El presidente, la historia y el poder
febrero 02, 2016 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Foro de opiniones, Nacionales, Voces Ciudadanas
Dagoberto Gutiérrez
La reciente muerte de Francisco Flores, quien fuera presidente de la República en años recién pasados, culmina un drama histórico, personal y socio-político. Lo que puede entenderse como una tragedia de una persona y también de una familia es, sin embargo, una expresión de la confrontación real que se ventila en estos acontecimientos.
Se trata de una manera de ejercer el poder político que se debate entre una forma oligárquica tradicional, donde el poder es entendido y ejercido como el patrimonio de quien ejerce un cargo público, y otra forma de democracia burguesa, donde el ejercicio del poder tiene límites establecidos en el conjunto de reglas conocidas como Constitución de la Republica. Es decir, que no se trata de los más altos niveles de democracia, donde el funcionario ejerce su cargo obedeciendo al dueño del poder que él ejerce, que es el pueblo. Un funcionario solo administra un poder ajeno y debe obedecer al dueño de ese poder.
Las reglas de la democracia burguesa establecen que “el funcionario público es delegado del pueblo y no tiene más atribuciones que las que expresamente le da la ley”. Cuanto este texto constitucional habla de ley se está refiriendo al producto de la voluntad de un conjunto de políticos que son los diputados que representan realmente los intereses de su partido y no los de las personas que votaron por ellos. En tal sentido, la misma democracia burguesa está muy lejos de reconocer o asegurar el control del ejercicio del poder de parte de su dueño –el pueblo soberano-pese a lo cual, el régimen político estructurado en nuestro país por largas décadas, no asume las reglas contempladas en la Constitución porque la primera regla que se establece en el marco real del juego (no hay que olvidar que todos somos jugadores) determina que las reglas de la Constitución no deben cumplirse. Y, entonces, el régimen político funciona a partir de reglas establecidas por los poderes facticos.
Paco Flores es cabal expresión de este fenómeno. Fue un típico presidente oligárquico, de discurso fino, con mucho filo, por momentos hasta filosófico, pero él tenía siempre un derrotero claro, que era el de trabajar al servicio de los sectores dominantes a los que consideraba que se debía.
Su periodo presidencial aparece dominado por los terremotos, por la ley de la dolarización, por relaciones internacionales de supeditación, y siempre por discurso fluido, elegante, y con distancias.
En realidad, Paco Flores no funcionó nunca como un típico militante de ARENA, aunque era arenero. Pero siempre pareció ser alguien con dificultades para entender, asimilar y desarrollar las relaciones partidarias más fructíferas, porque la conducción de un partido político requiere mucha comunicación, mucha paciencia, mucha capacidad de escucha, y pasa por tomar en cuenta las opiniones e intereses de los diferentes sectores que se mueven en una comunidad partidaria. Paco Flores siempre pareció distante de toda esta fenomenología. Pero, apareció más cercano y comprometido con los sectores más poderosos del país, con quienes parecía tener, eso sí, una comunicación más fluida y efectiva.
Semejante realidad supuso un quiebre de la lógica del poder y sin duda originó tensiones iniciales, que también caracterizaron su periodo presidencial.En el ejercicio del poder oligárquico, el partido político resulta ser el instrumento para llegar a la gente y sacarle los votos que se necesitan para capturar el aparato del Estado. El presidente es el dirigente de ese partido, dueño de una popularidad ciertamente artificial pero cultivada por el mismo funcionario, porque de otro modo se dificultará la legalidad y la legitimidad del poder que se ejerce desde la presidencia. Para Paco Flores eso, aparentemente, no era más importante que sus vínculos y relaciones con los sectores más poderosos del país.
Puestas las cosas así, Paco Flores resulta ser un típico representante del ejercicio del poder de la oligarquía, atraído hacia arriba y con menor compromiso hacia abajo. Al final de su periodo, las aguas partidarias en que debía moverse no eran aparentemente las corrientes más límpidas que resultan convenientes en estos escenarios.
Sus aspiraciones internacionales se vieron truncadas, aunque parecían tener los respaldos necesarios, y él mismo parecía ser el depositario de esos respaldos. Sin embargo, luego de su presidencia, pareció quedar a la deriva, sin los respaldos anunciados, sin los apoyos esperables de su partido, y como suele ocurrir con los otros presidentes, olvidado por la historia.
Vinieron otros presidentes y otros estilos más populares, vino el momento de quiebre del control oligárquico sobre el partido ARENA, y Paco permanecía en la sombra; aun cuando la política de dolarización que él implantó seguía y sigue desangrando inmisericordemente a los sectores más desprotegidos de la sociedad y a las clases medias.
En estos momentos, cuando el narcotráfico se enseñorea sobre la vida total del país, no es difícil establecer la relación entre aquella dolarización de enero del 2001 y el fluido y poderoso fenómeno del lavado de dólares que estremece la vida del país y configura la actual guerra, la más sangrienta de nuestra historia.
Cuando Paco aparece como el asesor electoral en la campaña presidencial recién pasada, con cálculos políticos insospechados de su parte, se tensionaron todas la agujas más puntiagudas y se revivieron las cimitarras más filosas en manos de sus enemigos cubiertos y encubiertos. Curiosamente, las filas partidarias donde Paco militó no eran ni son sus mayores amistades ni sus mayores aliados, y su aparecimiento no gozó ni de la simpatía ni del apoyo de sus propias filas partidarias. De este momento a la acusación pública que lo llevó a ser interrogado por los diputados de la Asamblea Legislativa, en una memorable sesión pública televisada, que mostró su interrogatorio, donde Francisco apareció en toda su dimensión humana, solo mediaron pequeños y rápidos pasos, como si se tratara de un drama humano cuyos hilos de plata manejaba el mismo Paco.
Todo parecía indicar que Paco decidió caminar, por razones desconocidas, en un territorio lleno de enemigos, que de alguna manera él consideraba necesario enfrentar, descubrir y hasta derrotar. Su juicio estableció el primer caso en nuestra historia de un presidente de la República enjuiciado por acusaciones criminales específicas, el primer presidente encarcelado y el primero que muere como indiciado, aunque inocente presunto, por no haberse probado su culpabilidad, dada su muerte.
Como presidente, será recordado por el pueblo, sobre todo por la dolarización, con amargura y oposición. También será recordado por las derechas tradicionales como alguien que intentó hacer su propio juego fuera del control y que al final se evadió con su muerte.
Paco Flores se llevó a la tumba una gran cantidad de información y de secretos que de conocerse aclararían a la sociedad salvadoreña parte de los meandros y corredores oscuros en que el poder se ejerce en nuestro país, pero el episodio que protagonizó y el estudio histórico posterior que sobre él se hará, nos dará luz sobre esta etapa que estamos recorriendo. De todas maneras, nosotros escribimos la historia y Paco escribió la suya. Por supuesto que no determinamos las circunstancias en las que hacemos esa historia, y ésta sigue su curso, y nosotros, los constructores de esa historia, también seguimos nuestro curso.