Los animales no tienen ética ni moral, al menos desde el punto de vista humano. Actúan por instinto, sin poder escoger, sin discernimiento consciente de sus actos. Incluso cuando un perro se aleja de una persona es su instinto quien le previene de la posibilidad de un castigo. Por eso el animal puede ser domesticado, adiestrado, pero nunca dotado de ética.
En la naturaleza sólo el ser humano asume comportamiento ético. Es a partir de los 3 años cuando la persona comienza a darse cuenta de que no puede hacer lo que quiere ni actuar instintivamente. Entonces comienza a percibir las relaciones sociales: la madre que reclama porque el niño se hizo pipí en el suelo, la abuela o la niñera que le baña todo el día.
Ese condicionamiento ético pasa a la esfera de la razón. El niño apegado a la madre y con celos del padre (complejo de Edipo) se va convenciendo de que debe dejar de lado sus fantasías de matar al padre. La vida social exige autolimitación de nuestros impulsos, control de nuestro instinto, selección de nuestros valores y opciones, que siempre implican renuncias. No se puede escoger esto sin renunciar a aquello. En suma, poco a poco se forja en nosotros el comportamiento ético.
Toda actitud ética está íntimamente ligada a los valores morales que predominan en nuestro grupo social. Son esos valores los que inspiran nuestras acciones y sirven de referencia para juzgar si ellas son o no éticamente aceptables. En la moral de ciertos países árabes el hombre tiene más valor que la mujer y por tanto ésta debe estar supeditada a él. Por lo mismo es éticamente aceptable que el padre decida con quién debe casarse la hija e impide que ella muestre su rostro en la calle. En la moral de nuestros abuelos una joven no debía enseñar las piernas ni un muchacho llevar cabellos largos o usar aretes.
Hoy día eso se considera aceptable y pasa por moralista quien recrimine tales comportamientos. Estos ejemplos muestran que la moral no es la misma en todos los tiempos ni en todos los pueblos, sino que resulta del proceso cultural de cada pueblo, o sea desde el punto de vista de la razón no hay valores morales absolutos, objetivamente incuestionables para toda la humanidad.
En el Egipto de los faraones o en el Brasil anterior a 1888 no era considerado inmoral esclavizar a seres humanos, y aún hoy no es considerado inmoral por la cultura dominante explotar el trabajo ajeno. En muchas sociedades, a lo largo de la historia, se aceptó que hubiera seres humanos superiores (reyes, nobles, blancos, sacerdotes) e inferiores (súbditos, peones, negros, laicos). Poco a poco los hombres y las mujeres fueron tomando conciencia de sus derechos.
Cuanto mayor es la conciencia de los derechos humanos, más ética y moral se vuelve la vida social. Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor notaremos que hay mucha falta de ética y de moral en nuestra sociedad. Hay, incluso, quien se opone a las campañas a favor de los derechos humanos, ¿Por qué?
Capitalismo y moral
La moral tiene implicaciones políticas y económicas. En la Edad Media la Iglesia condenaba el interés bancario; si hoy perdurase tal censura ningún católico podría ser banquero o agiotista; e incluso, por ironía del destino, el mismo Vaticano posee el Banco del Espíritu Santo… La ética protestante siempre recomendó a sus fieles empeño en el trabajo y austeridad en los gastos, incentivando el ahorro. Algunos autores creen que tal ética fue decisiva para enriquecer a países de fuerte tradición protestante, como Alemania, Suiza y los Estados Unidos.
En el capitalismo la moral predominante en la sociedad es ambigua y contradictoria, pues el mayor valor para el sistema es la acumulación de capital. Así, en la «moral» de dicho sistema la propiedad privada es un valor por encima de la existencia humana. Basta con referirnos a la reacción de algunos ruralistas con relación a las demandas del Movimiento Sin Tierra… Si una persona tiene hambre, dice la doctrina de la Iglesia, tiene derecho a hacer uso de la propiedad ajena. ¿Mayor y más divino es el bien del pueblo que el bien particular?, recuerda santo Tomás de Aquino en ?De Regimine Principum 1,1,9.
La lógica del capital trata de arrimar la ética social a sus intereses y objetivos. Para ella es aceptable el asesinato de niños de la calle o de líderes sindicales que luchan por la reforma agraria. Y se refleja incluso en el tejido social bajo la forma de una doble moral: la privada y la pública. El mismo presidente de la empresa que paga el anuncio pornográfico en la televisión prohíbe en casa que su hija use «hilo dental»; el mismo comerciante que llama a la policía contra el jovenzuelo que le robó una lata de sardinas aumenta los precios de modo exorbitante y defrauda al fisco; el mismo cura que predica la participación de los laicos en la vida eclesial cierra las puertas de la iglesia si las cosas no funcionan tal como a él le gustan… La lógica del capital destruye los valores morales y corroe la ética.
En Estados Unidos hicieron una investigación para saber en qué fase de la vida consume más una persona, y se descubrió que cuando se casa. Un casamiento siempre desencadena consumo, desde las alianzas al nuevo apartamento, pasando por la ropa de los invitados y los regalos. Resultado: «hagamos que las personas se casen varias veces». No es de extrañar, pues, que las novelas de la televisión consideren obsoleta la fidelidad e incentiven tanto la rotatividad conyugal.
¿El fin justifica los medios? En la política burguesa la lucha por el poder hace que el fin justifique los medios, o sea niega la ética. ¿Sería lícito y políticamente ventajoso utilizar cualquier medio para obtener un fin liberador? Un grupo de labradores sin tierra ¿podría torturar a un latifundista para obtener una información considerada importante para su movimiento? La historia demuestra que el medio utilizado influye en el carácter del fin que se pretende obtener.
La tortura es un arma del opresor y todo el que la utiliza se pone de lado del opresor, por más que los fines sean aparentemente liberadores. Al torturar, el torturador se deshumaniza y deshumaniza a su víctima poniéndola como testigo de su oprobio. Por eso, los verdaderos movimientos revolucionarios nunca recurrieron a la tortura.
En la guerrilla de Sierra Maestra, en Cuba, torturar al enemigo era considerado un crimen, aunque se tratase de un torturador. Ante todo porque la revolución no es un movimiento vengativo. Segundo, porque tratar bien al enemigo es demostrarle que la guerrilla, contrario al ejército burgués, no llega a matar sino a generar más vida. El enemigo preso era intercambiado por combatientes presos. Y cuando retornaba a sus filas hacía propaganda favorable del movimiento revolucionario al relatar el tratamiento digno que había recibido.
Un revolucionario que necesita echar mano a la tortura para obtener información demuestra que se apartó del pueblo. El pueblo sabe todo, basta con estrechar vínculos con él para que le fluya información. En la guerra del Vietnam los vietcongs eran violentamente torturados por los militares estadounidenses. Sin embargo, cuando un soldado o un oficial de los Estados Unidos caía en manos de los vietcongs era bien tratado.
Los oficiales eran llevados al antiguo hotel Hilton de Hanoi, la capital de Vietnam del Norte, donde estaba ubicado también el comando guerrillero. Durante años la Casa Blanca pretendió bombardear Hanoi y nunca lo pudo hacer porque hubiera matado a sus propios oficiales en el hotel Hilton. De este modo se salvó Hanoi. Al terminar la guerra los prisioneros fueron llevados de Hanoi a la base naval de Guam, en el Pacífico.
Entrevistados por la prensa, revelaron que fueron bien tratados y que, durante los años de prisión en el antiguo hotel, jugaron tenis, usaron la piscina y recibieron periódicos y revistas de su país. La entrevista fue suspendida, bajo la alegación de que habían sufrido lavado de cerebro para no contar las torturas recibidas… Sufrían, según los médicos norteamericanos, de «Síndrome de Estocolmo», expresión utilizada para definir la admiración de la víctima por su verdugo.
Moral y política
A lo largo de los tiempos se ha discutido ampliamente la unión entre moral y política. Hay quien defiende que la política debe ser autónoma o independiente respecto a la moral. Tal propuesta es atribuida al famoso politicólogo italiano Maquiavelo (1469-1527). Por eso se le llama maquiavélica a toda actitud política que ignora los preceptos morales. De hecho fue Maquiavelo quien sugirió a los poderosos el principio de que «el fin justifica los medios».
En su famoso libro El Príncipe aconseja: «…y en las acciones de todos los hombres, especialmente de los príncipes, cuando no hay indicación a la que apelar, se mira al fin. Haga, pues, el príncipe por vencer y defender el Estado: los medios siempre serán considerados honrosos y alabados por todos».
El gran reto de la política liberadora es basarse en una ética liberadora. No se puede construir el hombre y la mujer nuevos usando métodos viejos. Cuando se recurre a irregularidades, difamaciones y trampas para ganar una elección sindical o partidaria, de hecho se está perpetuando la vieja sociedad opresora en nombre de ideales libertarios. Es lo que el Evangelio denuncia como echar vino nuevo en odres viejos.
En octubre de 1990, en la 2ª Plenaria nacional de Movimientos Populares, un grupo de compañeros falsificó papeletas de votación para tratar de ganar una elección. Salió derrotado. Pero lo grave del caso fue encontrar que la liberación podría avanzar utilizando medios propios de quienes oprimen y promueven la injusticia. La ética se enraiza en el corazón humano.
No es tan sólo una cuestión de comportamiento político. Ella sólo adquiere fuerza cuando se encarna en la vivencia personal. El opresor actúa movido por intereses; el liberador, por principios. Así, nunca un militante de la justicia puede aceptar desviar fondos, viciar procesos electorales, mentirle al pueblo o hacer uso de lo que es colectivo en beneficio personal. «El que es fiel en las cosas pequeñas – advierte Jesús- también lo será en las grandes, y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lucas 16, 10-12).