El Puma fue sorprendido por el corazón
enero 16, 2014 Voces Comentar
Publicado en: Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Nacionales, Política
Un campesino de verdad, en el cuerpo, en la cabeza, en el bigote y hasta en la mirada como todo un campesino que estudio el plan básico, pero nadie sabía que tenía en su frente una estrella y que miraba más lejos que todos los otros y nadie sabía que era resistente.
Dagoberto Gutiérrez
Juan Santos Flores, así se llamaba él muchacho de cuerpo alargado, de mirada reposada y fría, más bien serena; con una risa que casi nunca estallaba y se diluía en una serie de risitas que parecían reírse de la vida misma; de rostro entre redondo y aguileño pero con frente despejada y un cabello que parecía obedecerle a su voluntad; el bigote nunca le crecía demasiado, pero nunca desaparecía y siempre lo cuidaba con esmero, caminaba de manera pausada así como hablaba y nunca parecía tener prisa, aunque solo él sabía los ritmos de su vida y sus tiempos; físicamente era fuerte, nervudo, aunque nunca llegó a ser gordo y siempre parecía tener algún misterio en su vida y en su mirada.
Enamorado invencible o más bien enamorador sin límites, aunque no era abundante de palabras pero si de miradas y él supo descubrir y convocar las suficientes voluntades y lealtades para iniciar los primeros grupos guerrilleros en el Departamento de San Vicente. La vida clandestina no fue un problema para Juan porque parte de su vida era, de por sí, clandestina y cuando se trató de organizar la lucha armada contra oligarcas ladrones y asesinos y contra un ejército opresor, Juan Santos no vaciló y fue de los primero jefes que instalaron las primeras luces de la rebelión cuando esta era más necesaria y más peligrosa.
El frente paracentral era árido y caluroso aunque los campamentos en el Chinchontepec ofrecían sombra, fruta y agua, pero más abajo, en el llano todo era sol y calor. En plena guerra el ganado abandonado recorría los caminos con los ojos enloquecidos y aquí, precisamente aquí, empezó la guerrilla a instalarse a armarse y a organizar la rebelión en toda su extensión.
Juan era de los muchachos que llegaban a las reuniones del Partido Comunista en la casa de don Octavio Burgos en San Sebastián, era una casona de corredores grandes, con un patio lleno de gallinas y de patos, con una pila de pueblo llena de agua y con una olla reverberante repleta de frijoles para el almuerzo, ahí estaba Juan, atento pero bromista, seguro pero tranquilo y todo, pero todo, caminaba hacia la guerra, la mayor de las guerras de nuestra historia, la de veinte años. Juan no sabía en qué guerra estaba entrando pero no le importaba porque nadie lo sabía y porque no importaba en realidad.
El puma fue un nombre que Juan fue ganando para sí y este sobrenombre llegó a sepultar su nombre, y todos sabían quién era el puma pero nadie quien era Juan. Fue jefe y maestro de varios jefes militares destacados en el curso de la guerra y siempre vivió esta guerra como una especie de días normales en su vida normal, no parecía estar haciendo algo extraordinario, como si planificar ataques al enemigo, asegurar la logística, entrenar a los combatientes y trabajar con las comunidades fuera la vida normal y entonces el fin de la guerra sería la mayor anormalidad.
En los frentes siempre se manejó en un universo que combino el criterio de los mandos superiores y sus criterios, así era el puma, pero todo dentro de la mayor lealtad y el mayor compromiso y todo lo hacía o lo deshacía con la mayor serenidad y hasta con la mejor de sus sonrisas, nunca estalló ni se le conocieron gritos pero siempre sabíamos que en su cabeza se movía una trama y una araña de plata tejía y tejía la más espesa red, así era el puma.
Siempre pareció joven, como si los años nunca tuvieran que ver con él o como si la vida tuviera que adaptarse a lo que él dijera.
Cuando la guerra termina, el puma se hace empresario o más bien comerciante o más bien negociante, pero en todo caso, aprendió a ganarse la vida lo más dignamente posible sin instalarse en los nidos o los escondrijos del aparato estatal aunque usando ciertos corredores necesarios e inevitables.
Conoció las alzas y las bajas en el mundo de los negocios, vio crecer a sus hijos y sintió crecer en su interior los años de vida y así supo que la salud, que es un estado de bienestar material y espiritual, tiene buenos y malos momentos; pero siempre superó esos vaivenes, porque él siempre estableció los ritmos de su vida.
Se enteró de la muerte de Rubidia Cortez en los momentos en que le midieron la presión arterial y resulta que la tenia elevadísima, suficiente para ir a una clínica y ser atendido por un médico; pero no hizo eso y se preparó para asistir a la vela, así era el puma y en esas circunstancias el corazón lo sorprendió y lo superó en una carrera que nadie gana.
Lo enterramos en un día lleno de sol con mucha luz y mucho recuerdo y mucha lágrima y mucha ausencia, el puma supo, desde un principio, que la vida es hermosa cuando se lucha por ella, por eso lo enterramos como un héroe el lunes 13 de enero; pero el puma resucita en cada joven que aprende que vivir la vida es un oficio riesgoso pero hermoso.