Día de la Madre

Día de la Madre
Editorial UCA
07/05/2014

Nos acercamos al Día de la Madre, con la consiguiente lluvia de publicidad que intenta convencer de que el cariño solo se demuestra con regalos, consumiendo más. Una práctica que tiene esa mezcla característica de afecto personal e hipocresía social con la que acostumbramos celebrar ese día. El cariño es indudable. La madre es el vínculo más sólido en las familias. En los casos de abandono de hogar, los padres lo hacen en una proporción tres veces superior a las madres. La incondicionalidad del amor materno se vive en los momentos difíciles con más intensidad. La aportación al hogar ha ido creciendo sustancialmente en la medida en que cada día más madres se encargan de las faenas domésticas y tienen también un trabajo remunerado afuera. Ese doble esfuerzo de la mujer ha sido uno de los factores principales para que muchas familias salgan de la pobreza.

Pero la hipocresía es también relevante. Se ensalza a la madre, pero no se asumen igualitariamente los trabajos del hogar. Se exalta el sentimiento maternal, pero no se combate con energía el machismo. Una mujer podrá tener diez hijos, especialmente en el campo, y ser fundamental para sacarlos adelante con gran esfuerzo y sacrificio, pero su trabajo no le da derecho a pensión. La ensalzamos al máximo, pero la mantenemos como esclava del trabajo reproductivo, viendo esa actividad más como una obligación que como un verdadero trabajo que contribuye al desarrollo de todos. La celebramos un día para después devolverla a las labores de mayor sacrificio y esfuerzo.

El Día de la Madre debemos celebrarlo recordando los derechos de la mujer. No se puede exaltar la maternidad como maravilla de amor generoso y aprovecharse de este casi parasitariamente. La falta de realización plena de los derechos de la mujer debería ardernos. Su situación es triste, pues las encontramos frecuentemente con inferiores salarios que los hombres, con menos participación política, con peores prestaciones, sufriendo acoso en muchos empleos, soportando gritos y amenazas, cuando no golpes, a pesar de la legislación vigente. Separar el Día de la Madre de la celebración y promoción de los derechos de la mujer no es más que una expresión de hipocresía social y, por supuesto, la explotación de un sentimiento profundo para lucro del mercado. Es difícil creer en el amor a las madres y no pedir una ampliación del permiso laboral de maternidad y paternidad, especialmente en estos tiempos en los que una buena proporción de madres trabaja (y en muchos casos, más de 8 horas al día).

Nadie duda, pues, de la calidad y hondura de sentimiento con que la gran mayoría de hijos celebran a su madre. Pero el amor hay que reflejarlo más en obras que en palabras, más a lo largo de todo el año que durante un solo día. Y el amor personal, individual y dirigido a una madre concreta debe tener también una dimensión estructural. Amar a las madres debe significar también amar a todas las mujeres, y especialmente amar la maternidad. En otras palabras, la de la madre debe ser, además de una fiesta íntima, una celebración colectiva en la que se defiendan y amplíen los derechos de esas mujeres que trabajan el doble, que se responsabilizan el triple y que nos enseñan el camino de la ternura y la solidaridad.

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