Se podría decir que la izquierda de El Salvador, la genuina y la histórica, está apesarada, exangüe. El 28 de febrero de 2021 sufrió una debacle. Casi desaparece su aparato político del mapa electoral. Surge la pregunta: ¿Es el final o viene una reinvención? La izquierda salvadoreña, a contrapelo de las definiciones y disquisiciones dialécticas, ha ocupado un lugar importante en la política del país.
Durante más de un siglo, desde los años 1920 hasta los 2010, dirigentes y contingentes de izquierda soñaron con la revolución social, algunos lucharon por tal propósito y en esa lucha hubo héroes y mártires, tránsfugas y oportunistas y, como en toda lucha contra despotismos e injusticias generalizadas, hubo pluralidad de representantes de todas las clases sociales. Ahí la cohabitación de fortalezas y debilidades.
Para perfilar en la historia la izquierda salvadoreña a la que nos referimos, diremos que se alineó con la Unión Soviética, vibró con las revoluciones china, cubana y vietnamita, reverenció al Che Guevara, admiró y acompañó la Revolución Sandinista original e intentó tomar el poder por la vía electoral en varias ocasiones.
Al agotarse una lucha parlamentaria intrínsecamente malvada, la izquierda gestó una insurgencia armada con éxitos militares y políticos, empujó unos Acuerdos de Paz promisorios y transformadores, asumió el gobierno local de los municipios más importantes, tuvo bancadas legislativas importantes y ganó elecciones presidenciales para gobernar una década.
Después de la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, la izquierda insurgente armada agrupada en el FMLN, se hizo partido político, dejó la causa de la revolución social de sujeto y objeto popular y se volcó a las elecciones, al pluralismo, a los cambios graduales ya la quimera del poli-clasismo.
Desde el pre-conflicto armado se comenzaron a ver los diversos enfoques de los grupos políticos de izquierda. El principal clivaje era entre los adherentes de la lucha armada y la lucha parlamentaria. Al interior de los insurgentes armados había tendencias diversas que le daban un creativo pluralismo dentro de la izquierda con un propósito común: derrotar una dictadura oligárquico-imperialista.
La inminencia y necesidad de la lucha armada, como medio de construir justicia social y democracia, dio unidad a todas las fuerzas que estaban por el cambio social y la democracia. Ese fue el pegamento histórico del liderazgo de la lucha armada y sus aliados democráticos de amplio espectro.
Llegó la paz y comenzó la comezón interna de la discrepancia radical y el forcejeo. Aun así, el FMLN llegó a ser la fuerza política más relevante del país y en el camino fue haciendo concesiones en cuanto a objetivos y métodos, aceptó aves de paso de la revolución, infló personas dudosas, practicó el sectarismo hacia adentro y la tolerancia hacia afuera.
En 1994 el FMLN logró captar el 25% de la fuerza parlamentaria (21 de 84 diputados) y a partir de entonces, año a año, su fuerza crecía y la expresaba en curules legislativas y alcaldías importantes.
A la altura de 2009, 15 años después de su debut como partido político, el FMLN llegó a tener el 42% de la fuerza del parlamento (35 de 84 diputados) y ganó las elecciones presidenciales con Mauricio Funes, un candidato de nulas credenciales izquierdistas y revolucionaria, pero que halaba voto. Y comenzó el desgaste sostenido y creciente.
Para las elecciones presidenciales de 2014 el candidato fue un ex comandante jefe de la guerrilla, Salvador Sánchez Cerén, verdadero luchador social de izquierda a toda prueba. Ganó en segunda vuelta por menos del 1% de diferencia.
El año siguiente la fuerza parlamentaria siguió bajando para llegar el 2018 al 27%, (23 de 84 diputados) como antesala del colapso de 2019 cuando un buen candidato presidencial, Hugo Martínez, quedó relegado al tercer lugar. Y la baja llegó a su máxima depresión el 28 de febrero, cuando con trabajos y angustias el FMLN ha logrado menos del 5% de la fuerza parlamentaria. (4 de 84 diputados).
No es la primera vez que la izquierda histórica es casi aniquilada en El Salvador. En 1932 una masacre obrero-campesina casi lo logró. Durante la dictadura militar de 50 años hubo varios instantes en que casi la extinguieron, pero resurgía, por factores externos o internos, una y otra vez.
La guerra civil y una insurgencia armada con estrategia y proyecto político utópico, pero inspirador, reanimaron a la izquierda revolucionaria y se creyó que, por arte de magia política, eso se haría permanente.
Y se desdibujó, la identidad política, no se educó políticamente a los miembros del FMLN ni a la ciudadanía en que se basaba su fuerza política, ni se perfiló con precisión a qué sectores se representaría. Se entró al facilismo táctico y a practicar las reglas del sistema que antes quisieron transformar. Terminaron viviendo materialmente, imitando a las élites económicas y sus empleados y terminaron pensando como ellos.
Ahora, la vela de la izquierda tiene que aguantar su palo. Los escombros salvados del naufragio, pueden juntarse para ser embrión de nuevo instrumento.
Llevará tiempo, porque cuando pase la borrachera y la resaca de los victoriosos que seguirá, los problemas sociales y políticos permanecerán, agravados por la pandemia y la post-pandemia: pobreza extrema y estructural, desigualdad social, disminución de la producción y la productividad, bajísima tasa impositiva, alto porcentaje del déficit fiscal y la deuda externa con respecto al producto interno, para mencionar algunos. Y ahí se verá qué hace el exterminador del FMLN y cuánto tiempo podrá contener un estallido social que aparece en el horizonte.
Los poetas pueden morir e ingresar a una sociedad de poetas muertos; pero la poesía permanecerá y nuevas brisas soplarán para mover banderas que se enarbolen para pagarle al pueblo la deuda política adquirida por echar al albañal de la historia la acumulación lograda por la izquierda histórica, genuina y revolucionaria.
No es el final de la izquierda, es la hora del resurgimiento y la renovación.