El colonialismo moderno, el eurocentrismo y la arqueología histórica: algunos pensamientos provocados. Sandra Montón-Subías y Almudena Hernando. 2017

En este artículo, deseamos compartir algunos pensamientos vinculados a los valores y principios implementados por arqueólogos cuando centran su atención en “el otro.” Situamos nuestras reflexiones dentro de la arqueología del colonialismo moderno, y revisitamos algunos aspectos relacionados a uno de los más vibrantes temas en la arqueología histórica: el eurocentrismo.

Es nuestra comprensión que “de-eurocentrar” la disciplina no solo requiere introducir a los desfavorecidos como nuevos agentes, sino también cuestionar las lógicas más profundas en las que las narrativas del pasado han sido escritas.

Nos enfocamos en la idea de la historia como cambio, y en la visión de continuidad social desde un punto de vista feminista. Hemos notado que ciertos relatos de situaciones coloniales, incluso aquellas con la intensión opuesta, pueden proyectar la predominante visión occidental  masculina del ser, mientras tratan de explicar dinámicas sociales y personales del pasado, y por tanto borrando la diversidad ontológica  e involuntariamente reforzando el eurocentrismo que estamos tratando de evitar.

Palabras clave: arqueología histórica, eurocentrismo, arqueología feminista, cambio y continuidad, actividades de cuido

INTRODUCCION

‘Quand on aborde un problème aussi important que l’inventaire des possibilités de compréhension de deux peuples différents, on doit redoubler d’attention.’ (Fanon, 1952: 67)

En su crítica del eurocentrismo, los pensadores decoloniales latinoamericanos sitúan los orígenes del verdadero nuevo Orden Mundial en la conquista y colinizaci+on de las Americas en la modernidad. Cambios profundos de todo tipo siguieron a esto. Y estos  no solo fueron cambios “en un  undo conocido que meramente altero algunas de sus trazas” sino “cambios en el mundo como tal.”( Quijano, 2000:547)

Este nuevo mundo colonial comprendió la emergencia del eurocentrismo como una nueva racionalidad, y eventualmente construyó un discurso histórico eurocéntrico autolegitimador. Siguiendo a autores decoloniales comprendemos que esta nueva racionalidad organizó a todas las gentes del  mundo, pasado y presente, en una única narrativa universal, con Europa representando tanto el centro geográfico  y la cumbre de todos los movimientos del tiempo. 

Esta narrativa fue plenamente desarrollada en el siglo diecinueve, cuando la historia y la arqueología, como disciplinas académicas institucionalizadas, reemplazaron al mito como el discurso para explicar el pasado.

Nuevas comprensiones del espacio, del tiempo y de la agencia humana, y básicamente, la glorificación de la historia como cambio tomó el escenario. La arqueología y la historia por lo tanto compartieron bases conceptuales fundamentales: la suposición de que el cambio consistía en el eje para pensar el mundo, la concepción del tiempo como una trayectoria linear, y la idea del espacio como un parámetro bidimensional que podía ser expandido infinitamente.

Esta particular y situada forma de comprender el mundo, la cual domina el orden social desde el siglo diecinueve, fue considera como universal e inherente  a cualquier lectura humana del mundo.

Pero no era universal, como lo discutiremos en este artículo.

En los años de 1960, los procesos coloniales modernos fueron usados para delimitar la arqueología histórica, una rama d ela disciplina que originalmente surgió en los Restados Unidos y que fue pronto definida como la “arqueología de la difusión de las culturas europeas a través del  mundo desde el siglo quince, y su impacto e interacción  con las culturas de los pueblos indígenas.” (Deets, 1996)

Los arqueólogos históricos pronto expresaron sus preocupaciones sobre el eurocentrismo, y fuertes esfuerzos se han realizado desde entonces para identificar, examinar y demoler al eurocentrismo en nuestra disciplina. Aquí, deseamos profundizar en esta crítica.

Nuestra afirmación es que se necesita que se ponga mayor atención a la lógica que subyace en la escritura de la historia. De otra manera, podríamos terminar fortaleciendo la más profunda racionalidad detrás de las narrativas eurocentricas tradicionales, y por lo tanto reduciendo nuestra habilidad para valorar las diferencias culturales e idiosincrasias en el pasado.

Nos enfocamos en la idea de la historia como cambio y en la noción de continuidad social desde un puto de vista feminista. Más específicamente, enfatizamos que:

1)Que una valoración positiva del cambio esta siempre asociada con la individualidad: 2) que la individualidad se desarrolla paralelamente a la emergencia y crecimiento de la jerarquización social y el desarrollo tecnológico; 3)  que la individualidad es un tipo de personalidad, que en Europa ha caracterizado a la mayoría de hombres desde principios del periodo moderno; 4) que las personas en las sociedades no-jerárquicas valoran la estabilidad y la continuidad más que el cambio; 5) que por lo tanto,  la lógica detrás del discurso arqueológico e histórico es una expresión de la masculinidad individualizada hegemónica moderna; 7) que la percepción del cambio típica de la individualidad masculina occidental ha sido proyectada erróneamente en la interpretación del pasado.  

Consecuentemente, comprendemos que el eurocentrismo fue y es no tanto la imposición de la comprensión europea del mundo, sino de una específica comprensión europea del mundo: la masculina o patriarcal que operaba en Europa al tiempo de la expansión continental mundial.

ALGUNOS PENSAMIENTOS SOBRE EL EUROCENTRISMO Y LA ARQUEOLOGIA HISTORICA

Desde la obra de Wolf (1982) titulada Europa y la Gente sin Historia, y en parte como una reacción a las encendidas críticas del eurocentrismo, muchos arqueólogos históricos han considerado como un objetivo importante el de dar voz a los sin voz, y por lo tanto, rescatar del olvido a todos aquellos olvidados en las narrativas históricas tradicionales.

Casi al mismo tiempo que este objetivo permeaba a la arqueología histórica, Gayatri Chakravorty Spivak (1988), una académica feminista y poscolonial, al examinar el eurocentrismo predominante en el discurso poscolonial, estaba ya cuestionandose sobre la posibilidad para el subalterno de hablar, haciendo referencia  a la mayoría de estructuras de pensamiento internalizadas en la producción de conocimiento.

La colonialidad, un término utilizado posteriormente por autores decoloniales basándose en el legado de Franz Fanon, también se refirieron al colonialismo dentro de la actual producción de conocimiento, y a la imposición de sistemas de conocimiento generados por europeos a través de disciplinas tales como la antropología, historia y arqueología.

El mismo Fanon menciona como un ejemplo notorio como a los escolares en Martinica se les enseña acerca de los galos como sus ancestros, lo cual promueve una identificación inmediata con las subjetividades y visiones del mundo europeas.

El desmontaje del eurocentrismo necesariamente comprende la colonialidad del saber, lo cual implica interrogarse acerca de los valores dominantes detrás de la construcción de las explicaciones arqueológicas  e históricas del pasado. El eurocentrismo (y el androcentrismo) ha encontrado aquí uno de sus más inexpugnables refugios, al punto que frecuentemente pasa desapercibido.

Una anécdota de hace algunos años puede ilustrar este punto, en la sesión “El Colonialismo Entrelazado: cambios en la cultura material y el espacio del Medioevo tardío al periodo Moderno” que tuvo lugar en el año 2012, en la Reunión Anual de la Asociación Europea de Arqueólogos, Richard Ciolek-Torello explicó que algunas estrategias de supervivencia nativo-americanas habían sido profundamente modificadas después de la implantación de las misiones católicas españolas.

De esta manera, él enfatizó, algunas dinámicas sociales que se habían mantenido relativamente estables  habían sido truncadas. En la sesión de preguntas y respuestas que siguió a la exposición, una de las asistentes consideró esta visión como eurocéntrica.

De acuerdo a ella,  al pensar que habían sido los misioneros quienes trajeron el cambio al lugar, se reforzaba la imagen de las poblaciones nativas como atrasadas, negándosele a los pueblos indígenas la misma capacidad y deseo de cambio que los españoles.

Aunque diversos autores han sido críticos sobre el hecho que el cambio ha sido valorado en una forma abiertamente positiva en arqueología, es también verdad que muchos arqueólogos consideran que “dar voz a los sin voz” requiere atribuirles la misma actitud sobre el cambio  y el mismo grado de individualidad que caracteriza los individuos en el presente.

Como resultado de la preocupación acerca del eurocentrismo, afirmaciones acerca de la estabilidad de las sociedades no-europeas han pasado a ser consideradas como eurocéntricas ( y políticamente incorrectas) y es fácil comprender la razón.

La falta de cambio o un ritmo más lento de cambio-interpretado como falta de progreso- fue una de las principales características del pensamiento europeo, en su énfasis para describir a las sociedades no-europeas y considerarlas como inferiores. ( por ejemplo Kant, 1784)

Por lo tanto, uno podría esperar que las reacciones al eurocentrismo incluyan la deconstrucción del supuesto que equiparaba a la falta de cambio con el atraso. No obstante, esto no ha sido el caso, y las reacciones al eurocentrismo muchas veces han compartido la idea que el modelo europeo de cambio es universal.

A par de compartir con otros una actitud crítica frente a esta idea, nos proponemos dar un paso adicional. Para nosotras, la proyección a cualquier grupo humano del modelo de cambio aplaudido por la historia occidental hegemónica, no es solo eurocéntrica sino también androcéntrica. 

Integrado a este modelo están los valores que caracterizan la construcción del yo masculino hegemónico en la cultura europea, en el momento de su expansión a escala mundial moderno colonial. Este yo masculino fue construido a través de un creciente énfasis sobre la individualidad y la razón, una percepción linear del tiempo y una valoración positiva del cambio.  Es precisamente sobre la base de tal universalización -la identificación de la identidad del hombre típico europeo desde la modernidad temprana como el único posible tipo de identidad para todos los seres humanos- que la idea que las gentes del pasado podría haber tenido otro tipo de identidades causaba un choque entre algunos arqueólogos, como la anécdota contada arriba, lo ejemplifica.

Y es precisamente debido al eurocentrismo predominante que la afirmación de la estabilidad ( y otras formas de ser) por las poblaciones nativas puede ser mal juzgada como ofensiva y como eurocéntrica. De hecho, la verdadera posición eurocéntrica es no tener la capacidad para reconocer la posibilidad que otras sociedades puedan preferir la estabilidad al cambio, y su habilidad para constituir formas de ser una persona que-aunque igualmente validas- sean radicalmente diferentes de aquellas existentes en Europa o en el Occidente.

Para poder promover narrativas que sean alternativas y más inclusivas, debemos de cuestionarnos las formas en las que los relatos arqueológicos e históricos han sido creados y como ellos han trasmitido comprensiones eurocéntricas parcializadas del pasado. Es por lo tanto, no solo importante enfocarse en traer a la atención a aquellos quienes han sido ignorados, pero también subrayar los mecanismos y motivos subyacentes a la construcción de tales comprensiones eurocéntricas.

Consideramos que entrar en alianza con el pensamiento feminista es fundamental para cumplir esta tarea. Y aunque no todo el androcentrismo es eurocéntrico, el eurocentrismo es siempre androcéntrico. Es una expresión de la racionalidad y de la identidad de género de aquellos que están al mando del mundo. En su mayoría hombres, tanto en el pasado como en el presente. (Millet, 1972).

Desde un punto de vista feminista, el eurocentrismo sería una construcción autointeresada y parcial acerca de la trayectoria histórica europea. Cambio, individualidad, razón, y con ellos, el poder, autocontrol, la violencia ( ejercida como un medio para obtener , ejercer y retener el poder), el progreso técnico, o el crecimiento económico ha sido considerados los objetivos universales de todos los seres humanos desde la Ilustración, lo que explica porque estos mismos valores han sido usados por los discurso históricos y arqueológicos tradicionales para describir otras sociedades.

Pero, en Europa, tales valores solo fueron generalizados como una manera de construir las identidades de los hombres en el siglo diecisiete. “Si pensamos que el crecimiento y el cambio son más avanzados que la estabilidad o la continuidad” Francesca Brey argumento en 1977 “es debido a como nuestro mundo moderno occidental fue hecho… Pero otros mundos fueron hechos de otras maneras…”

vamos a ir más allá y afirmar que nuestro propio mundo fue hecho en otras formas al integrar componentes tales como lazos humanos, comunidad, continuidad, emociones, o la búsqueda de la protección entre otros.

No obstante esto, solo le primer grupo de esto componentes fue reconocido pro el discurso social y la ciencia oficial.

ARQUEOLOGIA Y LA IDEA DE CAMBIO

La arqueología y la historia están intrínsicamente vinculadas a la idea de cambio así como lo están los discursos acerca de nuestros orígenes que fueron totalmente construidos en el siglo diecinueve para remplazar el mito, que se caracteriza ala vez por la ausencia de tiempo y cambio.

Dado que el mundo occidental ( así como otros) es el resultado de cambios en el tiempo, investigar el cambio en estas disciplinas no es en si mismo problemático. El problema surge cuando estas narrativas del pasado enfatizan la importancia de las dinámicas sociales cuya función fue la de promover la continuidad, estabilidad, seguridad, lazos y pertenencia, en tanto esta dinámicas juegan un papel fundamental en la habilidad de los grupos para generar cambios sin crear sentimientos de ansiedad ontológica o desorientación vital (Giddens, 1991:35-47).

En este respecto, la arqueología y la historia oficial han constituido discursos “parciales” acerca de las dinámicas que explican nuestro pasado, y han reflejado solo un lado de las conductas humanas: aquel reconocido por los hombres que construyeron ese mismo discurso histórico.

Con respecto a la arqueología histórica del contacto cultural y el colonialismo, Kent Lightfoot (2015) ha observado como las categorías que tratan del contacto- desde la desprestigiada aculturación, hasta mas recientes constructos como la hibridez, creolización, o etnogénesis- se han enfocado principalmente en las dinámicas de cambio, aunque él también ha llamado la atención acerca del “creciente interés en la investigación de la persistencia cultural.”

Los trabajos de diferentes autores ( incluyendo a Lightfoot en 1995, y Lightfoot et al., 1998) han considerado ambos tipos de dinámicas, tratando de aumentar la conciencia acerca del hecho que las sociedades no solo están constituidas de cambios sino también de continuidades.

No obstante esto, es la arqueología feminista, con su crítica al androcentrismo, la que lleva más tiempo reflexionando sobre las profundas razones por las cuales las narrativas principales han ignorado la continuidad, explicando porque esto se necesita ser develado y teorizado, y mostrando su valor social. Hemos discutido en otros lugares del porque de la idea de la historia como cambio no puede ser separada de la emergencia  de la subjetividad masculina moderna en Europa, y por lo tanto porque el énfasis en el cambio social, en detrimento de la continuidad social, ha estado en el centro de la arqueología y la historia como disciplinas sociales. Hagamos una corta digresión para clarificar este punto.  

Esta digresión se relaciona con las raíces (pre) históricas de la desigualdad de género occidental, y de la interacción entre individualidad y relacionalidad en la construcción de la  personalidad a través de la historia europea.

Aunque muchos estudios reciente no-feministas han comenzado a reconocer la importancia de la identidad relacional en los análisis del pasado, desde un punto de vista feminista, el énfasis ha estado colocado en las comprensión de las diferentes maneras en las cuales la interacción entre la identidad relacional y la individualizada han afectado diferentemente a los hombres y mujeres a través de la historia.

A diferencia de otros estudios, estas obras enfatizan la interacción entre identidades conscientes  e inconscientes a través del desarrollo de la individualidad masculina auto-masculina en la historia europea, y propone diferentes trayectorias en el desarrollo de las identidades de hombres y mujeres en el mundo occidental. Un punto álgido es que la identidad relacional es indispensable para generar la seguridad ontológica, y por lo tanto, esta siempre presente en todos los tipos de ser, aunque no siempre sea reconocida.

A diferencia de otros enfoques, hemos argumentado que, en nuestro más remoto pasado, tanto hombres y mujeres se han caracterizado por la relacionalidad y no por la individualidad en tanto no se encontraban en posiciones de poder ni de trabajo especializado.

Cuando aspectos de individualidad empiezan a surgir como contraparte del incremento del poder o del control tecnológico mantenido por algunos hombres, lo relacional no desaparece en ellos, pero comienzan a ser “ejecutadas” inconscientemente, en formas no reconocidas ( esencialmente mediante la heterosexualidad normativa y los grupos sociales de pares masculinos).

Las mujeres, cuya individualización fue prevenida hasta la modernidad tardía, para poder garantizar sus propios lazos “relacionales” se convirtieron en el  complemento necesario para ellos. De esta forma, los hombres fueron únicamente conscientes de su identidad individualizada, mientras ejecutaban si identidad relacional mediante mujeres subordinadas (quienes, al no estar individualizadas, no desarrollaron un deseo o habilidad sea para el cambio o el poder). Los hombres y las mujeres siguieron por lo tanto vías diferentes de identidad: aumentando la individualidad (mesclada con la relacionalidad no reconocida) en los hombres y  únicamente la identidad relacional en las mujeres hasta la modernidad tardía.

Las valoraciones positivas del cambio esta indisolublemente vinculadas a la individualidad como una forma de auto-identidad, y al aumento del control tecnológico del mundo y la consiguiente sensación de poder ante este.

La individualidad únicamente aparece cuando posiciones diferenciadas de poder existen dentro de los grupos y cuando las personas comienzan a sentirse diferentes unas de otras, y van  progresivamente tomando la posición de agentes de sus propios destinos.

En este punto, su seguridad ontológica no surge ya de la protección de una instancia sagrada y de lazos con el grupo, sino de su propia habilidad para aumentar (y por lo tanto cambiar) su control sobre el entorno. De esta manera, a mayor nivel de funciones especializadas  y posiciones jerárquicas, mayor será el nivel de individualidad de aquellos en tales posiciones, y su seguridad   dependerá más en su propia habilidad para cambiar.

Existe consenso entre académicos que han estudiado la individualidad que uno de sus aspectos determinantes es la reflexividad, una fuerte conciencia de si  mismos como una entidad diferenciada y un sentido de coherencia como guía auto-transformadora en el curso de su vida.

La individualidad, el cambio, el desarrollo tecnológico, y una comprensión racional del mundo, caracteriza todo el proceso de creciente división de funciones y diferenciación de posiciones de poder en cualquier lugar en que tal proceso tenga lugar, en cualquier momento de la historia. Pero fue en Europa donde alcanzó su cima en la modernidad temprana, y donde fu experimentado principalmente por hombres hasta los tiempos modernos tardíos.

En otras palabras, mientras más individualizados los hombres sean, más importancia le darán al cambio, a la agencia individual, o el desarrollo tecnológico, y lo más “dependientes” se volverán para que las mujeres actúen relacionalmente.

Por todas estas razones, el discurso histórico dominante ha sido mayoritariamente una expresión de la perspectiva masculina de la realidad.

Por lo tanto, la idea de la historia como cambio, tan internalizada en nuestra percepción de la historia, es en si misma androcéntrica e histórica, y esta lejos de ser universal.

EL VALOR SOCIAL DE LA CONTINUIDAD

En su crítica del eurocentrismo, las académicas feministas, incluyendo  a arqueólogas, han llamado la atención sobre el hecho que en los discursos acerca del pasado, se elogia principalmente a los valores, actitudes y capacidades vinculadas a la dominante identidad masculina occidental; un tipo de lógica que esconde y rechaza los valores asociados a la construcción de  le identidad de genero femenina tradicional, tales como relacionalidad, interdependencia y lazos sociales, la emoción, el cuido, la estabilidad, la durabilidad, continuidad y recurrencia.

Se ha demostrado que, aunque el espacio y el tiempo sean estructurales en la construcción del yo, ellos pueden ser experimentados en formas sustancialmente diferentes por diferentes grupos humanos y esta diferencia también es verdadera para los géneros y la gente en diferentes posiciones de poder dentro del mismo grupo.

A menor control tecnológico caracterizando a los grupos humanos, mayor es la búsqueda de la estabilidad y el rechazo al cambio, mayor es la importancia que se confiere a la interdependencia y los lazos emocionales para alcanzar la seguridad ontológica, mayor es su concepto cíclico del tiempo y más grande su apego a su espacio, dado que la estabilidad constituye el objetivo deseado.

Bajo esta misma lógica, se puede argumentar que, dentro de un grupo dado, aquellos que desarrollan tareas más especializadas (que están más estrechamente vinculadas con el cambio) tendrán mayores visiones lineares del tiempo y atribuirán menos importancia a sus vínculos con el espacio y con otros miembros del grupo, que aquellos que no desarrollan estas tares especializadas. En términos generales, las mujeres tiendan a estar entre los últimos en la mayoría de trayectorias históricas.

Por lo tanto, los valores y las actitudes e los colonizadores, viajeros, y exploradores en los periodos estudiados, por la arqueología histórica, reflejan aquellos de los hombres más individualizados de su tiempo, pero no aquellos de muchos otros hombres y mujeres en su propia sociedad, ni de la gente que ellos estaban colonizando, visitando o explorando.

Los estudios feministas se han por lo tanto, enfocado en esferas de prácticas que la arqueología tradicional han descuidado, porque ellos no eran la expresión de cambios en el tiempo o de rápidos avances tecnológicos. Entre estos están las “actividades de cuido”, realizadas principalmente por mujeres en la mayoría de sociedades.

Inicialmente catalizadas por los desafíos feministas para desenmascarar las inclinaciones sexistas en la disciplina arqueológica, y estrechamente vinculada a los desarrollos de la arqueología feminista del género y de la familia, el concepto de actividades de cuido ha sido usado para subrayar la naturaleza básica y estructural de un conjunto de prácticas que son fundamentalmente necesarias para garantizar la estabilidad y continuidad de la vida en cualquier grupo humano.  

Ellas incluyen a grosso modo, todas las actividades relacionadas con la alimentación, procesamiento de alimentos, vestuario y tejido, los cuidados, la crianza y socialización de niños, y el equipamiento y la organización de espacios vinculados a estas actividades.

Estas actividades son fundamentales en regularizar y estabilizar la vida social, y en garantizar la cohesión del grupo a través del fortalecimiento de sus lazos básicos.

Las actividades de cuido aparecen en varias formas y se organizan en diferentes modalidades de una cultura a otra, pero juegan invariablemente un rol estructural en todos ellas. Ellas se desarrollan sobre una base diaria ( aunque ellas no ocupan la vida diaria completamente) y son inseparables del tejido social relacional que generan y dentro del cual se desenvuelven. Al agruparlas bajo una misma denominación se ha resaltado la función colectiva compartida por todas ellas, que de otra manera quedaría oscurecida.

Agrupar estas actividades también sirve el propósito de rastrear el desarrollo de un conjunto común de valores sociales que todas ellas encarnan. Al subrayar el valor de los vínculos y los lazos sociales , de las destrezas emocionales, y de mantener las relaciones y el cuido como pilares fundamentales de la vida social, los investigadores han concientizado acerca de la importancia de la relacionalidad, interdependencia, estabilidad , continuidad y recurrencia en el curso de la historia.

Ya en los 1990, un trabajo sobre la Era del Bronce hizo un llamado para enfocarse “en el rol de estabilidad como una perspectiva histórica alternativa, en vez de enfatizar la dinámica del cambio” (Colomer). El artículo no solo trajo a la palestra la continuidad, sino también criticó la tendencia a considerar la estabilidad social del pasado, como estancada y atrasada, en vez de considerarla como una estrategia resiliente, sustentable y exitosa.

No hace falta decir que las actividades de cuido también han cambiado a lo largo de la historia, y tanto la arqueología como la historia han contribuido muchos ejemplos en diferentes periodos y espacios.

No obstante esto, bajo circunstancias normales, el ritmo en el que han cambiado es incomparablemente más lento que el de otras tareas, dado que su función última es garantizar la reiteración y recurrencia de las actividades de grupo, y o a canalizar cualquier cambio en los últimos, en nuevos patrones de reiteración o recurrencia, en otras palabras, en nuevas formas de la administración de la vida cotidiana.

Consideramos el estudio de las actividades de cuido como crucial para comprender tales situaciones coloniales como aquellas estudiadas por la arqueología histórica. Tal es la perspectiva que estamos aplicando en el marco de un proyecto de investigación vinculado a la incorporación de Guam  y las Islas Marianas en la red colonial del Imperio español en el siglo diecisiete.

Mientras que un mayor recuento detallado de este caso se encuentra más allá del alcance de este artículo, algunas de las conclusiones más generales y preliminares  del proyecto,  ejemplifican bien este punto.  

En Guam, así como en otros lugares donde la colonización fue parte de un proyecto “civilizador” ( sensu Fanon, 1952), la implementación de la misma empresa colonial en el terreno,  arroja transformaciones relevantes en la esfera de las actividades de cuido. Esto, deseamos insistir en ello, es debido a su papel principal en canalizar los cambios en nuevas formas de administrar la vida diaria.

En el caso de Guam, parece claro que, casi desde el primer momento de la colonización permanente en 1688, las actividades de cuido fueron el blanco de las políticas coloniales. De la concentración de la población y la reestructuración de los espacios de vivienda en reducciones, para la socialización d ellos niños en seminarios jesuitas, mediante los sistemas de alimentación, vestido, parentesco, prácticas de sanación, y sexualidad, los misioneros jesuitas se propusieron desmantelar las formas de vida tradicionales de los aborígenes Chamorro, las cuales eran principalmente organizadas mediante las actividades de cuido.

Por lo tanto, mientras para los misioneros jesuitas la colonización de las Islas Marianas fuera una empresa principalmente política y religiosa, para los nativos de las islas se trataba de la estructura profunda del mundo y de los lazos que conectaban a los humanos, los que se encontraban en juego.

Aunque el ejemplo de Guam es solo uno de los muchos ejemplos que comprende la heterogénea matriz colonial de la modernidad temprana, creemos que ilustra claramente la enorme importancia de las actividades de cuido dentro de estas. En situaciones de desestructuración y de cambio forzado, tales como aquellas que caracterizan a muchos procesos coloniales, es particularmente importante estudiar aquellas dinámicas que buscan la continuidad y la estabilidad. Es por lo tanto necesario comprender como las actividades de cuido hacen  posible la continuidad tanto de las poblaciones locales como de aquellos que llegan mediante la historia colonial, así como de la viabilidad ( o no) de los  mismos proyectos coloniales.

Sería de gran interés involucrarse en una lectura comparativa de las actividades de cuido en situaciones coloniales. Felizmente, algunas obras arqueológicas han documentado una o más de estas actividades en tales situaciones.

La lista, que podría iniciar con los trabajos de Deagan en San Agustín (1983), es muy larga para reproducirla aquí.

 No obstante esto, un estudio comparativo todavía no ha sido realizado, y esto sería muy útil para ilustrar mejor la forma mediante la cual las dinámicas de estabilidad, recurrencia y continuidad estuvieron involucradas en este primera globalización mundial. Al hacerlas manifiestas, dinámicas diferente de aquellas de la masculinidad hegemónica son abordadas, y puede construirse una historia mundial mucho más integral.

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

El eurocentrismo constituye una parte integral de la racionalidad occidental y solo podremos desnudar su múltiples capas mediante un constante cuestionamiento e investigación.  Aquí, hemos argumentado que una de estas capas consiste en los supuestos internalizados en el trasfondo de las más intimas estructuras discursivas, que usamos para interpretar el pasado.

Estas suposiciones profundas identifican las dinámicas históricas con la lógica que caracteriza a  la identidad masculina moderna, omitiendo las mucho más complejas dinámicas que estructuran la sociedad.

Como arqueólogas, y particularmente como arqueólogas trabajando con los efectos de la expansión y colonización inicial europea, tenemos una responsabilidad especial. Estamos interpretando las situaciones coloniales que comprenden  el contacto y la dominación sobre pueblos con muy diferentes lógicas culturales internas y por lo tanto, con diferentes e incluso contrastantes comprensiones del ser y visiones de mundo, y con dinámicas históricas guiadas por valores y fuerzas que difieren de aquellas del occidente. Nosotras,. Por lo tanto, tenemos la responsabilidad de tratar de comprender estos “otros” en su “otredad”, y no como parte de los “mismo” (nuestro) (Dussel).

Por esta razón, y parafraseando a Fanon citado al comienzo del artículo, debemos de ser doblemente cuidadosas. De otra forma, podríamos interpretar las dinámicas históricas de “otros pueblos” con los mismos parámetros y valores construidos por la historia occidental. Lejos de ser universal, como lo muestra nuestra discusión, aquellos parámetros y valores están geopolíticamente contextualizados, y orientados a legitimar -permítasenos reiterarlo- únicamente un discurso europeo parcializado.

En nuestra propia proyección eurocéntrica de valores, nosotras no solo reafirmamos a Europa y al presente, sino también al orden patriarcal intrínseco a su discurso social. Debemos enfatizar que no estamos de ninguna manera argumentando que todos los grupos fuera de la modernidad occidental consideran el cambio en una forma negativa.

Por el contrario, esperamos haber dejado claro que en la medida en la cual el cambio es valorado positivamente, depende sobre el grado de jerarquización social y control tecnológico que el grupo tenga sobre sus circunstancias de vida.  Consecuentemente, es muy importante reconocer  que los valores positivos con los que valoramos la idea de cambio descansan en una cierta genealogía histórica, y no en cualquier basamento “moral” ( en otras palabras, que no es ni peor o mejor el tener el cambio).

Es más, la valoración positiva del cambio y su correspondiente percepción del tiempo expuesta pro los arqueólogos en el presente son diferentes, tanto de los grupos colonizados que hemos estudiado y de muchos pueblos de Europa en la actualidad. A este especto, dos puntos adicionales deben ser hechos: a) el hecho que las sociedades europeas presenten altos niveles de control tecnológico y altas diferencias en el poder social causa que el proceso mismo imponga ritmos “acelerados” de cambio y percepciones del tiempo sobre aquellos de los pueblos subyugados; 2) que los colonizadores europeos trajeron con ellos altos niveles de desigualdad de género que había previamente caracterizado a las poblaciones subalternas.

También esperamos haber dejado claro que al reclamar la importancia d la estabilidad y continuidad en la historia de la humanidad, esto no debe confundirse con estar proponiendo el estancamiento o el atraso, que es precisamente la imagen de las sociedades nativas que el eurocentrismo promovió.  

La imaginación eurocéntrica consideraba al “otro” ahistórico debid a que sus formas de ser en el mundo seguían patrones que erna diferentes de aquellos alabados por la historia como una disciplina. No obstante esto, el leer la “ausencia” ( o un ritmo lento) de cambio como una desventaja, o el ignorar las dinámicas de permanencia y continuidad, es también jun producto del eurocentrismo y de sus inclinaciones androcéntricas.

El incorporar al Otro en sus narrativas del pasado no significa atribuirles historicidades occidentales o los parámetros que han sido usados en su construcción,  como muchas veces se ha derivado del temor eurocéntrico. Significa reconocer y admitir otras formas de historicidad e incorporar su valores principales y principios a la escritura de la historia. En nuestra opinión, este es uno d ellos principales potenciales de la arqueología histórica ( y de la arqueología en general).

Agregado a esto, e importantísimo, las obras feministas tales como las aquí presentadas, han intentado concientizar sobre el hecho q        ue el tipo de historicidad privilegiada por el discurso oficial esta lejos de ser universal, incluso dentro del mismo contexto del occidente.

Aquí también, “otros internos” desafían la supremacía de la historia como cambio. Por lo tanto, descolonizar la historia no solo implica traer nuevos agentes y geografías a la historia mundial, sino también nuevas formas de comprendernos, haciendo visibles los aspectos asociados con la racionalidad que la individualidad masculina ha ocultado, y por lo tanto, haciendo posible su reconocimiento en el “otro.”

Dado que esto es una gran responsabilidad, es también una gran oportunidad para recuperar la heterogeneidad ontológica y para comprender las verdaderas y más profundas implicaciones de los contactos coloniales.

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