Claves éticas para un nuevo milenio

CLAVES ÉTICAS PARA UN NUEVO MILENIO
Marcela Lagarde
(FEMPRES)

CREENCIAS Y PREJUICIOS DE LA MODERNIDAD

La complejidad de experiencias en el ámbito del feminismo sella el umbral del
milenio.

Es común la creencia sobre el feminismo como un tiempo o una experiencia localizados, efímeros y puntuales. Algunas mujeres ven el feminismo como cosa del pasado lejanísimo de los 70’s, lo asocian a otras generaciones, con sus maestras, sus madres o connotadas mujeres que miran ancladas en otra época.

Su individualidad se afirma al marcar la diferencia generacional frente el feminismo y las feministas. En su imaginario, el feminismo es un asunto de viejas y no de jóvenes y casi es una marca de la tercera edad. Piensan que en breve se convertirá en arcaísmo del milenio pasado.

Hay quienes circunscriben todo el feminismo -los feminismos y sus dimensiones al movimiento feminista, como si hubiera sido un solo movimiento social o político o que se refiere a una lucha o a alguna conmemoración. Incluso reducen el feminismo a las feministas que han encontrado en su camino.

Algunas modernas viven sin conciencia de que sus oportunidades, su posibilidad de decidir y sus condiciones de vida devienen de luchas seculares que han abierto profundas fisuras en la modernidad patriarcal. No saben que ahí están las huellas de mujeres indignadas o dañadas por la opresión, conmocionadas por sus condiciones de vida o convencidas de que sus oportunidades y derechos deberían ser universales y se tornaron entusiastas inventoras de una existencia distinta.

Hay quienes, aún al participar a favor de los derechos de la mujer, al esforzarse por incorporar la perspectiva de género en políticas públicas, o de regreso de conferencias mundiales, no asocian que sus quehaceres están vinculados con el feminismo, han sido engendrados en su terrenalidad y no pueden ser explicados fuera de esa cultura paradigmática.

Sin modificar mitos, ideologías y valores patriarcales asumidos como valores propios, creencias y formas de ser, asumen jirones de feminismo y los integran en visiones mesiánicas o caritativas. Las oprimidas son las otras. Se ocupan de ellas mismas a través de proyecciones múltiples: las imágenes femeninas que reciben sus intuiciones, necesidades y aspiraciones están distantes. Defender el orden y hacer contracultura, es posible a condición de mantenerse inmunes.

Algunas más piensan que la perspectiva de género es posterior y además
diferente del feminismo, incluso los antagonizan y creen que la perspectiva de
género supera el feminismo. Identifican al feminismo con un radicalismo que deja fuera a los hombres y atenta contra ellos. Ven en la perspectiva de género algo menos excluyente e injusto porque incluye a los hombres. Esa creencia les permite revisitar complementariedades y otras fantasías y mantener firme su lealtad a los hombres y su incontaminación del feminismo. Con todo, asumen reivindicaciones de género y luchan por ellas.

Hay quienes no reconocen al feminismo en hechos políticos de gran importancia como son las luchas por eliminar la violencia contra las mujeres, los procesos jurídicos por la equidad civil y política entre mujeres y hombres, o la concreción de los derechos sexuales y reproductivos. A la par, cada vez más mujeres son conscientes y ven la impronta feminista en conferencias como las de Belem do Pará, Viena, el Cairo o Beijing.

Hitos cuya marca de agua consiste en que por primera vez en la historia los asuntos, las necesidades y aspiraciones de las mujeres y los problemas del mundo contemporáneo vistos desde las mujeres, son prioridades en canales de la globalización y la modernidad. Han sido encuentros mundiales de reunión de miles de mujeres. Su diversidad in situ, es representativa de la diversidad que pretende eliminar la globalización homogeneizadora.

Gobiernos, iglesias y organismos internacionales han debido negociar con mujeres de todos los confines, colores y sabores. Beijing es sólo la punta del iceberg de lo que ocurre en cada macro región y país, en comunidades y barrios. En la vida de cada mujer. Millones de mujeres tejen el manto feminista sobre la tierra. Coinciden y desarrollan raíces de género para
todas. Dialogan, disienten, aprenden y desaprenden, acuerdan y se enredan. Por primera vez son interlocutoras universales de género, pactantes autoconstituidas y sustentadoras de acciones para aterrizar anhelos, deseos y urgencias.
Los objetivos feministas en los hitos emblemáticos del umbral del milenio han
consistido en eliminar los cautiverios, desalambrar las vidas femeninas a través de procesos de desarrollo y democracia, y hacer avanzar los derechos específicos de las mujeres, en convertir los acuerdos en normas de convivencia civil, de Estado y supraestatal. Y, desde una ética de la justicia, redistribuir recursos (en parte expropiados a las mujeres) y crear oportunidades de desarrollo. La clave política de género ha sido potenciar los poderes y las incidencias de unas en espacios de reverberación, compromiso y responsabilidad, en beneficio de todas.

ORFANDAD Y GENEALOGíA

Cada día surgen nuevas feministas sin historia. Creen ser las primeras
verdaderamente feministas. Distintas de las sufragistas, de las mujeres que en los sesentas hicieron el día a día de la liberación sexual, o de quienes al enunciar la palabra ciudadana, probaron los límites de la democracia patriarcal en la guillotina.

Mujeres del umbral del milenio no saben que otras las reivindican y eso agrava la orfandad genérica: el desamparo, la falta de raigambre femenina autorizada, el miedo ante la vulnerabilidad frente a las violencias, la sensación subversiva a la menor identificación política de género, la experiencia de extranjería en la propia tierra, la casa, el cuerpo.

Desconocer los afanes lúcidos, los aportes, las interpretaciones y las acciones de las contemporáneas, no es una elección. Los hechos transgresores de género y la existencia simple y llana de las mujeres, su vida cotidiana, sus esfuerzos vitales o los obstáculos y desigualdades que enfrentan, se ocultan y desvirtúan, son minimizados.

La navegación internética incluye 30 % de mujeres. Sin embargo, los mensajes, los códigos y los sitios discursivos son en su mayoría androcéntricos. La experiencia internética feminista se cuela por espacios no acotables. Millones de mujeres del siglo XX han pasado por las aulas, arribado a la era de Gutenberg, la tecnología y las profesiones y, en su inmensa mayoría, no aprendieron teorías, acciones ni hechos históricos vividos por mujeres. Ni una idea reivindicativa de género fue estudiada en sus libros de texto ni anotada en sus cuadernos.

Los exámenes y las evaluaciones no muestran qué saben acerca de su historia y de sus ancestras, ni de su propia existencia y ubicación en el mundo, de las precauciones mínimas para evitar experiencias dañinas o de sus derechos como mujeres. Han ido a la escuela, espacio emancipador e iluminador, a reafirmar desde el saber y la razón científicas que las mujeres no existen. Y, que si existen, no importan.

La historia y la memoria, las conciencias y las identidades feministas se
construyen como bagaje en procesos que eslabonan y suman dialécticamente.
Así, cada sitio de reconocimiento crea y multiplica espacios de la memoria para ser ocupados por ancestras redescubiertas y futuras milenarias.

DIFERENCIA, DESIGUALDAD Y SUPREMACIA

Algunas intelectuales se consideran postfeministas desde una vertiente
postmoderna en que la igualdad ya está establecida y no precisa recelos y
resentimientos infundados de género. O, desde una diferencia sexual primigenia, la igualdad no aparece en el horizonte (como si la diferencia no pudiese afirmarse en la igualdad o fuese su opuesta).

Para algunas, los hombres, las instituciones y el Estado están fuera de su mira, los cambios políticos de género conducen a hacer el juego al sistema y quienes buscan la ciudadanización de las mujeres y la civilidad son el rostro del equívoco. Lo feminista se demuestra al señalar que las otras no lo son. Y, en el límite, en volverse autónomas de las demás mujeres, de sus espacios y sus causas.

La diferencia y la desigualdad son enunciadas de manera confusa. En un giro de 360 grados en la historia del pensamiento crítico feminista, con renovado
esencialismo, se resignifican las diferencias sexuales como naturales y positivas.

Las loas al género sustentan un supremacismo femenino de nuevo cuño
amalgamado con la exaltación de magias, conjuros y religiosidades sincréticas
new age. La trama resulta de elecciones binarias en que lo femenino es mágico y re-ligador frente a lo masculino asociado con lo racional y político en su
negatividad. Distanciadas de la lógica de la igualdad, algunas feministas abjuran de esa equívoca tradición.
Fascinadas por lo femenino aunque sea desde una estética sexual de la virilidad, restablecen una jerarquía de género en que lo femenino es per se superior, ético y trascendente, aunque no lo sea para el mundo. Hay quienes antes del 2000, con precocidad o a modo de anunciación, ya saborean el fin del patriarcado.

La complejidad de posturas y creencias expuestas no agota el panorama. Pero da color a las experiencias de cada quien y va sedimentando un imaginario personal y social en torno al feminismo y a las feministas. Se dificulta crear la legitimidad del feminismo porque las feministas ignoramos, nos desentendemos, nos anticipamos a enterrar a otras feministas y sus aportes, al ignorarlos o excluirlos. A veces, atrapadas por el orden, al ocupar posiciones, al disentir o sobresalir en las fisuras del orden patriarcal, se producen enfrentamientos excluyentes entre compañeras, colaboradoras, militantes y amigas, debido a la competencia por pequeñísimos recursos y oportunidades. Restos misóginos en nuestra subjetividad emergen como manchas en un paño.

IDENTIDAD FEMINISTA ESCINDIDA

Las feministas contemporáneas pasamos por procesos complejos de sincretismo y escisión, reparación y recreación. El sincretismo de género de todas las mujeres contemporáneas sintetiza contradicciones que provienen de la configuración premoderna y moderna de la condición de género de cada una. La contradicción ética se complejiza acorde con el sincretismo feminista de cada una.

Es decir, con la síntesis de los diversos feminismos amalgamados en la experiencia vital. La contradictoria y polivalente experiencia feminista a lo largo de la biografía de cada una y en la historia, pasa por la marcas que dejan en nosotras las olas y los movimientos, la internalización y la práctica ética en la cotidianidad.

El conflicto que alcanza su cima cuando se experimenta la identidad feminista
escindida entre deberes éticos e impotencias vitales y entre discurso y práctica
repercute en nosotras como dolorosa descolocación. Ciertas incoherencias
reprochadas a mujeres feministas son parte de los ajustes entre pensar y hacer,
querer y poder, desear y concretar. Para nosotras son inherentes a procesos
complejos. La huella profunda, la escisión, es superable: va desapareciendo si al vivir nos adentramos en la cultura feminista. La complejidad subjetiva ante el feminismo no sucede en la asepsia. Proviene también del antifeminismo beligerante.

Nunca antes en la historia el antifeminismo había contado con la conjunción de acciones poderosas de fuerzas económicas, políticas y religiosas: ideologías conservadoras, antidemocráticas y misóginas descalifican, ridiculizan y deslegitiman al feminismo y a las mujeres; organismos,
instituciones y personas nos hostilizan de manera permanente y sofisticada desde posiciones de verdad (poder) a través de acciones y mensajes hegemónicos, visibles o implícitos; promueven la enajenación femenina en torno al feminismo a través de la ignorancia impuesta contra las mujeres, se resienten de nuestros avances por pequeños que parezcan. El antifeminismo es la misoginia convertida en ideología política.

EL FEMINISMO ES UNA CULTURA

Cualquiera que se zambulla en la historia de los feminismos, verá con claridad que el feminismo no puede ser pensado sólo como un movimiento concreto o como el movimiento feminista. Ha habido centenas de movimientos feministas y habrá muchos más. El feminismo tampoco puede ser identificado sólo con movilizaciones públicas, protestas y demandas, con mujeres con el puño en alto, con la quema de brassieres, o con mujeres vestidas de negro como duelo y límite ante el genocidio.

El feminismo sucede también en soledad. No sólo está en las luchas públicas, sino también en las nuevas formas de convivencia y cotidianidad.
Transcurre en torno a fogones y mesas de cocina, en los mercados, los hospitales y las iglesias. Está en las aulas, las salas de conciertos y los proyectos productivos.

El feminismo tampoco se restringe a algunas organizaciones y sus acciones, aun cuando son evidente creación de tejido social o alternativas culturales. Asociar sólo con algunas destacadas feministas la totalidad de la causa, invisibiliza al resto de millones de feministas. Pensar que sólo han contribuido a sedimentar el horizonte histórico del feminismo las mujeres que asumen una identidad feminista, reduce el hecho histórico a su conciencia. Cantidad de mujeres y hombres, instituciones privadas y públicas, contribuyen aún sin conciencia a la extensión paradigmádica del feminismo.

El feminismo ha implicado interpretaciones del mundo y de la vida, desarrollos filosóficos, reelaboración de valores y renovación ética, acciones políticas, legislaciones, procesos pedagógicos y de comunicación, reformulaciones lingüísticas y simbólicas, conocimientos científicos e investigación, arte y literatura, transformación directa de creencias religiosas y de formas de vida. El feminismo se halla en el rostro y las leyes de las democracias y el desarrollo humano sería inimaginable sin su impronta. Porque abarca esa complejidad histórica, y mucho más: el feminismo es una cultura.

DIVERSIDAD Y SINTONIA

Por eso, desde una dimensión temporal es preciso considerar en cada
periodificación un horizonte cultural feminista. La periodificación macrohistórica, permite apreciar que ya han pasado más de tres siglos de feminismo en Occidente, los que corresponden con la era de la modernidad.

El feminismo ha ido desarrollándose a ritmos distintos en regiones, países y culturas durante ese tiempo. Podemos conceptualizar ese tiempo-espacio como un horizonte cultural feminista. Luego están los horizontes culturales feministas regionales, locales, nacionales, y hoy también el horizonte global. Cada proceso, movimiento, grupo o evento tendiente a eliminar formas de opresión de género y a crear alternativas de vida. El feminismo se inscribe en dichos horizontes históricos.

Y, finalmente, en la biografía de cada mujer se concreta el horizonte cultural feminista definido por los hitos y momentos en que se entrecruza la propia vida con los micro o macro procesos feministas. En el umbral del milenio, el horizonte cultural feminista es universal por primera vez en la historia. Y, más allá de las agendas comunes, los temas, las vocaciones y las semejanzas iconográficas y estéticas, cada quien experimenta el feminismo a
su manera, desde su especificidad personal, social y cultural. Se vale la
diversidad.

LA MISMIDAD

Ante la expropiación del ser-para-sí y para lograr la génesis de la libertad y del yo, la mismidad como experiencia vital es la más radical creación feminista. Sin autonomía subjetiva y concreta es imposible construir la autoidentidad cifrada en el yo, condición necesarísima para las individuas libres que queremos ser. Sin recursos de vida el yo languidece subsumido en los otros, y se consuma la colonización identitaria y vital de las mujeres.
Por eso, lograr la centralidad de cada mujer en su propia vida y la prioridad de sus necesidades en sus afanes, son pautas éticas de mismidad del feminismo del umbral del milenio. En esta hora no es posible seguir por donde sea. Es preciso saber cuáles son los fundamentos imprescindibles en las mujeres para eliminar la opresión e ir construyendo la humanidad de cada una y de todas como seres humanas.

La mismidad supone transformar los deseos de fusión por los de vínculo; desechar el regreso al pasado, a la cultura madre o al paraíso, para dar lugar a la preservación del yo-misma y del propio mundo, sus espacios y recursos:
arraigarnos y pertenecer se conjugan con la fluidez. El sentido de mismidad lleva a buscar que cada mujer sea consciente de ser prioritaria e imprescindible para sí misma y de que ni los otros entrañables ni los
renovados simbólicos, el planeta o la causa, pueden desplazarla de su propio
centro.

DIVERSIDAD Y SORORIDAD

La diversidad, respetada y alentada, es resultado de una intencionalidad ética y
política que crea entre las mujeres la experiencia de sintonía cultural feminista en momentos de identificación, auge y consecución de logros.

La enredadera feminista es la marca del feminismo del umbral del milenio. Es un encuentro sórico, basado en el respeto al género, a las otras mujeres, a la causa, la tradición y la real participación. Implica un orgullo de género producto de la revaloración humana de las mujeres y del feminismo. Es un encuentro entre mujeres investidas de derechos, que dialogan, suman, sustentan y, sobre todo, disienten sin exclusión ni exclusividad, porque saben que construyen juntas y que, al hacerlo, convergen.

La sororidad es la dimensión feminista prioritaria para consolidar la herencia de la que somos portadoras y nuestra construcción vital. El pacto sororario es el más terrenal de los pactos y es el fundamento ético de las prácticas políticas entre mujeres para deconstruir la enemistad patriarcal, el racismo, el adultismo, y todas las formas de supremacía, de desigualdad y de dominación entre las mujeres, con acciones prácticas de cooperación, alianza y sustentabilidad entre nosotras. Sólo se produce entre mujeres sabias y osadas. Sólo a partir de experiencias de este signo se desidealiza lo femenino y a las mujeres, y por eso fluyen la aproximación, el asombro, la calidez, el amor feminista affidado.
La sororidad implica un principio ético de aceptación genérica fundante, que requiere del acuerdo y del disenso. Las feministas arribamos a esa capacidad pactante después de lastimaduras, exclusiones y rivalidades, de enemistades que nos han producido grandes daños.

Por eso la sororidad ha sido un descubrimiento y una innovación ética para
sobrevivir y construir la igualdad entre nosotras, concreta la humanización de
todas que exigimos al mundo. El saber-hacer sororal, la mismidad, nuestra memoria e identidad feministas, son claves éticas imprescindibles para avanzar al tercer milenio si queremos pan y rosas para las mujeres, y paz para quienes viven en guerra.

Si queremos lograr la transfiguración histórica de nuestros cuerpos y nuestras vidas en intocables frente a los riesgos de la violencia de género, si nos orientamos por un planeta vivible y por aterrizar los derechos de las humanas (que cada mujer tenga un territorio, una casa, un cuerpo y una vida propios, cada niña un libro feminista que leer, enseres de escritura y una caricia acogedora, cada joven y cada adulta sus papanicolaus a tiempo y el derecho a decidir, y cada vieja todo eso en su larga vida y una dentadura, alimentos, sosiego y quien la cuide), si queremos un milenio feminista,
es imprescindible urdir sus días desde nuestra eticidad.

EL VIRAJE

El feminismo empieza en mi cuerpo, en mi subjetividad, en mi casa. Su prioridad es ser experiencia vital y lograr el beneficio personal y compartido.
Necesitamos aprender, estudiar y analizar críticamente nuestro bagaje desde el
propio mundo, e integrar con creatividad los valores, la lógica, los conocimientos y las alternativas feministas en nuestras cosmovisiones y cotidianidades. Nuestra asertividad será mayor, integral, si hacemos comprensiva y próxima la historia feminista y la historia toda desde esa posición simbólica. La autobiografía, la historia en primera persona, la genealogía personal de género, son cimientos para asumir el poderío que nos da pertenecer a genealogías femeninas y feministas.

Deseamos fertilizar el nuevo milenio con nuestra cultura feminista, como la más grande contribución colectiva de las mujeres creadoras de mundo; vivir esta conmoción intransferible desde la propia biografía y circunstancia y re-conocer-nos en ancestras personales y emblemáticas. Habitar con ellas nuestro árbol genealógico. Instalar esta historia, esta ética y esta política en la historia, es el camino para dar el viraje del milenio y que el feminismo deje de ser contracultura, disidencia y minoría, y sea parte de la cultura-ambiente, de los usos y las costumbres, del aire que respiramos. Para que sea inalienable la humanidad en las vidas de las mujeres mismas y en el mundo.

Marcela Lagarde. Etnóloga mexicana, doctora en Antropología y académica universitaria en México y Guatemala. Coordina los talleres; Casandra de Antropología feminista. Autora de: Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas» (UNAM, 1990, 1993, 1997); Identidad genérica y feminismo (Instituto Andaluz de la Mujer,1998) ;Una mirada feminista en el umbral del milenio (Instituto de Estudios de la Mujer,Universidad Nacional de Costa Rica, 1999).

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