El comunismo “a la tica” y la primera ola de la revolución centroamericana. 2013. J. Roberto Herrera Zúñiga

El presente artículo tiene el objetivo de ser una aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la tica”.

“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que] pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos, sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical, teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).

Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones filosófico-políticas.

1) ¿Cuál relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?

Queremos analizar una serie de problemas sobre la interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los comunistas costarricenses?

Es importante señalar primero un problema de método, que creemos de la mayor importancia.

Nuestro criterio metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente” (Moreno, 2003, 33).

Evidentemente esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta [1].

Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.

Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]: “nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación, partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).

Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del área, sumando definiciones locales [3]: “El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).

Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980; Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.

Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.

En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.

Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.

Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país” (1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996, 42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de El Salvador.

Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).

El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos autoritarios y dictatoriales.

Pero en todo caso este hecho político no soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:

¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

En los hechos, un poco más tarde que en los años 30, cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los años 40.

Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.

Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) la política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.

2) ¿Cómo era el capitalismo centroamericano de esta época? [4]

2.1) El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes centroamericanas.

Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.

El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).

Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas determinadas formas de dominioque fueron fundamentales en la constituciónespecífica de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.

Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador

[el desarrollo de la producción cafetalera causó]

la eliminación total del sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).

Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).

Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización y el crédito” (226) [5].

Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño, pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente, Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.

“En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).

La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean.

Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala, el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir -duramente- el no

cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión (231).

La forma bastante clásica de expropiación de los pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX.

Una de esas características es que la lucha de clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por parte de la oligarquía.

Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6]. Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y de distribución del baldíos” (216).

Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, en Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional originaria.

Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos regulares” (226).

“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de trabajadores temporales;

y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha por la tierra.

2.2) El enclave bananero: La economía de enclave que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).

Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).

Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).

Las específicas relaciones de producción en los enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío.

La impronta de estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).

3) ¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en Centroamérica? (resumen)

La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y dominio.

Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial. Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención militar estadounidense).

Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.

El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada radicalmente.

4) ¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?

Hay una serie de elementos que debemos entender para diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano. Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de 1820, la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.

Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” [7]. Los múltiples intentos fallidos del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina), podía realizar el sueño morazánico.

La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Conel claro aliento imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federaci

El presente artículo tiene el objetivo de ser una aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la tica”.

“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que] pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos, sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical, teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).

Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones filosófico-políticas.

1) ¿Cuál relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?

Queremos analizar una serie de problemas sobre la interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los comunistas costarricenses?

Es importante señalar primero un problema de método, que creemos de la mayor importancia.

Nuestro criterio metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente” (Moreno, 2003, 33).

Evidentemente esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta [1].

Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.

Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]: “nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación, partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).

Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del área, sumando definiciones locales [3]: “El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).

Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980; Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.

Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.

En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.

Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.

Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país” (1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996, 42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de El Salvador.

Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).

El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos autoritarios y dictatoriales.

Pero en todo caso este hecho político no soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:

¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

En los hechos, un poco más tarde que en los años 30, cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los años 40.

Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.

Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) la política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.

2) ¿Cómo era el capitalismo centroamericano de esta época? [4]

2.1) El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes centroamericanas.

Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.

El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).

Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas determinadas formas de dominioque fueron fundamentales en la constituciónespecífica de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.

Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador

[el desarrollo de la producción cafetalera causó]

la eliminación total del sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).

Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).

Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización y el crédito” (226) [5].

Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño, pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente, Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.

“En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).

La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean.

Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala, el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir -duramente- el no

cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión (231).

La forma bastante clásica de expropiación de los pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX.

Una de esas características es que la lucha de clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por parte de la oligarquía.

Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6]. Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y de distribución del baldíos” (216).

Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, en Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional originaria.

Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos regulares” (226).

“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de trabajadores temporales;

y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha por la tierra.

2.2) El enclave bananero: La economía de enclave que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).

Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).

Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).

Las específicas relaciones de producción en los enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío.

La impronta de estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).

3) ¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en Centroamérica? (resumen)

La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y dominio.

Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial. Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención militar estadounidense).

Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.

El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada radicalmente.

4) ¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?

Hay una serie de elementos que debemos entender para diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano. Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de 1820, la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.

Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” [7]. Los múltiples intentos fallidos del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina), podía realizar el sueño morazánico.

La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Con el claro aliento imperialista al golpe de estado contra Herrera Luna en Guatemala, se puso fin a la

imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federación [1]. Después de la derrota del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser

Después de la derrota del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser levantada más que por los proyectos políticos populares. La idea de la necesidad de una unidad centroamericana de raigambre popular ha sido asumida de manera bastante pragmática, casi como una “intuición natural” de los sectores populares.

Esta asimilación pragmática es acicateada por la evidente pequeñez de nuestros países y la rápida necesidad de solidaridad económica y política que tiene cualquier proyecto popular centroamericano que quiera hacerle frente al dispositivo imperial-oligárquico de dominio, pero esta necesidad política no ha venido acompañada de una reflexión teórica sistemática.

5) ¿Cómo fue organizada la política del imperialismo frente a la crisis de este periodo?

La opresión imperialista y la balcanización semicolonial iban acompañadas de un aumento en la agresividad de la política imperialista estadounidense hacia el área. El imperialismo de los EEUU tenía un claro y ambicioso programa político que necesitaba de un reforzamiento militar para llevarse adelante. ¿Cuáles eran los ejes de este programa? “a) la defensa de los intereses económicos estadounidenses en [Nicaragua]. b) la necesaria protección de la zona del Canal de Panamá. c) la preservación de la estabilidad política en el istmo dictada por los Tratados de Washington de 1923; y d) poner un freno a la influencia de México en Centroamérica, que desde 1920 se venía acrecentando como partede la política de institucionalización de la gestarevolucionaria de 1910” (247).

Además los años 1927-1932 no solo son los más crudos del conocido crack de la economía mundial, sino que Bulmer-Thomas señala:

“El colapso de los precios [del café y el banano], la caída de la entrada neta de capital extranjero y la reducción del ingreso del fisco ejercieron una presión sin precedentes sobre el modelo exportador. Los disturbios temporales causados por la fluctuaciones del mercado mundial, al igual que en 1920-1921, eran un problema ya conocido para el estado de la oligarquía liberal y los instrumentos de política para hacer frente a la mayoría de las consecuencias ya habían sido forjados. No obstante, la crisis económica de 1929, fue tan fuerte que las respuestas tradicionales resultaron totalmente inadecuadas. La reacción política subsiguiente llevó al modelo oligárquico liberal al colapso en las cuatro repúblicas del norte y a una severa realineación en Costa Rica misma (1993, 346).

Desde el punto de vista político el hecho más significativo del periodo es el fracaso del proyecto de relegitimación, modernización institucional y ensanchamiento de la base social del régimen liberal-oligárquico que intentaron llevar adelante distintos gobiernos del área (Araujo, González Flores, Paz Barahona).

Este fracaso empieza a producir efectos sociales y a renovar irritaciones populares acumuladas, que fueron claramente expresados, en sus formas específicas, por el Partido Comunista de El Salvador, el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional y también a su manera por el Partido Comunista de Costa Rica.

Estos instrumentos políticos populares lograron articularse sobre la base del fracaso de este proceso de relegitimación democrática, logrando canalizar cada uno a su manera los reclamos e irritaciones populares ampliamente postergados en las sociedades costarricense, nicaragüense y salvadoreña.

6) ¿Cuál fue la respuesta del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional a la crisis general centroamericana?

Entre los rasgos más universales de la experiencia sandinista se encuentra haber encontrado:

“una base social para su programa y un programa para su base social” […] “Sandino da un vuelco a su acción planteando el problema de la soberanía y la dignidad de Nicaragua y convocando a esta tarea a los sectores populares” (Acuña, 1993, 317).

Los rasgos principales de su pensamiento político enfatizan la defensa de la soberanía, proyectada como una cuestión latinoamericana, y el carácter antioligárquico de su gesta militar, con base en una alianza de contenido popular que obligase nacionalmente a respetar los procesos electorales, a democratizar el poder y a abordar la cuestión agraria por medio de la ampliación de la frontera agrícola en Nicaragua” (Taracena,1993, 242).

Para ello “mezcló la reivindicación campesina, la revalorización de la identidad étnica y el rescate de la soberanía nacional (Acuña, 1993, 315).

La lucha sandinista abarcó todo el país. Este hecho, no “debe hacer olvidar que “las condiciones específicas de un región tienen un significadoenorme en el análisis de clase, ya que el desarrollodependiente de la sociedad nicaragüense implicabauna marcada heterogenidad interna y fuertesdesigualdades regionales” (Wünderich, 1988, 14).

La región de Las Segovias sufrió el efecto de “modernización” que introdujo el capitalismo agrario bastante tardíamente, así como también fueron tardíos los devastadores efectos sociales de este modo de producción. El capitalismo agrario se desarrolló “unos 30 años más tarde que en los centros del auge cafetalero” (Op. cit., 22).

En esta región, además los pueblos originarios resistieron mejor y más tenazmente el trabajo forzado y semiesclavo en las minas coloniales. Esta resistencia tomó la forma de huida masiva y cambio de identidad.

Fue también tardía la resistencia de los campesinos y pueblos originarios a la explotación generada por la expansión de la producción cafetalera.

Cuando Sandino lanza su famoso ataque a la Mina de San Albino, la otrora boyante industria minera de la zona, había entrado en franca decadencia.

En la mina “las condiciones de trabajo eran miserables y los salarios no se pagaban en efectivo sino con cupones, que eran aceptados únicamente en el comisariato de la compañía” (Op. cit., 17). Además esta decadencia de la producción seguramente dejó a “gran parte de los mineros despedidos en una situación difícil e inestable. Es cierto que en tiempos anteriores, el carácter esporádico de la actividad minera había conducido a una coexistencia del trabajo asalariado con la economía tradicional de subsistencia. Sin embargo, con este último ciclo, la economía de enclave había alcanzado dimensiones nuevas” (Op. cit., 26).

Entonces se encuentra en la zona de asentamiento social del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, un acumulado de tensiones e irritaciones, que combinan una memoria social de la resistencia originaria al capitalismo colonial, la resistencia campesina y originaria al desplazamientoproducto de la expansión de la fronteraagrícola y, junto a eso, un proletariado mineroharapiento, sufriendo los efectos sociales de lacontracción de la economía de enclave minera,todo esto en un marco de ocupación militar norteamericana,permitida y solicitada por la oligarquíaconservadora y por sectores del liberalismo.

Justamente esta suma de contradicciones sociales y nacionales son las que permiten explicar el éxito militar de Sandino, que logró librar una guerra de todo el pueblo contra el agresor imperialista y que, por lo tanto, es obligado a generar una ideología nacional-popular, capaz de aglutinar este bloque de clases y capas subalternas.

Pero, si es irrefutable que estas características son los aportes imperecederos del sandinismo original, se necesita señalar que es imposible pensar la solución de una tarea histórico-social, sin tomar en cuenta también los sujetos sociales y los métodos políticos que estos se dan para llevar adelante las tareas planteadas. Allí deben ubicarse los límites trágicos del pensamiento sandinista original.

7) ¿Cuáles fueron los límites del programa sandinista?

La primera debilidad evidente del sandinismo es una incomprensión del carácter dual de la opresión imperialista, como ocupación militar y como balcanización centroamericana.

El EDSN es una de las primeras experiencias de un ejército popular multinacional, inclusive previo a la experiencia de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española. Dos de los diez comandantes sandinistas eran de otros países centroamericanos (José León Díaz, salvadoreño y José María Jirón Ruano, guatemalteco) y mucha de la “crema y nata” del activismo antiimperialista latinoamericano luchó o colaboró activamente por la causa del EDSN (Farabundo Martí, José de Paredes, Froylán Turcios, Rubén Ardilla Gómez, Esteban Pavlevich, etc.).

Pese a la clara impronta centroamericana del EDSN, Sandino no planteaba claramente la necesidad de una organización de lucha que rompiera las fronteras “nacionales” centroamericanas, sino que tendía a ver la temática de la ocupación militar sobre suelo nicaragüense como una contradicción sobredeterminada, fundamental y exclusiva de la sociedad nicaragüense, desligada de la lucha contra el dispositivo imperialista en todo el área, cuya manifestación militar y de ocupación era solo uno de sus rasgos y no necesariamente el fundamental, aunque sí el más urgente de solucionar.

Por ejemplo, en el famoso Manifiesto de San Albino, Sandino tranquiliza al gobierno hondureño, tan cipayo como el de Adolfo Díaz.

Dice Sandino: “Yo quiero justificar (advertir) a los gobiernos de Centroamérica, mayormente al de Honduras, que mi actitud no debe preocuparle, creyendo que porque tengo elementos más que suficientes, invadiría su territorio en actitud bélica para derrocarlo. No. No soy un mercenario sino un patriota que no permite ultraje a nuestra soberanía” (Ramírez, 1979, 89).

Ante la pregunta por la presencia de luchadores internacionalistas en las filas del EDSN dice:

“Tengo oficiales de Costa Rica, de Guatemala, de El Salvador, de Honduras y aún dos o tres de México, que llegaron atraídos por la justicia de mi causa, pero están en una minoría. La médula de mi ejército es nicaragüense y los oficiales que más tiempo han permanecido a mi lado son nicaragüenses. He recibido muchos oficiales de afuera, pero en la mayoría de los casos los he despedido” (citado por Arias, 1996, 131).

El que tal vez es el límite más claro del pensamiento sandinista, es el interpretar que bastaba con la salida de las tropas militares estadounidenses, para desactivar el dispositivo imperial, que como sabemos es muchísimo más complejo y requiere de colaboradores y estructuras interiores.

A partir de un somero estudio de los textos y la historia de Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, queda claro que Sandino no era una pensador anticapitalista radical, como señala Wünderich: “Sandino no fue un enemigo irreconciliable de la propiedad privada. El nunca exigió la expropiación de la burguesía nicaragüense ni la repartición de los grandes latifundios. Por el contrario, esperaba que la burguesía cooperara con él con base en su proyecto nacionalista” […]

Sandino estableció la diferencia entre la propiedad “legítima” e “ilegítima”. La encarnación de la propiedad ilegítima era el capital de Norte América” (1988, 28).

Pese a la extensa base social campesina y originaria del EDSN, este nunca tuvo una plataforma ni siquiera cercana a la del agrarismo mexicano. De hecho, lo más significativo del programa agrario sandinista era la colonización agraria a través de cooperativas, que si bien pueden ser un importante punto de apoyo en el marco de una transformación radical de las estructuras económico-sociales de dominación, colocar estos proyectos como eje de la solución del programa agrario e inclusive del problema laboral nicaragüense tenía claros ribetes utópicos (en el sentido conservador del término).

Pese a estas limitaciones, llama la atención encontrar en el EDSN, casi toda la gama de reivindicaciones laborales del movimiento sindical de estirpe comunista, más significativo aun durante la toma de la Mina de San Albino: “El primer paso después de la ocupación de la mina fue anunciar la expropiación de los propietarios norteamericanos y pagar los salarios debidos a los trabajadores en oro puro” (Wünderich, 1988, 17). Es decir, en su primera acción militar el EDSN tomó claras medidas anticapitalistas.

¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción? Aquí se puede encontrar un problema no tematizado suficientemente en el estudio del movimiento sandinista.

El EDSN generó en su organización política y militar interna una fuerte impronta bonapartista, en la cual el liderazgo carismático de Sandino jugaba como efecto estabilizador que ofrecía cohesión interna para un movimiento social muy heterogéneo y fuertemente asentado en trabajadores acostumbrados a la vida social en el minifundio (lo cual facilitaba la dispersión).

Vemos aquí una contradicción: La acción anticapitalista del EDSN es llevada a cabo “desde afuera”, con la participación pasiva de la clase obrera y sin que se constituya ningún organismo de autodeterminación obrera y popular siendo el poder dual el propio ejército sandinista.

La ausencia de un claro programa y perspectiva anticapitalista, un descuido de la dimensión necesariamente centroamericana de cualquier lucha contra la ocupación militar imperialista y un fuerte elemento de sustituismo social temprano, son los límites precisos, los cuales hay que saber señalarle a la experiencia sandinista para poder apropiarse de ella en las actuales condiciones del pensar radical latinoamericano.

8) ¿Cuál fue la respuesta del Partido Comunista de El Salvador?

La segunda gran respuesta popular al proceso de balcanización definitiva y profundización de las condiciones de dependencia en Centroamérica fue la insurrección popular salvadoreña y sobre todo la acción del Partido Comunista de El Salvador en 1932.

Creemos que es importante recordar la importancia actual que tienen estos hechos para la vida política en el Salvador. Para Héctor Lindo Fuentes: “Los principales actores políticos del país nunca olvidaron la Matanza [de 1932]. A través de los años, el recuerdo de un confuso y complejo conjunto de eventos fue continuamente conformado y reconformado, de manera que proporcionó categorías y un complejo glosario de símbolos que identificaron a las principales fuerzas que se enfrentaron durante la guerra civil de la década de los ochentas” (2004, 288).

En la insurrección salvadoreña, el conflicto social está menos tamizado por la contradicción nación oprimida/imperialismo que en Nicaragua, y el eje de la lucha insurreccional más bien tendió a centrarse en el tema de la propiedad de la tierra y la lucha contra los “barones” del café.

Así describe Lindo Fuentes, la crisis de dominio que en 1932 se instaló en El Salvador:

“La crisis mundial que siguió al colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, llevó a la baja de los precios de los productos prescindibles como el café, que para entonces representaba más del noventa por ciento de las exportaciones de El Salvador. Los precios eran tan bajos que muchos cafetaleros decidieron que no valía la pena cosechar el grano y no contrataron cortadores. La espiral descendente parecía incontrolable, el desempleo bajaba los salarios, las quiebras de cafetaleros y comerciantes aumentaban el desempleo y bajaban los salarios, ya no en el campo sino también en la ciudad. Con menos exportaciones de café, los ingresos del estado también bajaban y los empleados públicos dejaban de percibir su salario por varios meses o perdían el empleo. […] los limitados recursos del estado no dejaban de disminuir y cualquier reforma social era imposible. Inclusive los soldados del ejército dejaron de recibir salarios puntualmente (2004, 289). La crisis orgánica del régi

La crisis orgánica del régimen de dominio, sumado a las características que tuvo el desarrollo del movimiento obrero-artesanal en El Salvador, permite que las manifestaciones de la lucha de clases aparezcan como más clásicas y los contornos clasistas del conflicto social menos mediados. Señala bien en ese sentido Arias Gómez cuando apunta que las leyes y las conquistas sociales que obtuvo el movimiento obrero y socialista salvadoreño fueron adquiridas “de hecho’ [así como] la facultad de organizarse en entidades de defensa clasistas de nuevo tipo. No esperaron, pues, a que el maná jurídico les cayera del cielo estatal” (1996, 54) presentando así el movimiento obrero salvadoreño más elementos de autodeterminación y autoorganización que otros movimientos obreros en el área.

Esta característica identitaria del obrerismo y del comunismo salvadoreño está también afirmada por uno de sus fundadores Miguel Mármol:

“No forzamos la historia cuando decimos que nuestro Partido Comunista se hizo de la clase obrera salvadoreña, pues entre nosotros no se dio el caso, ocurrido en otros países, de que el partido comunista se organizara primeramente en el medio universitario o entre la intelectualidad pequeño burguesa.

Nuestro Partido Comunista salió de las entrañas mismas de nuestra clase obrera, de nuestro movimiento sindical, como una forma superior, política, de organización de clase. Los cuadros intelectuales que dieron los aportes principales en el aspecto teórico, fueron cuadros ya formados por el movimiento comunista internacional (citado por Arias, 1996, 181).

Ahora bien, la necesaria comprensión del PCS como la organización con más raigambre obrera y popular en la Centroamérica de los 30, así como la organización pionera en lograr una articulación efectiva entre el artesanado urbano y la peonada cafetalera [1], no basta para comprender las características ya no del PCS, sino de la base social que le acompañó en su heroica y trágica insurrección.

La insurrección salvadoreña no puede ser entendida exclusivamente solo como reacción a la coyuntura de la represión mundial, ni como resultado de una estrategia suicida de los comunistas, sino que indica el grado de tensión y frustración acumulados en las relaciones sociales agrarias y, en particular el sedimento de agravios depositados en las poblaciones indígenas del occidente del país a lo largo de la era liberal (Acuña, 1993, 313).

Al igual que con nuestro análisis del movimiento sandinista, parece fundamental comprender las características de la zona de Sonsonete y Ahuachapán, que fueron los verdaderos epicentros de la insurrección de 1932.

Es aceptado por todos los militantes comunistas y por el ejército contrainsurgente que en el oriente del país no hubo levantamiento y en el centro urbano-artesanal, fue rápidamente dispersado y anulado, en su intentona.

Al estudiar el testimonio de Miguel Mármol sobre la insurrección de 1932, parece haber una incomprensión del que probablemente fue la principal carencia de la insurrección salvadoreña, el déficit en el análisis consiste en pensar el levantamiento del occidente del país como exclusivamente motivado por las irritaciones de los peones agrícolas, cuando en realidad era una insurrección popular que combinaba 1) las tradicionales formas de la revuelta anticolonial originaria yque, por lo tanto, le daba a esta reivindicaciónidentitaria una importancia fundamental; 2) unprograma de lucha clasista aportado por loscomunistas radicales centroamericanos.

9) ¿Cuáles fueron los límites del levantamiento de 1932 en El Salvador?

Es importante señalar que este empalme entre la ideología comunista centroamericana de primera época, la cual contenía un marcado sacrificialismo y un gusto por los ritos y los gestos formales (¿litúrgicos?), probablemente empalmó con facilidad con la memoria milenarista de los pueblos originarios.

Autores como Arias Gómez (1996) o Cerdas Cruz (1986) señalan entre los errores que llevaron al fracaso de la insurrección de 1932, el ultraizquierdismo verbal, el sectarismo, la ausencia de apoyo popular, la vocación sacrificial. Más allá de que algunos de estos elementos existan, no los estimamos como los elementos deficitarios fundamentales que le deberían ser criticados al PCS, para poder reapropiar su gesta en el marco de un pensar radical asentado en nuestras actuales condiciones.

Además, como señala Acuña: “el mismo [Cerdas Cruz] reconoce la inevitabilidad de la insurrección, dada la situación interna de El Salvador en aquellos momentos” (1987, 173).

Aunque es cierto y evidente que existió un gusto por la pose sacrificial en los principales exponentes del comunismo radical[2] y que estos estuvieron indudablemente marcados por la orientación ultraizquierdista, de “tercer periodo”[3] de la III Internacional, coincidimos con Michael Löwy cuando señala que pese a que esta orientación estalinista tuvo un rol perversamente contrarrevolucionario en Europa (donde facilitó el ascenso del fascismo) y jugó un papel esterilizador en los Partidos Comunistas del Cono Sur, en Centroamérica y el Caribe los dirigentes y las organizaciones comunistas “veían en esa corriente de izquierda un estimulante a su propia tendencia revolucionaria autónoma. Es el caso particular del Partido Comunista de El Salvador […] que organizó en 1932 la única insurrección de masas dirigida por un Partido Comunista en toda la historia de América Latina” (Löwy, 1980, 24).

Ahora, regresamos a lo que malintencionadamente se oscurece en los análisis sobre el fracaso del auténtico levantamiento obrero-originario de El Salvador: el problema del fetichismo soviético. Un tema fundamental que todo pensar radical ocupa precisar, son las formas políticas de transición en el marco de la transformación revolucionaria.

El pensamiento socialdemocratizante ve la posibilidad de la transformación social, sin cambiar radicalmente la máquina del Estado, habría solo que “ocupar” el Estado. Por eso el recurrente fetichismo electoral de estas corrientes políticas y sobre todo de sus pensadores [4].

Para toda transformación radical de las condiciones de explotación y miseria, necesariamente se requiere pensar en cuáles son las formas políticas por las que se expresarán y se autodeterminarán los sujetos de esa transformación.

La carencia de auténticos organismos de autodeterminación y autoorganización de las clases subalternas, se constituye en un evidente límite de cualquier proceso de transformación radical y también en una evidente tentación burocrática para ahogar el proceso de transformación mismo, de esto por cierto están cargadas las experiencias revolucionarias de la segunda posguerra.

Ahora bien, en las organizaciones de inspiración comunista tanto en las estalinizadas, como en el comunismo radical centroamericano vemos la presencia de un claro fetichismo soviético.

En el caso de la tradición más estalinista, los soviets eran directamente inventados por orden de alguna dirección superior y estos “tinglados sectarios” (como los llamó Trotsky) normalmente eran organizaciones ad hoc de los mismos Partidos Comunistas, solamente había que declararlos como soviets a través de alguna ordenanza burocrática.

En el caso del comunismo centroamericano de primera época el fetichismo soviético no tenía nada de ese cinismo burocrático, sino que pasó por una incomprensión ingenua, que intentó organizar soviets imitando las estructuras municipales y dejando sin comprensión y sin punto de apoyo el auténtico organismo de autodeterminación que efectivamente produjo la insurrección del Occidente del país: las cofradías y las comunidades indígenas.

Y aquí surge una crítica aún más rica y comprensiva al comunismo radical de primera época que la observación socialdemocratizante sobre su ultraizquierdismo verbal, y es la incapacidad de comprender una forma específica de resistencia popular y ver solo en las formas de resistencia y organización popular más clásicas (¿más europeas?) “las” formas de la transición política.

El siguiente señalamiento de Acuña es muy agudo (aunque el autor no saque de él, conclusiones radicales):

“La persistencia de la comunidad [indígena] constituyó una forma de resistencia continua de los indígenas en contra de los ladinos, el Estado y los distintos agentes de la economía de exportación. En ausencia de instituciones como las mutuales y los sindicatos y al margen del movimiento popular urbano, la comunidad funcionaba como órgano de representación y de articulación de sus intereses frente a los adversarios. En este sentido, los indígenas tenían alguna ventaja frente al campesinado pobre ladinizado que ya no disponía de f

que ya no disponía de formas comunitarias (1993, 312).

En ese sentido es sumamente sugerente el estilo del liderazgo de Feliciano Ama, cacique indígena afiliado al Partido Comunista de El Salvador y dirigente de las operaciones insurreccionales en Sonsonete.

Ama, natural de Izalco, era el mayordomo principal de la cofradía del Espíritu Santo que, según versiones, era la más poderosa en 1932. Esta posición le situaba en el pináculo de una jerarquía espiritual indiscutible, lo que unido a su reconocimiento como cacique (aunque este título había sino abolido por los conquistadores, seguía, de hecho, reconociéndose entre los indígenas) hacía de Ama un hombre de gran poder en el campo religioso y el político, es decir un caudillo indiscutido. Se ha llegado a asegurar que a través de las cofradías, obedecían a Ama cerca de 30000 indígenas (prácticamente la población aborigen de Sonsonete) (Arias, 1996, 102).

Más interesante aún que esta sugestiva mezcla de líder religioso, caudillo originario y cuadro comunista, las cuales son tres formas bastante distintas de vivir lo político y que tuvieron una articulación efectiva en la persona de FelicianoAma. Es más interesante la determinación quehace Arias Gómez de las cofradías como auténticos organismos de poder dual que sin duda fueron las vías por las que se expresaron localmente los pueblos originarios durante la insurrección.

Arias Gómez señala: “podríamos decir, que en las cofradías los indígenasencontraron, aunque sea a pedazos,parte de su identidad cultural rota por laviolencia del conquistador; ellas fueron unaespecie de argamasa social que les manteníaunidos ante un mundo hostil y brutalmenteexplotador. La cofradía fue un medio paratransmitirse verbalmente su propia historiaen forma de recuerdos, gratos o dolorosos,fue su expediente para guardar su memoriahistórica. La convivencia que se estrechabadurante los días que duran los festejos delrespectivo santo, y de los cuales son excluidoshasta los propios curas, es una forma demantener esa identidad (1996, 103).

Estas pinceladas que presenta Arias Gómez sobre las características de la resistencia originaria, acompañadas de la aceptación por parte de Mármol de que el PCS tenía una comprensión fetichizada de las formas políticas de la transición, hacen pensar que probablemente hubo de parte de la dirección comunista salvadoreña, una frialdad hacia estas formas de resistencia.

Indudablemente, existió un extrañamiento entre los comunistas salvadoreños y las comunidades originarias acaudilladas por Feliciano Ama.

Arias Gómez reproduce una entrevista a Modesto Ramírez, donde describe la reunión en la cual afilió a Feliciano Ama y nos parece que retrata de cuerpo entero este extrañamiento: “Llegado el momento de proponerle a Ama su afiliación partidista, contaba Modesto que le respondió más o menos en estos términos:

–De entrar al Partido, debe entrar también toda la gente de mi cofradía.

Modesto le hacía la observación de que la afiliación era una decisión personal, individual y que no podía hacerse en masa, indiferenciadamente.

A esta observación Ama respondió:

–De no entrar todos mis compañeros no entro yo tampoco-. La dirección del PCS, como era lógico, accedió a la demanda” (1996, 107).

Muy significativo todo el cuadro que traza Modesto Ramírez. Por un lado, la demanda de Ama de afiliación colectiva y la consecuente extrañeza del comunista, mientras Ramírez tiene en mente la afiliación individual, mediante un acto de conciencia “racional” y “voluntario” de un individuo a un partido que defiende un programa general para transformar la sociedad y el Estado, Feliciano Ama en cambio al decidir “su” ingreso a una estructura que él cree defenderá los intereses de su comunidad originaria, estima impensable que no se afilie a esta organización toda la comunidad originaria, “su” comunidad originaria.

Esta racionalidad comunitaria, que obligaría a pensar y repensar la dialéctica entre participación originaria y partidos populares, se puede ver aún en nuestra época, por ejemplo, en las experiencias de las rebeliones obrero-originarias de la ciudad de El Alto en Bolivia durante los años 2003 y 2005.

10) ¿Qué conclusiones podemos sacar de la lucha política del Ejercito Defensor de la Soberanía nacional y del Partido Comunista de El Salvador?

Se han analizado los rasgos más generales que tuvieron dos de las respuestas políticas populares a la balcanización de Centroamérica [1].

Por un lado, la respuesta del nacionalismo popular, del cual el sandinismo fue la experiencia más significativa, pero con una fuerte inercia en cuanto a la comprensión de los dispositivos internos del orden imperialista, una serie de problemas significativos por la ausencia de un programa auténticamente anticapitalista para el campo y la ciudad, y una fuerte tendencia al sustituismo social que le imprimía un rasgo caudillesco a su liderazgo.

Por otra lado, la alternativa del comunismo ingenuo del PCS, que superaba al sandinismo, al contar con una tosca pero real comprensión centroamericanistade la lucha de clases y también,con una mayor claridad del rol de los partidosy agrupaciones de la burguesía nativa y, sobretodo, con una mayor vocación para poner enpie auténticos organismos de autodeterminaciónpopular.

Aunque apunta en contra de su historialcomo alternativa popular su efectivo verbalismoabstracto y sobre todo la incomprensión y laausencia de una estrategia para combinar la lucha anticapitalista de los peones agrarios y la lucha por el reconieocimnto identitario de esos mismos peones, que a la vez eran pueblos originarios.

Como es sabido, estas dos alternativas populares fueron trágicamente separadas y opuestas por una combinación de la realpolitik de los gobiernos mexicano y estadounidense y de la realpolitik de la III Internacional [2]. Impidiendo que confluyeran y se entrelazaran sus distintas virtudes posibilitando así un auténtico proceso regional insurreccional, antiimperialista y anticapitalista, el trágico desenlace fue que estas dos alternativas populares fueron finalmente aplastadas de manera independiente, cuando la democratización de baja intensidad se obturó y se ingresó en la época de las dictaduras militares, las cuales garantizaron la profundización de la balcanización, esta vez manu militari.

Esta comprensión de las propuestas políticas populares que recorrían el istmo en los 30 ayudará a ver mejor los contornos del comunismo radical costarricense de primera época y su posterior deriva en comunismo “a la tica”.

11) ¿Se puede entender la primera época del comunismo costarricense como una alternativa política a la crisis de dominación centroamericana?

No se quiere ahondar demasiado en los efectos que el crack económico mundial produjo en la frágil economía semicolonial centroamericana y, en específico, sobre la costarricense. Creemos que hay una abundante bibliografía, con suficientes e interesantes datos al respecto [3].

La cita de Bulmer-Thomas, vista más arriba, invita a entender la crisis de dominio no de manera determinista, como un producto inmediato del crack del 29, sino como una situación que se agrava cualitativamente con la crisis económica y se mezcla con toda otra serie de elementos políticos acumulados: la actividad creciente de las clases subalternas y sus variados intentos de dotarse de un instrumento político propio, el desarrollo de una cultura impresa en los centros urbanos, la cual contribuyó a difundir la crítica política y cultural más o menos antisistémica de la intelectualidad radicalizada de inicios de siglo XX y el relativo vacío que dejó el intento fracasado de relegitimación del orden liberal, vacío que a su vez, fue aprovechado por los comunistas costarricenses.

Dentro de algunos analistas de filiación comunista “a la tica”, se pretende comprender las alternativas políticas que enfrentaron la crisis de dominio como comportamientos estancos. La hoz y el machete de Cerdas Cruz, pese a ser un trabajo muy documentado, tiene esta debilidad, la cual tiende a oscurecer una de las preguntas claves del proceso histórico-social que se viene analizando: ¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

Nuestra tesis es que el sandinismo, el comunismo salvadoreño y el comunismo costarricense eran tres respuestas a una sola crisis de dominio global del régimen oligárquico en Centroamérica.

Estas tres alternativas fueron las primeras respuestas de las clases subalternas al fracaso, ya de carácter histórico, de las capas medias y los militares por reunificar Centroamérica.

Creemos que hay que comprender estos fenómenos como tres respuestas que no lograron confluir y a partir de sus posibles articulaciones generar una fuerza social centroamericana, capaz de instaurar un nuevo orden político, donde las clases subalternas tuvieran hegemonía.

Esta es la mejor forma para también comprender por qué la crisis de dominio oligárquico en el área logra cerrarse y por qué tuvo una respuesta distinta en Costa Rica que en el resto del área.

Las interpretaciones de Cerdas Cruz y Merino y de los comunistas “a la tica” en general, quieren presentar el camino elegido por el Partido Comunista de Costa Rica como una alternativa fuerte a la vía sandinista y a la “farabundista”. Esta lectura nos parece equivocada y unilateral.

A nuestro entender, es más bien todo lo contrario: el cierre de la crisis de dominio imperialista en la región, al resultar globalmente favorable a las fuerzas oligárquicas e imperialistas, terminó con la liquidación física de dos de los instrumentos políticos que forjaron las clases subalternas (el EDSN y el PCS) y con la cooptación de la tercera alternativa popular (el comunismo costarricense), al lograr convertirlo en comunismo “a la tica”.

Nuestra tesis es que los comunistas costarricenses de primera época, al igual que las alternativas políticas populares que se produjeron en Nicaragua y El Salvador, fueron neutralizados por una estrategia contrarrevolucionaria de las clases dominantes. No debemos olvidar que el contenido político de la contrarrevolución no es el exterminio físico de la vanguard

exterminio físico de la vanguardia revolucionaria, sus teorías y testimonios, (aunque esto puede suceder y sigue sucediendo). La idea profunda de la

contrarrevolución es introducir en la conciencia de los oprimidos la certeza de que nunca más deben atreverse a hacer lo que hicieron, (poner en tela de juicio los mecanismos del dominio).

Los oprimidos y explotados deben sacar la conclusión que la rebelión organizada estuvo mal y que es innecesario e indeseable volver a intentarla. Éste es el contenido profundo de la idea de contrarrevolución.

¿No hay pues en la explicación de los comunistas costarricenses sobre la diferencia entre los primeros años de su existencia y el giro comunista “a la tica”, un machacar sistemático de la idea que eso que se hizo en los orígenes estuvo mal y no debería volver a repetirse? ¿No es acaso esto la idea misma de la contrarrevolución?

12) ¿Es verdad que el origen del comunismo costarricense fue “ultraizquierdista” y “juvenil”?

En las tesis de Mora (2000, 25-51), Merino (1996, 21-42) y Cerdas Cruz (1986, 323-244), la primera etapa del PC CR estaría marcada fundamentalmente por “desviaciones”: verbalismo izquierdista, infantilismo de izquierda, sectarismo, etc. Es decir, se presenta esta etapa como una distorsión o un defecto del Partido Comunista de Costa Rica, no como lo que podría ser su contribución más “universal” al pensamiento político radical.

Estos mismos autores siempre guardan el recaudo de señalar que estas características del comunismo costarricense de primera época fueron esencialmente excesos verbales, pues los comunistas, desde el momento de su fundación, estarían comprometidos con las instituciones democráticas del país.

Esta es definitivamente una mala forma de acercarse a los primeros años del comunismo costarricense. Creemos que es más adecuado pensar los primeros años del comunismo costarricense como el momento en que los sectores populares construyeron una herramienta de lucha para enfrentar los mecanismos privilegiados del modo de dominación en el país: el fraudulento sistema electoral y el caudillista sistema de partidos.

La efectiva existencia de una pose verbalista y una serie de limitaciones ideológicas, políticas y programáticas no deben esconder la importancia fundamental de esta primera etapa del comunismo costarricense como fuente de un pensamiento radical actual.

13) ¿Cuál era la actitud del comunismo costarricense hacia las elecciones burguesas?

Una contradicción significativa de los defensores del comunismo “a la tica” es que “miran con malos ojos” y critican duramente el “verbalismo antielectoral” de los comunistas originarios.

Estimamos que esta crítica es deshonesta, pues el “radicalismo antielectoral” es una tradición que heredan, asumen y prolongan los comunistas de la tradición del nacionalismo de capas medias, articulado alrededor del Repertorio Americano (que según Mora, Merino y Cerdas Cruz sería también parte de las “vigorosas tradiciones democrático-nacionales”). Molina y Lehoucq muestran además, con bastantes ejemplos, cómo estaban introducidas en la cultura política de la lucha interoligárquica las impugnaciones violentas a los procesos electorales (1999, 9-105). Es decir, estas impugnaciones eran parte del clima de época.

Lo importante es que los comunistas prolongan, a  su manera, las críticas que intelectuales como Mario Sancho o García Monge [1] realizaban en los años 10 y 20 contra la argolla clientelar, contra el carácter engañoso, vacío, formal y antipopular del dispositivo electoral y contra la legalización/legitimación del poder de los gamonales, emanado del circuito de elecciones fraudulentas-clientela.

Esta tradición de denuncia sistemática de las elecciones como farsa y circo, como engaño a los sectores populares, es la que retoma el joven Partido Comunista de Costa Rica. En el diario que editaba Mora previo a la fundación del PC CR, La Revolución (al que llamará “el único periódico verdaderamente demócrata”), señala con ironía:

“¡Democracia, Democracia palabra hueca y sin sentido con la cual procuran los gobernantes cubrir las miserias del pueblo, cuya libertad y soberanía son irrisorias! Democracia, velo demasiado pequeño que no oculta a los ojos […] de los hombres conscientes, la faz demacrada y llorosa de un pueblo que vive una vida de abyección, originada por la miseria. Democracia, mordaza con la que se procura ahogar los lamentos de la masa (2003, 221).

Hemos dicho que aunque efectivamente hay elementos de radicalismo verbal y ciertas lógicas y proposiciones abstractas y, por ende, se da pie a propuestas políticas sectarias, en los primeros escritos de los comunistas costarricenses se puede encontrar una política para crear un autentico instrumento político de clase. Se puede encontrar en

Se puede encontrar en las críticas comunistas al gobierno burgués y al “sistema democrático”, no solo la clásica denuncia de las elecciones como manipulación de los gamonales, sino como un síntoma/función del sistema de dominio. Por ejemplo, en Trabajo 4-II-1934 se dice: “El gobierno no es, dentro del régimen capitalista, sino un administrador de los intereses de los patronos y un fiel lacayo suyo”. En la edición del 1-I-1932, va a definirse al gobierno como: “el criado servil de los bancos, criado de frac y pechera reluciente como los mozos de los grandes hoteles”.

En la edición del 21-IV-1932 se denuncia la farsa de las elecciones que se avecinan y los mecanismos electoral/clientelares contra los que hay que luchar: “El P.C. quiere evitar a todo trance, que se le imponga simpatía lejana siquiera, por cualquiera de esos licenciados al servicio dócil de la injusticia capitalista, que aspiran a la Presidencia de la República. Las clases trabajadoras, que no tienen todavía bien definido en su pensamiento el papel netamente anticapitalista de nuestro partido, y la lucha inexorable de nuestro partido por un gobierno para Costa Rica de obreros y campesinos, pudieran ser engañados por los gritos de los agentes a sueldo de los partidos burgueses que se mezclaran en nuestras filas y creer que nosotros propiciamos tal o cual candidatura”.

Parece que el otro elemento central sería que, a diferencia de las críticas que se podrían encontrar en los intelectuales radicales del inicios del siglo XX, quienes muchas veces ven en los sectores populares un simple sujeto de manipulación, en los escritos tempranos del PC CR hay la clara intención de construir una fuerza social popular capaz de generar una nueva hegemonía.

Por ejemplo, el Partido Comunista de Costa Rica tenía como lema de su periódico en el periodo 1931-1932 la lucha por la “organización del proletariado como clase y la destrucción de la supremacía burguesa y conquista del poder político para el proletariado” (citado por Cerdas, 1986, 327). De ninguna forma parece que este lema fuese declarativo o producto de un desvarío juvenil.

Por ejemplo, en el número 6 de Trabajo se señala: “Albertazzi Avendaño se alarma de que pidamos los comunistas el poder político para la clase trabajadora. La ignorancia de los trabajadores les impediría administrar bien. Y preguntamos nosotros: ¿es que los “licenciados” y los “poetas” que nos han venido administrando lo han hecho bien? ¿Han sido obreros ineptos o sabios universitarios quienes han vendido arruinado el país?” (citado por Amador, 1980, 74).

En las frases periodísticas seleccionadas se nota con fuerza la idea de señalar las instituciones de la democracia patronal como obstáculos por vencer, no como punto de apoyo para una salida popular. Además, estas caducas instituciones deben ser suprimidas y suplantadas por instituciones democráticas de nuevo tipo, las cuales tendrán su raigambre social en los sectores populares.

Se encuentra que, en el comunismo costarricense de primera época, el Estado no puede ser solo “tomado” o “llenado de contenido económico”, que será el lema permanente del futuro comunismo “a la tica”, sino que deberá ser sustituido por un Estado de los productores directos, por la dictadura del proletariado. Entendiendo por dictadura del proletariado, no el totalitarismo y el estado de excepción, impuesto por una burocracia privilegiada, sino el Estado de los obreros y los campesinos armados, el primer gobierno de la mayorías explotadas en beneficio de estas mismas mayorías, gobierno en el cual también se oprime y coacciona a la antigua minoría explotadora (Sousa, 2009, 120).

Para lograr estos objetivos, era necesario llevar adelante una lucha para quebrar “desde dentro” el régimen de dominio, a través de una denuncia sistemática de la contradicción entre la supuesta igualdad en el plano jurídico y la efectiva desigualdad real en el plano social, y que esta denuncia genere una fuerza social y unas instituciones capaces de servir de sustituto a la vieja democracia patronal. Enfatizamos que se plantea sustituir, no aportar o acompañar, sino sustituir, lo cual significa en política moderna, desplazar por medio de la fuerza.

Ese es el otro elemento que se encuentra con frecuencia en el comunismo costarricense de primera época: la comprensión del orden como violencia. Por lo tanto, habrá que estar preparado para resistirla. En Trabajo de 17-II-1934, se señala: “No será sobre la pacífica agua de los comicios, sino sobre el caldeado escenario de la contienda civil donde se librará la última batalla entre las clases opresoras en derrota y el proletariado victorioso”.

14) ¿Por qué entonces la división entre el periodo ultraizquierdismo y el periodo comunista “a la tica”?

Hay en la periodización interesada de la historia del Partido Comunista de Costa Rica un sesgo ideológico que quiere esconder como “verbalismo juvenil”, la que en realidad es la específica respuesta de las clases subalternas costarricenses, a la crisis de dominio en la región centroamericana, dando una respuesta radical a lo que era el nudo del sistema de dominación en esta provincia balcanizada del área.

Si el problema de la ocupación al territorio nacional por las tropas estadounidenses generó, como alternativa, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional y la ideología sandinista; si la irritación por los vejámenes a los pueblos originarios y a los campesinos/peones agrarios fortaleció al Partido Comunista de El Salvador y le marcó con su impronta, el Partido Comunista de Costa Rica en sus primeros años debe ser comprendido como la respuesta popular a otro de los clásicos mecanismos de dominación: el engaño y cooptación electoral y estatal, y la hegemonía de la oligarquía burguesa [1].

Se observa cómo el comunismo costarricense original[2], no solo recupera la veta de la denuncia sobre la desigualdad social imperante en Costa Rica y su legitimación electoral, sino que los comunistas aportan a estas denuncias al orden liberal-oligárquico, una comprensión del sistema de dominio como un régimen de producción capitalista y dependiente, y plantean la necesidad de construir una fuerza social que construya un nuevo orden de carácter socialista.

A esta valoración que se hace de la doctrina comunista de primera época habría que sumarle el siguiente comentario de Iván Molina, el cual señala la originalidad histórica del comunismo radical en la política costarricense y también por qué empezó a ser visto como una amenaza efectiva al orden dominante. Molina señala:

“A la luz de lo expuesto, puede comprenderse mejor la originalidad que supuso el Partido en la Costa Rica de la década de 1930: en medio de una aguda crisis económica, surgió una organización con una plataforma sindical y editorial permanente, cuya estrategia para ganar el voto popular, se basaba en la denuncia de las injusticias sociales y en el llamado a la organización de los trabajadores.

Para el resto de los partidos, cuyas dirigencias estaban acostumbradas a organizarse sólo durante los períodos electorales y a responder a las demandas populares mediante formas que fomentaban la desmovilización de la población, el BOC representaba una amenaza evidente como competidor electoral. Por eso, la reacción inicial de las cúpulas políticas fue impedir la inscripción electoral de los comunistas, lo cual lograron sólo brevemente (2004,2-3).

Es decir, la respuesta que en un primer momento dan los comunistas costarricenses a la crisis de dominio abierta en 1929, está golpeando sobre los núcleos duros de la hegemonía burguesa costarricense; frente al sentido común excepcionalista, la ciudadanía pasiva y el engaño/manipulación electoral, el PC CR opuso organizaciones permanentes de trabajadores, una prensa y una opinión pública obrera educada en denunciar las injusticias sociales y un sentido de identidad de clase, opuesto al “igualiticos” del sentido común oligárquico. Es decir es una amenaza que debía ser conjurada y olvidada.

En el olvido de las lecciones estratégicas que podemos sacar de estos pocos años de los comunistas costarricenses colaboran activamente no solo los historiadores oficiales, sino también los estrategas del comunismo “a la tica”.

Notas

4. Carlos Marx, en uno de los textos de El Capital, indica cómo enfrentar metodológicamente las relaciones de producción y propiedad y las formas políticas derivadas de ella. Señala: “La forma económica específica en la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la relación de dominación y servidumbre; tal como ésta surge directamente de la propia producción y a su vez reacciona en forma determinante sobre ella. Pero en esto se funda toda la configuración de la entidad comunitaria económica, emanada de las propias relaciones de producción, y por ende, al mismo tiempo, su figura política específica. En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos-relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social – donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso.

Esto no impide que la misma base económica –la base con arreglo a las condiciones principales-, en virtud de incontables diferentes circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias históricas operantes desde el exterior, etc., pueda presentar infinitas variaciones y matices en sus manifestaciones, las que sólo resultan comprensibles mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas”. (citado por Audry, 2007, 6). Por lo tanto, para analizar tanto los efectos en los estados centroamericanos de la crisis del 29 y las respuestas políticas específicas, debemos realizar un repaso de cómo estaban organizados los dos principales focos de desarrollo capitalista, tanto el capitalismo agrario cafetalero como el mundo del enclave bananero.

5. Es importante que cuando se habla del desarrollo de la formación económico-social costarricense hay que distinguir entre el Valle Central y las provincias de la periferia del país (Limón, Guanacaste y Puntarenas). Iván Molina (1999, 44) señala que existen importantes diferencias en los patrones de lucha social, intervención estatal y características de los fraudes electorales entre la meseta central y la periferia del país. Edelman (1998, 31) y Gudmundson (1983, 182-185) señalan en la misma dirección, en relación con las características de la tenencia de la tierra y las relaciones de producción.

La periferia de Costa Rica se caracterizó por la relación latifundio-minifundio en la hacienda ganadera guanacasteca, distintas formas de la tenencia precaria de la tierra en Limón y Puntarenas o directamente trabajo asalariado de los obreros agrícolas en los enclaves fruteros.

6. Néstor Kohan considera que “la conquista de América, realizada con la espada y con la cruz, fue una gigantesca y genocida empresa capitalista que contribuyó a conformar un sistema mundial de dominación de todo el orbe. […] En la América colonial posterior a la conquista de las diversas culturas de los pueblos originarios y a la destrucción de los imperios comunales-tributarios de los incas y aztecas, se conformó un tipo de sociedad que articulaba y empalmaba en forma desigual y combinada relaciones sociales precapitalistas (las comunales que lograron sobrevivir a 1492, las serviles y las esclavistas) con una inserción típicamente capitalista en el mercado mundial. Las relaciones sociales eran distintas entre sí, pero estaban combinadas y unas predominaban sobre otras” (2007, 4).

7. Marx, reflexionando acerca del rol del ejército durante las revoluciones españolas del siglo XIX, había dicho: “Los movimientos revolucionarios de España presentan un aspecto notablemente uniforme […] Todas las conjuras palaciegas son seguidas de sublevaciones militares […] Ese fenómeno se debe a dos causas. En primer término, observamos que lo que se llama Estado en el moderno sentido de la palabra, debido a la vida exclusivamente provincial del pueblo, no tiene personificación nacional alguna frente a la Corte como no sea en el ejército. […] Su independencia con respecto al Gobierno supremo, el relajamiento de la disciplina, los continuos desastres, la formación, descomposición y reconstrucción […] forzosamente tenían que imprimir al ejército español un carácter pretoriano, haciéndolo propenso a convertirse por igual en el instrumento o en el azote de sus jefes. […] los habitantes de las ciudades revolucionarias de la masa fundamental del pueblo involuntariamente pasaron a depender del ejército y de sus jefes en la lucha contra los grandes, el clero rural, el monacato y el rey, representante de los elementos caducos de la sociedad” (1978, 65-116). Si hay alguna zona del mundo donde se puede hacer una analogía no forzada con esta situación especial de la institución militar es definitivamente la Centroamérica del siglo XIX e inicios del siglo XX. Las distintas intentonas y cuartelazos militares que buscaban reconstruir a punta de bayoneta la Federación Centroamericana, fueron los espasmos de un sector de las fuerzas armadas que buscaba expresar las necesidades de la revolución democrático-burguesa, que la oligarquía postcolonial cafetalera y añilera centroamericana no tenía ningún interés de ejecutar.

8. Para ponerle fin al unionismo militar las clases dominantes, a partir de mediados de los años veinte, darán inicio a un proceso de profesionalización, diferenciación social y adoctrinamiento ideológico y militar de las FFAA centroamericanas para evitar que siguieran funcionando (cada algún tiempo) como cajas de resonancia de las demandas y aspiraciones populares. La acción conjunta de la oligarquía y el imperialismo logran transformar a los ejércitos centroamericanos en verdaderas tropas de ocupación interior de nuestras sociedades-economías. Pese a esta transformación cualitativa en las Fuerzas Armadas, estas a su vez eran un grupo social con intereses propios, no siempre identificables de manera inmediata con los de la oligarquía burguesa-terrateniente. 9. Esta profunda raigambre entre los artesanos y la peonada del Partido Comunista de El Salvador, tuvo como efecto la teóricamente ridícula y políticamente limitada presencia del nacionalismo popular de capas medias en El Salvador, cuya expresión más acabada fue el minimum vitalismo de Alberto Masferrer. Esta doctrina que sirvió de cobertura discursiva al gobierno semiliberal/ semireformista de Arturo Araujo, ha sido permanente motivo de crítica por parte de las corrientes de inspiración marxista, por ejemplo Roque Dalton en el poema/denuncia Viejuemierda, incluido en sus Historias prohibidas del pulgarcito. En el critica con ácida ironía las posiciones y el

ironía las posiciones y el talante de Masferrer, a quien ve como un auténtico pensador colonizado.

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J. Roberto Herrera Zúñiga (xherrera16@yahoo.com).

Docente en la Escuela de Filosofía y en la Escuela de Trabajo Social (Sede de Occidente) de la Universidad de Costa Rica. Sus áreas de especialidad son la filosofía social y política, la teoría de las ideologías y el pensamiento político latinoamericano y costarricense. Entre sus publicaciones se encuentran “Las metáforas del racismo: apuntes sobre el positivismo boliviano” (2008), “Pensar desde el Tercer Mundo sobre Mayo Francés” (2009), “Pensar radical, pensar colonizado. Una mirada al marxismo costarricense” (2009), “La herida colonial y la cultura revolucionaria: leer a Roque Dalton” (2010), “Crítica desde el marxismo latinoamericano descolonizado del comunismo “a la tica” (2011).



[1] En los comentarios de Lenin a la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, se puede leer: “El Estado -dice Engels, resumiendo su análisis histórico- no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco ‘la realidad de la idea moral’, ‘la imagen y la realidad de la razón’, como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado” (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana). Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. El Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.” (1978, 275).

[2] 18. Entendemos por hegemonía de la oligarquía su capacidad de dirección intelectual y moral sobre las clases subordinadas, donde esta capacidad hegemónica tiene primacía sobre las capacidades coercitivas y en el caso de que el elemento coercitivo salga a relucir, siempre aparezca cubierto de un planteamiento ideológico coherente y por lo tanto legitimador. Es decir, que la violencia constitutiva del modelo parezca como legítima/natural.



[1] Mario Sancho caracterizaba de la siguiente manera los procesos electorales: “acaso ignora nadie que esa costosa y ruin comedia [la campaña electoral] no es más, a pesar de sus apariencias democráticas, que un camuflaje de la oligarquía egoísta que domina a Costa Rica hace tiempo” (citado por Molina, 1993, 128). Luego afirma: “aún en las épocas que hemos convenido en llamar respetuosas a la libertad electoral, muchos votos se compran al contado y otros con promesas de puestos y granjerías y las más se dan bajo el apremio de patrones y gamonales” (citado por Molina, 1999, 129). Reflexionando sobre la obra de García Monge y Carmen Lyra, el historiador Iván Molina ha señalado con bastante claridad, la que creemos que es el elemento fundamental para señalar los límites de esta generación: “El discurso que elaboraron sobre esta temática [“sobre la llamada cuestión social”] […] tenía una doble cara, una potencialmente explosiva, y otra muy identificada con la ideología liberal del progreso. El lado subversivo de sus escritos […] denuncia la explotación laboral, el crecimiento de la pobreza, de las campañas electorales como farsas al servicio de los poderosos, y del imperialismo estadounidense” […] “El perfil no contestatario de estos radicales se desprendía de su énfasis en que los sectores populares de la ciudad y el campo, para alcanzar su plenitud física y espiritual, debían ser redimidos mediante una educación apropiada, que sería proporcionada por esos mismos jóvenes” (Molina, 2000, 24).



[1] Cuando usamos el concepto “respuestas políticas populares a la balcanización”, queremos decir que tanto el sandinismo, el PCS y el PC CR fueron en un primer momento respuestas a la crisis de dominio en cada uno de sus Estados, pero rápidamente la resistencia popular tuvo que producir una respuesta ya no militarista, sino obrera y popular a los desafíos que significaba la dinámica de revolución permanente que desarrollan las luchas populares en Centroamérica. La dinámica de revolución permanente en Centroamérica, básicamente debe vencer tres obstáculos: el capitalismo, el imperialismo y la balcanización.

[2] Para entender la separación entre Farabundo Martí y César Augusto Sandino, se puede revisar el libro de Arias Gómez Farabundo Martí (1996, 47-163), así como la obra de Cerdas Cruz La hoz y el machete (1986, 221-255

[3] Solo para citar algunas posibles fuentes podemos recomendar el trabajo de Víctor Bulmer Tomas: La crisis de la economía de agroexportación (1930-1945), de la Historia General de Centroamérica (1993, 325-396); de Vladimir de la Cruz: Las luchas sociales en Costa Rica (1984, 213-228); de Víctor Hugo Acuña e Iván Molina: El desarrollo económico y social de Costa Rica: de la Colonia a la crisis de 1930 (1986, 105-218); y de Ana Maria Botey y Rodolfo Cisneros: La crisis de 1929 y la fundación del Partido Comunista de Costa Rica (1984, 75-113).



[1] Creemos que a partir del año 2000 hay una nueva etapa que está marcada por la resistencia cada vez más generalizada de las masas a los planes de recolonización, especialmente la lucha contra el TLC y sus efectos. Sin duda, el pico de esa resistencia son las movilizaciones revolucionarias contra el golpe de estado en Honduras durante el año 2009.

[2]La insuficiente existencia de material de primera mano sobre el comunismo salvadoreño, hondureño o guatemalteco nos hace de dudar que efectivamente todas las poses que se les atribuyen a los fundadores del comunismo centroamericano hayan ocurrido. Tenemos alguna duda de si estas poses no fueron una reconstrucción imaginaria a posteriori para reforzar los rasgos identitarios de los PC centroamericanos, ya en la época de la normalización estalinista, pues el carácter esencialmente conservador y reformista que tomaron las organizaciones prosoviéticas, probablemente necesitaba de una leyenda heroica que les permitiera usarla como “moneda de cambio” dentro del movimiento popular.

[3] . “Según el esquema proclamado por los stalinistas en 1928, [el “tercer periodo”] era la etapa final del capitalismo […] La táctica de la Comintern durante los seis años siguientes estuvo marcada por el ultra izquierdismo, el aventurerismo, los sectarios sindicatos rojos y la oposición al frente único” (Trotsky, 1977, 242).

[4] Este es un debate de una gran actualidad estratégica, una expresión de este debate se encuentra en el artículo de Clara Sousa “¿Qué Internacional necesitamos hoy? Una polémica con el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional.” Allí, Sousa recupera un argumento clásico de Lenin: “Todos los socialistas, explicando el carácter de clase de la civilización burguesa, de la democracia burguesa, del parlamentarismo burgués, han expresado la misma idea que ya Marx y Engels habían expuesto con el máximo rigor científico, diciendo que la república burguesa más democrática no es más que una máquina que permite a la burguesía aplastar a la clase obrera, que permite a un puñado de capitalistas aplastar a las masas trabajadoras. No hay un solo revolucionario, no hay un solo marxista, entre los que actualmente claman contra la dictadura y a favor de la democracia, que no jure y perjure ante los obreros aceptar esta verdad fundamental del socialismo. Pero justo ahora, mientras el proletariado revolucionario está en fermentación y se moviliza para destruir esta máquina de opresión y para conquistar la dictadura del proletariado, estos traidores del socialismo presentan las cosas como si la burguesía hubiese regalado a los trabajadores la “democracia pura”, como si la burguesía, renunciando a resistir, estuviese dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en la república democrática no hubiese habido y no hubiese una máquina estatal para la opresión del trabajo por parte del capital”.



[1] 1990-2000: La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).



[1] 1990-2000: La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).



[1]. “En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo, que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis. Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la realidad” (Kosik, 1976, 63).

[2] Miguel Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.

[3] Utilizando como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí, las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a mezclarse.

[4]1935-1944: La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández Martínez, Carías).

[5] 19441960: Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.

[6] 1960-1979: Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.

[7] 1979-1990: Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.



[1]. “En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo, que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis. Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la realidad” (Kosik, 1976, 63).

[2] Miguel Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.

[3] Utilizando como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí, las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a mezclarse.

[4]1935-1944: La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández Martínez, Carías).

[5] 19441960: Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.

[6] 1960-1979: Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.

[7] 1979-1990: Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.

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