidos en las «escuelas de marxismo» que fun-
daron los cuadros extranjeros que envió al país la Internacio-
nal Comunista y en lecturas de folletos y materiales de infor-
mación, agitación y propaganda, de todo lo cual deja constan-
cia el mismo Mármol en su relato. Pero es evidente que el nivel
de la enseñanza obtenida por uno y otros medios no disminu-
ye de manera apreciable su calidad de revolucionario, repito,
casi exclusivamente práctico. Incluso, digámoslo de una vez,
relativamente empírico. Tampoco resta mayor cosa a tal afirma-
ción el hecho de que sus experiencias prácticas (labor de orga-
nización sindical y política de los trabajadores del campo y la
ciudad de El Salvador; primeras experiencias clandestinas; asis-
tencia al Congreso de la Sindical Mundial Roja en Moscú; pre-
paración de la insurrección armada popular para la toma del
poder y realización de la revolución democrático-burguesa,
etc.) estén tan definitivamente cargadas de ideas políticas y de
choques de ideas políticas y conlleven por sí mismas ciertos
niveles de elaboración inclusive teóricos (no importa el nivel
de esa elaboración).
Es en Guatemala y a partir de Guatemala,
de acuerdo a la elevación que para entonces ha alcanzado el
nivel político de los grupos pensantes más avanzados en la
zona centroamericana, donde Mármol tiene mayores y cada
vez más organizadas oportunidades de estudiar el marxismo
(inclusive hasta el grado de haber llegado a recibir un curso
muy importante de capacitación político-sindical y de organi-
zación campesina en la República Popular China a fines de la
década de los 50). He dicho todo esto no para oponer en la
personalidad de Mármol lo práctico inicial a lo eventualmente
teórico-práctico posterior, sino porque es necesario compren-
der que Miguel Mármol me ofreció el testimonio sobre su
vida (en la que, como tiernos dicho, los hechos más importan-
tes acaecieron en derredor del año 1932) en época tan recien-
te como 1966 y ello implica la elaboración de un criterio sobre
esos problemas más alejados en el tiempo con un instrumen-
tal que se ha venido desarrollando desde entonces. Miguel
Mármol nos habla a todos de los sucesos de los años 20, de
1932 o de 1944, a través del pensamiento político que posee
en 1966. Y aunque el relato evidencie una gran objetividad y
una constante preocupación por dejar hablar a los hechos; y
aunque Mármol no suela ocultar sus posiciones y hasta sus
simpatías y antipatías políticas esta situación merece ser consi-
derada y evaluada especialmente, independientemente de que
luzca obvia, para reducir lo más posible el margen eventual de
desenfoque o de error político en las eventuales conclusiones.
Pero, indudablemente, Miguel Mármol es, ideológica-
mente, también producto de que lo que Lenin llamaba «cultura
nacional en general», o sea, de las resultantes culturales de la
historia salvadoreña anterior y en desarrollo, que se concretizaron
en derredor de nuestro informante tal y como su habitat so-
cio-geográfico las conformó. En este sentido hay que señalar
que Mármol transcurre su infancia y su primera juventud en la
zona suburbana que circunda la capital salvadoreña, específi-
camente la zona del lago de Ilopango, en donde se ha venido
entremezclando, por lo menos desde principios de siglo, lo
que la jerga y los esquemas de los antropólogos norteamerica-
nos llamarían componentes culturales cosmopolitas (de origen euro-
peo, principalmente), de la «clase alta local», de las nacientes capas
medias, de los trabajadores rurales móviles(peones, cortadores), de los
trabajadores rurales estables (pequeños campesinos, pescadores),
trabajadores urbanos (principalmente artesanos), etc.1, e inclusive
componentes de cultura indígena (nahoas ladinizados) decadentes y so-
brevivientes; y, según nuestro criterio, los elementos culturales de
todas las capas y clases sociales explotadas del país en el marco
1. RICHARD N. ADAMS. «Componentes culturales de la América
Central»; en American Anthopologist (Vol. 58, 1956, Nº 4, pp. 881-907). Traducción
de una cultura nacional: la impuesta por la oligarquía terratenien-
te y monoexportadora dominante y por sus instrumentos fun-
damentales (aparato estatal, iglesia, ejército, cuerpos de segu-
ridad, ideólogos, etc.) y por la influencia exterior de los va-
rios imperialismos que para entonces se disputaban la zona
centroamericana (entre ellos el imperialismo norteamericano
cada vez más preponderante) haciendo permanecer y refor-
zando la calidad dependiente de nuestras sociedades. Los ele-
mentos de cultura democrática producida por las capas y
clases explotadas en el seno de la «cultura nacional en general»
conformaron y conforman lo que llamamos la tradición revolu-
cionaria del pueblo salvadoreño, que en la época de la formación de
la personalidad de Miguel Mármol se manifestaba en diversas
formas tales como la tradición simultáneamente comunitaria
y agrarista-revolucionaria de los peones y jornaleros (proleta-
riado agrícola en proceso de desarrollo) concentrada en las
hazañas de los pueblos nonualcos liderados en la primera mi-
tad del siglo XIX por Anastasio Aquino (el personaje histórico
que más impresionara a niño Mármol en la escuelita de
Ilopango, tal como la afirma en la parte I del testimonio),
pueblos nonualcos que se levantaron con las armas en la mano
contra el «gobierno de los blancos» en procura de tierra y
derechos económico-sociales, y que, como tal tradición, reci-
bió uno de sus peores golpes con la extinción de los ejidos y
de las tierras comunales decretada bajo el gobierno de Zaldívar
(1876-85), medida básica para la concentración de la propie-
dad agraria salvadoreña en manos de la oligarquía criolla tam-
bién en desarrollo2; la tradición política liberal y anti-conserva-
2. No se trata de hacer una añoranza de formas obsoletas, arcaicas, de
producción. Pero es verdad que en El Salvador la liquidación de las formas comunitarias de la tenencia de la tierra se hizo en favor de la concentración de la misma en manos de los terratenientes «semifeudales», lo cual fue la base material para el mantenimiento del subdesarrollo en el país simultaneado con el paulatino uncimiento de El Salvador al furgón de cola del ferrocarril
dora de los próceres más avanzados de la Independencia Cen-
troamericana, de Francisco Morazán (el gran unionista centro-
americano nacido en Honduras), etc., que había tenido su gran
figura y su gran mártir salvadoreño en el Capitán General
Gerardo Barrios (autor desde su Gobierno (1859-63) de una
amplia reforma liberal, introductor del cultivo intensivo del
café, etc.) y que llegó a derivar hasta formas de gobierno
paternalistas y muy relativamente anti-oligárquicas —por lo
menos contrarias a los sectores más oscurantistas de la oligar-
quía— como fue el caso del gobierno de los Ezeta (1890-94)
e inclusive quizás el de Manuel Enrique Araujo (1911-13) de
los cuales ya nos habla directamente Mármol en su relato; la
tradición cuasilírica del «ideal unionista centroamericano», la
patria mayor, etc., etc. Tradición conjunta (soslayada por re-
gla general en las diversas «historias de las ideas en Centro-
américa), muy positivamente reforzada por cierto, por el auge
de la lucha revolucionaria de los pueblos del mundo, cuyo
perfil principal comienza ser, a medida que avanza el siglo, el
antiimperialismo, evidenciado para El Salvador principalmen-
te a través de los ecos de la Revolución Mexicana, de la Gran
Revolución Rusa de Octubre y, a través de mucho más que
los ecos, por la lucha heroica del General Augusto César
Sandino contra los marines norteamericanos en las selvas de la
imperialista. Es interesante a este respecto comparar los criterios de Mariátegui («Siete Ensayos») sobre la «comunidad» indígena y el latifundio en el Perú con las tesis de A. Gunder Frank sobre «el desarrollo del subdesarrollo». Mariátegui señala cómo en el Perú «la propiedad comunal no representa una economía
primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economía progresiva
basada en la propiedad individual» sino que «las comunidades han sido despo-
jadas de sus tierras en provecho del latifundio feudal o semifeudal, constitu-
cionalmente incapaz de progreso técnico». Y para lo que nos interesa aquí,
Mariátegui señala además que «disolviendo la comunidad, el régimen del
latifundismo feudal no sólo ha atacado una institución económica, sino tam-
bién una institución social que defiende la tradición indígena. que conserva la
función de la familia campesina y que traduce ese sentimiento jurídico popu-
lar al que tan alto valor asignan Proudhon y Sorel».
inmediata Nicaragua. No es extraño entonces que los prime-
ros sindicatos campesinos salvadoreños lleven nombres de
agraristas mexicanos asesinados, que Mármol leyera —junto
al inevitable Salgari de la primera juventud— un periódico
que llegaba calladamente desde Panamá y que se llamaba «El
Submarino Bolchevique» y nos informe de que en los años 18
y 19 hubo en El Salvador inclusive un «estilo bolchevique», una
«moda bolchevique», es decir: zapatos bolcheviques, pan bol-
chevique, caramelos bolcheviques; y no es extraño tampoco
que la figura individual más importante del Partido Comunis-
ta de El Salvador en la etapa del 30 al 32 haya sido Agustín
Farabundo Martí, que había ganado en combate el grado de
Coronel del Ejército Defensor de la Soberanía de Nicaragua
dirigido por el General Sandino y llegado a ser Secretario Pri-
vado de éste. Muchos otros salvadoreños, dicho sea de paso,
pelearon contra los yanquis al lado del General Sandino.
No quiero decir que podamos simplemente liquidar
todas las cuentas clasificatorias con Miguel Mármol diciendo
que éste fue la encarnación inequívoca de la perfecta fusión, de
la amalgama completa (dialéctica) del marxismo con los resul-
tantes culturales nacionales de El Salvador, particularmente con
los «elementos democráticos» sumergidos en la «cultura na-
cional» (todo ello recibiendo los ecos o los contactos directos
del marco internacional de la época). Hay que considerar que
no nos referimos al marxismo en general sino a aquel sistema
de rudimentos ideológicos de origen marxista que llegaron a
El Salvador entre 1917 y 1932 y hay que comprender (luego
de conocer) el carácter caótico, embrionario, atrasado —sub-
desarrollado— de la cultura salvadoreña, incluso en su papel
de objeto de reflexión en el proceso de toma de conciencia
revolucionaria de los militantes de nuestro país. Y hay que con-
siderar también la calidad siempre relativa (incluso en la actua-
lidad) del desarrollo político posterior de Mármol, que le hace
plantearse al final de la entrevista la pregunta: «¿Por qué soy
marxista? ¿En qué sentido soy marxista?» Podría cuestionarse
inclusive si alguna vez se dio en El Salvador (para permanecer)
en términos generales, históricos, aquella fusión, aquel encuen-
tro necesariamente dialéctico entre el marxismo y la cultura
nacional. Este cuestionamiento nos llevaría de inmediato a la
calidad del instrumento que necesariamente tendría que haber
sido el agente de tal fusión (el partido marxista-leninista de los
trabajadores salvadoreños), a la consecuencia de su línea polí-
tica frente a la problemática nacional en todo este período
histórico, base de sus reales perspectivas revolucionarias, pero
creo que ello significaría —para El Salvador— querer comen-
zar por el final. A las soluciones teórico-históricas de esos pro-
blemas podría llegarse (como una simple vía más, desde lue-
go, la de este libro y sus limites), a través de la discusión de los
aportes de experiencia que el testimonio de Miguel Mármol
pudiera eventualmente originar en nuestro país (a la luz de las
realidades y necesidades actuales) y no antes.
Desde luego, también se podría estudiar o simplemen-
te plantear con algún detenimiento el submundo de las llama-
das «ideologías particulares» en Mármol: los elementos de la
educación familiar a los que él mismo concede tanta impor-
tancia, fuertemente determinados por las personalidades de
su abuela, su madre, etc.; su calidad de hijo natural y por lo
tanto de niño doblemente discriminado en la pequeña pobla-
ción de Ilopango; las supersticiones ambientales sólidamente
arraigadas en la población a partir de la mitología indígena y
que en el mismo Mármol han creado una indudable «psicolo-
gía de lo extraordinario y de lo sobrenatural» que aunque no
problematiza corrientemente desde el punto de vista de sus
posiciones políticas y filosóficas, no deja de hacerlo en alguna
ocasión paticularmente intensa en el transcurso del relato, psi-
cología que, por otra parte, dota de un clima nada común a
diversos ejemplos de su rico anecdotario. Pero para ello de-
bería yo tener conocimientos más que vulgares de etnología y
psicología. Y abundaría entonces demasiado sobre un terreno
muy complejo que prefiero mantener simplemente como un
matiz en lo narrado, a un nivel que no perturbe los propósitos
esencialmente políticos de la deposición del compañero Már-
mol y de mi trabajo elaborativo.
La esencial complejidad del pensamiento y la persona-
lidad de Mármol, cuyo encuadramiento ambiental e ideológi-
co he tratado de hacer muy someramente, se refleja en sus
distintos niveles de expresión. En el lenguaje de Mármol se
mezcla lo coloquial-cotidiano, la expresión casi folklórica, las
gamas de la fabla popular, con el estilo del lenguaje cargado de
palabras-claves y clichés de los marxistas-leninistas tradiciona-
les de América Latina e, incluso, con un lenguaje de nuevo
tipo, político-literario, de indudable calidad formal. En diver-
sos momentos durante la entrevista, yo mismo tenía que hacer
un esfuerzo para aceptar que no había ninguna incongruencia
en que el mismo hombre que contara su infancia con un estilo
de poeta bucólico-costumbrista, fuera capaz de estructurar,
con una dureza verbal extrema, indispensable, un análisis de
los errores militares de los comunistas salvadoreños en el año
32 o el examen y la caracterización de éste o aquel gobierno
salvadoreño sobre la base del estado de las relaciones de pro-
ducción y las fuerzas productivas en un momento dado. Yo
me he negado a llevar el irremediable «trato técnico» a que he
debido someter el texto, a un extremo que lograra una unifor-
midad estilística que simplemente no existe en el personaje
testimoniante. Sin embargo he querido dejar constancia de este
hecho, que, por lo demás será advertido por cualquier lector
avisado, porque tiene que ver con los problemas mismos de la
estructura lingüística de un libro de testimonio, género nuevo
entre nosotros, cuya problemática propia se nos comienza a
revelar en la práctica. En la medida que este género ofrece a
los escritores e investigadores revolucionarios un instrumento
y un conjunto de técnicas muy apropiados para el conoci-
miento profundo de la realidad de nuestros países y de nues-
tra época, es necesario plantear nos sobre la marcha sus carac-
terísticas fundamentales. Por eso es que me permitirá insistir en
esta introducción sobre diversos aspectos meramente forma-
les, elaborativos de puntos de vista, de método y de meros
«recursos» inclusive, que debimos enfrentar en nuestra labor
conjunta el compañero Mármol y yo.