Crónica de una guerrilla
Marvin Galeas*
(Segunda parte)
Cuando las Fuerzas Populares de Liberación, la Resistencia Nacional y el Partido Comunista se unieron en 1980, para formar la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), tomaron cuatro emisoras capitalinas para hacer el anuncio. Pocas semanas después, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ocupó más de 20 emisoras en distintos puntos del país, para exigir que se le admitiera en flamante organismo unificado.
A los miembros del ERP no les querían. Les acusaban de aventureros, militaristas, putchistas y de estar infiltrados por la policía. No les perdonaban el asesinato de Roque Dalton y además dudaban, en serio, de que fuesen en realidad una organización marxista-leninista. Desde el asesinato de Dalton en 1975, había corrido bastante agua, y sangre también, por los clandestinos pasillos de esta guerrilla.
Un buen día de 1977, Alejandro Rivas Mira (Sebastián Urquilla), fundador y máximo líder, y su compañera de cama y andadas, Angélica Meardi (Gertrudis), alzaron vuelo. La periodista Caterina Monti afirma en un trabajo investigativo que Rivas Mira se llevó “un par de millones de dólares, producto del secuestro y rescate del empresario Roberto Poma”.
Rafael Arce Zablah y Joaquín Villalobos, ambos ex alumnos del Liceo Salvadoreño, eran más que compañeros de guerra. Eran amigos de toda la vida. Arce Zablah había escrito, cuando tenía poco más de 20 años, un pequeño estudio sobre la economía cafetalera del país, titulado: “El grano de oro”. Eso le dio fama de niño genio. Joaquín era voluntarioso y organizador. Cualquiera de los dos podría haber sido el sucesor de Rivas Mira.
Pero Rafael Arce Zablah murió a balazos, en 1975, durante un combate con la Guardia Nacional en El Carmen, departamento de La Unión. Joaquín Villalobos, a sus 24 años, asumió la máxima jefatura de una de las más agresivas y pragmáticas organizaciones guerrilleras que haya existido en la historia de América Latina. Desde los primeros momentos, Joaquín dio muestras de talento organizativo, mucha astucia, valentía, sentido de poder y sangre fría.
“El pragmatismo es la mejor forma de defender los principios”, solía decir Villalobos. El aforismo echa luces sobre muchas de las controvertidas decisiones que a lo largo de su vida guerrillera tomó Joaquín. La más dramática fue cuando, con el firme propósito de sacar a Ana Guadalupe Martínez de la Guardia Nacional, negoció el rescate de Roberto Poma cuando éste ya estaba muerto.
Mientras las otras organizaciones guerrilleras discutían largamente sobre “la caracterización del enemigo de clase”, “las críticas al foquismo”, “los métodos de lucha”, etc. El ERP mantenía una tremenda actividad. En realidad no eran muchos, pero parecían miles debido a su capacidad operativa. Estaban convencidos de que, en El Salvador, la revolución, y sobre todo el poder, estaba a la vuelta de la esquina.
Todo era cuestión de mostrarse, conseguir fusiles y tiros, agitar a unas masas desesperadas ante los gobiernos militares y esperar el momento propicio para desatar una fulminante insurrección popular. Las otras guerrillas miraban eso como una locura de cipotes jugando a ser el Che. Ellos tenían que quemar etapas, construir la vanguardia, desarrollar los frentes amplios y desatar una guerra popular prolongada que garantizara la pureza del proceso.
Era la época cuando soplaban por todas partes aires de victoria revolucionaria. El socialismo era un estadio al que, por determinismo histórico, tenían que llegar, redimidos, todos los pueblos del mundo. Esa idea fija y justiciera combinada con los rigores de la vida clandestina, la presión constante del enemigo, la muerte y la tortura acechando en cada recodo y la terrible experiencia de matar a otros, forja un perfil psicológico de suprema intolerancia.
El ERP era, en los años de la guerrilla urbana, una organización con muy poco sustento intelectual y mínima formación académica. El informe que a modo de balance escribió Joaquín Villalobos en 1977 no sólo evidenciaba la pobreza de análisis, sino también la alta fiebre de emotividad que producía la mezcla de obsesiones ideológicas y el deseo de poder que desde muy temprano fue fuente de audacia y desastre. Imagino que el autor debe sonrojarse, visto a distancia aquel infame mamotreto.
Lo cierto es que, luego de intensas negociaciones y presiones (desde Cuba), el ERP fue admitido en la DRU. Poco después se sumó el pequeño Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) y se formó el FMLN. El nombre, la bandera y toda la simbología eran fruto de un efecto imitativo con respecto al Frente Sandinista de Liberación Nacional, que había tomado el poder en Nicaragua.
El 10 de enero de 1981, comenzó la ofensiva final. Es probable que Schafik y Cayetano Carpio pensaran que a lo mejor estos locos del ERP tenían razón: el poder estaba a la vuelta de la esquina… (Continuará).
*Columnista de El Diario de Hoy.