Crisis y reconstrucción del sujeto político popular
Rubén Dri
En las primeras etapas de la modernidad el sujeto constituye un tema central de la filosofía. En el siglo XVII Descartes plantea la reconstrucción de todo el mundo de la cultura a partir del yo individual. El hombre sólo está seguro de sí mismo como existente, en la medida en que lo único que ve con claridad es su propia conciencia. Antes el mundo, lo objetivo, era aquello de lo cual el hombre estaba seguro. Esa seguridad ha pasado del mundo a la propia conciencia. Del objeto se ha realizado el tránsito al sujeto.
Kant, a fines del mismo siglo, acepta la primacía del sujeto al estilo cartesiano, pero la coloca no en la conciencia, sino en la práctica. Se trata de la práctica moral, no de la práctica política. Fichte, por su parte, eleva la primacía del yo moral a lo absoluto, planteándolo como tesis o posición inicial para la reconstrucción que pretendía Descartes.
Pero todavía no hemos salido del sujeto individual. Hegel produce una innovación fundamental al plantear que no hay sujeto si no en es en el ámbito de la intersubjetualidad, cuya plena realización está constituida por un pueblo libre. El sujeto ya no es el individuo sino el pueblo. Marx acepta y corrige el planteo hegeliano, colocando la intersubjetualidad en la clase. El sujeto capaz de transformar la realidad es la clase social.
1.- Sujeto y lucha de clases.
El fenómeno de la cosificación que produce la sociedad capitalista invade tanto nuestro comportamiento práctico como teórico. Esto nos lleva a concebir la realidad de una manera puramente objetual o cósica. Tenemos la tendencia a interpretar la realidad como conformada por cosas.
No escapa a esa realidad la tendencia a concebir el sujeto como un objeto. De hecho hablamos del sujeto como una realidad cósica, como algo que es, como una esencia. Pero el sujeto no es sino que se hace. Esto no es una banalidad ni un juego ingenioso de palabras. Es la realidad profunda de la constitución del sujeto que la sociedad capitalista nos escamotea.
Yo no soy sujeto sino que me creo del verbo “crear” como sujeto. Continuamente devengo, me hago sujeto. Continuamente me pongo como sujeto. No hay sujeto sin ponerse como tal. El ponerse es verbo, no sustantivo. Si otros me ponen, no soy sujeto sino objeto, pues como tal me ponen. Toda dominación se basa en la posición del otro como objeto. Todo sujeto es revolucionario en la medida en que el ponerse siempre es una ruptura, es un comienzo absoluto, desde uno mismo.
Esto vale para el sujeto individual, para cada uno de nosotros, pero vale también para los sujetos colectivos como el pueblo, la nación, el gremio, la iglesia, la clase. Marx define en el célebre Manifiesto que toda la historia es la historia de las luchas de clases. En esta definición hay dos aspectos que es necesario tener en cuenta:
a) El sujeto de la historia es la clase. Es un sujeto colectivo. Como las clases en sentido estricto sólo surgen en el capitalismo, aquí Marx interpreta el concepto de clase en sentido amplio. Lo integran tanto los estamentos como las castas.
b) Una afirmación tan tajante si se fija o dogmatiza lleva al error de olvidar otros aspectos fundamentales del sujeto como la cultura, la pertenencia a la nación, la tradición. Ello se agrava si se tiene en cuenta que allí Marx separa el contenido, que estaría dado por la clase, de la forma que sería la nación. No hay forma sin contenido y viceversa. Tal separación ha llevado y continúa llevando a errores políticos que frenan posibilidades de crecimiento y transformación.
2.- La clase obrera y la revolución.
Para entender el lugar que en el pensamiento de Marx ocupa la clase obrera o proletariado en la revolución, es necesario considerar previamente la concepción de la dialéctica hegeliana. Sólo los sujetos o seres históricos son dialécticos, porque sólo ellos son totalidades y sin totalidad no hay dialéctica posible.
Decíamos que no hay sujeto sino un hacerse sujeto, un ponerse como sujeto. Este parte de un primer momento de suma pobreza, pues todavía no se ha puesto. Como sujeto es un universal pobre, abstracto. Es el germen que contiene todo lo que será, pero sólo en-sí, no realizado. Para ser sujeto verdaderamente debe ponerse, optar, particularizarse, asumir compromisos. Esta particularización debe luego ser negada para recuperar la universalidad, pero ahora enriquecida por la particularización. Es el universal concreto.
En nuestra dialéctica individual esto se daría de la manera siguiente: nacemos como ser humano, universal. Nos particularizamos como filósofo, sociólogo, trabajador. Nos recuperamos como ese primer ser humano que ahora es universal concreto. El segundo momento, la particularización, es la primera negación, la negación de lo universal. El universal concreto es la segunda negación, la negación de la negación.
Marx aplica esta dialéctica a la sociedad. El primer momento, el universal abstracto está constituido por la sociedad. Puede ser también la humanidad, en el sentido de lo humano. Esto es universal, pero en la medida en que no está realizado es pobre, abstracto.
Lo particular como negación de lo universal es el proletariado. Es la negación de todo lo humano, por cuanto ha sido reducido a mera fuerza de trabajo, una determinada cantidad de energía a ser consumida. Esta negación es sólo la posibilidad de la negación hasta que el proletario la ponga como tal, o sea, se ponga a sí mismo como sujeto. Esto significa tener conciencia de clase o pasar del en-sí al para-sí.
Cuando el proletariado pasa del en-sí al para-sí produce la negación de sí mismo como particular, como proletario y se recupera como universal concreto, ser humano o sociedad humana. Allí desaparecen las clases como tales. La sociedad se compone exclusivamente por seres humanos, sujetos en la plenitud de su significación.
El sujeto siempre es universal-particular. La particularidad es interna, por lo cual basta negarse a sí mismo como particularidad para que aparezca el universal que nunca dejó de ser, pero ahora concreto, por la riqueza de la nueva particularidad.
El capitalismo en la época de Marx, al menos como tendencia, incluía a todos los obreros como particularidades en su seno. Los obreros que no tenían trabajo constituían el ejército de reserva, un ejército siempre listo y a la expectativa de entrar en combate, es decir, de ser incluidos efectivamente en la totalidad de la sociedad.
Es decir, la sociedad capitalista como un todo, como sujeto, tiene la contradicción en su interior, como el sujeto que es cada uno de nosotros tiene internamente la contradicción de las diversas particularidades que podemos ser como trabajador, estudiante, padre de familia. Bastaba que la clase obrera tuviese conciencia de clase, es decir, que viera claramente la totalidad de la sociedad y su situación en la misma.
Era lógico pensar, como lo hizo Marx, que siendo esta la situación, la revolución se produciría allí donde el capitalismo había creado una clase obrera numerosa, es decir, en los centros de la producción capitalista. La realidad fue distinta. Las revoluciones socialistas se produjeron en la periferia, en Rusia, China, Vietnam, Cuba. Ello no produjo que se cambiara la concepción de la clase obrera como sujeto de la revolución.
Antonio Gramsci, protagonista del intento revolucionario en la Italia del 20’, replantea el problema. Su concepción de la sociedad civil, de la lucha por la hegemonía, de la guerra de posición y de movimiento, enriquecieron la teoría revolucionaria. Lamentablemente, su aporte no fue aprovechado, en gran parte por la preeminencia del estalinismo.
Con la tercera revolución tecnológica y la implantación del neoliberalismo conservador tenemos una situación diferente que obliga a un replanteo dialéctico. El capitalismo ahora no incluye a todos los obreros. Expulsa a la mayoría. Por otra parte, el denominado socialismo real de la URSS y demás países del Este se desmoronó como un castillo de cartón. La caídad del muro de Berlín pareció el final de la experiencia socialista y la definitiva crisis del marxismo como concepción revolucionaria.
3.- El sujeto revolucionario en la etapa neoliberal.
Da la impresión que la dialéctica no puede funcionar, por el motivo de que la sociedad no tiene su contradicción interna, la particularidad representada por el proletariado. Es evidente, en efecto, que hay un cambio importante, pero ello no significa que ya no haya dialéctica. Si ello fuera así, la historia en efecto habría terminado.
En primer lugar, el capitalismo sigue estando basado en la explotación de la fuerza de trabajo, que ahora, con todas las innovaciones tecnológicas, se hace cualitativamente más reducido en cantidad y mayor en intensidad. La explotación es más intensa en menos obreros. En segundo lugar, los obreros desocupados, o simplemente los desocupados están en contradicción con la totalidad social así estructurada.
Junto a los obreros y desocupados se encuentran otros grupos marginados, oprimidos o explotados por razón de género, de color, de religión o cultura. Son las particularidades que entran en contradicción con el universal y, en consecuencia, la primera negación que del en-sí debe pasar al para-sí.
Es natural que ahora tenga más importancia que antes el momento de la conciencia. Antes, el proletariado era la negación natural, esencial. Bastaba que pasase al para-sí, o que tuviese conciencia de clase para organizarse y pasar a la acción, es decir, a la negación efectiva. Ahora la situación es diferente. Todos los grupos citados pueden transformarse en el sujeto negador. Sólo lo serán si quieren serlo.
4.- La exclusión en la Argentina.
En las décadas del 60’ y 70’ los sectores populares resistieron los planes de ajuste y se movilizaron activamente en la lucha por una nueva sociedad. Ello acontecía no sólo en la Argentina, sino en toda América Latina y, en general, en el Tercer Mundo. Fue una época de grandes luchas, expectativas y esperanzas de cambio.
Esas luchas no lograron el objetivo de instaurar nuevas sociedades basadas en nuevas relaciones sociales, más justas y humanas. Las clases dominantes impusieron dictaduras militares o gobiernos que mantuvieron una apariencia de democracia con dosis abundante de represión.
En nuestro país se instaló la dictadura más sangrienta de la historia. Impuso un verdadero terrorismo de Estado, renovando todo el arsenal inventado por el nazismo. Caída la dictadura militar, debido fundamentalmente a sus contradicciones internas, los gobiernos democráticos que le sucedieron fueron otorgándole sucesivamente el Punto final, la ley de Obediencia Debida y los Indultos, con lo que abominables genocidas quedaron libres de culpa y cargo.
Entre la Obediencia Debida, ignominiosa ley aprobada por el gobierno radical de Alfonsín y los siniestros indultos de Menem, el poder económico produjo la hiperinflación que ayudó a que sectores de la derecha peronista y los carapintadas fomentasen el saqueo de los supermercados. De esa manera el caos se hace presente como dueño y señor de la situación.
Con ello se ponía el broche de oro a la plena desarticulación de toda organización popular. Todos los movimientos populares fueron desarticulados, la sociedad fragmentada, sin fuerzas, dispuesta a aceptar cualquier solución proveniente de los grupos de poder. Sobre esa realidad se estructuró la Nueva Argentina privatizada, fragmentada, con récord histórico de desocupación y corrupción.
5.- El problema del poder.
Otro tema fundamental que experimentó cambios profundos en su tratamiento es el tema del poder. Antes se hablaba directamente de la toma del poder. Parecía que el poder estaba allí, en un lugar y que era preciso tomarlo. El poder era algo, una cosa, un objeto. Siempre estaba allí. Era necesario arrebatárselo a quienes lo tenían en ese momento. Las clases dominantes eran las depositarias de ese poder que era necesario arrebatarles. Hecha la revolución, el poder pasaba de unas manos a otras.
Ahora se ha comprendido más claramente que el poder no es una cosa o un instrumento, sino relación social. Se trata, en consecuencia, de cambiar las relaciones sociales, de construir nuevas relaciones sociales. Ya no se habla de tomar el poder, sino de construir poder. El poder se construye en la medida en que se construyen esas nuevas relaciones.
Cuando el problema se plantea como toma del poder, siempre se interprete a éste como dominación, como algo que está arriba. En la concepción de la construcción del poder, por el contrario, se piensa en un proceso que va de abajo hacia arriba. Se va construyendo en los diversos lugares en los que vive, trabaja, sufre y goza la gente.
Junto al tema de la construcción del poder se ha instalado el de la microfísica del poder como opuesto a la macrofísica. La toma del poder siempre está unido a la macrofísica. Tomar el poder es tomar todo el poder, porque a éste se lo concibe como una cosa inescindible. Se lo toma o se lo deja, se lo gana o se lo pierde.
La construcción del poder, por el contrario, va unido a la microfísica del mismo. Se sabe que Foucault es su máximo exponente. Microfísica del poder, es decir, el poder que se construye en los pequeños espacios, en todos los espacios sociales, en la escuela, en la universidad, en la Iglesia, en el gremio, en el barrio.
Este concepto va unido por una parte al de la construcción del poder como ya hemos indicado, pero por otra, al de la fragmentación social. Quedarse en la microfísica es quedarse en la fragmentación y, en consecuencia, en la impotencia. La microfísica debe tender necesariamente a la macrofísica.
La reflexión gramsciana aportó, por su parte, el creativo e innovador concepto de hegemonía. Está dada por el consenso. Todos los espacios sociales son aptos para dar esa lucha. La construcción del poder es una lucha continua por la hegemonía, de abajo hacia arriba. Poder que surja del consenso, horizontalmente, que cuestione radicalmente el ejercicio del poder de las clases dominantes.
En América Latina, pasados los primeros largos momentos de aturdimiento y derrota frente a la aplanadora liberal conservadora, fueron surgiendo movimientos que se plantean la construcción del poder desde lo microfísico a lo macrofísico, dando la lucha por la conquista de la hegemonía. Así se fueron dando las luchas de los Sin tierra en Brasil y del zapatismo en México, de la CTA, de la carpa docente, las cátedras Che Guevara, los cortes de ruta y otros fenómenos parecidos en Argentina.
6.- Lo social y lo político.
Sabemos que no hay escisión entre lo social y lo político. Todo es político y todo es social, pero no lo es de la misma manera. La no escisión no significa identidad absoluta. Las luchas por los derechos humanos son políticas, sin ninguna duda. Sin embargo su acento no está puesto directamente en lo político, sino en lo social.
Hay momentos históricos en los que la dominación ha logrado tal fragmentación del movimiento popular, que hace casi imposible una acción política concertada que cuestione al sistema. En esos momentos pasa a primer plano la acción social. Lo político entra en una especie de cono de sombra.
Es lo que ha pasado en nuestro país. Organismos de Derechos Humanos, luchas por los derechos de la mujer, de los homosexuales, movimientos ecologistas, sociedades de fomento, cooperativas y tantos otros, pusieron su acento en lo social. Esto tiene su techo. La política neoliberal menemista se lo hace sentir cada día en forma por demás dolorosa e intransigente.
Por otra parte hay diversos fenómenos que constituyen síntomas de una inflexión del plan neoliberal que se impuso como una aplanadora desde la asunción del gobierno por parte de Menem. Algunos de esos fenómenos son los paros obreros convocados por entidades que están al margen de la CGT, las protestas cada más frecuentes que se expresan de diversa manera hasta llegar a los cortes de ruta, la convocatoria que ha adquirido la “carpa docente”, las expectativas que ha despertado la alianza UCR-Frepaso, las convocatorias que tienen las Cátedras “Che Guevara” diseminadas ya casi en todo el territorio nacional.
Esto plantea la imperiosa necesidad de que lo social vaya adquiriendo cada vez más, no digo significación política, pues de por sí la tiene, sino organización política que se proponga expresamente la conquista de hegemonía y construcción de poder.
Para ello habría que tener en cuenta algunos criterios fundamentales:
a) No partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados, con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares que se están movilizando. Dejar de lado la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se le inyectará conciencia “desde afuera”.
b) Por el contrario, hacer efectiva la concepción gramsciana de que se debe partir del “buen sentido” que radica en el desagregado y caótico “sentido común” que se encuentra en dichos sectores. O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar “los gérmenes de socialismo” que se encuentran en el pueblo.
c) No interesa el pregonado problema de la “unión de la izquierda”, si ello significa hacer unidos lo mismo que están haciendo en forma separada. La verdadera unión hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción verdadera en los sectores populares.
d) Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades, organismos de derechos humanos, luchas de diverso tipo deberá asumir una forma movimientista que será necesario ir descubriendo y construyendo, a medida que se avance.
e) Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, es necesario recuperar auténticos símbolos populares como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che se está mostrando como un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones.
f) Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión en la diversidad. Para ello se necesita la voluntad política de hacerlo. Por el anterior análisis aquí insinuado éste sería el momento de intentarlo con fuerza.
Buenos Aires, 24 de agosto de 1997