INTRODUCCIÓN
Es posible afirmar que las Relaciones Internacionales constituyen una de las ramas más jóvenes de las ciencias sociales. Quizá por ello pueda justificarse, en gran medida, el hecho de que la disciplina esté dominada por grandes debates internos. Estos debates no se refieren a cuestiones secundarias, sino a problemas esenciales, que condicionan el modo de entender el estudio de las Relaciones Internacionales. Entre distintas corrientes académicas se discute con intensidad acerca de la auténtica razón de ser de este nuevo campo del saber.
Para aquellos que han hecho de la profundización en el conocimiento de las Relaciones Internacionales su profesión, la presencia de grandes debates posee un enorme interés. No cabe duda de que las discusiones que afectan a aspectos como el objeto, es decir, qué estudiar, y el método, es decir, cómo estudiarlo, ambos tan básicos para esbozar una definición de la disciplina, resultan para el especialista verdaderamente apasionantes. Hay que subrayar que tales discusiones son tan relevantes que el núcleo fundamental de las Relaciones Internacionales está centrado en torno a las mismas[1].
Sin embargo, la ausencia de acuerdo sobre cuestiones de tanta trascendencia ha sido, con frecuencia, motivo de desaliento en medios académicos. Tal ausencia de acuerdo ha generado una excesiva fragmentación de este campo del saber, en detrimento de las posibilidades de acumulación del conocimiento[2]. No en vano, M. Frost ha apuntado que, durante muchos años, a las Relaciones Internacionales les ha correspondido el dudoso honor de ser la menos autorreflexiva de todas las ciencias sociales [3].
La sensación de desconcierto que puede provocar esta situación se acrecienta cuando alguien se acerca por primera vez a la disciplina y observa un número de polémicas cuyo alcance y significación no le es posible apreciar con exactitud. El panorama de cierta confusión que caracteriza a las Relaciones Internacionales ha conducido, a menudo, a personas, en principio interesadas en la materia, al desánimo y al abandono de su estudio.
Los grandes debates mencionados con anterioridad han sido tan significativos, que su sucesión a lo largo del tiempo sirve de referencia para establecer las principales fases de desarrollo de las Relaciones Internacionales.
El primero fue el que enfrentó a idealistas y realistas en los años veinte y treinta.
El segundo colocó en bandos opuestos a tradicionalistas y behavioristas entre 1950 y 1970. El tercero, en el cual se encuentra la disciplina desde principios de los años setenta, es el debate paradigmático [4]. Su naturaleza es bien distinta de la de los dos anteriores. La discusión en términos de paradigmas —o, en su caso, en función de diversas preferencias filosóficas, de modelos, programas de investigación, imágenes, etc.— es uno de los rasgos más sobresalientes del tercer debate [5]. Al margen de las diferencias de significado de estos términos, todos ellos hacen alusión a construcciones de carácter metateórico, construcciones que han pasado a convertirse en nuevas unidades científicas básicas de expresión del conocimiento.
A pesar de la existencia de notables incertidumbres, muchos especialistas han depositado grandes esperanzas en el momento actual de la disciplina.
M. Banks estima que el tercer debate constituye «la búsqueda de una teoría más perfeccionada». El intercambio de opiniones entre escuelas de pensamiento o paradigmas «es, potencialmente, el más rico, el más prometedor y estimulante que hayamos tenido nunca en las Relaciones Internacionales» [6].
En este artículo se pretende realizar una descripción del estado de cosas que define las Relaciones Internacionales como Ciencia Social. Para ello se recurre a las ideas de Thomas S. Kuhn sobre la evolución de las ciencias.
Los aspectos más destacados de estas ideas, recogidos en su libro La estructura de las revoluciones científicas, han sido utilizados habitualmente a la hora de valorar la situación presente de la disciplina.
No obstante, en un número importante de contribuciones efectuadas con este propósito, la aplicación de la obra de Kuhn al análisis de las Relaciones Internacionales no ha sido lo suficientemente sistemática, lo cual ha afectado negativamente a sus conclusiones. Tratando de no reproducir los mismos defectos, en este trabajo se procede, en primer lugar, a establecer el núcleo de las ideas de Kuhn, para pasar posteriormente a desarrollarlas, con el mayor rigor posible, en el estudio de la disciplina.
II. LAS IDEAS DE T. S. KUHN SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LAS CIENCIAS
En nuestros días, hablar del momento en que se encuentran las Relaciones Internacionales es equivalente a hablar del debate paradigmático. Una pieza clave de la teoría sobre el progreso del conocimiento humano de Kuhn es el concepto de «paradigma». Aunque, como veremos más adelante, aquejado de graves problemas de definición, este concepto comprende las premisas o principios metafísicos fundamentales, las leyes generales de comportamiento y el método y las técnicas de investigación que, en relación a una ciencia, ha adoptado la comunidad académica especializada en ella [7].
Estos elementos del concepto de paradigma poseen una gran importancia, ya que inciden sobre el modo de entender la disciplina, los problemas a los que debe prestarse atención y los datos que resultan relevantes en la construcción de teorías. Un paradigma, por tanto, determina los grandes parámetros dentro de los cuales se desarrolla una ciencia [8].
En la vida de una ciencia, Kuhn distingue una fase precientífica y una fase científica [9]. En la primera de ellas se observa una multiplicidad de paradigmas, lo cual quiere decir que no hay acuerdo sobre cuestiones consideradas como básicas entre los estudiosos de una disciplina. Estos, como resultado del desacuerdo aludido, más que a labores investigadoras concretas, están dedicados a la defensa de sus respectivos enfoques paradigmáticos.
En cambio, en la segunda se aprecia la existencia de un único paradigma. En opinión de Kuhn, la ausencia de discrepancias fundamentales entre la comunidad académica es lo que diferencia a una ciencia madura de la actividad relativamente desorganizada del período precientífico[10].
Con la implantación de un solo paradigma, los especialistas dejan de polemizar sobre los rasgos fundamentales de un campo concreto de conocimiento, para comenzar a edificar lo que Kuhn ha denominado «ciencia normal».
Es importante señalar que el paradigma determina los criterios que legitiman el quehacer científico en una disciplina. Trabajando dentro de los límites de un paradigma, la comunidad académica procede a llevar a cabo una actividad teórica y experimental absolutamente imprescindible para mejorar el grado de adecuación entre tal paradigma y el mundo real [11].
Un científico centrado en la producción de «ciencia normal» no cuestiona la validez del paradigma, que orienta la formulación de teorías en su disciplina. Si se producen fracasos en el intento de dar respuesta a determinadas cuestiones, la responsabilidad de los mismos no se atribuye al paradigma, sino a la falta de habilidad del investigador. Sin embargo, dentro de un paradigma hay puzzles que no pueden ser resueltos, a los que Kuhn llama «anomalías» [12].
La persistencia de cuestiones que resisten los esfuerzos de la comunidad científica por encontrar una solución pueden conducir a socavar la confianza en el paradigma. Una anomalía será particularmente seria si llega a contravenir los fundamentos mismos del paradigma. La existencia de anomalías de esta naturaleza marcan el inicio de una «crisis» en la evolución de una ciencia [13].
Según Kuhn, la presencia de anomalías abre una fase de «ciencia extraordinaria», que tiene por objeto encontrar una solución a las mismas. En un principio, esta solución se intenta buscar dentro del mismo paradigma, para lo cual los científicos, con el propósito de eliminar el conflicto entre teoría y realidad, recurren a la introducción de numerosas modificaciones ad hoc.
Esta reacción contribuye a difuminar los rasgos definitorios del paradigma [14]. Por otra parte, en una dirección diferente, el estado de crisis fuerza una revisión de las principales asunciones paradigmáticas. Dicho estado de crisis se agudiza cuando, al entender que la anomalía sólo puede ser explicada adoptando una visión del mundo nueva y diferente, surge un paradigma alternativo.
A partir de este momento se establece una pugna entre dos paradigmas rivales, con concepciones del mundo y de los problemas que en él son relevantes radicalmente distintas. En el supuesto de que, en el transcurso de esa pugna, el viejo paradigma sea sustituido por el nuevo, Kuhn estima que se ha producido una «revolución científica» [15].
La sustitución de un paradigma se considera consumada cuando el que le reemplaza es asumido no por un individuo o grupo de individuos, sino por el conjunto de la comunidad científica.
Es, pues, a través de crisis y revoluciones científicas como tiene lugar el tránsito a un nuevo estadio en la vida de una disciplina. A diferencia de la versión inductivista de la ciencia, que presupone que el conocimiento humano crece de manera acumulativa, para Kuhn tal acumulación sólo es posible en el interior de un paradigma [16].
Los problemas, teorías y datos que forman parte de la ciencia normal poseen sentido cuando se contemplan en función del conjunto de premisas que definen ese paradigma. Trasladados a otro paradigma perderían enteramente su significación [17].
Una de las partes más controvertidas de la obra de Kuhn es la que hace referencia a la determinación de los criterios con arreglo a los cuales una comunidad científica asume un único paradigma en su paso a una fase de madurez, o, posteriormente, reemplaza éste por uno alternativo. Para Kuhn, no existen razones lógicas que puedan demostrar la superioridad de un paradigma sobre otro y, consiguientemente, justificar su asunción [18]. Por ello los paradigmas son «inconmensurables» [19].
Es cierto que existen argumentos —como la capacidad para resolver problemas irresolubles con anterioridad, la simplicidad del nuevo enfoque y la promesa de un desarrollo científico más fructífero— que pueden justificar el paso de un paradigma a otro [20]. Sin embargo, sin excluir el peso de estos factores en el paso mencionado, Kuhn advierte que su fuerza argumental se produce en el marco de un determinado paradigma.
Es decir, los logros de un paradigma son juzgados conforme a los estándares que él mismo proporciona. La conclusión de un razonamiento es convincente únicamente si sus premisas son aceptadas. Así, los defensores de paradigmas opuestos rechazarán las premisas de su rival y, por tanto, difícilmente serán convencidos por sus argumentos [21].
De aquí que Kuhn, equiparando las revoluciones científicas a las revoluciones políticas, haya afirmado que su triunfo depende no tanto de procesos de prueba como de procesos de «persuasión» o «conversión», que conducen a la comunidad científica a abrazar los presupuestos de una nueva construcción paradigmática [22].
III . ¿CAOS U ORDEN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES?
Aunque elaboradas en relación con las ciencias naturales, las ideas de Kuhn han tenido una gran influencia en las ciencias sociales. Como se ha apuntado anteriormente, desde los años setenta las referencias a sus tesis parecen obligadas en el empeño de clarificar el estado de la disciplina y arrojar luz sobre las profundas discrepancias que dividen a la comunidad científica en las Relaciones Internacionales.
En general, el esquema de Kuhn ha sido aplicado a las Relaciones Internacionales sin plantear mayores problemas filosóficos de fondo. Pero en algunos casos se han manifestado dudas respecto a la «legitimidad» de dicha aplicación. Estas dudas no han afectado al concepto de paradigma como nueva unidad científica de expresión del conocimiento. Su introducción ha sido comúnmente aceptada por los especialistas [23].
En cambio, no ocurre lo mismo con la parte de la teoría de Kuhn, que describe el avance del saber en función de crisis y revoluciones científicas. Aquí han surgido interrogantes en cuanto a la corrección de pretender explicar, en base a una teoría asociada a las ciencias naturales, la evolución de una ciencia social: las Relaciones Internacionales [24].
Aun cuando no suele mencionarse habitualmente en la literatura especializada, debe decirse que Kuhn, tras marcar una división entre ciencias naturales y sociales, estima que su teoría sobre el progreso del conocimiento es únicamente aplicable a las primeras [25].
Una diferencia básica separa, en su opinión, ambos medios, el natural y el social: mientras que la comunidad de especialistas, en el caso de las ciencias naturales, lleva a cabo su trabajo —a excepción de las fases precientíficas o revolucionarias— dentro de un mismo paradigma, en el caso de las ciencias sociales está permanentemente fragmentada, al encontrarse adscritos sus miembros a diferentes enfoques paradigmáticos [26].
Esta pluralidad de enfoques que preside las ciencias sociales tiene su origen en el mayor entroncamiento de sus especialistas con las necesidades de la sociedad. Cada uno de ellos es fruto de criterios normativos concretos, que, a su vez, determinan los problemas que han de centrar la atención de los investigadores [27].
La posición de Kuhn, que establece una nítida distinción entre ambos grupos de ciencias, suscita un problema de honda raigambre en la Filosofía de las Ciencias Sociales. Debido a su enorme complejidad, en este artículo no se pretende fijar una postura en cuanto al grado de equiparación entre ciencias naturales y sociales. No cabe duda de que puede producirse una cierta contradicción entre la posición de Kuhn mencionada y la práctica seguida por gran número de científicos sociales. No obstante, sin menospreciar las objeciones que tratan de destacar sus limitaciones, es posible afirmar que las ideas de Kuhn permiten obtener perspectivas de gran interés tanto sobre la evolución como sobre la situación actual de las ciencias sociales, entre ellas las Relaciones Internacionales.
En cualquier caso, aun aceptando las dificultades de generalización de dichas ideas, su aplicación puede contribuir a la mejor comprensión de la disciplina, al facilitar un modelo de referencia con respecto al cual poner de relieve las diferencias fundamentales.
Ciertamente, la obra de Kuhn posibilita la realización de preguntas de sumo interés respecto a las Relaciones Internacionales: ¿En qué estadio de desarrollo se encuentra la disciplina? ¿Existen uno o varios paradigmas en su seno? En el supuesto de que haya varios, como puede desprenderse de las referencias a grandes debates efectuadas al comienzo de este trabajo, ¿cuáles son los elementos paradigmáticos que separan cada uno de ellos?
Una primera aproximación a la literatura especializada sugiere la presencia de numerosos paradigmas. Al examinar una parte no despreciable de las contribuciones sobre el estado de la disciplina, puede llegarse a la conclusión de que las Relaciones Internacionales se caracterizan no sólo por la mera diversidad de enfoques paradigmáticos, sino, además, por el hecho de que la comunidad académica no se ha puesto de acuerdo sobre cuántos de dichos enfoques pueden realmente contabilizarse.
En efecto, ha sido habitual el que distintos autores hayan propuesto su propia lista de paradigmas. Entre otros, se han mencionado como tales: idealismo, realismo, behaviorismo, globalismo, dependencia y neomarxismo.
Ante esta proliferación de paradigmas, algunos especialistas han afirmado que las Relaciones Internacionales se encuentran en una fase precientífica [28]. Si esto fuera así, habría que contemplar a la disciplina, más sujeta a controversias entre las diferentes perspectivas paradigmáticas, que a la tarea de teorización en el interior de cada una de ellas. Aunque este punto de vista se ve avalado por el elevado volumen de publicaciones dedicado a debatir cuestiones fundamentales, la multiplicidad de paradigmas puede ser explicada también en base a otras razones.
La diversidad paradigmática, aparte de como manifestación sobresaliente de una fase precientífica, cabe estudiarla en estrecha relación con dos consideraciones de gran importancia. La primera de ellas recoge los problemas que atañen al notable grado de imprecisión asociado al concepto de paradigma.
La segunda hace mención a la ausencia de criterios homogéneos, por parte de la comunidad de especialistas en Relaciones Internacionales, a la hora de establecer el número de paradigmas en la disciplina.
En lo concerniente a la primera de las consideraciones comentadas, hay que señalar que, si bien el concepto de paradigma ocupa un lugar central en su obra, Kuhn no lo definió con precisión. A este respecto, M. Masterman ha puesto de relieve cómo Kuhn emplea el término paradigma de veintiuna maneras diferentes [29].
En un capítulo final, añadido a la segunda edición de su libro La estructura de las revoluciones científicas, Kuhn acepta buena parte de las críticas a la falta de concreción aludida. Aun después de atribuir la mayoría de los usos a inconsistencias de tipo estilístico [30], reconoce que, una vez eliminadas éstas, utiliza el concepto de paradigma de dos formas distintas.
De una parte, representa «la constelación total de creencias, valores, técnicas, etc., compartida por los miembros de una comunidad determinada».
De otra, está formado por «las soluciones de problemas concretos que, empleadas como modelos o ejemplos, pueden sustituir a normas explícitas como base para la resolución de otros problemas de la ciencia normal» [31].
Para Kuhn, la configuración del concepto de paradigma como una «guía» para la solución de problemas —a la cual da el nombre de «exemplar»— es la más profunda de las dos [32].
Sin embargo, el intento de clarificación llevado a cabo por Kuhn no ha satisfecho a la mayor parte de sus críticos. Estos han estimado que, a pesar del intento citado, el concepto de paradigma sigue encerrando un alto grado de ambigüedad.
Si el concepto de paradigma, así como el análisis basado sobre el mismo, ha de ser de alguna utilidad en su aplicación a las ciencias en general y a las Relaciones Internacionales en particular, debe ser definido con precisión.
En su excelente libro The Power of Power Politics. A Critique, J. A. Vasquez trata de buscar una definición de paradigma que pueda, posteriormente, ser empleada en un estudio crítico de la escuela realista. Para ello comienza dejando al margen lo que, a su juicio, no es un paradigma. Un paradigma «no es ni un método ni una teoría» [33].
El método científico y sus diferentes modalidades de prueba (experimentación, simulación, análisis estadístico, etc.) no constituye, en el sentido propuesto por Kuhn, un paradigma. De ser así, todas las ciencias físicas dominadas por este método estarían englobadas en un mismo paradigma. Según Vasquez, Kuhn no está interesado en los elementos comunes de las ciencias físicas, sino en lo que hace de cada una de ellas disciplinas concretas y coherentes [34].
En consecuencia, la esencia de un paradigma ha de ser sustantiva y no metodológica. Pero esto no quiere decir que sea válido identificar un paradigma con una teoría dominante. Vasquez dice que, a menudo, puede apreciarse la existencia de más de una teoría en una disciplina. Aparte de esta observación, es importante hacer notar que, para este autor, «un paradigma es, de algún modo, anterior a la teoría». Abundando en esta idea, escribe que un paradigma «es lo que, en primer lugar, da origen a teorías» [35].
Si tenemos en cuenta los elementos paradigmáticos comentados con anterioridad: principios metafísicos, leyes generales y método de análisis, parece obvio que Vasquez circunscribe el concepto de paradigma al primero de ellos, en detrimento de los otros dos. En esa línea, define dicho concepto como «las premisas fundamentales que los especialistas adoptan acerca del mundo que están estudiando».
Estas premisas fundamentales proporcionan un cuadro de ese mundo que indica al académico «lo que es conocido respecto al mismo, lo que es desconocido, cómo debería verse el mundo si se desea conocer lo desconocido y, finalmente, lo que vale la pena conocer» [36].
La definición de paradigma como el conjunto de premisas fundamentales asumidas por una comunidad científica supone una contribución notable al esfuerzo de dotar de precisión a dicho término. No obstante, la segunda razón de la diversidad paradigmática que se aprecia en el campo de las Relaciones Internacionales tiene su origen en el hecho de que los especialistas no se ponen de acuerdo sobre cuáles han de ser tales premisas.
Con frecuencia, los autores que han tratado de analizar el estado de la disciplina han fijado premisas diferentes a la hora de determinar la existencia de enfoques paradigmáticos. Como consecuencia de ello, han surgido propuestas distintas en cuanto al número y contenido de los paradigmas que pueden contabilizarse.
No resulta difícil presentar una muestra que corrobore la afirmación sobre la disparidad de propuestas mencionadas. J. A. Vasquez, fundándose en tres premisas esenciales —los actores centrales de la realidad internacional, la relación entre política nacional y política internacional y el objeto de las Relaciones Internacionales—, establece una confrontación entre los paradigmas idealista y realista [37].
Según Vasquez, para el primero de estos paradigmas los actores más importantes son las organizaciones internacionales y los individuos, la relación entre política nacional e internacional es estrecha en tanto en cuanto se desea equiparar la segunda a la primera, y la finalidad de las Relaciones Internacionales es el establecimiento de la paz.
En cambio, para el paradigma realista, el actor prácticamente exclusivo es el Estado-nación, el principio de soberanía supone una rígida separación entre la realidad nacional y la internacional, y el objeto de la disciplina es el estudio de la lucha
por el poder [38].
R. Maghroori toma como punto de referencia principal las distintas percepciones sobre el papel del Estado en el dominio internacional. Con arreglo a esta premisa, distingue dos paradigmas: el estatocéntico o realista y el globalista [39].
Señala este autor que el paradigma realista considera que el Estado es la unidad política fundamental del sistema mundial y que, consecuentemente, es posible analizar la política internacional en términos de relaciones interestatales. Los realistas piensan que la mayor parte de las actividades humanas, tanto políticas como no políticas, pueden ser definidas con referencia a los límites geográficos del Estado [40].
En contraposición, el paradigma globalista entiende que uno de los cambios más significativos ocurridos en el sistema internacional con posterioridad al término de la Segunda Guerra Mundial ha sido el declive de la centralidad del Estado-nación. El concepto de soberanía, piedra angular de dicho sistema, ha sido seriamente erosionado por el fenómeno de la interdependencia. A juicio de los globalistas, un mundo crecientemente interdependiente resulta incompatible con las asunciones tradicionales del modelo estatocéntrico [41].
Centrándose en la visión del mundo que se obtiene de cada uno de ellos, R. Pettman habla de dos paradigmas, uno que llama pluralista y otro que denomina estructuralista. El pluralismo describe un universo social dividido en una multitud de entidades, de tamaño y poder desigual, dedicadas, con la misma intensidad, a la tarea de satisfacer sus intereses soberanos. Desde una perspectiva diferente, el estructuralismo contempla el mundo en términos de jerarquías, ordenadas verticalmente, que traspasan las fronteras nacionales, poniendo de manifiesto las pautas conforme a las cuales los países desarrollados reproducen formas políticas y socioeconómicas características en los países subdesarrollados. La reproducción de estas formas refleja la difusión desigual del modo industrial de producción, el carácter complejo y poco equitativo del sistema de clases que ha surgido del mismo y la división global del trabajo [42].
Para completar esa muestra puede hacerse referencia al planteamiento realizado por B. Korany. De una manera poco habitual, este autor no emplea un único conjunto de premisas para establecer el número de enfoques paradigmáticos existente. En base a consideraciones de tipo metodológico y epistemológico, cree oportuno diferenciar el realismo del behaviorismo [43].
Por otra parte, en función de criterios ideológicos separa, de un lado, los paradigmas realista y behaviorista, y de otro, los paradigmas marxista y neo-marxista [44]. A su vez, Korany justifica la distinción entre el marxismo y el neomarxismo y dependencia, apoyándose en la apreciación de que este último enfoque utiliza el bagaje ideológico y conceptual marxista, especialmente en lo referente al imperialismo, para el análisis no de la realidad capitalista, sino de los problemas del subdesarrollo [45].
La sensación de confusión que se desprende de la variedad de puntos de vista expresada puede agravarse al tomar en consideración la referencia de Korany a las cuestiones metodológicas. En efecto, la comunidad de especialistas en Relaciones Internacionales no sólo discrepa en torno a la fijación de las premisas que deben servir de base a la definición de paradigmas. Además, se observan en su seno opiniones no coincidentes respecto al lugar que
han de ocupar los aspectos metodológicos en tal definición. Es decir, hay autores que no comparten la posición, formulada explícitamente por Vasquez e implícitamente por otros especialistas, que propugna una relación exclusiva entre paradigma y conjunto de premisas. Para ellos, el concepto de paradigma no puede desgajarse de los problemas metodológicos y epistemológicos.
En determinados círculos académicos, estos problemas tienen tanta entidad como para justificar una clasificación paradigmática en base a los mismos. C. R. Mitchell, en un estudio sobre las cuestiones de método en los años sesenta y setenta, escribe que es posible observar, dentro del debate en torno al fundamento filosófico y metodológico de las ciencias sociales en general y de las Relaciones Internacionales en particular, tres grandes Escuelas de pensamiento: la «clásica», la «behaviorista» (o científica) y la «posbehaviorista» (o paradigmática) [46].
Estas tres grandes Escuelas presentan numerosos rasgos distintivos, pero cada una de ellas puede ser contemplada, por una parte, como defensora de un modo particular de análisis, y de otra, como una referencia esencial para definir e incrementar el nivel de «conocimiento» aceptable en un campo dado del saber.
Así, el método de la escuela clásica, en la que de una manera no del todo correcta se incluyen idealistas y realistas, se asienta sobre la experiencia histórica y la intuición del investigador. Esta posición fue cuestionada por el behaviorismo, a mediados de los años cincuenta, en su intento de introducir el método científico en el estudio de la realidad internacional. Por su parte, el posbehaviorismo, a finales del decenio de los sesenta, realizó una crítica poniendo de relieve que la corriente behaviorista había confundido la naturaleza del análisis científico y estaba aplicando un anticuado concepto positivista del mismo, no defendible, en términos filosóficos, en la actualidad [47].
Al igual que Mitchell, H. R. Alker y T. T. Biersteker plantean una clasificación de los paradigmas observables en la disciplina en función de una preocupación metodológica. Estos autores mencionan la existencia de tres enfoques teóricos: el tradicional, el behaviorista y el dialéctico [48]. A su juicio, los enfoques citados son claramente reconocibles por la región y el momento histórico en el que han surgido, la orientación política que los preside y la epistemología [49].
A pesar de establecer una variedad de criterios —como lugar, tiempo, problemas prioritarios y método—, parece poder afirmarse, a la vista de la enumeración de perspectivas paradigmáticas, que los relativos al cómo proceder en la investigación poseen un peso decisivo. Es posible sostener que el planteamiento de Alker y Biersteker, con su distinción entre tradicionalismo y behaviorismo y la inclusión del enfoque dialéctico, está preponderantemente dominado por connotaciones metodológicas.
Para otros especialistas, aunque sin ser tan central como en los casos anteriores, los problemas metodológicos y epistemológicos deben también tenerse en cuenta en el análisis paradigmático de la disciplina. Partiendo de la consideración de cuestiones tanto sustantivas como metodológicas, A. Lijphart habla de dos paradigmas: el tradicional y el behaviorista [50].
Si bien se esfuerza en demostrar que hay conjuntos de premisas característicos que aconsejan separar ambos paradigmas —como la presencia de distintas metáforas y analogías, distintas visiones del mundo y distintos compromisos en cuanto al enfoque básico de las Relaciones Internacionales—, Lijphart no deja de reconocer que la incidencia de los aspectos procedimentales es la más obvia en dicha separación [51]. En este mismo orden de cosas cabe recordar que la trascendencia atribuida a aspectos de esta naturaleza llevó a B. Korany a distinguir, dentro de su esquema paradigmático, entre realismo y behaviorismo [52].
De este primer análisis de la literatura especializada no puede extraerse sino una impresión poco satisfactoria de la situación en que se encuentran las Relaciones Internacionales.
Sean cuales fueren las razones de la multiplicidad de paradigmas, el estado incipiente de desarrollo de esta nueva ciencia social, los problemas de definición del concepto de paradigma o la ausencia de consenso en la comunidad científica, tanto respecto a la fijación de premisas fundamentales como respecto a la significación que debe asignarse a las cuestiones metodológicas, resulta difícil no llegar a la conclusión de que las Relaciones Internacionales están inmersas en un auténtico desorden intelectual.
A la vista de la situación descrita, podría decirse que, como consecuencia de la profusión de perspectivas fundamentales, esta ciencia social se halla en los momentos iniciales de una fase precientífica.
La complejidad creada por la multiplicidad de paradigmas se ve acentuada por la diversidad de términos utilizada para describir enfoques paradigmáticos idénticos o prácticamente idénticos. Aun en la breve muestra presentada, expresiones como escuela clásica y perspectiva tradicionalista han sido empleadas para aglutinar al idealismo y al realismo en un solo paradigma.
Por otra parte, denominaciones como realismo, enfoque estatocéntrico y pluralismo han sido propuestos para referirse a un paradigma asentado en el peso e influencia abrumadora del Estado en el sistema internacional. A esto cabe añadir que términos como estructuralismo y enfoque dialéctico han pretendido englobar el paradigma marxista y el paradigma neomarxista y de la dependencia.
No obstante, esta sensación de desorden intelectual, apreciable tras un primer análisis, no debe conducir a posiciones de desesperanza con respecto a la posibilidad de contemplar la disciplina como una ciencia social más evolucionada. Dentro del panorama general de confusión, es posible vislumbrar una visión más ordenada de las Relaciones Internacionales.
A pesar de la persistencia en la disparidad de puntos de vista, tanto de fondo como terminológicos, un examen más en profundidad pone de manifiesto que, a partir del decenio de los ochenta, parece estar formándose un cierto consenso en cuanto al número y naturaleza de los paradigmas que rivalizan en este área del conocimiento humano.
Tal consenso apunta hacia la constatación de la presencia de tres paradigmas: un paradigma estatocéntrico, un paradigma globalista y un paradigma estructuralista.
Es interesante comentar que, si bien se mantienen las discrepancias respecto a las premisas a tener en cuenta en la clasificación de paradigmas, tales discrepancias parecen mostrar una tendencia a disminuir. La aparición del consenso mencionado en el párrafo anterior ha estado acompañada, en alguna medida, por una aproximación de las posturas de los especialistas sobre esta cuestión.
Autores como M. Smith, R. Little y M. Shackleton, K. J. Holsti, M. Banks, P. R. Viotti y M. V. Kauppi recurren a premisas prácticamente idénticas en sus análisis paradigmáticos [53]. Coincidiendo en esta línea de homogeneización, C. del Arenal y F. Aldecoa han señalado el interés de la propuesta realizada por Holsti [54].
Entre las manejadas por los autores citados pueden destacarse tres premisas fundamentales:
a) La visión del mundo que se obtiene en cada enfoque básico,
b) Los actores esenciales, y
c) El objeto de las Relaciones Internacionales.
No cabe duda de que una homogeneización de criterios como la que encierra esta enumeración es vital para una descripción coherente de la disciplina.
Reforzando la aseveración sobre la convergencia de opiniones en cuanto al estado de las Relaciones Internacionales, debe señalarse que, incluso especialistas como P. Willetts y J. N. Rosenau, que adoptan conjuntos de premisas distintos al expuesto, coinciden en el número y orientación de los principales enfoques paradigmáticos [55].
Es también significativo que, en la gran mayoría de los planteamientos recientes, se detecta una propensión a excluir los problemas metodológicos como factores relevantes en la definición de paradigmas. Hay autores, como f. N. Rosenau, que introducen los aspectos de método entre tales factores, aunque ello no supone atribuir, en base a los mismos, una personalidad específica a un paradigma [56].
En general, dentro de la comunidad académica, parece entenderse que en la etapa en la que se encuentran las Relaciones Internacionales en la actualidad, etapa dominada por el debate paradigmático, los puntos de discrepancia entre las diferentes visiones de la disciplina residen más en qué estudiar que en cómo llevar a cabo el estudio [57].
Pero, si cabe hablar de la formación de un cierto consenso en las valoraciones del estado de la disciplina, no puede decirse lo mismo en lo que atañe a la variedad de términos utilizada en ellas. En el terreno semántico sigue sin realizarse un esfuerzo serio por adoptar expresiones comunes, manteniéndose, por tanto, un elevado grado de confusión terminológica. Basta un breve recorrido por las denominaciones empleadas en la clasificación de paradigmas para que dicha confusión quede patente.
Smith, Little y Shackleton mencionan poder y seguridad, interdependencia y relaciones transnacionales y dominación y dependencia. Willetts, por su parte, alude al realismo, funcionalismo y marxismo. Rosenau presenta tres enfoques principales: estatocéntrico, multicéntrico y globalcéntrico. Holsti, estableciendo su propia clasificación, hace referencia a la tradición clásica, globalismo y neomarxismo.
Banks habla de realismo, pluralismo y estructuralismo. Arenal y Aldecoa, por último, emplean preferentemente las expresiones de tradicional, sociedad global y dependencia [58].
No deja de resultar sorprendente que en estas seis clasificaciones sólo los términos realismo y, parcialmente, dependencia son utilizados, de manera común, en dos de ellas. No obstante, es necesario llamar la atención sobre el hecho de que, por debajo de esta dispersión terminológica, subyace una coincidencia en relación con su contenido.
Como se ha dicho anteriormente, las diferentes clasificaciones pueden agruparse en torno a una, con paradigmas que atienden a las denominaciones siguientes: estatocéntrico, globalista y estructuralista.
Las características primordiales de estos paradigmas pueden establecerse tomando como referencia las respuestas que cada uno de ellos da a las preguntas siguientes: ¿cuál es la visión del mundo que ofrecen?, ¿cuáles son los actores esenciales?, ¿cuál es la finalidad de la disciplina?
Para el paradigma estatocéntrico, la imagen del mundo que emerge es la de un sistema de Estados en el cual el poder está descentralizado entre sus miembros. Es decir, estamos en presencia de un sistema internacional anárquico. El actor, si no exclusivo, sí decisivo de la política internacional, es el Estado. Este, para las posiciones estatocéntricas más extremas, constituye una entidad política soberana, con una capacidad de control absoluta sobre sus propios asuntos. Es un medio conflictivo, como consecuencia de la anarquía del sistema, el objeto de las Relaciones Internacionales es el estudio de las causas de la guerra y las condiciones para el logro de la paz y la seguridad.
Desde la óptica del paradigma globalista, la visión del mundo que surge se halla influida por el hecho de una interdependencia creciente. Las imágenes que predominan no son las de un mundo dividido en Estados, sino las de un mundo interdependiente. El cúmulo de relaciones de todo orden que supera los límites de los Estados es tan enorme, que puede hablarse del germen de una sociedad mundial. Dada esta circunstancia, los globalistas entienden que las Relaciones Internacionales han de ampliar su campo de análisis para incluir, además del Estado, actores como las organizaciones internacionales, las compañías multinacionales, los movimientos transnacionales de carácter ideológico o religioso, etc. Los problemas que, según este paradigma, merece la pena estudiar están marcados por su dimensión mundial. Aquellos relativos a la paz y a la guerra van inseparablemente unidos a cuestiones tales como los derechos humanos, el balance ecológico, la escasez de recursos naturales, la superpoblación, la distribución de alimentos, la malnutrición, etc.
En el caso del paradigma estructuralista, la visión del mundo que se transmite es la de un sistema económico integrado, en el que sus diferentes partes, regiones desarrolladas y subdesarrolladas, a las que se asignan funciones económicas diferenciadas, están separadas por profundas desigualdades. Para los estructuralistas, las relaciones interestatales representan un fenómeno meramente superficial. Los Estados tienen una importancia secundaria, estimándose que los verdaderos actores de las Relaciones Internacionales son las clases sociales, los movimientos revolucionarios, etc. Aquí, el estudio de la guerra y la paz deja de ser relevante. En su lugar, la finalidad de la disciplina reside en el análisis de las causas de la explotación y las condiciones para el logro de la igualdad en el mundo.
El estado actual en el que se encuentran las Relaciones Internacionales puede clarificarse aún más si, una vez enunciados los rasgos principales de los tres paradigmas, nos preguntamos cuál es la relación que existe entre ellos.
A pesar de que, frente a la multiplicidad de propuestas paradigmáticas, la identificación de tres únicos paradigmas permite esbozar un cuadro más coherente de las Relaciones Internacionales, todavía podría seguir pensándose que esta ciencia social no ha sido capaz de superar la fase precientífica. ¿Es posible elevar a definitiva una afirmación de esta naturaleza?
En realidad, con arreglo a las ideas de Kuhn, cabe decir que, en lugar de fase precientífica, resulta más correcto hablar de momento de crisis en las Relaciones Internacionales. Esto quiere decir que la disciplina ha de caracterizarse no por la lucha entre paradigmas rivales previa al tránsito a una fase científica, sino por la existencia de un paradigma, en su momento respaldado abrumadoramente por la comunidad académica, que ha comenzado a ser cuestionado por visiones alternativas del mundo.
[1] M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate», en M. LIGHT y A. J. R. GROOM (eds.): International Relations. A Handbook of Current Theory, Londres, Francis Pinter, 1985, pág. 9.
[2] P. M. MORGAN: Theories and Approaches to International Politics. What are we to think?, 4.’ ed., New Brunswick, Transactions Books, 1987, pág. 301. Reflejando el descontento que, para muchos autores, ha motivado el carácter fragmentado que han tenido las aportaciones teóricas realizadas en la disciplina, K. N. WALTZ ha escrito: «Entre los rasgos descorazonadores de los estudios de política internacional se halla el pequeño aumento de poder explicativo que ha surgido a partir de la enorme cantidad de trabajo producido durante las últimas décadas. Nada parece acumularse, ni siquiera las críticas» (K. N. WALTZ: Teoría de la política internacional, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988, pág. 33).
(3) M. FROST: Towards a Normative Theory of International Relations, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pág. 11.
[4] M. BANKS: «The International Relations Discipline: Asset or Liability for Conflict Resolution?», en E. E. AZAR y J. W. BURTON (eds.): International Conflict Resolution. Theory and Practice, Brighton, Wheatsheaf Books, 1986, pág. 9.
[5] A título de ejemplo, los términos de paradigma, modelos, programas de investigación e imágenes han sido utilizados, respectivamente, por M. BANKS: «Ways of Analysing the World Society», en A. J. R. GROOM y C. R. MITCHELL (eds.): International Relations Theory. A Bibliography, Londres, Francés Pinter, 1978; R. D. MCKINLAY y R. LITTLE: Global Problems and World Order, Londres, Francis Pinter, 1986; R. O. KEOHANE: «Theory of World Politics: Structuralism and Beyond», en A. K. FINIFTER (ed.): Political Science: The State of the Discipline, Washington, American Political Science Association, 1984, y P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI (eds.): International Relations Theory, Realism, Pluralism, Globalism, Nueva York, Macmillan, 1987.
[6] M. BANKS: «The International Relations Discipline…», op. cit., pág. 17. En este mismo sentido, véase K. J. HOLSTI: «Along the road to International Theory», en International Journal, vol. 34, núm. 2, 1984, pág. 361.
[7] T. S. KUHN: The Structure of Scientific Revolutions, 2.’ ed., Chicago, The University of Chicago Press, 1970, págs. 4-5 y 4144. En relación con el concepto de paradigma, puede verse la exposición que se realiza más adelante sobre los problemas planteados por las distintas significaciones dadas por Kuhn al mismo.
[8] Ibidem, pág. 22.
[9] En sus primeras formulaciones sobre esta cuestión, Kuhn distinguió entre una fase paradigmática y una fase preparadigmática. Posteriormente, con motivo de la segunda edición de su obra, reconoció la existencia de paradigmas antes de que una ciencia alcanzara su madurez. La entrada en una etapa científica está determinada no tanto por «la presencia de un paradigma como por su naturaleza», por su capacidad para orientar la producción de «ciencia normal». Véase T. S. KUHN: op. cit., págs. 11-12 y 178-179.
[10] Ibidem, pág. 179.
[11] Ibidem, pág. 24.
[12] Ibidem, págs. 52-53.
[13] Ibidem, pág. 67.
[14] Ibidem, págs. 82-83.
[15] Ibidem, pág. 90.
[16] Ibidem, págs. 96.
[17] Ibidem, págs. 103 y 109.
[18] Ibidem, pág. 94.
[19] Ibidem, pág. 103.
[20] Ibidem, págs. 155-158.
[21] Ibidem, pág. 148, 151 y 152.
[22] Ibidem, pág. 152. Pueden verse también los comentarios realizados por Kuhn sobre esta cuestión en el capítulo añadido a la 2.» edición de su libro.
[23] Respecto a algunos planteamientos críticos que han puesto en cuestión la validez de la aplicación del concepto de paradigma a la ciencia política y, por extensión, a las Relaciones Internacionales, pueden verse A. O. HIRSCHMAN: «The Search for Paradigms as a Hindrance to Understanding», en World Politics, vol. XXII, núm. 3, 1970, págs. 338-339, y J. STEPHENS: «The Khunian Paradigm and Political Inquiry: An Appraisal», en American Journal of Political Science, vol. 17, 1973, pág. 467.
[24] Véase, por ejemplo, R. W. MANSBACH y Y. H. FERGUSON: «Valúes and Paradigm Change: The Elusive Quest for International Relations Theory», en M. P. KARNS (ed.): Persistent Patterns and Emerging Structures in a Waning Century, Nueva York, Praeger, 1986, pág. 12.
[25] T. S. KUHN: op. cit., pág. 160.
[26] Ibidem, pág. 163.
[27] Ibidem, pág. 164.
[28] R. K. ASHLEY: «Noticing Preparadigmatic Progress», en J. N. ROSENAU: In Search of Global Patterns, Nueva York, Free Press, 1976, pág. 151; S. GEORGE: «Schools of Thought in International Relations», en M. DONELAN (ed.): The Reason of States. A Study in International Political Theory, Londres, Alien & Un-win, 1978, pág. 207.
[29] M. MASTERMAN: «The Nature of a Paradigm», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.): Criticism and ¡he Growth of Knowledge, Nueva York, Cambridge University Press, 1970, pág. 61.
[30] T. S. KUHN: op. cit., pág. 181.
[31] Ibidem, pág. 175.
[32] Ibidem, págs. 175 y 187.
[33] J. A. VASQUEZ: The Power of Power Politics. A Critique, Londres, Francis Pinter, 1983, pág. 4. Una primera formulación de las ideas contenidas en este libro puede encontrarse en J. A. VASQUEZ: «Colouring it Morgenthau: new evidence for an old thesis on quantitative international politics», en British Journal of International Studies, vol. 5, núm. 3, 1979.
[34] J. A. VASQUEZ: The Power of…, op. cit., págs. 4-5.
[35] Ibidem, pág. 5.
[36] Ibidem.
[37] Este autor no restringe el número de paradigmas al idealista y realista. Se refiere también al transnacionalismo y marxismo como enfoques paradigmáticos. Sin embargo, puede decirse que presta una atención especial a los dos paradigmas citados en primer lugar. En torno a sus referencias a otros paradigmas, véase J. A. VASQUEZ: The Power of…, op. cit., págs. 117 y 122
[38] Ibidem, pág. 18.
[39] R. MAGHROORI: «Major Debates in International Relations», en R. MAGHROORI y B. RAMBERC: Globalism versus Realism. International Relations’ Third Debate, Boulder, Westview Press, 1982, pág. 13.
[40] Ibidem, pág. 14.
[41] Ibidem, pág. 16.
[42] R. PETTMAN: «Competing Paradims in International Politics», en Review of International Studies, vol. 7, núm. 1, 1981, pág. 39.
[43] B. KORANY: «Un, deux, ou quatre … Les écoles de relations internationales», en Études Internationales, vol. XV, núm. 4, 1984, pág. 707.
[44] Ibidem, pág. 714.
[45] Ibidem, pág. 721.
[46] C. R. MITCHELL: «Analysing the ‘Great Debates’: Teaching Methodology in a Decade of Change», en R. C. KENT y G. P. NIELSSON (eds.): The Study and Teaching of International Relations, Londres, Francés Pinter, 1980, pág. 28
[47] Ibidem, pp. 29-30.
[48] H. R. ALKER y T. J. BIERSTEKER: «The Dialectics of World Order Notes for a Future Archeologist of International Savoir Faire», en International Studies Quarterly, vol. 28, núm. 2, 1984, págs. 122-123.
[49] Ibidem, pág. 122.
[50] A. LIJPHART: «The Structure of the Theoretical Revolution in International Relations», en International Studies Quarterly, vol. 18, núm. 1, 1974, pág. 59.
[51] Ibidem, págs. 61-63. Aunque, como puede apreciarse más adelante, C. del Arenal ha reformulado su concepción paradigmática de la disciplina, en un primer momento destacó, siguiendo a Lijphart, que la preocupación por la rigurosidad en el planteamiento investigador y en la verificación de la hipótesis, que comenzó a extenderse entre la comunidad de especialistas en los años cincuenta, supuso la aparición de un nuevo paradigma (véase C. DEL ARENAL: Introducción a las relaciones internacionales, 2.’ ed., ‘Madrid, Tecnos, 1987, págs. 90 y 96-97).
[52] ) B. KORANY: op. cit., pág. 707.
[53] M. SMITH, R. LITTLE y M. SHACKELTON (eds.): Perspectives on World Politics, Londres, Croom Helm, 1981, pág. 14; K. J. HOLSTI: The Dividing Discipline. Hegemony and Diversity in International Theory, Londres, Alien & Unwin, 1985, pág. 8; M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate…», op. cit., págs. 12-13; P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI: op. cit., pág. 11
[54] C. DEL ARENAL: «La teoría y la ciencia de las relaciones internacionales hoy: Retos, debates y paradigmas», en Foro Internacional, vol. XXIX, 1989, pág. 587; F. ALDECOA: Proyecto docente e investigador de relaciones internacionales, Leioa, 1990, págs. 32.
[55] Véase P. WILLETTS: «The United Nations and the Transformation of the Inter-State System», en B. BUZAN y R. J. BARRY JONES (eds.): Change and the Study of International Relations. The Evaded Dimensión, Londres, Francés Pinter, 1981, págs. 100 y 101; I. N. ROSENAU: «Order and Disorder in the Study of World Politics: Ten Essays in Search of Perspective», en R. MAGHROORI y B. RAMBERG (eds.): op. cit., pág. 3.
[56] J. N. ROSENAU: «Order and Disorder…», op. cit., pág. 4.
[57] I. N. ROSENAU: «Muddling, Meddling and Modeling: Alternative Approaches to the Study of World Politics», en ]. N. ROSENAU (ed.): The Scientific Study of Foreign Policy, Londres, Francés Pinter, 1980; K. J. HOLSTI: «Along the Road to…», op. cit., págs. 361, y P. R. VIOTTI y M. V. KAUPPI: op. cit., pág. 13.
[58] M. SMITH, R. LITTLE y M. SHACKELTON (eds.): op. cit., pág. 13; P. WILLETTS: op. cit., pág. 100; I. N. ROSENAU: «Order and Disorder…», op. cit., pág. 3; K. J. HOLSTI: The Dividing Discipline…, op. cit., pág. 11; M. BANKS: «The Inter-Paradigm Debate…», op. cit., pág. 11; C. DEL ARENAL: «La teoría y la ciencia…», op. cit., página 589, y F. ALDECOA: op. cit., pág. 34