Hacia una teoría social del discurso
La teoría social más reciente ha producido importantes aportes acerca de la naturaleza social del lenguaje y su funcionamiento en las sociedades contemporáneas, aportes que no han sido aprovechados de manera extensiva por los estudios lingüísticos (y por cierto, menos aún por las corrientes dominantes en el campo de la lingüística).
Por lo general, los mismos teóricos sociales han articulado sus aportes de manera abstracta, sin un análisis específico de los textos lingüísticos (i). En los estudios lingüísticos se hace imprescindible una síntesis entre estos aportes y las tradiciones de análisis textual. El enfoque que se desarrolla en esta parte del trabajo se orienta en ese sentido.
‘Discurso’ es una categoría empleada tanto por los teóricos y analistas sociales (e.g. Foucault 1972; Fraser, 1989) como por los lingüistas (e.g. Stubbs, 1983; van Dijk, 1987). Como muchos otros lingüistas, emplearé el término ‘discurso’ para referirme primordialmente al uso lingüístico hablado o escrito, aunque al mismo tiempo me gustaría ampliarlo para incluir las prácticas semióticas en otras modalidades semióticas como la fotografía y la comunicación no verbal (e.g. gestual).
Pero, al referirme al uso lingüístico como discurso, estoy señalando un deseo de investigarlo como una forma de práctica social, con una orientación informada por la teoría social.
Considerar el uso lingüístico como una práctica social implica, en primer lugar, que es un modo de acción (Austin 1962; Levinson 1983), y, en segundo lugar, que siempre es un modo de acción situado histórica y socialmente, en una relación dialéctica con otros aspectos de ‘lo social’ (su ‘contexto social’) –que está configurado socialmente, pero también, que es constitutivo de lo social, en tanto contribuye a configurar lo social –.
Es vital que el Análisis Crítico del Discurso explore la tensión entre estos dos costados del uso lingüístico, el de estar constituido socialmente y el de ser socialmente constitutivo, en lugar de optar unilateralmente por una posición estructuralista (como hizo, por ejemplo, Pêcheux, 1982) o una posición centrada en la ‘acción’ [‘actionalist’] (como tiende a hacer, por ejemplo, la pragmática).
El uso lingüístico, aunque con diferentes grados de prominencia según los diferentes casos, siempre es simultáneamente constitutivo de
(i) las identidades sociales
(ii) las relaciones sociales y
(iii) los sistemas de conocimiento y de creencias
Por lo tanto, necesitamos una teoría del lenguaje, como la de Halliday (1978, 1985), que destaque su multifuncionalidad, que considere que el texto (en el sentido señalado en la nota 2) realiza simultáneamente lo que Halliday denomina como funciones ‘ideacional’, ‘interpersonal’ y ‘textual’ del lenguaje.
Además, el uso lingüístico es constitutivo, tanto de manera convencional y socialmente reproductiva como de manera creativa, socialmente transformadora, y el énfasis en una u otra modalidad constitutiva depende de las circunstancias sociales de cada caso particular (es decir, si se genera en el interior de relaciones de poder relativamente estables y rígidas, o relativamente flexibles y abiertas).
Aunque el uso lingüístico está configurado socialmente, esta configuración del discurso no es monolítica ni mecánica. Por un lado, las sociedades y las instituciones, y los dominios particulares dentro de ellas, mantienen (sustentan) una variedad de prácticas discursivas que coexisten, contrastan y a menudo compiten entre sí (‘discursos’ en la terminología de muchos analistas sociales).
Por otra parte, existe una compleja relación entre eventos discursivos particulares (‘instancias’ particulares de uso lingüístico) y de normas o convenciones subyacentes del uso lingüístico. En ocasiones, la lengua puede emplearse ‘adecuadamente’, adhiriendo y aplicando directamente las convenciones, pero esto no ocurre siempre, ni tan generalmente como lo sugieren las teorías de la adecuación lingüística.
Es importante concebir las convenciones que subyacen a los eventos discursivos como ‘órdenes del discurso’ (Fairclough 1989, 1992a), lo que los analistas del discurso francés llaman ‘interdiscurso’ (Pêcheux 1982; Maingueneau, 1987). Una razón que justifica esto es precisamente la complejidad de la relación entre evento discursivo y convención, donde los eventos discursos por lo común combinan dos o más tipos convencionales de discurso (por ejemplo, la ‘charla’ en televisión es en parte una conversación, y en parte, una actuación: Tolson 1991) y donde los textos son por lo común heterogéneos en sus formas y sus significados.
El orden del discurso de algunos dominios sociales es la totalidad de sus prácticas discursivas, y las relaciones (de complementariedad, inclusión/exclusión, oposición) entre ellas –por ejemplo en las escuelas, las prácticas discursivas de la clase, de la evaluación de trabajos escritos, de la sala de juegos y de la sala de profesores.
Y el orden del discurso de una sociedad es el conjunto de estos órdenes del discurso más ‘locales’, y las relaciones entre ellos (es decir, la relación entre el orden del discurso de la escuela y los del hogar y el vecindario). Los límites y separaciones entre, y dentro de los órdenes del discurso, pueden ser puntos de conflicto y de disputas (Bernstein, 1990), que pueden debilitarse o fortalecerse, como parte de conflictos y luchas sociales más amplios (los límites entre la escuela, la casa y el vecindario podrían ser un ejemplo).
La categorización de tipos de prácticas discursivas –los elementos de los órdenes del discurso – es difícil y controvertida: para los propósitos de este artículo simplificaré a partir de la distinción entre discursos (empleando discurso como sustantivo contableii), como modos de significar áreas de la experiencia desde una perspectiva determinada (por ejemplo, discursos patriarcales vs. discursos feministas de la sexualidad), y géneros, usos lingüísticos asociados con tipos de actividad socialmente ratificadas, tales como la entrevista de trabajo o los artículos científicos (ver Kress, 1988, sobre la distinción entre discursos y géneros).
Con análisis ‘crítico’ del discurso quiero decir un análisis del discurso que pretende explorar sistemáticamente las relaciones a menudo opacas de causalidad y determinación entre:
(a) prácticas discursivas, eventos y textos
(b) estructuras, procesos y relaciones sociales y culturales más amplios para investigar de qué modo esas prácticas, relaciones y procesos surgen y son configuradas por las relaciones de poder y en las luchas por el poder, y para explorar de qué modo esta opacidad de las relaciones entre discurso y sociedad es ella misma un factor que asegura el poder y la hegemonía (ver más abajo).
Al referirme a la opacidad, estoy sugiriendo que los vínculos entre discurso, ideología y poder pueden muy bien ser ambiguos, difusos y poco claros para quienes están involucrados en las prácticas sociales, y en general, que nuestra práctica social está ligada a causas y efectos que pueden no ser en absoluto visibles y claros (Bourdieu, 1977) (iii).
Marco analítico
Para explorar esos vínculos en eventos discursivos particulares, empleo un encuadre tridimensional del análisis. Cada evento discursivo tiene tres dimensiones o facetas:
1. es un texto, oral o escrito
2. es una instancia de una práctica discursiva que implica la producción y la interpretación del texto
3. y es parte de una práctica social.
Estas son tres perspectivas que pueden adoptarse, tres modos complementarios de leer un evento social complejo. Al analizar la dimensión de la práctica discursiva, mi interés es político, se centra en el evento discursivo en el interior de relaciones de poder y dominación. Una característica de mi encuadre analítico es que trata de combinar una teoría del poder basada en el concepto de ‘hegemonía’ de Gramsci, con una teoría de la práctica discursiva basada en el concepto de intertextualidad (más exactamente, de la interdiscursividad –ver más abajo).
La conexión entre texto y práctica social se considera mediada por la práctica discursiva: por una parte, los procesos de producción e interpretación textual son conformados por (y, a su vez, ayudan a conformar) la naturaleza de la práctica social, y, por otra, el proceso de producción conforma (y deja ‘rastros’) en el texto, y el proceso interpretativo opera sobre la base de las ‘señales’ del texto.
El análisis del texto es un análisis de forma-contenido –lo formulo de este modo para acentuar su necesaria interdependencia. Como indiqué más arriba, puede considerarse que cualquier texto entreteje significados ‘ideacionales’, ‘interpersonales’ y ‘textuales’.
Sus dominios son, respectivamente, la representación y la significación del mundo y la experiencia; la constitución (el establecimiento, la reproducción, la negociación) de las identidades de los participantes y de las relaciones interpersonales que se establecen entre ellos, y la distribución entre la información dada vs. nueva, y entre la que se destaca en primer plano vs. el trasfondo, o se coloca en último plano (en el más amplio sentido).
Considero que esto ayuda a distinguir dos subfunciones de la función interpersonal: la función de ‘identidad’ – el texto en la constitución de relaciones –, y la función ‘relacional’ – el texto en la constitución de relaciones.
El análisis de estos significados entretejidos en los textos está ligado al análisis de la forma de los textos, incluyendo sus formas genéricas (por ejemplo, la estructura global de una narración), su organización dialógica (por ejemplo, en términos del sistema de cambio de turnos), las relaciones cohesivas entre oraciones y las relaciones entre cláusulas en las oraciones complejas, la gramática de la cláusula (que incluye las cuestiones de transitividad, el modo y la modalidad), y el vocabulario.
Gran parte de lo que se conoce como análisis pragmático (por ejemplo, el análisis de la fuerza de las emisiones) se encuentra en el límite entre el texto y la práctica discursiva (Ver Fairclough, 1992a, para un mayor desarrollo de este marco analítico, y ver más abajo los ejemplos).
El análisis de la práctica discursiva se ocupa de los aspectos sociocognitivos (Fairclough 1989) de la producción y la interpretación de los textos, opuesta a los aspectos socioinstitucionales (que se discuten más adelante). Este análisis involucra tanto la explicación paso a paso del modo en que los participantes producen e interpretan los textos, en lo que sobresalen los análisis conversacionales y pragmáticos, como así también los análisis que se centran en la relación entre el evento discursivo y el orden del discurso, y en la determinación de qué prácticas y combinaciones discursivas están siendo configuradas.
El interés principal, y mi mayor preocupación en este trabajo, se centra en este último aspecto (iv). El concepto de interdiscursividad destaca la normal heterogeneidad de los textos al ser constituidos por combinaciones de diversos géneros y discursos. El concepto de interdiscursividad se basa en, y se relaciona estrechamente con el de intertextualidad (Kristeva, 1980) y, al igual que la intertextualidad, pone de relieve una perspectiva histórica de los textos como transformadores del pasado, las convenciones existentes, o los textos previos, en el presente.
El análisis del evento discursivo como práctica social puede referirse a diferentes niveles de organización social – el contexto de situación, el contexto institucional y el contexto social más amplio o ‘contexto de cultura’ (Malinowski, 1923; Halliday y Hasan, 1985). Las cuestiones sobre el poder y la ideología (sobre la ideología, ver Thompson, 1990) pueden surgir en cada uno de estos tres niveles. Considero útil pensar las relaciones entre discurso y poder en términos de hegemonía (Gramsci, 1971; Fairclough, 1992a).
Las posibilidades creativas, aparentemente ilimitadas, de las prácticas discursivas, sugeridas por el concepto de interdiscursividad –una infinita combinación y recombinación de géneros y discursos – en la práctica están limitadas y restringidas por el estado de las relaciones hegemónicas y las luchas por la hegemonía.
Por ejemplo, donde existe una hegemonía relativamente estable, las posibilidades creativas tienden a estar fuertemente restringidas. Por ejemplo, se puede señalar un contraste bastante burdo entre el predominio de prácticas normativas en la interacción entre géneros en la década de 1950, y la explosión creativa de las prácticas discursivas, ligada con la protesta feminista contra la hegemonía machista en los años ’70 y ’80.
Esta combinación entre hegemonía e interdiscursividad que propongo en mi encuadre del análisis crítico del discurso es concomitante con una definida orientación hacia el cambio histórico.
A los lectores les puede resultar útil tener a mano un resumen de algunos de los términos más importantes que he introducido en estas dos partes:
discurso (nombre abstracto) | uso lingüístico concebido como práctica social |
evento discursivo | instancia de uso lingüístico, analizada como texto, práctica discursiva, práctica social |
Texto | lengua hablada o escrita producida en un evento discursivo |
práctica discursiva | la producción, distribución y consumo de un texto |
Interdiscursividad | la constitución de un texto a partir de diversos discursos y géneros |
discurso (sustantivo ‘contable’) | modo de significar la experiencia desde una perspectiva particular |
Género | uso lingüístico asociado con una actividad social particular |
orden del discurso | totalidad de las prácticas discursivas de una institución, y las relaciones que se establecen entre ellas |
Lenguaje y discurso en la sociedad del capitalismo tardío
El Análisis Crítico del Discurso tiende a ser considerado en muchos departamentos de Lingüística como un área marginal del estudio del lenguaje, aunque desde mi punto de vista debería ocupar el centro de una disciplina lingüística reconstruida, la adecuada teoría social del lenguaje recientemente solicitada por Kress (1992).
El primer objetivo que persigo en este apartado es sugerir que un fundamento fuerte de esta posición proviene de un análisis de la ‘situación’ del lenguaje y el discurso (por ejemplo, de los ‘órdenes del discurso’) en las sociedades contemporáneas: si los estudios lingüísticos tienen que conectarse con las realidades del uso lingüístico¿ contemporáneo, entonces debe producirse un giro histórico, social y crítico.
El segundo objetivo se completa en el contexto más amplio de los procesos de comercialización del discurso público que se discutirán en la próximo apartado.
Aquí, mi premisa es que la relación entre el discurso y otros aspectos de lo social no es una constante transhistórica, sino una variable histórica, de manera que existen diferencias cualitativas entre diferentes períodos históricos en relación con el funcionamiento social del discurso.
También existen continuidades inevitables: sugiero que no existe una disyunción radical entre, digamos, la sociedad premoderna, moderna y ‘posmoderna’, sino cambios cualitativos en la ‘dominante cultural’ (Williams, 1981) (v) en relación con las prácticas discursivas, es decir, en la naturaleza discursiva de las prácticas discursivas que más se destacan y que tienen mayor impacto en un período histórico determinado.
Más abajo me referiré en particular a Gran Bretaña, pero está surgiendo un orden global del discurso y muchos de sus cambios y características tienen un carácter cuasi internacional.
Las investigaciones de Foucault (1979) sobre el cambio cualitativo en la naturaleza y el funcionamiento del poder entre las sociedades premoderna y moderna sugieren algunas de las características distintivas del discurso y el lenguaje en las sociedades modernas.
Foucault ha mostrado cómo el ‘biopoder’ moderno se apoya en tecnologías y técnicas de poder que se incrustan en las prácticas cotidianas de las instituciones sociales (por ejemplo, en las escuelas o las prisiones), y producen sujetos sociales.
La técnica de ‘examen’, por ejemplo, no es exclusivamente lingüística sino que se define sustancialmente mediante prácticas discursivas –géneros— tales como los de la consulta/examen médico y otras diferentes variedades de entrevistas (Fairclough 1992 a). Ciertos géneros institucionales clave, como las entrevistas, pero también el asesoramiento [vi], se encuentran entre las características más destacadas de los órdenes del discurso en las sociedades modernas.
En éstas, en contraste opuesto con las sociedades premodernas, el discurso se caracteriza por cumplir un rol distintivo y más importante en la constitución y reproducción de las relaciones de poder y de las identidades sociales que entraña.
Esta explicación foucaultiana del poder en la modernidad también permite explicar el énfasis que la teoría social del siglo XX colocó en la ideología como medio a través del cual se sostienen las relaciones sociales de poder y dominación (Gramsci 1971; Althusser, 1971; Hall, 1982), la normalidad de sentido común de las prácticas cotidianas como base para la continuidad y la reproducción de las relaciones de poder.
Y Habermas (1984) realiza un giro histórico y dinámico en el análisis del discurso de la modernidad con su postulación de la progresiva colonización del ‘mundo de la vida’ por parte de la economía y el estado, que entraña un desplazamiento desde las prácticas ‘comunicativas’ a las prácticas ‘estratégicas’, que encarnan la (moderna) racionalidad puramente instrumental. Este proceso se ejemplifica bien a partir de los modos en que la publicidad y el discurso promocional han colonizado muchos dominios de la vida en las sociedades contemporáneas (ver próximo apartado).
En esta breve revisión de la modernidad, no debo omitir los fenómenos de estandarización del lenguaje, que están estrechamente ligados con la modernización; una de las características de la modernidad es la unificación del orden del discurso, del ‘mercado lingüístico’ (Bourdieu, 1991) mediante la imposición de lenguas estandarizadas en los estadosnaciones.
Muchas de estas características de la sociedad moderna son todavía evidentes en las sociedades contemporáneas del ‘capitalismo tardío’ (Mandel, 1978), pero también se han producido ciertos cambios significativos que afectan los órdenes del discurso contemporáneos que manifiestan una mezcla de caracteres modernos con lo que algunos comentaristas (Jameson, 1984; Lash, 1990) caracterizan como ‘posmodernos’.
La identificación de los caracteres ‘posmodernos’ de la cultura es difícil y necesariamente controvertida, tanto en la esfera del discurso como en otras. A continuación bosquejaré, muy selectivamente, dos definiciones recientes de la cultura contemporánea, la de ‘modernidad tardía’ (ver Giddens, 1991) y la de ‘sociedad de riesgo’ de Beck (1992) estrechamente vinculada a ella, y luego de ‘cultura publicitaria’ (ver Wernick, 1991; y Featherstone, 1991, sobre la ‘cultura de consumo’), para identificar de manera tentativa tres conjuntos de desarrollos que se interrelacionan en las prácticas discursivas contemporáneas.
1. La sociedad contemporánea es ‘post-tradicional’ (Giddens, 1991). Esto significa que las tradiciones, en lugar de darse por sentadas, deben justificarse en relación con otras posibilidades alternativas; que las relaciones en público que se basan automáticamente en la autoridad están en decadencia, porque son relaciones personales basadas, por ejemplo, en derechos y deberes de parentesco; y que la propia identidad de la gente, en lugar de ser una característica propia de las posiciones y los roles, se construye reflexivamente mediante un proceso de negociación (ver también punto 3. más abajo).
Las relaciones y las identidades necesitan, cada vez más, ser negociadas a través del diálogo, una apertura que entraña mayores posibilidades que las identidades y relaciones fijas de las sociedades tradicionales, pero también entraña mayores riesgos.
Una consecuencia de la naturaleza, cada vez más, negociada de las relaciones es que la vida social contemporánea demanda habilidades dialógicas altamente desarrolladas. Esto es así en el trabajo, donde se ha producido un incremento en la demanda de ‘trabajo sensible’ (Hochschild, 1983), y, como consecuencia, un incremento de trabajo comunicativo, como parte de la expansión y transformación del sector de servicios. También es así en los contactos entre profesionales y su público (‘clientes’), y en la interrelación entre socios, parientes y amigos. Estas demandas pueden ser una fuente de dificultades mayores, porque no todos pueden cumplirlas fácilmente; actualmente se ha producido un notable interés en la educación lingüística por el entrenamiento de las ‘habilidades comunicativas’ en la interacción grupal y cara a cara.
Esto proporciona un marco dentro del cual podemos encontrar sentido a los procesos de ‘informalización’ (Wouters, 1986; Featherstone, 1991) que han tenido lugar desde los años ’60 en su aspecto específicamente discursivo, que he denominado ‘conversacionali-zación’ del discurso público (Fairclough, 1992a, 1994 (vii).
La conversacionalización es una característica contundente y penetrante en los órdenes del discurso contemporáneos. Por un lado, puede considerarse como una colonización del dominio público por parte de las prácticas del dominio privado, una apertura de los órdenes públicos del discurso a prácticas discursivas que son más accesibles que las prácticas elitistas tradicionales del dominio público, y, de esta manera, considerarla como un acceso más abierto al dominio público.
Por otro lado, puede considerarse como una apropiación de las prácticas del dominio privado por parte del dominio público: la infusión de prácticas requeridas en los escenarios públicos posttradicionales por los complejos procesos de negociación de identidades y de relaciones al que aludíamos antes.
La ambivalencia de la conversacionalización va más allá: a menudo es una ‘personalización sintética’ asociada con los objetivos publicitarios del discurso (ver 3. más abajo) y ligada a la ‘tecnologización’ del discurso (ver 2. abajo).
2. La reflexividad, en el sentido de empleo sistemático del saber acerca de la vida social para organizarlo y transformarlo, es una característica fundamental de la sociedad contemporánea (Giddens).
En su forma contemporánea distintiva, la reflexividad está ligada a lo que Giddens llama sistemas de expertos: sistemas constituidos por expertos (como los médicos, los terapeutas, los abogados, los científicos y los técnicos) con conocimientos técnicos altamente especializados de los cuales somos cada vez más dependientes. La reflexividad y los sistemas de expertos se ‘expanden incluso hasta el corazón del yo’ (Giddens, 1991: 32) con la muerte de los roles y posiciones impuestos en las prácticas tradicionales, la construcción de la propia identidad es un proyecto reflexivo, que implica recurrir a sistemas de expertos (por ejemplo, la terapia o el asesoramiento).
Las prácticas discursivas mismas son un dominio de experticia y reflexividad: la tecnologización del discurso puede comprenderse, en términos de Giddens, como la constitución de sistemas de expertos cuyo dominio son las prácticas discursivas, particularmente, las de las instituciones públicas.
3. La cultura contemporánea se ha caracterizado como cultura ‘publicitaria’ o cultura ‘de consumo’ (Wernick, 1991; Featherstone, 1991) (viii). Estas denominaciones apuntan a las consecuencias culturales del mercado y la producción masiva –la incorporación de nuevos dominios en el mercado de artículos de consumo (como las ‘industrias culturales’) y la reconstrucción general de la vida social sobre la base del mercado – y un relativo cambio de énfasis en la economía desde la producción al consumo.
El concepto de cultura publicitaria puede comprenderse en términos discursivos como generalización de la publicidad como una función comunicativa (Wernick, 1991:181) –el discurso como un instrumento para ‘vender’ bienes, servicios, organizaciones, ideas o personas – entre diferentesórdenes de discurso.
Las consecuencias de la generalización de la publicidad para los órdenes de discurso contemporáneos son bastante radicales. Primero, hay una reestructuración de los límites entre órdenes de discurso y entre prácticas discursivas; por ejemplo, el género de la publicidad de consumo ha colonizado los órdenes de discurso de los servicios públicos y profesionales en una escala masiva, generando muchos géneros híbridos parcialmente publicitarios (como el género de los prospectos universitarios contemporáneos que se considerarán en el próximo apartado).
Segundo, se ha producido una instrumentalización generalizada de las prácticas discursivas, que incluye la subordinación y la manipulación del significado para el logro de efectos instrumentales. En Fairclough (1989), por ejemplo, consideré el caso de la ‘personalización sintética’, la simulación de la conversación cotidiana persona a persona, en espacios institucionales (recordar la discusión acerca de la conversacionalización en 1. Más arriba).
Este es un caso de manipulación del significado interpersonal con un efecto estratégico, instrumental. En tercer lugar, hay un cambio más profundo y también más contencioso, en lo que Lash (1990) llama el ‘modo de significación’, la relación entre significante, significado y referente. Un aspecto de este cambio es el relativo desplazamiento de la prominencia de diferentes modalidades semióticas: por ejemplo, la publicidad ha experimentado una tendencia muy bien documentada a depender cada vez más de las imágenes visuales, a expensas de la semiosis verbal.
Pero considero que también existe un significativo desplazamiento desde lo que podríamos llamar significación–con referencia a la significación–sin referencia: en la primera se produce una triple relación entre ambos ‘lados’ del signo (significante, significado) y un objeto del mundo real (un evento, una propiedad, etc.); en cambio, en la última no existe objeto real, sólo la constitución de un ‘objeto’ (significado) en el discurso.
Por cierto, la posibilidad de ambas formas de significado es inherente al lenguaje, pero de cualquier modo, puede rastrearse comparativamente su relativa importancia en diferentes tiempos y lugares.
La colonización del discurso por la publicidad también puede tener efectos más patológicos sobre los sujetos, y conlleva implicaciones éticas más importantes. Todos estamos, por cierto, sujetos constantemente al discurso publicitario, hasta el punto de que existe un serio problema de confianza: dado que gran parte de nuestro entorno discursivo se caracteriza por una intencionalidad publicitaria más o menos explícita, ¿cómo podríamos estar seguros de qué es lo auténtico y qué no lo es? ¿Cómo sabemos si una conversación amistosa no es sólo algo simulado con un efecto instrumental? (ix)
Este problema de confianza se complejiza por la significación que tienen las elecciones realizadas entre ‘estilos de vida’ proyectados en relación con los bienes de consumo publicitarios para la construcción reflexiva de la propia identidad. Pero las consecuencias patológicas van mucho más profundo; es cada vez más difícil no quedar uno mismo involucrado en la publicidad, dado que mucha gente tiene que hacerlo como parte de su trabajo, pero también porque la autopromoción se está volviendo parte de la propia identidad (ver 1. más arriba) en las sociedades contemporáneas.
La expansión colonizadora del discurso publicitario arroja así problemas más serios para lo que razonablemente podríamos llamar la ética del lenguaje y el discurso.
Todo esto, repito, es un intento de identificar los cambios en las prácticas discursivas y su relación con cambios sociales y culturales más amplios. No obstante espero que esta exposición esquemática sea capaz de plantear algunos de los aspectos de la ‘cuestión del lenguaje’, tal como se experimenta en la sociedad contemporánea. Si esto resulta convincente, entonces es vital que la gente sea cada vez más consciente del papel del lenguaje y el discurso. Los niveles de conciencia son, sin embargo, muy bajos.
Poca gente posee siquiera un metalenguaje elemental para hablar y pensar acerca de estas cuestiones. Lograr una conciencia crítica del lenguaje y las prácticas discursivas es a mi entender un prerrequisito para ser un ciudadano democrático, y una prioridad urgente en la educación lingüística, y la gran mayoría de la gente (ciertamente esto es así en Gran Bretaña) está muy lejos de haberlo logrado (ver Clark et al. 1990, 1991).
Esta es una oportunidad para que los estudios lingüísticos aplicados ocupen un papel importante en esas cuestiones, aunque no serán capaces de asumir esta responsabilidad si no introducen un giro histórico, social y crítico como el que estoy proponiendo.
La estructuración de un mercado del discurso público: las universidades
En este apartado me referiré a un caso particular y a textos específicos para ilustrar la posición teórica y el marco analítico que planteé en los dos primeros apartados, y al mismo tiempo concretaré la explicación algo abstracta sobre las prácticas discursivas a las que me referí en el apartado anterior. Me centraré en el caso de la constitución de un mercado de prácticas discursivas en las universidades británicas contemporáneas (x), y con esto quiero decir la reestructuración del orden del discurso apoyado en el modelo del mercado. Para algunos puede parecer inadecuado que un académico analice introspectivamente el caso de las universidades como un ejemplo de mercado, pero yo no lo veo así; los cambios recientes que han afectado a la educación superior son un caso típico, y un buen ejemplo, de los procesos más generales de creación de mercados y de bienes de consumo en el sector público.
El mercado de las prácticas discursivas de las universidades es una de las dimensiones del mercado de la educación superior en general. Las instituciones de educación superior han llegado a operar, cada vez más (bajo la presión gubernamental), como si fueran empresas de negocios que compiten para vender sus productos a los consumidores (xi).
Esto no es un simulacro. Por ejemplo, se requiere de las universidades que aumenten sus fondos incrementando proporcionalmente los recursos privados, y que realicen ofertas cada vez más competitivas para el financiamiento (por ejemplo, para atraer grupos adicionales de estudiantes en determinadas áreas).
Pero hay muchas otras cosas en las que las universidades se parecen a las empresas –gran parte de sus ingresos, todavía provienen de subvenciones del gobierno. No obstante, las instituciones están realizando cambios organizativos más amplios que concuerdan con el modo operativo del mercado, como por ejemplo, la introducción de un mercado ‘interno’ haciendo que los departamentos sean cada vez más autónomos, empleando enfoques administrativos ‘empresariales’, por ejemplo, para la evaluación y la capacitación del personal, introduciendo planificación institucional y prestando mayor atención al estudio de mercado.
También se ha presionado a los académicos para que consideren a sus alumnos como ‘consumidores’, y a dedicar sus mayores energías a la enseñanza y al desarrollo de métodos de enseñanza centrados en el alumno. Se considera que estos cambios requieren nuevas habilidades y cualidades de parte de los académicos, y, por cierto, una transformación de su identidad profesional. Ellas se instancian y se constituyen a través de cambios de diferentes niveles en las prácticas discursivas y en el comportamiento,
Notas
La versión original, en inglés, de este artículo fue publicado en Fairclough, N. L. (1993). Critical Discourse Analysis and the Marketization of Public Discourse: The Universities. Discourse & Society 4(2), 133-68.
1 Nota del Autor: Empleo el término ‘texto’ tanto para referirme a textos escritos y transcriptos como a la interacción oral.
2 Nota de traducción: La distinción entre nombres ‘contables’ / ‘no contables’ pertenece a la gramática del inglés y permite distinguir sustantivos que tienen una forma singular y una plural, como house, flower, boy, hat [casa, flor, niño, sombrero] (contables) y otros como water, air, beauty [agua, aire, belleza], que en inglés no tienen forma plural y no pueden ser ‘contados’ (no contables).
3 Nota del Autor: El péndulo de la moda académica parece oscilar contra esta perspectiva ‘ideológica’ y a favor de un mayor énfasis en la autoconciencia y en la reflexividad (ver Giddens, 1991) Aunque acepto la necesidad de una corrección en este sentido (ver más abajo, acerca de la reflexividad) creo que es equívoco abandonar la perspectiva ideológica. Ver Introducción General.
4 NA. Ambos no son independientes, por cierto. La naturaleza de los detallados procesos de producción e interpretación en casos particulares, depende del modo en que se está configurando el orden del discurso. Ver Fairclough (1992 a: 18-19) para una discusión crítica del análisis de la conversación en estos términos.
5 N.A. Empleo este término de una manera más laxa que Williams, para quien las culturas dominante, emergente y opositiva estaban ligadas a las clases dominantes, emergentes u opositoras. Ver Wermick (1991) y también Fairclough (1989).
6 N.T. El término empleado es ‘counselling’ que puede traducirse como ‘asesoramiento’ de tutores o tutorías.
7 N.A. Wouters (1986), considera sin embargo, que la formalización y la informalización son fenómenos cíclicos, y sugiere que se ha producido una nueva ola de formalización desde los años ’70.
8 N.A. Aquí la discusión se apoya fuertemente en Wernick (1991) y en Fairclough (1989)
9 N.A. Otra cuestión es si las prácticas simuladas no son, por la misma razón, devaluadas en general.
10 N.A. En el momento de escribir este artículo, la división binaria entre universidades y los politécnicos se está disolviendo.
11 N.A. Este parágrafo es resultado de un trabajo en colaboración con Susan Condor, Oliver Fulton y Celia Lury.
Discurso & Sociedad, Vol 2(1) 2008, 170-185
Notas Biográficas
Norman Fairclough es profesor emérito de la Universidad de Lancaster y es uno de los fundadores del Análisis Crítico del Discurso. Actualmente contribuye a la enseñanza de cursos de Master en la Universidad de Bucarest e imparte cursos a nivel de doctorado en Dinamarca. Sus principales libros son Language and Power, Londres: Longman 1989 (segunda edición revisada 2001) ; Discourse and Social Change, Cambridge: Polity Press 1992; Critical Language Awareness (libro editado), Londres: Longman 1992; Media Discourse, Londres: Edward Arnold 1995; Critical Discourse Analysis, London: Longman 1995; Discourse in Late Modernity – Rethinking Critical Discourse Analysis, Edinburgh: Edinburgh University Press 1999 (con Lilie Chouliaraki); New Labour, New Language? Londres: Routledge, 2000; Analysing Discourse: Textual Analysis for Social Research, Londres: Routledge 2003; Language and Globalization, Londres: Routledge 2006; Discourse in Contemporary Social Change (libro co-editado), Peter Lang 2007.