Las manifestaciones en las calles del Brasil traen de cabeza a los analistas y cientistas políticos. Dirigentes partidarios y líderes políticos se preguntan perplejos: ¿quién lidera ese movimiento si nosotros no estamos en él?
Recuerdo cuando dejé la cárcel a fines de 1973. Al entrar en ella, cuatro años antes, predominaba el movimiento estudiantil en la contestación a la dictadura. Al salir encontré un movimiento social comunidades eclesiales de base, oposición sindical, grupos de madres, lucha contra la carestía que me sorprendió. Desde lo alto de mi vanguardismo elitista me hice la pregunta: ¿cómo es posible si nosotros los líderes estábamos encarcelados?
Con esa misma perplejidad encaró Marx la Comuna de París en 1871; la izquierda francesa el Mayo de 1968; y la izquierda mundial la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética en 1989.
“La vida sobrepasa a la idea”, decía mi hermano de hábito santo Tomás de Aquino en el siglo 13. Ahora aquí, en el Brasil, todos los liderazgos políticos encaran confusos y despechados las recientes manifestaciones de la calle. Con el mismo interrogante envidioso con que la izquierda histórica del Brasil miró el surgimiento del PT en 1980: ¿qué historia es ésa de que ahora los proletarios quieren ser la vanguardia del proletariado?
Históricamente éramos los líderes de la izquierda brasileña hombres oriundos de la clase media (Astrogildo Pereira, Mario Aves y João Amazonas), de los círculos militares (Prestes, Gregorio Bezerra, Apolonio de Carvalho) y de la intelectualidad (Gorender y Cayo Prado Junior). Marighella fue uno de los pocos líderes de las clases populares.
El mensaje de las calles es sencillo: nuestros gobiernos se alejaron de la base social. Para usar una categoría marxista, la sociedad política se divorció de la sociedad civil, peligro al que ya aludí en el libro “La mosca azul. Reflexión sobre el poder”, en el año 2005.
La sociedad política ejecutivo, legislativo y judicial se convenció de que representaba de hecho al pueblo brasileño y mantenía bajo control a los movimientos representativos de la sociedad civil, como sucede hoy con la UNE y la CUT.
No sólo de pan vive el hombre, indicó Jesús. Aunque diez años de gobierno del PT hayan mejorado las condiciones sociales y económicas del país, el pueblo no vio saciada su hambre de belleza (educación, cultura y participación política).
El gobierno del PT optó por una gobernabilidad asegurada por el Congreso Nacional, en el que todavía perduran los “300 pícaros” denunciados por Lula. Se despreció la gobernabilidad apoyada en los movimientos sociales, como hizo Evo Morales, con éxito, en Bolivia.
De ese modo nuestro gobierno poco a poco perdió los anillos para conservar los dedos. Creyó que todo permanecería como antes en el cuartel de Abrantes. Sea porque la oposición está deteriorada por sus propios pleitos internos, sea porque considera a Eduardo Campos y a Marina Silva meros instrumentos de ensayo.
Lo que ni la Abin (ojos y oídos secretos del gobierno) previó fue el súbito tsunami popular invadiendo las calles del país en pleno período de la Copa de Confederaciones, cuando se esperaba que todos estuvieran con su atención puesta en los juegos.
Ahora el gobierno inventa el discurso de que sin partidos no hay política ni democracia. Pero basta con una hora de clase de enseñanza media para aprender que la democracia nació en Grecia muchos siglos antes de la era cristiana y mucho antes aún de la aparición de los partidos políticos.
Hoy la mayoría de los partidos niega la democracia al impedir un gobierno del pueblo con el pueblo. No basta con pretender gobernar para el pueblo y ya considerarse demócrata. El pueblo en las calles exige nuevos mecanismos de participación democrática, mientras manifiesta su desconfianza en los partidos. Éstos están obligados a renovar sus métodos políticos o serán atropellados por la sociedad civil.
He ahí el mensaje de las calles: democracia participativa, no sólo delegativa, o sea gobierno del pueblo con el pueblo y para el pueblo. Eso no es utopía, desde que no se considere modelo perpetuo el pluripartidismo y se admita que el régimen democrático puede y debe generar nuevos estilos de participación popular en las esferas del poder.