EE.UU.: El actual Partido Republicano es el partido de Jefferson Davis, no el de Lincoln
Harold Meyerson · · · · ·
25/04/15
Hace 150 años [el pasado jueves, 9 de abril], después de que la infantería de la Unión rodeara por completo al Ejército del Norte de Virginia, Robert E. Lee le envió una nota a Ulysses S. Grant proponiéndole un encuentro para discutir las condiciones de rendición. Con ello, la Guerra Civil comenzaba su final.
Y en algún momento del futuro, todavía puede que llegue a terminar.
La emancipación de los esclavos que acompañó a la victoria del Norte marcó el inicio, tal como había esperado Abraham Lincoln, de un nuevo nacimiento de la libertad, pero el viejo orden consiguió adaptarse a las nuevas circunstancias. La subyugación de los afroamericanos y la violencia contra ellos prosiguieron rápidamente, sobre todo después de que las tropas del ejército norteamericano se retirasen del Sur al término de la Reconstrucción [1865-77]. Se suprimió el voto de los negros. El sistema laboral del Sur conservó, modificado, su característica más distintiva: el trabajo sin libertad. Tal como ha demostrado Douglas A. Blackmon en su estudio, Slavery by Another Name, galardonado con un Premio Pulitzer, numerosas empresas — muchas de ellas domiciliadas en el Norte — dependían en buena medida del trabajo de miles de presos negros, muchos de los cuales cumplían largas condenas por delitos menores o bien sin haber cometido ninguno.
Desde luego, una razón por la que la subyugación de base racial resultó tan persistente fue que constituía un eje, no sólo de la economía del Sur, sino también del conjunto de la economía norteamericana. Durante buena parte del siglo XX, la visión predominante del conflicto Norte-Sur era que había enfrentado a la economía capitalista cada vez más avanzada del Norte contra la economía premoderna, cuasi feudal del Sur. En años recientes, no obstante, un aluvión de nuevas historias ha situado la economía algodonera del Sur en el centro mismo del capitalismo decimonónico. Obras como Empire of Cotton, del historiador de Harvard Sven Beckert, y The Half Has Never Been Told, del historiador de Cornell Edward E. Baptist, han documentado cómo el algodón producido por los esclavos constituía el mayor y más lucrativo sector de la economía norteamericana anterior a la guerra, origen de la fortuna de comerciantes e inversores con sede en Nueva York y de fabricantes británicos. El incremento de la rentabilidad, demuestra Baptist, fue resultado en buena medida del aumento de la brutalización de la mano de obra esclava.
Lincoln entendió esto, ¿cómo no iba a entenderlo? Los comerciantes e inversores de Nueva York convirtieron esa ciudad en un centro de sentimiento pro-sudista, a tal punto que su alcalde, Fernando Wood, llegó a sugerir de veras segregarse de la Unión a fin de preservar sus lazos con los propietarios de esclavos del Sur. Los intereses comerciales británicos presionaron a su gobierno para que reconociera diplomáticamente a la Confederación. En el discurso inaugural de su segundo mandato presidencial, Lincoln denominó a la esclavitud no un pecado del Sur sino un pecado norteamericano, por el que tanto el Norte como el Sur estaban condenados a alguna forma de castigo divino, empapada en sangre. “Si hemos de suponer que la esclavitud norteamericana es uno de esas faltas que, en la providencia de Dios, había de llegar,” afirmaba Lincoln, “pero que habiendo continuado el tiempo previsto por Él, hoy consiente en suprimir, otorgando tanto al Norte como al Sur esta terrible guerra como aflicción merecida por aquellos por quienes vino la falta, hemos de discernir en ello cualquier divergencia de esos divinos atributos que los creyentes en un Dios vivo le asignan”.
Todavía hoy, uno de los problemas más fundamentales de Norteamérica es que la alianza entre la forma actual del trabajo en el Sur y la forma actual de las finanzas de Nueva York continúa entre nosotros. Los cinco estados que carecen de leyes sobre salario mínimo están en el Sur: Alabama, Luisiana, Misisipi, Carolina del Sur y Tennessee. Grandes empresas domiciliadas en el Sur como Wal-Mart se encuentran entre las principales oponentes de los derechos de los trabajadores a organizarse, y a medida que Wal-Mart se ha ido extendiendo por el Norte y el Oeste, igual ha sucedido con la legislación de “derecho al trabajo” [en realidad, con propósitos antisindicales] aplicada por los gobiernos republicanos del Medio Oeste.
La sudificación del Partido Republicano y la creciente dominación de esa variedad de capitalismo de accionistas propia de Wall Street sobre la vida económica del país se han combinado para erosionar tanto la renta como el poder de los trabajadores norteamericanos. Los sindicatos son anatema para Wall Street y el Partido Republicano. Ambos se oponen a la regulación federal que otorga más facultades a consumidores y empleados.
Alimentado por las megadonaciones de los megarricos, el Partido Republicano de hoy no es que esté lejos de ser el partido de Lincoln, es que es verdaderamente el partido de Jefferson Davis [presidente de la Confederación durante la Guerra Civil]. Reprime el voto de los negros, se opone a los esfuerzos federales para mitigar la pobreza, pone objeciones a la inversión federal en infraestructuras y educación, del mismo modo que el Sur anterior a la guerra se oponía a las mejoras internas y rechazaba la educación pública. Desprecia los compromisos. Es casi todo él blanco. Es el descendiente en línea directa del ejército de Lee, y los descendientes del de Grant tienen todavía que someterlo.
Harold Meyerson es un veterano periodista estadounidense, director ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington Post.