A raíz de mi crítica a la idea de que Argentina atraviesa una coyuntura prerrevolucionaria (aquí), algunas personas plantearon que, si bien mis argumentos son atendibles, mi posición debe ser rechazada por “derrotista”. Pareciera que, según este enfoque, para no ser “derrotista” hay que coincidir con que “Argentina 2023 se asemeja a la Rusia del poder dual de 1917”, o poco menos.
Este es entonces un nivel de discrepancia con mis críticos. Pero, en un plano más fundamental, el cargo de “derrotista” tiene que ver con mi afirmación de que la clase obrera y el programa socialista han sufrido derrotas históricas, que afectan su capacidad de resistencia y lucha contra el capital. Lo esencial: las masas trabajadoras interpretan la vuelta al capitalismo en los territorios de los ex “socialismos reales” como el resultado de la imposibilidad del socialismo, o prueba de su fracaso. Por lo cual el programa socialista permanece exterior a las masas. Una situación que es agravada por experiencias como la del “socialismo siglo XXI” venezolano. De ahí el slogan de la derecha “no hay alternativa al capitalismo, acepta lo que existe”.
En perspectiva histórica
“No hubo derrota histórica alguna, y el que no acuerde con ello es un derrotista”. Por fuera de los que miran para otro lado, esta es la respuesta, palabras más o palabras menos, más frecuente, dentro de la izquierda, a mi planteo del apartado anterior. Una postura que tiene como trasfondo una periodización de los grandes cambios en la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo que reza: desde 1917 hasta 1923, ofensiva revolucionaria, que da como resultado la Rusia soviética; desde mediados de los 1920 y los 1930, retrocesos y derrotas (fascismo, nazismo); a partir de 1943 (Stalingrado) nuevo ascenso revolucionario que dio lugar al surgimiento de nuevos Estados obreros.
Lo importante: en la etapa final de la Segunda Guerra se habría revertido la relación de fuerzas a favor de la clase obrera. La tesis de que existe una situación prerrevolucionaria mundial -y por décadas. nada menos- tiene esta raíz. Una idea a la que adhirió la Cuarta Internacional. Según esta, Los “Estados obreros burocráticos” (Este de Europa, China, Yugoslavia) eran la expresión de ese vuelco en favor del trabajo y en contra del capital (y el imperialismo). Como no podía ser de otra manera, los partidos Comunistas también caracterizaron el triunfo del Ejército Rojo como un avance de la clase obrera y del socialismo. Dado, además, que entre 1945 y 1985 la clase obrera no había sufrido ninguna derrota más o menos decisiva, los trotskistas esperaban, a fines de los 1980, que en algún momento el movimiento obrero de la URSS y de otros países stalinistas retomaría el programa de la Revolución de Octubre y establecería la república de los consejos. Los militantes comunistas, guevaristas, maoístas, por su parte, apostaban al fortalecimiento y desarrollo más o menos continuos del socialismo, aceptando incluso la introducción parcial del mercado en las economías estatizadas. En cualquier caso, ¿cómo podría haber una derrota de magnitud -histórica- del socialismo y la clase obrera en tales condiciones? Solo los «derrotistas» podían pensarlo.
Sin embargo, el giro de China al capitalismo en la década de los 1980; la caída del Muro de Berlín en 1989; y la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y las restauraciones capitalistas que siguieron fueron imposibles de encajar en la tesis “la clase obrera mundial pasó a la ofensiva a partir de 1943”. Es que si las economías nacionalizadas eran superiores a las economías capitalistas; si la clase obrera no había padecido ninguna derrota de carácter histórico desde 1945 y tenía sus fuerzas intactas; si la URSS, China, Yugoslavia, Polonia, Hungría, entre otros, eran Estados proletarios; si los EEUU habían sido derrotados en Vietnam; si además la clase obrera se había fortalecido socialmente en los países capitalistas y en los “Estados proletarios” ¿cómo pudo ocurrir que el capitalismo se restaurara sin mayores resistencias en casi todos lados? ¿Por qué la clase obrera no defendió a “sus” Estados y a las economías nacionalizadas? Preguntas imposibles de responder con el acostumbrado inflador de “las masas se están volcando al movimiento revolucionario”. O con el argumento (Fidel Castro, por ejemplo) “es culpa de los traidores”.
El análisis de Natalia Sedova
Llegados a este punto cobra relevancia el análisis que hizo la ex compañera de Trotsky, Natalia Sedova (1882-1962) del significado de la ocupación de los países del centro de Europa por el Ejército Rojo. Su tesis fundamental: esos regímenes no fueron proletarios, sino dictaduras hostiles a la clase obrera. De manera que no se puede hablar de un ascenso de la clase obrera o de un progreso de la revolución socialista. Una postura que la llevó a alejarse de la Cuarta Internacional, junto a un puñado de revolucionarios (entre ellos Grandizo Munis, 1912-1989). En su carta de ruptura con la CI Sedova escribió:
“Ahora consideráis que los Estados de Europa oriental en los que el stalinismo ha establecido su dominio durante y después de la guerra son igualmente Estados obreros. Esto equivale a decir que el estalinismo ha desempeñado un papel socialista revolucionario. No quiero ni puedo seguiros en este punto. Tras la guerra e incluso antes de que acabara, existió un movimiento revolucionario de masas en esos países. Pero no fueron esas masas quienes tomaron el poder y no fueron Estados obreros los que se establecieron con sus luchas. Es la contrarrevolución stalinista quien tomó el poder, reduciendo estos países a la condición de esclavos del Kremlin, estrangulando a las masas trabajadoras, sus luchas revolucionarias y sus aspiraciones revolucionarias. Al considerar que la burocracia ha establecido Estados obreros en esos países, le asignáis a esa burocracia un papel progresivo e incluso revolucionario. Al propagar esta monstruosa mentira, denegáis a la IV Internacional toda razón fundamental de existencia como partido mundial de la revolución socialista. En el pasado siempre hemos considerado al stalinismo como una fuerza contrarrevolucionaria con todas las connotaciones del término. Vosotros ya no lo hacéis, pero yo sigo haciéndolo.” Carta de ruptura con la IV Internacional, mayo de 1951 (Marxists Internet Archive).
Antes, en “Carta abierta al Partido Comunista Internacionalista”, de junio de 1947, junto a Benjamín Péret, G. Munis, sostuvo:
“Las organizaciones causantes y exponentes de la crisis han acrecido su dominio orgánico sobre la clase trabajadora, encadenándola más reciamente que antaño al sistema general de la contrarrevolución mundial. Nosotros, por el contrario, en ninguna parte hemos alcanzado la fuerza orgánica, la autoridad ideológica y el prestigio combativo que dan a un partido revolucionario categoría de tal.”
“El gobierno ruso y su apéndice exterior, el stalinismo mundial, dejaron muy atrás la vieja socialdemocracia, convirtiéndose ambos, estrechamente unidos, en la causa más potente y peligrosa de la crisis del movimiento obrero mundial. ¡Una causa que, además, dispone de la GPU, policía internacionalmente organizada y subvencionada con millones! El primer punto a comprender en la situación mundial, y sin comprender el cual todos los demás se nublan y la acción se esteriliza, es que el actual Estado y gobierno rusos, lejos de tener por base o llevar consigo ningún resto de la revolución bolchevique de 1917, representan frente a ella la más feroz y completa contrarrevolución. Por sí solo, el actual gobierno ruso ha contribuido a la derrota de la revolución mundial y al estado de postración de las masas mucho más que todos los gobiernos capitalistas juntos.” (…) “El stalinismo es hoy absolutamente incompatible con toda democracia proletaria. Dondequiera que han surgido órganos de poder revolucionario, desde España hasta Varsovia, París y Milán, él se ha dado prisa en destruirlos. El stalinismo no puede permitir que los revolucionarios hablen”. “….todo gobierno stalinista o bajo la influencia stalinista lleva consigo una imperiosa tendencia a aniquilar físicamente la vanguardia revolucionaria.”
“Tanto a la contrarrevolución rusa como a la contrarrevolución del más puro abolengo burgués, las nacionalizaciones les han servido, en momentos revolucionarios, para expropiar el proletariado que entraba en posesión de los medios de producción, y en momentos de pasividad de las masas para concentrar la propiedad en manos del Estado, fetiche religioso y opresor por excelencia, mediante lo cual dificultar las huelgas, restringir la democracia (servicio de policía estaliniano-reformista en las fábricas francesas) y emprender la creación de un orden corporativo”.
No hay necesidad de acordar con todo el análisis de Natalia Sedova (por ejemplo, con la misma óptica habría que revisar la caracterización de la URSS por Trotsky) para rescatar lo central: las estatizaciones en los territorios ocupados por el Ejército Rojo sirvieron para impedir el control y administración de los medios de producción por la clase obrera y para fortalecer un Estado opresor, que anulaba la democracia obrera. También en Francia, dice Sedova, las nacionalizaciones fueron funcionales al control stalinista y reformista en las fábricas. Por eso destaca el carácter general de la represión a la clase obrera y la vanguardia revolucionaria.
Botón de muestra, Varsovia 1944
Como muestra de lo ocurrido en los últimos años de la Segunda Guerra recordamos en este apartado el levantamiento de Varsovia, iniciado el 1 de agosto de 1944. La resistencia polaca contaba en ese tiempo con unos 40.000 combatientes. El ejército alemán estaba en retirada, los rusos se acercaban por el este y la resistencia contaba con su llegada a Varsovia para iniciar el alzamiento. Sin embargo, el Ejército Rojo se detuvo en la orilla oriental del Vístula sin intervenir, y los nazis lanzaron una brutal represión. Después de 63 días de lucha la resistencia se rindió. Unos 200.000 polacos fueron asesinados; otros cientos de miles terminaron en campos de trabajo forzado.
Consumada la derrota (masacre) del alzamiento, los alemanes se retiraron y el Ejército Rojo entró en Varsovia. Stalin sabía que la eliminación de la resistencia polaca era indispensable para establecer un régimen burocrático dictatorial bajo su control. Para lo que nos interesa ahora: esto fue interpretado (y la idea continúa) como un triunfo de la clase obrera por prácticamente toda la izquierda. O sea, Varsovia – Polonia no fue “derrota”, sino victoria y progreso del socialismo. Ante esto mi pregunta “derrotista” es qué “socialismo” podía surgir de esa carnicería.
No hay revoluciones socialistas desde arriba o burocráticas
Los aplastamientos de levantamientos obreros y populares en Berlín 1953, Hungría 1956 o Checoslovaquia 1968 obedecieron a la misma lógica: la burocracia no podía permitir ninguna forma de democracia de las bases, de los trabajadores. Lo cual no obstó para que el trotskismo siguiera caracterizando como “obreros” a los Estados burocráticos, la URSS y los regímenes “disciplinados” por el Ejército soviético.
En todo esto hay una cuestión “de principio”, de punto de arranque. Tiene que ver con la idea, muy extendida, de que existen revoluciones socialistas “desde arriba”, impulsadas por alguna “vanguardia revolucionaria” que actúa en lugar de las masas obreras. Un ejemplo: la colectivización forzosa del agro en la Unión Soviética fue considerada por los stalinistas como una “revolución desde arriba”. También la industrialización a marchas forzadas. Incluso Trotsky y sus partidarios consideraron que, a pesar de los desastres –millones de muertos, hambrunas- la colectivización e industrialización habían fortalecido al socialismo. Trotsky llegó a escribir (en la Revolución traicionada) que los éxitos de la URSS demostraban la superioridad del socialismo, no en las páginas de El capital de Marx sino en la arena económica. De esta manera, se fue instalando la idea de que la revolución socialista puede beneficiarse de impulsos “burocráticos”. Un ejemplo reciente lo tuvimos en Venezuela, donde gran parte de la izquierda creyó que se podía avanzar en una transformación socialista de la mano de burócratas, milicos, arribistas y boli burgueses. Así, llevaron a las masas a la catástrofe social, a la derrota (otra excusa para tachar a los críticos por “derrotistas”).
La realidad, sin embargo, es que no hay “impulsos burocráticos al socialismo”. Las estatizaciones sirvieron para establecer una relación de explotación (apropiación de plustrabajo) en favor de la burocracia. Los regímenes burocráticos ahogaron en sangre y represión formas mínimas de democracia obrera. No hay manera de sostener que semejante situación revirtiera las derrotas de los movimientos revolucionarios y consejistas surgidos al calor de la crisis del capital, a fines de la Primera Guerra. No podía haberla bajo la conducción, el programa y la estrategia del stalinismo. El mismo dominio de la burocracia era expresión de la derrota del movimiento revolucionario.
Como decía la Asociación Internacional de Trabajadores, la liberación de los trabajadores deberá ser obra de los mismos trabajadores, o no habrá tal liberación. No hay sustitutos. Pero si se reconoce esto, hay que mirar de frente las derrotas, y llamarlas por su nombre, derrotas. Es el primer paso para superar la crisis del socialismo. Todo lo demás es hueco palabrerío izquierdista. Es marearse con las caracterizaciones.