Dalton y Swenson: “Reclutar, desertar o anular»

WASHINGTON- Harold F. Swenson, “Hal”, de 1.80 metros de estatura y complexión atlética, veterano de operaciones encubiertas durante la Segunda Guerra Mundial, era el epítome del cuerpo de oficiales de caso de la Agencia Central de Inteligencia en el momento álgido de la Guerra Fría. Hal combatía a los comunistas con la misma determinación y astucia que alguna vez usara contra alemanes y japoneses.

La noche del 23 de septiembre de 1964, el deber llevó a Swenson a una prisión local de Cojutepeque, un pueblo de mala muerte en Centroamérica, en El Salvador, donde un prisionero macilento se hallaba sentado a solas en una celda húmeda, sin ventanas.

El prisionero era Roque Dalton García.

Hoy, Dalton es un héroe literario nacional y su rostro adorna los timbres postales de El Salvador. Pero en 1964, con veintinueve años de edad, era un enemigo del Estado envuelto en la ola política de izquierdas que había barrido la región a partir de la Revolución cubana de 1959.

En pocas palabras, Dalton era el tipo de persona con la que Hal Swenson lidiaba para ganarse el pan. Al tiempo que abría un grueso informe sobre las actividades subversivas de Dalton, Swenson fijó sus ojos avellanados sobre el poeta y le dijo que tenía solo dos opciones: colaborar con la CIA o “enfrentar las consecuencias sin posibilidad alguna de escapar”.

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Así comenzó uno de los encuentros clandestinos más intrigantes de la historia contemporánea de América Latina. Dalton sobreviviría y llegaría a producir una impresionante obra escrita, incluida una novela autobiográfica en la que el poeta se retrata valeroso y desafiante de cara a las presiones de la CIA.

No obstante, en los años por venir, sus enemigos murmurarían que Dalton era en realidad un traidor: si había salido libre de Cojutepeque, decían, había sido a cambio de su colaboración con la agencia estadounidense. El 10 de mayo de 1975, esos rumores le costarían a Dalton la vida. Sus camaradas marxistas de guerrilla lo asesinaron tras un “juicio” secreto en el que lo acusaron de ser un agente de la CIA. Fue aquel un acto de brutalidad fanática que hasta el día de hoy resuena en la política latinoamericana, pues la familia de Dalton ha defendido su causa contra los dos exguerrilleros a los que culpa del asesinato: Jorge Meléndez, hoy un alto funcionario salvadoreño, y Joaquín Villalobos, consejero de seguridad nacional del presidente de México.

Quizá nunca sepamos toda la verdad acerca del asesinato de Dalton, o de su relación con la CIA. Pero se pueden encontrar muchas respuestas en los Archivos Nacionales de Estados Unidos, en documentos desclasificados que incluyen numerosos informes sobre los esfuerzos de Hal Swenson por reclutar al poeta salvadoreño. El retrato de Dalton que de ahí surge no es ni traicionero ni heroico.

Dalton no cedió al chantaje de la CIA, pero su comportamiento durante el interrogatorio no fue tan audaz como él mismo sugeriría más tarde. Además, al parecer, Dalton manipuló la verdad tiempo después para ocultar el hecho de que en verdad era un agente de inteligencia… de Cuba.

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El 21 de abril de 1964, un vuelo de Cubana de Aviación que se dirigía a Praga se detuvo a reabastecer combustible en Halifax, Nueva Escocia. Mientras el avión permanecía en la pista, Vladimir Rodríguez Lahera salió disparado de entre los demás pasajeros y pidió asilo a un oficial canadiense. No se trataba de una deserción cualquiera. Rodríguez era el encargado de Centroamérica para la Dirección General de Inteligencia (DGI), la principal agencia cubana de espionaje.

Rodríguez terminaría entregando una maleta llena de documentos a Hal Swenson, jefe de contrainteligencia de la unidad de “Asuntos Especiales” de la CIA, que implementaba las operaciones encubiertas contra el régimen de Fidel Castro. Para el mes de junio, Swenson había logrado que Rodríguez le diera todo el parte y había ideado un plan para “reclutar, desertar o anular” a los numerosos elementos cubanos en Centroamérica a los que Rodríguez identificara, tal como diría más tarde un memorándum de la CIA. Entre los blancos potenciales en la lista de Rodríguez, Swenson consideró a Roque Dalton como un caso especialmente interesante.

Hijo de padre estadounidense y madre salvadoreña, Dalton se había unido al Partido Comunista Salvadoreño (PCS) en 1957 y había viajado a Cuba en septiembre de 1962, junto con otros veintitrés jóvenes del Partido, para recibir entrenamiento guerrillero. Su entrenamiento duró hasta marzo de 1963 y, según los documentos de la CIA, incluyó un mes en Rostock, Alemania del Este, en octubre de 1962.

El curso en Cuba comprendía lecciones de “liderazgo” con un veterano de la Guerra Civil española que había adquirido la ciudadanía soviética y se había convertido en general. Dalton debió de impresionar a sus instructores, ya que lo seleccionaron junto con otros cuatro salvadoreños para seguir entrenándose como agente de la DGI… sin informar al PCS.

Los cubanos le dieron a Dalton un alias: “Juan Montenegro”, y le enseñaron escritura en clave, vigilancia y comunicaciones de onda corta. Cuando se preparaba para regresar a El Salvador, a finales de octubre de 1963, la DGI le proporcionó al poeta seiscientos dólares para comprar un transmisor, y una cinta de microfilm que contenía radiofrecuencias fue escondida en la suela hueca de su zapato.

Swenson veía a Dalton como un “candidato destacado” para el reclutamiento, pues era un comunista salvadoreño de primer orden y también un agente secreto cubano.

En tanto tal, “se podría esperar que proporcionara bastante información tanto sobre el PCS en El Salvador como sobre sus actividades para la DGI”, escribió Swenson el 19 de junio de 1964. Rodríguez le dijo a Swenson que Dalton se mostraría receptivo a una oferta de la CIA porque era “muy inteligente, pero nunca demostró un verdadero deseo por aprender” en Cuba, y porque tenía “una debilidad por las mujeres y la vida fácil”. Aun así, a Swenson le preocupaba que las “características personales” de Dalton pudieran ocasionarle a la CIA “problemas de manejo” en el futuro, tal como le había sucedido a los cubanos. Rodríguez, que había sido el oficial de caso de Dalton, explicó que este había malversado los seiscientos dólares y no se había reportado con sus superiores antes del 27 de enero de 1964, cuando las autoridades salvadoreñas lo arrestaron y deportaron. El jefe de la estación de la CIA en San Salvador también externó sus reservas. La agencia ya tenía un espía en el PCS, señaló en un cable del 12 de agosto de 1964, así que, ¿para qué incorporar a Dalton?

Puesto que anteriormente Dalton no había hecho nada para la DGI, los cubanos, siempre sospechosos, “vincularían su reactivación a la deserción de Rodríguez Lahera”, argumentaba el jefe de la estación de la CIA. En lugar de hacer el intento por reclutar a Dalton, la CIA debía “anularlo” haciendo públicos sus lazos con Cuba y dejando que el gobierno salvadoreño se encargara del resto. Pero después de la crisis de los misiles y de Bahía de Cochinos, la CIA estaba desesperada por penetrar la red que rodeaba a Fidel Castro. Swenson quería darle una oportunidad a Dalton. Así que envió un cable al jefe de la CIA en San Salvador agradeciéndole sus comentarios, y siguió adelante con sus planes de reclutar al poeta.

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El 3 de septiembre, Swenson se reunió en San Salvador con el presidente de El Salvador, el coronel Julio Rivera, y le presentó el plan de la CIA para captar a los guerrilleros y espías entrenados por Cuba en su país. Rivera se mostró encantado y le dijo a su jefe de inteligencia, José Alberto “Chele” Medrano, que hiciera todo lo que la CIA quisiera.

Dalton había regresado a El Salvador en junio. Con la esperanza de evitar que su arresto y expulsión de enero se repitieran, permaneció en casa mientras los abogados de la Universidad Nacional, donde Dalton estaba inscrito como estudiante de Derecho, solicitaban a las cortes poner fin a la constante vigilancia policiaca fuera de su domicilio. Pero Dalton no pudo reprimir su necesidad de beber y socializar. El 4 de septiembre –un día después de que Swenson se entrevistara con Rivera– se aventuró en un bar donde policías vestidos de civil lo arrestaron. Cinco días más tarde fue transferido en secreto a la cárcel de Cojutepeque, a fin de frustrar los esfuerzos de la familia del poeta por lograr que un juez ordenara su liberación.

Si bien la policía no golpeó ni torturó físicamente a Dalton, fue mantenido en solitario, privado de duchas y comida decente, y obligado a dormir en el frío suelo de la celda. El resultado fue un semblante lastimoso al momento que Swenson llegó, ya caída la oscuridad, el 23 de septiembre.

Las condiciones de la cárcel no dejaron contento a Swenson, en particular el hecho de que el único espacio disponible para un interrogatorio fuera una gran sala de juntas, con guardias presentes y un oficial de alto rango de la policía salvadoreña que deambulaba dentro y fuera. Pese a las circunstancias poco satisfactorias, Swenson prosiguió con su “oferta” a Dalton. Hal le dijo al poeta que “fuentes internas” habían revelado que no solo era un comunista salvadoreño de primer orden, sino también un agente de inteligencia cubano. Dalton negó todo, y comenzó a sermonear a Swenson sobre sus derechos legales.

Pero cuando este último le mostró el archivo de la DGI que había obtenido de Rodríguez, el poeta “se encogió de miedo”, tal como informó más adelante el hombre de la CIA. La situación de Dalton “no tenía remedio”, dijo Swenson… a menos que cooperara, en cuyo caso, Estados Unidos se encargaría de darle a él y a su familia una buena vida. Dalton pasó de la provocación al regateo. Los dirigentes militares de El Salvador “me cortarán la cabeza”, suplicó. “Lamento haberme involucrado alguna vez en todo esto.” El poeta juró abandonar la política y El Salvador si el hombre de la CIA ponía fin al interrogatorio y lo dejaba ir. Pese a todo, Dalton no admitió trabajar para Cuba ni pertenecer al Partido Comunista. Y tampoco accedió a espiar para la CIA.

Frustrado, Swenson envió a Dalton de vuelta a su celda, y se quedó cavilando sobre las formas de quebrar su resistencia. Swenson decidió que un bon vivant como Dalton respondería mejor en un ambiente más cómodo. Así que dio instrucciones a Chele Medrano de trasladar a Dalton a un lugar más tranquilo, donde pudieran hablar a solas.

La noche del 25 de septiembre, Swenson se reunió con Dalton en la lujosa casa de un coronel salvadoreño, en las frescas colinas de Planes de Renderos, al sureste de San Salvador. Dalton se había duchado y había conseguido una cama adecuada y comida decente. Swenson informó que, sin guardias, “hubo una mejor compenetración y Dalton habló con mayor holgura”. Charlaron sobre la historia personal del poeta, sobre sus primeros días como miembro del Partido Comunista y sobre sus viajes por México y Cuba. Pero Dalton insistía en que había renunciado al Partido Comunista debido a sus métodos “cuestionables”. Sus visitas a Cuba, decía, respondían a actividades estrictamente culturales y literarias.

Swenson hojeó de nuevo el archivo de la DGI. Dalton insistía en que los papeles eran falsos. El poeta “suplicó misericordia con elocuencia, por [su] esposa y sus hijos”, informó Swenson, y “rogó” una vez más que se le enviara al exilio. El hombre de la CIA dijo que quizás podría organizar una nueva vida para Dalton en México, pero solo si cooperaba plenamente. Al ver que el poeta no se doblegaba, Swenson recogió sus papeles y se marchó, advirtiéndole a Dalton que se le estaba acabando la paciencia.

Dalton parecía “agitado, pero terco”, y “probablemente no se rendiría sino después de repetidas y largas sesiones de interrogatorios”, informó Swenson. Antes de recurrir a eso, Swenson quería probar una última táctica: confrontar a Dalton con Vladimir Rodríguez Lahera, quien había acompañado a Swenson a San Salvador. Seguramente Dalton no podría negar sus vínculos con los cubanos en presencia de su antiguo oficial de caso de la DGI.

La mañana del 30 de septiembre, Rodríguez apareció en Planes de Renderos. De apenas 1.60 metros de estatura y con un acento cubano inconfundible, Rodríguez debió de resultar instantáneamente reconocible para Dalton, en especial cuando habló sobre el entrenamiento del poeta en Cuba y se dirigió a él por sus pseudónimos ante la DGI.

Sin embargo, Dalton se las arregló de alguna manera para negar que conociera al cubano. El poeta se atuvo a esa historia incluso después de que Swenson entrara y se uniera al desertor. Una vez más, Dalton rogó que se le liberara y se le enviara al extranjero.

“Obtener la verdad de Dalton llevará mucho tiempo”, informó un Swenson exasperado. Dalton estaba “plenamente consciente [de las] pruebas en su contra”, pero quizás esperaba que la presión política y legal de sus camaradas finalmente obligara al gobierno a liberarlo. Por otra parte, añadía Swenson, Dalton “probablemente teme que admitir su complicidad no sea de ayuda”.

Estaba en manos del gobierno salvadoreño “convencerlo de que de una u otra forma [se] equivoca”, escribió Swenson, lo que quería decir que el gobierno debía retener a Dalton en aquella oscura celda de la cárcel de Cojutepeque hasta que el poeta cambiara de opinión. Y el 1 de octubre fue exactamente ahí adonde Dalton fue a parar, mientras Swenson regresaba a Washington.

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La desaparición de Dalton en verdad se había vuelto una cause célèbre para los comunistas salvadoreños y otros opositores al gobierno militar. El mismo día en que la policía transfirió en secreto al poeta de vuelta a Cojutepeque, un grupo de escritores y artistas publicó una carta en protesta por su arresto. Dos semanas más tarde, el 15 de octubre, el Diario Latino de San Salvador publicó una carta abierta al presidente Rivera firmada por la esposa de Dalton, Aída Cañas de Dalton. A continuación, las asociaciones de abogados llamaron al gobierno a respetar los derechos del poeta.

El 29 de octubre, al tiempo que la campaña a favor de Dalton alcanzaba un crescendo, un cable de la CIA le dio a Hal Swenson una noticia asombrosa: se decía que Dalton había escapado.

Tal como lo explicarían los cables posteriores de la CIA, de alguna manera el poeta había llegado de la cárcel de Cojutepeque a un escondite en la Universidad Nacional, en San Salvador.

Los oficiales de la CIA estaban alarmados por el titular del 30 de octubre de El Diario de Hoy, de San Salvador: “Dalton García confirma la fuga”. El periódico contenía una carta de Dalton en la que él mismo describía su arresto, cautiverio y las extrañas reuniones con dos interrogadores extranjeros.

Un “estadounidense vestido de civil” lo había acusado de participar en una conspiración encabezada por cubanos contra el gobierno salvadoreño, escribió Dalton. El gringo le había enseñado “una serie de documentos, obviamente inventados y fabricados ad hoc”, y amenazó con “eliminarlo” a menos que admitiera los cargos.

En la villa de Planes de Renderos, el estadounidense “continuó con sus amenazas y ofertas”, escribió Dalton, e incluso le presentó a un cubano desconocido, quien “afirmó ser el que había conspirado en Cuba conmigo”. El cubano lo amenazó con mandarlo asesinar a menos que confesara, afirmaba Dalton.

Tras ser enviado de vuelta a la cárcel de Cojutepeque, escribió el poeta, permaneció incomunicado hasta la noche del 25 de octubre, “cuando, aprovechando una debilidad en la pared de mi celda ocasionada por temblores y trabajos de construcción en las cercanías, pude escapar y llegar por mi cuenta a San Salvador”.

Los oficiales de la CIA trataron de contener los estragos. El jefe de la agencia en San Salvador dio instrucciones al encargado de negocios de Estados Unidos, Edward G. Curtis, de decir a la prensa que las acusaciones de Dalton eran “demasiado ridículas para comentarlas” o que Dalton estaba “usando ‘licencias poéticas’”.

Mientras tanto, la CIA trató de despistar a Cuba. Un oficial de caso le dijo a un agente conocido de la DGI que un funcionario estadounidense se había reunido con Dalton, pero solo a petición de Chele Medrano, quien pensaba que Dalton podría hablar más libremente con un compatriota de su padre. El oficial le aseguró al agente cubano que Dalton no había traicionado ninguna confianza, y que no tenía “nada que temer desde el punto de vista de la seguridad”.

El 3 de noviembre, el jefe de la CIA en San Salvador envió un cable a las oficinas centrales informando que las repercusiones políticas eran “sorprendentemente leves” y que el gobierno salvadoreño “podría capear el temporal sin tener que admitir nada”.

Sin embargo, un destinatario del mensaje no quedó satisfecho. “Este cable no tiene sentido”, escribió el 4 de noviembre un alto cargo de la CIA. “Nuestro objetivo es obviamente reclutar, desertar o anular a Dalton. Su fuga de la prisión no altera de ninguna forma lo que queremos hacer.” De hecho, se argumentaba en el memorándum, la fuga y las declaraciones de Dalton en la prensa salvadoreña podrían aumentar su valor como agente doble, pues constituían una pantalla perfecta.

La negativa de Dalton a aceptar el reclutamiento hasta ese momento “no significa que debamos rendirnos, más bien significa que deberíamos intensificar nuestros esfuerzos o estar dispuestos a tomar medidas más drásticas de ser necesarias”, agregaba el memorándum. Después de todo, el caso Dalton debía ser considerado a la luz “del asesinato de agentes de la CIA en Cuba”.

“No estamos involucrados en partidas de ajedrez o en juegos olímpicos, sino en operaciones serias que, ya se trate de una guerra caliente o fría, se calculan bajo la definición clásica de destruir la voluntad del enemigo para resistir o, más realistamente, destruir la capacidad del enemigo”, concluía el documento.

Y, con esa nota ominosa, termina el informe desclasificado del intento de Hal Swenson por reclutar a Roque Dalton.

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¿Podría haber orquestado la CIA una vendetta contra Dalton, o haberlo reclutado durante el tiempo transcurrido entre su fuga en 1964 y su asesinato en 1975? Es posible, pero probablemente no fue así.

La CIA continuó rastreando a Dalton desde febrero de 1965, cuando este se reubicó en Praga, hasta al menos el verano de 1971, cuando el poeta asistió a un congreso de las juventudes comunistas en Pyongyang, Corea del Norte.

No existe evidencia en los archivos desclasificados de que la CIA tuviera siquiera noticia del regreso de Dalton a El Salvador en 1973, o de la existencia del grupo al que se unió, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Además, para ese momento, “Asuntos Especiales”, al igual que la mayor parte del aparato anti Castro de la CIA, se había disuelto. Hal Swenson y otros oficiales involucrados en el caso Dalton habían sido reasignados, se habían retirado, o habían muerto. La prioridad de la CIA en

América Latina era el Chile de Salvador Allende, y no Centroamérica. Para 1975, la agencia quizás estaba demasiado ocupada combatiendo los escándalos por sus intentos de asesinato previos como para emprender uno contra alguien como Dalton.

Mientras tanto, la relación de Dalton con la inteligencia cubana se mantuvo. Aunque no está claro cómo salió de El Salvador a principios de noviembre de 1964, el poeta no pudo haber llegado a Praga sin ayuda cubana. Cuando tiempo después regresó a La Habana, Dalton gozó de un estatus privilegiado, con fácil acceso a funcionarios como Manuel Piñeiro, que encabezaba las operaciones secretas del régimen de Castro en América Latina.

En retrospectiva, el comportamiento de Dalton durante el interrogatorio con Swenson y Rodríguez, así como la historia que contó en la prensa salvadoreña –y, mucho más tarde, en las páginas de su novela Pobrecito poeta que era yo– parecen calculados no solo para protegerse a sí mismo, sino también a la DGI.

Sí: durante sus encuentros con el hombre de la CIA y con el desertor cubano estaba asustado, más asustado de lo que su recuento en Pobrecito poeta que era yo podría revelar. Debió de quedar impactado al enterarse de que Rodríguez lo había traicionado. Pero sus ruegos y sus súplicas probablemente fueron en parte una actuación, una puesta en escena destinada a darle tiempo a sus camaradas para hacer campaña a favor de su liberación, tal como lo sospechó Swenson. Incluso pudo haber aprendido esta táctica de la DGI.

Un cable del jefe de la CIA en San Salvador, fechado el 28 de septiembre de 1964 y consistente con esta hipótesis, describe una reunión secreta sobre el caso Dalton con un informante del PCS, quien reportó que la política del partido en el caso Dalton era “ejercer presión [sobre el gobierno] a través de los diputados” en la asamblea nacional, y “aceptar la expulsión [de Dalton] del país antes que dejarlo podrirse en alguna cárcel local”.

La dramática carta de Dalton a El Diario de Hoy resulta digna de atención tanto por lo que dice como por lo que no dice.

En Pobrecito poeta que era yo, escrito después de su salida de El Salvador, Dalton llamaba al interrogador estadounidense “oficial de la CIA”. Pero en la carta a El Diario de Hoy, escrita mientras aún se ocultaba en el país y esperaba irse, se refería al gringo con más cuidado, como “uno de los asesores extranjeros de la policía nacional y otras instituciones militares”. En cuanto a Rodríguez, Dalton decía que había descubierto que el cubano sin nombre era “un instructor de la policía nacional”.

En pocas palabras, Dalton solo reveló lo suficiente de la verdad como para alertar a sus superiores cubanos de que sus operaciones habían sido expuestas, pero no tanto como para orillar a la CIA a tomar “medidas drásticas”.

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La narración de Dalton sobre su fuga en El Diario de Hoy, aunque vaga y breve, es consistente con su elaborado relato en la novela, donde habla de la excavación de un túnel a través de una porosa pared de adobe, de carreras a través de bosques, y de autobuses a los que subió, lleno de ansiedad, camino a San Salvador.

Siempre ha parecido una historia improbable. Un viejo camarada que entrenó en Cuba con Dalton, Ricardo Castrorrivas, le dijo al biógrafo del poeta, Luis Alvarenga, que según había escuchado, Dalton logró salir en realidad gracias a Pedro Geoffroy Rivas, un eminente y adinerado poeta de izquierda que utilizó sus influencias a favor de Dalton. Resultaría irónico, pues Dalton y Rivas eran rivales en aquel tiempo; es de notar, empero, que Pobrecito poeta que era yo es una línea de un poema de Rivas.

No obstante, el hijo de Dalton, Juan José Dalton, ha escrito sobre la lejana noche en que su padre apareció en la casa de un pariente, con barba y cubierto de arañazos, y le enseñó a su hijo un pedacito de acero que había utilizado para atravesar los ladrillos.

La única versión de la fuga de Dalton que claramente no es verdad es la que difundieron sus enemigos: que la CIA la orquestó para encubrir su reclutamiento. El narrador más agresivo de este relato fue Cayetano Carpio, el comunista veterano que abandonó el partido salvadoreño en 1970 para fundar las Fuerzas Populares de Liberación (FPL). Carpio afirmaba que los miembros del Partido habían visto a Dalton reunirse con un oficial de la CIA en un hotel de San Salvador después de que saliera de la cárcel de Cojutepeque.

Si tal reunión tuvo lugar, no existe registro de ella en los documentos desclasificados de la CIA. Por el contrario, los cables secretos de la agencia, cuyo propósito nunca fue hacerlos públicos, reflejan sorpresa y enojo genuinos frente a la noticia de la fuga de Dalton. Los oficiales de la CIA en San Salvador ni siquiera averiguaron que Dalton había llegado a la Universidad Nacional sino hasta diez días después de su huida de Cojutepeque. Chele Medrano también parece haber permanecido en la ignorancia; según un cable de la CIA, “arremetió contra la dejadez de la Policía Nacional”.

El apoyo de Cuba a Dalton después de que abandonara El Salvador en 1964 contradice la acusación de Carpio; resulta extraño, sin embargo, que el régimen de Castro tolerara las murmuraciones de Carpio contra el poeta cuando ambos hombres se encontraban en La Habana a principios de la década de 1970.

Después de que Carpio rechazara la oferta del poeta de unirse a las FPL, la inteligencia Cubana instó a Alejandro Rivas Mina, el primer jefe del ERP, a aceptar a Dalton como “asesor político” dentro de El Salvador, según un artículo de David Hernández, escritor e investigador salvadoreño del caso Dalton, en La Prensa Gráfica de mayo de 2011.

Dado el potencial de conflicto entre Rivas Mina y el más viejo y más logrado –pero notablemente indisciplinado– Dalton, era como si los cubanos estuvieran enfrentándolos deliberadamente.

Según las memorias del exguerrillero salvadoreño Eduardo Sancho, Crónicas entre los espejos, en una reunión en San Salvador, en 1973, poco después de la llegada de Dalton, Carpio le reiteró a Rivas Mina el rumor sobre los vínculos de Dalton con la CIA.

Para sus admiradores, Dalton fue un brillante intelectual revolucionario. Los servicios secretos de Cuba, empero, lo conocieron como un bohemio sarcástico que le había robado seiscientos dólares a la DGI, que no podía resistirse a la bebida y que metió la pata en una peligrosa trampa de la CIA.

La inteligencia cubana había tolerado sus defectos durante años debido a sus dotes literarias. Sin embargo, para principios de la década de 1970, Dalton sabía más sobre el funcionamiento interno del Estado cubano que una década atrás, y su afición por la bebida y las mujeres había empeorado mucho.

De una u otra forma, por el riesgo que representaba, Roque Dalton estaba destinado a ser anulado. Y, el 10 de mayo de 1975, lo fue.

Traducción de Marianela Santoveña

Tomado de revista Letras Libres, edición octubre 2012.

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