La construcción de la transformación social en Sudamérica

La construcción de la transformación social en
Sudamérica
Debates y reflexiones
Paula Klachko*

  • Lic. en Sociología UBA. Dra. en Historia UNLP. Profesora del Programa

Latinoamericano de Educación a Distancia del Centro Cultural de la Cooperación

La autora propone reflexionar de manera general, intentando huir
de la estrecha coyuntura muy delicada en algunos casos, acerca
de la caracterización de los procesos de cambio revolucionarios o
progresistas, sus tiempos y condiciones, los proyectos de sociedad
que están en juego, en transición y en pugna, en las propias
construcciones y en los debates que se originan al calor de este
intenso momento en Nuestra América. Revisa diversos aspectos
centrales que se discuten en documentos estratégicos que guían
los procesos sociopolíticos, así como las voces de algunos de sus
dirigentes, indagando en las tensiones que se originan entre las
intenciones programáticas y teóricas y las realidades tan complejas
en las que intentan ser aplicadas, mediadas también por los
aprendizajes históricos de las experiencias reformistas y revolucionarias.

El objetivo es aportar al debate sin cerrarse en conclusiones
sino elaborar disparadores que puedan servir para reformular
y/o abrir nuevas preguntas.
Palabras clave: Socialismo Bolivariano – Revoluciones democráticas – Poder Popular – Propiedad comunitaria
Paula Klachko*

Construction of social transformation in South America
The author proposes thinking, in a general manner and trying to take
distance from the narrow circumstances -which are very delicate in
some cases-, about the characterization of the revolutionary or progressive
change processes, its times and conditions, the social projects
which are at stake, in transition or in dispute, in the very constructions
and in the debates which originate to the heat of this
intense moment in Our America. Central aspects are revised, aspects
which are discussed in some strategic documents which guide sociopolitical
processes as well as the voices of some of its leaders, looking
into the tensions which originate between programmatic and theoretical
intentions and the very complex realities in which it is
attempted to apply them, mediated as well by the historic lessons of
reformist and revolutionary experiences. The aim is to contribute to
the debate without finalizing in conclusions but elaborating triggers
which could serve to reformulate and/or open up new questions.
Keywords: Bolivarian Socialism – Democratic revolutions – Popular Power – Communitary property
Fecha de recepción: octubre de 2014
Fecha de aceptación: marzo de 2015
36 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015

Mapa político sudamericano

El mapa político sudamericano aparece hoy dividido en tres, con algunas
nebulosas: países moderados con proyectos nacionalistas, con
elementos antiimperialistas, de profundización democrática de las instituciones,
de las leyes y reconocimiento avanzado de derechos políticos,
culturales, de género y económicos, o, en otras palabras, de
ampliación de la ciudadanía aunque con importantes limitaciones y
algunos retrocesos. Distinto/as analistas los describen como reformismo
burgués (proyecto de país independiente y soberano con redistribución
de la riqueza dentro del capitalismo), o neodesarrollismos.

Por otra parte, proyectos que manifiestan intenciones de avanzar en
la senda del anticapitalismo ensayando caminos, con grandes avances
y retrocesos, con numerosos obstáculos internos y externos, pero
experimentando y debatiendo mejores caminos para la humanidad. La
importancia geopolítica de los primeros como colchón y sostén de los
segundos y de Cuba, queda plasmada frente al tercer y antagónico
grupo que expresa la derecha en los gobiernos y a la gran burguesía,
y las derechas que intentan rearmarse en las oposiciones y en el nivel
regional, que conforman la nueva ALCA: la Alianza del Pacífico.

En los dos primeros grupos de países, los gobiernos populares de distinto
signo emergieron como producto de la acumulación de fuerzas y
luchas de los pueblos durante el proceso de resistencia a los programas
y políticas de estado neoliberales de los ’90. Los gobiernos del giro
político latinoamericano de la primera década del nuevo milenio expresan
no solamente a esa fuerza social política (alianza de distintas fracciones
de distintas clases sociales) que se constituyó en ese ciclo de
las rebeliones populares1, sino también realizan sus metas que fundamentalmente
tuvieron un contenido democrático nacional y popular2.

Nuestra reflexión se centrará sobre los destacamentos más avanzados
que forman parte del segundo grupo de países mencionados, centralmente
Venezuela y Bolivia, desde una mirada que aborda problemáticas
generales y no las especificidades de cada experiencia en
particular, apuntando a generar nuevos debates y preguntas.
1 Klachko, Paula, 2007 “Las formas de organización emergentes del ciclo de la rebelión
popular de los ‘90 en la Argentina” Documento de Trabajo 66 publicado en
Documentos y Comunicaciones PIMSA 2007.
2 Iñigo Carrera, Nicolás y Cotarelo, María Celia, 2006 “Génesis y desarrollo de la insurrección
espontánea de diciembre de 2001 en Argentina”, en Caetano, Gerardo
(comp.) Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de
América latina (Buenos Aires: CLACSO).
Transformación social en Sudamérica 37

Venezuela se ha constituido como vanguardia en el giro político latinoamericano
de los 2000, en tanto el proceso político de reformas
comienza cuando asume la presidencia Hugo Chávez, hacia finales de
1998 (al menos 6 años antes de que en Bolivia asumiera el gobierno
popular y 7 antes que en Ecuador), y por la profundidad de los cambios
experimentados. En el año 1999 se sanciona la nueva Constitución
Bolivariana, en 2004 la Revolución Bolivariana proclama su carácter
antiimperialista y en 2006 se define como socialista. Para los análisis
que aquí emprendemos, nos hemos basado principalmente sobre los
documentos “Golpe de Timón” del comandante Chávez de 2012 y el
“Programa del Candidato de la Patria. Comandante Hugo Chávez” (que
se ha convertido en el “Plan de la Patria. Programa de Gobierno
Bolivariano 2013-2019”). Ambos abordan aquellos elementos que
deben transformarse en el movimiento orgánico de la sociedad venezolana
para la construcción del socialismo, y deja planteado cuáles pasos
deben realizarse para tornar irreversible el proceso.

De Bolivia hemos tomado varios de los discursos, entrevistas o publicaciones
del vicepresidente Álvaro García Linera, así como los documentos
“Manifiesto de la Isla del Sol. 10 mandatos para enfrentar al
capitalismo y construir la cultura de la vida”, de diciembre de 2012; y “13
pilares de la Bolivia digna y soberana. Agenda Patriótica del bicentenario
2025”.

De la mano de estos procesos retornan las mismas preguntas que se
reactualizan en cada oleada histórica de ascenso de las luchas populares.
Entre ellas la más abarcadora remite a si hay condiciones para
superar el capitalismo y profundizar el camino revolucionario o se debe
y puede reconstituir países independientes con desarrollo capitalista
inclusivo o redistributivo, un capitalismo renano, en el marco de una
fase en que el sistema a la vez que se ha trasnacionalizado completamente
ha entrado en su descomposición3, que no significa para nada su
inminente final.

3 El capitalismo, sistema que nos engloba y oprime planetariamente, se encuentra en su
fase de descomposición, no solamente porque el desarrollo de las fuerzas productivas
ha entrado en contradicción hace tiempo con las relaciones sociales de producción,
que de ser su palanca se convirtieron en su freno (en el sentido de la potencialidad
histórica que tienen de resolver los problemas de la humanidad y del planeta) o desarrollo
desquiciado, sino porque, como lo explica Nicolás Iñigo Carrera, en las últimas
décadas el capitalismo ha dado muestras de la incapacidad para garantizar la reproducción
de la vida de un volumen importante de la población, en condiciones consideradas
socialmente “normales”. De allí la caracterización del momento, más allá de
los intentos por frenar la tendencia y paliar sus efectos, como de descomposición capitalista.

La expansión del capitalismo es también su descomposición claramente manifiesta
en el crecimiento de una población sobrante para las necesidades del capital.
38 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
Ahora bien, para transitar la senda del anticapitalismo se necesita
avanzar sincrónicamente al menos en tres elementos fundamentales: 1.
en la construcción de ámbitos de poder popular; 2. en la superación de
las relaciones sociales de producción basadas sobre la propiedad privada
de los medios de producción; y 3. en la formación política y de conciencia
de las masas trabajadoras y populares. Tres aspectos dialécticamente
concatenados que se sustentan mutuamente.

La construcción de poder popular

En ambos casos nacionales que aquí tratamos se han logrado grados
de construcción de poder popular, de la mano de la entrada a la “lucha
desde arriba”4, al gobierno del estado y la disputa del poder, por parte
de esa fuerza social de protesta gestada contra las políticas de la oligarquía
financiera.

Debemos diferenciar la construcción de espacios de lucha y fuerza
social-política -tales como los que se desarrollaron en los ’90 y principios
de los 2000- de la construcción de poder popular, que tiene su fundamento
en el control de determinado territorio social, político, económico,
cultural y militar, y en la construcción de contrahegemonía.
Los grados de construcción de poder popular suponen grados de destrucción
del poder establecido cultural, económico, político y territorialmente.
Pero es un proceso y una relación de fuerzas, no de suma cero.

Es un movimiento dialéctico (no lineal) que implica constitución/dispersión,
construcción/destrucción, de fuerzas sociales (alianzas) que disputan
la conducción (y modelos) de la sociedad. La disputa por el poder
se manifiesta en el surgimiento de órganos y formas de poder revolucionario
en los niveles local y nacional, que coexisten en oposición con
el poder burgués. Y supone avances en su descomposición. Esos órganos
constituirían gérmenes o embriones de socialismo en estos territorios
en los que se libra la lucha de los pueblos “desde abajo” y “desde
arriba”.

Pero descomposición no es sinónimo de desaparición ni de caída: la descomposición
de una forma de organización social remite a la dificultad de su reproducción en las
relaciones que le son propias y puede durar siglos. En Iñigo Carrera, Nicolás 2010 “El
movimiento orgánico de la estructura de la sociedad argentina (1975-2007)”, en
López, Margarita; Figueroa, Carlos y Rajland, Beatriz (Editores) Temas y procesos de
la historia reciente de América latina, (Santiago de Chile: editorial ARCIS y Clacso). En
este texto se explica la descomposición capitalista tomando como caso a la Argentina.
4
Nos referimos al concepto de “lucha desde arriba” complementaria al de “lucha desde
abajo” que utilizó Lenin para el análisis de la revolución de 1905, en “Dos tácticas de
la social democracia en la revolución democrática”, Bs. As: Ed. Anteo, 1986.
Transformación social en Sudamérica 39

Sin profundizar en la demostración empírica al respecto, sólo mencionamos
la existencia y desarrollo en Venezuela de las gerencias comunitarias
de empresas de servicios públicos, los Consejos Comunales, la
Ley Orgánica de Comunas de base socialista, los Consejos Obreros en
varias de las fábricas y empresas nacionalizadas5. Por otra parte si bien
la estatización o nacionalización por sí sola no nos dicen nada sobre el
avance de la producción socialista y la modificación del trabajo alienado,
el avance del control del aparato del estado en manos del gobierno
popular queda plasmada en las propias estimaciones de la
Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria), que representa
a los principales productores de Venezuela, acerca de que durante
los 13 años de gobierno de Chávez se expropiaron 1.440 empresas,
galpones y tierras6. En esa importante cantidad de expropiaciones se
encuentra una rica historia en cada caso, pero todas a su manera, directa
o indirectamente, son producto de la lucha aunque continúan presentando
graves dificultades. En el documento mencionado, “Golpe de
Timón”, Chávez criticaba con énfasis la falta de profundización y extensión
del poder popular. Es decir que ese proceso no llega todavía al
momento en el cual la cantidad se transforma en calidad, sino que aún
se encuentra en su fase de acumulación y transición.

Para García Linera la construcción de poder popular en el proceso boliviano
comienza desde lo que denomina, siguiendo a Gramsci, “empate
catastrófico” que se instalaría a partir de 2003, cuando los pueblos en
lucha logran presencia y disputa territorial de la autoridad política en
determinados territorios, el régimen de asambleas barriales, el régimen
de asambleas agrarias y comunitarias, en oposición al gobierno ocupado
por los cuadros políticos de la oligarquía financiera. Construcción
que se consolida con la entrada a la lucha desde arriba a partir de inicios
de 2006.

Propiedad privada o propiedad social.
Los caminos de la soberanía

Ahora bien, en Venezuela y en Bolivia los gobiernos han expresado, a
través de sus máximos representantes, que son conscientes de que
para trascender la lógica del capital es determinante el desarrollo de la
propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y
estratégicos7, o en otras palabras, que para pasar del posneoliberalismo
5 La necesidad estratégica de desarrollo y extensión de los gérmenes productivos socialistas
es expresada por el comandante en la idea de “punto y círculo”: un núcleo y su
onda expansiva.
6 Diario El Economista del 7 de marzo de 2013.
7 Chávez, Hugo, octubre 2012 “Golpe de timón” palabras en el I Consejo de Ministros
del nuevo ciclo de la Revolución Bolivariana.
40 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015

que se comienza a transitar hacia un tipo de poscapitalismo se debe ir
a la conversión de la propiedad estatal en propiedad pública y de la propiedad
comunal local en propiedad comunal universal; según García
Linera, en ese esquema está anidado el potencial comunista, el potencial
socialista, el potencial poscapitalista de lo que hoy se viene haciendo
en América latina8.

Pero ese tránsito o desarrollo no supone que están dadas las condiciones
en Nuestra América para acabar con las relaciones capitalistas
de producción y propiedad. Así se reconoce en la Agenda Patriótica
boliviana para 2025, aunque plantean un desarrollo “sin la dictadura del
mercado capitalista”. En concreto se proponen avanzar sobre ellas con
otras relaciones, democratizar la economía en sus diversos medios y
factores de producción, mediante una fórmula de economía mixta, se
promueve la construcción de una economía plural articulando a los sectores
público, privado, cooperativo, comunitario y mixto9, y se proponen
nacionalizar y estatizar todos los recursos naturales y estratégicos para
ese año.

Como expresaba el Comandante Hugo Chávez, en el importante documento
“Golpe de Timón”, los venezolanos no quieren permanecer en el
ámbito del capitalismo, y se proponen construir y cimentar las bases del
socialismo bolivariano del siglo XXI “para desmontar el inhumano,
depredador y belicista sistema de acumulación capitalista”.
El avance del control estatal (con el gobierno del estado en manos de
una fuerza social-política de carácter popular) mediante nacionalizaciones,
estatizaciones, ocupaciones de empresas10 y expropiaciones (o
reapropiaciones) de recursos naturales y estratégicos en general, de
empresas de servicios públicos, así como la creación de nuevas empresas
estatales, constituyen la base material para la constitución de grados
de soberanía y autodeterminación que se van logrando.
Por otra parte, las conquistas populares en materia de derechos se
plasman en las nuevas constituciones, sobre todo de Bolivia y Ecuador
pero también en Venezuela, en las que se ha adoptado la concepción
del “Sumak Kawsay”. En ellas se legitima y legaliza el reconocimiento
8 García Linera, UPMPM, 2012.
9 13 pilares de la Bolivia digna y soberana. Agenda Patriótica del bicentenario 2025. P.
12. http://comunicacion.presidencia.gob.bo/docprensa/pdf/20130123-11-36-55.pdf, p.
16.
10 Respecto de la recuperación de empresas privadas por parte de los trabajadores en
Bolivia, al igual que en la Argentina, Uruguay y otros países, si bien no hay un impulso
especifico, contundente y declarado por parte de los gobiernos hacia las ocupaciones
(como sí lo hizo Chávez en Venezuela), hay un apoyo gubernamental concreto
una vez que los trabajadores avanzan en esa dirección.
Transformación social en Sudamérica 41

de la perspectiva de género, la recuperación del papel de la mujer en la
historia, de la historia de los de abajo, de las clases subordinadas y sus
luchas, así como el reconocimiento de los pueblos originarios en todos
sus derechos, y de los trabajadores y el pueblo en general y la incorporación
de nuestra madre tierra, nuestro planeta como sujeto de derecho.
Sin embargo dichos avances no exceden aún el marco capitalista.

Estas experiencias que plantean importantes reformas y que, aún
situadas dentro del capitalismo, se proponen construir la transición al
socialismo, adquieren características de una transición pacífica, gradual,
democrática, institucional, a través de elecciones, lo cual, junto
con las concretas correlaciones de fuerza en cada situación, dificultan
la inmediata y masiva expropiación tal como se ha dado en otros procesos
revolucionarios en la historia. Pero si bien no se atenta con la propiedad
privada en su conjunto, el avance en el control de los recursos
estratégicos y la construcción de ámbitos de poder popular, constituyen
pasos en dicha transición que sitúan a las naciones en mejores condiciones
y preparan mejor el terreno para salir del capitalismo. Lo que,
como ya reconocían los y las revolucionarias del pasado, sólo puede
darse trascendiendo las fronteras nacionales y atacando a los núcleos
del poder capitalista.

Cada uno de los aspectos que podamos analizar en relación con los
pasos concretos en dirección al socialismo estarán teñidos del omnipresente
problema siempre evocado de la real imposibilidad de construir
el “socialismo en un solo país”, es decir, la imposibilidad de construir
relaciones realmente libertarias bajo el acecho cultural, económico,
político y militar del capital.

Lo que cuenta, en todo caso, es cómo llegar mejor preparados a esa
batalla decisiva, teniendo en cuenta que el capitalismo como sistema
global se encuentra en su fase de descomposición en sentido histórico
y de largo plazo, y que la supervivencia de la humanidad depende de
que de esa descomposición pueda emerger el socialismo y no la barbarie.
En ese sentido ¿cómo se caracterizan estas experiencias?

¿Capitalismo de estado o socialismo de estado?

Varios autores de la academia y referentes de algunos movimientos
sociales o corrientes políticas de izquierda (algunas de las cuales están
incluso alineadas a los gobiernos) no consideran que esté en juego la
construcción del socialismo en ninguno de estos países. Es el caso, por
ejemplo, de Raúl Prada Alcoreza y Guillermo Almeyra respecto de
Bolivia, para quienes la tendencia al capitalismo de estado es lo que
42 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
prima. En palabras de este último, lo que habría en Bolivia no es
un socialismo comunitario sino un régimen burgués sin burguesía que
lo respalde11. Un capitalismo de Estado, neodesarrollista y extractivista.

Álvaro García Linera en reiteradas ocasiones ha negado el carácter de
la transición boliviana como de capitalismo de estado, en tanto los excedentes
se utilizan para necesidades sociales, y por ello constituirían
valores de uso. Se trataría de centralizar los recursos provenientes de
las nacionalizaciones y de las empresas del Estado y de crear una base
industrial en el campo de los hidrocarburos, la minería, la agricultura y
la electricidad, de manera de generar una riqueza sostenida y de utilizar
los recursos del país para mejorar la calidad de vida de los trabajadores,
tanto en la ciudad como en el campo.

Aunque ello no atente contra todas las relaciones sociales de producción
basadas sobre la propiedad privada de los medios de producción y
la explotación del trabajo humano, constituye un paso en ese sentido,
ya que, como cita Marta Harnecker que señala Lenin, “el socialismo ‘no
es más que el monopolio capitalista de estado puesto al servicio de todo
el pueblo’ y por ello deja de ser monopolio capitalista”12.

El estado, continúa el vicepresidente boliviano, no se comporta como
un “capitalista colectivo” propio del capitalismo de estado, sino como un
redistribuidor de riquezas colectivas entre las clases trabajadoras y en
un potenciador de las capacidades materiales, técnicas y asociativas de
los modos de producción campesinos, comunitarios y artesanales urbanos.
“En esta expansión de lo comunitario agrario y urbano, depositamos
nuestra esperanza de transitar por el poscapitalismo, sabiendo que
también esa es una obra universal y no de un solo país” afirma García
Linera. Se podrían caracterizar, entonces, como procesos de transición
con socialismo de estado.

En estas transiciones se observan grados de avance en la cantidad
en relación con el pasado inmediato del cual venimos pero todavía no
se transforman en calidad que pueda teñir al conjunto de la sociedad del
predominio concreto de otras relaciones sociales alternativas al capitalismo.
11 Véanse por ejemplo varios artículos de estos autores en www.rebelión.org y en particular
Almeyra, Guillermo 13-02-2012 “Gobierno, Estado, movimientos sociales y poder
dual en Bolivia” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144598
12 Lenin, “La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla” (10-14 sept. 1917), citado
en Harnecker, Marta “Cómo vio Lenin el socialismo en la URSS”, 6 de noviembre de
2000, http://www.rebelion.org/hemeroteca/harnecker/harnecker_lenin051100.htm
Transformación social en Sudamérica 43

Los modelos productivos

Esto lleva a la discusión en torno de los modelos productivos que Atilio
Borón ha resumido como el debate entre “pachamamismo vs. extractivismo”
13. Borón define al pachamamismo como una política radical de
conservación de la naturaleza, de su práctica intangibilidad, y como el
resurgimiento nostálgico de las potencialidades de una economía familiar/
campesina como opción ante las injusticias y depredaciones causadas
por el agronegocio. Sin embargo, plantea, este camino conduce a
nuestros países al fracaso y a un callejón sin salida frente a la presión
del crecimiento demográfico. La soberanía alimentaria en lo inmediato
no presenta otra alternativa que utilizar las más eficientes y productivas
tecnologías agrícolas que hoy están en manos de las transnacionales.

Incluso algunos directamente proponen la “desmaterialización” de la
economía y el “no desarrollo”, pero parecen no advertir los niveles de
hambre, desnutrición, enfermedades curables, analfabetismo, precariedad
habitacional, entre otros males que nos aquejan. Se pregunta
Borón ¿es compatible el “buen vivir” con la escasez y la privación?
¿tiene sentido construir un modelo sustentable ecológicamente pero
que congele las asimetrías internacionales creadas por el imperialismo
que condenan a las masas latinoamericanas a años luz de los niveles
de vida de los países que se beneficiaron por siglos de despojo colonial?

Luego afirma que el pachamamismo es inviable y el extractivismo
es insoslayable en el corto plazo, aunque es imprescindible neutralizar
sus desastrosos impactos mediante un fuerte control y fiscalización, al
tiempo que aplicar una adecuada política tributaria para captar una
parte creciente de esa renta, como medidas transitorias en la construcción
de una sociedad alternativa.

Justamente, una cosa es cuestionar el devenir destructor, depredador
y deformante del desarrollo capitalista, aún más en su fase de descomposición
-cualquier organismo puede seguir desarrollándose aún cuando
se está pudriendo-, y otra es el necesario desarrollo orientado a
mejorar la vida de los pueblos y revertir el arrasamiento capitalista, subsanar
sus horrores, sobre todo en los territorios dependientes y excolonias,
que pueden y deben continuar con la organización productiva
vigente durante un tiempo para no sumir en el desabastecimiento y el
hambre a los pueblos que protagonizan los cambios. Desabasteci-
13 Borón, Atilio, 2012 cap. 6: “Los bienes comunes en América latina: el debate ‘pachamamismo
vs. extractivismo’” y cap. 7: “El ‘buen vivir’ (sumak kawsay) y los dilemas de
los gobiernos de izquierda en América Latina”, en América latina en la geopolítica del
imperialismo (Bs. As.: Luxemburg).
44 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
miento que, por otra parte, el poder concentrado del capital ya pone en
práctica.

En cambio, desde los gobiernos populares se proponen conservar el
medioambiente pero también socializar los derechos del acceso al agua
potable, electricidad, sistema de transporte, de salud, escuelas y tecnologías
de comunicación e información. “¿Por qué se nos tiene que
prohibir eso?” se pregunta el vicepresidente boliviano, y continúa: “se
quiere congelar a los bolivianos como núcleos de comunidades protectoras
del medioambiente empobrecidas”. Plantea que es necesario un
tipo de producción que ya no se sustente sobre el extractivismo de las
materias primas, pero que para ello se necesita un período de transición
de unos años para abastecerse de esa capacidad productiva: “nos quieren
pedir a nosotros en seis años lo que el capitalismo no ha sido capaz
de construir en 500”. Afirma que esta creencia de que el buen vivir
tendría que significar el congelamiento y suspensión del desarrollo, es
una interpretación falsa, ingenua, romántica y encubridora de terribles
relaciones de dominación14.

La idea fundamental del concepto de vivir bien, explica G. Linera, es
que incorpora a las ideas clásicas de igualdad y justicia de los comunistas,
la noción de convivencia y preservación de la naturaleza, ya presente
en Marx, de humanizar a la naturaleza y naturalizar al ser humano.
No niega, sino que rescata la herencia de los pueblos indígenas, su
manera de entender el cosmos, la vida y la comunidad, pero sin negar
tampoco la necesidad de mejorar las condiciones de vida y adoptar tecnologías
necesarias para satisfacer básicas y nuevas necesidades, formas
de desarrollo y de producción de riqueza que hay que conquistar
para lograr ese vivir bien. Ello obliga a diseñar fuerzas productivas no
destructivas, aunque sólo puede cabalmente realizarse en escala planetaria.

Afirma Borón que, así como el “socialismo en un solo país” tenía un
carácter intrínsecamente contradictorio que lo condenaba al fracaso,
¿podrían países mucho más débiles como Bolivia y Ecuador por sí mismos
tener éxito en sus proyectos de refundación civilizatoria en un corto
período de años y en un ambiente tan desfavorable como el signado por
la agresiva decadencia del poder imperial? Es obvio que pueden darse
importantes pasos en lo inmediato, pero la cuestión es “calcular con
esperanzado realismo y sin abandonar para nada los ideales cuánto es
lo que se puede avanzar en la correlación de fuerzas que define los
marcos de lo posible para gobiernos como el de Bolivia y Ecuador”.
Aclara el autor que es imprescindible no confundir el realismo para dar
14 Entrevista a G. Linera realizada por Atilio Borón en 2011. Video disponible en el blog
http://www.atilioboron.com.ar/
Transformación social en Sudamérica 45
pasos firmes, con el posibilismo (derrotismo y resignación) y el utopismo.

Por otra parte, en el “Manifiesto de la Isla del Sol”, al igual que en
numerosas intervenciones de los dirigentes de los procesos revolucionarios,
se ha advertido que el discurso del pachamamismo puede
esconder al “capitalismo verde”. Incluso, agrega el vicepresidente boliviano,
las visiones radicalizadas de medioambientalistas en Bolivia que
pueden conducir a una parálisis económica, muestran un sesgo restaurador
y conservador, cómplice de las relaciones de dominación, es decir,
funcional a las fuerzas conservadoras que quieren que estos gobiernos
progresistas se estanquen, no generen riqueza, con lo cual se produzca
un malestar social como caldo de cultivo para el regreso de la derecha,
que, una vez en el gobierno, no tendrán problema para arrasar con
la naturaleza a su modo y a su servicio. Como cita el venezolano Javier
Biardeau del joven Marx, con una base técnica débil “sólo se socializa
la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por
los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos”15.

En la tensión entre la preservación de la naturaleza y las necesidades
humanas, no hay superación sino equilibrio, que debe constituirse
mediante mecanismos que aseguren la reproducción de la naturaleza,
recuperando viejas tradiciones e implementando nuevos conocimientos
científicos, señala García Linera y agrega que, ciertamente, en el extractivismo
se condensa toda una distribución territorial colonial de la división
del trabajo mundial.

De esta manera, el rol que el capitalismo como sistema de explotación
global le otorgó a la periferia creando las economías dependientes y, por
lo tanto, insuficientes para un desarrollo autónomo -en complicidad con
las elites locales que se enriquecían- constituye la realidad de la cual se
debe partir para generar los cambios en el patrón productivo que, a su
vez, generen las condiciones necesarias para salir del cuello de botella
en que nos entrampa esa dependencia. Dependencia que presenta
variados aspectos, entre ellos el tecnológico. Su ruptura depende del
grado de complementariedad que se logre constituir entre las economías
nuestroamericanas sobre proyectos alternativos de sociedades
y su integración. No puede salirse de la extracción de recursos en lo
inmediato como palanca de generación de riqueza, ni se puede salir del
trabajo alienado con hambre y miseria del pueblo, que implican alienación
física directa. No hay socialismo con hambre.
15 Biardeau, Javier 19/06/2013 “Avanzar en programas de investigación-acción sobre los
problemas de la transición al socialismo en Venezuela ¿Socialismo en un solo país?”
en http://www.aporrea.org/ideologia/a168394.html.
46 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015

En Ecuador el “Plan Nacional para el Buen Vivir” propone una transición
desde una economía primario exportadora a otra basada sobre la
producción de servicios ecoturísticos y bioconocimiento “que se mide en
décadas”. Con lo cual habrá un período más o menos prolongado de
coexistencia de la vieja organización económica (que sustenta los recursos
de que dispone el Estado para su propio sostenimiento, y para financiar
el costoso y complicado proceso de transición hacia una nueva economía
y una nueva sociabilidad, congruente con las estipulaciones del
sumak kawsay) con el nuevo ordenamiento económico “posextractivista”
16.

Constituye el tema urgente de los gobiernos conducir los equilibrios
entre la necesidad de desarrollo y los cambios económicos, políticos y
sociales necesarios para la democratización y transformación social con
el imprescindible respeto y resguardo de nuestra casa, nuestro planeta.

La inversión extranjera

En el centro del debate sobre el modelo productivo y los caminos del
desarrollo se encuentra la cuestión de la inversión extranjera. Muchos
critican algunas medidas de estos gobiernos para incentivarla. Sin
embargo, hemos visto, ello es necesario para continuar o poner en marcha
ramas productivas con altos niveles tecnológicos y con histórica
dependencia. Y es necesario si se admite que hay que estar a la altura
del desarrollo de las fuerzas productivas en el nivel mundial. Al menos
intentarlo o generar productos para el intercambio, porque no se puede
volver para atrás la rueda de la historia y del desarrollo de los medios
de producción y de las fuerzas productivas. ¿Los pueblos quieren vivir
sin computadoras ni celulares? Para lo que se necesitan satélites. ¿O
sin autos o transporte público de calidad? para lo que se necesita explorar
e invertir en energía. Lo que no significa continuar con el desquicio
de producir e intentar vendernos un celular nuevo cada año con un
botoncito nuevo que no responde a ninguna nueva necesidad o que
haya más autos que individuos o kilómetros de carreteras en las ciudades.

El conocimiento científico y saber tecnológico es patrimonio de la
humanidad, su resultado es acumulación histórica de la humanidad en
sus 5 continentes. De sus luchas, contradicciones y treguas. De la competencia
interburguesa, sí. Pero de los/as millones de trabajadores/as
que han encarnado esos esfuerzos productivos. En ese sentido, no
podemos recluirnos en saberes ancestrales. Sobre el respeto a esos
saberes, debemos incorporar el conocimiento y tecnología y disputarlos
16 Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-2013, Secretaría Nacional de Planificación y
Desarrollo, Ecuador.
Transformación social en Sudamérica 47

desde su construcción para el bienestar de los pueblos y no de la tasa
de ganancia como hasta ahora17. Pero siendo realistas, aunque muchos
desestimen eso. Los que hoy detentan esos saberes científicos y tecnológicos
y poseen los recursos de todo tipo para implementarlos, son
grandes empresas con apoyo de sus Estados nacionales, el entramado
complejo de los protagonistas monopólicos del imperio. Sin embargo,
sobre la base de sus propias contradicciones, competencias y necesidades
de permanente adquisición de ganancias pueden ser utilizadas
para nuestros proyectos, siempre y cuando el gobierno al mando de las
fuerzas populares retenga el control estratégico sobre el proceso productivo
en todas sus fases. En Cuba han reconocido esa necesidad
hace tiempo y se han volcado a la constitución de empresas mixtas en
las que el estado retiene el 51% de la propiedad y con ello se asegura
el control, aunque dicha iniciativa, paradójicamente, es muy reducida
debido al bloqueo que impide la entrada de capitales por parte del imperio.
Justamente la debilidad cubana no es política, sino el bajo desarrollo
de sus fuerzas productivas sumado al y profundizado por el bloqueo.

Ello ha generado la necesidad de dejar entrar y hacer reformas capitalistas
que traen divisas al país, porque esa dependencia tecnológica,
que al igual que en los otros casos, es el histórico cuello de botella de
los intentos de desarrollo nacional independiente que hemos ensayado
a lo largo de la poscolonialidad, es el gran obstáculo.

En Venezuela se implementó algo similar en las empresas petrolíferas
de la Faja del Orinoco con la creación de empresas mixtas con una participación
pública mínima del 60%. En Bolivia la cuestión es reconocida
y planteada como una meta de la “Agenda Patriótica” para el 2025. Para
ese entonces, se afirma que se contará “con mayor inversión extranjera
en el marco del fortalecimiento de su economía plural, habiendo
logrado que los inversores extranjeros sean socios y no patrones, respetando
nuestra soberanía, nuestra madre tierra e invirtiendo las
ganancias en nuestro territorio para fortalecer el vivir bien”18.
17 El documento Agenda Patriótica revela otro aspecto interesante del proceso boliviano
que es la incorporación y fusión de saberes ancestrales ligados a lo natural y orgánico
en combinación con nuevas tecnologías. Esta recuperación e incorporación de lo
natural, orgánico y espiritual no es menor ya que la moda posmoderna “new age” lo
tomó y levantó pero despojándolo de su contenido político y social, como una posibilidad
elitista de mejorar la calidad de vida, solo para unos pocos. Si bien no podemos
comprobar el grado de real aplicación de estas intenciones, ya constituye un avance
su reconocimiento oficial.
18 13 pilares de la Bolivia digna y soberana. Agenda Patriótica del bicentenario 2025. P.
12. http://comunicacion.presidencia.gob.bo/docprensa/pdf/20130123-11-36-55.pdf
48 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
Sumak kawsay, “Buen vivir”
Transformación social en Sudamérica 49

El estado y las formas polí ti c a s

Estos procesos que se autoconciben como una transición, conllevan
de esta manera una creciente presencia y fortalecimiento del Estado, lo
cual nos lleva a reflexionar acerca del sistema político que ha adoptado
una envoltura que no es la que se planteaban los teóricos clásicos
del socialismo y los líderes revolucionarios de las experiencias pasadas,
la dictadura democrática del proletariado, sino que adoptan la
envoltura de la democracia liberal (burguesa) y sus formas político-institucionales.

Éstas se constituyeron como un potencial que les permitió
acceder al gobierno del Estado basándose sobre la legitimidad de esas
formas en la base social de las distintas fuerzas, imponiendo la derrota
a la fuerza social-política enemiga con su aceptación a las reglas del
juego, y en ese sentido posibilitó la construcción de una hegemonía
nacional. Pero también se constituye en su potencial trampa, dado que
la permisividad que debe darse a la libre expresión del ataque permanente
cultural, ideológico, mediático, consumista, económico y, también
por momentos, militar genera permanentes frentes de batallas que en
ocasiones pone a la defensiva estos procesos, estancando o trabando
la posibilidad del desarrollo y profundización de los aspectos centrales
que mencionamos más arriba.

Así como las fuerzas populares accedieron a los gobiernos de los
Estados a través de elecciones, la inmediatez del escenario político
cambiante y permeable a las estocadas finamente elaboradas desde
las usinas del poder que tiene su centro en el norte del continente, nos
convierte en presa de la coyuntura. Es decir, del orden que, según
Gramsci, se constituye como el de los intereses mezquinos. Así como
se ganan elecciones se pueden perder si el golpe de efecto que genera
la derecha llega a ser eficaz, para lo que cuentan con demasiados
medios. Se generaría una interrupción de estos procesos políticos
luego de los cuales no vendría la izquierda sino las fuerzas sociales que
fueron desalojadas por estos mismos procesos. No es el caso actual
(octubre 2014) de Bolivia que cuenta con una estabilidad política y
económica que no se observa en Venezuela mucho más acechada por
una guerra económica y cierta dificultad de redespegue y necesaria
refundación del poder revolucionario a partir de la muerte del gran conductor.

De esta manera, estas relaciones estatales (en permanente pugna
con las viejas también presentes) genera mayor democratización de
todos los aspectos de la vida social, política y económica, es más permisivo,
incluso democratiza, en ocasiones, formas delictivas y corruptas
al ser un estado menos represivo, que arrastra espacios, cuadros
políticos y trabajadores viciados del viejo estilo que no logran ser reem50
realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
plazados en su totalidad por nuevos cuadros políticos revolucionarios
dado el tiempo que requiere su formación y la alta cantidad de ellos que
se necesita. Esto constituye una debilidad que algunxs críticxs de adentro
y de fuera hacen notar, por ejemplo, en Venezuela.
Algunos/as también cuestionan la centralidad que toma el Estado en
estas experiencias de transformación social, en aparente contradicción
con lo que debería ser la profundización de los procesos autonómicos o
de poder popular paralelos. Las más radicalizadas de estas críticas nos
remiten a una reminiscencia autonomista de los discursos de contrapoder
y antipoder que tienen su auge en 2001/2002, que pierden lugar
frente al ascenso de gobiernos populares19, en tanto se tornan idealistas
en relación con la medición de fuerzas para una posible sustitución del
Estado nacional en medio de la disputa principal contra el imperialismo
y sus socios locales. Como si pudiera librarse una guerra -por más solapada
que se encuentre- sin un estado mayor conjunto, en este caso,
centrado sobre el gobierno del Estado. O como si pudieran construirse
nichos de libertad en medio de la guerra capitalista.

“El Estado afirma el Comandante Chávez debe ser diseñado de
manera que la administración de(l) ingreso nacional sirva a los objetivos
de apalancamiento de la nueva sociedad. Para garantizar una política
nacional, popular y revolucionaria, entonces, debemos poner la renta
petrolera al servicio del pueblo”. Al tiempo que se deben establecer
mecanismos para ejercer la nueva institucionalidad revolucionaria que
garantice la participación de los pequeños y medianos productores en
las decisiones en materia agropecuaria, a través de los consejos campesinos
y las redes de productores y productoras libres y asociados.

Encontramos importantes similitudes con el planteo estratégico de G.
Linera para Bolivia, donde se han planteado encontrar una vía democrática
a la construcción de un socialismo de raíces indígenas, lo que llaman
“socialismo comunitario”, en el que el rol del gobierno popular sería
el de apuntalar, fomentar, respaldar, empujar ello, pero la obra del socialismo
comunitario tendrá que ser de las propias comunidades urbanas
y rurales que asumen el control de la riqueza, de su producción y de su
consumo20. Aunque, nuevamente apelando al evocado problema, agre-
19 Este debate fue dado ampliamente por Borón contra las posiciones de Hardt y Negri,
a quienes rebatió, no solo la existencia e importancia estratégica del estado nación
para los capitales más concentrados y transnacionalizados, que los autores negaban
en una evaporación conceptual, sino la de la importancia estratégica de tomar el poder
del estado y su fortaleza para las luchas de los pueblos. Véase Borón, A. 2004, Imperio
& Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri (Buenos Aires:
CLACSO). Y Hardt, Michael y Negri, Antonio, 2000, Imperio (Bs. As.: Paidós).
20 Discurso de Alvaro García Linera en Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, 2010.
Transformación social en Sudamérica 51

ga que cualquier alternativa poscapitalista es imposible en el nivel local,
sino que tiene que ser una obra común, continental y planetaria.
Se trata, entonces, en Venezuela, de impulsar y consolidar una economía
productiva, redistributiva, posrentista, poscapitalista sobre la
base de un amplio sustento público, social y colectivo de la propiedad
sobre los medios de producción. Y en esta aparente tensión entre la
necesidad de la planificación y conducción estatal -para hacer que funcione
con continuidad ese núcleo central de la economía que es la producción
hidrocarburífera- con la democratización creciente de ese y
todos los ámbitos económicos y políticos, en los documentos se establece
la necesidad de sincronizar la planificación centralizada con la
socializada. Una dialéctica conscientemente impulsada para construir el
socialismo y que empalma con el objetivo de diferenciarse de algunas
experiencias socialistas del siglo XX, generando amplios espacios de
participación democrática socialista. En este sentido, Chávez adopta el
principio zapatista, al igual que Evo Morales, del “mandar obedeciendo”
como concepción del poder para el nuevo estado socialista, como una
construcción colectiva.

García Linera, afirma21 que las formas organizativas comunales, agrarias,
sindicales del movimiento indígena contemporáneo, con sus formas
de deliberación asambleística, de rotación tradicional de cargos, en
algunos casos, de control común de medios de producción, son hoy los
centros de decisión de la política y buena parte de la economía en
Bolivia. “Hoy, para influir en los presupuestos del Estado, para saber la
agenda gubernamental no sirve de nada codearse con altos funcionarios
del Fondo Monetario, del BID, de las embajadas de EUA o europeas.
Hoy los circuitos del poder estatal pasan por los debates y decisiones
de las asambleas indígenas, obreras y barriales”. Lo que considera
como “la mayor revolución social e igualitaria acontecida en Bolivia
desde su fundación. ‘Indios en el poder’, es la frase seca y despectiva
con la que las señoriales clases dominantes desplazadas anuncian la
hecatombe de estos 6 años”.

Estas transformaciones, sin duda, generaron grados de institucionalización
de la conflictividad social, de las luchas y de los movimientos
sociales, proceso lógico ante gobiernos que abren las puertas del aparato
estatal a esos movimientos y dan respuesta a numerosas demandas.
Lo que genera un reflujo en las dinámicas de luchas en relación
con la etapa anterior en que se oponían en su diversidad a los gobiernos
de la oligarquía financiera y sus políticas.
Además de los cauces y mecanismos legales y concretos que se da la
21 En una entrevista en el periódico La Jornada en febrero de 2012.
52 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
institucionalidad revolucionaria en Bolivia para canalizar las decisiones
comunitarias y plasmarlas en políticas de estado, y no reservarlas a
mero rol testimonial, hay hechos políticos trascendentes en la historia
reciente de nuestros países -antes sumisos a las ordenes de los funcionarios
de los centros de poder imperialistas- que ponen en evidencia la
escucha al pueblo, no sin presiones y luchas por parte de esas bases
populares, como fue el caso de las movilizaciones populares contra el
“gasolinazo” en diciembre de 2010, frente a las cuales el gobierno responde
de forma opuesta a los gobiernos neoliberales -cuya respuesta
era la represión y muerte-, dando marcha atrás con la política del
aumento del precio del combustible. O la detención del proyecto de
construcción de la carretera que pasaría por el Terriorio Indígena y
Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS).

Al igual que los otros aspectos, la necesaria construcción de un Estado
nuevo en medio del acecho capitalista y bajo las formas institucionales
adoptadas, aparece bastante dificultoso en una sola realidad nacional.
Algunos intelectuales bolivarianos y autocríticos consideran que en
Venezuela se ha producido cierto “sustitucionismo”22, que remite a la
obstinada persistencia del estado burocrático burgués corrupto, ineficiente
y muchas veces boicoteador de las mismas políticas estatales,
del cual son conscientes los dirigentes de la revolución e incentivan
desde el discurso la expansión y profundización de los ámbitos de poder
popular como único antídoto. Sin embargo, es difícil constatar la aplicación
efectiva y avance de ese poder popular en el marco de la crisis
económica y política que obliga a atender prioridades y pone al proceso
a la defensiva, tal como ha sucedido en numerosos procesos revolucionarios
en la historia, muchos de los cuales terminaron fracasando. En
tanto otros se mantienen gracias a la dureza de determinadas decisiones
políticas y económicas que incluyen la flexibilización o rectificación
de criterios en las diferentes coyunturas nacionales e internacionales.

Todos estos elementos forman parte de un camino pacífico de transformaciones,
aunque no se descuida el elemento militar en los programas.
Sería necesaria esta estrategia pacífica y gradual al menos hasta
que puedan desencadenarse procesos revolucionarios en el centro del
capitalismo mundial, en los países desarrollados que pongan en cuestión
real al sistema. Pero lo central de esta estrategia es extender e irradiar
experiencias socialistas e ir cercando al capitalismo. García Linera
afirma que los pueblos del mundo deben apoyarse entre sí y aislar las
22 Se estaría produciendo cierto “sustitucionismo” en tanto que el estado es ocupado por
quienes hablan “en nombre de” la transición al socialismo y en nombre del bloque
social de los explotados y oprimidos, pero no constituyen esa clase social, sino una
especie de burguesía de estado parasitaria. Biardeau, Javier, Op. Cit.
Transformación social en Sudamérica 53

estructuras políticas y económicas del capitalismo para alcanzar el
socialismo, que en cada país tomará una forma diferente. “La revolución
tiene que irradiarse, respetando las particularidades culturales de cada
pueblo. La única manera de aislar al capitalismo es irradiando, expandiendo,
apoyando todo proceso de lucha revolucionaria”. Pasar de
experiencias comunitarias, socialistas, solidarias aisladas o cercadas
por el mar de capitalismo, como decía Chávez en “Golpe de timón”, a
nudos capitalistas aislados y cercados por el tumultuoso mar de experiencias
socialistas. Pero sabemos por experiencia histórica que difícilmente
este proceso pueda darse “en paz”.

A diferencia de la táctica imperialista en oriente, en lo que consideran
su patio trasero, la existencia de una amplia legitimidad que han adquirido
los procesos democráticos luego de la salida a las dictaduras militares,
el propio discurso imperialista de las supuestas “libertades
democráticas” (las de la propiedad privada), y la artillería verbal que
disparan todos los días los medios de comunicación al servicio del
imperio, los vacunan a ellos mismos contra la posibilidad de reaccionar
mediante el ataque militar directo a los gobiernos populares. Por otra
parte, la relación de fuerzas favorables a estos últimos, cristalizadas en
el terreno electoral, no se los permite, aunque inyectan dosis de violencia
e incluso entrenan en técnicas de guerra (civil) de “baja intensidad”
a, por ejemplo, “estudiantes” de derecha en Venezuela, como señala
Modesto Guerrero23. Sabemos que no tienen reparos morales en avanzar
con lo que estimen necesario cuando así lo consideren. Es tan crucial
por ello el fortalecimiento de la conciencia y valoración de lo alcanzado,
de la necesidad de luchar por más, de ampliar la base popular de
los procesos revolucionarios y reformistas (y de aquellos que solo plantean
algunos frenos a la acumulación capitalista desenfrenada y ejecutan
planes de contención social, porque juegan un rol primordial como
dique de contención de un posible retorno de la derecha recalcitrante) y
de la necesidad de la defensa con todo lo que ello implica de estos
procesos, que necesitarán de toda la solidaridad de los pueblos latinoamericanos
y del mundo.

¿Ahora es cuando?

Parecería que en Venezuela, desde hace ya un tiempo, un amplio espectro político del campo popular y chavista, desde el ala izquierda del PSUV hasta el propio Hugo Chávez en variadas intervenciones y documentos, consideran que “ya es el tiempo” y que la correlación de
23 Guerrero, Modesto Emilio, 2014 “Quién mata y quién muere en Venezuela” en
http://www.aporrea.org/oposicion/a188018.html
54 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
fuerzas está dada para profundizar el camino al socialismo. Pero también
sabemos desde Marx, Engels, Lenin, etc., y por la experiencia y
demostración histórica con Allende y muchas otras, que las vías pacíficas
de transformación revolucionaria de la sociedad o de profundizaciones
democráticas tocan un techo infranqueable que marca el
comienzo de la guerra civil que opone el capital y sus personificaciones
militares, políticas y económicas contra estas experiencias, lo que ya
vienen intentando cada vez con más asiduidad en Venezuela.

¿Hasta cuándo nos dejarán ganar elecciones? y ¿hasta cuándo las ganaremos? Hemos vivido con nervios el ajustado triunfo chavista en las últimas elecciones presidenciales, luego mejoraron las perspectivas
en las municipales de diciembre de 2013, y hoy no se sabe muy bien
cuál sería el resultado si las hubiera. ¿Qué pasará con todos los avances
de la construcción socialista o reformista si perdemos las elecciones
a manos de la derecha? ¿Cómo defenderlos? Ya se ensaya la consolidación
de la contrarrevolución en América latina con la Alianza del
Pacífico (un nuevo ALCA) y con Colombia negociando su entrada a la
OTAN, o, por lo menos, firmando acuerdos de cooperación.
Chávez dice al respecto en el Programa de la Patria: “nosotros estamos
obligados a traspasar la barrera del no retorno, a hacer irreversible
el tránsito hacia el socialismo”. Lxs militantes, intelectuales, referentes y
dirigentes sociales y políticxs que en Venezuela afirman que “ahora es
cuando”, lo hacen en sintonía con un proceso pacífico. Es decir que no
apelan al camino cubano ni de otras revoluciones históricas, sino a la
transición pacífica, en desarrollo continuo pero gradual, sin prisa pero
sin pausa. Los elementos centrales a desarrollar para hacer irreversible
la transición al socialismo según Chávez son: desarrollar el Poder
Popular mediante la conformación de Consejos de Trabajadores y
Trabajadoras en las empresas de propiedad social indirecta y directa y
desarrollar instancias de coordinación entre ellos y los Consejos
Comunales, lo que apunta a incentivar la profundización de la participación
popular en todos los ámbitos como estratégica y única garantía de
irreversibilidad de los logros sociales conquistados. Tarea a desarrollar
tanto en las Misiones Sociales, Socialistas, como en los nuevos ámbitos
de producción socialistas, como en las milicias populares para la
defensa de la revolución, como en las organizaciones sociales y políticas
y en los diferentes ámbitos comunales con orientación socialista. Es
decir que plantea la restitución del poder, que tenía secuestrado la oligarquía,
al pueblo con un plan sistemático de desarrollo de institucionalidad
revolucionaria paralela, e insiste en la importancia también
estratégica de la concientización y formación política para el poder
popular.
Transformación social en Sudamérica 55

Pero, por un lado, se considera el momento adecuado para la profundización
y para dar el “golpe de timón” hacia el socialismo y, por otro, se
estuvo a punto de perder las elecciones. De manera que en parte nos
encontramos en el dilema de impedir que retomen la iniciativa las fuerzas
retrogradas, en un marco en el cual gozan de libertad para hacerlo
por la envoltura democrática liberal de estos procesos. Y eso aún más
para los países con procesos políticos moderados.

En términos de García Linera, podríamos decir que en Venezuela se
ha llegado a otro punto de bifurcación, a un momento de confrontación
desnuda o de medición de fuerzas, donde la política se define como un
hecho de fuerza. En términos de Gramsci, dicha experiencia se aproxima
al momento de las relaciones de fuerzas militares.

Si hasta ahora en América latina predominan las estrategias reformistas,
claramente en los países con gobiernos progresistas moderados,
pero también en Bolivia, Ecuador y Venezuela, con las revoluciones
democráticas, pacíficas y ciudadanas dentro del capitalismo, ¿hay, en el
caso de los países que adoptan el sendero del socialismo, una fuerza
social-política revolucionaria que respalde el pasaje a una lucha armada
para defender y profundizar la revolución si fuera necesario? ¿son
suficientes los grados de desarrollo existente de las fuerzas productivas
y los gérmenes de otras relaciones de producción para constituirse
como la base material de otro proyecto sistémico? Aunque esto último,
seguro que no puede darse en un solo país, y menos aún en los más
pobres, dado que las variadas formas de dependencia aún son muy
grandes. Si se toma en cuenta que se trata de países de capitalismo
rentístico o extractivista, poco diversificados aún y, por lo tanto, con
importantes grados de dependencia y atraso ¿podría haber otro tipo de
transición a otros tipos de formación social en la actual fase capitalista
de desarrollo con descomposición?

¿Hubo en Venezuela condiciones específicas que permitieron plantearse
en 2006 el pasaje al socialismo? ¿Cuáles fueron los determinantes?
Si hasta ahora se avanzó gradual y lentamente, luego de la muerte
de Chávez, hay quienes, desde adentro, plantean que están dadas
las condiciones para ir a la guerra contra el capital. Y viceversa: el capital
se plantea ir a la guerra total contra la revolución bolivariana. ¿Puede
la Venezuela bolivariana plantearse en soledad este camino de profundizar
la guerra contra el capital y construir en su interior relaciones
sociales no alienadas de trabajo y de vida?

Aunque esto puede verse dificultado por la delicada situación que
plantea la “rebelión de los ricos”, ya sea por la vía armada cuando
encuentra la oportunidad, o mediante la movilización callejera, o la
forma que toma más recientemente mediante la intensificación de la
56 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
guerra económica. Esta última ha generado sin duda un retroceso en la
calidad de vida alcanzado por el pueblo, lo que afecta la base de legitimidad
del proceso revolucionario. Sin embargo, existe conciencia popular
de que no son las condiciones de miseria en que estaba sumida la
mayoría de la población venezolana hasta fines de los 90.

Las fuerzas armadas

Por otra parte, nos preguntamos hasta qué punto las fuerzas armadas
actuales, aunque se subordinen a los presidentes, están dispuestas a
defender los procesos de cambio con las armas24 y no se van a pasar
del otro lado, teniendo en cuenta que no han cambiado de raíz su
estructura, incluso aunque algunos altos mandos se pronuncien como
antiimperialistas, anticolonialistas y hasta anticapitalistas.
En el Programa de la Patria, Chávez expresa de manera muy clara la
necesidad central de aceitar y fortalecer la defensa militar del proyecto.

Con una concepción muy firme nuestroamericana propone ampliar el
poderío militar para la defensa de la Patria, fortaleciendo la industria
militar venezolana, y profundizando la nueva doctrina militar bolivariana
de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, bajo los ideales Bolivarianos
de Integración, Soberanía, Independencia, partiendo del concepto de
guerra popular prolongada. Este último refiere históricamente a la estrategia
de preparar a la población para formas de lucha convencional y no
convencional para la defensa de la revolución. También Chávez propone
fortalecer e incrementar la incorporación de más compatriotas a la
Milicia Nacional Bolivariana y Milicia Territorial, y fomentar e incrementar
la creación de los Cuerpos Combatientes en todas las estructuras
del Estado Venezolano para garantizar la participación del pueblo que
asegure la lucha en cualquier circunstancia, por adversas que estas
sean. De todas formas constituyen tareas por hacer, y en todo caso,
debemos estudiar qué grado de realidad presentan hoy.

El eterno retorno del viejo dilema:¿socialismo en un solo país?

Aunque resulte repetitivo, retomamos en este apartado ese problema
siempre recurrente. Para comenzar, en cuanto a la propiedad social de
los medios de producción, si bien en los destacamentos más avanzados
de América latina se define la necesidad de avanzar en ese sentido, no
se proclama su inmediata expropiación. Sólo de aquellos considerados
24 Es importante recordar el estratégico apoyo de las fuerzas armadas al gobierno boliviano
frente a los intentos golpistas de la “media luna fértil” en 2008.
Transformación social en Sudamérica 57
estratégicos y básicos, sendero en el que Venezuela ha ido un poco
más allá avanzando en mayor cantidad de ramas productivas, seguido
por Bolivia. Pero que, en tanto aspecto central del pasaje a una formación
social anticapitalista, solo podrá alcanzarse con la multiplicación
planetaria de experiencias revolucionarias, sobre todo en los núcleos
duros de la producción capitalista.

Biardeau lo expresa con todas las letras: “Hay que decirlo alto y claro:
se avanza en la construcción de una transición poscapitalista paso a
paso, en la escala nacional, pero una radical socialización-democratización
del poder social, político, económico, cultural, ideológico y militar
se torna problemática si la situación regional y mundial permanece invariablemente
como contexto global capitalista”.

Es el retorno actualizado del dilema del socialismo en un solo país: “es
cierto que se avanza hacia regímenes políticos, sociales y económicos
con mayor democracia y justicia social, más igualitarios sin duda; se
avanza en mayor grado de independencia y autodeterminación en el
contexto de la construcción de Bloques Regionales de Poder, que pueden
llegar a afectar la geoestrategia imperial dominante, pero no hay
que perder de vista que una revolución socialista plenamente consolidada
sólo es viable en el marco de una transformación estructural de
alcance mundial” afirma el autor.

En las políticas venezolanas, que son vanguardia en el apuntalamiento
de la unidad de la Patria Grande Latinoamericana, se evidencia la
preocupación de la dirigencia gubernamental por esta cuestión. Un
entendimiento muy claro de que no se concretará el tránsito al socialismo
sin la extensión y multiplicación de la revolución. Así como dentro de
Venezuela el Comandante ponía de relevancia que no hay construcción
de socialismo con consejos comunales y fábricas socialistas aisladas
rodeadas por un mar de capitalismo, lo mismo comprende y expresa
para la totalidad de la Venezuela revolucionaria. Pero esa transición que
obedece a un modelo de revolución democrática y pacífica no pretende
la expropiación violenta de los medios de producción capitalista, sino
que propone una extensión geométrica en todos los ámbitos de la vida
de las relaciones socialistas (de producción, políticas, culturales, ecológicas,
recreativas) pero en convivencia con las relaciones capitalistas.

Arrinconarlas a fuerza de los hechos y la vida social que debe ir reemplazándola.
La propuesta de Chávez es avanzar en todos los frentes. La dialéctica
entre la política y la economía, entre la necesidad y la libertad. No hay
una sin la otra; no hay libertad sin resolución de la necesidad y no hay
necesidades resueltas de manera duradera, planificada, real, estable,
democrática, sin libertad de organización, expresión y poder popular. A
58 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
la vez que no hay tal democracia ni poder popular sin una férrea defensa
(política no exenta de la crítica, cultural, ideológica, militar) del proceso
de cambios.

Para Biardeau más que la construcción de una economía socialista, lo
que ocurre en una “fortaleza asediada” es la construcción de una economía
para soportar las condiciones de una guerra o un asedio internacional.
Es lo que ocurrió con Cuba durante años. Una fortaleza que ahora
cuenta con nuevos aliados. Por ello es preciso construir no sólo el
socialismo en una nación, sino un bloque regional de poder que permita
evitar el aislamiento económico, político, tecnológico y militar, aprovechando
siempre los insterticios que ofrecen las disputas de capitales
en el nivel internacional, como por ejemplo el establecimiento de alianzas
comerciales que deberían ser sumamente coyunturales con los
capitales chinos. Para este autor, sin embargo en Venezuela
“habrá quizá ‘gobierno popular y socialista’, pero transición anticapitalista,
por ahora no se ve ni se siente. En ese marasmo ideológico-político,
avanzan las fuerzas de la reacción”.

Otro camino sería, para Biardeau, el trayecto de las socialdemocracias
occidentales, lo cual implica negociar “los términos y alcances del
gobierno socialista” con los intereses del medio capitalista, intentando
construir formas de economía mixta de bienestar, sin romper con la lógica
del capital. Este último parecería ser el recorrido de los países más
moderados -que se plantean más bien un “capitalismo serio”, como el
caso de la Argentina- que, de todas formas, son estratégicos en su continuidad
(ya que si caen los que vendrán no estarán a la izquierda) dado
que son aliados y sostén internacional de los gobiernos más revolucionarios
de Venezuela, Bolivia y Ecuador (y también de Cuba), lo que se
ha comprobado al momento de los intentos fracasados de golpe en
aquellos países y los terribles éxitos de golpes institucionales en
Paraguay y Honduras.

Reformismo burgués

Si para algunas organizaciones o dirigentes sociales y políticos populares,
los gobiernos que ocupan Caracas, Quito y La Paz se convierten
en los enemigos a vencer, -como dice Borón: a menudo en estrecha
asociación con organizaciones abierta o veladamente instrumentales a
la política imperialista en la región- mucho más lo son los gobiernos
moderados a los que directamente consideran como la continuidad o
que son lo mismo que los neoliberales. Sin embargo, basta ver la virulencia
con que los atacan desde las oligarquías, desde los grupos de poder más concentrados, los monopolios de la comunicación y las derechas
políticas, para darse cuenta de que, al menos, no encarnan su proyecto,
y más bien los molestan y perjudican en sus cuotas de acumulación
y dominación ideológica, lo que es una buena noticia para los pueblos.

Con ello se plantea el dilema para aquellas organizaciones que se proponen
ir más allá de un reformismo burgués, acerca de si construir
“desde adentro” con todas las críticas y luchas que deban darse, o
desde afuera de las alianzas que sostienen a esos gobiernos más
moderados. Tal como se debatía en las experiencias nacionales y populares
de los años ’40 y ’50. El punto es cuál de las dos posturas favorece
a la acumulación de fuerza para el pueblo, y a la realización de sus
intereses aunque sean los más inmediatos. Es decir, cuáles alineamientos
propician el terreno para avanzar y afianzar las fuerzas populares
que permitan en algún momento -de claudicar estos gobiernos o
de sobrevenir la reacción- plantearse con realidad, es decir con fuerza
propia, o, mejor dicho, hegemonizando la fuerza social política popular,
el pasaje a la lucha anticapitalista. ¿Desde adentro de esa fuerza social
política que gobierna o desde afuera? Si fuese la segunda opción,
¿cuáles alineamientos se producen objetiva y subjetivamente?
¿Afianzan el poder de la clase obrera y del pueblo? ¿Qué fracciones
sociales acaudillan o dirigen esas fuerzas opositoras?

Reflexiones finales

Hemos revisado algunos elementos que remiten al pasaje de la lucha
por la liberación nacional a la de liberación social, aunque históricamente
se han dado de manera imbricada y ha habido elementos de las
dos, ha predominado uno u otro carácter. Actualmente se debate en
algunos territorios qué carácter debe predominar. Retornan las mismas
preguntas que se reactualizan en cada oleada histórica de ascenso de
las luchas populares: si hay condiciones para superar el capitalismo o
se debe y puede reconstituir países independientes con desarrollo capitalista
inclusivo o redistributivo.

Por ahora, el mapa político latinoamericano aparece dividido en esos
tres campos políticos que presentábamos al principio y en este gran
partido de disputa nuestroamericano la balanza parece inclinarse a
favor de los pueblos, aunque hemos perdido algunos jugadores e incluso
las clases dominantes, ofuscadas ante tanto pueblo protagónico,
libran sus luchas también en las calles. También las clases dominantes
han logrado grados de avance en la reconstitución de las representaciones
políticas de la oligarquía financiera que se expresa en mejores resultados electorales, algunos con chances de triunfar, de las derechas
políticas (como en Venezuela, en la Argentina y en Brasil).

Sin embargo, algunos elementos endógenos críticos hacen tambalear
los resultados en aquellos destacamentos más avanzados del campo
popular en América latina: la imposibilidad de avanzar en la expropiación
de los medios de producción, porque no lo permite la correlación
de fuerzas políticas internas y menos las internacionales, lo que conlleva
a la convivencia con el gran capital concentrado y monopólico al interior
de los procesos de transición al socialismo. Al mismo tiempo las
construcciones de estatalidad paralela popular conviven con el viejo
estado “corrupto y podrido”, y lo más delicado, el modo de elegir autoridades
gubernamentales que es un arma de doble filo, en tanto que permitió
la llegada de estas fuerzas social-políticas populares a los gobiernos
de los Estados, con amplias bases de legitimidad, desde adentro
del sistema institucional, pero que puede tornarse la vía de salida de los
mismos, si pesara la contrarrevolución ideológica en la batalla de ideas
que se libra.

Pero debemos rescatar con conciencia histórica que estamos en esa
batalla estratégica que libraba Cuba en soledad durante muchos años.
Durante la oscuridad neoliberal, sumidos en la tragedia de la historia, el
socialismo parecía una utopía pasada o lejana. Discutíamos como frenar
y sumar voluntades para impedir los despidos, las reducciones salariales,
como conseguir comida para las ollas populares, como zafar de
los planes restrictivos de “modernización” según el Banco Mundial para
las universidades, y la educación en general, cómo difundir la deslegitimidad
de la deuda externa, entre otras cosas. Hoy estamos discutiendo
cómo transitar al socialismo en importantes territorios de Nuestra
América, cómo construirlo, los desafíos y problemas concretos que aparecen,
cómo profundizar la unidad latinoamericana. Seamos conscientes
de ello. Como afirma García Linera: “nunca antes se había dado
esta sincronicidad de gobiernos progresistas, revolucionarios y sociedades
civiles despiertas. Algunos dirán ¿tiene sus límites esto? Unos
son más progresistas otros son más revolucionarios, pero no importa,
tienes un continente que se ha adelantado al mundo. Mientras en
Europa y en EUA estamos discutiendo cómo le ponemos parches a un
régimen neoliberal que se cae a pedazos y que está en su proceso de
degradación interna, acá estamos pensando cosas más allá. (…) En términos
intelectuales las ideas más sugerentes de cómo construir una
civilización que vaya más allá del capitalismo, están emergiendo de
América latina”.

En sí mismo es un gran avance conquistado por las luchas populares:
de las luchas contra el hambre, miseria y desocupación, y de un gran
Transformación social en Sudamérica 61
desamparo y abandono social, se pasa a discutir qué modelos de sociedad
y desarrollo queremos. No porque haya desaparecido el hambre,
pero se redujo en proporciones considerables25. En los ámbitos gubernamentales
de algunos de nuestros países se ha pasado de festejar el
fin de la historia con la absoluta frivolidad de la elite política, a debatir el
marxismo en los mismos palacios de gobierno, las estrategias de transición
al socialismo, el antiimperalismo. ¡A los/as más viejxs no deja de
asombrarnos!

Pero aquellas preguntas que se abren y reabren permanentemente
para quienes nos posicionamos desde los intereses populares, sólo
podrán ser contestadas por la alquimia de la praxis dialéctica de la historia:
es decir de la lucha de clases. Y sobre aquella acerca de cuándo
están dadas las condiciones para avanzar. Sabemos que no hay ni destinos
escritos, ni libros de recetas, sino la posibilidad y necesidad de lectura
de la historia e interpretación del presente. No contamos con un
observador suprahumano que nos diga en qué punto estamos parados
de esa serie infinita de paralelogramos de fuerzas que, explicaba
Engels, dan origen a una resultante: el hecho histórico. Ni sabemos
para dónde disparará el vector de la historia. Sino que, inventar y tal vez
errar, es la única opción habiendo estudiado, debatido y calculado
estratégicamente las posibilidades. No censuremos ni el estudio, ni el
conocimiento, ni el debate: profundicémoslo… porque el vector de la
historia, aunque no lo veamos, se mueve en alguna dirección fruto de
las luchas que se libran.
Bibliografía
Artículos publicados en internet,
artículos de libros y libros:
Almeyra, Guillermo 13-02-2012 “Gobierno, Estado, movimientos sociales y
poder dual en Bolivia” en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144598
Biardeau, Javier 19/06/2013 “Avanzar en programas de investigación-acción
sobre los problemas de la transición al socialismo en Venezuela
¿Socialismo en un solo país?” en
http://www.aporrea.org/ideologia/a168394.html.
Borón, A. (2004), Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y
Antonio Negri (Buenos Aires: CLACSO).
Borón, Atilio (2012), América latina en la geopolítica del imperialismo (Bs. As.:
Luxemburg).
25 Según Ignacio Ramonet (Página 12, domingo 9 de junio 2013) los gobiernos de
Venezuela, Brasil y la Argentina sacaron a 60.000.000 de personas de la pobreza.
62 realidad económica 290 16 de febrero/31 de marzo de 2015
Guerrero, Modesto Emilio (2014), “Quién mata y quién muere en Venezuela”
en http://www.aporrea.org/oposicion/a188018.html
Hardt, Michael y Negri, Antonio (2000), Imperio (Bs. As.: Paidós).
Harnecker, Marta (2000), “Cómo vio Lenin el socialismo en la URSS”, 6 de
noviembre de 2000, http://www.rebelion.org/hemeroteca/harnecker/harnecker_
lenin051100.htm
Iñigo Carrera, Nicolás (2010), “El movimiento orgánico de la estructura de la
sociedad argentina (1975-2007)”, en López, Margarita; Figueroa, Carlos y
Rajland, Beatriz (Editores) Temas y procesos de la historia reciente de
América latina, (Santiago de Chile: editorial ARCIS y Clacso).
Iñigo Carrera, Nicolás y Cotarelo, María Celia (2006), “Génesis y desarrollo de
la insurrección espontánea de diciembre de 2001 en Argentina”, en Caetano,
Gerardo (comp.) Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia
reciente de América latina (Buenos Aires: CLACSO).
Klachko, Paula (2007), “Las formas de organización emergentes del ciclo de la
rebelión popular de los ‘90 en la Argentina” Documento de Trabajo 66 publicado
en Documentos y Comunicaciones PIMSA 2007.
Lenin, V. I. (1905) (1986), Dos tácticas de la social democracia en la revolución
democrática, (Bs. As: Ed. Anteo).
Fuentes y documentos:
13 pilares de la Bolivia digna y soberana. Agenda Patriótica del bicentenario
2025. P. 12.
http://comunicacion.presidencia.gob.bo/docprensa/pdf/20130123-11-36-
55.pdf
Chávez, Hugo octubre 2012 “Golpe de timón” palabras en el I Consejo de
Ministros del nuevo ciclo de la Revolución Bolivariana
Diario El Economista del 7 de marzo de 2013
García Linera, Alvaro, entrevista publicada en el periódico La Jornada en febrero
de 2012.
García Linera, A., entrevista realizada por Atilio Borón en 2011. Video disponible
en el blog http://www.atilioboron.com.ar/
García Linera, A. Discurso en Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires, 2010.
García Linera, discurso en la UPMPM, 2012
Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-2013, Secretaría Nacional de
Planificación y Desarrollo, Ecuador.
Ramonet, Ignacio, Página 12, domingo 9 de junio 2013.

El neoliberalismo como destrucción creativa

El neoliberalismo como destrucción creativa

David Harvey*

Publicado el 16/5/2008

El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto de que ahora forma parte del sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo logró el neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este artículo, el autor afirma que el neoliberalismo es sobre todo un proyecto para restaurar la dominación de clase de sectores que vieron sus fortunas amenazadas por el ascenso de los esfuerzos socialdemócratas en las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limitada como una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de las clases subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más ricos. Este proceso ha involucrado el desmantelamiento de instituciones y narrativas que impulsaban medidas distributivas más igualitarias en la era precedente.

El neoliberalismo es una teoría de prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar humano puede ser logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, libertad individual, mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas. El Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la integridad del dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y judiciales requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente) deben ser creados, si es necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influenciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio.

Por una variedad de razones, las prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de este modelo. Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente por las revoluciones de Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las prácticas político-económicas y en el pensamiento desde los años setenta. Estado tras Estado, los nuevos que emergieron del colapso de la Unión Soviética a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo estilo tales como Nueva Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntariamente y a veces como reacción a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado por lo menos algunas de sus políticas y prácticas correspondientemente. Sudáfrica post-apartheid adoptó rápidamente el marco liberal e incluso China contemporánea parece orientarse en esa dirección. Además, propugnadores de la mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable influencia en la educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los consejos de las corporaciones y de las instituciones financieras, en instituciones estatales clave (departamentos del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones internacionales como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) que regulan las finanzas y el comercio globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en hegemónico como un modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo.

La neoliberalización se ha extendido, en efecto, por el mundo como una vasta marea de reforma institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su desarrollo geográfico irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad total (con la excepción de unos pocos Estados como ser Norcorea.) Además, las reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que rigen el comercio internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican el neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los Estados que se afilian a la OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan acatar (a pesar de un “período de gracia” para permitir un ajuste tranquilo) esas reglas o enfrentar severos castigos.

La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnológicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar, etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos de esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos argumentos preliminares cómo comprender y evaluar esta transformación en el modo en el que trabaja el capitalismo global. Esto requiere que arrostremos las fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado esta revolución neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal contra ella misma, podemos preguntar razonablemente:
¿Qué intereses particulares llevan a que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma han utilizado esos intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como pretenden, a todos, por doquier?

La “naturalización” del neoliberalismo

Para que algún sistema de pensamiento llegue a ser dominante, requiere la articulación de conceptos fundamentales que se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común que lleguen a ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi naturalmente a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y a nuestros deseos, así como a las posibilidades que parecen ser inherentes al mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales políticos de la libertad individual – así como los valores centrales de la civilización. Al hacerlo, eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente conceptos convincentes y muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, arguyeron, no solo por el fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de intervención estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de individuos dejados en libertad de elegir. Luego concluyeron que sin “el poder diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y el mercado competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser preservada efectivamente.”(1)

Dejando de lado la pregunta de si la parte final del argumento resulta necesariamente de la primera, no puede caber duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos, incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido una fuerte presencia histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los movimientos disidentes en Europa Oriental y en la Unión Soviética antes del fin de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a Bangkok y la Ciudad de México – fue animado en parte por la búsqueda de más libertades de expresión y de decisión individual. Esos ideales han demostrado una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza histórica por el cambio.

No es sorprendente, por lo tanto, que los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a cada vuelta y que pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques conocidos ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo editorial para el New York Times en el que extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU. publicado poco después. “Un mundo en paz de creciente libertad,” escribió, incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza la guerra contra Iraq, “sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdurables y une a los aliados de EE.UU.” “La humanidad,” concluyó, “tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre sus enemigos de siempre,” y “EE.UU. abraza sus responsabilidades de dirigir en esta gran misión.” De modo aún más enfático, proclamó más adelante que “la libertad es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo” y “como la mayor potencia del mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la libertad.” (2)

De modo que cuando todas las demás razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq resultaron ser falaces o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación adecuada para la guerra. ¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este caso, ya que, como señaló seriamente hace mucho tiempo el crítico cultural Matthew Arnold: “La libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, entonces, se esperaba que el pueblo iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de modo tan desinteresado por la fuerza de las armas?

La respuesta de EE.UU. fue dada el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían “la plena privatización de empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para firmas extranjeras, repatriación total de los beneficios extranjeros… la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el tratamiento nacional para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las barreras comerciales.” (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la economía, incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la manufactura, los servicios, los transportes, las finanzas, y la construcción. Sólo exceptuaron el petróleo.

También fue instituido un sistema tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un impuesto de tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó contra la imposición forzada del “fundamentalismo de libre mercado,” describiéndolo como “una lógica defectuosa que ignora la historia.” (5) Sin embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar los decretos que ya habían sido promulgados.

Lo que evidentemente trataba de imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y derecho cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación rentable de capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba, en breve, que los iraquíes cabalgaran su caballo de la libertad directamente al corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo tanto para el bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para un adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno democrático. La insurrección que siguió puede ser interpretada en parte como resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del fundamentalismo de libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile después del golpe de Augusto Pinochet, casi exactamente treinta años antes de la promulgación de los decretos de Bremer, en el “pequeño 11 de septiembre” de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata, democráticamente elegido e izquierdista, de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. Reprimió violentamente a todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la izquierda del centro y desmanteló todas las formas de organizaciones populares, como ser centros comunitarios de salud en vecindarios pobres. El mercado laboral fue “liberado” de restricciones reguladoras o institucionales – el poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importación que habían dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos de regeneración económica, y que habían tenido un cierto éxito en Brasil después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la economía mundial en medio de una seria recesión, se necesitaba evidentemente algo nuevo. Un grupo de economistas de EE.UU. conocido como “los Chicago boys,” por su apego a las teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago, fueron llamados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y facilitando inversiones extranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho de las compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas. Favorecieron el crecimiento basado en las exportaciones por sobre la sustitución de importaciones. La subsiguiente reanimación de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas tasas de rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la cual se pudo modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo Reagan). No fue por primera vez en que un brutal experimento en destrucción creativa realizado en la periferia se convirtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6)

Que dos reestructuraciones obviamente similares del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan diferentes en partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU. podría ser tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial de EE.UU. podría encontrarse tras la rápida proliferación de formas de Estado neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de los años setenta. Pero el poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue, después de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino neoliberal en 1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una propugnadora mucho más consecuente del neoliberalismo que lo que llegó alguna vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en 1978 a seguir el camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 al alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un poco de caos y confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las fuerzas que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en un sistema hegemónico dentro del capitalismo global?

¿A qué se debe el giro neoliberal?

Hacia fines de los años sesenta, el capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una recesión importante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los años treinta. El embargo del petróleo y el aumento de los precios del crudo que sobrevinieron posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí exacerbaron problemas críticos. El capitalismo arraigado del período de posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el capital y el trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que prestó mucha atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a los salarios individuales, ya no funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales fue finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.

Ese sistema había producido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y generado algunos beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la “edad dorada” del capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Al llegar la década siguiente, sin embargo, los sistemas previamente existentes estaban agotados y se necesitaba urgentemente una nueva alternativa para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia compleja. En retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera sido inevitable, pero en esos días nadie sabía o comprendía realmente con alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y cómo.

El mundo trastabilló hacia el neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos que terminaron por converger en el así llamado “Consenso de Washington” en los años noventa. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación parcial y asimétrica de un país a otro, testimonia de su carácter vacilante y de las maneras complejas en las que fuerzas políticas, tradiciones históricas, y configuraciones institucionales existentes influyeron todas en por qué y cómo el proceso ocurrió realmente en el terreno.

Existe, sin embargo, un elemento dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La crisis de la acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la combinación de creciente desempleo e inflación acelerada. El descontento se generalizaba, y la combinación de movimientos sociales laborales y urbanos en gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba una alternativa socialista para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los partidos comunistas y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e incluso en EE.UU. las fuerzas populares agitaban por amplias reformas e intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a la seguridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los abusos corporativos. Esto representaba una clara amenaza política para las clases gobernantes por doquier, tanto en los países capitalistas avanzados, como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo, como México y Argentina.

Más allá de los cambios políticos, la amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se hacía palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la restricción del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera una parte mucho mayor de la torta económica. En EE.UU., por ejemplo, la parte del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los asalariados cayó de un máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la Segunda Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de importancia, pero cuando el crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las tasas de interés pasaron a ser negativas y los dividendos y beneficios se redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que actuar decisivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y económica.

El golpe de estado en Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos internamente en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios de la acumulación de capital resucitada fueron presentados de un modo altamente sesgado. Al país y a sus elites dirigentes junto con los inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la gente en general le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de las políticas neoliberales como para que sea considerado como un componente estructural de todo el proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el neoliberalismo fue desde su propio comienzo un esfuerzo por restaurar el poder de clase a las capas más ricas de la población. Mostraron como desde mediados de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores de ingresos en EE.UU. aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su parte del ingreso nacional de un 2% en 1978 a más de un 6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la compensación media de trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó de sólo un poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro que, con los recortes de impuestos del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los niveles superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8)

Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1% superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña duplicó su parte del ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder dentro de una pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de choque neoliberal en Rusia y un aumento asombroso en las desigualdades de los ingresos y de la riqueza en China al adoptar prácticas neoliberales. Aunque hay excepciones a esta tendencia – varios países del este y del sudeste de Asia han contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así como Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro neoliberal se asocia de alguna manera y en un cierto grado con intentos de restaurar o reconstruir el poder de las clases altas. Podemos, por lo tanto, examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista que provee un patrón teórico para la reorganización del capitalismo internacional o como un ardid político que apunta a reestablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación, argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha dominado. El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase. Como consecuencia, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación. Los principios del neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto con el proyecto de clase.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

Hacia la restauración del poder de clase

Si hubo movimientos para restaurar el poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron implementados y por quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue simple: un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las clases altas. y la subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades creadas dentro de los movimientos sociales sindicales y urbanos que habían amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran Bretaña y México en 1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional, que todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas – aunque de ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y programas de asistencia para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña, por supuesto, Margaret Thatcher empuñó más tarde con tanta más furia el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de que nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y nunca pudo cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar como el Servicio Nacional de Salud. Es interesante que recién en 2004 el gobierno laborista haya atrevido a introducir una estructura de pagos en la educación superior. El proceso de neoliberalización fue entrecortado, irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por estructuras de clase y otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra sus propuestas centrales dentro de formaciones estatales particulares e incluso dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o la educación. (9)

Es informativo considerar más de cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso fue cardinal como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del poder se entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los años noventa con la toma del poder por el Partido Republicano. Ese logro representó de hecho un “Contrato con EE.UU.” neoliberal como programa para acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin embargo, se dieron muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutuamente. Para comenzar, en 1970 o algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que el clima contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia fines de los años sesenta había ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis Powell (a punto de ser elevado a la Corte Suprema por Richard Nixon) instó en 1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una campaña colectiva para demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU. Poco después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que todavía existe y que juega un importante papel estratégico en la política del Partido Republicano. Comités corporativos de acción política, legalizados bajo las leyes de financiamiento de las campañas electorales post Watergate de 1974, proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades protegidas bajo la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de la Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano como instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que particular o individual). Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular, y lograrlo fue más problemático. La incorporación de líderes de la derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa Redonda Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la clase trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue persuadido para que votara regularmente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberales, antinegros, antifeministas y antigays), nacionalistas y religiosos. A mediados de los años noventa, el Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos liberales y se había convertido en una máquina derechista homogénea que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo con una base populista, la Mayoría Moral, que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)

El segundo elemento en la transición de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de 1973 a 1975 disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de creciente demanda de gastos sociales. Aparecieron déficits por doquier como un problema crucial. Había que hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado; la restauración de la disciplina monetaria era esencial. Esa convicción otorgó poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de crédito del gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a esa ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió al Estado para reforzar el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las aspiraciones de los sindicatos municipales, despidos en el empleo público, congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales (educación, salud pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios (los gastos de matrícula fueron introducida por primera vez en el sistema de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). El rescate trajo consigo la construcción de nuevas instituciones que tenían prioridad en los ingresos de impuestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que quedaba iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final fue un requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensión en bonos de la ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus reivindicaciones para evitar el peligro de perder sus fondos de pensión debido a la bancarrota de la ciudad.

Acciones semejantes representaban un golpe de estado de las instituciones financieras contra el gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas como la toma del poder militar que había ocurrido anteriormente en Chile. Gran parte de la infraestructura social de la ciudad fue destruida, y los fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se deterioraron considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La administración de la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para prácticas neoliberales tanto en el interior bajo Ronald Reagan como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante todos los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los poseedores de bonos por una parte y el bienestar de los ciudadanos por la otra, los primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar por las necesidades y el bienestar de la población en general. En medio de una crisis fiscal generalizada hubo redistribuciones fiscales en beneficio de las clases altas.

Queda por ver si todos los agentes involucrados en la producción de este compromiso en Nueva York lo vieron en la época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda preocupación en sí mismo y no tiene que conducir a la restitución de la dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que Felix Rohatyn, el banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el Estado, y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del poder de clase. Pero ese objetivo fue probablemente importante en los pensamientos de los banqueros de inversiones. Fue casi con seguridad el objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien habiendo observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile, se negó a ayudar a Nueva York y declaró abiertamente que quería que la ciudad sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se volviera a atrever a aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11)

El tercer elemento en la transición de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de información y las instituciones educacionales. Proliferaron los “think tanks” independientes financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la Heritage Foundation – para preparar una acometida ideológica orientada a persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Una inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero ejército de lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron efectivamente el clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta. Proclamaron estruendosamente el proyecto de “sacar al gobierno de por sobre las espaldas de la gente” y de reducir el gobierno hasta que pudiera ser “ahogado en una bañera”. A este respecto, los promotores del nuevo evangelio encontraron una audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr más libertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. El argumento libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el punto que el capital se reorganizó para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus esfuerzos para satisfacer innumerables mercados nicho, particularmente los definidos por la liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más individualizado, para que los hechos correspondieran a la teoría.

Este cebo del empresariado y del consumismo individualizados fue respaldado por el garrote blandido por el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de 1968 cuyos miembros habían buscado justicia social mediante la negociación colectiva y las solidaridades sociales. La destrucción por Reagan de los controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por Margaret Thatcher de los mineros británicos en 1984 fueron momentos cruciales en el giro global hacia el neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y organizaciones de derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer los intereses de la clase trabajadora fue amplio y profundo. Los salvajes recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso de toda responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a paso acelerado. Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales, y no podían hacerlo. Después de 1980, EE.UU., ya comprometido firmemente con la liberalización y claramente respaldado por Gran Bretaña, trató, mediante una mezcla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de las universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la capacitación de muchos de los economistas de todo el mundo en los principios neoliberales – y la coerción para exportar la neoliberalización por todas partes. La purga de economistas keynesianos y su reemplazo por monetaristas neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalización mediante sus programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo muchos en los años ochenta y noventa) que requería su ayuda en el repago de la deuda. El Consenso de Washington, que fue forjado en los años noventa, y las reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de Comercio en 1998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)

El nuevo concordato internacional también dependía de la reanimación y de la reconfiguración de la tradición imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte, como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser mantenidas bajo la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de los casos, como testaferros de los intereses de EE.UU. a través del apoyo de hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah en Irán, y Pinochet en Chile – y un séquito de seguidores respaldados por la ayuda militar y financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder de dirigentes semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que se necesitaba algo más: la apertura de mercados, nuevos espacios para inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes financieros pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más estrecha de la economía global, con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas institucionales, tales como las que fueron fijadas por el FMI y la OMC, suministró vehículos convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo necesitaba la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de Siete (G7), llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el sistema financiero y comercial global de maneras que obligara efectivamente a todas las naciones a someterse. “Naciones proscritas,” definidas como las que no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser encaradas mediante sanciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De esta manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron articuladas a través de una red global de relaciones de poder, uno de los efectos de la cual fue permitir que las clases altas de EE.UU. hicieran pagar tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un medio para aumentar su control ya hegemónico. (13)

Neoliberalismo como destrucción creativa

¿Cómo resolvió la neoliberalización los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital? Sus antecedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las tasas de crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso durante los atribulados años setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento global de 1,4% y de 1,1% para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas llega a 1% desde 2000, indican que el neoliberalismo ha fracasado ampliamente en el estímulo del crecimiento global. (14) Incluso si excluimos de este cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años noventa, el rendimiento económico global desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de acumulación general de capital ha sido débil.

A pesar de su retórica sobre la cura de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un elevado rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los “tigres” del Este Asiático, y a Alemania Occidental como motores de la economía global. Esos países fueron tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas institucionales radicalmente diferentes dificultan la identificación de sus logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había tomado una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalismo) durante más de dos décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el monetarismo per se y la búsqueda de la restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos siguieron siendo fuertes y los niveles de salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción de un Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que se estimuló una alta tasa de innovación tecnológica que mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en el terreno de la competencia internacional. La producción impulsada por la exportación hizo avanzar al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y la estrecha relación entre las corporaciones y las instituciones financieras (un sistema que también demostró ser acertado en Alemania Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en gran parte a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y EE.UU. Un tal crecimiento, como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue incluso más baja que la de los atribulados años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalización. Muchos Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio socialdemócrata mientras se movían, en algunos casos con bastante éxito, hacia el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién en los años noventa, la neoliberalización comenzó a producir frutos tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña. Esto sucedió en medio de un prolongado período de deflación en Japón, y un relativo estancamiento en la recién unificada Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple resultado de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU. para postrar la economía japonesa.

De modo que ¿por qué entonces ante estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron persuadidos de que la neoliberalización es una solución exitosa? Además y más allá de la corriente persistente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y recarga los medios de información, se destacan dos razones materiales. Primero, la neoliberalización ha sido acompañada por una creciente volatilidad dentro del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún sitio oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios periódicos de crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa, registradas usualmente como severas crisis financieras. Argentina fue abierta al capital extranjero y a la privatización en los años noventa y durante varios años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso financiero y la devastación social fueron rápidamente seguidos por una prolongada crisis política. La turbulencia financiera cundió por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas de ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.

Por otra parte, el neoliberalismo ha sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha restaurado la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña, o creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China, India, Rusia, y otros sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la neoliberalización han presenciado el masivo reordenamiento interno de las estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó concentraciones de riqueza sin precedentes en las manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario).

Con medios dominados por los intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos sectores fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la escena para aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social para alentar el riesgo y la innovación empresariales, y éstas, por su parte, confieren ventajas competitivas y estimulan el crecimiento. Si las condiciones entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su propio capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante de trabajo, y su sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos personales, culturales y políticos. En un mundo spenceriano, decía el argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los problemas sistémicos fueron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos y una plétora de crisis localizadas. Si el principal efecto del neoliberalismo ha sido redistributivo en lugar de generativo, había que encontrar modos de transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea de la masa de la población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos. En otro sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de acumulación por desposeimiento. (15) Con eso, quiero decir la continuación y proliferación de prácticas de acumulación que Marx había designado como “primitivas” u “originales” durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen (1) la conmodificación y privatización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones campesinas (como recientemente en México e India); (2) la conversión de diversas formas de derechos de propiedad (común, colectiva, estatal ,etc.) en derechos exclusivamente de propiedad privada; (3) la supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificación del poder laboral y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales, e imperiales, de apropiación de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de los intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de esclavos (que continúa, particularmente en la industria del sexo); y (8) la usura, la deuda nacional y. lo más devastador de todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.

El Estado, con su monopolio de la violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial en el respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos agregar ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de rentas de patentes y derechos de propiedad intelectual y la disminución o cancelación de varias formas de propiedad comunitaria – tales como pensiones estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la atención sanitaria – conquistadas en una generación o más de luchas socialdemócratas. La propuesta de privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los objetivos predilectos de los neoliberales en EE.UU.

En los casos de China y Rusia, podría ser razonable referirse a recientes acontecimientos en términos “primitivos” y “originales”, pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas en EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de acumulación mediante el desposeimiento que creció rápidamente bajo el neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro elementos principales.

1. Privatización

La corporatizacion, conmodificación, y privatización de activos públicos anteriormente públicos han sido características emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha sido abrir nuevos campos para la acumulación de capital en terrenos que anteriormente eran considerados como fuera de límites para los cálculos de rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones, transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación, atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como universidades, laboratorios de investigación, prisiones), e incluso la guerra (como lo ilustra el “ejército” de contratistas privados que operan junto a las fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el mundo capitalista.

Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado asimismo de la conmodificación de la naturaleza en todas sus formas.

La conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual, involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es tristemente célebre por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad de base). Como en el pasado, el poder del Estado es utilizado frecuentemente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad popular. El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas laborales y al entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de derechos. La reversión hacia el dominio privado de los derechos de propiedad común conquistados durante años de duras luchas de clase (el derecho a una pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de las políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la ortodoxia neoliberal.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

La corporatización, conmodificación, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han sido características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos equivalen a una transferencia de activos de los campos público y popular a los dominios privados y de privilegios de clase. La privatización, argumentó Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra “la transferencia de activos públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos incluyen recursos naturales: tierra, bosques, agua, aire. Estos son los activos que el Estado mantiene en fideicomiso para el pueblo que representa… Arrancárselos y venderlos como valores a compañías privadas es un proceso de bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la historia.” (16)

2. Financialización

La poderosa ola financiera que comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo especulativo y predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado a 130.000 millones de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con el cálculo de 800.000 millones de dólares que serían necesarios para apoyar el comercio internacional y los flujos de inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los centros principales de actividad de redistribución mediante la especulación, la depredación, el fraude, y el robo. Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de productos financieros estructurados mediante la inflación: liquidación de activos mediante fusiones y adquisiciones; y la promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso en los países capitalistas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar del fraude corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de fondos de pensiones y su aniquilamiento por colapsos de acciones y de corporaciones mediante manipulaciones crediticias y bursátiles – son todas características del sistema financiero capitalista.

El énfasis en los valores de acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y administradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con opciones en acciones, condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el mercado que crearon inmensa riqueza para unos pocos a costas de los muchos. El espectacular colapso de Enron fue emblemático para un proceso general que privó a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso, también debemos considerar los robos especulativos realizados por fondos de alto riesgo y otros importantes instrumentos del capital financiero que formaron la verdadera vanguardia de la acumulación por desposeimiento en la escena global, incluso aunque supuestamente conferían el beneficio positivo para la clase capitalista de “repartir los riesgos.”

3. La administración y la manipulación de crisis

Más allá de la espuma especulativa y a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la manipulación financiera neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la trampa de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La creación, administración y manipulación de crisis en la escena mundial se ha convertido en el fino arte de la redistribución deliberada de riqueza de los países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las tasas de interés en 1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios tenían que invertir en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la bancarrota, países como México tuvieron que aceptar el ajuste estructural. Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza rescates para mantener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital, EE.UU. también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana mediante el despliegue de su poder financiero superior bajo condiciones de crisis local. El complejo Tesoro de EE.UU./Wall Street/FMI se convirtió en experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan, recurrió varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda en países individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante los años ochenta y noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado y en algunos casos, como en Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente frecuentes como para ser consideradas endémicas. Esas crisis de la deuda fueron orquestadas, administradas y controladas tanto para racionalizar el sistema como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997 y 1998 – provocada inicialmente por la operación de fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:

Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder a los que mantienen intactos sus propios activos y están en la posición de crear crédito, y la crisis asiática no es una excepción… no cabe duda de que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes ganadores… La combinación de masivas devaluaciones impulsó a la liberalización financiera, y la recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor transferencia de activos de propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de paz de los últimos cincuenta años en cualquier parte del mundo, eclipsando las transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en Latinoamérica en los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declaración atribuida a Andrew Mellon: “En una depresión los activos vuelven a sus legítimos dueños.” (18)

La analogía con la creación deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra excedente mal remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos activos pierden su uso y su valor. Yacen inertes y durmientes hasta que capitalistas en posesión de liquidez deciden apoderarse de ellos e insuflarles nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis pueden descontrolarse y generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una de las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan que ocurra la acumulación por desposeimiento sin provocar un colapso general o una revuelta popular. El programa de ajuste estructural administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se ocupa de la primera función. Es tarea del aparato comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido atracado. Sin embargo, emergieron señales de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento generalizado que informó a los movimientos contra la globalización como el que culminó en Seattle en 1999.

4. Redistribuciones estatales

El Estado, una vez que se ha convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en un agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de las clases altas hacia las bajas que había sido implementado durante la era precedente socialdemócrata.

Lo hace en primer lugar mediante esquemas de privatización y recortes en los gastos gubernamentales que debían apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña pareció ser un regalo a las clases bajas cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a ser propietarios a un coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar su riqueza. Pero una vez que fue completada la transferencia, entró en juego la especulación con la vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de primera, terminando por sobornar u obligar a las poblaciones a partir a la periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran barrios de viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La pérdida de viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de viviendas para muchos y en viajes extremadamente largos para los que tenían trabajos mal remunerados de servicio. La privatización de los ejidos (derechos de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México, que se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido durante los años noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano, obligando a muchos habitantes rurales a irse a las ciudades en busca de trabajo. El Estado chino creó toda una serie de medidas draconianas mediante la cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las masas.

El Estado neoliberal también busca redistribuciones mediante una serie de otras medidas como ser revisiones en el código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código tributario (como ser impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales y el libre acceso para todos mediante tarifas de usuarios (por ejemplo en la educación superior), y la provisión de una vasta gama de subsidios y beneficios tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora existen en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta reorientación de los dineros públicos para beneficiar a las corporaciones (directamente como en el caso de subsidios a la agroindustria e indirectamente como en el caso del sector militar-industrial), de un modo muy parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés hipotecario en EE.UU., como un masivo subsidio para los propietarios de casas de altos ingresos y para la construcción industrial.

El aumento de la vigilancia y del mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el encarcelamiento de elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación por desposeimiento puede ser más fuerte, el papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de represión activa incluso hasta el punto de la guerra de baja intensidad contra movimientos opositores (muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente calificados de terroristas para obtener la ayuda militar y el apoyo de EE.UU.) tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras en Brasil.

En efecto, informó Roy: “La economía rural de India, que sostiene a setecientos millones de personas, está siendo agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados, agricultores que producen demasiado poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra están sin trabajo porque grandes propietarios y haciendas despiden a sus trabajadores. Todos atestan las ciudades en busca de empleo.” (19) En China, se calcula que por lo menos la mitad de 1.000 millones de personas tendrá que ser absorbida por la urbanización durante los próximos diez años si se quiere evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes harán en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que están siendo implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes laborales liberados por la acumulación primitiva.

Las tácticas redistribuidoras del neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas por estratagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar social de poblaciones y territorios vulnerables. La ola de neoliberalización por destrucción creativa que ha recorrido el globo no tiene paralelo en la historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia y una búsqueda de alternativas viables.

Alternativas

El neoliberalismo ha generado un conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su radio de acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos basados en los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no todos. Los movimientos tradicionales basados en los trabajadores no están de ninguna manera muertos, ni siquiera en los países capitalistas avanzados en los que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En Corea del Sur y Sudáfrica, vigorosos movimientos sindicales aparecieron durante los años ochenta, y en gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera. En Indonesia, un putativo movimiento sindical de gran importancia potencial lucha por ser escuchado. El potencial de malestar laboral es inmenso aunque impredecible.

Y no es evidente tampoco que la masa de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última generación votó consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales, permanecerá para siempre bloqueada en una política semejante por las maquinaciones por igual de republicanos y demócratas. No hay motivos para excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los trabajadores con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y política. En parte debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos movimientos, su orientación política y modos de organización se diferencian fuertemente de los que son típicos en la política socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la realización de una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para trabajar a través del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y fluida de alternativas que consideraran las necesidades específicas de diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde el punto de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de un partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movimiento social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser periféricas. Con ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial del poder estatal.

El efecto de tales movimientos ha sido transferir el terreno de la organización política lejos de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica política menos enfocada de acción social a través de todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que perdieron en enfoque lo ganaron en relevancia. Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y lucha de todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y de lo particular para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación neoliberal por desposeimiento. La variedad de tales luchas fue y es simplemente sorprendente. Es difícil llegar a imaginar conexiones entre ellas. Fueron y son parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que recorrieron el mundo y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años ochenta. (20)

Esos movimientos y revueltas fueron a veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte por poderes estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios produjeron violencia entre etnias y guerras civiles cuando la acumulación por desposeimiento condujo a intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas de dividir para gobernar por parte de fuerzas capitalistas. Los Estados clientes apoyados militarmente o en algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por EE.UU., y Gran Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de represiones y liquidaciones para bloquear implacablemente los movimientos activistas que cuestionaban la acumulación por desposeimiento.

Los propios movimientos han producido una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos tratan de desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y medioambiental globales mediante la reforma o disolución de poderosas instituciones tales como el FMI y la OMC, y el Banco Mundial. Otras destacan una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas continuidades con luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo largo de la amarga historia del colonialismo y el imperialismo. Algunas conciben una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la sociedad civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden neoliberal, mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales con nuevos sistemas de producción y consumo animados por diferentes tipos de relaciones sociales y prácticas ecológicas. También existen las que confían en estructuras más convencionales de partidos políticos con el objetivo de obtener el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico. Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial en un intento de definir su misión compartida y edificar una estructura organizativa capaz de enfrentar las numerosas variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en esto. (21)

Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase.

Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden ser extraídas de un análisis del tipo que hemos estructurado? Para comenzar, toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para limitar o restaurar el poder de clase. Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos progresistas fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría falta de significado y en las que las instituciones desde las que se había librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases trabajadores estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por lo tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase, tenemos que llamarla por lo que es. La masa de la población tiene que resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por el abrumador poder de clase o responder en términos de clase.

Decirlo de esta manera no es deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el proletariado estaba en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera haberlo hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el agente primordial (para no decir exclusivo) de la transformación histórica. No existe un campo proletario de fantasía utópica marxiana a la que podamos apelar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clase no es decir que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mismos, aunque no bajo condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que esas condiciones están actualmente bifurcadas en movimientos alrededor de la reproducción expandida – en la que la explotación del trabajo salariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo desde las formas clásicas de acumulación primitiva mediante prácticas destructoras de culturas, historias, y entornos, hasta las depredaciones producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye el centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes corrientes de clase es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis también muestra que esto tiene que ocurrir en una trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad a través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos disparejos cada vez más profundos. Esta desigualdad debe ser entendida como algo que es activamente producido y sostenido por procesos de acumulación de capital, no importa cuán importantes puedan ser las señales de residuos de configuraciones pasadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La brecha entre lo retórico (por el beneficio común) y la realización (por el beneficio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una competencia honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario monopolio, centralización e internacionalización por parte de los poderes corporativos y financieros. El alarmante aumento en las desigualdades de clase y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India, México, y en Sudáfrica) así como a escala internacional, posa un serio problema política que ya no puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis neoliberal en los derechos del individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener el sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce que el neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que oculta la restauración del poder de clase, más se crea la base para un resurgimiento de movimientos de masas que expresen reivindicaciones políticas igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor seguridad y democratización económica.

Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el principal centro de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático. Internacionalmente, la falta de una responsabilización elemental, para no hablar de control democrático, sobre instituciones como el FMI, la OMC, y el Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la democratización. Volver a presentar exigencias de gobierno democrático e igualdad y justicia económica, política y cultural no es sugerir algún retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser reinventados en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas.
El significado de la democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver con los significados que le tenemos que conferir en la actualidad en circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo, Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero a través de todo el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá de las naciones en apuros de Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo, grupos y movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es un punto esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente.

Mientras mejor reconozcan los movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene que ser enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la neoliberalización, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia. Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan apropiadamente para justificar y legitimar la restauración de ese poder, tendrá un papel importante en las luchas contemporáneas. A los neoliberales les costó muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos en la dirección opuesta.

Notas

1. Vea el sitio en la Red: http://www.montpelerin.org/mpsabout.cfm.

2. G. W. Bush, “Securing Freedom’s Triumph,” New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The National Security Strategy of the United State of America can be found on the Web site www.whitehouse.gov nsc/nss. See also G. W. Bush, “President Addresses the Nation in Prime Time Press Conference,” 13 de abril,

2004, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2004/0420040413-20.html.

3. Matthew Arnold es citado en Robin Williams, Culture and Society, 1780-1850 (London: Chatto and Windus, 1958), 118.

4. Antonia Juhasz, “Ambitions of Empire: The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and Beyond),” Left Turn Magazine 12 (February/March 2004): 27-32.

5. Thomas Crampton, “Iraqi Official Urges Caution on Imposing Free Market,” New York Times, 14 de octubre de 2003, p. C5.

6. Juan Gabriel Valdez, Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile (New York: Cambridge University Press, 1995).

7. Philip Armstrong, Andre Glynn, and John Harrison, Capitalism since World War II: The Making and Breaking of the Long Boom (Oxford, UK: Basil Blackwell, 1991).

8. Gerard Dumenil and Dominique Levy, “Neoliberal Dynamics: A New Phase?” (Manuscript, 2004), 4. Vea también: Task Force on Inequality and American Democracy, American Democracy in an Age of Rising Inequality (Washington, DC: American Political Science Association, 2004), 3.

9. Daniel Yergin and Joseph Stanislaw, The Commanding Heights: The Battle between Government and Marketplace That Is Remaking the Modern World (New York: Simon & Schuster, 1998).

10. Thomas Byrne Edsall, The New Politics of Inequality (New York: Norton, 1984); Jamie Court, Corporateering: How Corporate Power Steals Your Personal Freedom (New York: Tarcher Putnam, 2003); y Thomas Frank, What’s the Matter with Kansas: How Conservatives Won the Heart of America (New York, Metropolitan Books, 2004).

11. William K. Tabb, The Long Default: New York City and the Urban Fiscal Crisis (New York, Monthly Review Press, 1982); y Roger E. Alcaly and David Mermelstein, The Fiscal Crisis of American Cities (New York, Vintage, 1977).

12. Joseph Stiglitz, Globalization and Its Discontents (New York: Norton, 2002).

13. David Harvey, The New Imperialism (Oxford, Oxford University Press, 2003).

14. World Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization: Creating Opportunities for All (Geneva, Switzerland: International Labor Office, 2004).

15. Harvey, The New Imperialism, chap. 4.

16. Arundhati Roy, Power Politics (Cambridge, MA: South End Press, 2001).

17. Peter Dicken, Global Shift: Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4th ed. (New York: Guilford, 2003), chap. 13.

18. Robert Wade and Frank Veneroso, “The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street- Treasury-IMF Complex,” New Left Review 228 (1998): 3-23.

19. Roy, Power Politics.

20. Barry K. Gills, ed., Globalization and the Politics of Resistance (New York: Palgrave, 2001); Ton Mertes, ed., A Movement of Movements (London: Verso, 2004); Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London: Zed Books, 2002); Ponna Wignaraja, ed., New Social Movements in the South: Empowering the People (London: Zed Books, 1993); and Jeremy Brecher, Tim Costello, and Brendan Smith, Globalization from Below: The Power of Solidarity (Cambridge, MA: South End Press, 2000).

21. Mertes, A Movement of Movements; and Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London, Zed Books, 2002).

Downloaded from http://ann.sagepub.com at BTCA Univ de Barcelona on March 11, 2008

*David Harvey nació en 1935 en el Reino Unido. Se doctoró en la Universidad de Cambridge en geografía histórica, y en 1969 se mudó a Baltimore, en Estados Unidos, como profesor de geografía en la John Hopkins University. En ese mismo año aparece su primer libro, La explicación en geografía, y a partir de ese momento su interés comienza a centrarse en los aspectos sociales y políticos de la disciplina. En la actualidad es profesor en el Graduate Center in Anthropology de la City University of New York. Además de las obras ya mencionadas, Harvey es autor de Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia (1996) y, más recientemente, de Espacios de esperanza (2000) y El nuevo imperialismo (2003), ambos publicados en español por Akal.

Fuente: The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science 2007 / Rebelion – 08.04.2008

De Giuliani y de Gilligan

Rudolph Giuliani alcanzó notoriedad al lograr reducir el índice de crímenes en la ciudad de New York en un 70%, lo cual, representa un logro notable. Por su parte el Dr. James Gilligan que fue contratado como director médico del hospital psiquiátrico penitenciario en Bridgewater, Massachusetts, debido a las altas tasas de suicidios y de homicidios dentro de sus prisiones, también tuvo un logro notable al reducir los dos índices a cerca de cero. Mientras la tarea de Giuliani se concentró en encerrar a los delincuentes en las cárceles, Gilligan se concentró en resolver la patología violenta de los prisioneros. Mientras Giuliani trabajó en controlar la expresión visible e ilegal de la violencia Gilligan trabajó en la violencia misma.

El gran aporte de Gilligan fue el de aplicar el método epidemiológico al problema de la violencia. Identificó como patógeno el estado de humillación abrumadora. La violencia surge cuando la persona no posee las herramientas para manejar adecuadamente su estado de humillación. Las principales herramientas son los sentimientos de amor y de compasión hacia los demás. Si la infancia ha estado plagada de maltrato, abuso, acoso y violencia, el niño aprende a volverse insensible y pierde el sentido de culpa sobre sus actos. Cuando la violencia surge, la persona puede matar sin la menor compasión y sin el menor remordimiento. La violencia es el medio por el que puede ganar respeto y recuperar su auto valía destruida.

Dentro de la pandilla el joven adquiere aceptación, respeto y una admiración que es proporcional a su nivel de insensibilidad y crueldad. Marginado por la sociedad decide dejarla de lado y se integra a un grupo que no responde a las motivaciones del delito común sino a la sed profunda de estima y respeto. En el rompimiento total con la sociedad, los jóvenes abandonan y rechazan todo lo que es del “sistema”: escuela, deportes, convenciones sociales, capacidad de tolerancia, trabajo, etc. Sus formas de vestir y de tatuarse indican que están fuera del sistema y que no quieren volver a él. Cuando la represión les encarcela y les hace vivir en condiciones inhumanas el sentimiento de humillación se fortalece y el patógeno se propaga. Las cárceles mismas se convierten en vectores de propagación y logran el efecto inverso al esperado: en lugar de reducir la violencia, la multiplican. Esto explica el sentido de lo mil veces repetido: a mayor represión, mayor violencia. Nuestros últimos 20 años de historia lo ilustran.

Esto, no supone que quienes cometen delitos deban ser dejados impunes. Pero sí supone que los centros de detención deban ser verdaderos centros de rehabilitación para quienes han delinquido. No un lugar donde las personas mueren de calor, deshidratación y asfixia. A mayor inhumanidad en el trato a los detenidos, mayor el sentimiento de humillación y mayor la violencia. En la medida que se les trata como personas, que han delinquido ciertamente, pero que siguen siendo personas, sus sentimientos de autoestima comienzan a mejorar y el patógeno de la violencia comienza a debilitarse. Eso fue lo que permitió al Dr. Gilligan llevar a casi cero no el delito sino la violencia, nuestro verdadero problema. Sería genial que a las recomendaciones de Giuliani se añadieran las recomendaciones de Gilligan, que pueden ser tomadas de sus siete libros donde resume 25 años de trabajo.

El Salvador: las torres y los puentes de la transición

El Salvador: las torres y los puentes de la transición Roberto Pineda 15 de mayo de 2015

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”. Marx, C. Crítica del Programa de Gotha.

Los lejanos ecos europeos de la Critica del Programa de Gotha realizada por Marx hace 140 años todavía resuenan en las discusiones sobre la nueva sociedad salvadoreña que se construirá luego del capitalismo. Pero desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes y muchos vendavales sobre las torres de los procesos y movimientos revolucionarios alrededor del mundo.

Incluso, en nuestro pequeño rincón “mágico” de este planeta globalizado, vivimos en una sociedad en disputa entre el proyecto popular y el proyecto oligárquico; y han pasado ya seis años del inicio de un nuevo periodo histórico, (junio de 2009) de control de la izquierda del gobierno central y se impone una evaluación sobre en qué medida hemos avanzado en la transición hacia un nuevo tipo de sociedad, que fue el propósito básico por el que se juntaron en octubre de 1980 las cinco fuerzas político-militares que dieron origen al FMLN.

Logro grande fue haber terminado con la dictadura militar en 1992, pero el sueño por el que se entregaba la vida iba más allá, hablábamos de una nueva sociedad, de socialismo. En definitiva, la izquierda marxista es básicamente un proyecto de transformación social.

Identificar los puentes y las torres

Debido a esto una preocupación central que debe de acompañarnos es la de identificar las torres y los puentes de este periodo de transición. Utilizo el concepto de puentes para referirme a las nuevas relaciones sociales que deberían estar surgiendo y volviéndose determinantes y el de torres para referirme a las viejas relaciones sociales que deberían de estar siendo eliminadas.

Claro está, hablamos de un proceso dialéctico de coexistencia y a la vez de disputa, de lucha en el que lo viejo se resiste a morir y lo nuevo pugna por nacer. Es preciso identificar lo nuevo (los puentes) para fortalecerlo y lo viejo (las torres) para terminarlo, tanto en la gestión gubernamental como en la sociedad en general, incluyendo al mismo partido revolucionario y al movimiento popular y social.

Por lo que el impulso a la construcción de una cultura democrática al interior del FMLN y en la sociedad salvadoreña es uno de los principales puentes que debemos de forjar. Y este es un proceso que nos llevara un largo período histórico, con avances y retrocesos, con fases y etapas, cada una de las cuales con su respectivo balance de fuerzas y tareas específicas. Pero lo importante es tener claridad del rumbo. Es lo clave.

Y en este singular marco de urgentes reflexiones sobre el rumbo, sobre la relación entre proyecto y horizonte, surgen preguntas ineludibles que debemos de respondernos para tener claridad sobre donde están las nuevas trincheras en las cuales asentarnos y cuáles son las torres que deben ser derribadas y los puentes que deben ser construidos. A continuación exploramos brevemente estos elementos desde algunas interrogantes fundamentales: entre otras el poder, las formas de lucha, el sujeto, la vanguardia, las alianzas, el programa, las relaciones internacionales.

El problema del poder: ¿tomarlo, conquistarlo, asaltarlo, romperlo, destruirlo, construirlo, desecharlo, ignorarlo, disfrutarlo?

La búsqueda del poder como premisa básica ha orientado la acción de la izquierda marxista-leninista salvadoreña desde hace 90 años porque el poder lo hemos concebido como un valioso objeto que hay que contemplar o capturar y luego retener. Como partido revolucionario lo teníamos para ejercerlo o no lo teníamos, no había términos medios. Así como que el tesoro del poder estaba en manos de la oligarquía y debía pasar a nuestras manos proletarias.

Era como un anillo o una cadena que había que arrebatar para ponerlo al servicio de los explotados. Esa era nuestra visión y es importante saber de dónde venimos para saber adónde vamos. Es claro que no venimos de los que hoy bajo el paradigma posmoderno predican cambiar el mundo sin tomar el poder o el desarrollo del anti-poder (Holloway, Negri) ni de la circularidad del poder de Foucault, ni de la visión zapatista del Sub Marcos, pero tampoco de los que practican y predican la construcción de poder popular (Dri). Es un debate de paradigmas de lucha que debemos de conocer.

Por el contrario, la meta soñada y hasta fumada era bajar de Guazapa y llegar e instalarnos en la Casa Presidencial de San Jacinto, el símbolo del poder, para desde ahí impulsar los cambios estructurales. Como ejemplo, en noviembre de 1989 las tropas del FMLN se trasladaron a la ciudad capital para buscar la conquista del poder. Y en esos mismos días de combate popular, en la ahora cercana Europa estaba cayendo el Muro de Berlín y fracasando estrepitosamente el modelo verticalista que había orientado por años, por décadas nuestra utopía. Ironías de la historia, mientras unos eran bajados otros iban subiendo la cuesta.

Para esta utopía clásica de “tomar el poder” durante el corto siglo XX hicimos uso de diversas formas de lucha. Intentamos la insurrección y fuimos derrotados. Luego de esta derrota de 1932, la izquierda o sea el PCS mantuvimos una rígida posición anti-electoral y de exclusiva lucha sindical hasta mediados de los años 60 que se decide participar en elecciones. Una década después, en los setenta competían en la “vanguardia dispersa” dos visiones: la de la lucha armada y la de la lucha electoral.

En los ochenta el problema del poder en teoría estaba resuelto: la lucha armada era la panacea. Nicaragua mostraba el camino, como Cuba lo había mostrado antes. En la práctica el problema era derrotar a las fuerzas armadas de la dictadura militar y para esto se necesitaba un ejército popular. Al final no se logra tomar el poder pero se logra un acuerdo negociado. Luego, en los noventa el problema del poder pasaba por derrotar por la vía electoral al partido de la oligarquía, el cual se esforzaba exitosamente por cierto, por imponernos la camisa de fuerza neoliberal, que aún llevamos puesta.

A finales de la primera década del siglo XXI (2009) se logra la meta de llegar al gobierno. Ahí estamos ahora. ¿Seguimos pensando en tomar el poder? Me parece que sí. Pero el problema está en que hoy el poder es más elusivo que antes. Y la reflexión teórica unida a la lucha popular en América Latina ha revelado que además de tomarlo se requiere construirlo y que el poder es una relación social de reconocimiento (Dri 2002). Incluso algunos aconsejan alejarse de él por su influencia nociva. Me viene a la mente en este tema del poder que en un divertido relato, Roque señalaba como se decide ir del Zoológico ¡a Casa Presidencial! (Las historias prohibidas…).

Es un hecho que durante 60 años, de la guerra de 1932 a la guerra de 1980 y a los acuerdos de paz de 1992, la izquierda marxista salvadoreña sobrevivió, creció y se convirtió en alternativa nacional bajo el paradigma de la escuela leninista, que aportó claridad de propósito, voluntad y disciplina militante y perspectiva de victoria. Esta es la raíz por la que hoy estamos como izquierda en el gobierno.
Este poder institucional alcanzado se deriva fundamentalmente de la autoridad política lograda durante la ética de la clandestinidad y la guerra, de la lucha contra la dictadura militar, y este es un tesoro que debemos ser cuidadosos en conservar y cultivar, porque puede fácilmente perderse, desgastarse. La gente nos observa y mide si seguimos siendo humildes y sacrificados, como en el pasado, por lo que no podemos permitir que nuestros aliados de GANA nos impongan su visión de mundo.
La pregunta del millón es desde aquí hacia donde caminamos. Hay diversos senderos en esta milpa: mantenernos a flote y tratar de evitar el conflicto (volvernos confiables para la oligarquía y el imperialismo, como algunos se esmeran en mostrarse); mantenernos y seguir o empezar a acumular fuerza social (no buscar la ruptura pero tampoco temerle); y mantenernos y desgastarnos hasta ser desplazados, llegar hasta donde nos lleve el río (los resultados electorales de este año son significativos).
Las nuevas realidades y los nuevos desafíos
Desde 1992 la construcción exitosa de un sólido aparato partidario electoral ha permitido a esta altura para el FMLN la acumulación de un considerable poder institucional (municipal, legislativo, ejecutivo, electoral, judicial, mediático), a lo que hay que agregar la importante y novedosa inserción en el aparato productivo vía Alba, así como la indiscutible hegemonía en el movimiento popular y social por medio de la Coordinadora Unitaria Social y Sindical (CUSS).
Es una acumulación política significativa y valiosa refrendada en el imaginario ´popular por una guerra contra la dictadura militar, que le permite al FMLN mantener la iniciativa política y sostener múltiples alianzas sociales (cafetaleros y un sector del bloque comercial árabe, entre otros) y alianzas legislativas incluso con desgajamientos de ARENA (partido GANA). Arrebatarle esta iniciativa es el sueño máximo de la derecha.
Es claro que la vía de la revolución no puede eludir los compromisos políticos tácticos con aliados no confiables, como el alcanzado recientemente para conducir la Asamblea Legislativa 2015-2018 un tramo el FMLN y el otro GANA a riesgo de quedar aislado. Incluso no puede descartarse la necesidad en determinado momento de realizar repliegues tácticos e incluso estratégicos, como respuesta a las realidades políticas de la lucha de clases, o sea a la correlación de fuerzas sociales y políticas.

En general, la táctica seleccionada e implementada por la conducción política del FMLN durante veinte años parece rendir frutos. Pero no obstante que existen nuevas acumulaciones derivadas de la gestión gubernamental social, esta política tiene límites. Y hay que conocerlos para enfrentarlos.

Existe un poder en disputa, con nuevas realidades y nuevos desafíos. Tiene límites electorales como lo indican las elecciones de este año y tiene frágiles techos políticos ya que la derecha ha podido crecer electoralmente y consolidar su instrumento político, y lo más peligroso a mediano y largo plazo, ha fortalecido sus aparatos de dominación ideológica, en particular ha recobrado su hegemonía en la Iglesia Católica Romana, ha crecido en iglesias protestantes derechistas, ha logrado apoderarse de la conducción de la UES; así como atomizar y silenciar al movimiento artístico y cultural contrahegemónico.

Cada uno de estos espacios puede considerarse como Territorios Sociales en Disputa por la Hegemonía, (TSDH) categoría que nos permite entender las fluctuaciones en los esfuerzos por la conquista de la hegemonía, la cual se lucha palmo a palmo, pulgada a pulgada. Y a la vez comprender que toda relación de poder se expresa como relación entre dominadores y dominados. No podemos a esta altura ser ingenuos.

Este poder en disputa ha permitido el desarrollo de una peligrosa cultura delincuencial que al romper y terminar con los lazos y la organización popular y comunitaria, se ha apoderado de buena parte del territorio de los sectores populares, imponiendo un ánimo de desconfianza, temor y resignación, de individualismo y consumismo, de alejamiento de las luchas populares así como de la potencial búsqueda desesperada de opciones autoritarias de derecha.

Por otra parte, la oligarquía en este periodo ha sido desplazada del ejecutivo pero ha logrado avanzar en la consolidación de su hegemonía o sea su legitimidad como clase dominante, aceptada por los grupos subalternos. Romper de nuevo esta torre es de crucial importancia y ya fue hecho en el pasado, durante la década del setenta. Es posible reconstruir la hegemonía y es parte de la construcción del poder popular.

Lo anterior amerita una profunda reflexión desde la militancia de izquierda dentro y fuera del FMLN sobre la necesidad de convertir cada espacio político ganado –legislativo, municipal, ejecutivo) en espacios de disputa ideológica por la hegemonía y de construcción de poder popular; y cuando hablamos de poder popular nos referimos a un poder horizontal democrático, desde abajo.
Las nuevas realidades y los nuevos desafíos nos exigen saber combinar lo acumulado en el poder institucional (desde arriba) con lo acumulado en poder popular (desde abajo) que permita lograr la ruptura con el sistema. Pensar que se lograra avanzar exclusivamente desde la gestión gubernamental es ilusorio. Se necesita la presión popular.

Y un elemento fundamental radica en fortalecer y ampliar el movimiento popular y social y acompañarlo en sus justas luchas. En definitiva regresar a la antigua tarea leninista de organizar, concientizar y movilizar a los sectores populares, pero bajo una nueva visión, horizontal, democrática, alternativa. Los agachados de Rius deben ponerse de pie. Los hacelotodo de Roque deben de organizarse y luchar. Pero no debemos seguir reproduciendo relaciones de dominación. Por suerte, faltan tres años para nuevas elecciones, que podemos aprovecharlos en discutir y proponer nuevos desafíos. Entre estos el de la construcción de poder popular.

Porque si la hegemonía en el FMLN y en la sociedad no se construye desde un inicio, desde nuestro primer acercamiento, desde los primeros pasos, desde los primeros besos del noviazgo, no la vamos a construir después, es “paja” como decimos, y estaremos repitiendo relaciones de subordinación o de clientelismo, igual que en el pasado.
No podemos seguir siendo los iluminati, la elite revolucionaria, los que saben, los que mandan, los que conocen, los que bajan la línea…a la base, a los compitas, al movimiento social y popular. Por el contrario, debemos promover el protagonismo popular, la relación horizontal, de verdaderos camaradas de lucha social, incluyendo la electoral. Nos educamos todos y todas en la misma lucha, en la práctica social. ¿Verdad Paulo?
No podemos seguir buscando súbditos o soldados, sino compañeros y compañeras que nos realicemos como personas en la lucha revolucionaria. No se trata de un cambio de dominadores sino de combatir hasta eliminar la dominación. La felicidad es la lucha decía Marx. Es un cambio radical de visión. Y choca contra el peso de nuestra tradición autoritaria que es muy fuerte. Como dice la canción chilena: “porque esta vez no se trata de cambiar a un presidente…”
Esta vez necesitamos abrir nuevas ventanas que nos amplíen el horizonte y abrir nuevas puertas hacia el corazón de la gente, construir hegemonía cultural y poder popular para lo cual son valiosas las enseñanzas del revolucionario italiano Antonio Gramsci. Y también de la alemana Rosa Luxemburgo. Y de nuestra herencia latinoamericana. Construir lo que Schafik llamaba un partido de luchadores sociales para transformar el sistema, el sistema capitalista.
El problema del sujeto revolucionario: ¿clase obrera o sectores populares?
Desde la formación en los años veinte del siglo pasado, de los primeros grupos marxistas en sectores artesanales, la izquierda salvadoreña asumió por principio doctrinal a la clase obrera como la principal fuerza motriz de la revolución. Como la clase destructora del capitalismo y constructora del socialismo. Como el sujeto señalado por la historia para conducir el proceso revolucionario. Y además lo decía el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Y lo repetía Lenin. Y hasta Trotski lo aceptaba. Y el camarada Mao. Por eso fue recibido con mucho entusiasmo el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones de los años sesenta. Estaba naciendo nuestra clase obrera industrial. Se creaban las premisas materiales para el socialismo.
Pero sucedió que cuando estalló la guerra revolucionaria en los ochenta fueron pocos los obreros que se incorporaron a los frentes guerrilleros. No hubo insurrección en el Bulevar del Ejército ni huelga general. Lo que hubo fue una larga guerra (doce años) dirigida por sectores procedentes de la pequeña burguesía (Schafik, Joaquín, Ferman, Roca, e incluso Leonel) y librada por sectores campesinos. Y el propósito era apoderarse de la olorosa guayaba* que descansaba en los jardines de casa Presidencial.
Y aunque después los obreros desde la UNTS, pero principalmente los empleados públicos en los años ochenta se convirtieron en una poderosa oposición popular a la dictadura militar, el peso de la rebeldía, de la guerra, fue llevado por los sectores campesinos, principalmente jóvenes, en Guazapa, Chalatenango y Morazán.
Posteriormente luego de los Acuerdos de Paz, observamos un significativo cambio en el discurso del FMLN, de manera que cuando se constituye como partido político en 1994 abandona su adhesión a la clase obrera y se identifica como un partido de naturaleza popular en general.
El problema de la vanguardia o la conducción revolucionaria.
Con la creación el 30 de marzo de 1930 del Partido Comunista los revolucionarios marxistas habían resuelto el problema de contar con una vanguardia del movimiento popular. Esta vanguardia recién creada se encontró con la necesidad de conducir militarmente una insurrección a la vez que organizaba su participación electoral. Singular dilema que fue resuelto en beneficio de la oligarquía, la cual mediante el ejército hizo fraude electoral, aplastó el levantamiento y condenó a la muerte, clandestinidad o al exilio a los comunistas sobrevivientes.
Luego de la derrota de 1932, las ideas de Lenin permitieron sobrevivir a la dictadura militar y finalmente derrotarla. Lograron forjar militantes de acero que resistieron la soledad de la clandestinidad, la tortura en las cárceles y derrotaron ya durante la guerra del ochenta, las ofensivas contrainsurgentes. La férrea disciplina leninista permitió el maravilloso hecho de transformar la fuerza de los movimientos de masas en fuerza guerrillera y luego en fuerza electoral.
Pero a la vez construyó por décadas esquemas mentales verticalistas y una cultura política autoritaria. Desde lo alto se bajaba la línea para ser seguida por las bases. Y la conciencia política, nos enseñaba el Qué hacer? era “inyectada” por los “revolucionarios profesionales” del partido revolucionario a los obreros o sectores populares. Esa fue la otra cara de la moneda.
¿Cómo entonces resolver la necesidad de una conducción revolucionaria con la necesidad de profundizar la democracia hacia el interior de la izquierda? Durante la clandestinidad y la guerra, muchas veces el mismo enemigo se encargaba de garantizar la continuidad y el cambio de la conducción mediante la represión. En la actualidad la conducción política histórica se vuelve un privilegio que permite acceder de manera permanente a espacios de poder institucional y partidario.
Y esto origina la conservación y reproducción de esquemas verticalistas y autoritarios heredados de la guerra y de la anterior clandestinidad. ¿Cómo garantizar entonces en la conducción la combinación de experiencia y juventud? ¿Cómo garantizar el ineludible relevo generacional? ¿Cómo garantizar la representación regional y de género? ¿Cómo construimos hegemonía y no clientelismo? Únicamente mediante la democracia interna y realizada bajo el asedio de la derecha, del imperialismo, no hay otro camino. No podemos ofrecer a la sociedad lo que no tenemos.
El problema de las alianzas
Luego de la derrota de 1932, periodo en el que por problemas de sectarismo no se logra construir una alianza del PCS con los sectores democráticos araujistas, la izquierda ha logrado acercarse a los sectores democráticos en diferentes periodos históricos. La lucha contra la dictadura militar comprendió diversas experiencias de este tipo.
Durante las jornadas de abril y mayo de 1944 el PCS logra incorporarse a la gran alianza de militares y civiles democráticos que realiza el derrocamiento del General Martínez, y luego unir fuerzas alrededor de la candidatura del Dr. Arturo Romero; durante las jornadas de septiembre y octubre de 1960 se logra unificar a sectores democráticos contra el Coronel Lemus; en 1972 y 1977 en marco de la Unión Nacional Opositora (UNO) se aglutinaron democratacristianos, socialdemócratas, militares progresistas y comunistas. La Guerra Popular Revolucionaria de los años ochenta estuvo acompañada por la alianza entre el FMLN y el FDR, que tuvo como primer presidente al ganadero demócrata Enrique Álvarez Córdoba. Y en la actualidad los dos gobiernos del FMLN han tenido a su base la alianza con sectores democráticos.
El problema del programa
Durante sesenta años el problema de la conquista de la democracia frente a una dictadura militar constituyó la principal bandera de lucha de los sectores populares salvadoreños. Era el corazón del programa histórico de la revolución salvadoreña. A esta reivindicación fundamental se sumaban las de una reforma agraria profunda y las de la liberación de la dependencia del imperialismo estadounidense.
En la actualidad y en el marco de una sociedad, una economía y una cultura neoliberalizada, con un segundo gobierno de izquierda, con una tercera parte de la población viviendo en Estados Unidos, las banderas de lucha se han modificado y se cristalizan en la lucha por el empleo, la calidad de vida y la seguridad. Estas luchas están mediadas por un crecimiento significativo del sector informal en la economía y del sector delincuencial en la sociedad.
El problema de la inserción o de las relaciones internacionales.
Los revolucionarios de las jornadas de enero de 1932 se atrevieron a formar soviets por algunos días en el occidente del país, luego fueron barridos por la metralla oligárquica. Sabían que contaban con la solidaridad de la entonces joven Unión Soviética y que al triunfar la revolución iban a recibir apoyo y solidaridad del primer estado socialista. Este fue una convicción que se mantuvo vigente por sesenta años. A este fenómeno Schafik lo llamó las revoluciones “insertadas” en el campo socialista.
Las realidades han cambiado. Los Estados Unidos lograron luego del desmoronamiento del Campo Socialista dirigido por la Unión Soviética, erigirse como la única superpotencia militar, en un mundo compuesto de bloques económicos (Unión Europea, China-Japón) que luchan por la conquista de mercados. Y en los Estados Unidos vive una tercera parte de nuestra población. Esto hace que las relaciones con Washington sean muy sensibles, pero no deberían ser de subordinación.
Y en especial en un mundo donde ha surgido últimamente un bloque de fuerzas conocido como BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudafrica, que representa una alternativa ante estos bloques. Y en una Latinoamérica atravesada por gobiernos progresistas de diverso signo: Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba, Nicaragua, El Salvador. Este es el complejo mundo en el que nos movemos. Y en el que necesitamos diseñar una estrategia que nos permita navegar en estas aguas sin naufragar.
Conclusiones
La impresionante y considerable acumulación política lograda por el FMLN únicamente puede ser mantenida y consolidada en la medida que este respaldada por un partido revolucionario que combine la fortaleza electoral con la fortaleza de la lucha social; acompañado de un poderoso movimiento popular y social que construya desde sus territorios hegemonía cultural y poder popular; que vincule su accionar a las luchas revolucionarias libradas por los pueblos latinoamericanos y caribeños. En esta tarea el recuperar la memoria histórica se vuelve una necesidad estratégica, así como la lucha por recuperar el derecho a la tranquilidad, a vivir en paz y con seguridad.

*En El Salvador la fruta de la guayaba se relaciona con el poder gubernamental.

La construcción del poder popular

Rubén Dri

La construcción del poder popular

“Los que son considerados como jefes de las naciones, las gobiernan como si fueran sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos” (Mc 10, 42-43) .

El poder es uno de esos temas cuya historia es tan antigua como la humanidad. Desde siempre, a pesar del individualismo liberal, sabemos que el hombre es un ser esencialmente social. Nunca existió el ser humano solo, en soledad absoluta. Existieron hermitaños que vivieron su soledad en el desierto, pero previa su propia socialización. Pues bien, la simple relación de dos personas plantea el problema del poder. Si queremos influir en un cambio social, si pensamos en la revolución, resistiendo la corriente de considerarla como una cosa del pasado, propia de mentes simplemente románticas o nostalgiosas, no podemos menos de replantearnos ese problema tan antiguo y tan nuevo. Es lo que trataré de hacer en estas breves reflexiones.

1. – El poder como objeto.

En los movimientos sociales y políticos de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad, el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida. Partidos considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas, las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del poder. No significa ello que no hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo. Por una u otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había tiempo de sobra para debatirlo. El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa manera, que se proponían hacer la revolución. Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba en cierta manera a la mano. El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas, de una u otra manera se sintetizaban en “la toma del poder”. En realidad la expresión pertenece a la teoría que fundamentó los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la voluntad para la lucha. El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto. Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, “agarrar” un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios, del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo. En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede ser la “Casa Rosada”, Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse hasta ese lugar.

La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí a la Habana, o la “Larga Marcha” a Pekín son símbolos de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo al enemigo. El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el célebre “vellocino de oro”. Pero ya se sabe, semejante tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos necesarios para dar esa lucha. El instrumento por excelencia es el partido político. Para la toma del poder se necesita un partido revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos revolucionarios. Como en la teoría marxista tradicional el sujeto revolucionario es el proletariado, el partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado. El concepto de “dictadura del proletariado” es por demás significativo. Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de sus formas. Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal, nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras. Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político. Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente el partido único.

El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura que se llamó “dictadura del proletariado” pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia. La revolución se había realizado para construir una sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota de las revoluciones que tomaron el poder. Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en que se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo pude ser un ejercicio excelente, no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de una revolución realizada por una organización, el partido político, que “toma el poder”.

2. – Hegemonía y poder.

Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos revolucionarios de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los intentos revolucionarios. La contribución más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía que, desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la realidad política. Me interesa en estas reflexiones trabajar sobre la relación que veo entre dicho concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso, corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que hace Gramsci al referirse a las diferencias existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre y las que es perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos. Siendo la sociedad zarista una sociedad en la que prácticamente no había sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci, la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos. Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder horizontal, democrático. Esta tarea no puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar. Una contradicción prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente.

Como se ve, me estoy sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en el estalinismo. De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es un callejón sin salida. Desde el poder de dominación, aunque éste se denomine “dictadura del proletariado” es imposible pasar a una sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos. Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la toma del poder o del Estado. Creo que ese principio vale para toda revolución y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se repetirán las prácticas anteriores. La hegemonía como consenso democrático no puede ser construido desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el poder político y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación de la dominación, pero no hegemonía en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno de la sociedad

civil. Es una construcción que se realiza entre iguales. Algunos ejemplos históricos ilustrarán lo que quiero expresar. Tomaré dos de los más significativos, el del cristianismo primitivo y el de la Revolución Francesa. El primero como un caso histórico que muestra la conquista y la pérdida de la hegemonía, y el segundo, el de una conquista que se mostró irreversible. Después de la muerte de Jesús de Nazaret que había bregado por una revolución igualitaria en la sociedad hebrea del siglo primero, sus discípulos, una vez recuperados del desconcierto de la derrota que significó la muerte de su líder, comenzaron a repensar su práctica en un contexto totalmente distinto. Efectivamente, del pueblo hebreo, en el cual había una historia en la que se insertaba el proyecto liberador de Jesús habían pasado a habitar en pueblos sometidos por el imperio romano, en los que la única manera de insertar el proyecto era enfrentar al poder opresor del imperio. La tarea que emprenden es la de una verdadera lucha por la hegemonía que implica, entre otras cosas, reinterpretar determinados símbolos, cambiando su sentido, de opresor en liberador, y crear otros. Tomaré algunos de los símbolos más significativos que tuvieron esta metamorfosis.

2. 1.- El evangelio viene del pobre, no del poder.

“Principio del evangelio de Jesús Cristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). Así comienza Marcos su narración sobre la práctica y el mensaje de Jesús de Nazaret, conocida como evangelio. Hoy el vocablo “evangelio”, reinterpretado desde el poder de dominación, ha pasado a significar una narración religiosa sin connotación alguna con cuestionamientos que tenga que ver con situaciones sociales, económicas o políticas. Sin embargo, se trata de una de las geniales creaciones del lenguaje anti-imperial de algunas de las primeras comunidades que contraponen la práctica y el mensaje liberador de Jesús de Nazaret a la práctica y el mensaje opresor del imperio romano. Efectivamente, según el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento es “un término técnico para ´nuevas victorias´”, especialmente en las batallas militares”. (Ched Myers, 1988 p. 123). El evangelio del imperio se transmitía a través de las victorias de las tropas que significaban destrucción, muerte y opresión para los vencidos. La descripción del “endemoniado de Gerasa” nos muestra claramente las consecuencias de semejante evangelio: “Andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los cerros, gritando y lastimándose con piedras”. (Mc 5, 5). El demonio que se había apoderado de este individuo se llamaba “legión”, es decir, el imperio romano en su expresión más tenebrosa para los dominados, el ejército. La dominación ocasiona desequilibrios en los dominados. A éstos se les cierra el horizonte, se les truncan las posibilidades de realizarse como sujetos. Son reducidos a objetos descartables. La osadía de Marcos es mayúsculas. El verdadero evangelio no es el que transmite el imperio sino el que surge del mensaje del campesino de Nazaret llamado Jesús. El evangelio es: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean en el evangelio”. (Mc 1,

15) . El evangelio o buena nueva o excelente noticia no es el imperio romano sino el Reino de Dios. El Reino de Dios es una sociedad antimonárquica, antijerárquica, antitributaria. Es una sociedad de iguales, de hermanos, en la que todo se comparte. El único rey aceptado es Dios quien ni vive en templos sino en el pueblo. Toda la actividad de Jesús se realiza en las aldeas, en el campo, en las casas de familia, en las sinagogas. El templo, para Jesús, es como la higuera que no da frutos.

2. 2.- El campesino Jesús es el Señor, no el emperador.

En la ideología del imperio, había un solo Señor, el emperador, el verdadero “señor del mundo” como la denomina Hegel. En su lucha contrahegemónica las comunidades cristianas otorgan ese título a Jesús, el campesino de Nazaret que pasa a ser el Cristo, el Señor – Kyrios-. Ésta es la raíz de las persecuciones que sufrirán diversas comunidades cristianas. Celso nos proporciona un buen testimonio sobre el tema. En efecto, al principio que sostienen los primeros cristianos sobre la imposibilidad de servir a dos señores, contesta Celso que ésas son “palabras de facciosos que quieren hacer grupo aparte y separarse del común de la sociedad”. (Celso, 1989 p.111) Más adelante agrega Celso: “quien, hablando de Dios, declara que hay un solo ser al que se debe el nombre de ´Señor´, es un impío que divide el reino de Dios e introduce en él la sedición, como si hubiese dos partidos opuestos, como si dios tuviese delante de sí un rival para hacerle frente”. (Id. p. 112). La indignación de Celso es explicable. Los cristianos admiten al Cristo como único Señor. Ello significa que se lo niegan al emperador y a los dioses del imperio. En consecuencia se niegan a participar en los cultos públicos, pues éstos significaban la legitimación del imperio. Era la utilización te la teología para legitimar el poder de dominación imperial, ese pecado que es imperdonable al decir de Jesús. (Mc 3, 28-30).

Con más claridad y contundencia todavía se expresa Celso: “Suponed que os ordenen jurar por el Jefe del Imperio. No hay ningún mal en hacer tal cosa. Porque, es entre sus manos en donde fueron colocadas las cosas de la tierra, y es de él de quien recibís todos los bienes de la existencia. Conviene atenerse a la antigua frase: ´Es necesario un solo rey, aquel a quien el hijo del artificioso Saturno confió el cetro´. Si procuráis minar este principio, el príncipe os castigará, y razón tendrá; es que si todos los demás hiciesen como vosotros, nada impediría que el Emperador se quedase en solitario y abandonado y el mundo entero se tornaría presa de los bárbaros más salvajes y más groseros. No existiría en breve ninguna señal de vuestra hermosa religión, y lo mismo acontecería de la verdadera sabiduría entre los hombres”. (Celso, 1989 p. 122). Hic Rhodus, hic salta! Aquí hay que saltar. Aquí está el problema que los cristianos le plantean al imperio, aquí se encuentra la clave de las persecuciones. Celso es claro y contundente. Dice que en manos del emperador “fueron colocadas todas las cosas de la tierra”. Los cristianos lo niegan. Ellas están en manos del único Señor que no es precisamente el emperador. Éste las ha usurpado. Del emperador reciben todos los bienes de la existencia sólo los poderosos, los que pertenecen a la burocracia imperial o a la aristocracia. La mayoría no sólo no recibe esos bienes, sino que recibe los males de la opresión militar, de la opresión económica, del hambre y la muerte, denunciados por el apocalipsis en las figuras de los jinetes. (Ap ).

2. 3.- Jesús es el Hijo de Dios, no el emperador.

“Cayo Octavio nació el 23 de septiembre del año 63 a.e.c. y se convirtió en hijo adoptivo y heredero legítimo de Julio César, asesinado el 15 de marzo del 44 a.e.c.. Luego de la deificación de César por el Senado de Roma el 1º de enero del 42 a.e.c., Octavio se convirtió inmediatamente en divi filius, hijo de un divino” (Crossan 1996 p. 20). Octavio, el fundador del imperio romano es proclamado Hijo de Dios. El poeta Virgilio se encargará de fundamentar la naturaleza divina del emperador en la Eneida y en la Cuarta Égloga. Mientras en la primera de estas obras narra la historia de la estirpe divina de los emperadores romanos, en la segunda celebra el “nuevo orden” que comienza con el imperio. En la moneda que le presentaron a Jesús cuando tramposamente lo interrogan sobre la licitud del pago del tributo al César se leía: Ti(berius) Caesar Divi Aug(usti) F(illius) Augustus cuya traducción es: “Tiberio Augusto, César, hijo del divino Augusto”. De modo que el poder del emperador se encontraba legitimado religiosamente. Había una teología imperial que sostenía la naturaleza divina de quien detentaba el poder. El título de augusto que recibía tenía carácter divino. El Apocalipsis tiene las expresiones condenatorias más terminantes para este tipo de legitimación religiosa. Marcos inicia su evangelio de la siguiente manera: “Principio arjé del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.

El Génesis inicia la obra de creación del mundo de la misma manera: “En el principio” en arjé. No es casual. Se trata de una nueva creación. Jesús crea un mundo nuevo, una nueva sociedad. Mujeres y hombres nuevos. Con Jesús comienza el mundo nuevo y no con Octavio como proclamaba Virgilio en la célebre cuarta égloga. Jesús, el Cristo, es decir, el Ungido, el Mesías es el trae el evangelio, no el emperador, como hemos visto. Por otra parte, Jesús es el verdadero “Hijo de Dios”, no emperador romano. Menester es captar esta categoría aplicada a Jesús, el Cristo, en todas sus dimensiones, es decir, en su dimensión político-religiosa. En primer lugar, su sentido político. Proclamar a Jesús de Nazaret, un campesino de la oscura región de Galilea como el verdadero Hijo de Dios, tenía un claro sentido antiimperial. Marcos escribe su evangelio para mostrar que efectivamente es ese campesino el verdadero Hijo de Dios. Esta proclamación, por otra parte, tenía un profundo significado religioso en el que se encuentra implicado no sólo Jesús, sino también todos los hombres. Para entender esto debemos pasar del concepto al símbolo, o mejor, devolver esa expresión a su expresión simbólica como lo fue en su creación. Su paso del símbolo al concepto y, de éste, al dogma, lo empobreció, unilateralizó y permitió que se lo utilizara en forma opresora. La realidad es infinita, inagotable. El ser humano se encuentra abierto a esa infinitud. Abierto a ella, pero sin poder nunca agotarla o abarcarla completamente. Los símbolos expresan esa infinitud, por lo cual son polisémicos. Poseen múltiples, inagotables significaciones. El concepto, en cambio, acota las significaciones de los símbolos. El símbolo transformado en concepto pasa a tener una significación unívoca, presta para ser propuesta como dogma. La expresión “Hijo de Dios” es uno de los símbolos más ricos y profundos de la experiencia religiosa. En ese nivel, es decir, como símbolo expresa, por una parte que en Jesús de Nazaret, en su práctica y su mensaje se nos presenta Dios. En otras palabras, la práctica y el mensaje de Jesús nos hablan de la presencia de Dios. Por otra parte, esa elevación del hombre a la divinidad pertenece a todo hombre. Jesús, el Cristo, es una manifestación eximia de la elevación del ser humano.

Nadie puede saber, conceptualmente, qué significa ser Hijo de Dios. Sabemos qué significa ser hijo de un padre y de una madre humanos. Transportar esta experiencia a la divinidad sólo puede hacerse de manera simbólica, o, en todo caso, analógica, pero nunca como una verdad que puede afirmarse conceptualmente y, menos, dogmáticamente. Pero en una sociedad como la helenista el paso de lo simbólico a lo conceptual era una necesidad. Ello no significa todavía su paso a lo dogmático. Éste se dará no por una necesidad cultural sino política. Efectivamente, se hace en el siglo IV cuando las comunidades cristianas conforman la iglesia, una institución ya avanzada en su proceso de jerarquización que negocia con Estado, esto, con el imperio romano los espacios de poder. El símbolo reducido al concepto y éste, al dogma, queda bajo la interpretación de la institución que ha realizado la transmutación. Naturalmente que no se puede entender conceptualmente cómo es eso de que un hombre sea al mismo tiempo Dios o Hijo de Dios. Se lo impone dogmáticamente y se lo declara un “misterio” que debe ser aceptado por la fe o adhesión ciega, incomprensible. Efectivamente, la elevación del ser humano a la divinidad, o, en otras palabras, la trascendencia del ser humano es incomprensible para el intelecto, es decir, no se puede traducir conceptualmente. Pero es plenamente comprensible en el nivel simbólico, únicamente manera de expresar las experiencias más profundas del ser humano. ¿Alguien puede, acaso, expresar conceptualmente, en forma acabada, la experiencia del amor o la amistad? Poetas, novelistas y músicos pueden hacerlo de manera mucho más satisfactoria.

2. 4.- Jesús es el Salvador, no el emperador.

Según Lucas el ángel del Señor se les presentó a unos pastores y les anunció “una gran alegría que será para todo el pueblo: les a ustedes ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor”. (Lc 2, 11). Dos puntos son importantes en este anuncio. En primer lugar, se hace a los pastores, pobres entre los pobres, marginados entre los marginados. En segundo lugar, se les anuncia que para ellos ha nacido el Salvador. El signo distintivo de los cristianos en ciertas comunidades primitivas, como las de Roma según puede verse todavía por ejemplo, en la catacumba de San Calixto, era el pez que en griego se dice ixtús. Esta palabra da lugar a un acróstico que se descompone de la siguiente manera: Iesoús Xristós Theoú Uiós Sotér. En castellano: “Jesús Cristo de Dios Hijo, Salvador”, o sea, Jesucristo, Salvador, Hijo de Dios. Igual que “evangelio”, para nosotros “salvador” tiene un sentido puramente “religioso”. Jesús nos salva de los pecados. Éstos, por otra parte, pertenecen a la intimidad de cada uno. Se encuentran al margen de toda connotación política o social. Jesús nos salva de la condenación eterna que habríamos merecido por pecados tales como haber consentido a malos pensamientos, haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio bendecido por la Iglesia Pero “salvador” sotér era uno de los títulos preferenciales de los emperadores. La salvación tenía, pues, un clarísimo significado político y social. El nacimiento del nuevo emperador era saludado como el nacimiento del salvador. La comunidad de Lucas celebraba el nacimiento de Jesús como el nacimiento del verdadero salvador, entendiendo la salvación en toda su densidad y profundidad, es decir, abarcando todas las dimensiones del ser humano. Efectivamente, en esa comunidad se recitaba el célebre cántico que Lucas pone en boca de María: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios en el sentir de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes; a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos”. (Lc 1, 52-53). Los soberbios, en la terminología profética y, por ende, evangélica son los poderosos, los miembros de la corte o de la nobleza, mientras que los humildes son los pobres, en especial los campesinos.

2. 5.- El Reino de Dios contra el imperio.

El evangelio que anunciaba Jesús es el advenimiento del Reino de Dios: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el evangelio”. (Mc 1, 15). La proclamación del “Reino de Dios” es polémica. Su primera proclamación se confunde con el mismo nacimiento de los hebreos como pueblo. Los hebreos eran tanto el grupo que, con Moisés logra salir de Egipto, como los grupos que, en la tierra de Canaán, en el siglo XIII aC se habían sublevado contra las monarquías cananeas. La propuesta del grupo de Moisés es pactar una nueva sociedad que reconozca Yavé, el Dios de Moisés, como único rey. En el siglo XIII la proclamación del Reino de dios era polémica frente a las monarquías del momento, las que se alternaban en el dominio de la Media Luna de tierras fértiles o Fértil Creciente, es decir de las monarquías babilónica, asiria, hitita, mitanni, y, en general, cananeas. La proclamación realizada por Jesús de Nazaret, retomada por diversas comunidades cristianas, como podemos ver en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, se hace en contra del imperio romano. En la comunidad de Marcos, al imperio se lo presentaba como “el hombre fuerte” al que había que amarrar para saquear la casa (Mc 3, 27) y como el demonio al que es necesario expulsar (Mc 5, 9). Recuperar la radicalidad del mensaje del Reino de Dios es una de las tareas prioritarias para la conquista de la hegemonía. Parece que hablar de imperio o imperialismo pertenece a una etapa que ya ha sido completamente superada. En cierto sentido tienen razón quienes así piensan, pues ya estamos integrados al imperio en relaciones que pornográficamente fueron definidas como “carnales”. Esta integración al imperio tiene como contrapartida la marginación de la mayor parte de la población que presenta los síntomas de desintegración y descomposición de la propia personalidad que leemos en el endemoniado a quien Jesús libera del demonio del imperio: “Andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los cerros, gritando y lastimándose con piedras”. (Mc 5, 5). La violencia volcada sobre sí mismo o sobre sus iguales. El ser humano desarticulado, humillado, drogado que anda por los basurales buscando sobras inmundas con qué alimentarse.

Después del encuentro con Jesús, “el que había tenido la legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio”. (Mc 5, 15). Comenzada la lucha contra el demonio imperial, se produce la liberación. El dominado recupera su sano juicio, se recupera a sí mismo cuando reconoce al opresor y contra él vuelve su fuerza. Son conocidos los análisis de Frantz Fanon sobre los desequilibrios psicológicos producidos por el colonialismo. El segundo ejemplo al que me quiero referir brevemente es la Revolución Francesa. Todos los grandes teóricos de la revolución socialista, ya se trate de Marx, Engels o Lenin, la han tenido en cuenta. Gramsci la propone como uno de los casos históricos, tal vez el mejor logrado, de conquista de la hegemonía, que la tornó irreversible. Efectivamente, la lucha por la hegemonía se produce a lo largo de dos siglos, XVII y XVIII,. En el primero se sientan las bases filosóficas del consenso, la racionalidad burguesa, que debía sustituir a la racionalidad medieval. Son Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz, Locke, Hume y otros quienes se encargan de la tarea. En el siglo siguiente, se da propiamente la lucha ideológica, la construcción del nuevo consenso, con nombres como los de Voltaire, D´Alambert, Diderot. La Enciclopedia es el símbolo máximo de esta etapa. A fines del siglo ya el nuevo consenso se había logrado, lo que significa el poder burgués había sido construido. El poder ya no se encontraba ya no se encontraba en Versalles, sino en el Tercer Estado. Sólo había que cambiar los símbolos, el rey, la corte, y poner los nuevos, correspondientes a la República. El símbolo máximo del poder monárquico, la Bastilla, se encontraba vacía.

3. – El poder como relación social.

El poder, decíamos, no es un objeto o una cosa que se encuentra en algún lugar al que es necesario ir para tomarlo. Es una tendencia difícil de vencer, como anotaba Hegel, poner en movimiento las representaciones propias del entendimiento. El poder concebido como objeto no es otra cosa que una representación del entendimiento. Menester es fluidificarlo, ponerlo en movimiento. El poder es una realidad propia del ámbito de las relaciones humanas que, de una u otra manera, siempre son sociales y políticas. No existe, no es, igual que los sujetos. Se hace, se construye en la misma manera en que se construyen los sujetos. Éstos, para crearse, empeñan una lucha a muerte por el reconocimiento. Esta lucha genera poder. Todo cambio, toda transformación, toda revolución que se proponga siempre tiene en su centro el tema del poder que significa quién y como será reconocido. La frase que he puesto como acápite es el corte que le da Jesús a la discusión que se había entablado entre los componentes más cercanos de su movimiento, cuando, al dirigirse a Jerusalén pensaban en el triunfo de la propuesta liberadora.

Los dirigentes del movimiento de Jesús discuten sobre cómo se van a repartir el poder en la nueva sociedad, y Jesús les replica que no habrá nada que repartir, porque habrá que pensar el poder de una manera totalmente distinta, contraria a la que ellos pensaban. No como poder de dominación, no en la relación señor-siervo, sino como diakonía, como servicio, como mutuo reconocimiento de sujetos plenamente libres. Ese poder no puede empezar a construirse una vez que “se lo ha tomado”, porque en realidad entonces lo que se ha hecho es ocupar el lugar que antes tenían “los otros”. No se rompe la relación señor-siervo, aunque se sostenga que ello constituye una fase para romper la dominación anterior. La célebre “dictadura del proletariado” que es, siempre, la dictadura del partido, de determinados aparatos del Estado o de una persona, el “líder”, no se instala para desinstalarse en función de la diakonía, sino que llega para quedarse a perpetuidad si ello es posible. El poder es esencialmente relación social, relación de reconocimiento. En ese sentido es fluido, circula, cambia. Pero necesita momentos de reposo, de instalación. Es el momento de las célebres estructuras, sin las cuales todo poder se evapora. La mínima relación, la que se produce entre dos sujetos, sean éstos madre e hijo, amigo con amigo, novios, es lucha por el reconocimiento y, en consecuencia genera un ámbito de poder. En ese sentido todos hacemos ejercemos y se ejerce poder sobre nosotros.

Crear nuevo poder, crear poder popular significa crear nuevas relaciones humanas, nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas. Éstas no pueden comenzar cuando, por ejemplo, de tome el aparato del Estado. Se realizan en el camino, en el proceso. Si el otro es un objeto para mí, o un súbdito, mero soldado del partido o de al organización, se está reproduciendo el poder de dominación. Microfísica del poder, en consecuencia, y redes del poder. Foucault tiene razón. Pero dicho así es una media verdad y, en consecuencia, un error. Los poderes que circulan entre los componentes de una sociedad, se encuentran englobados en megapoderes. De la microfísica es necesario pasar a la macrofísica, no en forma línea sino dialéctica. Los pequeños poderes se encuentran englobados en los megapoderes. No hay paso lineal de unos a los otros. Esto significa que toda lucha, ya sea barrial, villera, campesina, en las cárceles, en la escuela, en la familia debe conectarse dialécticamente con una lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad. Si ello se pierde de vista, estamos condenados a movernos en un círculo sin salida. Es un magro consuelo o una burla decirles a desocupados que ellos también ejercen poder. Micropoderes, redes de poder, circulación de poderes, fluidez de relaciones. Todo ello es cierto, pero toda fluidez tiene momentos de condensación. Dicho de otra manera, el movimiento necesita estructurarse.

4. – Lo social y lo político.

La revolución burguesa o capitalista produjo una escisión entre el ámbito político, perteneciente al Estado, y el de la sociedad civil. Los estamentos, grupos sociales en los que lo político y lo social se encontraban completamente soldados, se rompen. Pasan a ser clases. Su significado ya no es directamente político como en los estamentos, sino “social”. Son las clases sociales. Aristóteles había definido al ser humano como “animal político”. La traducción que se realizó como “animal social”, no tiene ningún sentido si con ello se quiere hacer una verdadera exégesis de lo expresado por el filósofo griego. Lo social como diferenciado de lo político estaba completamente fuera del horizonte cultural griego. Lo mismo pasaba en la sociedad feudal y en las sociedades precapitalistas de América, que se escalonaban desde un determinado “comunismo primitivo” hasta sociedades tributarias. “La sociedad política”, decía Marx en la Cuestión judía, refiriéndose a la revolución burguesa, “destruyó necesariamente todos los estamentos, corporaciones, gremios y privilegios, que eran otras tantas expresiones de la separación entre el pueblo y su comunidad. La revolución política suprimió, con ello, el carácter político de la sociedad civil”. Éste es un aspecto fundamental de la sociedad capitalista que se conoce con el nombre general de “la cuestión social”.

Fue Hegel el primero en exponer con claridad la diferenciación de los dos ámbitos, el de la sociedad civil y el del Estado, que pasó a ser luego, la diferenciación entre la cuestión social y la cuestión política. Marx hundió su análisis en la sociedad civil, o sea, en la estructura, señalando su carácter político, pero no directamente político como en las sociedades estamentales. De manera que hay una escisión entre lo social y lo político, pero no se trata de una escisión total. Lo que se ha roto es la relación inmediata entre ambos. En lugar de relación inmediata, relación mediata a través de un cúmulo de mediaciones Ello significa que todo es político y todo es social, pero no lo es de la misma manera. Las luchas por los derechos humanos son políticas, sin ninguna duda. Sin embargo su acento no está puesto directamente en lo político, sino en lo social. Menester es, pues, poner un poco de claridad sobre el significado preciso que pretendemos darle a uno y otro concepto. Cuando hablamos de lo político en sentido estricto nos estamos refiriendo al poder, a la voluntad de construir y ejercer el poder para transformar la realidad, se entiende la realidad humana, social, política. Cuando, en cambio, pretendemos significar sólo lo social, nos referimos al logro de determinados derechos, a su reivindicación, sin que de por sí, explícitamente, se plantee el tema del poder.

Cuando se plantea lo político siempre se tiene en mente la totalidad. Lo político por excelencia es el Estado. Allí se concentra, o se debe concentrar el poder supremo. Todo el pensamiento y la acción política tiende a apoderarse del Estado, o mejor, a construir un nuevo Estado. Se hacen análisis y se crean los instrumentos necesarios como partidos políticos, organizaciones políticas de base o intermedias que reciben diversas denominaciones, etc. Cuando se plantea lo social, desaparece, del horizonte, explícitamente el tema del poder. No se piensa en construir un nuevo Estado, ni siquiera en reformarlo. Naturalmente que se dan matices que dejamos de lado, para tipificar en forma pura ambos tipos de comportamientos. Se analizan problemas parciales como falta de agua, insalubridad de la vivienda, destrucción de la naturaleza y se crean organismos para trabajar en esas reivindicaciones. La acción política debiera tener siempre en mente estos dos ámbitos que en la realidad nunca están en estado puro. Son dos ámbitos dialécticamente conectados que tiene cada uno de ellos su propia lógica y sus propios instrumentos. Hay momentos históricos en los que la dominación ha logrado tal fragmentación del movimiento popular, que hace casi imposible una acción política concertada que cuestione al sistema. Son momentos, además, en los que la práctica política es completamente desnaturalizada, corrompida. En esos momentos pasa a primer plano la acción social. Lo político entra en una especie de cono de sombra. Es lo que ha pasado en nuestro país. Organismos de derechos humanos, luchas por los derechos de la mujer, de los homosexuales, movimientos ecologistas, sociedades de fomento, cooperativas, agrupaciones de base, movimientos sociales en general y tantos otros, pusieron su acento en lo social. Como lo expresaba un militante de los movimientos sociales: “En el trabajo social somos locales. En lo político, somos visitantes”. Esto es una gran verdad, pero tiene su techo. La política neoliberal nos lo hace sentir cada día en forma por demás dolorosa e intransigente. Esto plantea la imperiosa necesidad de que lo social vaya adquiriendo cada vez más, no digo significación política, pues de por sí la tiene, sino organización política que se proponga expresamente la conquista de hegemonía y construcción de poder.

Para ello habría que tener en cuenta algunos criterios fundamentales:

a) No partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados, con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares que se están movilizando. Esta práctica expresa todo lo contrario de la construcción de una nueva sociedad en la que sus miembros sean sujeto reconocidos. Dejar de lado, en consecuencia, la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se les inyectará conciencia “desde afuera”. Sería conveniente, al respecto, como dije más arriba, revisar las polémicas entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el partido.

b) Por el contrario, hacer efectiva la concepción gramsciana de que se debe partir del “buen sentido” que radica en el desagregado y caótico “sentido común” que se encuentra en dichos sectores. O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar “los gérmenes de socialismo” que se encuentran en el pueblo. Toda pretensión de construcción que tenga que ver con una elaboración teórica separada de las aspiraciones, expectativas, valores presentes en los sectores populares, contribuirá a instalar una nueva dominación. El socialismo tendrá sentido y será una verdadera solución si es el despliegue de valores profundamente arraigados en los seres humanos. Ello no significa renegar de la teoría. El problema es que se confunde teoría o ciencia o filosofía con conciencia. La conciencia nunca puede venir de fuera. La conciencia es autoconciencia desde el primer momento, pero sólo lo es implícitamente. Avanza de desde los primeros balbuceos en el plano de lo sensible. Toda teoría al entrar en relaciones dialécticas con la conciencia será motivo de crecimiento de ésta, tanto de la conciencia del teórico como de aquél a quien se comunica la teoría, la cual a su vez sufre un proceso de transformación en el proceso. De avanza de la conciencia a la autoconciencia, o de la conciencia en sí a la conciencia para sí, como dice Marx en la Miseria de la filosofía.

c) No interesa el pregonado problema de la “unión de la izquierda”, si ello significa hacer unidos lo mismo que se está haciendo en forma separada. La verdadera unión hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción verdadera en los sectores populares.

d) Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades, organismos de derechos humanos, luchas de diverso tipo deberá asumir una forma movimientista que será necesario ir descubriendo y construyendo, a medida que se avance. Esto hay que comenzar a hacerlo.

e) Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, por una parte, es necesario recuperar auténticos símbolos populares como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che se está mostrando como un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones. Por otra parte, es necesario dar la lucha hermenéutica en torno a los símbolos arraigados en los sectores populares.

f) Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión en la diversidad. Para ello se necesita la voluntad política de hacerlo. Por el anterior análisis aquí insinuado éste sería el momento de intentarlo con fuerza.

5. – Desde la base.

a) Recuperación del proyecto y la utopía.

Es absolutamente imposible construir un sujeto, tanto a nivel individual como colectivo, sin proyecto, porque lo propio del sujeto es proyectar y proyectarse. Pero no se trata de mirar directamente hacia el gran proyecto que significa luchar directamente contra las transnacionales y los organismos multilaterales como el FMI y el BIRD. Ése debe ser el horizonte, la meta última, por decirlo así. Es necesario proceder por niveles. En un primer nivel, local, se trata de elaborar proyectos que apunten a las necesidades básicas como el trabajo, el salario, la tierra, la vivienda. Para esa tarea se crean organizaciones particulares. Aquí se comienza a construir el socialismo de cada día. El segundo nivel estaría constituido por la región. Las distintas organizaciones particulares crean redes, las cuales juntan los problemas, discuten los temas del poder, de la lucha, etc. Un tercer nivel podría ser el nacional, en el cual ya habría redes de redes, que rematarían en el nivel latinoamericano. El proyecto siempre remata en una utopía. Ésta debe siempre estar presente y actuar en forma crítica frente a toda posible burocratización. Es como utopía que hay que tener siempre presente el comunismo como sociedad en la que se realice plenamente la fraternidad.

b) Recuperación de la memoria histórica.

Así como no hay sujeto posible sin proyecto y utopía, tampoco lo hay sin memoria. La dominación necesita borrar la memoria de las luchas y los símbolos populares, para que no se pueda reconstruir el sujeto popular capaz de cuestionar su dominación. También aquí es necesario distinguir niveles. En el nivel local es necesario reconstruir la memoria del barrio, del colegio, de la Facultad, del gremio, de la parroquia, de la comunidad de base, de la zona, de la ciudad. El segundo nivel sería el regional. Así, se puede distinguir una zona Sur, otra del NO, una tercera de Buenos aires, una cuarta del Litoral. De cada zona sería necesario reconstruir la memoria de las luchas populares y sus símbolos. Así de la zona Sur es necesario recuperar la memoria de los mapuches, su historia, sus luchas, sus símbolos; luego la historia de los peones de la Patagonia. En la zona del Litoral se recuperará la memodira de los charrúas y guaraníes; José Gervasio Artigas y su ideario; López Jordán y sus luchas. Un tercer nivel estaría formado por la nación. Luchas que atraviesan todo el territorio y toda su historia. Símbolos señeros como los de Artigas, San Martín, Felipe Varela, los 30.000, etc.

c) Recuperación la realidad y el sentido del trabajo.

Ser sujeto es hacerse sujeto, crearse como sujeto. Crearse, a su vez, implica crear. En la medida en que transformamos el mundo nos transformamos a nosotros. El acto creativo es esencial al sujeto. El trabajo en su sentido más profundo es precisamente creación. Mediante el trabajo nos creamos a nosotros, creamos los bienes con los que vivimos, y creamos el ethos o casa espiritual en la que habitamos. El capitalismo previerte este acto esencial del ser humano, y en la etapa neoliberal, literalmente se lo quita a la mayoría de los sectores populares. Recuperarlo, pues, en su realidad y en su profundo sentido es tarea prioritaria. Todos los avances tecnológicos deberían servir para acortar las horas y la intensidad del trabajo necesario para reproducir las condiciones de vida y otorgar tiempo para el trabajo creativo al que cada uno se sienta inclinado.

d) Construcción del poder.

También aquí se trata de no pretender inmediatamente la gran meta, lo que históricamente se conoce como la toma del poder. En primer lugar, porque el poder es ninguna cosa u objeto que se tome y, en segundo lugar, porque es necesario plantearse metas reales, a las que sea posible acceder. El poder no es una cosa u objeto, sino “relación social”. Se trata, en consecuencia, de ir creando nuevas relaciones sociales, acordes con lo que pensamos que deba ser una realización del poder que sea efectivamente liberadora. En consecuencia, relaciones lo más horizontales posibles, con la vista puesta en el horizonte utópico de un poder horizontal, profundamente democrático. No es que no queramos transformar toda la sociedad, derrotar definitivamente al capitalismo. Claro que queremos hacer eso, pero debemos tratar de clarificarnos sobre lo que nos corresponde hacer hoy, en un hoy en el que debemos hacer presentes los valores socialistas.

e) Construcción del socialismo de cada día.

El socialismo no se ha de construir a partir de las ideas “científicas” que tengamos en nuestra cabeza o en nuestros libros, ni por la acción de un grupo esclarecido. Ya ha comenzado su construcción. Está en camino en los diversos movimientos a los que hemos hecho alusión. Como decía el Che, el socialismo está en germen en el pueblo. No es el socialismo ninguna construcción teórica o “científica” pensada desde fuera, sino el desarrollo contradictorio, creativo, que se realiza todos los días en nuestras luchas, proyectos, encuentros, debates. La solidaridad, la ayuda, el diálogo, la fiesta, el compartir constituyen valores esenciales del socialismo de cada día.

Revista Koeyu Latinoamericano

Debate sobre el poder en el movimiento popular

Debate sobre el poder en el movimiento popular
Versión para impresoraEnviar a un amigo

Rubén Dri

Las movilizaciones de los últimos tiempos han puesto en evidencia una fuerte voluntad popular de afirmar su realidad subjetual. Pero ser sujeto significa ponerse como tal, crearse, luchar por el reconocimiento, lo cual implica necesariamente plantearse el problema del poder, en torno al cual, en el ámbito del movimiento popular, podemos vislumbrar tres posiciones típicas:

La concepción clásica del marxismo-leninismo que se expresa como “toma del poder”.
La de pensadores influenciados por el posmodernismo, como Negri y Holloway, cuya concepción es la de “huida del poder”.
La de militantes de los nuevos movimientos sociales y políticos que prefieren hablar de la “construcción del poder”.
Se trata de una tipificación que permite tomar las diversas concepciones como si se tratase de casos puros y resaltar, de esa manera, las diferencias y oposiciones. En la realidad las concepciones se suelen entrecruzar.

1.- Toma el poder o el poder como objeto

En los movimientos sociales y políticos de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad, el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida. Partidos considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas, las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del poder.
No significa ello que no hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo. Por una u otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había tiempo de sobra para debatirlo.
El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa manera, que se proponían hacer la revolución. Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba en cierta manera a la mano.
El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas, de una u otra manera se sintetizaban en “la toma del poder”. En realidad la expresión pertenece a la teoría que fundamentó los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la voluntad para la lucha.
El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto. Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, “agarrar” un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios, del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo.
En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede ser la “Casa Rosada”, Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse hasta ese lugar. La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí a la Habana, o la “Larga Marcha” de Mao son símbolos de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo al enemigo.
El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el célebre “vellocino de oro”. Pero ya se sabe, semejante tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos necesarios para dar esa lucha.
El instrumento por excelencia es el partido político. Para la toma del poder se necesita un partido revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos revolucionarios. Como en la teoría marxista tradicional el sujeto revolucionario es el proletariado, el partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado.
El concepto de “dictadura del proletariado” es por demás significativo. Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de sus formas. Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal, nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras.
Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político. Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente el partido único.
El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura que se llamó “dictadura del proletariado” pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia.
La revolución se había realizado para construir una sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota de las revoluciones que tomaron el poder.
Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en que se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo puede ser un ejercicio excelente, no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de una revolución realizada por una organización, el partido político, que “toma el poder”.

2.- Huir del poder o fugar al anti-poder.

Las posiciones de Holloway, de Negri y de Hardt pertenecen al amplio espacio abierto por autores que, desencantados de las revoluciones que se habían producido bajo la égida del marxismo ortodoxo, reniegan de todo lo que suene a estructura o institución. Se fundan en interpretaciones de las nuevas prácticas que se generaron luego de la caída del Muro de Berlín, como las de Chiapas, las de los Sin Tierra de Brasil, las de los diversos Movimientos Sociales, de las Asambleas en Argentina y, en general, de los movimientos anti-globalización.
El planteo de Holloway guarda semejanzas con el de Negri y Hardt, pero también diferencias, cuya base fundamental se encuentra en la diferente posición frente a la dialéctica. Mientras éstos la rechazan como un elemento burgués inserto en el pensamiento revolucionario, Holloway, por el contrario, la incorpora como clave de su pensamiento.
En este sentido, recupera a Hegel y fundamentalmente a Marx. Sus análisis de la alienación en Marx, especialmente como se expresa en los Manuscritos de 1844 son excelentes. Pero su dialéctica no es tanto la de Marx, sino la dialéctica negativa de Adorno. Esto lo lleva directamente a la conclusión de que toda institución constituye una alienación. La única formulación posible de una revolución que se pretenda liberadora será la del anti-poder.
Las coincidencias fundamentales contemplan dos rubros, “la centralidad de la lucha oposicional (ya sea que la llamemos poder de la multitud o anti-poder) como la fuerza que da forma al desarrollo social” y el concentrarse en la revolución, que “no puede concebirse en términos de tomar el poder del Estado”. (Holloway; 2002; 244). Mientras los autores de “Imperio” a la fuerza de oposición la denominan “multitud”, Holloway, le da el nombre de “anti-poder”.
La diferente denominación no es una simple cuestión de nombres. Significan dos posiciones diferentes en cuanto al contenido mismo de la oposición. La “multitud”, aunque sea algo indeterminado, volátil, pulverizado, es “algo”, mientras que el anti-poder es nada, o mejor, es “no”. Ninguna posibilidad de darle un contenido, una forma, una estructura.
La segunda coincidencia es, en realidad, la verdadera coincidencia. La alergia al Estado, a cualquier Estado es total, porque el Estado no es otra cosa que “una forma rigidizada o fetichizada de las relaciones sociales. Es una relación entre personas que no parece ser una relación entre personas, una relación social que existe en la forma de algo externo a las relaciones sociales” (Id.; 142). Es necesario escapar del Estado. La fuga, en todos los autores citados es la clave de toda la lucha por una nueva sociedad.
Holloway, al igual que Negri, se considera heredero del pensamiento de Marx. Se plantea entonces aquí un problema, pues para Marx, el Estado es mucho más que la simple fetichización de las relaciones sociales. Es la forma “en la que se condensa toda la sociedad civil de una época” (Marx; 1977; 72), por lo cual en el primer proyecto de su obra, esto es, de El Capital, figura como el tercer momento de la primera dialéctica, formada de la siguiente manera: 1) “Las determinaciones abstractas que corresponden en mayor, o menor medida a todas las formas de sociedad”. 2) “Las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa”. 3) “Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma de Estado”. (Marx; 1980; 29-30).
En la concepción tradicional, ortodoxa del marxismo se sostiene la desaparición del Estado, pero al final, luego del acto revolucionario de toma del mismo por parte del proletariado dirigido por el partido. Menester es tener en cuenta que el concepto “destrucción” o “eliminación” es antidialéctico. Engels lo utiliza sin problemas y de allí provienen las confusiones posteriores. Marx es mucho más cauto al respecto y suele referirse al problema mediante el concepto de Auf-hebung, que traducimos por “superación”.
Se lograría ello no mediante una destrucción, sino mediante la universalización de la satisfacción de necesidades. La característica cautela de Marx para no incursionar en realidades futuras que sólo podían ser barruntadas es, en cierta manera compartida por Holloway, si bien tanto él como Negri exageran nuestra ignorancia con respecto a todo futuro.
Las disidencias, por su parte, están centradas “en el tema del paradigma”. Para Hardt y Negri, en efecto, la revolución consiste en un cambio de paradigma, semejante a los que ya hubo, como ser, “del imperialismo al Imperio” o “ de la modernidad a la posmodernidad, de la disciplina al control, del fordismo al posfordismo, de una economía industrial a una informacional” (Idem; 245). Ello significa que la sociedad es algo estable, lo cual es totalmente contradictorio con una dialéctica negativa como la de Holloway.
El enfoque paradigmático lleva al funcionalismo, según Holloway, a una concepción de la sociedad en la que todo encaja. Su origen se encuentra en la posición anti-dialéctica y anti-humanista de ambos autores, lo que, por otra parte, los lleva a sostener la continuidad entre animales, seres humanos y máquinas, siendo éstas últimas, prótesis de nuestros cuerpos y mentes. Con ello entramos en una antropología del ciberespacio, pero “el problema con esta visión, dice Holloway, seguramente, es que ni las hormigas ni las máquinas se rebelan. Una teoría que está basada en la rebelión tiene poca opción: tiene que reconocer el carácter distintivo de la humanidad” (Idem; 249).
La revolución no es otra cosa que “el desarrollo del anti-poder”, del no-poder, de la negación del poder, la cual “toma millones de formas diferentes: desde arrojar el despertador contra la pared, hasta llegar tarde al “trabajo”, realizar tareas sin esforzarse, ausentismo, sabotaje, luchas por descansos, por el acortamiento de la jornada laboral, por vacaciones más largas, por mejores pensiones, huelgas de todo tipo, etc.” (Idem; 270).
Dos observaciones se imponen al respecto. En primer lugar, es imposible pensar todas estas prácticas como simple no-poder. De hecho constituyen construcción de poder. Son prácticas constitutivas del poder popular. Es que el concepto mismo de anti-poder como no-poder que se debe lograr, es contradictorio, pues para lograrlo hay que luchar, lo cual significa siempre construir poder.
La pesadilla de la que Holloway quiere escapar mediante su concepción del anti-poder es el círculo diabólico de la circularidad del poder, sobre el cual se había explayado Foucault. El poder como siempre se lo ha considerado y practicado es el poder-sobre, la dominación sobre otros. Cuando se lucha en contra de ese poder, de hecho lo que se hace es cambiar de quien ejerce el poder-sobre.
Así ha pasado con las revoluciones socialistas, especialmente con aquéllas que fueron denominadas del “socialismo real”. No se modificaron sustancialmente las relaciones sociales. Cambiaron los dominadores, pero no se eliminó la dominación. Holloway quiere salir del círculo con la pretensión de separar taxativamente el poder-hacer del poder-sobre, como si el sujeto pudiese ejercer un poder sin encontrarse con la relación de poder del otro. En otras palabras, pretende saltar afuera de la diale´ctica del señor y del siervo.
En segundo lugar, todas esas prácticas han sido realizadas por los obreros, maestros, empleados, profesores universitarios, y trabajadores distintos desde la implantación del capitalismo. Nunca se consideró que ello se hacía por el no-poder. Todo lo contrario, lo que se quería es un poder de abajo, de los dominados, un poder alternativo.
Entre las formas de lucha Holloway destaca la migración, pues mediante ella “millones de personas huyen del capital, buscando esperanza” (Idem; 270). Esta apreciación de la migración es compartida con entusiasmo por Hardt y Negri. Dos observaciones se imponen también aquí. En primer lugar, la migración puede interpretarse, más allá de la conciencia de los migrantes como una fuga del capital, pero de hecho éstos buscan un lugar donde el capital les permita tener un trabajo que en su lugar de origen no consiguen. El mexicano que pasa a Estados Unidos lo hace bajo esa condición, lo mismo que el boliviano que migra a la Argentina.
En segundo lugar, es curiosa esta manera de privilegiar la migración como forma de lucha por el anti-poder. Es cierto que constituye una forma de lucha, como todas las enumeradas, pero está lejos de ser privilegiada. Es una lucha penosa, amarga y que al capital no le ocasiona demasiados trastornos. En todo caso los soluciona con medidas cada vez más represivas.

Otro aspecto de la concepción de Holloway con respecto a la revolución es el heroísmo. En su concepción “el movimiento del comunismo es anti-heroico”, pues “el objetivo de la revolución es la transformación de la vida común, cotidiana y es ciertamente de esa vida común y ordinaria que la revolución debe surgir” (Idem; 302; 303). Esto lo lleva, a su vez, a criticar la concepción revolucionaria que se basa en la conducción de los líderes y los héroes.

Toda revolución que se realiza a partir de un liderazgo, reproduce desde el principio las relaciones que quiere subvertir e hipoteca las realizaciones a la voluntad del líder. Éste, por otra parte, tenderá a ahogar todo avance que suponga una mengua de su propio poder-sobre. En este sentido, Holloway tiene razón. Además, el liderazgo siempre tenderá a perpetuarse y tendrá fuertes tentaciones de manera el poder como si proviniese de él y no del pueblo.

Es importante la observación de Holloway en lo referente a los héroes. Efectivamente, la revolución no es una tarea de héroes, sino del pueblo. La revolución no la hacen los héroes, ni se hace para vivir una vida heroica. Se hace para vivir mejor, para “vivir bien” como quería Aristóteles, donde “bien” no significa sólo realidades materiales, las que deben ser suficientes, sino la posibilidad del sujeto de realizarse plenamente.

Pero las afirmaciones de Holloway no parecen admitir espacio alguno para el heroísmo, virtud excelsa que expresa realizaciones humanas superiores, en el sentido cualitativo, sin que ello dé ninguna razón para ejercer un poder sobre los demás. La construcción de esa futura sociedad en la que podamos fraternizar entre todos, puede exigir, y de hecho así es, actos de heroísmo. Un piquetero que, entre las balas de la policía, se detiene a auxiliar al compañero caído es un acto heroico. La lucha siempre estará llena de ellos.

Los 30.000 mil compañeros detenidos-desaparecidos eran jóvenes, la mayoría de ellos, como cualesquiera de los jóvenes de hoy, con una vida común, con sus afectos, virtudes y defectos. En un momento determinado fueron puestos en la situación-límite del heroísmo. Pero ello le sucede también a la más común de las madres cuando debe enfrentar situaciones-límites en la defensa de su hijo.
Por otra parte, el heroísmo es un momento fundamental en los proyectos que se formulan en la juventud. Nada más aplastante y descorazonador que encontrarse con jóvenes que quieren vivir una vida tranquila. Pasión, ansias de transformar la realidad, son constitutivas de una juventud no contaminada por el cansancio de la vida, propio de sociedades decadentes. No por nada muchas veces se siente tentada por la aventura fascista. No se hace una revolución para vivir una vida heroica, pero su realización suele exigir momentos de heroísmo.

3.- La construcción del poder, o el poder como relación social.

El poder, veíamos, no es un objeto o una cosa que se encuentra en algún lugar al que es necesario ir para tomarlo. Es una tendencia difícil de vencer, como anotaba Hegel, poner en movimiento las representaciones propias del entendimiento. El poder concebido como objeto no es otra cosa que una representación del entendimiento. Menester es fluidificarlo, ponerlo en movimiento.

El poder es una realidad propia del ámbito de las relaciones humanas que, de una u otra manera, siempre son sociales y políticas. No existe, no es, igual que los sujetos. Se hace, se construye de la misma manera en que se construyen los sujetos. Éstos, para crearse, empeñan una lucha a muerte por el reconocimiento. Esta lucha genera poder. Generarse como sujeto es generar poder.
Todo cambio, toda transformación, toda revolución que se proponga siempre tiene en su centro el tema del poder que significa quién y como será reconocido. La frase que figura como acápite es el corte que le da Jesús a la discusión que se había entablado entre los componentes más cercanos de su movimiento, cuando, al dirigirse a Jerusalén pensaban en el triunfo de la propuesta liberadora.
Los dirigentes del movimiento de Jesús discuten sobre cómo se van a repartir el poder en la nueva sociedad, y Jesús les replica que no habrá nada que repartir, porque habrá que pensar el poder de una manera totalmente distinta, contraria a la que ellos pensaban. No como poder de dominación, no en la relación señor-siervo, sino como diakonía, como servicio, como mutuo reconocimiento de sujetos plenamente libres.
Ese poder no puede empezar a construirse una vez que “se lo ha tomado”, porque en realidad entonces lo que se ha hecho es ocupar el lugar que antes tenían “los otros”. No se rompe la relación señor-siervo, aunque se sostenga que ello constituye una fase para romper la dominación anterior. La célebre “dictadura del proletariado” que es, siempre, la dictadura del partido, de determinados aparatos del Estado o de una persona, el “líder”, no se instala para desinstalarse en función de la diakonía, sino que llega para quedarse a perpetuidad si ello es posible.
El poder es esencialmente relación social, relación de reconocimiento. En ese sentido es fluido, circula, cambia. Pero necesita momentos de reposo, de instalación. Es el momento de las célebres estructuras, sin las cuales todo poder se evapora. La mínima relación, la que se produce entre dos sujetos, sean éstos madre e hijo, amigo con amigo, novios, es lucha por el reconocimiento y, en consecuencia genera un ámbito de poder. En ese sentido todos ejercemos y se ejerce poder sobre nosotros.
Crear nuevo poder, crear poder popular significa crear nuevas relaciones humanas, nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas (1). Éstas no pueden comenzar cuando, por ejemplo, se tome el aparato del Estado. Se realizan en el camino, en el proceso. Si el otro es un objeto para mí, o un súbdito, mero soldado del partido o de la organización, se está reproduciendo el poder de dominación.
Microfísica del poder, en consecuencia, y redes del poder sobre las cuales nos informa abundantemente Foucault. Pero su planteo no logra romper, traspasar las paredes que encierran a los micropoderes en los cuales nos enredamos. No habría otra salida que un juego de poderes y contrapoderes, o en todo caso un pequeño espacio de liberación, ese espacio en el que se ejerce mi poder, que sería la “línea de fuga” de Deleuze o, en todo caso el ser “militante de la acción restringida, limitada” de Badiou.
Ello significa lisa y llanamente renunciar a construir poder popular en sentido fuerte, es decir a construir una sociedad del mutuo reconocimiento, una sociedad plenamente democrática, en la que el poder se ejerza tendencialmente en forma horizontal. En otras palabras, los micropoderes se encuentran englobados en megapoderes, y así como hay que construir los primeros, también hay que construir los segundos. De la microfísica es necesario pasar a la macrofísica, no en forma línea sino dialéctica. Los pequeños poderes se encuentran englobados en los megapoderes. No hay paso lineal de unos a los otros.
Esto significa que toda lucha, ya sea barrial, villera, campesina, en las cárceles, en la escuela, en la familia debe conectarse dialécticamente con una lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad. Si ello se pierde de vista, estamos condenados a movernos en un círculo sin salida. Es un magro consuelo o una burla decirles a desocupados que ellos también ejercen poder. Es cierto que ejercen poder, y lo hacen cuando, por ejemplo cortan rutas y obligan al poder político a ceder a determinados reclamos. Pero ese poder es totalmente asimétrico con el poder del gran capital, de las grandes corporaciones.
Los trabajadores desocupados, los villeros, los campesinos construyen poder con su trabajo, con sus debates, con sus asambleas, con sus medidas de lucha. Ese poder comienza siendo micropoder, o mejor, micropoderes que se gestan en las diversas asambleas que se conectan entre sí en forma de redes. Éstas interactúan con los megapoderes, confrontan con ellos, negocian, se retiran y vuelven.
Micropoderes, redes de poder, circulación de poderes, fluidez de relaciones. Todo ello es cierto, pero toda fluidez tiene momentos de condensación. Dicho de otra manera, el movimiento necesita estructurarse. Con la estructuración aparecen nuevos desafíos, expresados sobre todo en el fenómeno de la burocratización. Un verdadera construcción del poder, o sea de relaciones sociales, luchará siempre contra la tendencia, siempre renaciente a la burocratización.

Hegemonía y poder

Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos revolucionarios de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los intentos revolucionarios. La contribución más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía que desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la realidad política.
Me interesa, en este apartado, trabajar sobre la relación entre dicho concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso, corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que hace Gramsci al referirse a las diferencias existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre y las que es perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos.
Siendo la sociedad zarista una sociedad en la que prácticamente no había sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci, la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos. Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder horizontal, democrático, lo cual significa, a la vez, construirse como sujetos.
Esta tarea no puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar. Una contradicción prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente. Como se ve, nos estamos sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en el estalinismo.
De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es un callejón sin salida. Desde el poder de dominación, aunque éste se denomine “dictadura del proletariado” es imposible pasar a una sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que se les hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos.
Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la toma del poder o del Estado. En realidad, ese principio vale para toda revolución y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se repetirán las prácticas anteriores.
A menudo se me pregunta en los seminarios si los amos o señores no pueden también lograr el reconocimiento y, por lo tanto ser sujetos en sentido pleno. La respuesta es absolutamente negativa. Ni los señores, ni los siervos pueden logra el reconocimiento como autoconciencias o sujetos sin dejar de ser señores o siervos. Tanto el ser siervo como el ser señor es la negativa del sujeto.
La hegemonía como consenso democrático no puede ser construida desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el poder político y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación de la dominación, pero no hegemonía en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno de las sociedad civil. Es una construcción que se realiza entre iguales, entre sujetos que se reconocen mutuamente como tales.

4.- Criterios fundamentales.

En la construcción del poder popular habría que tener en cuenta algunos criterios fundamentales:
No se debe partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados, con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares que se están movilizando. Esta práctica expresa todo lo contrario de la construcción de una nueva sociedad en la que sus miembros sean sujetos reconocidos. Esa estructura partidaria es la representación de la sociedad en la que unos saben y los otros son ignorantes, unos son esclarecidos y otros andan en tinieblas, unos mandan y otro obedecen.
Por lo tanto, es necesario dejar de lado la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se les inyectará conciencia “desde afuera”. Sería conveniente, al respecto, como he dicho más arriba, revisar las polémicas entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el partido, no para darle ahora la razón a Rosa en contra de Lenin, sino para incorporar críticamente algunas intuiciones y aciertos de Rosa en cuanto al protagonismo popular en el proceso revolucionario.
Decía Rosa, en contra de Kautsky: “Piensan que educar a las masas proletarias en el espíritu socialista significa darles conferencias, distribuir panfletos. ¡No! La escuela proletaria socialista no necesita de eso. La actividad misma educa a las masas” (Cliff 1971; 64). Descontextualizada esta afirmación es errónea. Rosa aquí exagera, porque está polemizando con la dirección burocrática de la socialdemocracia alemana que pretendía dar conciencia desde afuera, mediante conferencias y panfletos. La conciencia crece en la práctica, en la acción, en la lucha.
En ese proceso de práctica-conciencia, de lucha-reflexión se cometen errores, pero “los errores cometidos por un movimiento obrero auténticamente revolucionario, dice Rosa, son mucho más fructíferos y tienen más importancia histórica que la infalibilidad del mejor Comité Central” (Ibidem). Ya sabemos a dónde han conducido la infalibilidad de los diversos comités centrales. Los pueblos en su lucha aciertan y se equivocan, logran victorias y sufren derrotas. Aprenden continuamente. Una dirigencia infalible nunca aprende, ya lo sabe todo. Eso no tiene remedio.
En contra de la concepción de una determinada élite revolucionaria que desde arriba, desde afuera pretende dar conciencia a los trabajadores, o a los sectores populares, es conveniente hacer efectiva la concepción gramsciana de que se debe partir del “buen sentido” que radica en el desagregado y caótico “sentido común” que se encuentra en dichos sectores. O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar “los gérmenes de socialismo” que se encuentran el pueblo. Toda pretensión de construcción que tenga que ver con una elaboración teórica separada de las aspiraciones, expectativas, valores presentes en los sectores populares, contribuirá a instalar una nueva dominación. El socialismo tendrá sentido y será una verdadera solución si es el despliegue de valores profundamente arraigados en los seres humanos.
En contra de que el socialismo es primeramente una teoría que habría nacido recién en el siglo XIX, menester es tener en cuenta que, en cuanto expresa, por una parte, valores, aspiraciones, ideales y utopías y, por otra, luchas para conseguirlos, es tan antiguo como el mismo ser humano. Luchas en contra de la opresión, luchas de liberación han existido siempre. Realizaciones socialistas, en el sentido de agrupaciones o sociedades humanas liberadas, con relaciones relativamente horizontales, siempre se han dado en la historia.
El socialismo es fundamentalmente la realización de una sociedad fundada en los mejores valores del ser humano. Éste es tanto egoísta como altruista, tanto tacaño como generoso, tanto se ama a sí mismo como se odia, tanto ama a su vecino como lo aborrece. Es un ser dialéctico. El buen sentido del que habla Gramsci está constituido, precisamente, por los valores de amor a sí mismo, de generosidad, de bondad. De esos valores socialistas es necesario partir.
Ello no significa renegar de la teoría. El problema es no confundir teoría o ciencia o filosofía con conciencia. La conciencia nunca puede venir de fuera. La conciencia es autoconciencia desde el primer momento, pero sólo lo es implícitamente. Avanza de desde los primeros balbuceos en el plano de lo sensible. Toda teoría al entrar en relaciones dialécticas con la conciencia será motivo de crecimiento de ésta, tanto de la conciencia del teórico como de aquél a quien se comunica la teoría, la cual a su vez sufre transformaciones en el proceso. Se avanza de la conciencia a la autoconciencia, o de la conciencia en-sí a la conciencia para-sí, como dice Marx en la Miseria de la filosofía.
El para-sí o nivel superior de la conciencia no es un agregado que viene de fuera. Es el en-sí que se supera en el para-sí. Este segundo momento, que en realidad es tercero,, es decir, en-sí-para-sí, es una superación –Aufhebung- que sólo puede darse en el sujeto. Es éste que se supera en su totalidad. Si el tercer momento no estuviese ya en el primero, nunca llegaría a ser, por más adoctrinamiento externo que se practicase.
La conciencia socialista no se inventa, no se crea desde arriba, no se introduce desde afuera. O ya está en la conciencia humana o nunca estará. Está, pero no está “puesta” para decirlo hegelianamente. O no está “en acto”, para emplear la categoría aristotélica. No está puesta, y puede no estarlo nunca. Ello dependerá de la práctica o, para decirlo con una categorización marxiana, dependerá de la revolución. Ésta es el proceso de mediatizar lo inmediato o llevar al acto lo que está en potencia.
Por lo tanto no se avanza con la “unión de la izquierda”, si ello significa hacer unidos lo mismo que se está haciendo en forma separada, es decir, actuar como estructuras piramidales que poseen “la ciencia”. La verdadera unión hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción verdadera en los sectores populares.
Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades, organismos de derechos humanos, movimientos de trabajadores desocupados, asambleas barriales, luchas de diverso tipo, asume una forma movimientista que se está descubriendo y construyendo. El peligro del movimientismo es su posible transformación en un “gigante invertebrado y míope”, según la expresión de John W. Cook El movimiento, verdadero torrente de los sectores populares, debe estructurarse, con todo lo que ello implica de peligro de burocratización y obstaculización de la marcha dialéctica.
Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, por una parte, es necesario recuperar auténticos símbolos populares como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che por su parte, es un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones. Por otra parte, es necesario dar la lucha hermenéutica en torno a los símbolos arraigados en los sectores populares.
No hay identificación posible o, de otra manera, no hay construcción posible de un sujeto sin los símbolos. Los sujetos son esencialmente simbólicos y, entre los símbolos, los que asumen características religiosas –tal vez sea la realidad de todos- tienen especial importancia, por cuanto los sectores populares son particularmente religiosos. La posición “cientificista” que el marxismo “ortodoxo” heredó de la Ilustración es ciego frente a esta realidad.
Si el símbolo con el cual construye su identidad determinado sujeto es considerado sólo únicamente como “fetiche”, ya se ha puesto un telón de acero para comprender qué construye dicho sujeto en la relación con el símbolo. No se tiene en cuenta que borrar el símbolo es borrar al sujeto que con él se relaciona y, fundamentalmente, que la relación símbolo –fetiche es una relación dialéctica. Todo símbolo tiene algo de fetiche.
Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión en la diversidad. Como todo proyecto político debe darse su instrumento que tradicionalmente es el partido. Pero, de acuerdo a lo que venimos reflexionando, el partido tradicional de izquierda no nos sirve. Reproduce las relaciones de dominación. Se necesita un nuevo tipo de partido que sea una verdadera articulación del poder popular gestado en la base.

5.- El socialismo de cada día.

Con la caída del denominado “socialismo real” y la imposición de la globalización neoliberal conservadora entró en crisis también una determinada concepción de lo que significa hacer la revolución. Ésta era pensada como una lucha en la que siempre se jugaba el todo social. Se trataba de derribar el capitalismo para instaurar el socialismo. La consecuencia era que, salvo en los países que esto se habría logrado, en todas las demás sociedad la revolución o había fracasado o estaba retrasada.
La visión que en general se tenía era que una sociedad era capitalista o socialista. El socialismo como modo de vida no podía realizarse en una sociedad capitalista, de manera que el sujeto socialista sólo surgiría cuando esa nueva sociedad pudiese implantarse. La visión totalizadora, el bosque, no permitía ver las partes, los árboles.
La globalización, verdadera imposición del universal abstracto, como hemos visto, produce un resquebrajamiento del todo social en fragmentos aislados. Contradictoriamente esta nueva realidad ha permitido repensar todo el problema de la revolución y, en consecuencia, del socialismo. Por una parte hay un impulso posmoderno de quedarse en la sola parcialidad, pero, por otra, permitió repensar la totalidad no sólo sin sacrificar la parcialidad, sino tomándola como punto de partida.
En esta visión, no se trata de pretender inmediatamente la gran meta, lo que históricamente se conoce como la toma del poder. En primer lugar, porque el poder no es ninguna cosa u objeto que se tome; en segundo lugar, porque es necesario plantearse metas reales, a las que sea posible acceder y finalmente porque si las relaciones sociales no se cambian en el camino, cuando se llegue a la meta y se pretenda realizar el socialismo, lo que se hará será reproducir las relaciones anteriores. Esto ya no necesita demostración alguna. La historia del “socialismo real” lo ha puesto en claro.
El poder no es una cosa u objeto, sino “relación social”. Se trata, por lo tanto, de ir creando nuevas relaciones sociales, acordes con lo que pensamos que deba ser una realización del poder que sea efectivamente liberadora. En consecuencia, relaciones lo más horizontales posibles, con la vista puesta en el horizonte utópico de un poder horizontal, profundamente democrático.
No es que no queramos transformar toda la sociedad, derrotar definitivamente al capitalismo. Claro que queremos hacer eso, pero debemos tratar de clarificarnos sobre lo que nos corresponde hacer hoy, en un hoy en el que debemos hacer presentes los valores socialistas.
La objeción que surge de toda la concepción anterior es que no se puede vivir con los valores socialistas, es decir, humanos, en una sociedad capitalista, porque ésta impone sus leyes. Esta objeción es verdadera sólo en parte y, en consecuencia, si se la afirma de esa manera, es falsa. Es cierta en el sentido de que ninguna parte, llámese un grupo, una organización o un individuo pueda sustraerse de las leyes que impone la sociedad en la que se encuentran enclavadas.
Esto puede incluso generalizarse, como lo hizo Marx, al mundo entero. Ninguna nación, y aquí es necesario colocar a Cuba, puede realizar el socialismo hasta que éste se realice de manera hegemónica en el mundo entero, porque finalmente el sistema hegemónico termina imponiendo sus leyes. Eso es cierto cum grano salis, porque allí se viven auténticos valores socialistas, humanistas, como el haber sacado del “negocio” a la salud, la educación y la alimentación.
Ello también puede y debe realizarse, con todas las limitaciones y contradicciones del caso, en el seno de la sociedad capitalista. Si un sujeto quiere vivir de acuerdo con valores socialistas, ¿quién se lo puede impedir? ¿No es posible ser generoso? ¿Debemos necesariamente verlo todo como un negocio?
El socialismo no se ha de construir a partir de las ideas “científicas” que tengamos en nuestra cabeza o en nuestros libros, ni por la acción de un grupo esclarecido. Ya ha comenzado su construcción. Está en camino en los diversos movimientos a los que he hecho alusión.
Como decía el Che, el socialismo está en germen en el pueblo. No es el socialismo ninguna construcción teórica o “científica” pensada desde fuera, sino el desarrollo contradictorio, creativo, que se realiza todos los días en nuestras luchas, proyectos, encuentros, debates. La solidaridad, la ayuda, el diálogo, la fiesta, el compartir constituyen valores esenciales del socialismo de cada día.

Notas
(1) Prefiero hablar siempre de “construcción del poder popular” y no de “contrapoder” o “doble poder”. La expresión “contrapoder” expresa una voluntad de permanecer siempre allí, en la contra, por lo cual va acompañado de “contracultura”. Ello implica considerar que sólo es política el contraponerse. Será siempre una política marginal. La expresión de “doble poder”, es la concepción leninista que supone dos poderes como dos entidades ubicadas una arriba y la otra abajo. Se trata de derribar la que está arriba para poner la que está abajo.

Bibliografía citada
Cliff, Tony: Rosa Luxemburg- (Introducción a su lectura). Galerna, Buenos Aires, 1971.
Holloway, John: Cambiar el mundo sin tomar el poder. (El significado de la revolución hoy). Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla. Buenos Aires, 2002.
Marx, Karl: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858) 1. Siglo XXI, México, 1980.
Marx, Karl: La ideología alemana. Ediciones Pueblos Unidos, México, 1977.

Rubén Dri
Buenos Aires, 15 de noviembre de 2002

De la multitud al pueblo, del no-poder al poder popular

De la multitud al pueblo, del no-poder al poder popular
Versión para impresoraEnviar a un amigo
Autor(es): Dri, Rubén

Dri, RubénDri, Rubén. Teólogo y Filósofo. Profesor del Doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Autor de numerosos libros entre los que figuran: La Rosa en la Cruz; Hegel y la lógica de la liberación; La Fenomenología del Espíritu de Hegel. Perspectiva latinoamericana; Los modos del saber y su periodización y El movimiento antiimperial de Jesús. Además es director desde 2002 de la revista de filosofía y ciencias sociales Diaporías.

En 2002 John Holloway publica Cambiar el mundo sin tomar el poder y da una conferencia en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que resultó colmada de alumnos ávidos de escuchar esa nueva concepción, venida de México. En 2010, la revista mexicana Proceso, en su número 1.773, publica un dossier bajo el estremecedor título “Medio país bajo el poder narco”.

1. Del pueblo a la multitud
Desde mediados de la década del 60 del siglo pasado, golpe de Estado mediante que pone al general Onganía como presidente, los intentos de imponer los ajustes que requiere la implementación del plan bosquejado por el neoliberalismo en 19471 fracasan ante la fuerza de resistencia que tiene el movimiento popular. El célebre “Cordobazo”, producido el 29 de mayo de 1969, significó la sentencia de muerte para la dictadura que los recambios de Onganía por Levingston y de éste por Lanusse no lograron revertir.
El interregno de la presidencia de Héctor Cámpora (1973) y del mismo Juan Domingo Perón (1973-1975), jalonado por el criminal accionar de los paramilitares de las Tres A, sirvió de preparación para el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que instaló el terrorismo como política de Estado para quebrar definitivamente la voluntad popular de resistir los ajustes del neoliberalismo.
La política de terror y exterminio sobre el pueblo dio los frutos esperados, es decir, el quebrantamiento de las organizaciones populares, de tal manera que el proyecto neoliberal conducido por Martínez de Hoz pudiese instalarse. Dos aspectos son necesarios señalar de ese proyecto que tendrán consecuencias desastrosas para la sociedad, la desindustrialización, con la consecuente desocupación, y la destrucción del ámbito ético o tejido social.
Todo ser viviente vive en un determinado ethos, es decir, en un determinado ámbito o hábitat que le es esencial. Es la guarida del animal y, en general, la naturaleza como ámbito de lo sensible de todos los seres vivos. El ser humano es un animal que ha roto con la pura animalidad al abrirse a la universalidad mediante la aparición de la razón. Ya no le sirve el ethos animal. Necesita un nuevo ethos, un nuevo ámbito en el que su vida como ser humano le sea posible.
El terrorismo impuesto por la dictadura militar impregnó a toda la sociedad. El otro perdía toda posibilidad de ser un amigo o compañero y pasaba a ser un enemigo. Podía ser un delator o subversivo y, en todo caso, alguien a quien había que dominar, en la medida en que todo se reducía a competir. Se rompen los lazos fraternales y todo se transforma en la más despiadada competencia.
Terminada la dictadura militar (1983), llega el gobierno constitucional de Ricardo Alfonsín, quien, aparte de su espíritu democrático, no tiene un proyecto alternativo al neoliberal impuesto durante la dictadura. Por otra parte, se encuentra acosado por los militares quienes, en su versión “carapintada”, producen diversos levantamientos para lograr la suspensión de los juicios a los militares por los atroces crímenes cometidos.
Lamentablemente el gobierno cede y, en sentido contrario de los juicios que valientemente había promovido en contra de los principales responsables, otorga las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que prácticamente consagran la impunidad. A ello se agrega que, en lugar de proponer una alternativa económica al neoliberalismo, proclama la “economía de guerra”, con lo cual mostraba que su proyecto se ajustaba a lo que pedía el neoliberalismo. El problema es que no tenía la voluntad política de llevar a fondo las medidas que dicho proyecto necesitaba.
Los grandes poderes del capital producen entonces un golpe de Estado mediante la “hiperinflación”, un fenómeno que deja a los sectores populares en el aire, sin saber dónde están parados. Dicho golpe es acompañado por los rumores más apocalípticos posibles. Sectores medios se asustan ante la invasión de la “negrada” de los barrios y las villas. Era el temido “aluvión”. Alfonsín se ve obligado a renunciar antes de terminar su mandato, y dejar el gobierno al candidato ya elegido, Carlos Saúl Menem.
Llegamos, de esa manera, a la década del 90, la Segunda Década Infame, sin duda más infame que la primera. El plan político del neoliberalismo se aplicó de una manera fundamentalista como es difícil que se haya hecho en cualquier otro país. El resultado fue la desindustrialización señalada, con la consecuente desocupación masiva, el individualismo más exacerbado y el sometimiento al imperio más vergonzoso de que tengamos memoria.
El pueblo había desparecido, convertido en una “multitud” de átomos dispersos, cada uno de los cuales debía velar por sí mismo. El otro ya no podía ser visto como otro con quien dialogar o a quien reconocer y por quien ser reconocido, sino como un enemigo actual o en potencia a quien había que vencer en una despiadada competencia.

2. De lo político a lo social
Ello significó la derrota política más profunda que haya experimentado el pueblo. ¿Qué hacen entonces los militantes populares? Recurren a la “sabiduría popular” o “buen sentido” que anida en el “sentido común”, como dice Gramsci. Como el animal perseguido se refugia en su guarida, donde puede montar su defensa, los militantes populares se refugian en “lo social”.
¿Qué significa lo social frente a lo político? Desde Aristóteles, por lo menos, sabemos que el ser humano es un “animal político” y, en ese sentido, todo lo que hace es en cierta manera político, es decir, tiene que ver con la “polis”, con el ámbito en el que se desarrolla, en el que se dan las relaciones intersubjetivas que siempre son relaciones de poder. Pero la manera de pertenecer a lo político, o mejor, la manera de ejercer acciones políticas no es unívoca. Existe entre ellas una rica gama de diferencias, entre las cuales es fundamental distinguir las que pertenecen a lo político en sentido, podríamos decir, eminente o, tal vez, estricto, y las que sólo pertenecen a lo político en forma indirecta, pasando por lo social.
En la relación dialéctica entre el universal y el particular o el universal y las particularidades de toda sociedad, lo social mira a lo particular y tiende a solucionar los problemas que se presentan en esa esfera. Son problemas como los que presentan necesidades “materiales”, como la luz, el agua, el trazado de calles de una villa o barrio o el salario, o necesidades “espirituales” como la escuela, la universidad, la biblioteca o el cine.
La acción social tiende a solucionar los problemas inmediatos y, de por sí, no procura extender la acción más allá. En sentido estricto, la acción social es propia de las sociedades modernas en las que se ha producido la separación de lo social y lo político que en las sociedades anteriores se encontraban confundidos como lo mostró Marx en su célebre artículo sobre “la cuestión judía”.
Lo político tiene que ver directamente con lo universal. No mira sólo a resolver problemas particulares, sino que apunta al todo de la sociedad a la que quiere ya sea transformar, revolucionar o defender de posibles revoluciones. La política puede ser revolucionaria, reformista, reaccionaria o conservadora, pero siempre apunta a la totalidad. La acción social desarrolla un poder esencialmente acotado, particularizado. La acción política, por el contrario, despliega todo el poder, busca construir un poder que implica al todo de la sociedad.
Este aspecto de lo político, el de apuntar a la totalidad, es fundamental. Las concepciones que consideran imposible el conocimiento de la totalidad, suponen que la política en el sentido expresado es imposible. Es el caso de concepciones como la de los filósofos de la “diferencia”, para los cuales lo único que puede haber en relación a lo político es una “acción restringida, limitada”[2] o “una anti-política de eventos” como el mayo francés, la rebelión zapatista, Davos y Seattle.[3]
La década del 90 significó el momento culminante de la derrota del movimiento popular. El animal perseguido por una jauría de perros, derrotado en la lucha en campo abierto, se refugia en su guarida, como acabamos de señalar, para montar allí su defensa y comenzar el contra-ataque. Es lo que hicieron los militantes populares. Derrotados en lo político, se refugiaron en lo social. Allí iniciaron su recuperación.
Esto, que es producto de una gran sabiduría popular, tiene riesgos de los que no es fácil librarse, el principal de los cuales consiste en “hacer de necesidad virtud” y terminar consagrando la acción social como la única válida frente a la acción política que se termina condenando como necesariamente corrupta o inconducente para un proceso de liberación. Si la acción social no trasciende los límites sociales hacia lo político y, en consecuencia, no entra en relaciones dialécticas con las instituciones de lo político, no podrá evitar la derrota.
La diferencia entre lo social y lo político, como la he mostrado, implica, a su vez, la diferencia entre lo macro y lo micro. Lo social trabaja en lo micro, en espacios reducidos. Estos espacios existen y en ellos se construye poder, pero este poder está siempre en relación dialéctica con los grandes poderes. Ocultarse esto es ir inexorablemente a la derrota.

3. La pueblada del 19-20 de diciembre de 2001
La década del 90 llega a su fin y comienza la nueva década con un gobierno que, al continuar con el proyecto neoliberal da por tierra con todas las esperanzas puestas en él. Se suceden las manifestaciones de descontento que sólo necesitaban la chispa para declararse el incendio. Ésta se produjo cuando el presidente Fernando de la Rúa, para frenar esas manifestaciones declaró el “estado de sitio”.
En lugar del acatamiento esperado, la multitud se insurreccionó, surgió desde todos los barrios de la Capital y del conurbano con cuanto instrumento encontrase a mano, predominando las cacerolas, para hacer un ruido ensordecedor al grito de ¡Que se vayan todos! ¡Que no quede ni uno solo! Al son de las cacerolas y de otros instrumentos ruidosos la marea humana comienza a confluir hacia Plaza de Mayo, el centro simbólico del poder.[4]
19 y 20 de diciembre de 2001 fueron dos días de manifestaciones, marchas y resistencia a la represión que se desató en contra de los manifestantes. En total fueron treinta muertos en todo el territorio nacional. Eso se continuó en los días siguientes. En los espacios abiertos de la ciudad y en las esquinas, había reuniones, debates, propuestas, reclamos. Comienzan a florecer las “asambleas”, mientras de Chiapas, México, nos llegan los mensajes del sub-comandante Marcos que muestra los avances de un proyecto que no se propone tomar el poder ni quiere relación alguna con el Estado.

4. El debate sobre el poder
Las asambleas que brotaron como hongos después de una lluvia forman parte de los movimientos sociales. Esos años de efervescencia son atravesados por múltiples debates, y todos ellos, de una u otra manera, se refieren al poder. Haciendo una especie de tipo ideal podemos dibujar tres concepciones en pugna.[5]
En primer lugar, la concepción de la izquierda marxista-leninista, que se puede expresar como “toma del poder”, que supone que éste se encuentra en algún lugar al que es preciso ir para tomarlo. Ese lugar puede ser tanto el Palacio de Invierno como la Casa Rosada o La Tablada. Para ello se construye el partido revolucionario, la vanguardia formada por los “revolucionarios profesionales”. Una vez tomado el poder, se comenzará la construcción de la sociedad socialista.
El poder ahora está en manos de los revolucionarios. Es un poder vertical como el anterior al que se ha desbancado. La organización, o sea, el partido político revolucionario, reproduce en su seno las mismas relaciones que se quieren subvertir. Ello hace que en la nueva sociedad se repitan esas mismas relaciones. El derrumbe del denominado “socialismo real” ha mostrado su fracaso.
Frente a esa realidad y, teniendo en cuenta nuevas experiencias tanto en Europa, con los movimientos autonomistas, como en América Latina, con el zapatismo, se gestó una concepción diametralmente opuesta a la anterior, según la cual no sólo no hay que tomar el poder, sino que hay que huir de él, pues el poder es un “círculo diabólico” del que, una vez que se ha entrado en él, es imposible salir, y el poder siempre es dominación.
La obra que expresa claramente esta concepción es el libro de John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. Pero Holloway no sólo ataca la concepción de la toma del poder, sino directamente el poder:

Nuestro grito es un grito de frustración, es el descontento de quien no tiene poder. Pero si no tenemos poder no hay nada que podamos hacer. Y si intentamos volvernos poderosos fundando un partido, levantándonos en armas o ganando una elección, no seremos diferentes de todos los otros poderosos de la historia. Entonces, no hay salida, no hay rupturas de la circularidad del poder. ¿Qué podemos hacer? Cambiar el mundo sin tomar el poder.(Holloway, 2002: 26, el destacado es de Rubén Dri).

“La circularidad del poder”. Una vez que se entra en él, ya no se puede salir y como el poder es dominación de unos sobre otros, se reproduce la relación amo-esclavo. En consecuencia, hay que huir de él. Se apoya esta concepción en la dialéctica negativa que se queda en la primera negación, no pudiendo pasar a la segunda, porque allí la espera Auschwitz.
En realidad lo que Holloway dice al respecto es que no hay que pasar de lo negativo, o sea, del rechazo del capitalismo, a lo positivo, es decir, a la construcción de instituciones, como partidos políticos, gremios, y, sobre todo Estado, porque eso significa construcción de poder. Nos quedamos en la simple negación, en la crítica, en el grito, en el reloj hecho trizas contra la pared.
Una concepción diferente en su formulación, pero coincidente con Holloway en lo sustancial, es la de Tony Negri que dispersa en la “multitud” todo tipo de construcción:

Al haber alcanzado el nivel global, el desarrollo capitalista se encontró directamente enfrentado cara a cara con la multitud, sin ninguna mediación. De ahí que se evaporara la dialéctica, la ciencia del límite y su organización. La lucha de clases, al impulsar la abolición del Estado-nación y traspasar así las barreras impuestas por éste, propone la constitución del imperio como el sitio del análisis y del conflicto. Sin aquella barrera, se abre, pues por completo la situación de lucha. El capital y el trabajo se oponen de manera directamente antagónica. (Hardt y Negri, 2002:222).

Nos encontramos, dice Negri, en una etapa en la que las clases sociales, los gremios y todo tipo de construcción se disolvió en la “multitud” que, como tal, como conjunto de átomos, se encuentra enfrentada al capital que tomó la forma de “imperio”. Al enfrentarse cara a cara la multitud con el imperio, es claro que la dialéctica no tiene lugar, porque ésta sólo se da en el ámbito intersubjetivo que ha desaparecido por completo.
Con la desaparición de la dialéctica desaparece también la “ciencia del límite” o al revés, con la ciencia del límite desaparece la dialéctica, lo cual es evidente, por cuanto la primera negación es la posición del límite y la segunda la superación del mismo y la reposición de un nuevo límite.
Con “la ciencia del límite y su organización” Negri se refiere a todas las organizaciones sociales, gremiales, políticas y, en especial, al Estado. Es en ese sentido que “eventos” como el mayo francés del 68 y la pueblada del 19-20 diciembre se transforman en momentos ideales. El problema es que esa ruptura de límites, al no ser restaurados éstos por el sujeto popular, lo hace el dominador. Es así que a la revuelta del mayo francés le sigue el Estado degaulliano y a la pueblada del 19-20 diciembre, el Estado dualista.

La tercera concepción se expresa como “construcción del poder”. En este caso el poder es concebido como relación. La construcción de redes sociales son construcciones de poder. No se trata ahora de “tomar”, porque no hay nada que tomar, pero tampoco de “huir”, por ser ello imposible, en cuanto que construirse como sujeto significa construir poder, sino de “construir”. Todas las relaciones sociales son relaciones de poder. Construir nuevas relaciones es construir nuevo poder.

Pero aquí se plantea un nuevo problema discutido con vehemencia en las asambleas y en general en las diversas agrupaciones sociales. Se trata de la contradicción entre verticalidad y horizontalidad, que en los hechos se traduce en la contradicción entre organización y horizontalidad, entre proyecto y utopía. En esta contradicción se filtra, a su vez, el tema de la representación y, en general, el de las relaciones con las instituciones y, en especial, con el Estado.

El sujeto no es una realidad estática como el objeto. No es algo que simplemente está. De hecho nunca está, sino que siempre está siendo y en este estar siendo se está construyendo o, para decirlo con Hegel, se está poniendo. Pero este ponerse es un co-ponerse, un ponerse con otro. En otras palabras es una co-construcción, una construcción con otros. El sujeto es esencialmente inter-sujeto, “el yo es nosotros” (Hegel, 1973) o sea “el ensamble de relaciones sociales” (Marx, 1985).
Ahora bien, construirse como sujeto o ponerse, es construir poder, ejercer poder.

El debate era si esta construcción debía ser horizontal o vertical. La horizontalidad plena impregnó la discusión en las asambleas, fogoneada por interpretaciones que hacían del zapatismo una construcción plenamente horizontal, confundiendo, de esa manera, el proyecto con la utopía.

No hay manera de escapar del poder. En esto tiene razón Foucault, pero el poder no está constituido simplemente por redes que no sabe de dónde provienen. Todo sujeto crea poder, todas sus relaciones son relaciones de poder. Estas relaciones son creativas, liberadoras, si el poder tiende a la horizontalidad o si es “servicio” (Mc 10, 41-45)[6] y no dominación. Ése debe ser el proyecto. Pero las relaciones nunca pueden ser plenamente horizontales, porque ello significaría el estatismo. La sociedad estaría fuera de la historia. La plena horizontalidad es la utopía que debe estar siempre presente, orientando la creación.

La pretensión de la plena horizontalidad fue uno de los motivos centrales por el cual múltiples asambleas se disolvieron, dispersándose sus miembros cual si no fuesen más que una multitud. Una asamblea, una agrupación de cualquier tipo que fuese, si quiere actuar debe organizarse, es decir, debe formar un organismo y, como se sabe, en todo organismo hay funciones y éstas, a su vez, crean poder.

5. De lo social a lo político, de la multitud al pueblo

En la década del 90, como señalábamos, los militantes populares se refugian en lo social. De allí era menester pasar a lo político, o abrirse a lo político. No se encontró la manera y, en consecuencia, la enorme presión que se había acumulado subterráneamente en los trabajos sociales explotó, originándose la pueblada del 19-20 de diciembre del 2001. Pero en ella la frustración de no poder acceder a lo político originó su violento rechazo: ¡Que se vayan todos!, incluyendo en ese todo no sólo a los políticos y las respectivas instituciones, sino directamente a la política.

La pueblada significó, como lo señala Negri, la ruptura de todos los límites, quedando sólo las “singularidades inconmensurables” de la multitud, pero al negar la dialéctica, considera que esa ruptura de límites es la solución y que, en consecuencia, todo intento de poner o reponer límites como sería cualquier tipo de organización, sería una vuelta a la dominación.

Quien explotó el 19-20 de diciembre no fue simplemente una multitud, como cree Negri, sino un “pueblo”, es decir, una multitud que, en ese acto de rebelarse y expresar su voluntad de rechazo absoluto de la política se constituía como ese sujeto colectivo que llamamos “pueblo” y que forma parte esencial de las luchas políticas argentinas y latinoamericanas.

Alguien, ya sea un individuo o un grupo de individuos, se construye como sujeto cuando “se pone”, o, en otras palabras, decide, actúa. En el acto de decidir o de ponerse, se construye como sujeto. Éste es histórico, es decir, se transforma continuamente. Puede crecer, decrecer o desaparecer. El individuo que se somete simplemente desaparece como sujeto, se transforma en objeto.

En una pueblada la multitud se pone como pueblo, como sujeto-pueblo. Rompe todos los límites para ponerse nuevos límites que deben ser, a su vez, sobrepasados. Destroza un Estado que no le sirve, que lo aprisiona, que lo oprime, para construir un nuevo Estado y no, como creen Negri y Holloway, para terminar definitivamente con el Estado.

Luego de la pueblada surgieron en Buenos Aires y en las principales ciudades del interior una multiplicidad de asambleas que fueron escenarios de debates intensos. Era una experiencia nueva que se encontró obstaculizada en su intento de avanzar a lo político por dos concepciones contrapuestas. Por una parte, las agrupaciones políticas de izquierda con su concepción de “toma del poder” proponían la disolución de las asambleas en dichas agrupaciones. Sostenían que no había nada nuevo bajo el sol.

Por otro lado batallaban con la fuerza inusitada de lo nuevo las concepciones plenamente horizontalistas, asamblearias puras, sustentadas por las teorías de la dialéctica negativa y de la multitud. Las asambleas no debían pasar de ser asambleas plenas sin la organización que requiere funciones, liderazgos, representaciones. Está claro que, de esa manera, se aseguraba la “derrota” como así sucedió. Salvo las pocas asambleas en que se dieron el debate político, las que no lograron sobrepasar el nivel “rizomático”, desaparecieron.

En el 2011 podemos visualizar en América Latina el resultado de las dos posiciones principales contrapuestas, la que se planteó la huida del poder o, por lo menos, la no disputa por el poder y la que se planteó la creación de poder. Dejamos de lado la concepción de la toma del poder porque su resultado ya lo conocemos.

El zapatismo, por un lado, y la república pluricultural boliviana, por el otro. El zapatismo impactó con su propuesta en momentos en que el neoliberalismo parecía haber dado por tierra toda pretensión de una búsqueda alternativa. Parecía que, en efecto, la historia había terminado con el triunfo definitivo de la “democracia” detrás de la cual se ocultaba el triunfo neoliberal.

Pero actualmente puede verse con claridad las limitaciones de la propuesta zapatista. Efectiva para lo micro, resultó impotente frente a lo macro. La alergia frente a lo institucional y, en especial frente al Estado, queda sin respuesta frente a un México hoy bajo las garras del poder narco. Diferente es la propuesta boliviana que, desde las raíces de los pueblos originarios, como también es el caso mexicano, supo trascender “superando” dialécticamente al contradicción entre lo micro y lo macro, entre lo social y lo político, entre la construcción del poder desde abajo y su relación dialéctica con la realizada desde arriba.

Esta construcción, cuya visualización más clara la vemos en la Bolivia de Evo Morales, de diferentes maneras se realiza en Venezuela, Ecuador, Brasil y Argentina. El porvenir de esta construcción radica en la capacidad de crear poder desde abajo, desde las bases, desde lo social, y de conectarse dialécticamente con el “arriba”, con las instituciones, en una palabra con el Estado, apuntando a transformar el Estado, poniéndolo al servicio del pueblo. La creación de poder popular significa transformar la multitud en pueblo, sujeto colectivo, movimiento.
Buenos aires, 27 de diciembre de 2010
Artículo escrito para Herramienta.

Bibliografía

Badiou, Alain 1999 El ser y el acontecimiento. Buenos Aires: Manantial. 1999

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix 1988 Mil Mesetas (Capitalismo y esquizofrenia). Valencia, Pretextos.

Dri, Rubén (2006) La revolución de las asambleas. Buenos Aires, Ediciones Diaporías,.

Hardt, Michael y Antonio Negri: Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002.

Hegel, G. W. F. (1973) Fenomenología del Espíritu. México, Fondo Cultura Económica.

Holloway, John 2002 Cambiar el mundo sin tomar el poder, Buenos Aires,Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla.

Marx, Karl 1985 “Tesis sobre Feuerbach” en Marx, Karl y Engels, Federico La ideología Aleman. México, Pueblos Unidos.

Negri, Antonio y otros: Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina, Buenos Aires, Paidós, 2003.

[1] En 1947, cuando se empieza a implementar el rescate del capitalismo mediante la propuesta keynesiana, los principales intelectuales de la concepción neoliberal se reúnen en la localidad suiza de “Monte Peregrino”. Crean la sociedad “Monte Peregrino”, encargada de impulsar las ideas neoliberales.
[2] Vésae, a Badiou, Alain 1999 El ser y el acontecimiento. Buenos Aires: Manantial. 1999; página 85.
[3] Vésae Holloway, John 2002 Cambiar el mundo sin tomar el poder. Buenos Aires, Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla; páginas 307-308.
[4] No ignoramos que en la pueblada intervinieron otras causas, que los asaltos a los supermercados fueron planeados. Aquí lo que nos interesa se refiere al hecho del protagonismo popular independientemente de los planes que hayan tenidos los golpistas.
[5] Estas concepciones las he desarrollado en diversos trabajos, especialmente en La revolución de las asambleas. Buenos Aires, Diaporías.Ver especialmente Debate sobre el poder en el movimiento popular. Buenos Aires, El Colectivo; páginas 97 a 115 y “Construcción y organización del poder popular”, en revista Diaporías n° 2,páginas 117 a 129, Buenos Aires.
[6] El texto del evangelio según Marcos.

Transición

Transición
Publicado el 11 abril 2014 de Antonio Olivé

Hoy vamos a tratar en una interesante entrada la cuestión de la transición. No de laSOVIET DEMO (Cross-stitch) transición española ni sus pactos y demás, no; más bien vamos a tratar ese período entre el capitalismo y comunismo que Marx esbozó en su Crítica al Programa de Gotha y su posterior vulgarización a manos de la marxiología soviética. Gracias al trabajo de Jorge Luis Acanda, ensayista y profesor universitario, profesor principal de la disciplina “Historia del pensamiento marxista” y autor de numerosos libros y artículos, fue publicado originalmente en el nº 1 de Ruth, Cuadernos de Pensamiento Crítico. Una buena lectura…

Saludos fraternales. Olivé

________________________________________________________
Transición
Jorge Luis Acanda

Para tratar el tema de la transición hay que comenzar por destacar las variaciones que ha tenido el contenido de este término a lo largo del siglo XX (y de lo que ha transcurrido del XXI) en la teoría social y el discurso político. Variaciones que reflejan los cambios sucedidos en las constelaciones políticas de esos años, que han llevado a alcanzar significados no solo diferentes, sino incluso contrapuestos. Ya en 1875 Marx había hecho referencia a la necesaria existencia de un período o etapa de transición entre el modo de producción capitalista y la futura sociedad comunista.

El triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 convirtió el tema de esa transición en una urgencia. La expansión de regímenes autoproclamados socialistas en Europa, Asia, América Latina y África en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, resaltó la importancia de reflexionar sobre lo que entonces se denominó mayoritariamente como «transición al socialismo» en países con muy disímiles condiciones económicas, culturales e históricas. Entre 1945 y 1985, «transición» no podía significar otra cosa que transición al socialismo. La expansión de movimientos revolucionarios en esa etapa privilegió que dentro del pensamiento marxista producido desde los centros de poder de la URSS y los países socialistas europeos se desarrollara una rama teórica específica a la que se le denominó «teoría de la transición», que fue colocada dentro del «comunismo científico», una de las tres grandes «partes integrantes» del marxismo, según este cuerpo teórico que se denominó a sí mismo como marxismo-leninismo. Esa teoría de la transición produjo una gran cantidad de monografías, estudios, artículos, tesis de doctorado, etcétera, y se preciaba de haber establecido las leyes y regularidades que regían la transición al socialismo y que eran de obligatorio cumplimiento en cualquier país donde una revolución radical tomara el control del Estado y emprendiera la tarea de construir una nueva sociedad no capitalista, con independencia de sus condiciones sociales de partida.

El repentino desplome de los regímenes del comunismo de Estado y la bancarrota de aquel marxismo-leninismo que funcionó como su legitimación teórica no solo demostró la insolvencia de aquella teoría de la transición sino que, junto con la fuerte ofensiva ideológica del neoconservadurismo, provocó que ya en los años 90 la idea misma del socialismo – incluso en su variante light de corte socialdemócrata– fuera percibida por muchos como un absurdo impensable y promovió la difusión de la idea del carácter fatalmente inevitable del tránsito de todos los países hacia un modelo supuestamente superior de organización social, caracterizado en lo económico por la imposición de las recetas neoliberales y en lo político por el calco del sistema representativo-electoral existente en Estados Unidos y Europa Occidental. A esa conjunción se le llamó «democracia». La noción de democracia fue despojada de todas sus connotaciones sustantivas y reducida a un contenido meramente instrumental. La resemantización de todo el vocabulario político –inducida por el triunfante pensamiento de derecha– afectó también al concepto de transición. Ahora parecía que solo podía significar transición a la democracia (o sea, al capitalismo) y como tal la palabra se convirtió en pieza clave del discurso anticomunista. Se desplegó una «teoría de la transición a la democracia» que intentaba encontrar las regularidades comunes en procesos de cambio político tan diferentes como los que se dieron en España, en la desaparición de las dictaduras de «seguridad nacional» en el cono sur latinoamericano y en los países de Europa del Este. Así, la tradicional antinomia comunismo-capitalismo fue transmutada en la antinomia comunismo-democracia. La refuncionalización de este término (como la de tantos otros) fue tan profunda que amplios sectores de los maltrechos remanentes de la izquierda la aceptaron como tal y llegaron a rechazar y demonizar el propio concepto de transición. La bancarrota del proyecto de globalización neoliberal y la revitalización de las izquierdas, sobre todo en América Latina, han conducido a que el término «socialismo» sea de nuevo utilizado. El concepto de transición regresa al vocabulario de izquierda y recupera su significado original de cambio hacia un modelo social poscapitalista basado en la justicia social y la eliminación de la explotación. De ahí la pertinencia que adquiere reflexionar sobre los contenidos, la trascendencia y el valor del concepto de transición como instrumento teórico para pensar la revolución. Pero ello ahora, en el momento presente, no puede comenzar desde cero. Tiene que tener en cuenta tres elementos que han de funcionar como necesarios precedentes y fuente de experiencias. El primero es la existencia de un discurso sobre la transición al socialismo, producido durante decenios en la URSS y en otros países socialistas, que quiso presentarse como ciencia y que intentó teorizar sobre la esencia de esos procesos y el cual, por la difusión que llegó a alcanzar, constituye todavía un innegable campo de referencias para muchos. La realización de una crítica del mismo, que demuestre no solo las tergiversaciones que intentó fijar como verdades naturales sino también las causas que llevaron a las mismas, es un momento imprescindible. Para la realización de esa crítica, rescatarlas ideas de los clásicos del marxismo (y en ellos incluyo no solo a Marx, Engels y Lenin sino también a Gramsci) se convierte en un momento imprescindible, y constituye el segundo elemento a ser tenido en cuenta. El tercer elemento (y no menos importante) lo marca la experiencia histórica acumulada en los distintos países que intentaron esa transición poscapitalista, experiencia que en su conjunto ha sido frustrante, pero que es significativamente aleccionadora.

El presente texto intentará abordar el tema de la transición poscapitalista (llamémosla así por ahora) teniendo en cuenta estos tres momentos.

Aclarando los conceptos

Ante todo, se hace indispensable aclarar el contenido de aquellos conceptos que proporcionan la clave para comprender la interpretación marxiana sobre este tema. Comencemos por el propio concepto de transición. En su acepción común significa el paso de un estadio o nivel a otro. Referido a los procesos sociales, apunta a un cambio sustancial en el patrón organizativo, a una transformación de carácter sistémico. No se aplica a cualquier cambio, sino a aquellos que afectan el carácter cualitativo de la sociedad. El uso del concepto de transición para destacar el paso de un sistema social a otro puede suscitar una visión equivocada sobre las dinámicas de existencia de la sociedad, y reforzar la interpretación positivista (predominante en la ciencia social desde Comte y Durkheim hasta nuestros días, y también en buena parte del pensamiento marxista) que privilegia la estabilidad y concibe a la sociedad como esencialmente estática, sacudida solo de vez en cuando por momentos de cambio, e interpretando el movimiento y la transformación como procesos episódicos. Marx, por el contrario, armado de un pensamiento dialéctico, comprendió a la sociedad como el resultado de los procesos diversos y múltiples de producción y reproducción de los seres humanos y sus relaciones, y que por lo tanto existe en constante cambio y transformación.(2) Esos cambios pueden ser esenciales o no, es decir, pueden alterar o no la determinación cualitativa del sistema de relaciones sociales. Marx utilizó el concepto de transición para designar al período o fase en el que se produce la transformación de un modo de producción en otro. En su obra, él denomina una fase especial del desarrollo de una sociedad, en la que la reproducción del sistema de relaciones que constituye su fundamento se torna cada vez más difícil. Comienza entonces a formarse, con mayor o menor rapidez, con mayor o menor violencia, un nuevo sistema o modo de producción y organización de las relaciones sociales, que nace al interior y sobre la base del viejo sistema, el cual a su vez se constituye como elemento estructural importante que incide en y condiciona a las nuevas relaciones sociales emergentes. Para Marx, el concepto de transición designa las formas y el proceso a través del cual un modo de producción o una formación económico-social específica se transforma en otro. Los períodos de transición, por ende, son aquellos en los que surgen nuevas relaciones sociales en el seno de las anteriormente existentes, y están caracterizados –en consecuencia– por la relación de coexistencia y lucha entre las viejas y las nuevas relaciones sociales, lucha en la que las nuevas formas de relaciones alcanzan el papel determinante. A partir de 1845, con la redacción (conjuntamente con Engels) de La ideología alemana, el tratamiento del tema de la transición se vuelve frecuente en Marx. Sus reflexiones más importantes al respecto se encuentran en El capital (el conocido capítulo XXIV sobre el proceso de acumulación originaria y el así llamado capítulo VI, no publicado en vida de Marx), en los Grundrisse (el famoso capítulo «Formas que precedieron a la producción capitalista») –dedicados al análisis de la transición del feudalismo al capitalismo– y en el documento conocido como Crítica al Programa de Gotha (donde plasmó la expresión «período de transición» y expuso algunas tesis sobre la transición «al comunismo»). Y es justamente aquí donde se han producido divergencias de posiciones entre los seguidores de Marx, pues la expresión que la mayoría de ellos ha utilizado ha sido la de transición al socialismo.

¿Transición hacia dónde?

Si bien el concepto de transición puede utilizarse para designar los sucesivos cambios en los modos de producción que se han dado en la historia, lo que nos interesa aquí es la transición hacia una sociedad no solo distinta sino superior a la capitalista. ¿Cómo denominar esa etapa superior hacia la que tiene que dirigirse el cambio? La transición poscapitalista, ¿se dirige hacia el socialismo o hacia el comunismo? En la vasta literatura marxista sobre el tema no hay uniformidad en las respuestas a estas preguntas. Se han empleado distintas expresiones, lastres más recurrentes: transición al socialismo, transición al comunismo, transición socialista. Un elemento que contribuye a la imprecisión en el tratamiento de este asunto es la propia ambigüedad en el uso de los términos «socialismo» y «comunismo». A veces se han tratado como sinónimos, y por lo tanto plenamente intercambiables en el discurso político, aunque otras veces han aparecido como términos no solo diferentes, sino incluso contrapuestos. Es evidente que la obra de Marx es expresión de un sentimiento de rechazo al capitalismo por sus efectos devastadores sobre el ser humano. Pero Marx no fue el primer pensador anticapitalista, ni tampoco el primer pensador comunista. Y esta diferenciación entre anticapitalismo y comunismo es importante. No todo sentimiento o pensamiento derechazo al capitalismo es revolucionario. El anticapitalismo era un sentimiento ya presente, y relativamente extendido, en la primera mitad del siglo XIX, y se manifestaba en dos vertientes esenciales, una reaccionaria y otra revolucionaria. Los defensores del ancien régime, del orden feudal, de los privilegios de la casta aristocrático-clerical, evidentemente rechazaban al orden capitalista en tanto significaba la pérdida de sus privilegios y de su posición de poder. Manifestación de esto fue el romanticismo que, en tanto movimiento espiritual, expresó el repudio al mercantilismo inherente al capitalismo desde una posición de nostalgia y embellecimiento del viejo orden feudal. Desde otra posición política y cosmovisiva, otras corrientes existentes a fines del siglo XVIII y principios del XIX promovían la eliminación de la propiedad privada y de la explotación del hombre por el hombre, y no predicaban el regreso a forma alguna de organización social anterior, sino la creación de una radicalmente nueva. Los conceptos de comunismo y socialismo eran utilizados en forma indistinta para designar esas corrientes políticas y sus ideales. Desde el inicio mismo de su trayectoria intelectual y política, Marx destacó los errores y limitaciones de las corrientes socialistas y comunistas existentes y se preocupó siempre por resaltar las diferencias entrea quellas y sus propias concepciones.(3) La noción que utilizaron, tanto él como Engels, para designar sus posiciones teóricas y políticas, fue siempre la de comunismo. En las dos últimas décadas del siglo XIX estos dos conceptos vuelven asolaparse. En el seno de la II Internacional, el término que se generalizó para designar al movimiento anticapitalista que señalaba a la clase obrera como fuerza motriz del cambio hacia una sociedad sin clases sociales ni explotación fue el de socialdemocracia. Se identificó con él a todos los partidos integrantes de la II Internacional. Marx y Engels tuvieron que aceptar, por razones tácticas, esa denominación. El triunfo de la Revolución Soviética en 1917, la escisión del movimiento obrero entre una corriente reformista y otra revolucionaria, y la fundación de la Internacional Comunista o III Internacional, condujeron a una nueva redefinición terminológica. A instancias del propio Lenin, se utilizó el concepto de comunista para designar la tendencia revolucionaria y subrayar su diferencia con respecto a la vieja socialdemocracia. Comunista se convirtió en sinónimo de intención de superación del capitalismo y creación de una sociedad sin clases, y «socialdemócrata»se identificó con reformismo. La Internacional Socialdemócrata –o Socialista– continuó existiendo, enfrentada en una relación de abierta hostilidad a la Internacional Comunista. En la etapa de entreguerras surgieron partidos comunistas en Europa, Asia y América Latina, los cuales sostuvieron una abierta y enconada lucha contra los partidos socialistas por la hegemonía en el movimiento obrero. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en varios países este-europeos se instalaron regímenes dirigidos por sus respectivos partidos comunistas, que se plantearon la realización del modelo social existente ya en la URSS. Estos se denominaron a sí mismos socialistas, y al conjunto de ellos se le llamó «comunidad socialista de naciones» o «campo socialista», e incluso algunos de esos partidos comunistas cambiaron su nombre adoptando el calificativo de socialista.(4) Pero mientras en ese contexto geográfico se forjaba esa cuasi identificación entre socialismo y comunismo, en otros esos términos seguían manteniendo su contraposición. En países como Francia e Italia, los partidos socialistas mantuvieron su enfrentamiento con los comunistas locales. En América Latina también existían partidos socialistas con proyecciones programáticas diferentes a las de los comunistas.(5) Se mantuvo así una ambigüedad en el uso de estos términos en el imaginario político. Socialismo lo mismo podía ser sinónimo de comunismo o algo muy diferente. A todo esto debe añadirse lo que ocurrió con el propio concepto de comunismo. Dejó de designar un ideal para identificarse con un ordenamiento político-social concreto y específico: el existente en la URSS. El sistema soviético, marcado por la carencia de libertades, la centralización extrema del poder político y la ineficiencia económica, difícilmente podía ser atractivo, y esto tuvo repercusiones negativas sobre las evocaciones que despertaba el propio término de comunismo y para su capacidad movilizatoria. Como puede apreciarse, la confusión y la imprecisión terminológicas han primado en el uso e interpretación de los conceptos de socialismo y comunismo en el imaginario y el discurso políticos. Para poder responder a la interrogante planteada arriba (¿transición hacia dónde?) será necesario procurar precisión conceptual. Y para ello los textos de Marx constituyen un referente inexcusable.

Marx sobre el capitalismo

El proyecto marxiano consistía en la construcción de un ordenamiento social no solo diferente, sino superior al capitalismo. ¿Qué puede querer decir «superior»? ¿Superior en qué sentido, de acuerdo a cuáles parámetros o criterios valorativos? Son interrogantes de cuya respuesta depende la interpretación que tengamos sobre las características esenciales de ese modelo futuro y también de la propia transición. No puede alcanzarse una conceptualización profunda de la esencia de ese nuevo ordenamiento social proyectado, ni de las características que necesariamente ha de tener la transición para que efectivamente nos lleve hacia la realización de ese modelo y no hacia algún otro lugar, si no se parte de comprenderlos rasgos esenciales del capitalismo. Socialismo/comunismo (y la transición correspondiente) son conceptos cuya exactitud teórica requiere un entendimiento previo de la determinación cualitativa del capitalismo. Marx criticó las concepciones predominantes de las doctrinas socialistas y comunistas de su época que daban una visión superficial del capitalismo. Se limitaban a denunciarlo por su carácter explotador, por la existencia de una minoría enriquecida que oprime a una mayoría empobrecida. Resaltó la necesidad de establecer lo específicamente diferente y novedoso en el capitalismo con respecto a los regímenes explotadores anteriores. La existencia de pobres y ricos, de explotadores y explotados, databa de los inicios mismos de la historia de la humanidad. ¿En qué residía lo cualitativamente específico de la explotación capitalista? En un texto marxiano de 1844 encontramos el siguiente pasaje: «La antítesis de no propiedad y propiedad, en tanto nos sea entendida como la antítesis de trabajo y capital, sigue siendo una antítesis de indiferencia, no aprehendida en su conexión activa, su relación interna: antítesis aún no aprehendida como contradicción».(6) Lo que se está subrayando es la necesidad de establecer en forma concreta, precisa, la contradicción fundamental de esa sociedad, que no puede seguirse pensando en los términos abstractos de pobre-rico, explotado-explotador, sino en los de capital-trabajo. Fue a partir de esa constatación, y de una ardua y prolongada labor teórica para develar los rasgos esenciales del capital y del trabajo asalariado, que Marx logró conformar su comprensión sobre el capitalismo como modo específico de producción de las relaciones sociales. Brevemente (por razones de espacio) paso a señalar los elementos fundamentales de la caracterización marxiana del capitalismo.

1. El primero es precisamente definir al capitalismo como un modo de producción. Es importante precisar lo que esto quiere decir. A diferencia de lo que han entendido muchos de sus seguidores, Marx no tuvo una interpretación economicista del concepto de producción, y por ende mucho menos de la categoría de modo de producción. La clave de la concepción dialéctico-materialista de la historia y la sociedad elaborada por Marx radica en afirmar que el proceso de producción de la vida material de los seres humanos condiciona la producción de su vida espiritual. Es decir, que al producir sus bienes materiales los seres humanos producen también, y en correspondencia con aquellos, sus ideas, valores, potencialidades, necesidades, etcétera. En el primer capítulo de La ideología alemana, se afirma que «modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida (subrayado por Marx)(7) de los mismos».(8) El capitalismo no es tan solo un modo de producción de bienes materiales, constituye un modo de producción de la vida social, un modo de producción de la subjetividad y un modo, históricamente determinado, de apropiación material y espiritual de la realidad por los seres humanos.

2. A diferencia de la inmensa mayoría de los pensadores anticapitalistas de su época (e incluso posteriores), para Marx la aparición del capitalismo no significó un paso de retroceso en la historia de la humanidad, sino un momento de avance. No encontraremos en su obra ninguna evocación nostálgica sobre alguna «época dorada» anterior. Tuvo una interpretación sobre la significación histórica del capitalismo que podemos caracterizar de ambivalente.(9) Destacó los aspectos contradictorios, negativos por un lado y positivos por el otro, que ejerce sobre la subjetividad humana. El capitalismo liberó a los seres humanos de la subordinación a todo lo estancado, estamental y sacralizado que impedía el despliegue de sus potencialidades. Pero a la vez, tiende a unilateralizar el despliegue universal de esas potencialidades por la senda exclusiva que tributa a la producción de plusvalía. De esto se deduce que si la sociedad comunista ha de pensarse como superación del capitalismo, ha de proyectarse y estructurarse como una en laque se potencie esta tendencia –ya presente en el seno del capitalismo– al despliegue multilateral de las capacidades y potencialidades humanas. Si vinculamos lo que aquí se señala con lo afirmado en el punto anterior, está claro que para Marx el comunismo, en tanto un modo de producción que sustituirá al capitalista, ha de significar esencialmente un modo de producción de la subjetividad social, un modo de apropiación material y espiritual de la realidad cualitativamente superior, y tal criterio de valoración radica precisamente en la multilateralidad de las relaciones sociales que los hombres producen y establecen entre ellos y sus producciones.

3. La universalización de la forma mercancía. La producción mercantil, las relaciones monetario-mercantiles, el mercado, todo ello existía desde mucho antes del surgimiento del capitalismo. Lo novedoso, lo específico de este sistema radica en que, por primera vez, dejan de ser fenómenos sociales secundarios y adquieren un carácter esencial. Una característica primordial del capitalismo radica en que todas las relaciones sociales, todas las formas de actividad social y todos los productos sociales (materiales y espirituales) caen bajo la égida de la producción mercantil.(10) El mercado deja de ser un fenómeno específicamente económico para convertirse en el espacio social por excelencia: solo allí se encontrarán, se relacionarán los seres humanos entre sí y con sus producciones.

4. Por consiguiente, la transformación del mercado de fenómeno exclusivamente económico (como lo era en las sociedades anteriores) en el espacio social privilegiado de existencia, realización, circulación y consumo de todas las formas de actividad humana y de todas las producciones sociales. El predominio de la tendencia a convertir toda relación social en una relación mercantil y todo producto y toda actividad humanas en mercancía.

5. Expropiación del productor de toda relación fija y estable con las condiciones de producción. En las sociedades anteriores los productores directos carecían de la propiedad sobre los medios fundamentales de producción, pero mantenían una relación estable con las condiciones de producción, relación de la que no podían ser despojados. Para que el capitalismo exista es necesario que el productor sea privado de todo vínculo fijo con las condiciones de producción, lo que lo forzará a convertirse en un vendedor permanente de su fuerza de trabajo.

6. Predominio de la compra-venta de fuerza de trabajo como la relación productiva fundamental.

7. La conversión de la fuerza de trabajo no solo en mercancía, sino en la mercancía más importante del sistema productivo capitalista, y el desarrollo de la división social del trabajo llevan a su máxima expresión el carácter enajenante y enajenado del trabajo.

8. La tendencia a la mercantilización universal del sistema de relaciones sociales conduce a su vez a la universalización del carácter fetichizante y fetichizado de la mercancía.

9. La producción de plusvalía como objetivo y finalidad esencial de todo el sistema de relaciones sociales.

Marx sobre el comunismo

Una vez que se ha entendido la concepción marxiana sobre el modo de producción capitalista, puede alcanzarse una comprensión más completa acerca de lo que significaba para Marx el modelo de una futura sociedad comunista. A diferencia de los otros pensadores comunistas, nunca se dedicó a proporcionar un cuadro dibujado en detalles de las características de esa futura sociedad, pues lo consideró un ejercicio especulativo. Solo nos dejó algunos elementos para poder establecer, agrandes rasgos, las características más generales y esenciales que ha de tener ese futuro modo de producción. Un elemento fundamental ya lo hemos señalado y reside en su propia interpretación del capitalismo: el comunismo ha de ser un modo de producción superior al capitalista, en el sentido de producir una subjetividad humana más libre y universal, degenerar un modo de apropiación espiritual y material de la realidad desenajenante. Su interpretación sobre el comunismo no se limita a des-tacar la eliminación de la miseria o el subconsumo de bienes materiales indispensables, sino que –más allá de eso– apunta a la conformación de un nuevo sistema de producción de las necesidades materiales y espirituales del ser humano y de un nuevo sistema de producción de las formas y sentido de la satisfacción de esas necesidades. Otro elemento importante lo constituye la crítica que realizó a las concepciones comunistas existentes en su época. En los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y el Manifiesto Comunista, encontramos interesantísimos pasajes en los que expresó su rechazo a la interpretación economicista y cosificada del comunismo que lo conciben como consumación del capitalismo al entenderlo unilateralmente como universalización del consumo de cosas, y otros fragmentos en los que criticó a lo por él denominado «comunismo cuartelario», que presentaba un proyecto de sociedad que reproducía las características de un convento o un cuartel. Para Marx la transformación del carácter del trabajo constituía un elemento primor-dial para el libre despliegue de las potencialidades humanas. Libertad, creatividad, socialización de la propiedad y del poder, constituían los objetivos a alcanzar y se constituían en principios orientadores del prolongado proceso de transformación revolucionaria de la sociedad. A partir de esa concepción sobre el comunismo debemos entonces extraerlos criterios para fijar los rasgos esenciales de un proceso de transición desde el modo de producción capitalista hacia el comunismo.

¿Qué es entonces el socialismo?

Como hemos visto, la historia de la humanidad ha estado signada por la sucesión de distintos modos de producción y por la existencia de diferentes fases o períodos de transición de uno al otro. Pero la transición del capitalismo al comunismo es muy diferente a las transiciones anteriores. Implica una transformación mucho más radical, pues no supone el cambio ni el perfeccionamiento de las relaciones de explotación sino su desaparición. Retomando una idea que encontramos en el primer capítulo del Manifiesto Comunista, ya no se trata de que una clase tome el poder social e imponga su modo de apropiación de la realidad, como había ocurrido siempre, sino de abolir todo modo de apropiación existente hasta nuestros días y construir otro esencialmente nuevo.(11)

Es evidente que un cambio tan revolucionario implica la existencia de un período o fase de transición relativamente prolongado. En la Crítica al Programa de Gotha , Marx denominó socialismo a ese período de transición. Tanto él como Engels entendieron que el socialismo es la transición.(12) Es la fase caracterizada por la coexistencia en lucha de las nuevas relaciones sociales de producción (que no pueden ser concebidas de otra manera sino como relaciones de producción comunistas) y las viejas relaciones capitalistas, lucha que se expresa necesariamente en todos los sectores de la vida social y en la que las relaciones sociales comunistas van sustituyendo gradualmente a las viejas, gracias a la incesante acción revolucionaria de las clases y sectores sociales interesados en esa subversión profunda de lo existente.

La interpretación de la teoría marxiana que se desarrolló en la URSS desde fines de los años 20 y que fue impuesta como doctrina oficial en los restantes países del campo socialista, presentó una concepción sobre la transición que difería en mucho, y esencialmente, de la que produjeron Marx, Engels y Lenin. Ante todo, se estableció una diferencia entre transición y socialismo. Se fijó y difundió una interpretación etapista (y por supuesto economicista y mecanicista) sobre la transformación revolucionaria del capitalismo hacia el comunismo. Se redujo la transición a transición al socialismo y se presentó a este como un modo de producción específico.

Dicha deformación de las ideas de los fundadores del marxismo se elaboró en la Unión Soviética desde fines de los años 20 y encontró su expresión más desarrollada en el tristemente célebre Manual de Economía Política elaborado por la Academia de Ciencias de la URSS y publicado en 1954, el cual alcanzó carácter de texto canónico en todos los países del campo socialista. Los principales elementos teóricos de esta reinterpretación del socialismo como modo de producción fueron los siguientes:

Se dividió la transición en tres etapas: a) el período de transición al socialismo, entendido como etapa relativamente breve (según el Partido Comunista de la Unión Soviética, esta etapa había concluido allí hacia 1936 –este criterio de un lapso cronológico de aproximadamente veinte años fue seguido por los demás partidos en el poder en la Europa socialista–) en la que se expropiaba a los burgueses, se estatalizaba la propiedad, se incentivaba la industrialización del país y se eliminaban las relaciones capitalistas de producción; b) al concluir esa fase se arribaba al modo de producción socialista, cuya primera etapa sería la de «construcción del modo de producción socialista», en la que organizaban y consolidaban las relaciones socialistas de producción; c) a esta seguía una etapa posterior llamada de construcción de las condiciones mate-riales para el comunismo. Tras esta última etapa del modo de producción socialista, sobrevendría la aparición del modo de producción comunista.(13)

Al constituir el socialismo un modo de producción específico, en él tendrían que predominar unas relaciones sociales de producción nuevas que ya no eran las capitalistas pero que todavía no eran las comunistas. ¿Cuáles serían las características específicas de esas supuestas «relaciones de producción socialistas»? Por supuesto, esa pregunta no pudo ser respondida convincentemente.

El surgimiento del modo de producción socialista se presentó como resultado necesario y mecánico del desarrollo industrial y de la su-presión de toda forma de propiedad privada sobre los medios de producción, garantizada por la estatalización de la propiedad. Es decir, como resultado automático de procesos y decisiones de carácter económico. Esto constituyó una visión unilateral de la complejidad de la transformación revolucionaria de la sociedad, colocando en un plano secundario la dimensión político-cultural de la misma.

Se afirmaba que en esa sociedad habría desaparecido toda forma de explotación, aunque no se podía ocultar que continuaba existiendo la compra-venta de la fuerza de trabajo. Esto constituyó un verdadero contrasentido lógico y teórico.

Era evidente que en el socialismo continuaban existiendo clases sociales, pero se afirmó que habría desaparecido la lucha de clases, pues habrían sido eliminadas las clases explotadoras y con ello los antagonismos consiguientes. La estructura clasista se habría simplificado al máximo, pues en lo esencial solo quedarían la clase obrera y el campesinado, y los intelectuales, clasificados apenas como «sector social». Todo esto no solo constituía un burdo achatamiento de la complejidad de la estructura clasista en la transición socialista, sino que implicaba a su vez el abandono de una idea esencial del marxismo: la tesis de que es la lucha de clases la que constituye a las clases y que estas no pueden existir sin aquella.

Se presentó el tránsito al socialismo y de este al comunismo como dependiente esencialmente del desarrollo tecnológico. Se abandonó la tesis marxiano-leniniana sobre la centralidad de la lucha de clases como elemento principal del cambio social.

Por otra parte, la estatalización de la propiedad no implica la superación de las condiciones de existencia de la clase obrera, sino su perpetuación. Se extiende y perpetúa la condición del proletariado a toda la sociedad, cuando el objetivo establecido por los fundadores del marxismo no es la universalización de esa condición, sino la superación de la misma, la eliminación de todas las clases. La clase obrera es la única que quiere alcanzar el poder no para mantener y extender a toda la sociedad sus condiciones de existencia, sino para eliminarlas. Para eliminarse como clase, a la vez que elimina toda diferenciación de clases. Ello solo es posible si los sectores productivos de la sociedad establecen otra relación con los medios de producción a través de la socialización real y efectiva de la propiedad.

En el socialismo, entendido como etapa relativamente prolongada de transición hacia el modo de producción comunista, la permanencia de las relaciones monetario-mercantiles, del trabajo asalariado y de la división social del trabajo condicionan la permanencia del carácter enajenado y enajenante del trabajo y la necesidad de la constante lucha por potenciar las estructuras que permitirán la superación gradual e incesante de esa enajenación.

De acuerdo con la concepción sobre las clases sociales expuesta por Marx, Engels y Lenin, es imposible pensar la existencia de clases sin la existencia de la lucha de clases. El socialismo no puede ser concebido como una sociedad carente de conflictos y luchas, en la medida en que –dadas las condiciones existentes en el proceso productivo– existen las clases sociales, y en la medida en que la coexistencia de relaciones sociales capitalistas de producción impide que la estructura clasista sea tan simple y reducida como in-tentó presentarla el dogma estalinista. La clave está precisamente en potenciar los espacios de existencia de aquellos conflictos y contradicciones generadores del desarrollo de relaciones sociales de producción comunistas.

La superación de las relaciones capitalistas de producción en un país que intenta la construcción del comunismo está condicionada por el grado en el que pueda insertarse en un sistema económico internacional no regido por la lógica del sistema capitalista. Por lo tanto, la «construcción del socialismo» en un solo país es imposible. El proceso histórico hacia el comunismo tiene que ser un proceso universal.

El Estado es un instrumento de poder de una clase. El objetivo del socialismo, como etapa de transición, consiste en la gradual extinción del Estado, y no en su constante reforzamiento, como ocurrió en la realidad de los países del campo socialista. El Estado no puede convertirse en el sujeto director exclusivo del proceso revolucionario.

La transición socialista como lucha contrahegemónica

La chatura conceptual de la teoría de la transición fue el resultado de la verdadera función que debía cumplir: servir de instrumento legitimador de las prácticas políticas de las dictaduras burocráticas implantadas en la URSS y en otros países del campo socialista. Su concepción economicista y mecanicista de la historia, su interpretación etapista y evolucionista de la transición, permitieron eliminar de un plumazo la contradicción tendencial presente en el socialismo, destacada por Marx, Engels y Lenin: «la revolución proletaria es a la vez constitución del proletariado en clase dominante y revolución que emprende la abolición de todas las formas de dominación de clase, y por lo tanto de la supresión de todo Estado».(16)

Precisamente el tema del Estado y del poder y de los cambios en su esencia y morfología en la transición socialista, constituyó uno de los grandes déficits teóricos del marxismo dogmático. Se pensó la cuestión del poder simplemente como algo que se resuelve en un acto puntual: asalto, toma, destrucción de los aparatos públicos represivos y reconstrucción de estos. La esencia de la revolución se limitaba a la consumación de un conjunto de actos de fuerza de carácter estatal-jurídico (promulgación y cumplimiento de leyes que expropiaran a los expropia-dores y condujeran a la eliminación o desaparición de las clases sociales antagónicas al proyecto comunista) tras lo cual la irreversibilidad del socialismo quedaba asegurada. Es aquí donde el aporte de Antonio Gramsci es imprescindible como referencia para pensar la transición socialista. Su obra permite tener una visión orgánica y profunda sobre la complejidad de los mecanismos del poder de la burguesía. El eje teórico de sus reflexiones lo constituye el concepto de hegemonía. La burguesía puede ejercer su dominio sobre el conjunto social porque es capaz no solo de imponer, sino de hacer aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos sociales, a través de la construcción de una intrincada malla de estructuras condicionadoras de las formas de actividad y pensamiento de los individuos. Su poder se basa en la capacidad de englobar y cooptar toda la producción espiritual hacia el cauce de sus intereses. El componente esencial de esa hegemonía es precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio donde se producen y difunden las representaciones ideológicas.

A diferencia de las formaciones hegemónicas anteriores, la transición socialista ha de aspirar a liberar las capacidades creadoras contenidas en los grupos sociales hasta ahora mantenidos en la explotación y a los que se les negaba la posibilidad de constituirse como sujetos. La desaparición de los elementos enajenantes de la vieja sociedad y la construcción ininterrumpida de un sistema de relaciones emancipadoras, implican la construcción de una hegemonía de tipo inédito, que abra cauces que permitan a esos grupos construirse su propia subjetividad desalienante, para que la hegemonía pueda afianzarse. La nueva hegemonía liberadora ha de tener pues como objetivo potenciar una sociedad civil que sea escenario de la acción creadora de los sujetos que la componen.

Como demostró la experiencia de los países del campo socialista, eso no se logra uniformando a la sociedad, ni a través de la aspiración irrealizable de convertirla en un bloque monolítico y monocorde, sino sentando –por medio de un sistema múltiple de estrategias incesantes– los fundamentos de una sociedad civil más plural, precisamente por más inclusiva, que la sociedad capitalista.

El modelo estadocéntrico impuesto en los países del campo socialista no constituyó una alternativa viable a los retos provenientes del enfrentamiento al sistema capitalista: no pudo estructurar una combinación adecuada entre participación, eficiencia, autonomía y equidad, cuatro componentes esenciales de cualquier proyecto revolucionario social.

Esto significa la necesidad de plantearse, como una tarea central de la transición socialista, la exigencia de la construcción de un poder radicalmente diferente al que durante milenios se ha mantenido y perfeccionado. Es la gran tarea pendiente que aún tiene la revolución socialista.

Desde la comprensión de la transición socialista como lucha contrahegemónica que tiene en la sociedad civil su espacio privilegiado, se avanza hacia la comprensión del socialismo como tensión, y ello significa entenderlo como una formación social que recoja en forma superada (es decir, desde una perspectiva mucho más humanista que el capitalismo) la necesaria contradicción entre racionalización y subjetivación y la traduzca en las distintas esferas de la vida cotidiana a contradicciones realmente generadoras del desarrollo de la subjetividad humana.

NOTAS

1 Véase Carlos Marx y Federico Engels: «Crítica al Programa de Gotha», Obras escogidas,t. III, Moscú, Editorial Progreso, 1974.

2 Para un tratamiento sistemático al respecto, consúltese la obra desarrollada por los autores dela corriente conocida como Open Marxism, en: W. Bonefeld, R. Gunn y K. Psychopedis(eds.): Open Marxism , vols. 1-3, Pluto Press, Londres, 1992, 1995

3 Al respecto, ver las siguientes obras: C. Marx: Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La ideología alemana, Manifiesto Comunista; F. Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico, Anti-Dühring.

4En Hungría, Partido Socialista Obrero Húngaro; en la RDA, Partido Socialista Unificado Alemán; en Polonia, Partido Obrero Unificado.

5 El caso de Cuba fue en cierta medida específico, aunque se insertó en esta línea de ambigüedad: el partido comunista cubano se rebautizó a fines de los años 30 como Partido SocialistaPopular

6 C. Marx: Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La Habana, Editora Política, 1965, p. 103.

7Digo «subrayado por Marx» porque aunque La ideología alemana fue redactada conjuntamente con Engels, fue Marx quien escribió el primer capítulo.

8 Ver C. Marx y F. Engels: «La ideología alemana», ob. cit. (en n. 1), t. I, p. 16.

9 Al respecto, ver Marshall Berman: Todo lo sólido se disuelve en el aire. La experiencia de la modernidad., México, Siglo XXI Editores, 1988

11 Ver C. Marx y F. Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», ob. cit. (en n. 1), t. I, pp. 120-121.

12 Ver: F. Engels: Anti-Dühring , La Habana, Editora Política, 1965; V. I. Lenin: «El Estado y la revolución», Obras escogidas , t. II (3 t.), Moscú, Editorial Progreso, 1961.

13 Recordemos que a inicios de la década del 60 del siglo XX , el Partido Comunista de la URSS afirmaba que esta había cumplido todas las fases del socialismo y se encontraba en el inicio de la construcción de la sociedad comunista, y que su máximo dirigente, Nikita S. Jhruschev,llegó a afirmar: «Esta generación vivirá en el comunismo». Los respectivos partidos en el poder en los países del campo socialista establecieron el nivel en el que cada uno se encontraba según esta clasificación. Los lugares más avanzados en el modo de producción socialista se lo adjudica-ron la República Democrática Alemana y Checoslovaquia. Por su parte, la República Democrática de Vietnam reconoció que tan solo se encontraba en la etapa de transición al socialismo. El Partido Comunista de Cuba nunca definió oficialmente si ya había alcanzado el socialismo o si todavía se encontraba en el «período de transición».

14 Para entender fehacientemente la concepción de Marx al respecto, léase con detenimiento el primer capítulo de La ideología alemana , especialmente el epígrafe titulado «Desarrollo de las fuerzas productivas como premisa material del comunismo». Ver C. Marx y F. Engels: La ideología alemana, La Habana, Editora Política, 1979, p. 34.

15 Engels hizo hincapié en esta idea, sobre todo en la sección «Socialismo» del Anti-Dühring

16 Ver Etienne Balibar: Sobre la dictadura del proletariado, México, Siglo XXI Editores, 1976, p. 25 y ss

Entre la izquierda subalterna que no acaba de morir y la izquierda antagonista que no termina de nacer

ENTRE LA IZQUIERDA SUBALTERNA QUE NO ACABA DE MORIR Y LA IZQUIERDA ANTAGONISTA QUE NO TERMINA DE NACER
por MASSIMO MODONESI

En tiempos convulsionados como los que estamos viviendo, es imperativo detenerse a reflexionar sobre el estado crítico de la izquierda mexicana, como condición para poder imaginar o vislumbrar rumbos alternativos.

Decir que la izquierda mexicana está en crisis se convirtió en un lugar común que, aunque haya ido apareciendo y reapareciendo a lo largo de la historia reciente, se instaló en los últimos años como una convicción generalizada en la opinión de ciudadanos y analistas y en particular, lo que es más significativo y disruptivo en clave histórica, en una generación entera, con una creciente animadversión desde la masacre de Iguala y la desaparición forzosa de los 43 normalistas de Ayoztinapa. Una generación que, desde el #YoSoy132 y pasando por el movimiento actual, se moviliza y politiza sin rumbos claros ni cristalizaciones organizacionales durables pero con fuerza, radicalidad y potencial subversivo que, aún en ausencia de firmes anclajes clasistas y prístinas referencias ideológicas, parece ser la única esperanza para la construcción-reconstrucción de una izquierda antagonista y antisistémica con cierta presencia e influencia en México.

flores 11La idea de crisis, con su polisemia, permite enfocar dos niveles problemáticos y estrechamente articulados de la vida de las izquierdas, el del desgaste o desaparición de sus formas “efímeras” (partidos, organizaciones o movimientos), pero también el debilitamiento y al mismo tiempo la oportunidad de revivificación de la izquierda como movimiento histórico, como conjunto de distintas y difusas formas de organización, como posturas y prácticas políticas surgidas de un marco común de ideas y actitudes, en particular de una cultura de la crítica y una disposición a la lucha. Decía Gramsci que la crisis era un interregno entre lo viejo que moría y lo nuevo que nacía, que podría traducirse, en el México de hoy, en la sobreposición de la crisis de una izquierda subalterna que no termina de morir y la emergencia de una izquierda antagonista que no acaba de nacer.

En el afán de contribuir a descifrar este entrecruzamiento, en los párrafos siguientes, antes de referirme a la específica crisis histórica de la izquierda subalterna, repasaré las que considero raíces y pasajes históricos de la crisis general de la izquierda en México para posteriormente concluir con algunas reflexiones sobre las oportunidades que abre la coyuntura actual en la óptica de la construcción de un polo de izquierda antagonista.
RAÍCES Y PASAJES DE LA CRISIS DE LA IZQUIERDA MEXICANA

Para evitar circunscribir el trillado tema de la descomposición del perredismo al análisis de las culpas, traiciones o responsabilidades de los grupos dirigentes1, puede resultar útil alargar la mirada y revisar brevemente algunos pasajes “críticos”, es decir generadores de crisis, puntos de inflexión de la configuración-desconfiguración de las izquierdas mexicanas, evidenciando los procesos de fondo, bajo la hipótesis que solo revirtiéndolos o subvirtiéndolos desde esta misma profundidad surgirán/resurgirán izquierdas a la altura de los desafíos que enfrentamos.

La crisis de la izquierda mexicana en su conjunto tiene un trasfondo histórico y, por ello, una profundidad societal que no se puede menospreciar bajo riesgo de caer en un voluntarismo superficial. En este nivel, más alto y más profundo a la vez, aparece la cuestión central -solo parcialmente condicionada por los aciertos-desaciertos de los grupos dirigentes: los vaivenes de la lucha de clases en México no soportaron, sostuvieron o impulsaron uno o varios proyectos de izquierda antisistémica sólidos, expansivos y duraderos sino más bien cobijaron fenómenos esporádicos e inorgánicos de movilización.

flores 12Se podría fácilmente argumentar que eso ocurrió en México como en otras partes del mundo, en correspondencia a una época de restauración neoliberal y, sin embargo, por lo menos en América Latina, a contracorriente de esta tendencia general, existen experiencias mucho más significativas en cuanto a sus resultados tantos institucionales como a sus dinámicas y arraigos sociales y, en México, en 2006 no se estuvo lejos de un escenario “latinoamericano”, es decir de una crisis política generada por la irrupción de un movimiento popular, que podía haber dado lugar a un gobierno progresista encabezado por Andrés Manuel López Obrador.2

Sin la pretensión de sintetizar décadas de historia del tiempo presente mexicano en unos cuantos párrafos, me parece que es necesario señalar y posible enlistar algunos pasajes críticos, a los cuales aludía arriba, para tratar de dar un panorama de época.

Una época que arranca en 1988, un año antes de la fecha que marca el giro de la historia mundial, demostrando que la caída del muro de Berlín no fue el acontecimiento decisivo para la izquierda mexicana.

El movimiento democrático de 1988, a pesar de la derrota que implicó la objetiva consumación del fraude electoral, dejó un saldo político subjetivo y organizacional importante en tanto reanimó y articuló varios sectores de izquierda3, al mismo tiempo hay que recordar como éstos no lograron impulsar un ciclo ascendente de luchas y tuvieron que replegarse inmediatamente en una línea defensiva frente a la ofensiva del neoliberalismo salinista, cuyo carácter ilusorio fue desmitificado con eficacia no por la presión de la izquierda existente en ese momento sino por el levantamiento zapatista de 1994, seis años después, años de resistencia que costaron muchas derrotas políticas (e ideológicas ya que fueron los años hegemónicos del neoliberalismo) y muchos asesinatos de militantes de izquierda.

Desde 1994, el impacto del zapatismo abrió un nuevo ciclo de luchas y de antagonismo en el cual se forjó una nueva generación de militantes que se proyectó a nivel internacional en los albores del altermundismo e inauguró una serie de tendencias novedosas en el terreno de los imaginarios y los discursos así como en las dinámicas organizacionales. Al mismo tiempo, a pesar de tan promisorias perspectivas y de una centralidad simbólica y política entre 1994 y 2001, el zapatismo quedó atrapado en la fallida táctica de forcejeo-negociación con el Estado y no logró generar una ruptura real en la política nacional. Mientras el zapatismo alternaba resistencia local en Chiapas, presión y agitación a nivel nacional, el PRD después de la decepción de la elección presidencial de 1994 ganaba espacios en gobiernos estatales con la esperanza de un lenta acumulación de fuerzas, una larga marcha en las instituciones que se estrelló en la alternancia gatopardista orquestada por PRI y PAN.

Apenas un sexenio después del histórico levantamiento de 1994, en 2000, el sistema político se reconfiguró en un nuevo formato conservador, pasó del derrumbe del salinismo, de la crisis múltiple y orgánica (económica, del neoliberalismo hegemónico y del sistema de partido de Estado) a una lograda reconfiguración conservadora, al eficaz cierre de filas de las derechas mexicanas. Mientras tanto, es cierto, no dejaban de darse luchas sociales, obreras, campesinas, indígenas, ordinarios escenarios de conflicto y de antagonismo difuso, irreductibles en sociedades capitalistas, pero tendencialmente dispersos, efímeros, sin producir acumulación ni articulación política y con resultados contradictorios, generalmente no alcanzando sus demandas. La persistencia de un entramado de organizaciones gremiales tendencialmente progresistas, clasistas y combativas es condición necesaria pero no suficiente para que prospere una izquierda antagonista y antisistémica.

En este clima conservador se inserta la retirada del EZLN después de la Marcha del color de la tierra en 2001, a raíz del incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, cuando dejó de asumir iniciativas políticas de alcance nacional y se replegó en la construcción de la autonomía de hecho, para volver solo 4 años después a lanzar la propuesta de La Otra Campaña. La huelga de 1999 en la UNAM puede servir de ejemplo de lo contradictorio de las luchas de esta época. Un movimiento que arrancó con fuerza y legitimidad y obtuvo resultados objetivos al impedir la introducción de las cuotas, posteriormente se fragmentó, enroscó y terminó con un lamentable saldo negativo en términos subjetivos, restando más de lo que había logrado sumar respecto de la construcción de espacios de organización y capacidades de movilización. El mal sabor de boca que dejó la huella del 99 no se debió tanto al desenlace represivo sino a que una victoria concreta, el ejercicio del poder de veto de frenar la reforma que abría la puerta a la privatización en la UNAM, se convirtiera en una ocasión perdida para fortalecer a la izquierda adentro y afuera de la universidad y contribuyera más bien a debilitarla.

flores 15Entre 2001 y 2005, entre el repliegue del zapatismo y la involución institucionalista del PRD, las esporádicas y desarticuladas luchas sociales quedaron huérfanas de referentes políticos izquierdistas y, en el mejor de los casos, generaron y sostuvieron valiosas trincheras comunitarias. La coyuntura de 2006 llegó así, como lo había hecho el zapatismo en 1994, como un relámpago en un cielo despejado, luminoso pero efímero, espectacular pero solitario, anunciando una tormenta que no llegó. Por no ser el producto de una acumulación de fuerzas en el contexto de un sostenido ciclo antagonista de intensificación de lucha de clases, no logró provocar una ruptura sistémica, ni siquiera una brecha política a nivel institucional, como ocurrió en varios países latinoamericanos alrededor de ese año.

En las grietas que se abrieron en el temblor político de 2006 se vivieron experiencias de movilización de gran magnitud e intensidad que polarizaron la sociedad mexicana y reavivaron el clasismo –aún en una versión plebeya- como principio político-ideológico en un país en donde el interclasismo había sido históricamente, desde la revolución de 1910-20, el dispositivo hegemónico, de la mano de su correlato nacionalista, más recurrente y eficaz. Por el persistente peso cultural del nacionalismo revolucionario y por la paralela histórica falta de influencia de masas de las izquierdas socialistas, el epicentro discursivo del conflicto, aún con sus referencias a los pobres y la organización-movilización popular, no rebasó el umbral y el perímetro de la ideología de la revolución mexicana.

Las expresiones más radicalizadas, como la APPO y La Otra Campaña, si bien representaron cabalmente el clima explosivo y antagonista de la coyuntura, quedaron inexorablemente en segundo plano, la APPO marginalizada por su carácter regional y posteriormente desmantelada por la represión, la OC fundamentalmente por el desatino táctico de haber escogido incursionar en el debate electoral asumiendo a AMLO como enemigo principal y posteriormente por haber despreciado el movimiento contra el fraude.

Como en 1988, la lucha contra el fraude de 2006 fue una gran experiencia de subjetivación política y generó y revitalizó el tejido organizacional de base, volvió a conectar formas y lugares de la lucha política y social pero, al mismo tiempo, a nivel objetivo, no dejó de ser una derrota, con el rebote subjetivo que esto implica. En efecto, el fraude se consumó y, además, resultó sorprendentemente exitosa la estrategia del gobierno de Felipe Calderón de desatar la “guerra contra el narco” ya que, a nivel político, le permitió no sólo atrincherarse y legitimarse detrás de la investidura presidencial de Jefe de las Fuerzas Armadas sino que, sobre todo, al generar un clima bélico, reconfiguró totalmente la agenda política, desplazó el clivaje neoliberalismo-antineoliberalismo que había ocupado un lugar importante en 2006 y logró despolitizar el debate centrándolo en el tema securitario, con toda la carga reaccionaria que lo caracteriza.

Así se entiende, más allá de los perfiles personales, que un presidente que, como Salinas, tomó posesión en medio de las protestas, no se limitó a la ordinaria administración como Vicente Fox sino que, una vez debilitada la oposición, respondió a sus grandes electores al retomar la agenda privatizadora neoliberal, atacando frontalmente al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) para eliminar un obstáculo a una futura privatización, como puntualmente se verificó con la reforma energética impulsada por el gobierno posterior.

flores 33Las luchas sociales del periodo, más allá de la ordinaria resistencia, oscilaron entre el heroica pero trágica defensa del SME a la exitosa oposición a la privatización del petróleo impulsada por el naciente Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Los ecos de las movilizaciones del 2006 se dispersaron entre el sonido de las balas y la criminalización de la protesta que fue el corolario, intencionalmente calculado, de la militarización del país. Los movimientos pasaron a la defensiva tanto por el cambio del clima político como para defender a los suyos de las violaciones a los derechos humanos y la judicialización de la protesta, la legalización de la persecución política. Solo en este contexto militarizado, resistencial y de debilidad de la izquierda –con un PRD ya dominado por Nueva Izquierda y la fundación de Morena en 2010- se puede entender la emergencia y la centralidad que adquirió temporalmente el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) encabezado por el poeta Javier Sicilia.

Bajo este mismo prisma se puede explicar porqué las elecciones de 2012, a pesar de los agravios acumulados, no fueron igualmente disputadas que las de 2006. No tanto o no solo por la imposición construida mediáticamente sino por una correlación de fuerzas que, desde el episodio de 2006, volvió a reconfigurarse a favor de las clases dominantes. Por ello, mientras la nueva y moderna izquierda perredista estaba absorbida en la pragmática palaciega y el movimiento obradorista era incapaz de cumplir sus proclamas, el desafío mayor surgió desde afuera, al margen de los equilibrios políticos establecidos a lo largo del sexenio, desde el grito de indignación de la juventud confluida en el movimiento #YoSoy132.

Sin embargo, la espectacular pero efímera trayectoria de este movimiento respondió a un patrón bastante difuso en nuestros tiempos: en medio de la resistencia difusa, con izquierdas políticas débiles y/o poco presentables, surgen esporádicos estallidos de movilización que sacuden a la sociedad pero no logran generar una ruptura, ni dejar un legado organizacional durable, sino un bagaje de experiencias significativas que no desaparecen pero tienden a dispersarse.
LA CRISIS DE LA IZQUIERDA SUBALTERNA

A este patrón parece corresponder también la coyuntura actual, a menos que no intervengan elementos y factores que catalicen la indignación y la movilización, que la politicen, clasifiquen (en el sentido de clase) e izquierdicen.

Que esto ocurra implica una dinámica antagonista que opere a contrapelo de lo que traté de sintetizar en el breve recuento anterior. La idea de izquierda refiere de la concreción político-ideológico-organizacional de un movimiento real y, en este sentido, la disociación entre las luchas y cualquier forma de concreción izquierdista es el parámetro desde el cual se puede evaluar tanto el alcance como la reversibilidad de la crisis en curso.

Izquierda-partido e izquierda-movimiento son ámbitos que históricamente suelen contaminarse mutuamente ya que los partidos surgen y se desarrollan en el ambiente izquierdista de las luchas sociales, ambiente difuso que los partidos pretenden estructurar, densificar y politizar y viceversa, las prácticas difusas se retroalimentan o se proyectan hacia perspectivas, referencias y modalidades organizacionales que les otorgan fuerza, coherencia y sentido en relación con la contienda por el poder.

Sin embargo, este vínculo orgánico, que en la práctica nunca opera perfectamente, en México parece haberse irremediablemente roto por la separación cuando no contraposición, por una parte, entre los tres polos de la izquierda partidaria, el PRD en su versión Nueva Izquierda, los defensores del PRD histórico (las corrientes opuestas a NI y lo que queda del neocardenismo) y el posperredismo obradorista organizado en Morena y, por la otra, el campo más difuso y diverso de posturas y militantes en movimientos, organizaciones sociales, colectivos, otras expresiones que habitan distintas trincheras de la sociedad civil hasta llegar a expresiones individuales.

Si esta fractura es un abismo, evidente e irreversible, para el caso del PRD novizquierdista, también es visible en el caso de los nostálgicos del PRD histórico y cabe preguntarse si Morena tiene recursos éticos y políticos para mantenerse vinculado y anclado a la izquierda difusa y para convertirse en un instrumento político que la potencie, y viceversa ser percibido como tal, y hasta qué punto puede sostenerse y expandirse como proyecto de organización social y no solo de recambio de cuadros en los espacios de representación o de gobierno local.

Si el síntoma es la fractura y la distancia entre la izquierda partidaria, institucionalista y electoralista y la izquierda socialmente difusa, queda por detectarse la enfermedad. ¿Qué es lo que está en crisis o la generó? Después de haber señalado el proceso general de la luchas de clases en el apartado anterior cabe preguntarse si no existe un crisis de proyecto. ¿Qué proyecto? ¿El proyecto de la Revolución Democrática de 1988 o su versión más institucionalista que se desarrolló a partir de 1997 o el proyecto de Nueva Izquierda que se vuelve totalmente dominante después de 2006? ¿Se trata de tres variantes de una misma línea política fundamentalmente institucionalista o de una progresiva deriva hacia el institucionalismo exasperado de Nueva Izquierda?

La descomposición del perredismo que arranca ya de tan lejos que puede confundirse con su misma trayectoria histórica se presenta fundamentalmente como moral, como una progresiva pérdida de valores a costas de un correspondiente aumento de corrupción, en los sentidos amplio y restringido de la palabra. Al mismo tiempo, y sin negar la profundidad de lo anterior, si de izquierda estamos hablando, es decir de un proyecto de transformación social, y no solo del clivaje honestidad/corrupción, la crisis del PRD es política en toda la amplitud de la palabra.

flores 13Desde la reforma de 1978 que legalizó a las izquierdas socialistas abriéndoles la puerta de la participación electoral, pero de forma acelerada a partir de 1997 cuando empezó a ocupar espacios de gobierno, los énfasis y los acentos se fueron recorriendo del uso instrumental de la democracia electoral y representativa para visibilizar y promover la lucha de clases que sostenían las izquierdas socialistas al uso clientelar de la organización popular como plataforma para sostener candidaturas y garantizar reservas de votos. De ser un recurso para sostener el antagonismo, la participación electoral desató un circulo vicioso de producción y reproducción de la subalternidad. El institucionalismo, con su corolario de electoralismo, se convirtió en el rasgo que caracterizó la forma del partido, sus prácticas y tendencialmente también su discurso, la matriz que le confirió un inequívoco rasgo subalterno tanto por su subordinación frente a otras fuerzas (políticas y económicas), como porque impulsa la conservación de las estructuras de dominación y, por lo tanto, la perpetuación de la condición de subalternidad que las caracteriza.

La crisis del PRD es, por lo tanto, una crisis del institucionalismo de izquierda. Una crisis que se manifiesta inclusive en sus propios parámetros ya que, salvo en el DF, este giro no permitió alcanzar los resultados electorales ni logró una duradera penetración institucional, elementos que eran presentados como los objetivos de cara a los cuales se justificaba el vuelco electoralista y la paulatina y consiguiente desizquierdización en aras de promover una alianza interclasista.

A pesar de los resultados electorales decepcionantes, la disputa por la penetración institucional dejó paulatinamente de ser una mera cuestión táctica, se asentó como fin estratégico y pasó a ser un elemento constitutivo, la razón de ser de la existencia de una fuerza política inexorablemente institucionalizada en su concepción de la política y del cambio social, aunque mantuviera, hasta cierta fecha, alguna base social organizada y uno que otro lazo con organizaciones y movimientos populares.

A lo largo de su historia el perredismo en su conjunto fue diluyendo su “diversidad” izquierdista, su contracara movimientista y el alcance transformador del proyecto de revolución democrática en una progresiva deriva institucionalista, electoralista, concertacionista, de conciliación con el gobierno y los dos principales partidos de derecha en México, confundiéndose siempre más con el PRI al incorporar de forma creciente prácticas, tradiciones y cuadros priistas. El PRD terminó pactando su ingreso subalterno a un proyecto partidocrático de dominación política, asumiendo la tarea política de sostener la sumisión de las clases subalternas, subordinando sus intereses a los de las clases dominantes. La transición de un sistema de partido de Estado se orientó paulatinamente al bipartidismo PRI-PAN para culminar en el tripartidismo de Estado al ingresar el PRD al pacto partidocrático. En esta deriva la noción de izquierda terminó siendo simplemente geométrica y por ello sistémicamente aceptable, una distinción formal sin ningún trasfondo real, aséptica, legitimadora y no amenazante, con el único rasgo distintivo, más allá de la episódica retorica nacionalista anti-privatizadora, de una mayor atención hacia la política social, como ocurrió con los gobiernos capitalinos, sin que ello implicara rebasar el asistencialismo que caracterizaba los políticas públicas priistas pre-neoliberales.

Es cierto que Morena surgió en contraposición con varios aspectos de la deriva institucionalista encarnada por Nueva Izquierda y que sostiene posturas que, en varios puntos substanciales, la distinguen (más progresista, más nacional-popular, más basista-movimientista, más opositor, más atento a la cuestión ética, etc.).

Al mismo tiempo, es evidente la oscilación o ambigüedad según los escenarios y los interlocutores de los discursos y las prácticas de un movimiento cuya base social es, en varios lados, genuina expresión organizada de las clases subalternas pero la mayoría de los cuadros y la dirigencia provienen de grupos y fracciones formadas en el PRD, muchos de ellos con antecedentes en el PRI.

En 2010, en vísperas del surgimiento de Morena sugerí que esta nueva organización drenaba el alma política e histórica del PRD4, el proyecto de revolución democrática, dejándolo como cascarón, como sigla que podía sobrevivir nominalmente pero que moría substancialmente en tanto se vaciaba de su sentido político e histórico.

En este sentido, si bien es cierto que Morena está avanzando un proyecto político sensiblemente distinto al de Nueva Izquierda, al mismo tiempo, en sus elementos ideológicos fundamentales, en particular el institucionalismo como marco y horizonte político, no deja de ser el del PRD histórico y, en este sentido, no rompe con la lógica de una revolución democrática acotada a los marcos institucionales vigentes, no sale del circulo de reproducción de la subalternidad.

Morena, aunque muchos, en particular Cuauhtémoc Cárdenas, no quieren reconocerlo, intenta refundar el PRD o, si se prefiere, actualizar este proyecto histórico, con la única diferencia de un perfil plebeyo y de base más marcado, de un discurso más confrontacional y de un menor peso interno de cuadros y grupos con relativa independencia del liderazgo carismático. Por lo demás, en lo substancial, no hay mayores diferencias ideológicas ni de proyecto.

Al margen de sus aspectos coyunturales, la crisis de fondo que aflora en la coyuntura es una crisis del proyecto histórico en su conjunto y, por ello, la recuperación de la pureza de los orígenes que evocan tanto Cárdenas, explícitamente como López Obrador implícitamente5, parece insuficiente para ofrecer una salida a la altura de las circunstancias, que implica una refundación de la izquierda como fuerza antagonista y antisistémica que se nutra fundamentalmente de procesos de politización, organización, movilización y radicalización.

Considero por lo tanto que, a la luz de un avanzado proceso degenerativo y del acontecimiento precipitador de la desaparición de los 43, se cerró definitivamente el ciclo histórico iniciado en 1988, un ciclo protagonizado por una forma determinada de la izquierda mexicana. Frente al fin del ciclo, que sin duda como todo proceso histórico puede durar unos años, lo que se abre es un necesario e inevitable proceso de refundación de la izquierda que implica, aún en medio de inevitables elementos de continuidad, fuertes dosis de ruptura y de discontinuidad que, desde mi perspectiva, no pueden ser procesadas desde los espacios partidarios existentes, sus cuadros, sus coordenadas ideológicas y sus culturas políticas. Aunque es posible que estos espacios no desaparezcan e inclusive, en el caso de Morena, crezcan y prosperen electoral e institucionalmente, el grado de discontinuidad que se requiere para superar la crisis tendrá que emerger de un factor nuevo, posiblemente generacional. Dicho de otra manera, una izquierda antagonista y antisistémica que corresponda a la crisis sistémica, tanto política como socio-económica, solo puede surgir desde el exterior del perímetro sistémico en el cual se colocó históricamente el PRD y siguen colocándose sus distintos herederos novizquierdistas o posperredistas que sean.
EL ANTAGONISMO COMO OPORTUNIDAD

Aunque no se compartan sus posturas y hasta se les atribuyan más o menos graves responsabilidades políticas, la crisis histórica de la izquierda institucionalista y subalterna es objetivamente un dato negativo porque debilita el campo popular y, como señalé en el primer apartado, es consecuencia –y no solo causa- de una serie de derrotas acumuladas por el movimiento popular en su conjunto. No cabe duda de que estaríamos infinitamente mejor si fuera el institucionalismo de la izquierda subalterna el proyecto político dominante en el país. Al mismo tiempo, su crisis deja un vacío que despeja el terreno y abre una ventana de oportunidad.

Como ya señalamos, en medio de la persistente subalternidad, en México es recurrente la emergencia de expresiones socio-políticas de antagonismo, de ciclos de movilización y radicalización, como el que caracteriza las actuales protestas por la desaparición de los 43 normalistas que –además de su valor humanitario- son un recurso de valor inestimable porque en el torrente de las luchas se forjan experiencias, fuerzas y posturas de las cuales se puede nutrir un proyecto de izquierda antagonista y antisistémica, una izquierda cuya construcción puede y tiene que arrancar de los elementos fecundos que habitan nuestro presente.

Antagonista en cuanto surge y se retroalimenta de luchas franca y abiertamente antisistémicas que, en la configuración sistémica mexicana actual, implica una postura antineoliberal y antipartidocrática –es decir adversa a lo dos niveles sistémicos, económico y político, del esquema de la dominación en su formato actual-, no forzosa ni plena o inmediatamente anticapitalista, aunque el anticapitalismo sea, pueda o deba ser un ingrediente necesario que opera en el trasfondo de los procesos concretos y sirve de referente y orienta como horizonte emancipatorio.

Para que el potencial antagonista que se expresa en la movilización y la lucha social actual en México cristalice en una alternativa política antisistémica, es necesario, como es obvio, revertir la tendencia a la dispersión, canalizar la politización generacional en un proyecto que tenga densidad y durabilidad organizacional, partiendo del núcleo de activismo estudiantil pero transcendiéndolo, incluyendo sectores de las clases subalternas organizadas o susceptibles de ser organizadas, en una estructura federativa que permita procesar las diferencias pero articular en torno a ideas y prácticas comunes que permitan sumar fuerzas.6

Solo la presencia prolongada de un actor socio-político plural pero articulado, surgido de este ciclo de movilización pero que se mantenga en el tiempo, puede evitar que esta coyuntura desemboque en un escenario conservador o en otro francamente reaccionario o, lo que es más probable, una combinación de ambos, de reacomodos cupulares y dosificadas pero contundentes medidas represivas.

Solo la intervención de una voluntad de izquierda puede aprovechar la coyuntura de inestabilidad del régimen una crisis de consenso que no de hegemonía (que nunca tuvo ni se propuso tener al asumir la agenda neoliberal) y orientar un improbable pero posible desenlace progresista. Improbable porque implicaría revertir abruptamente la inercia de los últimos años y las tendencias y los patrones anteriormente señalados, requeriría una modificación substancial de la correlación de fuerzas a partir de la irrupción de un movimiento cuya cualidades son difíciles de darse, en particular en el actual contexto mexicano, después de tantas derrotas y tantas retiradas hacia prácticas resistenciales, incluida la debilidad de la izquierda subalterna que hubiera podido ser un recurso transitorio, para una hipótesis de gobierno de transición. Improbable pero posible, no por invocaciones utópicas sino porque, como nos demuestra el movimiento actual, la historia de la lucha de clases y del antagonismo político no terminó y las posturas antisistémicas se mantienen vivas bajo las cenizas en tiempos de resistencia para resurgir, como aves fénix, cuando vuelven a arder las brazas y se enciende, politiza y radicaliza el conflicto social.

En este sentido, un escenario tendencialmente progresista podría ser no tanto la improbable caída de este gobierno y su substitución con otro de signo opuesto, sino el desplazamiento de los equilibrios políticos generales, el arranque de un proceso de construcción de nuevas formas de organización sociales y políticas de las izquierdas antagonistas y antisistémicas que operen como contrapoder7, que hagan contrapeso real y permanente e inauguren otro periodo, revirtiendo el de las derrotas que enumeramos en la primera parte de esta reflexión, un periodo de acumulación de fuerzas.

Esto depende de muchos factores, no todos al alcance de la voluntad militante de los activistas, que es, no obstante, una condición necesaria, la variable subjetiva sin la cual no habría ni movilización, ni crisis de régimen como tampoco crisis de la izquierda subalterna y, por ende, no valdría la pena de escribir y de leer estas páginas. Pero, a pesar de tantas derrotas acumuladas, aquí estamos y esto indica que vale la pena pensar en la crisis y el antagonismo como oportunidad.

“Je ne suis pas marxiste”

“Je ne suis pas marxiste”: Michael Heinrich
11/05/2015 Deja un comentario Go to comments

Whoever visits the grave of Karl Marx at Highgate Cemetery in London encounters a gigantic pedestal upon which a gigantic bust of Marx is enthroned. One has to look up at him. Directly under the bust, “Workers of all lands unite” is written in golden letters, and further down, also in gold, “Karl Marx.” Below that, a simple, small headstone is placed within the pedestal, which names without pomp and gold those buried here: besides Karl Marx, there is his wife Jenny, his grandson Harry Longuet, and his daughters Eleanor and Helene Demuth, who led the Marx household for decades.

Marx selected the plain headstone himself after the death of his wife. Showing off was not his thing. He explicitly asked for a quiet funeral restricted to a small circle. Only eleven people took part. Friedrich Engels was able to prevent plans by the German Social Democratic Party to erect a monument to Marx at the cemetery. He wrote to August Bebel that the family was against such a monument, since the simple headstone “would be desecrated in their eyes if replaced by a monument”. (MECW 47, p. 17)

Around 70 years later, nobody was left to protect Marx’s grave. The present monument was commissioned by the Communist Party of Great Britain and unveiled in 1956. Only cemetery regulations prevented it from being even bigger. The Marxists had asserted themselves against Marx.

“Je ne suis pas marxiste,” stated Marx, rather annoyed, to his son-in-law Paul Lafargue, when the latter reported the doings of French “Marxists.” Engels had circulated this statement numerous times, including in letters to newspapers – definitely for public consumption. Marx’s distance from Marxists is also expressed in other comments. When he stayed in France in 1882, he wrote to Engels that “the ‘Marxistes’ and ‘Anti-Marxistes”’ […] at their respective socialist congresses at Roanne and St-Étienne” had “both done their damnedest to ruin my stay in France.” (MECW 46, p. 339)

In any case, Marx did not aspire to “Marxism.” But not only that; when the German economist Adolph Wagner was the first to deal with Marx’s theory in his textbook and wrote of Marx’s “socialist system,” the latter, outraged, noted in his marginalia that he had “never established a socialist system.” (MECW 24, p. 533) “Systems” and worldview “isms” were never his thing. One looks in vain for statements in which he stylizes himself as the founding father of an “ism.” Besides seeing himself as a man of the “party” (by which he meant not a specific organization, but rather the totality of forces struggling against capitalism and for social emancipation), Marx saw himself as a man of science. Capital, which he regarded as “the most terrible missile that has yet been hurled at the heads of the bourgeoisie (landowners included)” (MECW 42, p. 358), he counted among the “scientific attempts to revolutionize science.” (MECW 41, p. 436) The emphasis on “scientific” is Marx’s. And, when Marx wrote in the foreword to the first volume of Capital, “every opinion based on scientific criticism I welcome” (MECW 35, p. 11), that was not simply rhetoric. Marx was fully aware of the provisional nature and fallibility of scientific assertions. “De omnibus dubitandum” – “everything is to be doubted” – he wrote as an answer to the question as to his life’s motto in a fashionable questionnaire that his daughter had presented to him. The enormous mass of manuscripts that he left unpublished, and the to some extent considerable revisions of already published texts bear witness to the fact that he did not exempt his own work from such doubt. In the history of Marxism, this work was often dealt with in a different manner.

Historically speaking, the popularizations among Engels’ later works, above all his Anti-Dühring, constituted the point of departure for the construction of “Marxism.” But it’s somewhat one-sided to to make Engels into the “inventor” of Marxism, as the publishing house Propyläen did when they gave the German translation of Tristram Hunt’s Engels biography the subtitle “The Man who Invented Marxism.” The original English edition has the more accurate title “The Frock-Coated Communist.” It was only under pressure from Bebel and Liebknecht that Engels confronted in the 1870s the views of the German university lecturer Eugen Dühring, who was increasingly winning adherents in German social democracy. Since Dühring claimed to have assembled a new comprehensive “system” of philosophy, history, economics, and natural science, Engels had to follow him into all these areas, but not without emphasizing in the preface that his text “cannot in any way aim at presenting another system as an alternative to Herr Dühring’s “system”” (MECW 25, p. 6) But this hint was of no use. Historically, Anti-Dühring became the point of departure for precisely that “system” that became famous under the name “Marxism.” Its first important representative was Karl Kautsky. Until the first World War, Lenin also followed it without any critique.

Whereas Engels still made fun of Dühring’s claim to a “final and ultimate truth” (MECW 25 p. 28), now such a pretension, along with all the fantasies of omnipotence based upon it, was made by many Marxists: “Marxist doctrine is omnipotent because it is true.” The flattenings invested in social democratic Marxism before the first World War were continued in the Marxism-Leninism that became a canonical doctrine in the Soviet Union after Lenin’s death.

Just to be clear: my intention is not to discredit every analytical and political achievement of Kautsky, Lenin, and many other Marxists. If one wishes to evaluate these achievements, one has to take each case individually. What I’m talking about are those philosophical simplifications that are presented as “Marxism,” those mixtures of simple materialism, bourgeois ideas of progress, and vulgar Hegelianism which are presented as “dialectical materialism” and “historical materialism” – terms that one seeks in vain in Marx’s work.

Now, modern, enlightened, undogmatic Marxists will immediately object that cults of personality aren’t their thing, and that the old, dogmatic Marxism isn’t either. Only their own enlightened standpoint should count as “Marxism,” everything that is unpleasant – from determinist conceptions of history to the reduction of gender relations to a “secondary contradiction” to the Stalinist gulag – is supposed to have nothing to do with the true, real Marxism. However, if one asks what constitutes real Marxism, the air suddenly becomes thin, and that’s not a coincidence. If one attempts to substantively flesh out the term “Marxism,” one is necessarily confronted with a dilemma. If one inserts too much content, then the determination becomes too concrete and easily ends up contradicting subsequent science. “Lysenkoism” is only the most well-known example of this. But if one leaves thing at a vague, general level, then there is a danger that what is presented as Marxism remains at the level of platitudes: everything real is material, history develops through contradictions, etc.

For some Marxists, Georg Lukács counts as the one who cut the Gordian knot. Even if some individual results of Marx’s theory proved to be false, according to Lukács, his “method” remained: maintaining “materialist dialectic” as a research method was supposedly the core of “orthodox Marxism.” Even disregarding the fact that there is little agreement among Marxists as to what actually constitutes this dialectical method that people so readily speak of, it’s also not any kind of real recommendation for a method to cling to it even if it leads to incorrect results. I’m in no way contesting that there are reasonable concepts of materialism and dialectic. However, I doubt that one can put together the foundations of an ontology or an all-encompassing method from them.

If one cannot offer a substantive determination of Marxism, there always remains the possibility of using the term in a purely descriptive way. Thus, one definition for the keyword “Marxism” is that “Marxism encompasses all practices which in the last 150 years positively, or in the sense of a continuity, refer to the works of Karl Marx as well as the authors and activists who have subsequently referred to Marx.” A few sentences later, there is talk of the “harassment of Marxism at the hands of Stalinism and Fascism.” Apparently, Stalinism is not counted as part of Marxism, although it definitely positively referred to “the works of Karl Marx,” and most contemporaries never doubted that Stalinism was part of Marxism, among them not a few critical spirits, such as Ernst Bloch. If one retroactively excludes Stalinism from Marxism, understood in a descriptive sense, then one proceeds in a manner no different from Stalin, who also attempted to erase those who fell out of grace from historical records and old photographs.

The fact that it’s not easy for Marxists to determine what “Marxism” actually is, is also Marx’s fault. One has to admit, he didn’t make it easy for them. His work consists not only of a number of texts that he published, but also numerous manuscripts that were unpublished in his lifetime. All of the fundamental theoretical projects that Marx pursued remained unfinished. Unpublished manuscripts such as the “Economic and Philosophical Manuscripts” of 1844 or the omnibus from 1845/46 that became known as “The German Ideology” are unfinished and fragmentary. Many of the published texts are either provisional summaries, such as the “Communist Manifesto” of 1848, or are part of unfinished projects such as the first book of the “Contribution to the Critique of Political Economy” (1859) or the first volume of “Capital.” (1867/1872) Political analyses such as the 18th Brumaire (1852) or “The Civil War in France” (1871) deal comprehensively with their respective topics, but the theory of the state and politics that Marx aspired to are touched upon only implicitly and incompletely. Marx not only left behind one unfinished project, he left behind a number of unfinished projects. No wonder that the discussion of these projects, their respective range, their gaps, and their relationship to each other has provided rich material for debate, and still does.

Furthermore, Marx’s posthumous works were only published little by little (and are still being published). Every generation of readers was confronted with a different oeuvre of Marx, and on multiple occasions in the 20th Century, it was proclaimed that now – finally – one would get to know the real Marx. However, the posthumous works were usually strongly revised by the respective editors before publication. That was already the case for the second and third volumes of “Capital” published by Engels, and it’s even more so the case for the “Economic and Philosophical Manuscripts” and “The German Ideology” published in the 1920s and 1930s. The texts of Marx and Engels were published for the first time completely and without such editorial interventions in the second “Marx Engels Gesamtausgabe” (MEGA) published since 1975, but at the moment only half of it abides.

In the historical development of the various Marxisms, however, the texts of Marx and Engels play a limited role anyway. Early on, people were satisfied with a few striking formulations, such as that about history always being a “history of class struggles”, or of “communism” as “the real movement that abolishes the present state of things.” The contexts in which Marx made these statements, and how they might have been modified by later developments of Marx’s theory – were of less interest. For Marxism, Marx was not interesting as a thinker who was constantly learning and developing his theoretical conceptions, but rather as somebody who produced final truths – “Marxism.”

Many modern, enlightened Marxists also maintain a certain distance toward an exact engagement with Marx’s work. Frequently, it is emphasized that one does not wish to “conduct philology,” but rather deal with Marx politically. Not infrequently, however, the distancing from philology serves primarily the goal of maintaining undisturbed one’s own notion of Marx’s theory and Marxism. If, for example, one refers with regard to the concept of praxis in the Theses on Feuerbach, which many regard as the central concept of Marx’s theory, to the specific context of the debate with Feuerbach and the Young Hegelians, which robs the Theses on Feuerbach of their status as a foundational document, or if one emphasizes that in the case of the “Communist Manifesto,” Marx’s actual engagement with capitalism begins afterward and even rejects some of the theses of the manifesto, then one does not make many friends. The same is the case if one notes that not every statement in “Capital” is carved in stone, that for example there are indications that in the 1870s, Marx might have regarded more critically the “law of the tendency of the rate of profit to fall” formulated in the 1864/65 manuscript of the third volume of Capital. Then this is all decidedly too much “philology.”

Again, to be clear: the fact that the critique of capitalism is not exhausted in philology is banal. However, the fact that if one wishes to work with Marx’s concepts, one has to first appropriate them critically and not just in a superficial textbook manner, is just as banal. But more often than not, it is precisely such a critical appropriation that is lacking.

One final point: among critical social scientists, and in particular the Assoziation für kritische Gesellschaftsforschung [Association for Critical Social Research – translator’s note], Michel Foucault enjoys a certain popularity. His analyses of the relationship between power and knowledge are enthusiastically referred to. However, Marxists – even the modern, undogmatic ones – have a hard time conceiving of Marxism as just such a power-knowledge complex. At the conference organized by the AkG, Marxism as a means of domination was not a topic of discussion.

It was discussed with regard to Marxism in the GDR. But it’s not just Stalinism and the history of authoritarian communist parties that belong to this topic, where the history of Marxism is always also a history of exclusion and domination. In left groups and in university seminars in the West, the supposed certainties of “Marxism” also produced numerous demarcations between that which was considered “still” or already “no longer” Marxist, what was included or excluded from discourses and social practices.

Even if some would like to think so, the microphysics of power do not stop where (western) Marxism begins. The “short summer of academic Marxism” (Elmar Altvater) that existed in West German universities in the 1970s, and which some still miss, was to a large extent a pseudo-prosperity which rested upon discursive effects of power. In order to demonstrate that one was cutting edge, one knew – regardless of what the topic was – to at least throw in a short reference to “the contradiction between use value and exchange value.” A lot of analyses of Marx’s theory and subsequent contributions building upon it were composed in this period that are worth reading, but also a huge amount of nonsense.

Marx himself, in any case, did not seek final certainties. He was far more interested in the critical business of undermining certainties in order to open up new spaces for thought and action – in which it’s not immediately clear what the correct result will be.

In contrast to the “Marxism” that Marx rejected, with its identity-defining certainties, this critical, unfinished Marx has an extremely stimulating and subversive effect. Which of his analyses and concepts are useful, what can help to change the world, and what can’t, is not fixed for all time. One will always have to constantly discuss and make new judgements: “De omnibus dubitandum.”

Fuente: libcom.org