25 julio 2009
Citas truncadas y alienación (segunda parte)
«Entré a trabajar en la revista Novedades de Moscú, traducía, redactaba y corregía. A veces me tocaba supervisar las planchas en la tipografía. Siempre que me tocaba de nocturna Elena venía a esperarme. Aquel día, nos habíamos dado cita, me esperaría en el mismo banco a la salida de mi trabajo. Pero por la tarde agentes de la KGB vinieron a buscarme y, luego de largas tramitaciones, me llevaron preso. Nunca más la volví a ver, ni a saber de ella. No sé si Elena supo algo de mí, si se atrevió a ir a mi trabajo para preguntar. No sé. También eso pasó en un frío otoño».
Esto lo conté en noviembre del año pasado. Otra parte del mismo episodio lo he contado en octubre de ese mismo año; he puesto los enlaces hacia estos relatos, hay otros, pero éstos completan de alguna manera lo que he contado en la primera parte.
Aquella Conferencia Internacional de Partidos Comunistas fue la última. Ya no hubo más, los “eurocomunistas” anunciaron que no acudirían más a ese tipo de reuniones. Denunciaban su inutilidad y sobre todo que de ellas no resultaba nada concreto que pudiera coordinar la acción de los comunistas en el mundo. Cada situación nacional era distinta y esos documentos eran tan generales y tan abstractos que servían sobre todo a contar a los que estaban de acuerdo con el centro. Fue entonces que se puso por primera vez en duda la legitimidad del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) de ser el centro de todo el Movimiento Comunista Internacional. Se trataba pues en esas reuniones de reafirmar la hegemonía de Moscú en el pensamiento comunista y sobre todo el sometimiento del resto de partidos a las posiciones soviéticas en las relaciones internacionales. Les recuerdo que uno de los temas de discusión entre los partidos comunistas en los años sesenta era la posibilidad de una transición hacia el socialismo por la vía pacifica o electoral. Pero esta discusión no era simplemente teórica, tenía implicaciones concretas. Recuerden el llamado del Che de crear decenas, cientos de Vietnan para cavar la tumba del imperialismo. Se trataba de abrir o no nuevos frentes. Por otro lado existían países, partidos comunistas que juzgaban que en sus condiciones concretas era imposible una revolución violenta y recuerde que ya en Chile empezaba a perfilarse el triunfo de la Unidad Popular que llevaría a Salvador Allende a la presidencia. El caso del PCS era particular, decía prepararse para la lucha armada y profesaba la imposibilidad de la lucha armada. Esta posición perduró hasta finales de los setenta. Pero no me voy a extender sobre esto, ya en otros artículos he hablado de ello.
En esto había un gato encerrado. Era necesario encontrar un argumento teórico que justificara las posiciones de entonces del gobierno soviético. La URSS buscaba un respiro en la carrera armamentista, por eso proponían llevar adelante la coexistencia pacífica, trataban de dejar en el pasado las relaciones internacionales que se impusieron en la “guerra fría” y aceptaban un statu quo internacional. Algún respiro tuvieron durante algunos años, pero todos sabemos que la “guerra fría” volvió a dominar las relaciones entre los dos bloques. Fue en esos años que el Movimiento por la Paz cobró gran impulso, las campañas para obtener el desarmamento internacional, sobre todo el nuclear, se volvieron prioridad de casi todos los partidos comunistas. Algunos volvieron este objetivo como el primero que había que alcanzarse, dejando de lado los problemas sociales al interior de sus países. Es por eso, que muchos años después cayó como una guacalada de agua fría la afirmación de Gorbachov que Moscú ya no seguiría siendo el centro del Movimiento Comunista Internacional y que cada partido tenía que pensar con su propia cabeza. Esto para muchos les fue imposible y desaparecieron. Otros sobreviven apenas.
Esto que cuento aquí también es parte de nuestra historia, tuvo repercusiones internas. Pero como he dicho arriba no voy a entrar en detalles, tal vez sea conveniente volver en su momento, pues esto también pesó en la conducción de la guerra y de las negociaciones. Muchas divergencias internas en el FMLN, sus divisiones, sus disidencias, sus rupturas tienen largas raíces que llegan a las discusiones de aquellos, ahora tan remotos años.
En la Universidad de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba” se discutió mucho sobre todos estos temas, hubo muchas reuniones, lecturas públicas de los documentos, de las cartas abiertas de los secretarios generales de los partidos “hermanos”, etc. Ya señalé que me encontraba en un no man’s land ideológico. Pero sobre esto me voy a explicar un poco aquí. No voy a hacer alardes de preclara lucidez, no tenía en realidad los instrumentos necesarios para construirme una posición propia con sólidos fundamentos teóricos. Esas discusiones eran apasionadas, se pronunciaban rápida mente anatemas, se ponían etiquetas, se pronunciaban acusaciones de traición, de duplicidad, etc. Las discusiones eran apasionadas; lo he dicho, es natural que siendo una persona que se deja llevar con bastante facilidad por sus pasiones, participara a mi vez con apasionamiento, tal vez desmedido. Como todos también asestaba mis golpes con citas de los clásicos, picaba en textos lo que apoyaba mis sentimientos, pero sobre todo mis intuiciones.
Mis sentimientos eran que no era necesario plegarse a las posiciones soviéticas, tenía enfrente su realidad, pero sobre todo conocía perfectamente el uso y abuso que hacían de las citas los teóricos del PCUS. Se refugiaban en la autoridad indiscutida e indiscutible de V. I. Lenin. Un amigo, cuya memoria me sirvió de auxilio, se trata del Carlos Fallas, el hijo del escritor tico, del autor de Mamita Yunai. Fallitas, como le llamábamos, estaba dotado de una memoria visual y retentiva sin par. Una vez que leíamos entre nosotros un texto del Comité Central del PCUS, Fallitas se exclamó:
—El punto no va ahí. La frase sigue, sigue, no es así.
Es evidente que nos sorprendió, de primeras no entendimos que quería decirnos. Nunca pensamos que en una discusión de ese tipo, entre partidos políticos que pertenecían al mismo campo, que en teoría compartían los objetivos de liberación de la humanidad, se podía hacer semejantes chanchullos: truncar los textos a su antojo. Fuimos pues a buscar el tomo a la biblioteca y corroboramos que Fallitas tenía razón. Pero no sólo eso. La continuación del texto de Lenin era mucho más matizado de lo que la cita dejaba entrever, sus opciones eran muy abiertas. Me entró una desconfianza absoluta. Era algo muy indignante, hasta ese momento seguía la discusión tratando de acercarme a la verdad, de poder llegar a una posición justa. Es cierto que tenía mis prevenciones contra las posturas hegemónicas de los soviéticos y de todos modos ya había tenido oportunidad anteriormente, durante los cursos de economía política, de darme cuenta de que la teoría podía servir de alfombrilla ideológica para justificar la política a secas. Esta experiencia me instruyó mucho. Tanto que a pesar de que tuve con Salvador Cayetano Carpio muchos puntos en común sobre como se debía llevar a cabo la guerra, sobre muchos puntos de análisis de la situación nacional e internacional, nunca pude aceptar su ridículos términos con el sufijo ‘oide’: fascistoide, capitalistoide, etc. Les faltaba consistencia teórica, ya para entonces sí puedo afirmar que había adquirido ciertos intrumentos propios de pensamiento autónomo. Me irritaba por los mismos motivos el uso exagerado de la expresión “salto cualitativo”. Hablo ya, aquí; de finales de los setenta, principios de los ochenta. También muchas de sus posturas me parecieron que se regían en acendrados complejos provenientes del culto a su personalidad que le prodigaba su próximo entorno y en su organización de modo general. Le tuve a Carpio mucho respeto, pero él mismo me enseñó que nadie puede erigirse sobre los otros, bajo ningún pretexto. Al mismo tiempo sostengo que no se puede tolerar el ocultamiento de su persona en la historia de nuestro país. El papel que jugó en nuestra historia ha sido demasiado importante para conformarnos con simples diatribas estalinistas.
En todo caso, cada vez me iba dando cuenta de que la sociedad en la que vivía adolecía de muchas deficiencias, que eran demasiado profundas las hendiduras entre el discurso y la práctica, las separaciones sociales cobraban la misma forma que en la sociedad capitalista, abundaban los privilegios, las clases trabajadoras seguían siendo oprimidas, cargando con el peso para mantener el parasitismo de los dirigentes.
Hago aquí un paréntesis. No recuerdo muy bien en qué año ocurrió esto, probablemente en el 66. Una vecina y amiga de infancia de mi mujer, Olga Naravchatova, poeta e hija del poeta Noravchatov, que heredó el puesto de Secretario de la Unión de Escritores Rusos (o Moscovitas, no recuerdo), nos invitó a pasar el otoño en la datcha recién adquirida por su padre. Ese puesto Naravchatov lo obtuvo, según se dijo en cuchicheos, porque durante los años de Jruchov no se metió en nada, anduvo siempre con sus tragos. Luego dejó el trago y se encontró encaramado en el trono de Secretario de la Unión de Escritores. Según esa función le tocaba una datcha, él no la exigía y le dieron una recién desocupada, que se atrevió a pedir por insistencia de su hija, alentada por nosotros, un grupo de amigos del centro de Moscú. La datcha tenía alrededor un terreno vacío, pero crecían allí suficientes hongos para amenizar un poco las cenas en la terraza. Crecía también una decena de abedules, unos matorrales separaban la datcha del camino. Justamente desde la terraza se podía ver el contraste entre la datcha de Noravchatov y la que quedaba enfrente. El dueño era el redactor en jefe de la revista literaria “Octubre” o “Moskva”, tampoco recuerdo. Este señor había recibido varios títulos honoríficos, entre ellos había uno muy pomposamente nombrado “Escritor del pueblo de la Unión Soviética”. Su nombre se me ha escondido no sé en qué profunda neurona muerta. No importa. El caso es que la datcha era de dos pisos, se veía en el segundo una amplia sala de billar, al fondo del extenso terreno se adivinaba una piscina. La datcha estaba muy bien pintada y estaba cercada por altos muros de madera. Se entraba por un alto portal. Una vez que hojeaba un libro, tomando el té de la tarde, vi llegar una Chaika, era el Cadillac sovietico. Se detiene ante el portal, veo salir el chofer en un uniforme azul oscuro, con un kepis y botones dorados. Tocó el timbre y muy rápidamente la puerta se abrió. Una sirviente los esperaba. Ella también estaba vestida en uniforme. El chofer volvió a subir y condujo el carro hasta enfrente de la datcha. Bajó y contorneó la Chaika y abrió la puerta trasera y vi bajar un señor regordete, llamé a Olga Naravchatova y le pregunté que quién era el señor, me declinó todos los títulos. El lugar donde quedaba la datcha era muy conocido entonces, muy afamado, se llama Piridielkino. En ese lugar vivió Boris Pasternak, fue allí que la KGB arrestó al escritor Isaac Babel, para asesinarlo casi de inmediato, sin proceso, ni sentencia.
No creo que deba explicarles el abismo que separaba a mis vecinos con el escritor del pueblo. Es posible que a algunos esto no les parezca escandaloso y que tal vez me citen aquella famosa frase de “a cada quien según sus capacidades” y con eso piensen que lo han explicado todo. Hay magos de la explicación. En nuestros apartamentos comunales no había intimidad, la cocina era común para varias familias, teníamos también un solo retrete, no teníamos ducha, etc. Es cierto que los cuartos no costaban mucho, es decir casi nada, que se pagaba muy poco por la electricidad, el gas, el agua, el teléfono. Todo eso no llegaba al 5% de un salario de un obrero. La grieta entre los dirigentes y el pueblo se fue abriendo a ojos vistas.
Esto se reflejaba en el hablar de la gente, cuando hablaban de los dirigentes los moscovitas decían “ellos”, cuando hablaban del partido, decían “ellos”, cuando hablaban del gobierno, decían “ellos”. Y el borracho de Leonid Ilich Brezhnev se atrevió a lanzar la idea del “gobierno de todo el pueblo”. Hubo muchos artículos que pretendían teorizar sobre este concepto… Se trataba de una de las múltiples etapas del socialismo, tal vez una etapa superior, alta, altísima que se vino abajo y se derrumbó.
Lo vuelvo a repetir me hubiera gustado tener la capacidad de analizar la realidad que tenía enfrente, pero me faltaban los instrumentos teóricos para hacerlo. No me faltaron datos, ni experiencia vivida. Los datos los recolectaba minuciosamente en los diarios y revistas. La vida que llevaba era en medio de soviéticos, viviendo con ellos y como ellos. Tal vez no tanto como ellos, pues de alguna manera tuve ciertos privilegios como extranjero, muy pocos, pero los tuve. Pero si frente a la miseria moral no tenía los medios para explicarla, me repugnaba, me repugnaba la ostentosa hipocrecía del poder, me indignaba la miseria material de muchos, que tenían que asumir trabajos extras, en casas de vecinos, como servidores domésticos para tareas de limpieza y de lavado.
Hay un hombre aquí en Francia, que vivió en Moscú en la misma época, que fue corresponsal del cotidiano comunista, que tuvo acceso a mayor información, que tenía mejor preparación, que era mayor que yo. He discutido varias veces con él. Me hablaba de otro mundo y me explicaba, no me justificaba el descalabro, me justificaba con sofismas el mundo que se vino abajo. Este hombre en discusiones públicas, en las que participaba, siempre trató de privarme de la palabra. Cosa rara él tenía la reputación de ser un especialista de la URSS y de ser muy crítico. Es posible que lo haya sido, pero sus críticas no concernían la vida diaria, la vida de la gente. Porque en el fondo los soviéticos nunca se sintieron dueños del Estado soviético, nunca se sintieron dueños de las riquezas de su país. El más grande fracaso de la sociedad soviética fue precisamente ese, la enorme alienación que el poder le infligió a la población. De eso nunca lo oí hablar a este especialista de asuntos soviéticos.
Quería entender, por eso compraba los diarios y revistas, por eso las analizaba, por eso me pasaba archivando, recortando. Estudiar la sociedad soviética tan de cerca, leer la prensa que el partido publicaba, que los sindicatos publicaban, que el ejército publicaba, etc. se convirtió en fuente de sospecha para el KGB. Pero la mediación de Carpio fue efectiva. Como lo dije en la primera parte, dejaron de seguirme. De esto sirva de prueba que no me arrestaron en la Plaza Roja cuando acudí a manifestar contra la intervención de los ejércitos del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. En realidad no hubo manifestación, fueron muy pocas las personas que pudieron llegar hasta la plaza, el resto fue arrestado antes. Esta intervención tal vez ha sido el primer gran acontecimiento político que tuve la intuición de anticipar, de prever.