La guerra comercial iniciada por la Administración Trump, primera fase de la nueva competencia estratégica, parece estar llegando a su fin. Aunque la mayoría de los medios de comunicación occidentales auguraron una derrota estadounidense en la confrontación, lo que vemos en el acuerdo de Primera Fase firmado por ambas potencias es la aceptación por parte de Pekín del rol subalterno ante la todavía vigente primacía norteamericana.
Confrontación. Apenas iniciada la guerra comercial en marzo de 2018, varios analistas de los grandes rotativos globalistas, argumentaron que los más perjudicados serían los estadounidenses y que el raid arancelario no tenía sentido porque China nunca haría las reformas que tanto exige Washington, desde que el gigante asiático entró en la OMC (2001). Entre dichos analistas, se encontraban los prestigiosos economistas ganadores del Premio Nobel, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, a los que su “trumpfobia” y su cercanía a los demócratas en algunos casos les nubla la razón.
Las reformas exigidas por EE.UU. son claras y todos los gobiernos, con menor o mayor énfasis, han intentado negociar con Pekín: la supuesta trasferencia forzada de tecnología a la par del espionaje tecnológico, las trabas a las inversiones extranjeras para favorecer a las empresas nacionales en el mercado chino junto a los subsidios estatales y la utilización de la flotación administrada del Yuan para hacer competitivas las exportaciones en momentos de desaceleración económica (vía devaluación).
Trump vino a poner fin a dichas lagunas en la relación bilateral presentes desde los inicios de la deslocalización de la producción, con una vehemencia mayor que las de sus predecesores, impulsada por dos factores: su base electoral blanca y desempleada del interior del país, por la desindustrialización producto de la globalización y por la creciente preocupación ante la probabilidad de que China supere a EE.UU. y se convierta en el hegemón del futuro, haciéndose con el liderazgo de las tecnologías del futuro: Internet de las cosas, Inteligencia Artificial y robótica.
Los contornos del conflicto giraron en torno a estos dos factores duales internos/externos. Mientras Trump acusaba a China en sus mítines de “violar” comercialmente a Estados Unidos y aseguraba que “las guerras comerciales son fáciles de ganar”, poniendo como prueba el enorme déficit de la balanza comercial que sufre EE.UU. para demostrar el daño de las relaciones bilaterales, Robert E. Lighthizer, representante comercial de la Administración aseguraba que “lo único que me preocupa son las tecnologías de ‘Made in China 2025’ (inteligencia artificial, vehículos autónomos, automóviles eléctricos, etc.)”.
Secundado por dos halcones sinófobos, Steve Banon y Peter Navarro, Trump está dispuesto a eliminar las asimetrías vía la acción directa. Así, en marzo de 2018, comenzó la primera tanda de aranceles a productos de alta tecnología y para mediados del 2019, la totalidad de las exportaciones chinas hacia los Estados Unidos estaban gravadas en entre un 10% a un 25%.
Las consecuencias se sintieron de los dos lados pero fue China el que más sufrió y sufre la escalada arancelaria. Si bien la industria manufacturera estadounidense está prácticamente en recesión y sus exportaciones se han estancado, su sector de servicios y de consumo interno siguen fuertes traccionando la economía y generando empleos como pocas veces en la historia.
En cambio, China sintió fuertemente el impacto debido a que pronunció su desaceleración económica iniciada por las reformas pro consumo interno y servicios de Xi Jinping y ahora, resentida por la excesiva dependencia de las exportaciones para apuntalar su sector manufacturero. Las sanciones impuestas por Trump a las joyas tecnológicas chinas –Huawei, ZTE, DJI, etc.-, demostraron la fragilidad del avance tecnológico chino, excesivamente dependiente de las trasferencia tecnológicas provenientes de Estados Unidos.
China cede. Para ser claros, la guerra comercial siempre tuvo un contendiente que tenía el protagonismo (EE.UU.) y otro que solo bailaba al son de las acciones de su contraparte (China). Si las negociaciones estuvieron estancadas fue porque China se negaba a hacer reformas y Washington a retirar aranceles sin un firmar un acuerdo completo. Finalmente Trump, ante el advenimiento de la campaña electoral para su reelección, aceptó firmar el acuerdo en fases con una retirada de aranceles. Pero ¿qué cedió China?
Xi Jinping y sus secuaces, se han comprometido con cláusulas que parecen difíciles de cumplir: duplicar las importaciones desde EE.UU., comprar el doble de toneladas de soja provenientes de las granjas norteamericanas, reforzar las leyes de transferencia de tecnología y abrir más su economía a las finanzas y empresas occidentales.
Es más, Yu Miaojie aseguró en un artículo para el Diario conservador chino Global Times, que a medida que la economía china siga creciendo a buen ritmo, el Yuan se irá reevaluando frente al Dólar para ubicarse en 6 yuanes por Dólar en tres años, de los 7 actuales. Si bien sostiene que el tipo de cambio volvería a niveles de 2013 y culpa a la guerra comercial por su depreciación, también filtra que “se espera que las políticas monetarias del banco central de China en 2020 sean propicias para que el yuan suba”.
Admite, además, que “la tendencia alcista del yuan generalmente no favorece las exportaciones, pero beneficiará a las importaciones. Dado que China ahora está promoviendo las importaciones, los importadores nacionales se beneficiarán, mientras que los consumidores también disfrutarán de bienes y servicios importados de mejor calidad”.
¿Olvidó China las enseñanzas que le dejaron los Acuerdos de Plaza (1985), sobre como las exportaciones de Japón se estancaron por las presiones de la Administración Reagan, convirtiéndose en uno de los factores del prolongado padecimiento que vive la economía japonesa hasta la actualidad?
Cary Huang, columnista del diario hongkonés South China Morning Post, no deja lugar a dudas: “la negociación se trata de dar y recibir. Y la parte más ansiosa por llegar a un acuerdo dará más. Es por eso que Beijing hizo más concesiones que Washington en el acuerdo recién concluido de la primera fase después de sus maratones de negociaciones comerciales”.
Huang atina que luego de la Ley sobre Hong Kong del Congreso estadounidense, las restricciones a la tecnología china en EE.UU. y las vicisitudes en torno a Xinjiang, las posibilidades de un acuerdo comercial debían ser nulas.
Sin embargo, ambos líderes necesitaban firmar el comienzo del fin de la confrontación: Trump para elevar sus posibilidades ganar las elecciones de 2020 y alejar el fantasma del juicio político de las portadas de los periódicos. “Pero Xi podría estar más ansioso por un acuerdo, ya que nada en la política china de hoy es más importante que el crecimiento económico y las relaciones entre China y Estados Unidos, dos cuestiones críticas e interconectadas. Una vez que la economía principal de más rápido crecimiento del mundo, China ha perdido impulso en la última década, con una recesión constante” argumenta Huang.
“La conclusión principal del acuerdo parcial de la fase uno es que Estados Unidos solo hizo una concesión, acordó diferir las alzas arancelarias del 15 de octubre, que habrían elevado el arancel sobre productos chinos por valor de 250 mil millones de dólares del 25 por ciento al 30 por ciento, a cambio de concesiones sustantivas chinas (…)En agudo contraste, las concesiones de China incluyen: compras masivas de productos agrícolas estadounidenses; protecciones de propiedad intelectual; acciones para abordar problemas de transferencia de tecnología; apertura de mercados financieros; reforma del régimen cambiario; y el establecimiento de un mecanismo de aplicación, según la Casa Blanca”, concluye.
Ante los desafíos enormes que tiene Pekín –una demografía decadente que amenaza con ser una bomba de tiempo, empresas con el endeudamiento corporativo más grande del mundo, dificultades para superar la “trampa de los ingresos medios”-, los mandamases deciden ceder y aceptar la supremacía económica y geopolítica de Estados Unidos. A pesar de estar en (relativa) decadencia, Washington ha recuperado poder desde la crisis de 2008. Por ejemplo, su porción en el PIB global ha pasado del 21% en 2007 al 24% en 2019.
Lo que vivimos actualmente, parece ser una fase de lo que Patricio Narodowsky ha denominado “unipolaridad condicionada”[1], en donde EE.UU. sigue liderando pero con ciertos límites impuestos por un mundo más multipolar. China entiende que todavía no está preparada para confrontar de igual a igual con su rival estratégico y apela a su tradicional pensamiento de largo plazo. El futuro todavía no está escrito.
[1] Narodowsky Patricio: Las relaciones económicas y políticas entre Estados Unidos de América y China a la luz del concepto de unipolarismo condicionado. Geopolítica (s) Revista de estudios sobre espacio y poder, 27 de Octubre de 2017.