El imperio colonial britanico

El imperio colonial británico

PRÓLOGO

Desde la perspectiva actual, se hace difícil valorar la importancia del Imperio Británico sin caer en una exageración. La civilización de nuestros días da por sentado sobre la base de no pocos valores que nacieron o tomaron vida en el seno de este gran imperio, o fase de hegemonía inglesa en el mundo. Sin embargo, sobrevalorar esa aportación equivaldría a minimizar injustamente la herencia acumulada en la Historia y supondría enfocar el futuro con una visión estancada, como si lo conseguido fuera el óptimo que deseara alcanzar la Humanidad.

La situación en el contexto general de la Historia ayuda a realizar este ejercicio aplicado a cualquier periodo. En el ejemplo que aquí nos ocupa, hay que tener en cuenta dos cuestiones concretas: una, que esa hegemonía se realiza dentro de un marco más amplio, la civilización cristiana occidental, de la que es deudora y sin la cual no puede explicarse; otra, que en ese contexto fue pionero en aportaciones sustanciales que contribuyeron notablemente a la transformación del mundo civilizado, en Occidente y en otras partes, porque fueron en sí mismas agentes de civilización…

General inglés del Imperio, de la época.

I · COLONIALISMO E IMPERIALISMO:

CONCEPTO Y CAUSAS

1. Concepto de Imperialismo y Colonialismo.

El concepto de Imperialismo y Colonialismo no tiene una fácil definición y resulta obvia su identificación en muchos casos. El sentido histórico del término colonización tiene una gran amplitud designando cualquier forma de dominio político, económico o cultural en épocas distintas de la Historia. Puede designar tanto a la colonización griega del siglo VIII a.c., como a la colonización española o portuguesa del siglo XVI. Algunos historiadores consideran, además, que el término colonialismo implica una relación de dominio directo entre la metrópoli y las colonias.

Por su parte, el término Imperialismo haría referencia, en principio, a la configuración de estructuras, fundamentalmente políticas, de carácter supranacional. Su versión moderna se acuñó en 1840 y encierra una acepción más restringida convirtiéndose en uno de los términos más oscuros de la Ciencia Política. A fines del siglo XIX comienza a dársele su acepción actual gracias a las obras del americano Ch. A. Conant y al inglés J. A. Hobson, e indicaría cualquier forma de sujección. El uso del término denotaba la mayor importancia de los móviles económicos en la expansión colonial iniciada a fines del siglo XIX.

La historiografía marxista retomaría el término, especialmente cuando Lenin extrajo las últimas consecuencias de la teoría de la acumulación capitalista y denunció al Imperialismo como “estadio supremo del Capitalismo”, ante la necesidad ineludible de invertir en los territorios de Ultramar los capitales excedentes de las potencias occidentales.

Así, pues, desde fines del siglo XIX el Colonialismo e Imperialismo adquieren un significado especial. La política imperialista que practican los países europeos sigue en gran parte las fórmulas coloniales clásicas (dominio político directo hasta la Segunda Guerra Mundial) y buscan objetivos típicamente mercantilistas: búsqueda de mercados, explotación de materias primas, etc. Todo ello, junto a objetivos económicos nuevos: exportación de capitales y unas fórmulas de dominación más sutiles y típicamente actuales, como fue el caso del Imperialismo Norteamericano.

2. Causas y teorías de la expansión colonial.

Pocos temas han sido tan debatidos como el de los orígenes de la expansión imperialista en el siglo XIX. Básicamente, sus teorías explicativas se dividen en dos grandes grupos: las que defienden la supremacía absoluta de los factores económicos y aquellas que sostienen, en cambio, el predominio de razones de tipo político o ideológico. El debate todavía no ha concluido en la actualidad, aunque se tiende a descartar una explicación exclusivamente unitaria de la expansión imperialista.

2.1. Interpretaciones económicas del Imperialismo.

1- Búsqueda de mercados: La competencia por la obtención de mercados para los excedentes de producción es el factor decisivo de la expansión imperialista, según la teoría de Charles A. Julien. El punto de partida sería la crisis de 1873, y el período deflacionista subsiguiente; acentuado por el viraje proteccionista iniciado por la mayor parte de países industrializados, excepto en Gran Bretaña. En realidad existe un paralelismo entre expansión colonial y proteccionismo. Por el contrario, el mantenimiento de la política librecambista británica también se explica en parte por la expansión imperialista, tras el cierre de los mercados europeos a los productos británicos tras la oleada proteccionista.

2- Obtención de materias primas: La búsqueda de materias primas no suscitaba, al menos en los orígenes de la expansión colonial, el mismo interés. Sólo en algunos casos constituyeron un estímulo importante.

3- Inversión de capitales: La relación entre inversión de capitales y expansión imperialista fue formulada por Lenin en su obra “Imperialismo, fase superior del capitalismo” (1917). Según la explicación marxista, cuando el capitalismo alcanza el estado “monopolístico”, las oligarquías financieras utilizan la colonización como instrumento para la inversión de capitales. Su finalidad no sería obtener mercados o materias primas, sino también y sobretodo, territorios donde exportar capitales y mantener un alto grado de rentabilidad de éstos en un momento en que la tendencia deflacionista de los precios en los países industrializados había significado una sensible disminución de los beneficios del capitalismo financiero. La inversión de capital se orientaba en los países colonizados o de economía dependiente hacia sectores que requerían escasa dotación técnica y mano de obra no cualificada (minería, plantaciones agrícolas, etc..), frecuentemente en forma de contratos de préstamo, de manera que se obligaba al país deudor a invertir ese capital en las compras de bienes de equipo o mercancías en el país acreedor. Como consecuencia, conforme se establecían mayores lazos financieros, mayor era el grado de dependencia.

4- Factores demográficos y sociales: Junto a la búsqueda de mercados e inversión de sus capitales, considerados tradicionalmente como los factores esenciales de la expansión colonial, aparecen otros de raíz socioeconómica. Algunos historiadores han resaltado la incidencia de la presión demográfica europea en la expansión colonial. Hasta 1914, más de treinta millones de europeos emigraron a ultramar. Aunque hay que tener en cuenta que la emigración se dirigió preferentemente hacia Estados Unidos y que si exceptuamos el caso británico, el colonialismo fue impulsado por países sin excedente demográfico.

Además, el colonialismo tuvo efectos beneficiosos desde el punto de vista social: contribuyó a paliar las fases de recesión económica y el paro; atenuando considerablemente las tensiones sociales. Por otro lado, el aumento del nivel de renta del proletariado provocó una disminución de la plusvalía de los capitales e incitaba la inversión de capital en las colonias, donde los niveles salariales eran mucho menores.

2.2. Interpretaciones políticas e ideológicas.

Las explicaciones económicas del Imperialismo fueron criticadas en el periodo de entreguerras y de manera más decidida tras la Segunda Guerra Mundial. La interpretación política del Imperialismo fue defendida por William Langer en su obra “The diplomacy of Imperialism” y más tarde por Winslow y el francés Raymond Aron. Para estos historiadores, la gloria, el poder y el prestigio fueron los fundamentos del colonialismo. Los factores económicos serían argumentos utilizados por los defensores de la expansión colonial para conseguir que la opinión pública aceptase los sacrificios económicos que comportaban las colonias. Las colonias serían, para esta corriente historiográfica, una carga más que un negocio. El estudio clásico de J. A. Hobson pretendió demostrar que las colonias inglesas no eran rentables. Aunque su análisis fue debatido posteriormente, sostuvo acertadamente que el capital excedentario se debía únicamente a que el sistema social europeo negaba a la masa popular una capacidad de consumo suficiente para estimular la economía industrial. Así, las crisis de superproducción que fueron un estímulo para la expansión imperialista serían, al mismo tiempo, crisis de subconsumo.

Las motivaciones políticas de la expansión colonial están entremezcladas muchas veces con elementos afectivos o de psicología social. No obstante, por su ambigüedad, el nacionalismo, el prestigio o el poder son difíciles de precisar; ¿Son motivos reales o medios para disimular otras causas?

En otros casos influyen razones de tipo diplomático, como la política colonial de Bismarck en la década de 1880 de intentar trasplantar al área colonial la política de equilibrio europeo o de utilizar las colonias como bazas en beneficio del equilibrio general. Las preocupaciones geoestratégicas fueron también argumentos importantes, especialmente para el imperialismo británico, cuya empresa era el asegurarse las rutas marítimas y las zonas neurálgicas del mundo.

2.3. La ideología imperialista.

Junto a estas causas políticas, existen una serie de factores ideológicos que configuran la denominada ideología imperialista. El punto de partida sería la evolución ideológica que experimentan los países europeos en el último tercio del siglo XIX. Una corriente de conservadurismo se extiende por toda Europa. La burguesía revolucionaria, una vez cumplido el ciclo histórico de suprimir el Antiguo Régimen y establecer las bases del Estado liberal, evoluciona hacia actuaciones conservadoras cuya manifestación ideológica más significativa es el nacionalismo, con tintes más o menos xenófobos. Este nacionalismo conservador tiene una de sus manifestaciones más importantes en la denominada “mística imperialista”, que baraja argumentos como honor nacional, prestigio político, misión civilizadora o evangelizadora y agrupa a las corrientes que defienden o justifican la expansión colonial.

En Gran Bretaña está representado por el llamado “jingoísmo” que integraba tanto a políticos tories (Disraeli, Rhodes) como liberales-imperialistas (Chamberlain). El Jingoísmo era un movimiento nacionalista y racista británico y consideraba necesario el Imperio, pues la “mejor raza del mundo” puede y debe dominar a los pueblos inferiores. Este sentimiento hipernacional estaba alimentando por el acoso a la hegemonía británica que representaban Alemania y Estados Unidos. Numerosos intelectuales se sintieron atraídos por el llamado “darwinismo social”, que extrapolaba las ideas evolucionistas de Darwin a las cuestiones sociales y políticas, afirmando la existencia de naciones más capacitadas para la supervivencia. Tal vez el mejor representante de esta corriente es el escritor británico Ruyard Kipling que habla de “el deber del hombre blanco”.

En Francia, la ideología colonialista no alcanzó el mismo consenso que en Gran Bretaña, el partido colonial representaba intereses muy diversos (desde los medios financieros y el ejército hasta el funcionariado colonial). Políticos como Jules Ferry y León Gambetta fueron los máximos impulsores del colonialismo francés.

En Alemania, las ideas nacionalistas se apoyaron en la “Nachbarschatsmission” (misión de vecindad), fomentada por los medios misioneros católicos y protestantes, que consideraban la exploración y colonización como un medio para la evangelización. Sin embargo, los inicios de la política colonial alemana estuvo motivada por motivos comerciales, como lo demuestra la creación de la Deutsche Kolonialverein (Unión Colonial Alemana, 1882).

En Estados Unidos, los orígenes de la política colonialista se remontan a la doctrina Monroe: “América para los americanos” (1823), fórmula para oponerse a cualquier reconquista de Hispanoamérica por las potencias surgidas de la Restauración. A fines del siglo XIX el Corolario Olney (1895) retomaría esta doctrina al afirmar que ningún país europeo podría intervenir en el continente americano sin el consentimiento del gobierno estadounidense.

También la ideología colonial se reafirmó, por motivos religiosos o científicos. Colonialismo y misionalización guardaron estrechos vínculos, la Iglesia Católica y las confesiones protestantes extendieron su influencia a escala mundial a través de las misiones. Las Sociedades Geográficas contribuyeron también a la difusión de la ideología colonial: las expediciones para la exploración del interior del continente africano dieron una justificación moral y reforzaron el ideal europeo del universalismo, al tiempo que influyeron en la formación de una opinión pública favorable al expansionismo imperialista.

II · LAS GRANDES ÁREAS DE EXPANSIÓN EUROPEAS EN ÁFRICA Y ASIA

1. El marco histórico de la expansión colonial.

Durante la primera mitad del siglo XIX el Imperialismo colonial contó con escasos partidarios entre los gobiernos europeos o la opinión pública. El sistema mercantilista, soporte teórico del colonialismo en el Antiguo Régimen, entra en crisis con el desarrollo del liberalismo económico. Los teóricos de la escuela de Manchester (Adam Smith, David Ricardo, Jeremy Bentham) son abiertamente anticolonialistas. Las revoluciones de independencia de Estados Unidos y América Latina provocan la crisis definitiva del colonialismo clásico. Gran Bretaña, sin la existencia de países competidores, afianza su hegemonía marítima y propugna una política librecambista en donde no tienen cabida los pactos coloniales.

Sin embargo, a partir de 1870 se inició un relanzamiento del colonialismo. La crisis económica de 1873, la tendencia deflacionista de los precios durante la Gran Depresión y el retorno al proteccionismo marcan el punto de partida de la expansión imperialista. A las crisis cíclicas del capitalismo se une el desarrollo del capitalismo financiero con la multiplicación de sociedades por acciones y entidades de crédito; el tránsito de la libre competencia al capitalismo monopolístico significa, además, la formación de trusts y cártels que aspiran a repartirse el mercado mundial.

El reparto económico del mundo entre grupos monopolísticos y el reparto político entre las grandes potencias constituyeron evidentemente fenómenos distintos, pero la conexión entre ambos es innegable.

Las grandes potencias acometieron el reparto del mundo. En menos de treinta años la fiebre colonial llegó a todos los confines del mundo extraeuropeo. Gran Bretaña y Francia extendieron y consolidaron sus dominios en Asia y se lanzaron a la aventura africana. La Alemania de Bismarck patrocina el reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1885, como una continuación de su política de alianzas en Europa. Concluido el reparto, se iniciaron las rivalidades para una redistribución en beneficio de las potencias rezagadas (especialmente Alemania). Como consecuencia las crisis imperialistas inician un periodo de tensiones conocido como “la Paz Armada”, que conduciría a la Primera Guerra Mundial.

2. La formación del Imperio Colonial Británico.

Territorios que formaban el Imperio Británico.

A mediados del siglo XIX Gran Bretaña era la única gran potencia colonial en Europa. A pesar de su política librecambista conservaba un conjunto de dominios a escala mundial. Mantenía cinco tipos de colonias:

1- Puertos de escala, que aseguraban su domino de las rutas marítimas y conquistadas en su mayoría a españoles, franceses y holandeses (Malta, Corfú e Islas Jónicas en el Mediterráneo; Gibraltar, El Cabo, Isla Mauricio, Adén y Ceylán en la ruta hacia la India; Singapur y Hong-Kong en la ruta de China).

2- Factorías comerciales en la costa africana (Sierra Leona y Gambia).

3- Colonias de Plantación, suministradoras de productos tropicales (Antillas, Honduras y Guyana).

4- Los Dominios, eran, sin duda las principales piezas del Imperio Británico. Eran las colonias de poblamiento blanco: Canadá, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, destinadas a absorber los excedentes de población.

5- La India, la mayor colonia de explotación. La joya de la Corona.

La política colonial británica inició una profunda transformación a partir de la depresión iniciada en 1873. Las crisis de superproducción, la oleada proteccionista que cerraba los mercados europeos y la competencia alemana y norteamericana obligan a Gran Bretaña a basarse cada vez más en sus colonias. La crisis de 1882 y el declive de su hegemonía económica ante el dominio de las nuevas tecnologías industriales por Alemania y Estados Unidos acentúan esta tendencia. Las dificultades económicas se reflejaron en un sentimiento nacionalista de raíz popular, expresado a través de una prensa, decididamente colonialista. El “jingoísmo”, impulsado por las obras de Kipling en donde se exalta el valor y la misión de la raza blanca (especialmente la anglosajona), contribuyó a su consolidación.

Cuando, con su expansión en África, Gran Bretaña funda nuevas colonias de explotación, a las que añade el protectorado de Egipto y Sudán a principios del siglo XX, reunió un Imperio Colonial de 33 millones de kilómetros cuadrados y 405 millones de habitantes, el más grande y extenso que el planeta haya conocido. Sin embargo, la fuerte inversión financiera en las colonias, junto a la pérdida demográfica, y su retraso tecnológico con respecto a Alemania, se debilita su posición en Europa.

Francia fue el otro país europeo capaz de crear un imperio colonial de dimensiones mundiales, aunque desde luego no comparable al británico. Francia había perdido su antiguo imperio colonial en el siglo XVIII (Guerra de los Siete Años). En 1830, durante el reinado de Carlos X, se había iniciado una tímida penetración en Argelia, aunque los inicios de la colonización francesa en el siglo XIX se realizan durante el II Imperio dentro de la política de prestigio de Napoleón II, cuando sigue la conquista de Argelia y se incorpora Camboya mediante el tratado de Saigón de 1862, que establecía la soberanía francesa en Cochinchina. Hasta la década de 1870 Francia no tiene una política colonial de amplias perspectivas. El afán de recuperar el prestigio internacional tras la derrota en el conflicto francoprusiano de 1870-1871, y la crisis de 1873, empujaron a Francia hacia la aventura colonial. Finalizada la conquista de Argelia se inicia la de Túnez (1881) y completa el dominio de Indochina. La clave del expansionismo francés sería la conquista de las islas de Madagascar y Reunión, enclaves esenciales hacia sus colonias del Sureste asiático. La ocupación francesa de Laos amenazaba el Dominio británico de la India, y fue foco constante de disputas entre ambas potencias. La presencia del estado-tapón de Siam (Tailandia) redujo estas fricciones.

3. La colonización de África.

Territorios africanos del Imperio Británico.

3.1 Los inicios de la colonización africana.

Antes de 1880 África era un continente casi desconocido. La ocupación europea se limitaba fundamentalmente a zonas costeras y desembocaduras de los grandes ríos africanos: Níger (que sirvió de vía de penetración para los ingleses), Senegal (para los franceses) y el Congo. La actividad de las Sociedades Geográficas y las exploraciones, especialmente de Brazza y Stanley, posibilitan el conocimiento de la cuenca del Congo como vía de acceso al interior del continente africano y estimulan la rivalidad de las potencias coloniales.

La primera zona de expansión colonial se realiza en el área mediterránea. La apertura del canal de Suez (1869) dejaba abierta la ruta hacia la India y China, y despierta la rivalidad de Francia y Gran Bretaña en el dominio del Mogreb. El papel de Italia y España en la zona va a ser de meros espectadores. La ocupación de Túnez por Francia y de Egipto por Gran Bretaña fue el resultado de un juego de intereses complejos propiciados por la decadencia del Imperio Otomano. Egipto y Túnez eran provincias del Imperio Otomano. La decadencia turca posibilita su dominio por Gran Bretaña y Francia. Gran Bretaña pretendía, con el dominio de Egipto, el control del Mediterráneo Oriental y la ruta de la India a través del Mar Rojo, para más tarde, crear un Imperio en África Oriental, desde El Cairo hasta El Cabo (“imperio vertical”). Francia, por su parte, ambicionaba el dominio de todo el Mogreb e inicia su expansión hacia Túnez. El domino de Túnez provoca el choque entre Francia e Italia, pero gracias al apoyo británico se consolida, finalmente, la conquista francesa en 1881. Túnez constituía un foco de atracción para la emigración francesa e italiana. El poblamiento italiano se hizo mucho más rápido que el francés (60.000 italianos frente a 16.000 franceses), pero la incorporación de Túnez a Italia hubiese permitido el dominio italiano del Mediterráneo central: Sicilia y Túnez podían significar una tenaza de cierre para el tráfico británico hacia el canal de Suez, motivo suficiente para que Gran Bretaña apoyase a Francia frente a las presiones italianas.

El apoyo británico a Francia en Túnez facilita su dominio de Egipto, y pone fin al conflicto franco-británico por el dominio del canal de Suez. Los orígenes de esta rivalidad se remontan a la construcción del canal, obra del ingeniero F. Lesseps con apoyo de capital francés. El endeudamiento de Egipto obligó a vender un importante paquete de acciones de la Compañía del Canal, hasta entonces monopolio franco-egipcio. Gran Bretaña aprovecha la oportunidad, y a través de la banca Rothschild, consigue el 40% de las acciones. Las dificultades financieras egipcias permitieron la creación de la “Caja de la Deuda Pública”, bajo el control franco-británico, lo que en la práctica significaba el condominio solapado de ambas potencias.

Del condominio se pasa al dominio británico tras la revuelta nacionalista y antieuropea que dirige Arabí Pachá en Alejandría (1881). Francia se inhibe y Gran Bretaña aprovecha la ocasión para ocupar militarmente Alejandría e imponer un condominio anglo-egipcio, fórmula peculiar de administración que respetaba, sólo teóricamente, la autonomía egipcia.

El fracaso en Egipto impulsará a Francia hacia la expansión en Marruecos y Norte de África. Para evitar el dominio francés del Mogreb, Gran Bretaña abogará por las pretensiones españolas para limitar el dominio francés. España pretendía ampliar su zona de influencia en Marruecos. A principios del siglo XX, la ocupación de Marruecos se convertirá en uno de los ejes principales de las llamadas “crisis imperialistas” y alimentará el clima de tensiones anterior a la Primera Guerra Mundial.

3.2. Orígenes de la colonización del África Negra.

Al igual que el dominio de África del Norte había desencadenado la rivalidad franco-británica, la colonización de Centroáfrica despierta el interés de Bélgica y Francia, y una tercera potencia en discordia, Portugal.

Los orígenes de la colonización del África Negra se remonta a los proyectos de Leopoldo II de Bélgica. Leopoldo II aprovecha su afán explorador y sus cualidades de diplomático y previsor hombre de negocios para obtener un Imperio colonial para Bélgica. Tras sucesivos y frustrados intentos de obtener Formosa (1865), Abisinia (1868), Mozambique (1869) o Filipinas (1871), fijaría su atención en África Central. Con el apoyo de las Sociedades Geográficas y tras una campaña cuidadosamente preparada, consiguió que se convocara la Conferencia Geográfica de Bruselas (1876), punto de partida de la penetración en el Congo. La actividad, supuestamente filantrópica de Leopoldo II, consiguió vencer los recelos de las potencias europeas. Al mismo tiempo, las exploraciones de Stanley por el curso superior del río Congo (1874-1877) confirmaron que el río era la gran vía de penetración del interior de África. La alianza entre el explorador y el soberano belga se plasmó en la creación de la Asociación Internacional del Congo (1879), empresa con el doble objetivo de explorar y obtener los recursos de la región del Congo.

Paralelamente, Francia había apoyado la expedición del explorador italiano Brazza en el margen derecho del río Congo, en donde había conseguido un acuerdo con el rey congoleño Makoko. El gobierno francés, para desquitarse de la pérdida de influencia en Egipto ratifica el Tratado Brazza-Makoko, y establece un protectorado sobre la orilla derecha del Congo. A su vez, Portugal, que había ocupado el territorio de Cabinda, en la desembocadura , reivindica la soberanía sobre las dos orillas.

En 1861, los ingleses se adueñaron del puerto nigeriano de Lagos e iniciaron el comercio con el interior del país. En 1885, la Conferencia de Berlín reconoció el territorio de Nigeria como zona de influencia británica, lo que permitió que, en 1914, se constituyera el Protectorado y la colonia británica de Nigeria. Por otra parte, Sierra Leona, fuente importante para el comercio de esclavos, se convirtió en colonia británica en 1808 y en 1896 pasó a ser Protectorado.

3.3 La Conferencia de Berlín de 1885: el “Scramble” de Africa

(1885-1898).

Para resolver el conflicto creado sobre la soberanía del Congo, Bismarck, que hasta entonces no se había interesado por el tema colonial, convoca una conferencia en Berlín, cuyos objetivos eran los siguientes:

a) Mantener la política de equilibrio europeo. El sistema de alianzas creado por la diplomacia de Bismarck con el objetivo de mantener la paz en Europa podría derrumbarse por las tensiones generadas en la expansión colonial. Se trataba, pues, de transferir el sistema de Bismarck a las colonias y que Alemania asumiese el mismo papel mediador que había realizado en el orden internacional.

b) Creación de un Imperio Colonial para Alemania. La falta de un imperio colonial era una traba importante para el desarrollo económico alemán; el cierre de los mercados europeos con el retorno al proteccionismo creaba dificultades y ahogaba el ritmo de crecimiento industrial. La posibilidad de obtener mercados potenciales sería, por tanto, un factor a considerar en la tardía incorporación de Alemania a la carrera imperialista.

La Conferencia de Berlín de 1885 reunió a representantes de 12 naciones europeas, además de una representación de Estados Unidos y Turquía para abordar el problema del Congo y establecer las líneas directrices del reparto de África, alejando de momento el riesgo de un conflicto militar de raíz imperialista. Los principios básicos establecidos en la conferencia fueron los siguientes:

– Reconocimiento de la Asociación Internacional Africana, como Estado Libre del Congo bajo la soberanía de Leopoldo II. El parlamento belga le autorizó a gobernar a título personal, aunque más tarde, se integraría en Bélgica. De esta manera el Valle del Congo con todos sus recursos potenciales se confería a una potencia de segundo orden; evitando de esta manera el enfrentamiento directo de franceses, ingleses y alemanes.

– Libertad de navegación por los ríos Níger y Congo, excluyendo su monopolio por ninguna potencia y facilitando el acceso y explotación del interior del continente.

El punto más importante radicó en el reconocimiento de que el control de la costa no implicaba una ocupación efectiva del territorio. Hasta entonces había prevalecido la doctrina que establecía que la ocupación de la costa legalizaba la del interior, sin que fuera necesaria su ocupación inmediata. Esta doctrina desató una carrera colonial desde las zonas costeras al interior, con el fin de controlar la mayor parte de territorios posibles.

Así, prescindiendo de supuestos geográficos, históricos o jurídicos se legalizaba la ocupación efectiva de los territorios africanos. El carácter de la colonización se modificó: el imperialismo militar venció al imperialismo geográfico o económico. Las adquisiciones se multiplicaron y en 1890 África se encontraba totalmente repartida.

En los años siguientes a la Conferencia de Berlín se firman una serie de tratados que permiten efectuar lo que el periódico inglés “The Times” definió como el Scramble de África (el “revoltijo” de África). Gran Bretaña amplió sus dominios en el África Oriental (Uganda, Rhodesia, Bechuanalandia) y occidental (Nigeria); la explotación colonial se realizó primero a través de grandes compañías comerciales, y posteriormente, por el dominio directo de la metrópoli.

En la Conferencia de Berlín, Alemania obtuvo un imperio colonial: Togo, África del Sudoeste (Namibia) y el África Oriental Alemana (Tanzania). En África Oriental el expansionismo británico y alemán chocaron; por ello, ambos países tuvieron que suscribir el tratado de Heligoland (1890) que delimitó sus respectivas áreas de influencia. Así, el proyecto de Cecil Rhodes de crear un inmenso dominio en todo el África Oriental desde El Cairo a El Cabo (“imperio vertical”), unido por ferrocarril y líneas telegráficas, queda imposibilitado por la colonia alemana de Tanzania.

Francia consolida su dominio sobre la orilla derecha del Congo y con el Senegal forma el África Occidental Francesa. Fracasa, sin embargo, el proyecto de formar un Imperio “horizontal”, uniendo el Atlántico con el Indico a través de Sudán. Es precisamente en Sudán donde se produce la más importante crisis colonial de fines del siglo XIX: el incidente de Fachoda (1898). Un ejército francés, dirigido por el general Marchand, avanza hacia el Sudán, al tiempo que un ejército británico, dirigido por Kitchener, desde Egipto. Ambos se encuentran en Fachoda. El ejército francés llega primero, pero su inferioridad militar le obliga a retirarse. El incidente de Fachoda generó un nuevo foco de conflicto franco-británico hasta la firma de la Entente Cordiale (1904), en virtud de la cual Francia reconocía el dominio británico en Egipto y Sudán a cambio de actuar libremente en Marruecos.

El antagonismo franco-británico y los deseos impotentes de España e Italia bloquearon durante quince años la ocupación de Marruecos. Tras la creación de la Entente Cordiale, en 1904, se posibilitó la formación de los protectorados francés y español en Marruecos (Conferencia de Algeciras de 1906). La intervención alemana en el Mogreb (crisis marroquíes de 1905 y 1911), sería un nuevo factor de crisis en el contexto de tensiones imperialistas que anteceden a la Primera Guerra Mundial.

La Conferencia de Berlín también posibilitó el acceso al reparto de África a otras potencias europeas. Portugal reafirmaría su dominio en Angola y Mozambique, además de conservar el territorio de Cabinda en la desembocadura del Congo. España obtendría el protectorado del Río de Oro (Sahara Español) y Río Muni (Guinea). Italia consigue las colonias de Eritrea y Somalia (1890), pero sufre un brusco descalabro en sus intentos de conquista de Abisinia: derrota de Adua frente a los abisinios (1896).

3.4. La Guerra de los Bóers (1898-1902) y el dominio británico de Sudáfrica.

La zona meridional del continente africano también fue escenario de conflictos. La ocupación británica fue muy temprana. Antes del inicio de la expansión colonial contaba con la colonia de El Cabo en la ruta hacia la India (colonia obtenida en el Congreso de Viena de 1815). Los ingleses desplazaron a los bóers (que eran descendientes de antiguos colonos holandeses asentados en África del Sur desde el siglo XVII), hacia el norte del río Orange configurándose dos áreas bien delimitadas: República bóer de Transvaal y el Estado Libre de Orange y colonias británicas de El Cabo y Natal. Sin embargo, en 1886 se descubren importantes yacimientos de oro y diamantes en Transvaal, provocando una avalancha de aventureros ingleses. Poco después, la Compañía Británica de Sudáfrica, controlada por Cecil Rhodes, obtiene en 1890 los derechos de explotación de todas las minas, desde Rhodesia a El Cabo. Además, las colonias bóers dificultaban la construcción del ferrocarril que pretendía construir Rhodes entre El Cabo y El Cairo.

Todas estas circunstancias, especialmente la riqueza minera de Transvaal, explican el inicio de la guerra contra los bóers en 1898. La excusa británica fue el carácter discriminatorio del régimen bóer. Se necesitaban catorce años de residencia para obtener derechos políticos. Fueron insuficientes las reformas políticas del presidente bóer Kruger para impedir la guerra. A pesar de la tenaz resistencia de los colonos bóers, las tropas de Kitchener ocuparon Orange y Transvaal. Finalmente, en el Tratado de Vereenigning (1902) fueron incorporadas al Imperio británico.

4. La colonización de Asia.

La colonización del continente asiático presenta similitudes y diferencias con respecto al reparto de África. En ambos casos los inicios de la colonización fueron similares: establecimiento de factorías comerciales, sobre todo, por Gran Bretaña, que ya en el siglo XVIII inició la penetración en la India por medio de la East Indian Company, o en China, durante la primera mitad del siglo XIX donde las actividades de los comerciantes británicos provocaron la primera de las Guerras del Opio (1839-1842). La apertura del canal de Suez en 1869 abrió la ruta directa hacia Extremo Oriente. Luego, la colonización se propulsó, al igual que en África, a partir de la crisis de 1873: aunque no se dieron unos acuerdos generales similares a los de la Conferencia de Berlín.

Pero, a diferencia de la colonización de África, intervienen potencias no europeas, debido a su situación geográfica: Rusia y Japón; e incluso Estados Unidos actuó en el área del Pacífico, Filipinas y China. Asimismo, a diferencia de la colonización africana, las potencias occidentales no persiguieron en muchos casos el control efectivo del territorio, sino más bien un control financiero y económico (lo que algunos historiadores han denominado semicolonización), siendo el sistema de Protectorado la forma de administración colonial más difundida. Así, las dos modalidades de colonización más difundidas fueron: la distribución en áreas de influencia comercial, sobre todo en China y la obtención de contratos de arrendamiento (concesiones) para explotar minas u otras fuentes de riqueza.

4.1. La hegemonía británica en el Indico.

La intervención en Asia Central la protagonizan Gran Bretaña y Rusia. La principal zona de disputa fue Persia. Los rusos pensaban en construir el ferrocarril transiberiano y tener salida al mar a través del Golfo Pérsico. El acuerdo rusobritánico de 1907 permitió su reparto en dos zonas de influencia, aunque se mantuvo nominalmente la independencia de Persia.

Afganistán aparece como un estado-tapón contra la hipotética expansión rusa hacia la India. Los acuerdos de 1907 que establecieron el reparto de Persia, también permitieron la renuncia rusa a su intervención en la India. A partir de entonces Gran Bretaña mostraría un desinterés sobre Afganistán que acabaría recuperando su independencia.

Territorios que fueron parte del Imperio.

La India fue la pieza clave del imperialismo británico. Su dominio se remonta al siglo XVIII cuando la East Indian Company se encargaba de la explotación y administración del territorio (1777). Con sus 5 millones de kilómetros cuadrados y una población cercana a los 300 millones de habitantes constituía un mercado muy importante para los productos británicos. Suministraba a Gran Bretaña materias primas (especialmente algodón; aunque también era importante el té, yute y aceite). La ruina del artesanado hindú, por la imposición del pacto colonial y la competencia de los productos industriales de la metrópoli, desencadenó un movimiento nacionalista que culminó en la Revuelta de los Cipayos de 1837 (los cipayos eran tropas indígenas al servicio del Imperio Británico), en contra de la occidentalización del país. La consecuencia más importante de la revuelta fue la disolución de la East Indian Company y la incorporación de la India a la Corona (1858). Durante el siglo XVIII y principios del XIX, la India fue el lugar donde muchos de los hijos nacidos en segundo lugar en familias nobiliarias (que no heredarían el estatus familiar, y debían de elegir entre la Iglesia y el Ejército) irían como oficiales de la Armada a hacer fortuna.

Sin embargo el nacionalismo hindú resucita. En 1885 nace un partido nacionalista: el Partido del Congreso, dirigido por intelectuales hindúes formados en universidades anglosajonas y que se orientó hacia posiciones moderadas: la conversión de la India en un dominio similar a Canadá. Pero Gran Bretaña se negó sistemáticamente a conceder la autonomía a un territorio vital para la economía inglesa.

La India estuvo dirigida por un Gobernador General que dependía de la Corona y que era una especie de virrey. La mayor parte del territorio se dividía en distritos provinciales administrados por funcionarios británicos, aunque en 1869 accedieron hindúes occidentalizados. El resto del territorio se administró con varios protectorados, cuyos soberanos fueron en la medida de lo posible fieles a la Corona.

4.2. El “break up” en China.

Posesiones del Imperio Británico en Indochina.

También la búsqueda de mercados y la inversión de capitales son los principales móviles que explicaron la intervención imperialista en China. Desde el siglo XVII China estaba regida por la dinastía Ching. Era un vasto imperio en decadencia, anclado en viejas estructuras de raíz señorial en donde sólo los mandarines (funcionarios progresistas) habían introducido tímidas reformas, pero impidiendo todo tipo de occidentalización.

El comercio extranjero en China estuvo limitado hasta mediados del siglo XIX al puerto de Cantón; aunque desde décadas el contrabando británico y estadounidense había adquirido grandes proporciones, especialmente mediante la introducción de opio. Sus efectos nocivos motivación su prohibición en todo el Imperio Chino. La incautación sucesiva de cargamentos de opio fueron la causa de las Guerras del Opio. La primera Guerra del Opio (1839-1842) finalizó con la cesión a gran Bretaña de Hong Kong y la posibilidad de comerciar con cuatro puertos chinos (Tratado de Nankin, 1842). Tras sucesivos conflictos se acelera la decadencia del Imperio Chino y, con ella, la presencia de nuevas potencias coloniales: Japón y Rusia.

La derrota china contra Japón en 1895 abrió definitivamente al comercio occidental el vasto Imperio Chino. La carrera militar y diplomática fue semejante al “scramble” de África. China se mantuvo como estado independiente, aunque su economía y recursos pasaron a manos de potencias extranjeras. El dominio colonial se ejerció mediante contratos de arriendo que permitieron la explotación de los recursos chinos (carbón, hierro) y el reparto de zonas de influencia que posibilitaban las inversiones de capital y la distribución de los mercados. El llamado “Break Up” de China permitió entre 1895 y 1906 la división del Imperio Chino en cuatro zonas de influencia: Francia controla el área Sudeste; Alemania la región de Shandong; Gran Bretaña la cuenca del Yangi y Rusia el Nordeste. También Estados Unidos se benefició de esta apertura comercial.

La decadencia de China y su reparto colonial motivaron el surgimiento de corrientes nacionalistas que se oponen al dominio extranjero. Se trata, en principio, de movimientos xenófobos y de raíz tradicionalista, como la Revuelta de los Boxers (1900) que fue sofocada por un cuerpo expedicionario internacional. Al mismo tiempo aparecieron otras corrientes nacionalistas, de signo progresista y democrático, organizadas en sociedades secretas y entre las que destacaba la Unión para el Renacimiento de China, fundada en 1894 por Sun Yat Sen y reorganizada en 1911 bajo el nombre de Kuomitang. El Kuomitang organizó la Revolución de 1911 que destronó al último emperador y liquidó el dominio colonial.

III · LOS SISTEMAS DE ADMINISTRACIÓN COLONIAL.

1. El Régimen de Compañías Privilegiadas.

Incluso en la segunda mitad del siglo XIX se siguió recurriendo al sistema mercantilista de Compañías Privilegiadas vigentes ya en los siglos XVII y XVIII. Estas compañías obtenían de sus gobiernos amplias facultades para organizar la explotación y administración de una determinada colonia.

Sin embargo, a partir de la década de 1890 las compañías fueron desplazadas por la administración directa de los Estados que asumieron a través de sus propios funcionarios la administración colonial.

2. El Sistema de Administración Centralizada.

Fue utilizado básicamente por Francia y por aquellos países que imitaron el modelo colonial francés (Bélgica, España, Portugal). Se trataba de incorporar el Imperio Colonial a la estructura administrativa de la metrópoli, como provincias o departamentos. No existía una administración indígena y una élite de funcionarios europeos controlaban políticamente todo el territorio.

Fue el sistema de administración colonial más utilizado por todos los países europeos. Incluso Gran Bretaña adoptó este modelo en muchas colonias aunque a diferencia del modelo francés, no pretendió nunca una absorción por la metrópoli ni su asimilación cultural.

3. El Régimen de Protectorado.

En muchos territorios coloniales con escaso poblamiento europeo se ejerció el sistema de Protectorado, por el que se respetaba el gobierno indígena que organizaba la estructura político-administrativa. Sin embargo, debía de seguir las directrices de la política exterior marcada por la metrópoli.

El sometimiento a la potencia europea que ejercía el protectorado era, no obstante, total; aunque no interesara por diversas razones su conquista. A veces, los protectorados estaban condicionados por la presencia de fuerzas militares o promovidos por conferencias internacionales (por ejemplo la de Algeciras de 1906 que estableció los protectorados francés y español). El sistema lo utilizaron la mayoría de potencias tanto en África como, tal vez más, en Asia.

4. El “self-government” en los Dominios Británicos.

En las colonias inglesas donde existía un fuerte poblamiento blanco se instauró un “self-government” o gobierno que actuaba de forma autónoma en la política interior aunque debía de someterse a las directrices británicas en política exterior. Se permitía la instauración de un Parlamento autónomo. Estados Dominios (Sudáfrica, Nueva Zelanda, Australia y Canadá) acabaron independizándose: Estatuto de Westminster de 1931, y fueron la base de la Commonwealth Británica.

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