Por Nicolas Krassó
Durante muchos años, Trotsky constituía un anatema que un marxista no podía
abordar. La lucha que tuvo lugar dentro del Partido Bolchevique en la década de los años veinte produjo una
polarización tan violenta de su imagen dentro del movimiento obrero
internacional que cesó toda discusión racional acerca de su persona y de sus
obras. El anatema pronunciado contra él
por Stalin convirtió a su nombre en sinónimo de traición para millones de
militantes de todo el mundo.
Pero al mismo tiempo una minoría consagrada y selecta veneraba su memoria y creía que
su pensamiento era el “leninismo de nuestro tiempo”. Y aún hoy, treinta años
después de su muerte y una década después de la muerte de Stalin, pesa todavía un tabú sobre toda discusión
acerca de Trotsky dentro del movimiento comunista. Aún persisten las actitudes
mágicas hacia su figura, lo cual constituye un sorprendente anacronismo en el
mundo actual.
La única excepción a esta regla es, por
supuesto, la biografía en tres tomos de
Isaac Deutscher, que es sólo una parte de un corpus mayor. Pero,
paradójicamente, la grandeza del logro de Deutscher parece haber abrumado a los
otros participantes potenciales de un debate – dentro del ámbito del marxismo –
acerca del verdadero papel histórico de Trotsky.
Resulta sin duda significativo que no se
haya hecho nunca una apreciación marxista de la obra de Deutscher que esté a la
altura de la obra misma. El estudio de Deutscher se adelantó tanto a las
actitudes contemporáneas que todavía no ha sido correctamente asimilado y, por
lo tanto, debatido. Sin embargo, sus implicaciones sólo serán asimiladas por
medio de una permanente discusión que examine diferentes aspectos de la
historia soviética y en la cual se sostengan puntos de vista divergentes. Sería
un error no referirse a problemas específicos por temor a no poder enfrentarse
con toda la epopeya revolucionaria o con su historiador.
Este ensayo se propone abordar el
siguiente problema: ¿Cómo debemos juzgar
a Trotsky como marxista? Esto significa
compararlo con Lenin (más bien que con Stalin) y tratar de descubrir cuál es la unidad específica que
existe entre sus escritos teóricos y su actuación política. Con este
propósito, la vida de Trotsky se divide
en cuatro fases diferentes: 1879-1917, 1917-21, 1921-29, 1929-40. La tesis
de este ensayo será que los cuatro períodos
se entienden mejor dentro del marco de un solo problema: la relación de Trotsky con el partido como
organización revolucionaria, y sus subyacentes fundamentos teóricos
latentes. Se tratará también de demostrar que este enfoque ilumina todas las
características básicas (los vicios y las virtudes) del pensamiento de Trotsky
como marxista, y explica las vicisitudes de su carrera política.
1879-1917
De “Garrote de Lenin” a miembro fundador del menchevismo
Antes de la Revolución de Octubre,
Trotsky no fue miembro disciplinado de ninguna facción del Partido
Socialdemócrata Ruso, bolchevique o menchevique. Este hecho puede explicarse en
parte por los desacuerdos políticos producidos, en diferentes coyunturas, con
los bolcheviques y los mencheviques; pero es indudable que reflejó también una
opción teórica más profunda, que rigió sus actos en este período.
Según Deutscher, uno de sus primeros
escritos conocidos fue un ensayo sobre la organización del partido, escrito en Siberia. En este trabajo,
Trotsky abogaba por un despiadado
control disciplinario, ejercido por un fuerte Comité Central: “El Comité
Central suspenderá sus relaciones con la organización
indisciplinada y por consiguiente aislará a esa organización del resto del
mundo revolucionario”.[1]
Consecuente con este criterio, Trotsky, al dejar Rusia en 1902, habría abogado
inicialmente por un sistema disciplinario férreo, en la disputa suscitada entre Iskra y los economistas en el Tercer Congreso del POSDR, realizado en
Bruselas en julio de 1903. Los
estatutos del partido, sostenía Trotsky, deben expresar “la desconfianza organizada de la dirección”
hacia los miembros, desconfianza
ejercida por medio de un control vigilante y vertical sobre el partido.
El espíritu de esta formulación es
visiblemente diferente de lo que puede encontrarse en ¿Qué hacer? En
esta etapa, Trotsky, recién salido de su exilio y nuevo para el movimiento
revolucionario nacional, era conocido
como ”el garrote de Lenin”; pero si comparamos los escritos de ambos en
este periodo, se hace evidente – como veremos – que la etapa
”proto-bolchevique” de Trotsky se limitó a reproducir
los aspectos exteriores y formales de la teoría de la organización del partido
de Lenin, sin su contenido sociológico, caricaturizándola, por lo tanto,
como una jerarquía de mando
militarizada, concepción ésta totalmente ajena al pensamiento de Lenin.
Dado que no se basaba en una teoría
orgánica del partido revolucionario, nada hay de sorprendente en el hecho de que
Trotsky, en el mismo Congreso, se deslizara súbitamente hacia el extremo
opuesto, llegando a denunciar a Lenin como “desorganizador del partido” y
arquitecto de un plan para convertir al POSDR en una cuadrilla de conspiradores más que en el partido de la clase obrera
rusa.
Así, hacia fines de 1903, “el
garrote de Lenin” se convirtió en miembro
fundador del menchevismo. En abril de 1904, Trotsky publicó en Ginebra Nuestras tareas políticas, ensayo
dedicado al menchevique Axelrod. En
este trabajo, rechazaba frontalmente
toda la teoría de Lenin acerca del partido revolucionario, negando
explícitamente la tesis fundamental de Lenin: que el socialismo como teoría debía ser llevado a la clase obrera desde
el exterior, a través de un partido que incluyera a la intelectualidad revolucionaria.
Trotsky atacó esta teoría llamándola ”sustitutismo” y la denunció enérgicamente: ”Los métodos de
Lenin conducen a esto: la organización del partido sustituye al partido en
general; a continuación el Comité Central sustituye a la organización ; y finalmente un solo ”dictador” sustituye al
Comité Central”. Llegó también a denunciar a Lenin por su “suspicacia maliciosa
y moralmente repugnante”[2].
Partido
y clase
Su propio modelo del Partido Socialdemócrata fue tomado del partido alemán e
implicaba un partido coexistente con la clase obrera. La crítica que –
desde una perspectiva marxista – resulta obvio hacer a semejante formulación,
es que los verdaderos problemas de la teoría revolucionaria y las relaciones
entre partido y clase no pueden ser examinados científicamente con el concepto
de “sustitución” y su opuesto implícito, “identidad”.
Partido
y clase pertenecen a diferentes niveles de la estructura social y la relación
entre ellos es siempre de articulación. No es posible entre ellos cambio
alguno (”sustitución”), de la misma manera que tampoco es posible una
identidad, porque partido y clase son
necesariamente instancias diferentes de un conjunto social estratificado y
no expresiones comparables o equivalentes
de un nivel dado del mismo.
Los conceptos especulativos de “sustitución”
o “identidad” impiden, ab initio, toda comprensión correcta de la
naturaleza específica de la acción del partido revolucionario sobre la clase
obrera (y dentro de ella), tal como lo teorizó Lenin. Estos conceptos implican
una radical imposibilidad de comprender el papel inevitablemente autónomo de
las instituciones políticas en general y del partido revolucionario en
particular, autónomo en relación a las fuerzas de las masas dentro de una
formación social que está determinada, en última instancia, desde luego, por la
economía. [3]
Su fracaso
en captar la especificidad de las organizaciones políticas y el papel del
partido revolucionario – en otras palabras, la carencia de una teoría del
partido – explica los súbitos y
arbitrarios cambios de actitud de Trotsky hacia la organización del partido en
aquellos años. Estos cambios tenían un significado meramente psicológico,
eran expresiones de una ambivalencia entre las actitudes “autoritarias” y las “libertarias” (reproducidas más tarde en los
súbitos cambios desde sus actitudes hacia el comunismo de guerra hasta el papel que desempeñó en el ataque a la ”burocracia”) cuya
oposición abstracta indicaba un problema pre-marxista. No expresaban una
verdadera posición teórica y, además, revelaban
una ausencia, una zona vacía en el pensamiento de Trotsky.
No obstante, esta ausencia estaba unida a una intuición particularmente intensa de
las fuerzas sociales de las masas como tales.
Hacia fines de 1904, Trotsky se separó de la facción menchevique y se asoció
intelectualmente con Parvus, un emigrado ruso perteneciente al partido
socialdemócrata alemán. Ello confirmó rápidamente la extrema inestabilidad de sus vinculaciones con toda agrupación
organizativa.
Fue sin embargo esta posición inestable la que, paradójicamente,
posibilitó su meteórico ascenso en la Revolución de 1905, erupción
espontánea sobre la cual ninguna organización revolucionaria tuvo tiempo de
lograr un control efectivo antes de que perdiera su oportunidad y fuera
derrotada. La Revolución tomó por
sorpresa tanto a los bolcheviques como a los mencheviques, y sus dirigentes
llegaron a Rusia con cierto retraso.
Trotsky, que estaba en San Petersburgo desde el comienzo, se adaptó mucho más
rápidamente a la insurrección popular de octubre – que no había sido
estructurada según la orientación política de partido alguno – y no tardó en asumir la dirección del Soviet de San
Petersburgo.
Deutscher señala, con razón, que
precisamente con este éxito ”él encarnó la inmadurez del movimiento”. Por
supuesto, esta falta de madurez produjo,
cinco meses después, la rápida y decisiva derrota de la revolución, que
fue, por así decirlo, el funeral de la
espontaneidad en la historia del movimiento de la clase obrera rusa.
Balance
y perspectivas
Sin embargo, esta experiencia sirvió de base a Trotsky para redactar el primero y
más importante de todos sus trabajos: Balance y perspectivas, escrito en 1906, en la cárcel. Este
trabajo contiene todos los elementos de los puntos de vista que él expondrá más
tarde en un folleto polémico de 1928, La
revolución permanente, pero es también mucho más que eso. Se trata,
indiscutiblemente, de una brillante
prefiguración de las principales características clasistas de la Revolución de
Octubre de 1917. “En un país económicamente atrasado, el proletariado puede
tomar el poder antes que en un país donde el capitalismo está desarrollado…
La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede… pasar a las
manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués
tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas… El
proletariado en el poder aparecerá ante el campesinado como su “libertador”.[4]
La
revolución permanente
Trotsky predijo – correctamente – que la atomización del campesinado y la
debilidad de la burguesía en Rusia harían posible la toma del poder por
parte de la clase obrera, a pesar de que ésta era todavía una minoría en la
nación. Una vez en el poder, tendría que ganar a toda costa el apoyo del
campesinado y se vería obligada a pasar
sin transición de las medidas”democráticas” a las ”socialistas”.
Trotsky
llamó a este proceso “revolución permanente”, designación inapropiada que
indica la falta de precisión científica de que adolecían aún sus ideas más profundas. Al evocar la idea de una conflagración continua en todo tiempo y lugar
– una suerte de carnaval metafísico de la insurrección – el término se prestaba
a ser distorsionado en la polémica, tanto por los opositores de Trotsky como
por sus partidarios. Aun en aquel momento, el carácter romántico-idealista de
la fórmula generaba inevitablemente errores críticos en los propios
pensamientos de Trotsky.
Sobre todo, esta fórmula confundía los
dos problemas, completamente diferentes, del carácter de clase de la inminente
revolución rusa (progresión ininterrumpida de las demandas democráticas a las
socialistas) por una parte, y de la capacidad
de esa revolución para mantenerse internacionalmente, por la otra. Porque
en este ensayo Trotsky proclamaba, reiteradamente, la imposibilidad de que la revolución rusa pudiera resistir el asalto
contrarrevolucionario sin la ayuda de revoluciones simultáneas en Europa
occidental.
La ”lógica” de esta suposición derivaba
del confuso verbalismo de la ”revolución permanente”, fórmula que permitió a
Trotsky pasar del carácter nacional de la revolución en Rusia a las condiciones
internacionales de su supervivencia, como si se tratara de otros tantos
peldaños en una escalera que ascendiera ”permanentemente”. La naturaleza
ilegítima de este procedimiento es demasiado evidente, y vició las tesis
fundamentales de Trotsky. Ello no
disminuye la magnitud de su acierto al predecir correctamente la naturaleza
básica de la Revolución de Octubre once años antes de que ocurriera, cuando
ningún otro dirigente ruso había rechazado
las predicciones clásicas de Plejanov: simplemente, lo sitúa dentro de las
coordenadas específicas del marxismo de Trotsky.
La
ausencia del partido
Balance y perspectivas es un extraordinario ensayo por su análisis de
las fuerzas sociales, pero no lo es
menos por su falta de todo análisis del papel de la organización política en la
lucha socialista. Una vez más, el partido
está ausente del escenario construido por Trotsky para la revolución rusa.
Cuando analiza los requisitos previos del socialismo (producción planificada,
predominio de las fábricas en gran escala y dictadura del proletariado) no
menciona en absoluto al partido o al papel que éste debe desempeñar. Ataca a
los blanquistas y a los anarquistas, pero se limita a expresar: ”Los
socialdemócratas hablan de la conquista del poder como la acción consciente de la clase revolucionaria”.[5]
Su vanguardia ha sido olvidada.
La única discusión acerca de los
partidos en todo el ensayo – de cien páginas – es una perspicaz crítica de los partidos socialdemócratas de occidente, que
fue un acertado comentario sobre estas organizaciones pero cuya aplicación
general implicaba una completa hostilidad a la existencia misma de un partido
revolucionario. En realidad, cuando Trotsky escribe acerca de la lucha política
en Rusia, no se refiere nunca al papel
de las organizaciones revolucionarias: sólo habla de fuerzas sociales.
Es necesario hacer aún otro comentario
sobre este trabajo premonitorio. Hay en él un evidente desconocimiento del problema del partido en sí. Por el
contrario, Trotsky demuestra poseer una
gran conciencia del Estado como aparato burocrático y militar.
Trotsky incluye una extensa y gráfica
relación del papel histórico del Estado ruso en la formación de la sociedad
rusa moderna. Trotsky tomó gran parte de este análisis del historiador liberal
Miliukov, y de su socio Parvus. Pero la elocuencia de esta digresión contrasta
agudamente con su paralelo silencio sobre el partido. Esta polaridad no era
accidental y resurgió en un contexto práctico crucial, en una fase posterior.
Sin embargo, las consecuencias
inmediatas de esta crítica ausencia en el pensamiento de Trotsky se
evidenciaron concretamente después de su salida
de la cárcel. Entre 1907 y 1914, la actuación política de Trotsky consistió
en una serie de esfuerzos intermitentes
e infructuosos por unificar las
facciones socialdemócratas opuestas y con ese propósito formó el efímero Bloque de Agosto, agrupación carente de
principios. Tampoco desempeñó papel alguno en la decisiva tarea de construir el
Partido Bolchevique, que Lenin emprendiera por aquellos años. Por lo tanto, no adquirió experiencia de
la vida de partido, a diferencia de sus contemporáneos Stalin, Zinoviev y Bujarin, que sí acumularon esa experiencia
durante este período formativo. Deutscher comenta, acertadamente: ”Los años de 1907 a 1914 constituyen en su vida un
capítulo singularmente exento de logros políticos … Sus escritos…
consistieron en brillantes trabajos
periodísticos y de crítica literaria, sin incluir un solo texto significativo
de teoría política … En esos años, sin embargo, Lenin, con la ayuda de sus seguidores forjaba su partido, y hombres
como Zinóviev, Kámenev, Bujarin y más
tarde Stalin iban alcanzando una estatura que les permitió desempeñar papeles
destacados en el Partido en 1917. A la estatura que Trotsky había alcanzado
en 1904-6, el presente período añadió poco o nada”.
La
intelectualidad y el socialismo
Sería un error, sin embargo, pensar que
Trotsky no produjo escritos importantes en este largo intervalo. Escribió un ensayo decisivo, que expresa
con singular claridad la médula de su pensamiento político. Se trata de La
intelectualidad y el socialismo, escrito en 1910.
En este trabajo Trotsky demuestra una amarga hostilidad hacia los intelectuales, dentro
y fuera del movimiento socialista. Esta hostilidad era una expresión de sus
ideas acerca de la intelectualidad. Es evidente, a través de sus escritos, que
Trotsky veía a los intelectuales de una manera totalmente preleninista, como individuos de origen burgués, preocupados
por las ”ideas” o la ”literatura” y esencialmente divorciados del
proletariado y la lucha política.
En su obra, la imagen básica del intelectual es siempre la del literato de salón.
Ahora bien, esta imagen es precisamente la que fue cultivada por la burguesía
misma, que había separado el ”arte” y el ”pensamiento” de las actividades
”mundanas” (tales como la economía y la política) difundiendo el ideal del
intelectual como un individuo consagrado a la vaga y esotérica búsqueda de ese
arte y de ese pensamiento.
Además, el anti-intelectualismo vulgar
de una clase obrera laborista u obrerista es un mero reflejo de esta concepción
burguesa: el término ”intelectual” se
convierte en una categoría peyorativa, que designa a los dilettantes, parásitos
o renegados.
Desde luego, esta serie de concepciones
nada tiene que ver con el marxismo, pero explica por qué fue tan formal y
externa la aparente aproximación de Trotsky a la posición de Lenin sobre la
organización del partido en 1903. Porque
la teoría de Lenin sobre la organización del partido en ¿Qué hacer? era
inseparable de su teoría sobre la función y naturaleza de los intelectuales en
un partido revolucionario.
La esencia de ésto era que: I) los intelectuales de origen burgués son
indispensables para la constitución de un partido revolucionario, porque
sólo ellos capacitan a la clase obrera para dominar el socialismo científico;
II) el trabajo del partido
revolucionario elimina la distinción entre ”intelectuales” y ”trabajadores”
dentro de sus filas.
Naturalmente, Gramsci desarrolló la teoría de Lenin en su famoso análisis del partido
revolucionario como el ”moderno Príncipe”, cuyos miembros se convierten en
intelectuales de un tipo nuevo.
Esta compleja concepción contrasta con
la aceptación de Trotsky de las categorías tradicionales y los prejuicios que
las acompañaban. Al escribir sobre los intelectuales, él pensaba en los
esotéricos círculos literarios de Moscú a los cuales atacaría más tarde en Literatura y Revolución y no en los nuevos
intelectuales forjados en y por el Partido bolchevique, del cual eran miembros.
En una palabra, Trotsky carecía de una teoría marxista sobre los intelectuales y
su relación con el movimiento revolucionario, y por ello se quedó meramente en
las actitudes. En su ensayo de 1910, afirma lisa y llanamente que, a medida que
el movimiento socialista crece en Europa, son cada vez menos los intelectuales
que se le unen. Esta ley es aplicable también a los estudiantes: ”A lo largo de
su historia… los estudiantes de Europa han sido meramente el barómetro sensible
de las clases burguesas”.[6]
El meollo de su análisis de la relación
entre los intelectuales y la clase obrera es una abrumadora negación de lo
anterior, lo cual demostró el alcance de su incapacidad de asimilar ¿Qué
hacer? [7]
Al respecto, escribe: ”Si la verdadera
conquista del aparato de la sociedad dependiera del advenimiento previo de la
intelectualidad al partido del proletariado europeo, las perspectivas del
colectivismo serían por cierto bien miserables”. Dado este punto de vista
general, resulta evidente el por qué su breve ”centralismo” de 1903 fue
mecánico y deleznable. Fue una parodia del leninismo, una imitación
militarizada de su disciplina, sin su significado interno: la transformación de
”obreros” e ”intelectuales” en revolucionarios por medio de una acción
política unificada. El único papel político que Trotsky otorgó a los
intelectuales fue el de ”sustitutismo”, en un ensayo dedicado específicamente a
la intelectualidad rusa.[8]
Los decembristas,
narodnikis y marxistas fueron condenados indiscriminadamente como grupos
que reemplazaban a las clases sociales que afirmaban representar, en lo que
Deutscher llama una ”sombría revisión” de la historia rusa. Una vez más, la
falta de una teoría de las instancias o niveles diferenciados de la estructura
social conduce a la idea de un intercambio horizontal entre ”intelectuales” y
”clases”, en el cual se hace posible una sustitución de unos por otros.
Así, la única posibilidad de los
intelectuales para ingresar a la política es, necesariamente, una usurpación,
dado que sólo puede realizarse a expensas del proletariado. Falta, una vez más, la idea del partido
como estructura autónoma que combina y transforma dos fenómenos diferentes: la
intelectualidad y la clase obrera. Dentro de esta concepción, no tiene
sentido hablar de ”sustituir” un elemento por otro, ya que no son
conmensurables para ser intercambiables. Son modificables, en una nueva acción
política o sea, en un partido revolucionario.
Por lo tanto, la historia de Trotsky
antes de 1917 puede asumirse de la siguiente manera: fue siempre un francotirador, fuera de las filas organizadas del
movimiento de la clase obrera. Demostró poseer una singular comprensión intuitiva del carácter de clase de las fuerzas
que estaban agrupándose para la Revolución Rusa. Pero ello iba acompañado de
una profunda y consecuente falta de
comprensión de la naturaleza y el papel de un partido revolucionario, falta
ésta vinculada a su concepción pre-marxista de la teoría relativa a las
organizaciones.
Aún en 1915, sus escritos evidencian la creencia de
que el partido era un epifenómeno arbitrario en la lucha de clases: ”Entre la
posición de un partido y los intereses del estrato social en que se apoya puede
haber una cierta falta de armonía, que más tarde puede convertirse en una
profunda contradicción. La conducta de
un partido puede cambiar bajo la influencia o el temperamento de las masas.
Esto es indiscutible. Tanto mayor es, por ende, nuestra razón, en nuestros
cálculos, para dejar de depender de elementos menos estables y menos dignos
de confianza, tales como las consignas y las tácticas de un partido. Y para recurrir a factores históricos más estables:
la estructura social de la nación, la relación de las fuerzas de clase y las
tendencias de desarrollo.” [9]
Esta incomprensión del papel del partido
leninista explica que Trotsky se
abstuviera de toda participación en la crucial formación del Partido
Bolchevique de 1907 en adelante. Él mismo caracterizó más tarde su actitud
durante esta etapa, con gran honradez y exactitud: ”Nunca me esforcé por crear
un grupo sobre la base de las ideas de la revolución permanente. Mi postura
interpartidista era conciliatoria, y cuando en ciertos momentos me esforcé por
la formación de grupos, fue precisamente sobre esta base. Mi espíritu
conciliador surgió de una especie de fatalismo socialrevolucionario. Yo
creía que la lógica de la lucha de clases obligaría a ambas facciones a seguir
la misma línea revolucionaria. La gran
significación histórica de la política de Lenin era todavía confusa para mí
en aquel entonces, su política de demarcación ideológica irreconciliable, y de
división, cuando fuese necesario, con el propósito de unificar y templar el
corazón del partido revolucionario, verdaderamente revolucionario… En todos los casos más importantes, cuando
me puse en contradicción con Lenin, táctica y organizativamente, la razón
estaba de su parte”.[10]
Ahora es posible ubicar la desviación
teórica específica que está latente en el pensamiento de Trotsky.
Tradicionalmente, el marxismo ha estado constantemente sujeto a la deformación llamada economicismo.
Ello consiste en reducir todos los otros niveles de una formación social al
movimiento de la economía, que se convierte así en una ”esencia” idealista, de
la cual los grupos sociales, las instituciones políticas y los productos
culturales son meras ”manifestaciones”.
Esta desviación, con todas sus consecuencias políticas prácticas, se
difundió en la Segunda Internacional. Fue característica de la derecha, que
predominaba en la Internacional. Lo que se ha advertido menos es que la
izquierda de la Internacional exhibía a menudo una desviación análoga. Podemos
llamar a ésto, por razones de
conveniencia, sociologismo. No es la economía, sino las clases sociales las que son separadas de la compleja
totalidad histórica e hipostasiadas, de manera idealista, como los demiurgos de cualquier situación política
dada.
La lucha
de clases se convierte en la “verdad” interna e inmediata de todo acontecimiento
político y las fuerzas de las masas
en los únicos agentes históricos. El economicismo
conduce naturalmente a la pasividad y al taoísmo ; el sociologismo, por el contrario, tiende a conducir hacia
el voluntarismo. Rosa Luxemburgo
representa la lógica extrema de esta tendencia dentro de la Segunda
Internacional, donde asume la forma de una explícita exaltación de la espontaneidad.
Trotsky representa una variante diferente de esta corriente, pero el principio
rector es semejante. Sus escritos presentan a las fuerzas de las masas
dominando constantemente a la sociedad, sin organizaciones políticas o
instituciones que intervengan como niveles permanentes y necesarios de la
formación social. El marxismo de Lenin,
por el contrario, se define por la noción de una totalidad compleja, en la
cual todos los niveles – económico,
social, político e ideológico – son siempre operativos y hay entre ellos un intercambio del eje
principal de las contradicciones. La extrapolación
que hizo Trotsky de la fuerza de las masas, al aislarlas de esta compleja
serie de niveles, constituyó el origen definitivo de sus errores teóricos, tanto antes como después de la Revolución.[11]
1917-21
Estadista
El estallido de la Revolución de febrero
transformó las relaciones políticas dentro del movimiento socialdemócrata ruso.
La nueva situación liberó súbitamente a
Trotsky de su pasado. Al cabo de pocos meses, había abandonado a sus
asociados mencheviques y se había
alineado en las filas del bolchevismo. Surgía ahora como un gran revolucionario.
Esta fue la etapa heroica de su vida,
cuando cautivó la imaginación mundial
como arquitecto de la insurrección de octubre y jefe militar de la Guerra Civil.
Más aún: se convirtió en el orador supremo de la revolución.
Encarnaba tanto a Danton como a Carnot,
era el gran tribuno del pueblo y el gran dirigente militar de la Revolución
Rusa. Como tal, Trotsky era exactamente la clase de hombre que los observadores
del exterior, benévolos u hostiles, creían que un revolucionario debía ser.
Parecía la encarnación de la continuidad entre las revoluciones francesa y
rusa.
Lenin, el cambio, era un hombre aparentemente prosaico, totalmente diferente a los
declamatorios héroes de 1789. Representaba un nuevo tipo de revolucionario. La diferencia entre los dos hombres era
fundamental y se advierte a lo largo de todo el período en que ambos
trabajaron juntos. Trotsky nunca se
aclimató totalmente dentro del Partido bolchevique.
En julio
de 1917 descendió como en paracaídas sobre la cumbre de la organización bolchevique,
el Comité Central, sin experiencia alguna de actuación o de vida
partidista. Por eso, se le veía de manera muy diferente dentro de las filas del
partido que fuera del mismo. Su imagen internacional no coincidió nunca con la
que el partido tenía de él; en alguna medida, siempre se sospechó de él como
advenedizo e intruso. Resulta significativo que en 1928, en medio de la lucha
interna del partido, su colega y aliado Preobrazhenski pudiera hablar de
”nosotros, los viejos bolcheviques”, para distinguir su posición de la de
Trotsky. Sin duda, los viejos bolcheviques no le aceptaron nunca como unos de
los suyos. Ésta marginación se evidenció durante la Revolución y hasta en la
Guerra Civil. Trotsky fue el dinamizador del Estado bolchevique militarizado en
pie de guerra. Por aquellos años, no era un hombre de partido ni tenía
responsabilidad alguna en el funcionamiento y movilización de la organización
del partido. Fue criticado por muchos bolcheviques a causa de ciertas
acti-tudes, tomadas dentro del ejército, que fueron verdaderamente hostiles al
partido como tal. Así, Trotsky se decidió a fortalecer el poder de los
oficiales de carrera con pasado zarista dentro del Ejército Rojo y se opuso a
que fueran controlados por comisarios políticos desig-nados por el partido. La
disputa acerca de esta cuestión – en la cual Trotsky chocaba ya con Stalin y
Voroshilov – constituyó una importante controversia en el VIII Congreso del
Partido, celebrado en 1919. Lenin apoyó a Trotsky, pero el resentimiento del
partido contra éste se hizo evidente en las instrucciones secretas pasadas al
Congreso. La exclamación de Mikoyan en el VII Congreso refleja fielmente la
imagen que tenían de él los miembros permanentes de la dirección del partido:
”1 Trotsky es un hombre de Estado, no de Partido!”.12
El talento oratorio de Trotsky
complementaba su talento como jefe militar, y ninguna de estas dos cualidades
se vinculaba a una actuación específicamente partidista. El organizador de un
partido político debe persuadir a individuos o a grupos de que acepten los
planes de acción que propone así como su autoridad para llevarlos a cabo. Ello
requiere gran paciencia y habilidad para maniobrar inteligentemente dentro de
una compleja lucha política, en la cual los actores están igualmente equiparados
para discutir como para actuar. Esta capacidad es totalmente diferente de la de
un orador de masas. Trotsky estaba extraordinariamente dotado para la
comunicación con las multitudes. Pero la índole de su atractivo era
necesariamente 9
emocional, se
basaba en una gran transmisión de urgencia y de militancia. Como orador, sin
embargo, disfrutaba de una relación completamente unilateral con las
multitudes: las arengaba para conducirlas hacia determinados fines, para
movilizarlas en la lucha contra la contrarrevo-lución. Su don militar tenía
características similares. No era un organizador de partido, no tenía
experiencia en cuanto al verdadero funcionamiento de un partido, y tampoco
parecía interesarse especialmente en esas cuestiones. Sin embargo, realizó la
hazaña de crear un Ejército Rojo de cinco millones de hombres en dos años,
sacándolos prácticamente de la nada, y de llevarlo a la victoria contra los
ejércitos blancos y sus aliados extranjeros. Por lo tanto, su capacidad
organizativa era de carácter esencialmente voluntarista. Tuvo autoridad ab
initio para organizar el ejército; como Comisario del Pueblo para la Guerra
contó con el respaldode todo el prestigio de Lenin y del Estado soviético. No
tuvo que ganarse esta autoridad en el terreno político, convenciendo a
sus iguales de que lo aceptaran. Era el jefe del comando militar y tenía
autoridad para imponer estricta obediencia. Así, la afinidad entre el jefe
militar y el tribuno popular se explican completamente. En ambos casos, el
papel de Trotsky fue implícitamente voluntarista. Como orador público tenía que
apelar a llamamientos emocionales para movilizar a las masas con propósitos
definidos; como pilar del Estado soviético, tenia que dar órdenes a sus
subordinados, también con propósitos definidos. En ambas tareas su función
consistía en asegurar los medios para un fin previamente determinado. Esta
tarea difiere de la de lograr que un nuevo fin prevalezca entre varias
opiniones competitivas en una organización política. El voluntarista está en su
elemento cuando se trata de arengar a multitudes o de mandar a la tropa, pero
estas funciones no deben confundirse con la capacidad para dirigir un partido
revolucionario.
De
los problemas militares a los económicos
En 1921, la Guerra Civil había sido
ganada. Con la victoria, el Partido bolchevique tuvo que desviar toda su
preocupación, de los problemas militares a los económicos. La reconstrucción y
reorganización de la economía soviética constituía ahora su principal objetivo
estratégico. La adaptación de Trotsky a la nueva situación reveló cuán
consecuente había sido toda su actuación política durante esta etapa.
Simplemente, propuso la adopción de soluciones militares para los problemas
económicos, reclamando un comunismo de guerra intensificado y la introducción
del trabajo obligatorio. Este extraordinario episodio no fue sólo un paréntesis
o una aberración en su carrera, sino que tenía profundas raíces teóricas y
prácticas en su pasado. Su función de Comisario de guerra lo predisponía hacia
una política económica concebida como una movilización estrictamente militar y,
al defenderla, Trotsky estaba simplemente prolongando su actuación anterior. Al
mismo tiempo, su propensión a una solución ”de mando” reflejaba su
incomprensión del papel específico del partido y su consecuente tendencia a
buscar soluciones políticas a nivel del Estado. Su consigna en el debate
sindical de 1921 propugnaba, explícitamente, la ”nacionalización” de los
sindicatos. Trotsky abogó también por una burocracia competente y permanente,
con ciertos privilegios materiales; a causa de ello, Stalin le llamaría más
tarde ”corifeo de los burócratas”.
Además Trotsky no justificó el trabajo
obligatorio como una lamentable necesidad impuesta por la coyuntura política,
como el resultado temporal de una emergencia. Trató, por el contrario, de
legitimarlo sub specie aeternitatis, explicando que en todas las
sociedades el trabajo era obligatorio, y que lo único que variaba era la forma
en que se ejercía la compulsión. Combinaba esta abierta defensa de la coerción
con una exaltada mística de la abnegación social, incitando a las brigadas de
trabajo a entonar himnos socialistas mientras trabajaban. ”Desplegad una
incansable energía en vuestro trabajo, como si estuviérais en marcha o en combate…
Un desertor del trabajo es tan despreciable y tan indigno como un 10
13 El profeta armado, p. 413.
Esta imagen recuerda al jesuita del Paraguay. Trotsky escribiría luego que la
razón por la cual los filisteos burgueses detestaban tanto a los jesuitas
residía en que éstos eran los soldados de la Iglesia, mientras que la mayoría
de los presbíteros eran sus mercaderes. Lo cierto es, desde luego, que no
existe razón alguna para hacer una discriminación entre ambos. Trotsky, sin
embargo, parece haber preferido a los jesuitas. Es evidente que en un período
revolucionario un militante socialista .ha de estar más cerca de un soldado que
de un mercader, en sus puntos de vista. Pero ¿debe ese estado temporario de
cosas hacer que un socialista olvide que la concepción militar es un producto
de la sociedad de clases tanto como la mercantil?
desertor del campo de batalla. ¡ Severo
castigo para ambos !.. . Comenzad y completad vuestro trabajo, dondequiera que
sea posible, al son de himnos y canciones socialistas. Vuestro trabajo no es
trabajo de esclavos, sino un elevado servicio a la Patria socialista”.13
Esta contradictoria amalgama era
posible, por supuesto, gracias al idéntico voluntarismo de ambas nociones: la
economía como imposición coercitiva o como servicio místico.
Al comienzo, Trotsky pudo ganar el apoyo
de Lenin para sus planes de militarización del trabajo. Pero después del gran
debate de los sindicatos en 1921 y al finalizar la guerra polaca, su propuesta
de purgar en gran escala a los representantes electos en los sindicatos fue
ásperamente repudiada por Lenin. El Comité Central del Partido denunció
públicamente las formas de trabajo ”militarizadas y burocráticas”. Así, los
planes de acción de Trotsky fueron rechazados por los bolcheviques, en medio de
una reacción general en su contra, como ideólogo del comunismo de guerra. El
resultado del debate económico evidenció la diferencia entre la idea de Lenin
de un partido altamente disciplinado y la defensa de Trotsky de un estado
militarmente organizado.
1921-29
Oposicionista
La lucha interna del partido durante los
años veinte fue, evidentemente, la fase central de la vida de Trotsky. Durante
algunos años, se produjeron hechos que fueron decisivos para la historia
mundial en las décadas siguientes. Las decisiones fueron tomadas por muy pocas
personas. No es frecuente que tales decisiones obtengan significación
universal. ¿ Cuál fue el papel de Trotsky en el funesto drama de los años
veinte?
La lucha por la supremacía dentro del
Partido bolchevique debe ser separada, en alguna medida, de las cuestiones
políticas que la provocaron. Durante la mayor parte del tiempo, el conflicto
suscitado dentro del partido se concentró en el ejercicio del poder como tal,
dentro del contexto, naturalmente, de las disputas ideológicas de los grupos
antagónicos. Se advertirá, en efecto, que uno de los más graves errores
teóricos y políticos de Trotsky fue una interpretación excesivamente ideológica
de la situación interna del partido. Será conveniente, por lo tanto, considerar
la cuestión de la década de los años veinte a dos niveles: el de la lucha
político-táctica propiamente dicha y el del debate ideológico y estratégico
sobre el destino de la Revolución.
La
lucha político-táctica
A partir de 1921, Trotsky fue aislado en
la cúpula del Partido bolchevique. Importa enfatizar aquí que la lucha contra
Trotsky fue inicialmente una resistencia llevada a cabo virtualmente por toda
la vieja guardia bolchevique contra la posibilidad de que Trotsky sucediera a
Lenin. Esto explica la unanimidad con que todos los demás dirigentes del
Politburó – Zinoviev, Kamenev, Stalin. Kalinin y Tomski – se opusieron a él aún
en vida de Lenin. Trotsky parecía ser el dirigente revolucionario más destacado
después de Lenin. Sin embargo, no era un miembro histórico del partido, dentro
del cual se desconfiaba mucho de él. Su Preponderancia 11
14 Véase El profeta desarmado, p.
404.
militar y su papel en los debates
sindicales parecía arrojar una sombra de bonapartismo potencial a través del
panorama político. Fue esta situación la que permitió a Stalin en 1923. último
año de la vida de Lenin, apoderarse del control del aparato del partido y, con
ello, de todo el poder político de la URSS.
Evidentemente, Trotsky no advertía lo
que esteba sucediendo en aquellos años. Creía que Zinoviev y Kamenev era más
importantes que Stalin y no comprendió la significación del nuevo papel del
Secretario General. Esta extraordinaria falta de lucidez puede ser comparada
con la aguda conciencia que tuvo Lenin, aún enfermo, del curso de los acontecimientos.
En diciembre de 1922 Lenin redactó sus notas sobre la cuestión de las
nacionalidades. en las cuales denunciaba. con una violencia sin precedentes, a
Stalin y Dzerzhinski por la represión que habían realizado en Georgia. Lenin
dirigió estas notas a Trotsky con instrucciones específicas de forzar al Comité
Central a tomar una resolución decisiva sobre la cuestión. Trotsky ignoró este
pedido: creyó que Lenin había exagerado extremadamente el asunto. Un mes
después Lenin redactó su famoso ”testamento”, en el cual se advierte claramente
que él comprendía la significación del ascenso de Stalin y preveía que el
partido podría dividirse entre los ”dos miembros de más talento” del Comité
Central: Trotsky y Stalin. En aquel momento, Trotsky no advirtió nada de todo
ésto. No luchó por la publicación del testamento cuando Lenin murió, un año
después. No se sabe con certeza cuáles fueron sus razones para asumir esta
actitud. No obstante, el testamento no era un documento muy halagador para
ninguno de los dirigentes bolcheviques. Criticaba ásperamente a Stalin y
trataba con muy poca ceremonia a Trotsky, (métodos administrativos) y también a
Bujarin (falta de comprensión de la dialéctica). Nadie en el Politbur6 tenía un
motivo poderoso para publicar este sombrío documento, con su virtual
advertencia de desastres futuros. Lenin, arquitecto y líder del Partido
bolchevique, demostró así tener plena conciencia de lo que estaba sucediendo
dentro de él, demostró – un año antes de morir – que denunciaba en profundidad
su situación interna. Para Trotsky, que tenía poca experiencia en la vida de
partido y que nunca había reflexionado acerca de la naturaleza o el papel
específico del partido, esta situación le pasó inadvertida.
Después de la muerte de Lenin, Trotsky
se encontró solo en el Politburó. De allí en adelante, cometió un error tras
otro. Desde 1923 hasta 1925 concentró su ataque sobre Zinoviev y Kamenev y.
valiéndose del papel desempeñado por éstos en 1917, ayudó a Stalin a aislarlos
más tarde. Pensaba entonces que Bujarin era su peor enemigo y dedicó todas sus
energías a combatirlo. En 1927, Trotsky todavía consideraba la posibilidad de
una alianza con Stalin contra Bujarin. No advirtió que Stalin estaba decidido a
expulsarlo del partido y que la única manera de evitarlo consistía en crear una
alianza de la izquierda y la derecha contra el centro. Bujarin se dio cuenta de
ello en 1927, y dijo a Kamenev: ”es mucho más lo que nos separa de Stalin que
lo que nos separa mutuamente”.14 En efecto, en 1923, organizativamente
considerado, Stalin era ya el amo del partido. De allí entonces que gran parte
de la lucha interna en el partido fuese como pelear con su propia sombra. Lo
único que podría haber derrotado a Stalin era la unidad política de los otros
viejos bolcheviques contra él. Zinoviev, Kamenev y Bujarin lo advirtieron
demasiado tarde. Pero Trotsky, a causa del carácter teórico de su marxismo, no
llegó a comprender jamás la verdadera situación. En este punto, su constante
subestimación del poder autónomo de las instituciones políticas y su tendencia
a subordinarlas a las fuerzas de las masas, que eran su presunta ”base social”,
fueron su némesis. Porque a lo largo de toda la lucha interna del partido,
interpretó siempre las 12
15 El nuevo curso. El subrayado
me pertenece.
posiciones políticas adoptadas por los
diversos participantes como meros signos visibles de tendencias sociológicas
ocultas dentro de la sociedad soviética. Así, la derecha, el centro y la
izquierda del partido se convirtieron, en los escritos de Trotsky, en
categorías básicamente idealistas, divorciadas de la política como tal, es
decir, alejadas del verdadero campo del poder y las instituciones. De este
modo, a pesar de las advertencias de Lenin acerca de la importancia de Stalin y
del alarmante poder organizativo que estaba acumulando, Trotsky siguió viendo
en Kamenev y Zinóviev como la principal amenaza que existía contra él dentro
del partido, dado que ellos eran los ideólogos del triunvirato que hablaban en
el lenguaje convencional de las ideas. Esta constante correlación entre las
ideas y las fuerzas sociales – con su falta de una teoría intermedia acerca del
nivel político – condujo a Trotsky a cometer desastrosos errores en la
prosecución de su propia lucha.
La publicación de la serie de artículos
que forman El nuevo curso constituye un ejemplo especialmente claro de
este hecho. En esos artículos (1923) declara explícitamente: ”Las diferentes
necesidades de la clase obrera, del campesinado, del aparato estatal y sus
miembros, actúan sobre nuestro partido, a través del cual tratan de encontrar
una expresión política. Las dificultades y contradicciones inherentes a nuestra
época, la discrepancia temporal de intereses en las diferentes capas del
proletariado o del proletariado en su conjunto y el campesinado, actúan sobre
el partido mediante las células obreras y campesinas, el aparato estatal y la
juventud estudiantil. Incluso las diferencias episódicas de criterio y
matices de opinión pueden expresar la remota presión de distintos intereses
sociales…”.15
Se hace evidente aquí el anverso de la
idea del ”sustitucionismo”, es decir, la hipótesis de una posible ”identidad”
entre partidos y clases. El uso de este binomio oscurecía el hecho evidente de
que las relaciones entre estos dos términos no pueden nunca simplificarse a uno
solo de estos polos. En cierto sentido, un partido es siempre un ”sustituto” de
una clase, en el sentido de que no coincide con ella – si coincidiera, no
habría necesidad de un partido – y sin embargo actúa en su nombre. En otro
sentido, nunca la ”sustituye” porque no puede abolir la naturaleza objetiva del
proletariado y la relación global de las fuerzas de clase, que no cesan de
existir ni siquiera cuando el proletariado está disperso y debilitado, como
después de la Guerra Civil, o actúa en contra de los intereses inmediatos de la
clase obrera como lo hizo durante la Nueva Política Económica. Las relaciones
entre partido y clase forman un espectro de cambiantes y complejas
posibilidades, que no son intercambiables con estas descripciones bipolares. Se
pudo advertir, entonces, que la noción de ”sustitucionismo” no sirvió para
esclarecer la conducta de Trotsky en la lucha interna del partido, precisamente
en una etapa en la que la importancia de los aparatos políticos – el partido –
había aumentado enormemente con relación al de la fuerza social de las masas
(aunque sin abolirlas). Él fue el último en advertir lo que estaba sucediendo,
a pesar de su percepción polémica. En efecto, dado que su opuesto implícito –
la ”identidad” – era para él una noción reguladora, cometió gravísimos errores
políticos toda vez que trató de determinar las relaciones entre partido y clase
en esta etapa. El mismo Nuevo curso representa un ejemplo
particularmente claro de este hecho. El credo del sociologismo citado
anteriormente estuvo acompañado de una altisonante petición de proletarización
en la composición del partido y de rejuvenecimiento por medio de la afluencia
de la juventud. Esta confianza en las categorías sociológicas, idealísticamente
concebidas, tuvo una consecuencia irónica. La política misma que Trotsky
defendió para la renovación del partido y su desburocratización fue implantada
por Stalin con resultados diametralmente opuestos. El reclutamiento realizado
por Lenin en 1924 afirmó decisivamente 13
16 El mismo Trotsky habló con frecuencia
de ”optimismo revolucionario” en los años posteriores. Optimismo y pesimismo
son, por supuesto, actitudes emocionales que poco tienen que ver con el
marxismo. La ideología burguesa (Weltanschauung) se ha empantanado
tradicionalmente en tales categorías. El adjetivo ”revolucionario” no hace del
”optimismo” una categoría más profunda que la que el adjetivo ”heroico” hizo
del ”pesimismo”.
el control de Stalin sobre el partido,
al empantanar los viejos cuadros bolcheviques con una enorme masa de obreros
manejables y carentes de formación política. Nació así la composi-ción
proletaria del partido. El error de creer que las fuerzas sociales son
inmediatamente ”transportables” a las organizaciones políticas era, por
supuesto, inconcebible dentro de la teoría leninista del partido. No obstante,
Trotsky nunca lo abandonó en estos años. En 1925, cuando la troika se escindió,
él se mantuvo apartado, considerando a la lucha entre Stalin y Zinoviev como
una vulgar disputa, en la cual no estaba en juego ningún principio. Cuando
Zinoviev y Stalin se atacaban políticamente por medio de las respectivas
organizaciones del partido de Leningrado y de Moscú, Trotsky escribió
sarcásticamente a Kamenev: ” ¿Cuál es la base social de dos organizaciones
obreras que se injurian mutuamente?”. Naturalmente, el abstencionismo en esta
posición fue suicida. En cierto sentido, Trotsky nunca luchó en el plano
político, a diferencia de Zinoviev, por ejemplo. Su preparación teórica no lo
capacitaba para hacerlo. Su conducta en la lucha interna del partido fluctuó
entre una truculencia agresiva (un gran dake, en el sentido judío del
término), y una profunda pasividad (la única salvación de Rusia era la
posibilidad de las revoluciones en el extranjero).16 Por ello, su conducta no
adquirió nunca coherencia política táctica. El resultado fue que estuvo
constantemente en manos de Stalin. Al presentar una amenaza sin fundamento
sólido alguno, institucional o político, sólido, y con gran despligue de actitudes
públicas, Trotsky proporcionó precisamente lo que el gobierno y Stalin, como su
más destacado representante, necesitaban para convertir al partido en una
máquina burocrática y autoritaria. Casi se podría decir que si Trotsky no
hubiera existido, Stalin hubiera tenido que inventarlo (y, en cierto sentido,
lo inventó).
La
lucha ideológica y estratégica
Hasta aquí, hemos expuesto la lucha
político-táctica dentro del Partido bolchevique. Es necesario considerar ahora
en qué medida las grandes disputas ideológicas – acerca de las opciones
estratégicas de la Revolución – reflejaron la misma constelación teórica en el
pensamiento de Trotsky. Se advertirá que el paralelismo es, en realidad, muy
próximo. Esto se evidencia en las dos controversias más importantes de estos
años.
El
socialismo en un sólo país contra la revolución permanente
La disputa sobre esta cuestión dominó
los debates ideológicos de la década de los años veinte. Lenin había
establecido una posición que, indudablemente, era correcta en la época de
Brest-Litovsk. Él afirmaba que los bolcheviques debían pensar siempre en
posibilidades variables y no en falsas certezas. Era ingenuo especular acerca
de si se producirían o no revoluciones en occidente. La estrategia bolchevique
no debía estar basada en la presunción de que se produjeran revoluciones en
Europa, pero tampoco debía descartarse dicha posibilidad. Sin embargo, después
de la muerte de Lenin esta posición dialéctica se desintegró en posiciones
opuestas, polarizadas dentro del partido. Stalin descartó efectivamente la
posibilidad de las revoluciones internacionales e hizo de la construcción del
socialismo en un solo país la tarea exclusiva – necesaria y posible – del
Partido bolchevique. Trotsky declaró que la Revolución de Octubre estaba
condenada, a menos que las revoluciones internacionales vinieran en su ayuda, y
predijo que estas revoluciones ocurrirían sin duda. La tergiversación de la
posición de Lenin es evidente en ambos casos. 14
17 En un pasaje extraordinario. Trotsky
dice realmente que si el socialismo fuera posible en Rusia, la revolución
mundial sería innecesaria, porque Rusia era tan grande que el éxito de la
construcción del socialismo en la URSS sería equivalente a la victoria
internacional del proletariado mundial. El ejemplo de un país atrasado, que en
el curso de varios planes quinquenales fuese capaz de construir una poderosa
sociedad socialista con sus propias fuerzas, significaría un golpe mortal para
el capitalismo mundial y reduciría al mínimo, si no a cero, los costos de la
revolución proletaria mundial. Claro está que éste es precisamente el criterio
defendido por Jruschov a principios de la década del sesenta. Su utilización en
este caso demuestra cuán débil era la argumentación de Trotsky en La
revolución permanente. Lo que argumentaba Trotsky contra el socialismo en
un solo país no era que un socialismo auténtico fuese imposible en una sociedad
con un nivel tan bajo de fuerzas productivas y acumulación cultural, sino que
la Unión Soviética no podía sobrevivir a un ataque externo, tanto económica
como militarmente. La calidad del socialismo soviético no era lo que interesaba
en este caso. La cita demuestra que Trotsky aceptaba en el debate una ecuación
sumaria entre el socialismo y el desarrollo económico soviético.
Puede argüirse que Stalin, al descartar
la posibilidad de revoluciones europeas exitosas, contribuyó efectivamente a su
eventual derrota, acusación ésta que se le ha hecho a menudo, a propósito de su
política hacia Alemania y España. Había, por cierto un elemento de satisfacción
de las propias necesidades en la predicción del socialismo en un solo país. Sin
embargo, dado este juicio crítico – que es precisamente que la política de
Stalin representó una falsificación de la estrategia de Lenin – la superioridad
de la perspectiva de Stalin sobre la de Trotsky es innegable. Ella forma todo
el contexto histórico-práctico dentro del cual se desarrolló la lucha por el
poder descrita más arriba. Por fuerte que hubiese sido la posición de Stalin
dentro del aparato estatal, ello le habría servido de poco si su línea
estratégica básica hubiese sido invalidada por el curso de los acontecimientos
políticos. Pero esa línea estratégica fue, por el contrario, confirmada por la
historia. En ello radicó la definitiva e inconmovible fortaleza de Stalin en la
década de los años veinte.
La
concepción de Trotsky
¿Cuál fue, en cambio, la concepción
estratégica de Trotsky? ¿Qué quería decir con ”revolución permanente”? En su
folleto de 1928, así titulado, incluía tres nociones totalmente separadas
dentro de la misma fórmula: la continuidad inmediata entre las etapas
democrática y socialista de la revolución en cualquier país ; la transformación
permanente de la revolución socialista misma, una vez victoriosa y la
inevitable vinculación del destino de la revolución en cualquier país con el de
la revolución mundial en todas partes. La primera habría de implicar una
generalización de su punto de vista sobre la Revolución de Octubre, que ya
hemos analizado y que ahora se proclama como una ley en todos los países
coloniales. La segunda era trivial e indiscutible: a nadie se le ocurría negar
que el Estado soviético sufriría cambios incesantemente. La idea decisiva era
la tercera: que la supervivencia de la revolución soviética dependía de la
victoria de las revoluciones en el extranjero .Los argumentos de Trotsky para
esta afirmación, base sobre la cual descansaba toda su posición política, eran
asombrosamente débiles. Propone, en efecto, sólo dos razones por las cuales el
socialismo en un solo país no era practicable. Ambas son extremadamente vagas:
parecen afirmar que la inserción de Rusia en la economía mundial la tornaría
inevitablemente vulnerable al bloqueo económico y a la subversión capitalista.
Las ”rígidas restricciones del mercado mundial” son invocadas sin tener
absolutamente en cuenta cuál sería el impacto preciso que tendrían sobre el
naciente Estado soviético.17 En segundo lugar, Trotsky parece sostener que la
URSS era militarmente indefensa y se derrumbaría ante una invasión externa, a
menos que las revoluciones europeas acudieran en su ayuda. Es evidente que
ninguno de estos argumentos se justificaba en su momento y que ambos fueron
desmentidos por los hechos. El comercio exterior soviético fue el motor del
desarrollo económico ; no un factor de regresión y capitulación sino un factor
de progreso en la rápida acumulación de las décadas de los años veinte y
treinta. Tampoco la 15
18 Trotsky sostuvo siempre que puesto
que la contradicción entre capitalismo y socialismo era más fundamental que la
existente entre los paises burgueses, éstos estaban llamados a unirse en un
ataque contra la Unión Soviética. Este es un ejemplo clásico de la confusión
central entre la contradicción determinante en última instancia y la contradicción
dominante en una coyuntura determinada.
19 Gramsci comentaba sagazmente el
internacionalismo de Trotsky, algunos años después : ”Es necesario ver si la
famosa teoría de Trotsky sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo
político de la teoría de la guerra de maniobra … en última instancia, el
reflejo de las condiciones generales económico-cultural-sociales de un país en
el que los cuadros de la vida nacional son embrionarios y desligados y no
pueden transformarse en ”trinchera y fortaleza”. En este caso se podría decir
que Trotsky, que aparece como un ”occidentalista”, era en cambio un
cosmopolita, es decir superficialmente nacional y superficialmente
occidentalista o europeo. En cambio Lenin era profundamente nacional y
profundamente europeo”. Notas sobre Maquiavelo. Lautaro, Buenos Aires,
1962, p. 95.
No había, por lo tanto, fundamentos
válidos para la tesis trotskista de que el socialismo en un solo país estaba
condenado al aniquilamiento. burguesía mundial se arrojó al unísono sobre la
Unión Soviética ni envió ejércitos supranacionales sobre Moscú. Por el
contrario, las contradicciones intercapitalistas fueron tales que retardaron el
ataque imperialista a la URSS durante veinte años después de la guerra civil.
Cuando Alemania invadió eventualmente a Rusia, el Estado soviético,
industrializado y armado bajo el régimen de Stalin y ayudado por sus aliados
burgueses, fue capaz de rechazar triunfalmente a los agresores.18
El
error teórico
Lo que es importante aislar es el error
teórico básico que subyacía bajo toda la idea de la revolución permanente.
Trotsky partió, una vez más, desde un esquema de la fuerza social de las masas
(hipostasiadas) – la burguesía contra el proletariado en alianza con el
campesinado pobre – en un solo país, hacia una universalización de esta
ecuación a través de su transposición directa en escala mundial, donde la
burguesía ”internacional” se enfrenta al proletariado ”internacional”. La
simple fórmula ”revolución permanente” efectuaba este enorme salto. Lo único
que se omitía era la institución política de la nación, es decir,
toda la estructura formal de las relaciones internacionales y el sistema que
las mismas constituyen. Una ”mera” institución política – burguesa en este caso
– se esfumaba como tantas otras fosforecencias ante la descomunal confrontación
de clases dictada inexorablemente por las leyes sociológicas. El negarse a
respetar la autonomía del nivel político, que había producido previamente un
idealismo de acción de clase ajeno a toda organización partidista, producía
ahora una coordinación (Gleichsaltung) global: ”una estructura social
universal, que se cierne por encima de sus manifestaciones en cualquier sistema
internacional concreto”. El nivel intermedio – partido o nación – simplemente
se omite en ambos casos.
Este idealismo no tiene nada que ver con
el marxismo. La idea de ”revolución permanente” no tenía un contenido
auténtico. Era un concepto ideológico destinado a unificar problemas
disimilares dentro de un mismo ámbito, al margen de una apreciación correcta de
cada uno de ellos. La esperanza de que las revoluciones triunfantes fueran
inminentes en Europa fue la consecuencia voluntarista de este monismo. Trotsky
no fue capaz de comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras
sociales rusas y las de Europa occidental. Para él, el capitalismo era uno e
indivisible y la agenda de la revolución era también una e indivisible, a ambos
lados del Vístula. Este internacionalismo formal (que recuerda al de Rosa
Luxemburgo) abolía de hecho las diferencias internacionales concretas entre los
diversos países europeos.19 La instintiva desconfianza de Stalin hacia el
proletariado de Europa occidental y su confianza en la individualidad rusa
demostraban que tenía una conciencia más aguda – aunque estrecha y acrítica –
de la naturaleza fragmentaria de Europa en los años veinte. Los hechos
justificaron su creencia en la importancia permanente de la nación como 16
20 Lucio Magri comenta esto en ”Valori e
lirniti delle esperienze frontiste”, Critica marxista, mayo-junio de
1965. Debe señalarse que la concepción posterior de Stalin acerca de la guerra
fría como simple ”lucha de clases a nivel internacional”, igualando
efectivamente a los Estados con las clases, representó un error opuesto pero
idéntico al de Trotsky de los años veinte.
unidad que demarcara una estructura
social de otra.20 Las agendas políticas no eran intercambiables a través de las
fronteras geográficas en la Europa de Versalles. La historia señalaba momentos
diferentes en París, Roma, Londres y Moscú.
Colectivización
e industrialización
El segundo tema – subordinado al primero
– que dominaba los debates ideológicos de la década de los años veinte era la
política económica de la propia Rusia. Lo esencial de la disputa era la
política agraria. Lenin había trazado una línea estratégica general para el
sector agrario de la Unión Soviética. Él consideraba la colectivización como
una política necesaria a largo plazo, que sólo tenía sentido, sin embargo, si
iba acompañada por la producción de maquinaria agrícola moderna y por una
revolución cultural en el campesinado. Pensaba que la competencia económica
entre los sectores colectivo y privado era necesaria, no sólo para evitar el
antagonismo del campesinado, sino también para asegurar que la labranza
colectiva fuese eficiente. Defendía la experimentación con diferentes formas de
agricultura colectiva. Estos proyectos piloto eran, por supuesto, la antitesis
de la colectivización stalinista, en la cual se establecían plazos para la
colectivización de determinadas provincias y la ”emulación socialista” estaba
distribuida entre las organizaciones del partido de las diferentes zonas, para
alcanzar sus metas antes que sus vecinos. Con la muerte de Lenin, sin embargo,
se desintegró su estrategia dialéctica, para polarizarse en extremos opuestos.
Bujarin abogaba por una polí-tica ultraderechista, de enriquecimiento privado
de los campesinos, a expensas de las ciudades: ”Iremos hacia adelante con pasos
lentos, muy lentos, empujando a nuestra zaga el gran carro de los campesinos”.
Preobrazhenski urgía la explotación del campesinado (en el sentido económico
técnico) a fin de acumular un excedente con miras a la industrialización
rápida.
Estas fórmulas violentamente
contradictorias ocultaban una complementación necesaria, que los planes de
Lenin proyectaban precisamente proteger. Porque mientras más pobre fuese el
campesinado, tanto menor sería el excedente para su propio consumo y tanto
menos ”explotable” sería para la industrialización. La conciliación de Bujarin
del campesinado con el proletariado y la contraposición de Preobrazhenski entre
ambos eran, por igual, distorsiones de la política de Lenin, que pensaba
colectivizar al campesinado pero no aplastarlo, no declararle la guerra. Ambos
profesaban un marxismo vulgar que era endémico en muchos de los bolcheviques de
la vieja guardia. Preobrazhenski insistía en que la acumulación originaria
socialista era una férrea e inevitable ”ley” de la sociedad soviética. Acusaba
a Bujarin de lukacsismo cuando proclamaba que la política económica de la Unión
Soviética estaba sujeta a la elaboración de decisiones políticas. Bujarin, por
su parte, escribió por entonces en su Manual de materialismo histórico que
el marxismo era comparable a las ciencias naturales porque era potencialmente
capaz de predecir acontecimientos futuros con la precisión de la física. La
enorme distancia que existe entre formulaciones de esta índole y el marxismo es
evidente. (Por supuesto, Lenin era el único dirigente bolchevique que había
estudiado, desde el punto de vista de El capital, a Hegel, Feuerbach y
al joven Marx, en Suiza durante la guerra).
Dada esta desintegración del leninismo
no hay duda, sin embargo, de que – tal como en la controversia acerca del
socialismo en un solo país – un criterio era superior al otro. En este 17
caso fueron, por
supuesto, Preobrazhenski y Trotsky los que tuvieron razón al enfatizar la
necesidad de contrarrestar la diferenciación social en el país y poner el
excedente agrícola bajo control soviético. Preobrazhenski y Trotsky vieron la
urgente necesidad de una industrialización rápida mucho antes y con más
claridad que ningún otro miembro del partido. Ello constituyó su gran mérito
histórico de aquellos años. Trotsky propuso la industrialización planificada y
la acumulación socialista originaria ya en el XII Congreso del Partido, celebrado
en 1923. La audaz previsión de su actitud contrasta con la adaptación de
Bujarin a tendencias económicas retrógradas y con las vacilaciones de Stalin
por aquellos años. La historia posterior de la Unión Soviética confirmó la
relativa justicia de las medidas que él defendió entonces. ¿Cuál es la relación
que existe entre sus méritos en el debate económico y sus errores en el debate
acerca del socialismo en un solo país? ¿Se trata sólo de una relación
contingente? La respuesta parece ser que mientras el debate sobre el socialismo
en un solo país tenía que ver con las coyunturas políticas internacionales
de la revolución, el debate económico se vinculaba a las opciones administrativas
del Estado soviético. En esta ocasión Trotsky demostró sus dotes de
administrador, que Lenin ya había advertido, y su especial sensibilidad hacia
el Estado, que ha sido analizada anteriormente. Su lucidez en el debate
económico estaba, entonces, en consonancia con el alcance general de su
marxismo: tuvo plena conciencia de la aptitud económica del Estado Soviético,
en un momento en que los otros bolcheviques se encontraban meramente
preocupados con los problemas cotidianos de la Nueva Política Económica. No
obstante, una estrategia económica para la URSS exigía algo más que una decisión
administrativa por parte del Estado soviético. Su ejecución requería un
adecuado plan de acción político del partido hacia las diferentes clases
sociales: lo que después Mao llamaría, sugestivamente, ”manejo de las
contradicciones en el seno del pueblo”.
Trotsky no pudo ofrecer en este caso un
punto de vista coherente. Su falta de comprensión de los problemas del partido
hizo que ello fuera prácticamente inevitable. El resultado fue que la ejecución
efectiva de sus planes fue dispuesta – y desnaturalizada – por Stalin. Después
de derrotar a Trotsky y a la izquierda, Stalin se volvió contra la derecha y
puso en práctica la política económica de la oposición. Pero lo hizo con tal
torpeza y violencia que precipitó una crisis agraria permanente, a pesar de los
enormes logros de los Planes Quinquenales. Trotsky no se había enfrentado nunca
concretamente al problema de la implementación política de sus planes
económicos. Stalin resolvió el problema dándole una respuesta política
concreta: la catástrofe de la colectivización forzosa. Trotsky, por supuesto,
retrocedió horrorizado ante las campañas de colectivización y denunció a Stalin
por llevar a cabo sus planes de manera totalmente opuesta a la concepción que
él tenía de los mismos. Sin embargo, la semejanza era innegable. Esta relación
se repitió en varias ocasiones. El reclutamiento leninista, ya citado, fue una
de ellas. Más tarde, según comenta Deutscher, Stalin parece haber tenido muy
seriamente en cuenta las constantes advertencias de Trotsky acerca del peligro
de una restauración burguesa basada en el campesinado o de un golpe militar
burocrático. Las medidas que adoptó para combatir estos peligros fueron
campañas de asesinatos. Parecía en aquel momento que Stalin hiciera frente a
Trotsky como Smerdiakov a Iván Karamazov, no precisamente en el sentido de que
desnaturalizase la inspiración original al ponerla en práctica, sino en que la
propia inspiración tenía fallas originales que hacían ésto posible. Ya hemos
visto cuáles eran estas fallas. El hecho es que, en la década de los años
veinte, el leninismo desapareció con Lenin. De allí en adelante el Partido
bolchevique fue constantemente arrastrado de un extremo a otro por la lógica de
los hechos, de suerte que, para manejarla, ningún líder o grupo tuvo la
comprensión teórica necesaria. Una vez desintegrada la estrategia dialéctica de
Lenin, las líneas políticas de la izquierda y de la 18
derecha se
separaron de ella pero siguieron combinándose constantemente por las
necesidades de la historia misma. Así, el socialismo en un solo país fue
llevado a cabo, finalmente, con el programa económico de la oposición de
izquierdas. Pero como éste no era más que una combinación de los planes de la
izquierda y la derecha, y no una unidad dialéctica de estrategia, el resultado
fue el crudo pragmatismo ad hoc de Stalin y los innumerables y costosos
zig-zags de su política interior y exterior. La historia de la Comintern está
particularmente colmada de estos cambios violentos, en los cuales las nuevas
torpezas se agregaban simplemente a las torpezas anteriores, en un esfuerzo por
superarlas. El partido se abrió paso a través de estos años valiéndose del
elemental pragmatismo político de Stalin y de su habilidad para adaptarse y
desviarse cuando las circunstancias cambiaban, o algo después. El hecho de que
este pragmatismo triunfase no hace más que destacar cuán violenta fue la caída
del marxismo bolchevique después de la desaparición de Lenin.
La tragedia de esta decadencia radicó en
sus consecuencias históricas. Después de la revolución rusa, hubo una situación
en la cual la comprensión teórica de un reducido grupo de dirigentes podría
haber significado una inconmensurable diferencia para todo el futuro de la
humanidad. Ahora, cuatro décadas después, podemos percibir en parte los frutos
del proceso que tuvo lugar entonces, pero las últimas consecuencias están aún
por verse.
1927-40
El
mito
Trotsky había comenzado su vida política
como francotirador, fuera de los destacamentos organizados del
movimiento revolucionario. Durante la revolución, surgió como el gran tribuno
popular y organizador militar. En la década de los años veinte fue el dirigente
fracasado de la oposición en Rusia. Después de su derrota y su exilio, se
convirtió en un mito. El último período de su vida estuvo dominado por su
simbólica relación con el gran drama de la década anterior, que para él se
había convertido en un trágico destino. Sus actividades se tornaron sumamente
insignificantes. Era completamente ineficaz: dirigente de un imaginario movimiento
político, indefenso mientras sus allegados eran exterminados por Stalin,
detenido en dondequiera que se encontrase. Su principal función objetiva
durante estos lamentables años consistió en proporcionar el centro negativo
imaginario que Stalin necesitaba en Rusia. Cuando ya no existía oposición
alguna en el seno del Partido bolchevique, después de las purgas de Stalin.
Trotsky continuaba publicando su Boletín de la Oposición. Fue el principal
acusado en los procesos de Moscú. Stalin instaló su férrea dictadura
movilizando el aparato del partido contra la amenaza ”trotskista”. El mito de
su nombre era tal que las burguesías de Europa occidental estaban
constantemente temerosas de él. En agosto de 1939, el embajador francés
Coulondre dijo a Hitler que en el caso de producirse una guerra europea,
Trotsky podría ser el vencedor definitivo, a lo cual Hitler replicó que esa era
una razón por la cual Francia y Gran Bretaña no debían declararle la guerra.
Esta etapa de la vida de Trotsky puede
ser discutida a dos niveles. Sus esfuerzos por forjar organizaciones políticas
– una Cuarta Internacional – estaban destinados al fracaso. Su desconocimiento
de las estructuras socio-políticas de Occidente – ya evidente en el debate
sobre la revolución permanente – . lo llevaron a creer que la experiencia rusa
de la primera década del siglo veinte podría ser reproducida en Europa
occidental y en los Estados Unidos en la década del treinta. Este error estaba
vinculado, desde luego, a su paralela falta de comprensión de la naturaleza de
un partido revolucionario. En su vejez, Trotsky llegó a pensar que su gran
error había sido subestimar la importancia del partido, que Lenin había
advertido. Pero él no había aprendido de Lenin. Una vez más, su tentativa de
reproducir la construcción 19
21 Véase Historia de la Revolución
Rusa, Tilcara, Buenos Aires, 1962
22 En La revolución traicionada [hay
edic. en esp.].
del partido de Lenin condujo meramente a
una caricatura de éste. Fue una imitación externa de sus formas organizativas,
sin comprensión alguna de su naturaleza intrínseca. Inseguro acerca del
carácter de las nuevas sociedades en que se encontró, y desconocedor de la
relación necesaria entre partido y sociedad, según teorizó Lenin, sus aventuras
organizativas cayeron en un voluntarismo fútil. Por una suprema ironía, al
final de su vida se encontró con frecuencia precisamente entre aquellos
intelectuales de salón, antítesis del revolucionario leninista, que siempre
había detestado y despreciado. Porque muchos de ellos fueron reclutas de su
causa, especialmente en los Estados Unidos: los Burnham, Schachtman y otros.
Fue verdaderamente patético que Trotsky haya entrado en debates serios con
seres como Burnham. Hasta su vinculación con ellos constituía una evidencia
palpable de hasta qué punto se encontraba perdido y desorientado dentro del
contexto extraño de Occidente.
Los escritos de Trotsky en el exilio
tienen naturalmente más importancia que sus desafortunadas aventuras. No
agregan nada fundamental a la constelación teórica ya descrita, pero confirman
la estatura de Trotsky como pensador revolucionario clásico, atascado en una
insuperable dificultad histórica. Su característica intuición de la fuerza
social de las masas es la que – a pesar de su vaguedad – da mérito a sus últimos
escritos. Tal como se ha señalado con frecuencia, La Historia de la
Revolución Rusa es sobre todo un brillante estudio de la psicología de las
masas y su opuesto complementario, el bosquejo individual. No es tanto una
explicación del papel del Partido bolchevique en la revolución como una epopeya
de las multitudes que dicho partido condujo a la victoria. El sociologismo de
Trotsky encuentra aquí su más auténtica y poderosa expresión. El idealismo que
necesariamente entraña produce una visión de la revolución que rechaza
explícitamente la permanente importancia de las variables políticas o económicas.
La psicología de la clase, combinación perfecta de los dos miembros del
permanente binomio – fuerzas sociales e ideas – se convierte en la instancia
determinante de la revolución:
”En una sociedad sacudida por la
revolución, las clases están en conflicto. Está, perfectamente claro, sin
embargo, que los cambios introducidos entre el principio y el fin de una
revolución en las bases económicas de la sociedad y su sustrato social
clasista, no son suficientes para explicar el curso de la propia revolución,
que en un corto intervalo puede derribar viejas instituciones, crear otras
nuevas y derribarlas nuevamente también. La dinámica de los acontecimientos
revolucionarios está directamente determinada por los rápidos, intensos y
apasionados cambios en la psicología de las clases, formadas ya antes de la
revolución”.21
Los ensayos de Trotsky sobre el fascismo
alemán son una verdadera patología de la naturaleza de clase de la pequeña
burguesía desposeída y sus paranoias. Estos ensayos, con su tremendo presagio,
se destacan como los únicos escritos marxistas de estos años que predicen las
consecuencias catastróficas del nazismo y lo desatinado de las medidas
políticas tomadas en el Tercer Período de la Comintern. La obra posterior de
Trotsky sobre la Unión Soviética fue más seria que lo que el demagógico título
bajo el cual se la publicó parecía indicar.22 En ella, el sociologismo
sustentado durante toda su vida constituyó un acierto.
En la lucha política práctica, antes y
después de la Revolución, su subestimación de la eficacia específica de las
instituciones políticas le llevaría de error en error. Pero cuando finalmente
trató de enfrentar el problema de la naturaleza de la sociedad soviética bajo
el régimen de Stalin, esta subestimación lo salvó del escollo de juzgar a Rusia
según los cánones de lo que después se convertiría en ”kremlinologia”. Cuando
muchos de sus partidarios fabricaban a su 20
antojo nuevas
”clases dominantes” y ”restauraciones capitalistas” en la Unión Soviética,
Trotsky recalcó, por el contrario, en su análisis del Estado soviético y el
aparato del partido que éste no era una clase social.
Tal fue el marxismo de Trotsky. El
constituye una unidad característica y consecuente, desde su juventud hasta su
vejez. En la actualidad, Trotsky debiera ser estudiado junto con Plejanov,
Kautsky, Luxemburgo, Bujarin y Stalin, porque la historia del marxismo no ha
sido reconstruida nunca en occidente. Sólo entonces será asequible la estatura
de Lenin, el único gran marxista de aquella época. 21
23 Para ser justos con Trotsky, conviene
añadir que, antes de 1917, también Lenin había rechazado la necesidad de
adoptar como objetivo estratégico de la revolución rusa que se avecinaba el
establecimiento de la dictadura del proletariado. La victoria de la Revolución
de octubre fue el resultado de una combinación histórica de la teoría y de la
práctica leninistas del partido de la vanguardia revolucionaria con la teoría y
la práctica trotskistas de la revolución permanente.
[1]
Véase Isaac Deutscher, El profeta armado, Era, México, 1966, pp. 54-55.
[2]
Ibid., p. 94 y 95.
[3]
Balance y perspectivas. [Véase Deutscher, op. cit., p. 149 y 150].
[4]
Ibid.
[5]
El profeta armado, p. 169.
[6]
La intelectualidad y el socialismo. [Véase Deutscher, op. cit., p. 179].
[7]
La teoría de Lenin sobre el partido revolucionario no estaba completamente
desarrollada en ¿Qué hacer? La madurez de su teoría cristalizó poco después de
la Revolución de 1905, en la práctica de la construcción del partido.
[8]
Véase El profeta armado, p. 181.
[9]
La lucha por el poder (el subrayado me pertenece). La actitud de Trotsky hacia
el partido durante aquellos años puede ser comparada con la de Rosa Luxemburgo.
Ésta fue consciente del revisionismo del partido alemán mucho antes que Lenin,
pero no pudo dividir al partido socialdemócrata y retrasó con ello la tarea de
construir un partido revolucionario. Las consecuencias fueron fatales: la
derrota de la insurrección espartaquista en 1918. Tanto Trotsky como Luxemburgo
confiaban en el entusiasmo de las masas y por ello dejaron de considerar el
problema de su movilización desde una organización revolucionaria.
[10]
La revolución permanente [hay varias edic. en esp.].
[11]
El profeta desarmado, Era, México, 1968, p. 43.